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Entre combatir y proteger: los retos del Estado en un posconflicto en medio del conflicto (un
Resumen ejecutivo.
La coyuntura por la que atraviesa Colombia después de dos años de firmado el Acuerdo de paz entre
el Gobierno y la guerrilla de las Farc representa para el Estado dos retos importantes que no parece
comunitarios, y cumplir con los compromisos signados en el Acuerdo. Frente a esto, este texto aborda
la pregunta de ¿qué efectos tiene el hecho de que el Estado deba cumplir con los compromisos
armados ilegales que le (y se) disputan el control territorial? La tesis que se sostiene es que lidiar con
ambos procesos supone para el Estado acciones que se oponen más de lo que se complementan y que
esta contradicción tiene como principal efecto negativo, entre otros actuales y potenciales, la
dicho sobre este asunto, aporta un análisis sobre efectos que esta no ha considerado a profundidad, y
culmina con un repaso empírico de regiones y subregiones del país que viven este problema bajo
dinámicas distintas, lo que supone para el Estado un plan de acción igualmente heterogéneo para
resolverlo.
Glosario.
Farc: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (para efectos de este texto, no se usan las siglas
Tras dos años y cuatro meses de que el Gobierno de Colombia y las Farc hayan firmado el Acuerdo
definitivo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, su
implementación enfrenta numerosos desafíos. Pese a que esto no constituye un panorama a todas
luces desalentador en términos comparados con otros acuerdos políticos para finalizar un conflicto
armado que han tenido lugar en el mundo, y a que, según los teóricos del posconflicto, el acuerdo está
aún en una fase de estabilización cuyos objetivos giran precisamente en torno a enfrentar dichos
desafíos1, la situación en muchas regiones del país, especialmente en materia de seguridad, es crítica.
Frente a la causa estructural de este fenómeno hay bastante consenso2: el repliegue de los
excombatientes de las Farc hacia las ZVTN – posteriormente llamadas ETCR – dejó, en territorios
cuyo control la exguerrilla disputaba o ejercía plenamente, vacíos de poder que el Estado no ha podido
llenar. Esto ha dado paso a que distintos grupos armados ilegales, y en particular los llamados Grupos
Armados Organizados (GAOs), entren a la disputa por el control del territorio y, con él, de la
Estado y las Farc, se ha manifestado, entre otras, en la crisis de seguridad que enfrenta la sociedad
civil en sus liderazgos comunitarios: desde la firma del Acuerdo, se documentan 220 asesinatos a
líderes sociales en distintas zonas del país. Los asesinatos a excombatientes de las Farc desde la
misma fecha también han experimentado una aceleración en su tasa de aumento: 76 hasta junio del
2018, 85 hasta diciembre del mismo año, 99 hasta marzo de 2019, llegando finalmente a 118 en abril3.
1
Fundación Paz & Reconciliación, 2018, “Cómo va la paz. La Reestructuración Unilateral del Acuerdo de
Paz”.
2
Íbid.
3
“En promedio un excombatiente de las Farc es asesinado cada semana en Colombia”. En:
www.lapazenelterreno.com
A este problema de seguridad pública se le suman los retos económicos y sociales que tiene el Estado,
hoy encabezado por el gobierno de Iván Duque, para cumplir con la implementación del Acuerdo con
las Farc. El plazo para la formulación de soluciones sostenibles a largo plazo para la reintegración
efectiva de los excombatientes empieza a agotarse. Muestra de ello es la vigencia cumplida de algunas
ETCR, que han venido siendo suprimidas por el gobierno, así como el vencimiento el 15 de agosto
de 2019 de la renta básica para aquellos excombatientes que la empezaron a recibir en el mismo mes
de 2017 (con salvedad de quienes están estudiando)4. Los programas de transformación integral a
mediano y largo plazo, como los PDET, requieren de una ágil y eficaz implementación bajo este
con las víctimas y con los excombatientes. Para ello, el Estado debe garantizar la seguridad de estas
poblaciones y asegurar un importante grado de presencia institucional en los territorios, mientras que
enfrenta dinámicas de conflicto armado con los GAOs restantes que amenazan ambos aspectos.
