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Cacerías

[Blanco]
Cacerías
[Blanco]

b
Cacerías, de Oliverio Arreola, obtuvo el Premio Nacional de
Poesía Amado Nervo, 2011, por decisión unánime del jurado
integrado por Silvia Eugenia Castillero, Jorge Esquinca y
Karla Sandomingo.

D.R. © 2011. Oliverio Arreola

© MANTIS EDITORES – LUIS ARMENTA MALPICA


Marcelino García Barragán No. 1501, I-302
Col. Prados del Nilo, C.P. 45500
Tlaquepaque, Jalisco
Teléfono y fax: (5233) 3657 7864
Correo electrónico: mantiseditores@gmail.com
1a. edición, septiembre de 2011
ISBN 978-607-7943-18-1

D.R. © 2011. Gobierno del Estado de Nayarit


Secretaría de Cultura de Nayarit
Avenida Ignacio Allende Oriente 42, colonia Centro
Tepic, Nayarit. C.P. 63000
Teléfonos (311) 216 4246 y 215 5735

Impreso y hecho en México


Printed and made in Mexico
Para Jazmín Bueno Tapia,
por los cuatro, los junios y el presente.
El Nadie, el 19 y el sin mí y el bien mucho.
Por los espacios de las habitaciones
que fueron nuestra caza, la CasaGrande.
Y por las ocho letras de mi nombre…
y por este Blanco.
Pensé darme al mar y ver
la parte líquida del mundo.

Herman Melville
Historia natural del pez

b
Tres son los tipos de tiburones. Los hay
de tamaño enorme, verdaderos y temibles
monstruos […] Una de estas especies es
la de aquellos que presentan manchas en
su cuerpo y a los que podría denominar
tiburones escualo [...] Los que tienen
manchas en el cuerpo poseen una piel
fina y su cabeza es chata, en tanto que
los otros, de piel fuerte y cabeza afilada,
tienen color blanco.

Historia de los animales, Claudio Eliano


PRIMERA INMERSIÓN

El Blanco es un cazón de lomo negro o azul grisáceo,


un romperredes con tres hileras de colmillos al hocico
y mandíbula sedienta de más de medio metro para
tragar más de un océano.
El Blanco es una enorme maquinaria de cartílago que
navega mar adentro
y a/mar interno.
Pez intenso, rema con un odio feroz a contra mar,
a contra luz, a contrapecho y también contra sí mismo.
El Blanco es un lampiño juguetón, un implacable
nadador,
un asesino brutal de nervios secos que convulsiona a
negra sangre.
Presa del arpón, descuida sus instintos y se pone a
soñar entre las nubes,
a contrafuego solar de las gaviotas, a contra cielo
formón del precipicio,
y persigue el vuelo de la sal y vigila el curso austral de
los albatros.
Animal al fin —como yo, como nosotros—
siempre cae herido, fluvial como las nubes.
Pero el Blanco es un blanco sietemares, un blanco
navegante,
un enorme Poseidón de los Regresos.

15
LITORAL DE LOS LATIDOS

Él me dice que me vaya. Que el Norte es un jardín de


voluntades de aguanieve y aguatibia y gruesos litorales
de blancura como un césped sobre césped y como
esa geografía de Groenlandia sin polvo, ni piedras ni
basaltos... él me dice que me vaya. Que me extrañará en
cada pasto verde que se encuentre y en toda hierba seca
del otoño… él me dice que me vaya. Pero él no sabe.
No conoce de los viajes en mi mente, de ver partir el
alba… del llegar por la tarde, y del cansancio, y ver la
“tibia nieve” —solo tibia por sus ojos, solo tibia por su
voz— cuando él me dice que me vaya.

16
A MAR ABIERTO

El Blanco no es un pez teleósteo: navega por el mundo


sin costillas
y con un timón oscuro por el lomo azul grisáceo.
Aletas en el tronco, es una máquina con nervios muy
precisos.
Pero no resiste el calor de las tormentas ni la tentación
de los abrazos.
En el juego del amor, pierde lo férreo de sus dientes
y se entrega como un salmón hacia las redes.

Pero el Blanco es un suicida.


Más si se trata de otro Blanco en femenino,
más feroz y más canino,
más sirena y más mentira.

17
LAGO NORTE

¿Dónde estás? ¿Qué haces ahora? ¿Quién te extraña en


mi memoria? ¿A quién muerdes con el alba? Las calles
de Chicago son largas y hermosas sin tus ojos, con
cuerpos de muchachos atrevidos y mujeres devastadas.
El lago es un cristal por el otoño, un tibio espejo donde
arrojo cada tarde mis preguntas. Sé que no estás. Se me
hacen rojas en los ojos las tardes del verano. Se tornan
amarillas… se me secan en las manos las hojas de los
árboles. Y así, sin más, se asoman el aire, el frío, la nieve
mientras paso, y se quema el verde prado mientras tú,
mientras yo, mientras el lago… ¿Dónde estás?

18
SEGUNDA INMERSIÓN

Este Carcharodon carcharias pierde piso y pierde peso.


Ya no es ese gigante Polifemo sietemetros de altas
fauces y grande dentellada.

Abierto hasta la sangre, pasea por arrecifes y asusta a


playeros
y mira las estrellas en el fondo y contempla por igual
otro cazón que a calamares.

Este pez también se desbarata.


Ennegrecido por el alba,
se lanza cada tarde rompeolas a esperar el crepúsculo y
la noche…
a ver surcar un pez espada y a mirar la mantarraya,
y a escuchar el canto del delfín muy a lo lejos…
y a ver cruzar el alba y también la luna llena
e incluso —también, ¿por qué no?— a recordarte.

El Blanco tiene hambre.


Este asesino dientesblancos tiene hambre.
Un hambre de mujer como la noche.

