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MI VISIÓN DEL LEGADO DE LUDWIG VON MISES por Farah Alabí Hernández

El gran legado del Profesor Mises a la actualidad política y económica es el empleo


“aterrizado” de un método diferente al tradicionalmente empleado para aproximarse a la
economía.

Por un lado, el reemplazo de aquel intento por hacer encajar la economía dentro del esquema
utilizado para las ciencias naturales, por un individualismo metodológico más consciente de
nuestra propia esencia. Por el otro, el elevar las preferencias subjetivas y la motivación por
encima del concepto de un consumidor forzadamente estandarizado.

Partiendo de esos fundamentos se aborda el rol que juegan los actores dentro de una
economía de mercado y las características de tal ambiente. Considerar la importancia del
profesor Mises en el estudio de la economía requiere repasar conceptos fundamentales que
bien se podrían lapidariamente plantear en una proposición: Son los deseos de satisfacción y
ganancia los que concilian en el mercado libre, las posturas de oferentes y demandantes. Pero
el asunto merece mayor elaboración.

Para comenzar, en una economía de mercado son los consumidores quienes determinan,
además de la cantidad y calidad de producción, la recompensa de cada oferente. Aquí, la
abundancia de iniciativas empresariales, se constituye en factor de bienestar al facilitar la
escogitación de lo que mejor satisface y conviene. “Sólo el mercado libre y la empresa
privada, pueden producir ese torrente de bienes y servicios que todos apetecemos, en
un proceso democráticamente controlado por la diaria decisión de las masas consumidoras”.
Al consumidor le mueve, no la filantropía, sino alcanzar la máxima satisfacción a sus
necesidades.

Por lo que al empresario toca, su resultado neto (pérdida o ganancia), es aviso inequívoco de
lo que se demanda; como gustos y preferencias cambian, para tener éxito, debe invertir para
“ajustar sus actividades a la demanda de los consumidores” . La identificación de espacios
[1]

desatendidos, “induce a esos nuevos inversores a atender inéditos cometidos” . Al premiar -


[2]

mediante la compra - a los eficaces, el consumidor relega a los ineficientes provocando la


desigualdad de ingresos: “Corresponde exclusivamente a los consumidores el determinar qué
misión cada persona haya de desempeñar en la sociedad” . [3]

Quien ostenta la categoría de monopolista (grupo o individuo) asiste al mercado sin más que
con su propuesta; en un esquema de libre competencia le constriñe la posibilidad de que el
consumidor se divierta hacía productos sustitutos – no hay monopolio absoluto. Cabe reducir
la demanda o aumentar la producción para lograr armonía en los precios. Es falso que el
capitalismo aspire a empobrecer a los trabajadores, antes bien, la ganancia empresarial es
correlato del nivel de vida; y, la división del trabajo, fundamento de la cooperación. En ese
orden, no es el conflicto o el derecho, sino la competencia catalactica lo que en el mercado
libre impulsa a cada vendedor a procurarse más intercambios.
Respecto a los bienes que se transan, para los economistas clásicos, el proceso de
transformación determina el precio; para los austriacos, son las motivaciones, valoraciones y
preferencias individuales lo que asigna valor y origina “la total demanda consumidora” – motor
de la “actividad productora toda”. No es el capital invertido, sino las percepciones lo que
asigna valor. Por otro lado, “evidenciaron los vieneses que cuanto mayor es la cantidad,
superior el número de unidades, de cualquier bien que el sujeto posea, menor es el valor que
el actor atribuye a cada una de tales unidades”.

Trazando líneas para conectar el ideal de la libre competencia con el ejercicio de la política se
ha de sostener, de manera lata, que a menor intervención estatal mayor desarrollo y progreso.
En trascendental antecedente se constituye el proceder que sepultó la prominente civilización
romana y originó la parálisis característica de la Edad Media y su sociedad feudal. La historia
demuestra, y Mises nos recuerda, que de ese estado de inanición nos rescató el surgimiento
de la burguesía y el vigor comercial que su advenimiento concedió a las ciudades.

El discurso populista esgrime contra el empresario el mote de especulador; y es cierto, ser


empresario implica adelantarse a la estructura y condiciones del mercado para maximizar la
forma en que se responde a las cuestiones fundamentales de la economía; en ese actuar,
asume riesgos sobre los que ha de exigir pago. Las condiciones citadas constituyen
elementos de un perfil que distingue al empresario de cualquier otro agente, incluso de los
directores (públicos o privados).

A la última frase del párrafo anterior se le complementa con una consideración que evaden los
enemigos del mercado libre: Ningún régimen se encuentra exento de competencia. Cambia la
naturaleza y modos de operar para obtener resultados. Bajo el socialismo se benefician los
allegados al régimen, en el capitalismo, quienes multiplican “la colaboración y la mutua
asistencia que une a quienes integran la sociedad en una comunidad de empresa”[4].
Conviene, por tanto, recordar que “Si se quiere hacer desaparecer la desigualdad de riqueza y
de ingresos se debe abandonar el capitalismo y adoptar el socialismo” asumiendo las
[5]

perniciosas consecuencias que este segundo trae consigo.