Bajo este panorama, el presente ensayo aborda la siguiente pregunta: ¿qué efectos tiene el hecho de
que el Estado deba cumplir con los compromisos transicionales signados en un acuerdo de paz, y
simultáneamente deba confrontar a los grupos armados ilegales que le (y se) disputan el control
territorial? La tesis que se sostiene es que ambos procesos suponen acciones del Estado que se oponen
más de lo que se complementan y que esta contradicción tiene como principal efecto negativo, entre
Básicamente, el argumento reza que, si el Estado enfatiza la confrontación armada con los GAOs
remanentes, inevitablemente da un giro discursivo que deteriora una legitimidad ya de por sí fisurada,
Por otro lado, si sólo se ocupa de sus compromisos relativos al pos-acuerdo, pone en duda su
capacidad para garantizar la seguridad de las poblaciones amparadas por el acuerdo, su voluntad de
4
“Gobierno suprime los primeros espacios para la reincorporación de las Farc”. En:
www.verdadabierta.com. 9 de junio de 2018.
cumplir lo pactado y, asimismo, su legitimidad. En general, en contextos transicionales particulares
(como el colombiano), un Estado que debe cumplir con sus compromisos en materia de justicia
transicional con las víctimas y excombatientes reintegrados a la vida civil, mientras que mantiene una
confrontación armada con grupos al margen de la ley que pugnan por el control territorial y amenazan
su autoridad, enfrenta un dilema, en tanto que lidiar con un desafío afecta sus logros potenciales en
El tema es relevante para la construcción de paz pues una de las principales claves para que la
terminación de un conflicto armado con inmensos costos políticos, sociales y económicos implique
la transición hacia una paz estable y duradera es – además de la reparación de las víctimas – la
protección de las comunidades, que abarcan en sí mismas a los excombatientes, los líderes sociales y
las familias campesinas. Las expectativas sobre la posibilidad de una reconciliación efectiva en la
sociedad civil en general y la seguridad de que los conflictos no se reanuden son factores
determinantes en el éxito de una transición de este tipo, y suponen que el Estado resuelva el dilema
planteado.
El ensayo está estructurado de la siguiente manera. Primero, se ofrece un marco teórico que sustenta
en esta misma línea, se realiza un análisis de algunos de los efectos de dicho dilema que la teoría no
municipios según el grado de control que ejerce el Estado o los GAOs para, finalmente y trasladado
a una aproximación empírica, analizar algunas regiones donde el dilema está latente y se manifiesta
en profundas crisis humanitarias. Estas regiones son el Bajo Atrato (en Chocó), el departamento de
justicia transicional cuando, pese a haber firmado la paz con un GAO, persisten otros conflictos con
distintos grupos del mismo tipo. En principio, entre los estudiosos de la guerra civil parece haber un
consenso en que mientras las condiciones estructurales5 y de factibilidad6 de los conflictos no sean
resueltas, estos siempre van a tener lugar, pues siempre habrá individuos dispuestos a organizarse y
tomar las armas. Esta situación que se vive hoy en Colombia tras la firma del Acuerdo de Paz con las
Farc en 2016, y que se vivió en su momento tras el acuerdo de paz con los paramilitares en 2005,
implementado en virtud de la Ley 975 de 2005 (Ley de Justicia y Paz), ha sido denominada por
Uprimny y coautores7 como “justicia transicional sin transición”, pues hace difícil pensar
Sin embargo, autores como De Greiff8 y Kalmanovitz9 han puntualizado que, en general, en
sociedades que han atravesado una crisis política y humanitaria a raíz del conflicto – y cuyos niveles
alarmantes de desigualdad han antecedido a dicho conflicto – existen profundos dilemas a la hora de
implementar una reparación integral, en una perspectiva restitutiva y pensada en favor de las víctimas.