19
LAGO NORTE. ESTÍO

Salgo por la mañana a la reserva. Camino primero por


el prado y evito el cementerio. Los copos de la nieve se
esconden cuando paso. Los árboles, extraños, encogen
sus ramas porque sueño, porque acaricio cada una de sus
hojas como si extrañara a un muerto. El aire se detiene
por mi boca, busca abandonarse entre las tumbas antes
de que lo aspire y lo devuelva como cierzo. Evito el
cementerio porque llegas siempre a mi alcoba como un
muerto, como una tumba abierta, como una boca cierta
cuando se abre justo a la mitad de mi epidermis, como
un sol podrido y ciego. Evito el cementerio. No quiero
leer más las ocho letras de tu nombre. Y salgo por la
mañana a la reserva.

20
PLAYA SUR

Este cazón transpira arena por los poros mientras


duerme
y se despierta con el cuerpo adolorido.
Sangrante por arpón de metro y medio, se deja morir a
medias redes
y se lanza iracundo hacia las rocas.

Herido hasta las vértebras, se saca el corazón y lo


mastica.
Quiere arrancarse el músculo que duele, la sangre que
a diario lo revienta.
Y escupe contra el agua y la maldice,
y se enfurece contra el mar,
y escribe con los puños sus poemas.

Este cazón aborrece ya las flores y naufraga:


nunca más jazmines en su casa,
ni abrazo enfebrecido en la tormenta.

¡Tanto mar! ¡Tanta sal de mar en las venas lo devasta!,


y se tira playa adentro a buscar otro mar que le consuele,
una siempreviva, un hueledemí, u otro siempredhueles:
otro pez para saltar con luz al alba.

21
LITORAL DE LOS LATIDOS. TERCERA ESTACIÓN

El otoño tiene una piel de cristal ocre. Me levanto en


bata a cuadros y blasfemo con mis uñas y te rompo en
los cristales con mis ojos. Subo al auto y te veo venir
en mi cabeza como un río profundo, como una oscura
niebla que no quiere nevar. De pronto, todo cambia. Te
conviertes en un perro de caza, en un pájaro picoteando
mi costado, en un grito agudo que me hace temblar.
Luego, abro la puerta y allí estás, metido al fondo del
asiento delantero. Y el sol quema mi mano y un tremor
profuso entra a contrapecho porque en el aire, porque
en la luz, porque en el cielo… como si de pronto
también con el viento me habitaras. En esta atmósfera
sedienta en que respiro, siempre estás. El otoño tiene
una piel de cristal ocre…

22
RUMBO NORTE

El Blanco no es un pez teleósteo, navega por el mundo


sin costillas
y con un esqueleto anestesiado que opera por milagro
y sin cartílagos.

Teleósteo hasta en la sangre, es un sietemetros en sigilo,


una tolvanera entre el cardumen, una tormenta líquida
en el fango,
un eterno colibrí, un abreocéanos.

Pero este no es un pez.


Y este Carcharodon carcharias asume la sal como un
sudario,
y se sacude de las aguas —playa adentro—
y de la muerte que lleva en sus costillas,
y se abre adentro de ti, adentro de mí —sobre nosotros—
y en esa la sal ardiente en que me dueles.

23
LITORAL DE LOS LATIDOS. INVIERNO

El frío crece sus ramas por la casa, asciende por mi


cuarto, presume enredaderas, cubre mi puerta con un
verdor oscuro de moho y gordolobo. Despierta a la
mañana, cierra mi paso a pasto y siemprevivas, y pinta
su tez verde, y enfanga mi cama de maleza y se hacen
más frías mis cobijas. No le basta su color artificial de
paisajes y esmeraldas y exige sus pigmentos más precisos
y amargos que las algas, más tristes que la lluvia cuando
arrecia contra el bosque. Me levanto de golpe y no
lo veo. Me arrimo otra frazada y el hielo —entre mis
venas— corre más adentro. La nieve cae más densa y
blanca por la puerta, pero me asusta cuando veo que
mi casa ya es una hoja sola, un mudo helecho, una
enredadera abriéndome al silencio, un bosque negro
atado a mis preguntas. El frío crece sus ramas por mi
casa.

24
PLAYA NORTE. A MAR

El Blanco ya no agita sus aletas y se vuelca bocarriba


entre las olas.
Y se abraza, luna adentro, al vaivén de la corriente.

El Blanco ya está muerto —se dijeron—.


Lo vieron pechoarriba arrastrado por el mar, sin luchar
contracorriente.
Primero, agitando sus aletas. Después (casi asfixiante o
ya asfixiado)
moverse lentamente en un abrazo como en un acto de
amor hacia las nubes.
 
Pero el Blanco no está muerto. En efecto, se moría.
No de un arpón, sino del alma.
Abandonado al claro de las aguas y al fulgor crepitante
de gaviotas,
el Blanco mira el cuerpo redondo de la luna
y la abraza con las manos
—digo, sus aletas—.

¡Que el Blanco es un romántico, no cabe duda!


Pero con tanto mar, con tanta sal de océano entre las
venas,
las ganas de matar le son etéreas,
las ganas de besar son un océano.

25
OCÉANO MAR

La cama que dejaste se hace pedazos mientras duermo;


carcome mis miembros por la noche y arrasa mi tronco
por la pelvis. Perra enardecida entre las sábanas, me
muerde. Y yo allí, en el sueño, la rasguño. Lucho contra
ella a quemarropa y hago que también soporte mis
ladridos. Pero entonces se pone más rabiosa y muerde
entre la carne —y más adentro—, y me clava sus
colmillos fuertemente y me ladra atormentada por su
ira, hasta que atina a despertarme. La cama que dejaste
se hace pedazos mientras duermo.

26
(…)

El Blanco asume que el Norte  está en el norte


y se lanza a buscar su brújula y sextante que den rumbo.
El golfo es un océano huracanado,
una bahía a medio espacio de tu cuerpo y de mi cuerpo,
con orillas tolvaneras a mansalva.

Cruzo los dedos y este pez agita su cola contra el


plancton
moviendo el timón por tus costados,
y vierte por su sangre un bióxido que quema su memoria
y lo llama por la sal azul sus tormentas
y viaja al Norte.
Este pez es una montaña de polen y fosfuro por el agua;
una estela de azules y jazmines que lo emanan;
un silencio de flor a mar profundo.