Por si fuera poco, los fondos para gasto público no los produce, siendo condescendiente, en
su mayor proporción la burocracia. Es la carga impositiva a los intercambios del mercado lo
que paga aquella entidad a la que se llama Estado. Es irrelevante que el gobierno se financie
con crédito como medida supletoria o complementaria a la recaudación fiscal…
eventualmente, la deuda se honrara mediante el “bolsillo” de los individuos. Los fondos que
se pudieron invertir en mejorar producción (oferta) y satisfacción (demanda) son, usualmente,
utilizados por el gobierno para gasto corriente o regalías focalizadas en sectores de interés
electoral. Resultado neto: un estanco nivel de vida y bajo desarrollo económico.

Como alternativa a la mera recaudación fiscal y al crédito, algunos gobiernos, cuentan con
mecanismos que les permiten “soberanamente” emitir moneda como fácil fuente de ingreso.
“Mises comprobó igualmente que una vieja y olvidada teoría de Ricardo y sus inmediatos
seguidores era sustancialmente correcta… El aumento del dinero circulante, en efecto, no
puede sino reducir la capacidad adquisitiva de la unidad monetaria… el incremento numerario
lo adquiere el gobierno, primero, e inmediatamente después sus favorecidos suministradores y
protegidos… Van, en cambio, sucesivamente perdiendo, a lo largo de la cadena (y sobre todo
los pensionados), quienes pagan alzados precios antes de que sus propios ingresos se
incrementen. La inflación, en resumen, resulta atractiva porque el gobierno y ciertos grupos
logran beneficiarse a costa de otros sectores de la población de menor poder político”. La
única manera de, sanamente, inyectar recursos a una economía es su generación desde el
mercado: “fue Mises quien, de una vez para siempre, patentizó la necesidad absoluta del
origen mercantil del dinero”.

Empero, la fuerza coactiva del Estado, u otras presiones de índole social, se ha(n) utilizado
para proteger modos ineficaces de producción o para sabotear la economía al vedar el
enriquecimiento de empresarios eficientes con el pretexto altruista de proteger a los
ineficientes. Resultado neto: un estanco nivel de vida y bajo desarrollo económico.
Desde mi particular perspectiva, el ideario del profesor Mises plantea le traza al individuo
entablados. Uno del que partir y aprovechar, y otro que mutila los cimientos de la naturaleza
humana: la libertad y la iniciativa.

En el primer entorno el ahorro (producto del esfuerzo) y la inversión son instrumentos para
mejorar las realidades económicas; eludir el parasitismo y la escasez. El egoísmo capitalista,
motor del progreso e inspirado por las habilidades especulativas alienta y permite entender el
futuro y moverse hacia un estado mejor de satisfacción.

El sistema socialista promueve y retribuye la imitación, la rutina, la desidia, la negligencia, y el


nepotismo como inspiración para la vida y la producción. Quienes lo celebran, reivindican el
subsidio estatal y el altruismo individual, disfrazando la dejadez en las “oportunidades” que les
negó “un sistema perverso”. Los tales difuminan el éxito capitalista que resulta de los más
encumbrados productos del intelecto, la fuerza de voluntad y el carácter.

Se plantea como una difícil tarea la de extirpar de la creencia popular las ideas que, a hoz y
martillo, peroratas demagógicas le han implantado. Pero es posible. Para transmitir a la
población las ideas del Profesor Mises habrá que traer a la conciencia la comodidad y
progreso que el esfuerzo capitalista a diario canaliza. ¿Quién?, sino los trabajadores son los
que consumen el producto de la innovación empresarial. Planteado objetivo y argumento, se
pasa al actor plural que en un esfuerzo coordinado está llamado por capacidad y derecho a
resaltar las virtudes capitalistas: el empresariado. Las cámaras de comercio son, en este
sentido, un buen asidero para iniciar el esfuerzo que garantice en el largo plazo la viabilidad
del sistema en su conjunto. Manteniendo presente que la práctica empresarial, en un genuino
libre mercado, debe prescindir de prácticas inmorales que desgastan su imagen y la del
sistema que junto a Mises proponemos.

ACTIVIDAD:
1. Con la lectura de este ensayo, y lo que conoce de Principios generales de economía y el
resto de sus materias a lo largo de su carrera que opina aplicándo al siguiente modelo.
2. Usando la visión del legado de Ludwin Von Mises, que opina sobre la dominancia por
liderazgo que las empresas deben crear en su estrategia para lograr ventaja competitiva
[1] Desigualdad_de_Riquezas_e_Ingresos
[2] LA_COMPETENCIA
[3] LA_COMPETENCIA
[4] LA_COMPETENCIA
[5] Desigualdad_de_Riquezas_e_Ingresos

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