En otras palabras, el Estado enfrenta una tensión política (y jurídica) entre la ley como un mecanismo
para posibilitar la reconciliación nacional, y para desmovilizar (o neutralizar) a quienes aún combaten.
reconocimiento efectivo de las víctimas y sus derechos. En suma, la literatura ha llamado la atención
sobre el hecho de que la adopción de medidas de justicia transicional en sociedades en las que aún
5
Gurr, R, 1970, ¿“Why Men Rebel?”, Princeton University Press.
6
Collier, P, 2000, “Economic Causes of Civil Conflict and Their Implications for Policy”, World Bakn
Development Research Group.
7
Uprimny et al, 2006, “¿Justicia Transicional sin transición? Verdad, justicia y reparación para Colombia”.
Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad.
8
De Greiff, P. 2013, “Informe del Relator Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y
las garantías de no repetición”
9
Kalmanovitz, P. 2009, “Corrective Justice vs. Social Justice in the aftermath of war”. Presentación en el
seminario Land Reform and Distributive Justice in the Settlement of Internal Armed Conflicts..
prevalece el conflicto armado “debe considerar el peligro de caer en la impunidad, y del mismo modo
en el detrimento de los derechos de las víctimas, cuando se busca avanzar a toda costa con los procesos
informe del Observatorio de la Democracia en la Colombia Rural Posconflicto11 halló que para 2017
menos de la mitad de las víctimas registradas en el Registro Nacional de Víctimas (RNV) habían
recibido algún tipo de reparación. Terminando el 2018, a falta de 3 años para terminar la vigencia de
la Ley 1448 (Ley de Víctimas), la Unidad Nacional de Víctimas ha declarado que aún falta el 87%
del total de víctimas por reparar12. Por su parte, en el plano de la seguridad y la protección de
aún más desalentador. En otras palabras, los desafíos en materia de reparación y seguridad confluyen,
en general, en los territorios más afectados por los conflictos armados que persisten con distintos
10
Delgado, M 2012, “Una justicia transicional sin transición: verdad, justicia, reparación y reconciliación en
medio del conflicto”, p. 59.
11
García, M. et al, 2018, “Colombia Rural Posconflicto. Paz, Posconflicto y Reconciliación: 2017”.
Observatorio de la Democracia.
12
“Así se está reestructurando la atención a las víctimas del conflicto”, El Espectador, 26 de noviembre de
2018.
13
Los municipios que se resaltan en este mapa coinciden con aquellos que fueron priorizados para el
posconflicto por la Fundación Paz & Reconciliación, en los que los homicidios aumentaron entre 2017 y
2018. Ver informe en: https://pares.com.co/wp-content/uploads/2018/11/INFORME-COMO-VA-LA-PAZ-
1.pdf, y el mapa correspondiente en la página 31.
Fuente: VerdadAbierta.com
Según Iván Orozco14, el carácter prolongado, ambiguo y degradado del conflicto colombiano supone
un reto para los mecanismos de justicia transicional en identificar quién es víctima y quién victimario.
El contexto descrito en numerosas regiones del país permite ir más allá e inferir un efecto no
14
Orozco, I. 2005, “Reflexiones impertinentes: Sobre la memoria y el olvido, sobre el castigo y la clemencia”.
En: A. Rettberg (Comp.). Entre el perdón y el paredón. Preguntas y dilemas de la justicia transicional.
considerado en la literatura, y es que mayor y más complejo es dicho reto si se le suma la necesidad
de distinguir entre “ex-victimarios” y “victimarios aún”, por llamarlos de alguna forma. Esta
distinción tiene efectos directos sobre el discurso manejado en torno a la justicia transicional.
Mientras que la reconciliación parece ser el eje discursivo de todos los mecanismos transicionales y
los esfuerzos de construcción de paz, el discurso penal adquiere más vigor (y es más popular) en la
medida en que los grupos armados restantes sigan desafiando la institucionalidad. El lenguaje
empleado por el Alto Consejero Presidencial para el Posconflicto del actual gobierno respecto a la
secuencia de asesinatos de excombatientes refuerza la idea de que se está priorizando, a través del
discurso penal, el problema de seguridad derivado de los conflictos armados que aún existen. Aún en
contra de la evidencia sobre las tasas de reincidencia de excombatientes15, el Alto Consejero, Emilio
Archila, afirmó que la mayoría de los 85 excombatientes asesinados hasta enero de 2019 – a la fecha
de escrito este ensayo la cifra llega a 130 –estaría involucrada en actividades ilícitas16.
