En este artículo analizo la presencia del erotismo en Cien años de Soledad (1967), a partir de
la identificación de los rasgos característicos que lo definen. En primer lugar, abordo su
conceptualización a partir de los análisis de Georges Bataille, Octavio Paz, Estanislao Zuleta,
entre otros autores. En segundo lugar, establezco la delimitación entre erotismo y
pornografía. Finalmente, a partir del concepto y las delimitaciones, doy paso a analizar la
presencia del erotismo en la novela, con sus características particulares.
Para hablar de erotismo, es necesario comprender qué es y en qué se diferencia de la
sexualidad. George Bataille (2015) sostiene que “por erotismo entiendo las relaciones y
juicios que tienden a calificar sexualmente unos objetos, seres, lugares y momentos, que por
sí mismos, no tienen nada de sexual, aunque tampoco nada contrario a la sexualidad” (p. 28).
Si el ser humano emite un juicio se debe a que entra en juego una consideración objetiva que
ha sido el resultado de su experiencia y de las valoraciones que ha hecho de ella; por tanto,
no se trata de una respuesta instintiva e inconsciente ante un estímulo exterior, como sucede
en el acto sexual. El erotismo y el intelecto se complementan; aunque el objeto de deseo está
en el exterior, el erotismo es una experiencia interior que recurre a la imaginación. A
diferencia de la sexualidad que tiene por fin la reproducción.
Octavio Paz (1993) señala que “el erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad
socializada y transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. La primera nota
que diferencia al erotismo de la sexualidad es la infinita variedad de formas en que se
manifiesta” (p. 15). El erotismo es invención: la imaginación recrea el objeto de deseo y
adquiere diferentes formas, como Aureliano José que “se consolaba de su abrupta soledad,
de su adolescencia prematura, con mujeres olorosas a flores muertas que él idealizaba en las
tinieblas y las convertía en Amaranta mediante ansiosos esfuerzos de imaginación” (p. 125).
Bataille (2004) explica que “la experiencia interior del erotismo le exige a quien la
realiza una sensibilidad equivalente tanto ante la angustia que funda la prohibición como ante
el deseo que lleva a infringirla” (p. 349). La prohibición faculta la transgresión de la regla, lo
prohibido aumenta el valor del deseo y esto seduce. El erotismo surge de la fascinación y el
horror, de la afirmación y la negación. No es una casualidad que, en Cien años de Soledad,
tías y sobrinos (Amaranta y Aureliano José, Amaranta Úrsula y Aureliano Babilonia)
experimenten un fuerte erotismo:
La paradoja del erotismo hace que la prohibición del incesto convierta al otro en un
objeto más deseable y que transgredir la prohibición produzca horror ante la inminencia de
la desgracia. Chinchilla (1995) dice al respecto que:
Los amantes cómplices del incesto “se perseguían por los rincones de la casa y se
encerraban en los dormitorios a cualquier hora, en un permanente estado de exaltación sin
alivio” (p.125). La angustia de Amaranta ante la transgresión del veto hace que Aureliano
José abandone Macondo para liberarse de su desdicha, pero la pasión no le da tregua: “la
materializaba en el tufo de la sangre seca en las vendas de los heridos, en el pavor instantáneo
del peligro de muerte, a toda hora y en todas partes” (p. 130).
Levine (1971) explica cómo la tragedia de los Buendía está condenada a la tragedia
de la desaparición, provocada por un acto de incesto. También, hace un recorrido por las
diferentes relaciones incestuosas que hubo en cien años de linaje: “Es la combinación de un
gran terror y de la fascinación que ejerce el incesto lo que la lleva a las relaciones que se han
descrito con sus sobrinos” (p. 717). Lo prohibido es erótico. Lo prohibido fascina y condena.
Aparece “la doble faz del erotismo: fascinación ante la vida y ante la muerte. El significado
de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas cosas, todas distintas,
pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte” (Paz, 1993, p. 18). El erotismo
de lo prohibido puede ser la reconciliación con la vida por medio de la poderosa energía que
nos sacude, pero la violación de la regla es nuestra condena. La sexualidad desaforada puede
traer caos a la sociedad. El erotismo contiene ese ímpetu descontrolado. En este sentido, el
erotismo es protector de la vida, pero al mismo tiempo es sinónimo de muerte porque niega
la reproducción y, por tanto, la conservación de la estirpe.
Octavio Paz (1993) explica la relación entre el erotismo y la palabra. Esa relación se
da a través de la imaginación, dado que el lenguaje representa la sensación y el erotismo
representa la sexualidad transfigurada:
Remedios, la bella, es la expresión del erotismo en Cien años de soledad, mujer “de
cuya hermosura legendaria se hablaba con un fervor sobrecogido en todo el ámbito de la
ciénaga” (p. 168). No solo su belleza es objeto de deseo, también su independencia del
mundo. Los hombres se complacen con verla y oler el rastro del embrujo a su paso, algunos
más intrépidos tratan de acercarse para contemplarla de cerca: “mientras más pasaba por
encima de los convencionalismos en obediencia a la espontaneidad, más perturbadora
resultaba su belleza increíble y más provocador su comportamiento con los hombres” (p.
