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INTRODUCCIÓN AL SIGLO XIX

(ROMANTICISMO, REALISMO, NATURALISMO)

Hay dos momentos muy diferentes en el siglo XIX tanto en lo


ideológico, político y social como en la estética y las creaciones literarias.
La primera del siglo se corresponde con el Romanticismo; la segunda, con
el triunfo del Realismo y Naturalismo.

1.- ROMANTICISMO

El siglo XIX se inicia con la invasión de Napoleón que aprovechó


la debilidad de Carlos IV y las ambiciones del ministro Godoy. Los
seguidores del príncipe Fernando decidieron la abdicación del rey en favor
de su hijo Fernando VII en 1808; Napoleón le obligó a abdicar el 2 de
mayo de ese año y el pueblo de Madrid se sublevó contra los franceses,
iniciándose así la Guerra de la Independencia que marca el principio del
Romanticismo en España. Sin embargo, las ideas de la Revolución francesa
habían calado en parte de la población española (los afrancesados) que,
aunque minoritaria, había aceptado a José Bonaparte en el trono e incluso
había colaborado con él para promulgar la legislación liberal. Otra gran
parte de la población, partidaria de expulsar a los franceses, inició la guerra
de guerrillas y se unió a la llamada Junta Central. En 1812, tras disolverse
la Junta, las Cortes de Cádiz promulgaron la Constitución cuyos principios
(soberanía nacional, división de poderes y sufragio indirecto) significaron
el triunfo de la revolución liberal. La derrota de Napoleón en 1814
permitió la vuelta de Fernando VII al trono pero, en lugar de jurar la
Constitución de 1812, restauró el absolutismo, anulando así todas las
expectativas de cambio y avivando el enfrentamiento entre los españoles.
Se restauró el Antiguo Régimen y los liberales fueron perseguidos.

El pronunciamiento de Riego en 1820 fue el primer elemento de


oposición al absolutismo con la imposición al rey de la Constitución de
1812. El nuevo régimen liberal duró tres años y provocó la primera escisión
entre los propios liberales (moderados y exaltados) y la férrea oposición de
los absolutistas. En 1823, Fernando VII, ayudado por la Santa Alianza,
recobró su monarquía absolutista en la que permaneció hasta su muerte en
1833. Le sucedió su hija Isabel II y hasta su mayoría de edad se encargó su
madre María Cristina de la regencia (1833-1840). Fueron años muy
conflictivos (guerras carlistas, desamortización eclesiástica,
pronunciamiento liberal) que terminaron con la regencia de Espartero
(1840-1843) y un nuevo golpe militar que impuso en el trono a Isabel II.
Su reinado. Con un gobierno de moderados, permitió el triunfo del
liberalismo (1844-1854) hasta el pronunciamiento de O'Donell, inicio de un
bienio progresista (1854-1856) que, después de una alternancia entre
liberales y moderados, terminó con la Revolución del 68 y el
destronamiento de Isabel Il. Por tanto, el siglo se inicia con una revolución
popular contra el invasor, que favoreció los sentimientos nacionalistas, la
conquista del poder por los liberales en 1834 y las constantes reacciones
posteriores. Las mismas contradicciones podrían explicar las diferencias y
oposiciones ideológicas que conviven dentro del movimiento romántico.
Estas diferencias pueden resumirse en dos muy opuestas: una arcaizante,
tradicionalista y cristiana (derivada de la reacción europea contra
Napoleón, publicada en el Congreso de Viena, en 1815) y otra,
revolucionaria y liberal, coincidente con el triunfo del liberalismo en toda
Europa. En España, el comienzo de este Romanticismo estuvo unido al
regreso de los emigrados liberales tras la muerte de Fernando VII.

Los orígenes del Romanticismo en España formalmente están


vinculados a la polémica iniciada con la publicación del artículo de Nicolás
Böhl de Faber en 1814 «Sobre el teatro español. Extractos traducidos del
alemán de A. W. Schlegel por un apasionado de la nación española»,
publicado en el Mercurio gaditano, en el que se hacía eco de las ideas de
Schlegel sobre la reivindicación del teatro de Calderón como elemento
fundamental para ahondar en la identidad nacional, elemento fundamental
del Romanticismo. Sin embargo, las fronteras entre unos movimientos y
otros no están claras, y todavía a principios del XIX, los neoclásicos
Quintana, Moratín, Lista siguen con sus publicaciones mientras que
también se puede hablar de brotes de prerromanticismo en algunas obras
de Jovellanos, Cadalso o Lista.