En un contexto transicional, un discurso así, en términos de Orozco17, inclina la balanza en favor del
castigo sobre la clemencia, y de la justicia sobre la reconciliación. Esto tiene un efecto adverso sobre
la legitimidad política del Estado tanto frente a los excombatientes y las víctimas, como frente a la
población civil que habita los territorios más afectados. Por un lado, obscurecer la línea que separa a
los “exvictimarios” de los “victimarios aún” libera en buena medida la responsabilidad del Estado
viene empeorando. Y aunque el discurso pueda encontrar adeptos en una fracción de la opinión
pública, la realidad es que en las macro regiones18 analizadas por la Colombia Rural Posconflicto la
15
Según Nussio (2017) entre el 76% y el 92% de los desmovilizados no reincide en actividades criminales
luego de su desarme. En particular, en lo que respecta a la cifra a la que refiere Archila, el Informe trimestral
al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas sobre la Misión de Verificación en Colombia, publicado el 26
de diciembre de 2018, indica que había indicios de que 36 de los 85 excombatientes asesinados estaban
involucrados en actividades ilícitas, es decir, un 42%.
16
“Excombatientes de las Farc, ¿los matan por haber sido guerrilleros?”, Colombia Check, 1 de febrero de
2019.
17
Orozco, 2005, “Reflexiones Impertinentes”.
18
La Macarena - Caguán, Andén Pacífico, Bajo Cauca y Cordillera Central.
confianza en la capacidad de la justicia cayó del 22,6% en 2015 al 17% en 2017, y el panorama desde
entonces hasta hoy no advierte una mejora en ese sentido. Además, el 52% de los habitantes de estas
regiones se siente inseguro (con respecto a un 39% en 2015), y sólo un poco más de la mitad cree que
la Policía o los militares son los que garantizan la seguridad. La prevalencia del discurso punitivo,
entonces, parece contrastar con la realidad de una ciudadanía rural cuyas expectativas han aumentado
A partir de esto, es preciso profundizar en el carácter de la legitimidad que el Estado puede propender
adquirir en los territorios ocupados y en disputa. La distinción que realizan García y Revelo19 entre
legitimidad y eficacia del Estado da luces a este respecto. En palabras de los autores: “Un Estado que
capacidad que tenía para imponerse. Y un Estado legítimo que no logra imponer el orden o someter
a las organizaciones ilegales termina con una población que le pierde el respeto”20. El
desprendimiento práctico de dos factores que en la teoría no pueden funcionar sin el otro es muy
común en la periferia colombiana, donde concurren el conflicto y los retos de construcción de paz.
necesidades de los territorios conducen a una legitimidad sin eficacia – que es lo que se busca
contrarrestar, por ejemplo, con los PDET. Por su parte, el despliegue de Fuerzas Militares para
combatir las problemáticas de seguridad en los territorios puede ser eficaz bajo criterios
cortoplacistas, pero carece de legitimidad, en tanto no logra adherir la población a la autoridad de las
instituciones estatales.
La lógica con la que se combate a los GAOs en los conflictos armados que coexisten con un contexto
transicional refuerza el dilema entre combatir y proteger. Para que dichos conflictos se rijan bajo el
amparo del DIH (derecho que regula las prácticas de la guerra), tienen que constituir nuevos conflictos
19
García y Revelo, 2017, “La construcción del Estado local en Colombia”, Revista análisis político nº 92.