27
ISLA A LA DERIVA

Aún no es domingo. Cruzo un túnel. El espacio nubla


el color, la claridad. Es un sótano húmedo y angosto.
Y entro en claustrofobia. ¿Me agarro al silencio, al
cielo, al viento... a qué? De pronto, me urgen el calor,
las estrellas, las flores, tu voz, tu aliento; tu hondo
despertar mientras te beso entre las sábanas y no estás.
El día pasa lento. Me traiciona la memoria; digo tu
nombre. Entre risas y tareas quiero dejar de decirte… de
esperar. Quiero dormir, huir, cansarme. Descubro que
mi cuerpo se duele más. Sé que no estás. Sé que nunca
llegas los fines de semana y sin embargo siempre estás.
Sé que el aire, que el trabajo, el agua, la comida... todo
entra por mi boca como un balazo, una espada o una
herida… sé que entra como un nunca querer despertar.
Aún no es domingo. Cruzo un túnel.

28
IRACUNDO MAR

El Blanco encabritado pelea los arrecifes,


y arremete contra el plancton
y la flora intestinal muy mar al fondo.
Arremete y los ensucia.
Asesta coletazos contra el agua y nada a toda furia con
sus fauces.
Y piensa negramente en sus costillas.
Y quiere quemarse en las aletas los abrazos,
y abrirse el cuerpo como quien se rasga la camisa.
Al pez, enfermo a doble aleta,
se le pudren las membranas de los ojos,
y se torna encabritado,
y pelea los arrecifes,
y arremete contra el plancton…

29
LITORAL DE LOS LATIDOS.
PRIMERA GLACIACIÓN

Me encierro a mar y cielo, a libro y música, a látigo


y tormenta. Y me alejo. Y frecuento los bares y las
fiestas y hablo por teléfono y hago yoga por las noches.
Pero al llegar a casa, el diario me revienta, hace de mi
cuerpo grandes llagas, una enredadera hacia el delirio.
Cada palabra te compara; cada acto, uno solo: el tuyo,
repetido. Cierro el libro de hojas blancas en mis manos
y entonces te condeno. ¿Es a ti a quien hablo? ¿O le
hablo a un muerto? Todo esto me hace temblar. La
nieve empieza a caer por mi casa. Te he congelado el
llanto como te he congelado en el silencio. Luego, me
encierro…

30
ARPÓN AL MAR

El Blanco merodea la costa por el lago.


Quiere tragarse la arena que le estorba, abrirse paso
por el lodo
y avanzar —a dentellada—
por asfalto y cemento enardecidos.

El Blanco quiere el paso.


Librar ya las arenas.
Romper los edificios.
 
El Blanco quiere sentarse a contemplar los puentes y
sus cables,
y mirar los rascacielos y tocar sus arrecifes.

El Blanco quiere respirar el agua atragantada


—ya no puede abrir las branquias,
ni romper en el ahogo los suspiros más tronantes por
el pecho—.
 
El Blanco es un suspiro anestesiado,
un arpón a medio cuerpo perdido entre la sangre.

31
OCÉANO MAR. POST MORTEM

Sé que dejaré el teléfono que suene. Que repique


lentamente hasta el cansancio. Sé que todos mirarán
cada uno de mis actos y pedirán que no conteste. Y no
lo haré. Y no habrá necesidad de que me insistan. Sé
que tu voz, la que esté allí, la que me espere detrás de
ese número perdido, me gritará mientras me llames. Y
se llenará de ira. Y se levantará un muro contra ti, ya sin
sosiego. Y me caerán cenizas y se levantarán contra mi
rostro tus poemas. Sé que no seré de ti, que nunca más
de ti, que nunca más el ring. Que nunca más. Sé que
dejaré el teléfono que suene.

32
INSTRUCCIÓN DE CAZA

Para matar al Blanco se necesita un poco más que una


caricia.
Incluso ir más allá de un beso en el deshielo
a kilómetros de tierra por tu cuerpo.
 
El Blanco no se muere fácilmente.
No si hay un guía en las alturas que lo eleve
y una diosa de tres caras remontándose al océano.
Aleta contra sal, sol y vinagre, el pez no muere.
Y busca una siempreviva, un hueledemí, o un
siempredhueles:
en la duda más oscura de su cuerpo.

33
ISLA A LA DERIVA. HIPOTERMIA

Sé que se ha vuelto loco. Y se hace llamar Blanco,


Oil, Oliv, Ario, Oliverio u Ocholetras. Sé que a veces
también sueña y se queda perdido en un diciembre que
no existe y en un invierno por Chicago. Sé que le da
por cubrirse de cebollas la cara, pensar como doncella
y verse en un tubérculo entumido hasta el cansancio. Sé
que va por las calles repitiendo los jazmines de la casa,
deshojando las hojas del otoño y entristeciendo cada
día las amapolas en un magenta casi gris, casi violeta,
casi morado o casi oscuro. Sé que sale a las calles en
silencio para escucharme en el sonido; me sabe al irme
cantando por el aire, porque su atmósfera es mi voz y
jamás prescinde su contacto. Sé que se ha de morir. Sé
que se ha de morir. Porque una noche lo dejé herido y
maloliente después de haberlo asesinado a machetazos.
Sé que se ha vuelto loco.

34
ESCRITO EN BLANCO

El Blanco lleva una hoja de jazmín en todo el pecho


porque es blanco,
aunque otros dicen que es por tanto nadar con luna
llena.

II

Hoy hay luna nueva.


Ayer, la otra se moría.
Quizás en catorce días esta luna sea perfecta,
quizás otra vez muera,
quizá no sea más luna
y nunca mía.
 

III

El Blanco nada en sombras, merodea… y se impacienta


en la espesura de su imagen entre el plancton de ballenas
que comen por la noche.

35
El Blanco lomoarriba sabe que la sangre es un deshielo,
pero nada a bocacalle y hacia el Norte.  Y quiere echarse
cuesta arriba, probar otras corrientes, que otros mares
le den sombra. El Blanco asume que el mar es un abrazo
y quiere probar otros caudales, otros mundos que le
den sombra entre la sal y sedimentos… pero el mar.
Otro es el mar: su mar interno.