En el citado artículo, Böhl de Faber rechazaba los principios


neoclásicos porque rompían el espíritu caballeresco, propio de España, y
abogaba por partir del teatro calderoniano para construir el moderno. Sus
ideas originaron una gran polémica entre los partidarios de la defensa de
los valores tradicionales y quienes lo consideraban un ataque encubierto a
todo lo revolucionario francés. Lo cierto es que durante varios años se
mantuvo viva la polémica entre clasicistas y románticos. Para comprender
el alcance de esta polémica hay que recordar el carácter tardío del
Romanticismo español y la diferencia con el europeo, que significó una
verdadera revolución contra el espíritu neoclásico. En Alemania y en
Inglaterra, ya en 1789, Friedrich Schlegel y Coleridge, respectivamente,
habían definido los nuevos presupuestos espirituales de la literatura;
Francia lo hizo unos años después (en 1810) e Italia en 1816 y todos
coincidían en su oposición a la estética clasicista y el academicismo. Por
eso mismo, muchos románticos europeos vieron en España la raíz
romántica. Su literatura clásica (Lope, Tirso, Calderón) manifestaba el
carácter caballeresco de sus habitantes; el Romancero se vio como la épica
nacional; el personaje de Don Juan como un elemento romántico
fundamental y España como el país romántico por excelencia. Sin
embargo, todos los románticos se habían educado en la estética clásica y no
todo lo romántico obedecía a esa visión idealizada que manifestaban los
europeos. Pero si ya es complicado definir el significado del Romanticismo
en general, y fijar su origen, características y límites cronológicos, es aún
más difícil hacerlo cuando se trata de España. La inestabilidad social, las
relaciones con Europa y, sobre todo, nuestra tradición, hicieron pensar que
no existió el Romanticismo como movimiento cultural nuevo sino que
España había sido, desde siempre, un país romántico. Si además se tiene en
cuenta la extraña cronología de nuestros mejores representantes románticos
con relación a los europeos y su manifestación tardía, cuando ya dominaba
otra estética y otras ideas en el resto de Europa (algunos ya se apuntaban
también en la narrativa), y la variedad de posturas contradictorias, se
puede comprender la teoría de quienes pensaron incluso que en España
no hubo Romanticismo. Sin embargo, aunque tengamos una tradición
especial y aunque nuestra literatura no siguiera fielmente las pautas de los
modelos extranjeros, el movimiento romántico español tuvo tanta
importancia que constituye la base de la literatura del siglo XX.

La introducción del Romanticismo vino determinada por un hecho


histórico: la emigración de los liberales a Europa (sobre todo entre los años
1823 a 1828), como consecuencia del periodo absolutista. Los
intelectuales españoles conocieron en los distintos países la nueva ideología
y estética (V. Hugo, Lord Byron, Schiller, Lamartine, Musset) y a su
vuelta a España difundieron las nuevas ideas, siempre apoyadas en la
libertad y desde entonces también unidas al liberalismo político. El anhelo
de libertad (literaria, política, moral y sentimental), la afirmación de lo
particular (que dio lugar al costumbrismo) y, sobre todo del «yo», las
aspiraciones idealistas, muy alejadas de la realidad sombría y el deseo de
crear espacios y tiempos diferentes donde el artista pudiese ubicar las
aventuras heroicas (países exóticos, época medieval) constituyen los
principios románticos.

La gran difusión de las ideas románticas corrió a cargo de la prensa,


cuya influencia en la época fue decisiva y desde entonces la relación entre
periodismo y literatura se fue estrechando cada vez más. En las revistas y
periódicos de la época (más críticos que informativos) se puede seguir la
trayectoria del movimiento romántico en España. Fue la revista catalana El
Europeo, la primera en defender las ideas europeizantes del Romanticismo
en 1823. A partir de esta fecha, y con los silencios impuestos por la
censura absolutista, el periodismo determinó la evolución de la literatura,
sobre todo en el periodo de mayor libertad, entre 1834 y 1844, cuando se
multiplican las publicaciones de carácter literario (El Artista, Semanario
Pintoresco Español). El prólogo de Alcalá Galiano a El moro expósito del
duque de Rivas (1834) confirmó el triunfo del Romanticismo liberal.

Los autores más importantes colaboran en los periódicos y lo


mismo la poesía que la novela o el artículo costumbrista se leyeron mucho
antes en la prensa que en los libros. La industria editorial era además muy
escasa y, a excepción de la novela histórica, apenas se publica nada hasta
1840, coincidiendo con el éxito de la poesía.