20
Íbid, p. 70.
armados no internacionales (CANIs), para distinguirlos de formas menos graves de violencia. A su
vez, esta categoría depende de criterios como el nivel de intensidad que alcanzan las hostilidades, y
El amparo del DIH pretende proteger a la población civil y disuadir prácticas de guerra sucia de las
partes en conflicto. Pero también facultan a las FF.MM para la emboscada, la acción preventiva, el
contexto mencionado, deben sumársele las responsabilidades del Estado en materia de derechos
políticos, sociales y económicos en la construcción de paz en virtud del acuerdo con las Farc. Esto le
representa al Estado unos retos que precisan dinámicas contrapuestas, en especial cuando coinciden
exigencias sociales. Por ejemplo, frente al problema del asesinato de excombatientes, cuyos autores
aún no se identifican plenamente, para marzo de 2019 se habían puesto en marcha 198 esquemas de
protección que, a la luz de la distinción hecha por García y Revelo21, parece apuntar a una solución
eficaz, mediante una estrategia militar, sin acudir al vacío de legitimidad que genera este fenómeno.
En suma, el desfase entre las expectativas de la población y las capacidades reales del Estado para
afrontar desafíos distintos y opuestos lo pone en desventaja en la pugna por la legitimidad política,
factor de por sí ya crítico pero esencial para lograr ventaja en este tipo de confrontaciones armadas22.
4. Análisis empírico.
En este apartado se analizan los casos de algunas regiones del país en los que la implementación del
Acuerdo de paz se ha visto obstaculizada por los conflictos armados entre el Estado y los GAOs, así
como entre algunos de estos últimos. Las regiones se eligen en virtud de la tipología realizan García
21
Íbid.
22
Arjona, A. 2016. “Rebelocracy”, Cambridge University Press. Kalyvas, S. 2000, “The logic of violence and
civil war”, Cambridge University Press.
23
García y Revelo, “La construcción de Estado”.
municipios de Colombia. Actualmente, el CICR considera que hay al menos cinco CANIs en
Colombia, cuatro de los cuales son entre el Estado y el ELN, el EPL, las AGC y las antiguas
estructuras del Bloque Oriental de las Farc, también llamadas disidencias24. El quinto conflicto es
entre el EPL y el ELN, cuyo epicentro es la región del Catatumbo. Para lograr un análisis que abarque
esta variedad de conflictos, las regiones que se estudian son las del Norte del Cauca, el Catatumbo
(Norte de Santander), el Bajo Atrato (Chocó) y Arauca. Por cuestiones de espacio, el estudio de cada
caso estará enmarcado en el análisis realizado hasta ahora y no en todas las matices y profundidades
El departamento del Cauca cuenta con una amplia diversidad étnica y poblacional, pero también con
los mayores niveles de pobreza y desigualdad en ingresos y calidad de vida, superado únicamente por
el Chocó. Tras la firma del Acuerdo entre el Gobierno y las Farc, el departamento concentra la mayor
cantidad de líderes sociales asesinados y, en la subregión del norte, donde habita principalmente la
La realidad social histórica del Cauca ha constituido un ambiente propicio para la presencia de
insurgencias. Sin embargo, desde que el Acuerdo de paz se tornó irreversible, empezó a tener lugar
una dinámica de reacomodo del control territorial y disputa por las rentas de economías ilícitas. Esto
ha llevado a que, además del fortalecimiento de la guerrilla del ELN en esta zona – donde además ha
el control de los recursos se hayan sumado las AGC y grupos narcoparamilitares como los Rastrojos25.
En la tipología empleada por García y Revelo, extendida al plano regional, el Norte del Cauca sería
24
“Cinco conflictos armados en Colombia ¿qué está pasando?”. CICR, 6 de diciembre de 2018. Recuperado
de: https://www.icrc.org/es/document/cinco-conflictos-armados-en-colombia-que-esta-pasando.
25
“Cauca: reacomodos territoriales violentos en el post-acuerdo”. Razón Pública, 16 de julio de 2018.
un territorio en disputa, es decir, uno donde dos o más poderes dominantes se disputan el control
En concordancia con lo pactado en el Acuerdo, los conflictos por la tierra se han complejizado y
tornado más violentos por las reclamaciones de indígenas y consejos de comunidades negras que
presencia del Estado es, a lo sumo, débil, aunque alta en términos militares para la protección de
transformación integral ya tienen establecido un monto, pero aún no han llegado26. Esta situación ha
departamento.