IV

Cuando vayas al mar, no digas nada.


Tampoco me digas “me hago pedazos”,
ni “estoy desesperada”, ni “no me sueltes que me
muero”.
¿No ves que ahora mismo en estos versos ya naufrago?
¿No ves que en estas cartas —que otros llaman hoy
poemas,
por tocarte a ti, a solas, en ellas— me contengo?

Para ti.
No más que para ti.
El Blanco no escribe más que para ti… Escribe en
blanco.

36
EPISTOLARIO

Te debo la camisa azul a rayas que no pude guardarte.


Y el viaje aquel, a Uruapan, el pasado doce de diciembre
en que nos vimos.

Te debo el calendario que guardamos y que se nos ha ido


deshojando mientras a solas pasa —con qué tristeza—
el tiempo.

Te debo los juegos con mis hijos, los cumpleaños que


juntos nunca festejamos.
Te debo la roja cicatriz donde me dueles y que nunca
curarás por no asfixiarte, por no salir herida y contagiada
y más enferma.

Te debo la agonía, el cuento lento con que a solas


pasabas mis tristezas; el soplo de la tarde que aún se
ahoga mientras duermo, el abrazo breve y frío que yace
muerto entre los brazos en los tristemente aún hoy
navego.

Te debo todo aquello que te di, el cuerpo mío que ya


no está y tampoco tienes. Te lo debo. Porque si no
estás aquí, quizá nunca te lo di, o tal vez nunca quise
verdaderamente que fuese como dije: siempre tuyo.

37
Te lo debo porque hoy, que ya no estás, me quedo loco,
y a veces, sordo y ciego y te contemplo. Y me pongo a
cocinar para olvidarte y a hacer las labores de la casa,
para calmar el apetito de tu nombre, para que deje de
pronunciar tus versos y tus cartas, cortarme ya de tajo
tus palabras y por siempre lo que un día, yo, en mi
corazón, también te dije.
Me pongo a cocinar para pensar en instructivos
y recetas, en medios kilos de tu carne y de mi carne, y
de una harina que jamás con huevos revolvimos para
hacernos aquellos hot cakes que nos juramos mientras
untábamos miel y mermelada en nuestras manos, y nos
moríamos de diabetes, según decías.
Cocino para llorar como se lloran las cebollas.
Y no es mi llanto quien te extraña, sino el de esa mesa
tuya que te espera con las lágrimas cerradas y apretadas
contra el puño, mientras la silla hecha un guiñapo moja
con sus ojos las mejillas cada día, casi muerta, porque te
espera aquí y tú no llegas, y se cansa de mirar sus cuatro
patas desoladas.
Cocino para ti, porque, al marcharte, me dijiste
con los ojos que te ibas, pero también que regresabas
y que yo no sabía usar ni un cuchillo, ni rebanar las
zanahorias para una ensalada de aquellos vegetales que
un día entre los dos juntamos.

Te lo debo. Sé que te lo debo

38
Te debo la sal y la pimienta, y el ajo y la cebolla, y la
pizca de canela del agua para té con que te sigo yo
esperando.

Te debo la camisa azul a rayas…

39
ESPEJOS

El pecho de este pez es un pétalo jazmín por la forma


y el color cuando nada bocarriba.
El pecho de este pez es un pétalo jazmín: mi vía láctea.

40
CUARTO DE ESCRIBAS

Trato de escribir, pero no puedo. Entra un veneno por


mi espalda, y avanza por mi sangre un recorrido de
gusano por mi sangre, y enciende sus espinas a su paso.
Trato de escribir, pero no puedo. Se atascan las palabras
en mis manos; se mueren en mis nervios plegadizos.
Pegadas en paredes, se vuelven crucifijos.
Trato de escribir, pero no puedo. Quizá sea por el frío
de la nieve, o el de las calles sin océano, o el del agua sin
un pez que la navegue.
Trato de escribir, pero no puedo. El aire del otoño se
enciende más arisco por mis uñas, y escribe más océanos
que la casa, y se escancia aquella sal entre los ojos.
Trato de escribir, pero no puedo. Escrito está en mi
sangre. No hay un blanco tiburón para mi antojo.
Trato de escribir, pero no puedo…

41
Cacerías

b
El mújol, del que se dice que controla su
voracidad y que practica la templanza…
su alimento lo encuentra en peces muertos.

Claudio Eliano
BRÚJULA Y SEXTANTE

Mi Norte es un jazmín de voluntades, un terciopelo


platinado por sus ojos.
Mi Norte es el deshielo de mis manos, un iceberg
contenido entre mi pecho mientras duermo.
Mi Norte es una brújula de nortes cuando a media
noche me levanto y en el cielo hay un sextante que da
rumbo.
Mi Norte es un pájaro sediento, un ave que me indica
nueva tierra en cada viaje que emprendo hacia mí
mismo.
Mi Norte es esta espera en la impaciencia, adormecida
porque el sueño es un roedor de voluntades.
Mi Norte es otro norte que sueña conmigo en la reserva,
o entre un cementerio y con un lago.
Mi Norte es siempre una luna que convoco a media
noche, una flor de cinco lunas como pétalos, una flor
de cinco tórax cuando te hablo.
Mi Norte: las seis letras de tu nombre.

47
CACERÍAS

La mordida de una hembra es mortal desde los dientes;


más si viene desde adentro y tiene hambre, y sed, y
busca a un macho desde lejos.
La mordida de una hembra es más mortal si sola llega
y —amor entre los dientes— suelta el golpe sobre el
macho.
La mordida de una hembra puede romper hasta los
huesos, pero nunca toca el corazón: la presa nunca
muere.
La mordida de una hembra  lleva marca, como si quisiera
dejar en ella la razón de su existencia.
La mordida de una hembra es siempre en desproporción,
matemática y perfecta.
La mordida de una hembra es completamente absurda:
trescientas veces mayor que la mordida de cualquier
hombre o que la mía.
La mordida de una hembra se da con fuertes maxilares
—con brakets, si se puede— para sangrar toda una vida.
La mordida de un blanco hembra es como la tuya: saber
que estás aquí, que sigues viva y siempre dueles.