LA LITERATURA DEL SIGLO XIX

l. POESÍA

Frente a la tradición clásica y neoclásica del siglo XVIII se laza la


poesía romántica con un afán de renovación, e incluso de ruptura en
algunos autores, que parten fundamentalmente de la idea de subjetividad.
Ya no es el criterio de autoridad y prestigio sobre el que se fundamenta la
creación poética sino el de la aportación personal e individual con todos
los caracteres propios del sujeto. A partir de esa subjetividad nace el
concepto de originalidad (que antes no tenía una función arraigada, hasta
el punto que los autores se prestigiaban por sus modelos). La originalidad
es una de las bases del talento artístico. De ahí nacerá la idea de «genio»,
que no es sino la personalidad poética o creadora, ajena por completo a la
imitación. Así los autores verdaderamente modélicos pueden ser sólo
aquellos que han mostrado un talento especial para crear obras rompiendo
con los moldes o autoridades. En este sentido, para los poetas románticos
son verdaderos genios del pasado aquellos autores como Shakespeare o
Cervantes que con sus obras sugieren modos y mundos radicalmente
nuevos por la fuerza de los caracteres o por el vigor de la inventiva; en
definitiva por la creación de nuevas formas de arte.

Si en los siglos anteriores el objetivo poético era imitar los


ejemplos de la tradición, fuese antigua (Horacio, Virgilio) o moderna
renacentista (Fray Luis de León, Garcilaso, Herrera), el poeta romántico
intenta forjar una lírica a partir de su propio yo, y en todo caso con los
materiales de la tradición sin someterlos a normas. Si se añade su gusto por
lo exótico, por lo típico y lo colorista, más el campo de experimentación en
la Edad Media, nada tiene de extraño que sea la poesía tradicional la que
acapare su interés, y en España, por tanto, que vayan a buscar sus fuentes
de inspiración en el Romancero y en las leyendas locales de carácter
popular. La idea del «pueblo» como gran creador es una idea plenamente
romántica, que ya desarrollaron, entre otros, los hermanos Schlegel y los
hermanos Grimm en Alemania, y de donde se difundió a España con Böhl
de Faber, favoreció una creación propia y tradicional. Fue Federico
Schlegel quien ya en 1798 había anunciado que la poesía romántica era una
poesía universal que miraba al porvenir. Por tanto, antes al futuro que al
pasado. La nueva sensibilidad abría las puertas al sentimiento antes que a la
razón, y de esta manera a lo irracional, lo pasional, lo fantástico, lo
misterioso, lo extravagante e incluso lo terrorífico.

En la poesía española se ensayaron nuevos moldes y se


mantuvieron algunos de la tradición que mejor servían para su plasmación
poética, como ocurre con el romance. Pero el campo de experimentación es
vario, por ejemplo en Espronceda o Zorrilla. En casi todos, pero sobre todo
en el Duque de Rivas, el romance es además una de las formas claves de
su expresión. Esto es así porque el verso corto (octosílabo) ofrece
posibilidades de expresión ilimitadas, con su estrofa abierta, que se puede
extender o comprimir al antojo de sus autores; con su rima asonante o
vocálica, que permite una variedad de acentos pero sin una norma sonora
marcada y una exigencia excesiva, y, sobre todo, el romance aparece como
apto para generar historias y leyendas, por su carácter fundamentalmente
narrativo, que se presta de forma fácil a todas las cualidades exigidas por el
poeta (colorido, sonoridad, emoción, imaginación, sentido descriptivo,
expresión de afectos, etc.).

Lo típico (de donde nacerá el costumbrismo), el paisaje (verdadero


descubrimiento romántico en cuanto liberado del personaje, o como fondo
para la expresión del estado de ánimo de éste), lo nacional y lo regional
(como factores donde la huella de lo popular queda marcada de forma
indeleble), lo brumoso e inconcreto, las ruinas (como indicación del paso
del tiempo, pero también por lo que constituyen la evocación nostálgica
del pasado), la pasión y el temperamento (el amor, el dolor, la
desesperación, la angustia y la muerte), son otros tantos temas que van a
impregnar el Romanticismo desde las primeras generaciones de autores
hasta las últimas. En las prime ras prevalecerán los aspectos más exteriores
de estos temas (protesta contra la sociedad, prosaísmo, exageración,
colorismo, sentido declamatorio, aspectos macabros), por ejemplo en
Espronceda, y también, los factores más claramente narrativos y de
colorismo localista o medieval (leyendas o romances del Duque de Rivas y
Zorrilla) o exóticos (orientalismo de Arolas) mientras que en el estadio más
avanzado del movimiento (ya en pleno Realismo) tendrá lugar una función
más selectiva, recogida e íntima (subjetivismo, intimismo, lirismo), como
ocurrirá en Bécquer y Rosalía de Castro