En el contexto de una región disputada, la pugna de los GAOs por el control territorial no se basa en
ganar legitimidad con la población civil, sino que propicia más dinámicas de violencia
indiscriminada, como lo predice Kalyvas27 para este tipo de situaciones. Lo anterior otorga un espacio
para que el Estado llene un vacío de legitimidad y logre el apoyo de la población, cosa que aún no ha
sucedido, pues ha apostado más por la eficacia militar. La existencia de mercados ilegales que
disputarse no solo revela la persistencia del conflicto sino también la debilidad del Estado y la
estimación de recursos necesitados y los fondos de los que saldrán. Esto implica una directriz estricta
del Estado desde el plano nacional para la configuración de la institucionalidad y la justicia, de manera
26
“Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial aún está en el papel en el suroccidente”.
VerdadAbierta.com. Febrero de 2019.
27
Kalyvas, 2000, “The logic of violence”.
del PDET Alto Patía en esta región, el más grande del país, es el primer desafío que se presenta en
esta materia.
El territorio del Bajo Atrato comprende los municipios de Riosucio, Unguía y Ancandí, en la zona
del Urabá chocoano. Las comunidades de esta subregión han vivido un abandono histórico por parte
del Estado en materia de provisión de bienes públicos y de seguridad. Al igual que en el caso del
Norte del Cauca, cuando las Farc y el Gobierno anunciaron el cese bilateral al fuego en 2015, otros
grupos armados llegaron al territorio a copar el vacío dejado por la guerrilla. El ELN subió por el Rio
Atrato y las AGC llegaron desde Urabá antioqueño, aprovechando la conexión estratégica con esta
civil en medio del fuego cruzado. La problemática social actual relativa a los asesinatos de defensores
de derechos humanos, líderes sociales, defensores del medio ambiente y reclamantes de restitución
de tierras responden, no obstante, a un control del territorio que el Estado no está disputando, y que
parece estar inclinado hacia las AGC. A diferencia del Norte del Cauca, las FF.MM no dilucidan
intenciones de controlar la zona, pues varios líderes han denunciado, por ejemplo, que en la cabecera
del municipio de Riosucio las AGC tienen un retén mediante el cual controlan el ingreso de alimentos,
insumos y personas.
De manera que el problema central no está en que los actores armados desafíen el poder del Estado y
su monopolio de la coacción física, sino en su incapacidad institucional para garantizar los derechos
de la gente, para regular la vida social y cumplir con las tareas mínimas que le corresponden. De los
28.832 habitantes de Riosucio, el 97,8 % cuenta con un empleo informal; el 91,5 % vive en la pobreza
y el 99,8 % no tiene acceso a agua mejorada28. Estas características son asociadas por García y Revelo
28
“El Bajo Atrato sobrevive entre el fuego cruzado y el olvido estatal”. ¡Pacifista!, 25 de octubre de 2018.
a la categoría de “municipios abandonados”. En este contexto, la lógica de la violencia se inclina, en
línea con Kalyvas, hacia la selectividad, pues los GAOs saben que no tienen desafío directo a su poder
precario orden local y el estado de las cosas. No obstante, los enfrentamientos armados entre GAOs
La legitimidad del Estado en este caso está completamente deteriorada, pues ni siquiera su presencia
implementación del Acuerdo de paz, no obstante, ha dado resultados positivos como el de la ETCR
de la vereda de Brisas/La Florida, en Riosucio, en el que para 2017 se reportó un estado de avance
del 100% en infraestructura, incluyendo áreas comunes, alojamientos y servicios29. Esto indicia que
el principal desafío es activar el funcionamiento de las instituciones de un Estado que no está del todo
ausente, pero que ha dejado a suerte de los GAOs el control de la población y ha desvinculado el
al mismo tiempo, se debe fortalecer el aparato de seguridad del Estado mediante la presencia activa
del ejército y la disputa de los territorios – ya sea que estén controlados por un GAO o esté siendo
disputado entre ellos – para que sus instituciones sean eficaces y legítimas.
iii. Catatumbo.