48
CAZA AL NORTE

La piel del macho es menos gruesa y se desgaja si caza


entre corales, incluso si frecuenta a los erizos. La piel
del macho es de tímidas señales: cartílago en la aleta,
nervios en el pecho; lleva un sensor para saber de qué
hembra saldrá herido. Su piel, delgada hasta el asombro,
se rasga fácilmente; más, aún, si por hembra es atacado.
Pielmacho hasta en la sangre, se broncea a sal y a sol, en
mar abierto, y suspira de dolor a media tarde, con ojos
laterales bocabajo y aletas suspirantes airearriba. En su
extraño mar inmóvil, el pielmacho contempla el mar
para sí mismo.
Y avanza.
En el alma lleva otro mar (también su duda). Un mar
más negro que la noche.

49
Libro de Jonás

b
Y estuvo Jonás en el vientre del pez
tres días y tres noches.

Libro de Jonás, 2:1


I. Jonás. Canto

Quiero viajar. Huir. Que del camino sea mi carne.

55
II. Jonás. Día primero

Sé que es de día porque en la noche el tiburón no traga


peces, y se posa panzarriba, y su aleta caudal se queda
quieta. Sé que es el día porque la paz del pez no es un
desasosiego, ni un erizo circunda mi costilla.
Sé que es de día y duermo. Para dudar, queda la noche.

56
III. Primera noche de Jonás

Voy dentro de un pez como la noche. Mi noche es más


oscura que la duda.

57
IV. Jonás. Día segundo

En la distancia yo no soy. Yo soy él y él mi duda. En la


distancia me lleno de preguntas, escojo bien mis celos,
derrumbo el entusiasmo. En la distancia el limo se me
enfanga y aquellas negras algas se vuelven vomitivo. A
la noche, cansada de esperarte, llega un sabor a sangre
como un tremor de herida, y clavo diente y uñas en este
blanco tiburón mientras me escuezo. Sé que voy dentro
de un pez hacia las redes. Sé que este amor por él es un
cautivo por su sangre, es un cansada de esperarle, un
erizo respirable… un lento agusanar en cada noche.

58
V. Segunda noche de Jonás

Sé que voy en ti porque navegas con un rumbo definido


solo por el azar y la sorpresa. La noche es tan oscura
porque sé que vas a nado y porque adentro me mareo.
Llevar un pez adentro es como sacarse el corazón,
quitarse una costilla, nadar a ras de fuego sobre lavas
mar a fondo. Yo llevo un iracundo blanco anestesiado
y él me lleva a mí en el profundo mar de sus entrañas

59
VI. In medias res

Sé que voy en ti porque navego. Sé que voy en ti porque


me dudas. Sé que voy en ti porque navego y porque
no tengo corazón para pensarte, ni alveolos de aire a
bocanadas para respirar más sangre, si en taquicardias
yo me extiendo.
Sé que voy en ti porque navego. Sé que voy en ti porque
me dudas. Tú, la duda. Mi duda: la reina toda de las
madres.

60
VII. Jonás. Día tercero


Arpón arriba, cartílago abierto, se me agota el aire en
los pulmones. Amar es un señuelo para el duelo. El
duelo, el paso anestesiado de la muerte. El cuerpo se
me pudre por la noche; fermentan la rabia y los esputos
de mi carne con el día. Ansiedad y sed y solo la sal como
un ungüento en mis costillas. Pienso el día. Es igual que
la noche. Tan oscuro también como la duda.

61
VIII. Tercera noche de Jonás

Durante el día el pez no miente. Me adentro muy en


él y sé que me ama. Su paciencia es la paciencia de un
océano, un olear en grande a contrarroca y marejada.
Durante el día el pez no miente. Sus sales no hacen daño
y transpiro lenta la luz del arrecife, sus aguas tropicales,
su sangre tibia que en las manos me acompaña. Vientre
al aire, sé que voy dentro del pez y yo también soy otro
pez muy dentro de este. Un respirar sin ti, sin mí; sin mí,
sin ti y un poco sin nosotros. Radio al pez mi corazón
palpita si me muerde. En toda noche oscura, latidos y
pez son uno solo. Latidos al pez. ¿Me sientes?

62
IX. A las orillas de Nínive

No arrojaré más mi cuerpo a la carroña.


¿Qué otra cosa no será el amor cuando no nos es
recíproco?

63
X. In medias res II

Ahora, pues, Oh Jehová, ruégote que me mates;


porque mejor me es la muerte que la vida.
Libro de Jonás, 4:3

No moriré de ti.
A nado voy contra la duda y contra el suelo.
Y a contra mar y a contra voz y también contra mí
mismo.

No moriré de ti.
Me lo dicen el cuerpo y la sal a flor en mí ya reventada.
Y la noche —en mi costilla— más oscura.

No moriré de ti.
Demasiado grande es ya mi duda.

64
Inmersión del pez

b
Todo se me derrumba y se me pudre,
todo está pereciendo en mis manos.

José Gorostiza
COMBUSTIÓN INTERNA

Escondido en el rincón del sueño, entre el plancton y


la flora submarina, el pez parece un tubérculo vivo y en
letargo. Entra en receso con los ojos apagados, pero no
duerme: solo sueña.
Cubierto de los ojos por membranas, vigila el espacio
del subsuelo y se mantiene en letargo y levita a metro y
medio entre las algas. Pero en el agua esa es una metáfora
gastada para definir el estado de un escualo cuando
besa o después de los tequieros. Rojo en combustión,
este animal se quema para adentro y —anafre interno,
llama en vela— arde.
El pez,
en ese estado,
tiembla.

69
II

La noche es una mano para quien sigue la noche.