197). El erotismo de Remedios, la bella, es contradicción: goce y fatalidad. Por un lado, los
hombres se sienten extasiados con su belleza, pero el deseo que provoca hiere a tal extremo
que mata de amor. En Macondo existe el rumor de que cuatro hombres murieron a causa de
su belleza: “La suposición de que Remedios, la bella, poseía poderes de muerte, estaba
entonces sustentada por cuatro hechos irrebatibles” (p. 201).
Llorente (2013) expone que “se considera algo como erótico si se reserva un espacio
para lo oculto o para lo ausente, que es, en definitiva, el espacio de la fantasía y la
imaginación del observador-lector” (p. 361). El erotismo es evocador, deja algo oculto que
estimula la imaginación. Bien lo dice la autora, los habitantes de Macondo se sienten
seducidos ante la naturalidad y candidez de Remedios, la bella:
García Márquez explota al máximo las posibilidades del lenguaje y si las necesidades
de la creación no pueden abastecerse con las palabras existentes, crea una nueva: “La
impresionó tanto su enorme desnudez tarabiscoteada que sintió el impulso de retroceder” (p.
83). Fernando Ávila (2014) no solo habla de la capacidad creativa de García Márquez, sino
que, además, da luz sobre el significado de esta palabra:
Las características del erotismo están presentes en varios pasajes de Cien años de
soledad: la prohibición, la evocación, la voluptuosidad que eleva la vida y desciende a la
muerte, las palabras cotidianas con descargas de valor erótico. Todo lo anterior lo conjuga
García Márquez a través de la palabra y conduce al lector en un vaivén al ritmo de los
amantes:
Se detuvo junto a la hamaca, sudando hielo, sintiendo que se le
formaban nudos en las tripas, mientras José Arcadio le acariciaba los tobillos
con la yema de los dedos, y luego las pantorrillas y luego los muslos,
murmurando: «Ay, hermanita: ay, hermanita.» Ella tuvo que hacer un esfuerzo
sobrenatural para no morirse cuando una potencia ciclónica asombrosamente
regulada la levantó por la cintura y la despojó de su intimidad con tres
zarpazos y la descuartizó como a un pajarito. Alcanzó a dar gracias a Dios por
haber nacido, antes de perder la conciencia del placer inconcebible de aquel
dolor insoportable, chapaleando en el pantano humeante de la hamaca que
absorbió como un papel secante la explosión de su sangre. (p. 84)
En el enunciado anterior puede rastrearse otra característica propia del erotismo en
Cien años de Soledad. Se trata del componente humorístico, tan propio de la cultura del
Caribe. El humor surge de la oposición de dos elementos contradictorios como lo espiritual
y lo carnal o lo elevado y lo banal. Parrilla (2002) sostiene que “el contraste humorístico se
logra gracias al contraste irónico de la paradoja” (p. 42). Hay contraposición entre lo liberal
de la entrega sensual y lo conservador del dogma religioso (“Alcanzó a dar gracias a Dios
por haber nacido, antes de perder la conciencia del placer inconcebible de aquel dolor
insoportable”). Rebeca, en esa época moralista y conservadora, bien podría ser una pecadora
al sucumbir a las voluptuosidades de la carne, pero en lugar de pedir perdón, agradece a la
divinidad por los placeres concedidos. El efecto que se produce es humorístico.
El erotismo presente en la novela es libre, sin prohibiciones, desbordante, copioso,
hiperbólico. Guillén (2007) señala algunas literariedades de Cien años de soledad:
“Instrumento de esa liberación es la hipérbole, con la que se describe mejor una realidad
desbordante, sin cercas ni barandillas, exenta de convenciones y cortapisas, tanto más
significativa cuanto más y mejor se intensifica” (p. 110). Ese desbordamiento queda
representado en la exageración que producen los efectos del erotismo: “el olor de Remedios,
la bella, seguía torturando a los hombres más allá de la muerte, hasta el polvo de sus huesos”
(p. 200). El exceso de erotismo da cuenta de la intensidad del encuentro amoroso. El derroche
de energía es tan poderoso que es capaz de despertar a los muertos:
Conclusión
En este artículo expongo las características del erotismo para comprender su presencia en
Cien años de Soledad. De igual manera, señalo las diferencias entre pornografía y erotismo
para dar mayor claridad al lector. Analizo de qué manera los rasgos constituyentes están
presentes en la novela macondiana: imaginación; belleza; prohibición; las contradicciones de
fascinación y horror, vida y muerte, deseo y angustia, goce y fatalidad; el efecto erótico de
las palabras y la evocación. Existe abundancia de manifestaciones eróticas, como también en
la generosidad de García Márquez que, con la creación verbal artística, eleva al erotismo a la
estética de lo sublime. Finalmente, trato de demostrar que el humor y la hipérbole constituyen
la singularidad del erotismo en la obra; características que forman parte del ethos popular del
Caribe y de la literatura de nuestro Nobel.
Bibliografía