La subregión del Catatumbo, ubicada al noreste del departamento de Norte de Santander, ha sido un
bastión de predominio histórico de las guerrillas – principalmente de las Farc – que lograron cerrarle
el paso a la inserción paramilitar en el territorio. Desde 2018, la zona vive bajo el asedio de la
confrontación armada entre el ELN y el EPL por el control del territorio. Aunque el Estado reconoce
a ambos grupos como GAOs, bajo los criterios de capacidad militar sostenida y organización
29
Fuente: http://www.altocomisionadoparalapaz.gov.co
jerárquica concertada, al EPL lo clasifica como una banda criminal con el nombre de ‘Los Pelusos’,
El Catatumbo es la manifestación regional, tanto antes como después del repliegue de las Farc, de lo
que García y Revelo denominan “municipios paralelos”, en el que dos o más autoridades imperan en
el territorio, y “[l]as autoridades oficiales y los habitantes tienen que aprender a vivir entre estos
poderes, lo cual implica conocer y seguir distintos tipos de reglas”30. Allí, la población ha
desarrollado y establecido códigos de conducta al margen de las instituciones del Estado, bajo la
referencia de la coacción de los grupos armados. Esto implica que las organizaciones sociales se
ajusten al poder de – y la convivencia con – las guerrillas, incluso llegando a simpatizar con su
proyecto político31. En este contexto, la presencia del Estado, supeditada a la autoridad militar, llega
Pese a la cualificación política que el Gobierno niega al EPL, pero reconoce al ELN, ambas
organizaciones están también en la pugna por su legitimidad con la población civil. Con ello, a pesar
paz ha ido avanzando sigilosamente. En el municipio de Tibú, la primera fase del PDET ya culminó.
La legitimidad del Estado, no obstante, enfrenta un gran reto en tanto debe procurar desmontar los
ordenes sociales locales que se han establecido históricamente en la región con tal de empezar un
proceso efectivo de consolidación. Para ello, la vía política ha mostrado ser más efectiva que la vía
militar. En este caso, los programas de desarrollo integral plasmados en el Acuerdo deben ser el eje
de la reconstrucción del Estado y su burocracia en diálogo directo con las Juntas de Acción Comunal
y demás organizaciones sociales, que han sido históricamente la principal manifestación legal de la
institucionalidad en la subregión.
30
García y Revelo, “La construcción de Estado”, p. 83.
31
“La nueva guerra que se desató en el Catatumbo”. VerdadAbierta.com , 26 de marzo de 2018.
iv. Arauca.
Tras la terminación del conflicto armado entre el Estado y las Farc, en el departamento de Arauca se
logística de la actividad armada. Con la firma del Acuerdo, el ELN se hizo al control del territorio, y
desde el primer mes del 2019 se ha denunciado que la guerrilla firmó un pacto de no agresión – que
ha tenido también tintes de cooperación – con las disidencias de las Farc que operan en el territorio32.
La corrupción sistemática, el uso de la violencia por parte de los GAOs para la resolución de
conflictos cotidianos y la estigmatización de la población de la región por parte del Estado que la ve
como auxiliar de la insurgencia son síntomas de una región cuyo control es disputado directamente
al Estado por parte de los GAOs (las confrontaciones armadas con las FF.MM han incrementado
como producto la alianza entre el ELN y las disidencias). Esta dinámica ha dado paso a formas de
violencia indiscriminada por parte de ambos bandos, donde ninguno tiene legitimidad. Las
instituciones del Estado y las autoridades locales son en si mismas objeto de disputa entre los bandos,
Este panorama abre el camino para que el Estado priorice llenar el vacío de legitimidad que existe,
cosa que no ha logrado con la mera presencia de las FF.MM. La disputa constante del territorio ha
hecho que las dos partes de la confrontación desconfíen de la población civil, y encuentren
contraproducente regirse bajo el régimen del DIH. Por eso, el Estado debe transferir recursos
suficientes para mejoras las condiciones de los habitantes de la región, haciendo énfasis en sus propios
32
“El ELN y las disidencias están coordinadas”, La Silla Vacía, 3 de diciembre de 2018.