Edmond Jabés

El pez espera entre el silencio de las olas y se deja


arrastrar a la deriva cuando ya muy tarde, sube la marea
y empieza la corriente.
Pez de luna sobre el vientre y tizne al lomo, se sumerge y
no hay quien dé un centavo por sus vísceras, ni siquiera
por su hígado riquísimo en aceites.
Por la noche, pechoarriba se camufla con la luna. Pero,
en su sueño de abrazarla, no la ve. Sus ojos laterales la
pierden al asirla.
Amar la luna es una ilusión, una pérdida de tiempo. El
amor es una fuente irrespirable, un abrazo incontenible
por los poros. ¿Si preguntan qué es amar?: amar la luna
es un silencio, un salto enardecido de tres metros que
rompe el esqueleto de un escualo. Habría que amar a
ciegas, con los ojos en la espalda o en el lomo y abrazar
lo inabrazable. Y sentir las aguas cálidas del trópico o
un frente frío que desata la tormenta. Habría que amar
a ciegas, en la noche y a distancia, y esperar —¡con qué
simpleza!— a que suba la marea, para saltar un poco
más y alcanzarla.
Amar la luna llena es amar a ciegas. El pez lleva en el
pecho el cromático arcoíris de su nombre.

70
III

La paciencia del pez es de doce horas, porque espera la


noche mientras duerme.
No come. Y caza no a su presa, sino la espera. Y
repite el anzuelo día con día, con su término inminente,
al que llega siempre puntual, en una hora.
La paciencia del pez es de doce horas, porque
espera a que suba la marea para saltar un poco más arriba
y alcanzar a la luna en un abrazo. Quiere contenerla en
el centro de su pecho, porque sabe que es mitad gris
y mitad blanco y anhela —como ella— ser redondo,
blanco también por ambos lados y también, ¿por qué
no?, casi perfecto.
El pez realiza su carrera desde el fondo y abre
el océano con la punta de sus fauces, y se lanza a tres o
cuatro metros en el aire, y los repite hasta el cansancio
como una danza absorta, como un saltar de ciego.
Emerge de las aguas como un arpón sangriento, y se
dobla a tres o cuatro metros por su peso. Mirada de
teleósteo, avanza desde el fondo y contiene el magro
aliento y no respira. Desde el agua sabe que en aire hay
otro sueño: el claro de la luz es su otra vista.

71
IV

La luna quiere del Blanco la simpleza.


Como si saltar o abrazarla desde el agua no fuera ya
un suicidio.
Caer de tanto salto puede estallarle el corazón, partirse
la columna.
Una vez el Blanco soñó que la abrazaba, que sentía en sus
aletas a la luna. Pero era apenas un meteoro equivocado,
un cometa prorrumpiendo por el cielo, una enorme
piedra encendida en el espacio que le quemó la piel
mientras ardía.
La luna quiere al Blanco más no su azul grisáceo de
teleósteo.
Ella, enamorada en su reflejo —el Blanco no es más
que una vanidad enamorada—  asume que el pecho del
escualo es su guía por la noche que le permite cruzar el
mar a nado y nunca ahogarse.
Ella, enamorada, exige un blanco al Blanco: el su
corazón, su mar interno.

72
INMERSIÓN INTERNA

Ayer, el pez se quedó dormido entre las rocas. Sufría


de taquicardias y de enormes mordeduras. Abandonado
como un hombre, casi pesca una hipotermia entre el
viento y el rocío de la mañana.
Sueña siempre el pez. Siempre en la almohada.
Pero, para él, el sueño es un dolor agudo por el filo de
las rocas.
A veces se despierta, sofocado y asustado por
esos fríos calambres que se agitran en sus manos, y se
asusta y manotea contra la asfixia y el ahogo. Y se toma
el pecho, flexionando sus aletas hasta el límite. Algo lo
mata: un ataque vascular, un golpe dentellado directo
en el miocardio.
Cuando sueña —ya en el curso de la almohada—
un volcán, un relámpago, un quejido, una tormenta…
llega y lo despierta. Y no es más que un levar anclas o
un fustigante oleaje entre las rocas. Un asesino mortal
que lo asusta a medio océano.
Gangrena hasta en la sangre, el pez no sueña. Es
un cadáver que nada por noche.

73
Acuario

b
Huye, amado mío,
[…] sobre las montañas de los aromas.

Cantar, 8:14
[α] Definiciones (jasemin)

El jazmín es una flor de cinco pétalos, mi brújula


perfecta si navego, con un astro solar al Norte como
rumbo. El jazmín es una flor enlunarada, un perfume
que persigo cuando me pierdo y no hallo norte. Flor
a cielo abierto —flor adentro—, por la noche es pez
blanco y grisáceo con el pecho a sal ardiente, a sal de
fuego; una flor lunar, un pez adentro, pero oscura.

79
[β] Especies (yasamín)

Esta flor es un pistilo, un satélite acuático y una diosa


de tres fases, inframunda, etérea y anaerobia. Jazmín
al aire, se vuelve luna, nácar, concha al mar y satélite
en el agua cuando en los tallos se le secan las raíces
y le da por injertarse en los troncos de otro mar u
otro oceáno. Pétalos en Blanco, se desgarra como una
campeona con sus saltos de tres metros en los fines de
semana, y se pone oscura por periodos de veintiocho
mientras duerme. Flor al mar, se abre entre hojas y ojos
abrazables, y se entrega a mi cuerpo: su otra vegetación,
que es de su especie.

80
[γ] Pasión adentro (gessamí)

El jazmín crece por los muros de mi casa. Es una


enredadera que cubre mis paredes, una nube blanca si
florece en el verano, un perfume fresco cuando me ama
desde el fondo y justo al Norte. Lo aspiro y alumbra
por mi olfato como un polen florecido, y muerde muy
adentro como un escualo enamorado, y como un cráter
magma que a solas me revienta en la lengua por las
noches. Ya adentro, se vuelve tallo, tegumento, hoja
seca, una flor de tiempo por la vida. Flor al pecho, lo
aspiro, cierto. Ya adentro, lo aspiro cierto. Y tú… ¿lo
hueles?