33
“Los grupos armados en Colombia y su disputa por el botín de la paz”. International Crisis Group Report
No. 63, 19 de octubre de 2017.
modelos de desarrollo de manera que las ganancias en legitimidad refuercen la confianza de las
comunidades, y permita consolidar entornos seguros para el ejercicio de los liderazgos sociales.
5. Conclusiones.
incapacidad del Estado – la fuerza de la ley – para desmontar la estructura ilegal que configura y nutre
a los grupos ilegales, como se percibe en el caso de las subregiones colombianas analizadas. Según
la Fundación Ideas para la Paz34, “[s]i bien hay un esfuerzo notable por parte de quienes conforman
la nueva arquitectura institucional, los desafíos que enfrentan superan las capacidades operativas de
las entidades, lo que dificulta la articulación de las intervenciones nacionales y locales”35. La reflexión
aquí planteada busca alertar sobre un dilema relativamente poco desarrollado en la teoría de la justicia
transicional, que se manifiesta en contextos transicionales con las particularidades descritas, como el
colombiano. Frente a esto, al Estado se le presenta un dilema entre sus responsabilidades en materia
Existen casos en los que la estructura institucional del Estado es inoperante, y otros en los que se
encuentra en disputa con el control que propenden ejercer los GAOs. Aunque la literatura ha
identificado algunos de los retos que enfrenta el Estado en estos contextos, el caso colombiano ilustra
cómo el discurso empleado desde las instancias nacionales configura el dilema entre combatir,
proteger y acoger a las comunidades bajo el ala de la institucionalidad y del desarrollo de proyectos
de transformación integral. Aunque, teóricamente, como se desglosó en este ensayo, el dilema surte
un efecto pernicioso sobre la legitimidad del Estado que obstaculiza el cumplimiento de sus
más afectadas muestra que la reconfiguración de dicha legitimidad no siempre parte del mismo punto,
34
Fundación Ideas para la Paz, 2018, “Las garantías de seguridad: una mirada desde lo local”, Informes FIP
No. 31, p. 9.
ni debería obedecer a las mismas estrategias. Ni el despliegue de la fuerza pública ni la transferencia
de recursos pueden por sí mismos transformar las realidades disímiles que se viven en muchas zonas
del país.
Identificar cuáles son los principales retos que el Estado enfrenta en los territorios, diferenciando
tanto los actores locales como los órdenes sociales que operan en cada uno, permite discernir los
enfoques que se deben priorizar en su consolidación, sin que la legitimidad de sus instituciones se vea
cada vez más menoscabada. El futuro y el éxito de la implementación del Acuerdo está en lo local,
pero no basta con aumentar la presencia de las instituciones públicas ni con engrosar el botín de
servicios en las zonas tradicionalmente afectadas por el conflicto, de manera que la confianza en las
instituciones se fortalezca a través del diálogo con las comunidades y la comprensión de su realidad.
Las expectativas ciudadanas derivadas del Acuerdo que se desfasan de la capacidad del Estado no
son las mismas en todas las regiones afectadas por el conflicto, con lo cual cerrar esta brecha no se
Además de esto, el desarrollo de este escrito advierte que no es preciso desvincular los retos en
proyectos económicos y sociales como parte de la transición hacia la paz. Frente a las razones detrás
que una parte de esta población se disperse del proceso colectivo de reintegración, y se vuelva más
vulnerable a retaliaciones violentas ya sea por cuentas pendientes, o por el rechazo de algunos
excombatientes a engrosar las filas de los GAOs que llenaron el vacío dejado por las Farc. Contra
36
Declaración de Alejandro Jiménez, investigador a cargo del Observatorio de Violencia Política de Pares,
para Colombia Check. Recuperado de: https://colombiacheck.com/chequeos/excombatientes-de-las-farc-
los-matan-por-haber-sido-guerrilleros.
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los compromisos institucionales que implica, es una herramienta potencialmente muy efectiva.
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