81
[δ] Invernadero (gesmil)

Un pez es un pétalo que nada en el océano de un jardín:


atunes y tormentas, pulpos enredaderas, tortugas hoja
fresca y tallos camarones. El pez entre pistilos se arropa
con las valvas y contempla a las medusas, y adorna su
tez blanca de coral mientras caza cachalotes. El pez,
siempre el pez, que anida siempre entre una flor jazmín,
al fondo del océano.

82
[ε] Injerto (geramí)

El pez es una flor jardín al agua, de un jazmín en la


humedad del tegumento. El perfume de una flor es de
dos sangres: la tuya y la mía. Y una misma.

83
[ζ] Savia (gesmir)

La savia del jazmín tiñe de sangre porque es oscura en el


peciolo, una ortiga que remueve el tegumento en vena
cava. La savia del jazmín es un sol blanco, una luna en
el tórax de mi sangre, un veneno entre la lengua si me
muerde. La savia del jazmín: el perfume más ardiente
de su sangre.

84
[η] Olor (Jasmín)

La flor del jazmín es una estrella que se encrespa a fuego


interno entre mi carne, como un magma floreciente, y
sigue su curso natatorio surcando mis arterias. Cuerpo
adentro, su olor es un perfume en que navego; su
corazón, mi tegumento en vena cava.

85
[θ] Navegaciones (acemín)

La flor del jazmín es más pequeña si navega. Su corola


de lunas acezantes desprende cinco peces Carcharon
carcharias nacidos del peciolo, y fija sus mandíbulas en
su olor, y vierte su esperanza en la sustancia que anida
entre sus hojas, y envenena todo olfato, y confía en su
perfume como en el ámbar gris de la ballena.
En su jardín antiguo, en el cuadro o en el florero,
esta flor se sabe eterna. No por ser flor, sino por el
polen sietemares que deja al pez nadando las estrellas.

86
ÚLTIMO JARDÍN. FLOR DE LOT

Seco el jardín, es esa sangre tuya que huele como el


polvo.
Seco el jardín, es este polen lunar brillante en el rocío
de la mañana.
Seco el jardín, se vuelve un fósil de selacio entre la sal
amar y a sal océano.
Seco el jardín, es polen lunar brillante en el rocío de
las hojas.
Seco el jardín, estatua de sal, el pez mira hacia arriba.
Seco el jardín, estatua de sal, el pez.
Seco el jardín, estatua de sal.
Seco el jardín. Estatua.

87
Blanco a/mar

b
Esta carne que partes, esta sangre a la que dejas
sembrar desolación entre las venas
fueron avena y uva
nacieron de la raíz sensual y de la savia;
mi vino que te bebes, el pan que me arrebatas.

Dylan Thomas
I

Varado en altamar, sobre las olas, satélite en el cielo,


por fin la luna baja y toca al Blanco con sus uñas.
Y amor contracorriente, lo desova, lo vuelve sal, a cal y
tierra y a granito, y lo deja enardecido entre las aguas.
Este pez es un blanco enamorado, sin más aletas que sus
ojos, sin más caudal que el tibio corazón remando entre
sus vísceras.
Animal con aletas pectorales, es una luna por su casa y
un poemario en el que se inscribe.

93
II

La luna, espejo de basalto, argamasa y mar de arena,


se desnuda. Se pone su toalla de granito, y seco
su pelo con mis manos.
Sal de mar, esqueleto albo y claro, cartílago de sed.
La luna de hoy tiene fantasmas: escuelas que la muerden
por el pecho.
La luna de hoy es esta ausencia. Este no estar que la
desangra.
Este no estar en el que estoy, y en el que me escondo.
Este no estar.
Este no estar.

Cierra los ojos:


                       ¿la sientes?
PLE… A/MAR

La luna, de cuerpo medio pasea el litoral de su epidermis


por mis ojos, mientras sueño como un pez nadando mar
a fondo: Amar abierto.

II

La fiel, la cambiante, la lunática, la mensual, la que


renace y muere, la diosa de tres rostros, una flor
con brújulas sin sueño.
Cráteres al fondo, la luna tiene manchas, escualos a
nado por el éter.
La luna llama. Llama crepitante. Ascendente llama.
Llama alta. Blanca llama.
¿Recuerdas esa mancha que llamé?
Es luna por el cuerpo en que le amo.

III

Ha crecido la luna esta noche.


Ha crecido un poco más, pero hacia dentro.

95
CANTAR DE CIEGO

El delfín canta. Dicen que es un heredero de sirenas y


puede matar a un tiburón con su llamado.
El delfín puede —el delfín hembra— Abrirle el
cuerpo y separarle sus dos sangres (la propia y la del
amor: la envenenada), y hacerle una sangría al estilo
la Edad Media o una cirugía de corazón, con todo y
anestesia, quirófano, escalpelo —a pecho abierto—,
y dejarlo como nuevo, latiendo a ciento veinte por
minuto, listo para amar (matar el corazón de nuevo,
en una arritmia loca y sin descanso) y abandonarse a
nuevas llagas en la sangre.
El delfín puede —El delfín hembra— salvarlo,
si ella quiere, de su sangre; atarlo nuevamente a su
molécula enfermiza y llevarle un coctel de vitaminas,
en un amor infinito e irremediable. Y cuidarlo —como
siempre— a aleta y canto, a música y tormenta.
 El delfín puede —el delfín hembra— camuflarse
por la noche en luna llena, y bajar hasta su alcoba y
cambiarle las vendas de la herida, mientras canta. No
es un sueño aquello de ser luna o de ser hembra en un
delfín. Tampoco confundirle con sirena. El canto es, en
sí mismo, una música que cura.

96
CAZA AL MAR

El Blanco es un arcoíris de tres sangres.


Un blanco remolino de plancton y cardumen, y la suya.
El Blanco, ciego y sordo, se muerde las aletas como
puede y se suicida,
y ataca a un grupo de ballenas: las orcas asesinas
y se lanza enfurecido ante dieciocho
—mejor diecinueve— delfines en conjunto.

Ya sabe de su muerte antes del viaje.

No quiere esta sangre que lo mata,


ni el germen contenido en los pulmones de su sangre.
El Blanco quiere una luna que lo salve de esta sed de
la migala.
¿Cómo beberse ese animal de cielo abierto en la
espuma de la sangre?
¿Cómo beberse para sí la luna fresca en la mañana?
¿Cómo beberse para sí?,
si en la hosca negritud está la noche.

97
ELEGÍA DEL PEZ

El Blanco es blanco por la vida


y no por el peso mortal que guarda entre los dientes
de trescientos kilogramos de peso cuando muerde.

Sal en la piel,
no permite que penetre por sus venas, ni se adentre
en sus tejidos,
ni que lo maten a mansalva,
ni siquiera juega a verse desde lejos,
ni mira el reloj exacto del sol por el poniente,
ni se permite el alto oleaje del mar enfurecido en
la tormenta.
 
El Blanco austral busca en el Norte
las costas de bañistas pataleando
con su aleta dorsal amenazante.
Se acerca y juguetea como quien ama a los erizos,
y busca el malecón, el aire fresco de la playa
que no se encuentra fácilmente mar adentro.
El Blanco quiere pies para sentarse,
cruzarse las aletas si se puede
y contemplar el mar desde la tierra.
Pero no.
También el deseo tiene sus límites polares,
su pena de muerte en un pez con tanta masa.

98
El Blanco quisiera saltar como el delfín frente a la
costa,
disentir del hierro amenazante del arpón
y del aullido en corro de bañistas.
Pero es un sueño.
Apenas se ve al Blanco, suenan las sirenas,
y el mar se revuelca con las algas.
Pero el Blanco nada tibio, lento, adormecido,
con el corazón hambriento —y no es de hambre—,
con la ira al aire —no es venganza—.
El Blanco quiere que el mar llegue a su otra casa:
un jazmín selacio luna llena,
y buscar un blanco hembra,
llevarle una camisa.
 
Al Blanco le dijeron que el Norte era más frío,
que en el norte lo fresco se congela.
Y quiere darle a ese otro blanco
—el blanco hembra—
un poco del calor que a él lo hiela.
 
Pero este Blanco
es apenas un pez inofensivo,
un sietemetros con máscara de lumbre,
y una sombra refractada por el agua,
y unos dientes tragapiedras que se angustian
porque no hay mar más allá del malecón, ni entre
los muelles.

99
El Blanco quiere un mar para su casa.
Pero no hay mar que llegue más adentro de esta tierra.
El mar se sigue al norte hasta los hielos,
hasta donde verdaderamente el agua con el agua
se congela.
Y el arpón es un verdadero asesinotiburones.
 
En la costa ya no hay mar... no hay mar,
ni siquiera un mar de los sargazos
 
¡Dicen que aun muerto lloraba aquel escualo!
El Blanco encalló en un mar de arena.
Un blanco con aletas medialuna.
Para morir queda la noche.

100
MAR ABIERTO

El Blanco tiene sueño y hoy se duerme. La luna casi


mengua, no hay luna sobre el agua. Ni nubes en el aire
para que el blanco sienta que se engaña y la respire.
No. No hay nubes en el aire. Tampoco una ilusión, una
ilusión óptica en el sueño a ojo abierto, a media luz
sobre las olas o casi a ciegas sobre el dorso.
Para la luna, la sal es un aderezo, un pozo infinito sobre
el agua.
Argenta de raíz, el agua —más platinada con la luna—
se ennegrece si esta mengua. Porque la luna, cuando no
es negra, extraña los eclipses, absorbe la marea y hace
tormentas con el polvo.
La luna, pozo de agua, gravita por el Norte y manda sus
heraldos, su loca gravedad que al blanco hiere.
Pero el Blanco ya no cree en nada. Escéptico en la sangre.
Tiburón de sangre fría, anestesiado, necesita un rayo de
sol para incendiarse. Para nadar corriente nortearriba.
El Blanco juega siempre a suicidarse. Pero en su salto
impío ha aprendido a no matarse, a cortar el agua
cerrando ya el hocico, cayendo de costado.
Este blanco tendrá una muerte en la caída o un hueco
en las costillas.
Pero no hoy.
El Blanco hoy quiere salvarse.
El Blanco, para sí, duerme esta noche.

101
ÍNDICE

Historia natural del pez, 9

Cacerías, 43

Libro de Jonás, 51

Inmersión del pez, 65

Acuario, 75

Blanco a/mar, 89

103
Oliverio Arreola (Villa de Allende, Estado de México,
1974) es licenciado en Letras Latinoamericanas por
la Universidad Autónoma del Estado de México
(UAEM). Tiene publicados los poemarios Las otras
caras del rostro (IMC, 2003); Pasión de caza (UAEM,
2003), con el que obtuvo el Premio Estatal de Poesía
José María Heredia y Heredia, y Mar adentro, ganador
de los Juegos Florales Nacionales de Ciudad del
Carmen, Campeche, en 2009. Ha sido becario del
Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México
(FOCAEM) en 1998, 2003 y 2005, en las áreas de
poesía y ensayo. Miembro del Centro Toluqueño de
Escritores. Actualmente imparte talleres de creación
literaria y un seminario de investigación sobre lírica
latinoamericana, en la Facultad de Humanidades de
la UAEM.

b
Consuelo Sáizar Guerrero
Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Lic. Ney González Sánchez


Gobernador Constitucional del Estado de Nayarit

Sergio Eugenio García Pérez


Director General del Consejo Estatal para la Cultura
y las Artes de Nayarit

Alma Delia Sánchez Andrade


Coordinadora de Literatura y Fomento a la Lectura
del CECAN

b
Cacerías
de José Oliverio Arreola
se terminó de imprimir en octubre de 2011
en los talleres de TySP
Av. La Paz 2077, colonia Lafayette
Guadalajara, Jalisco.
El tiraje fue de 500 ejemplares
y estuvo al cuidado de Luis Armenta Malpica
Elías Carlo y el autor.

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