1. ESPRONCEDA

José de Espronceda (1808-1842), natural de Almendralejo


(Badajoz) representa el Romanticismo en su aspecto más exaltado y
combativo. Ya de muy joven fundó la sociedad secreta «Los Numantinos»,
junto con su gran amigo Patricio de la Escosura y otros, con el propósito
de dar fin al absolutismo. En Lisboa conoció a Teresa Mancha, hija de un
desterrado con quien mantendría una relación amorosa que le inspiraría el
famoso «Canto a Teresa» (incluido en su extenso poema El diablo mundo).
Con ella marchó a Londres después (cuando ya triunfaba el Romanticismo
inglés), y más tarde, sus ideas liberales le llevaron a Holanda y finalmente a
París, donde combatió en las barricadas de la revolución en julio de 1830.
Mientras tanto se había casado con un comerciante y Espronceda, a su
vuelta de París por la amnistía de 1832, la rapta y marcha con ella a
Madrid. Interviene de nuevo en política como republicano exaltado. Teresa
le abandona definitivamente y, tiempo después, por azar, el poeta llega a
contemplar su cadáver a través de la reja de una casa (1839). Finalmente, y
con sólo 34 años muere de una enfermedad en la garganta. Su biografía es
totalmente novelesca. De hecho, Galdós lo incluyó como personaje en los
Episodios nacionales; Baroja se sirvió de su biografía para las Memorias
de un hombre de acción; Patricio de la Escosura lo incluyó en El patriarca
del Valle y Rosa Chacel, le hizo, junto a Teresa, protagonista de su novela
Teresa. En él, como en todos los románticos, se une una cultura clásica con
las ideas liberales y en su caso, con la influencia de Alberto Lista.
Asimismo se funden en la obra el interés por lo social («regeneración
política» y literaria) y la preocupación por lo individual.
Aunque escribió novela (Sancho Saldaña) y teatro (Blanca de
Barbón, Amor venga sus agravios), con un interés declarado por los temas
históricos, el género que más le interesó fue la poesía. Su sonoridad, fuerza
expresiva y poder de comunicación han hecho de ella un patrón original
vivo en la memoria («La canción del pirata», «El mendigo», «A Jarifa en
una orgía»). Su obra más acabada y perfecta quizá sea el poema mayor, de
carácter narrativo y fantástico El Estudiante de Salamanca, donde ensaya
toda clase de metros, dota a la poesía de una original forma en la que
conviven elementos líricos junto a otros dramáticos y narrativas, tratados
desde una perspectiva que va de lo erótico a lo macabro y realiza una
evocación legendaria, además de crear un tipo personal de conquistador
que anticipa la sonoridad de la poesía de Zorrilla e incluso el Don Juan del
mismo. Su poema más ambicioso y extenso, El diablo mundo (inacabado),
manifiesta la influencia del Fausto de Goethe, de Voltaire y de Byron.

Otros poetas románticos importantes fueron Juan Arolas (Poesías


caballerescas y Orientales), N. Pastor Díaz (Poesías, 1840), y sobre todo,
el Duque de Rivas, importante como dramaturgo, pero también como
autor de coloristas Romances históricos («Un castellano leal», «Una
antigualla de Sevilla»), José Zorrilla (Leyendas: «Margarita la tornera»,
«A buen juez mejor testigo», y Orientales).

II. PROSA
Aunque la poesía pueda parecer el género más importante del
Romanticismo, y de hecho tuvo un interés extraordinario en la
la sensibilidad individual, la prosa no fue menos innovadora en cuanto que
gracias a ella se difundieron las ideas románticas y se renovaron dos
géneros, el costumbrista y el narrativo, que habían estado totalmente
relegados en el siglo anterior. La prensa tuvo un papel decisivo en esta
labor. Sus páginas acogieron a los mejores escritores y pensadores del
momento. Además, durante los periodos absolutistas, tras 1814 y 1823, los
liberales que se vieron obligados a emigrar a Europa y América pudieron
expresar libremente sus ideas y continuar la labor cultural iniciada en
nuestro país desde los periódicos extranjeros. La prensa española había
paralizado con la censura todo intento de renovación ideológica y había
amordazado la libertad de expresión. Si los emigrantes primero trabajaron
como periodistas, en muchos casos se convirtieron en los fundadores de
nuevos periódicos, lo que, unido a la profesión de traductores y docentes,
permitió la continuidad de la cultura y el conocimiento de España en el
extranjero. Como anécdota de la importancia que tuvo el periodismo entre
los escritores, artistas y pensadores que se habían tenido que instalar en
otro país, hay que recordar que en Londres se llegaron a publicar más
periódicos españoles que los que se editaban en todo nuestro país. Esta
circunstancia motivó que algunos críticos identificasen exilio con
Romanticismo y asignasen los emigrantes el cambio de orientación de
nuestro Romanticismo, de idealista y tradicional en liberal. Aunque no sea
fácil determinar su grado de influencia es indudable la gran importancia de
su labor. Gracias a ellos se divulgaron muy pronto (1825) en nuestra lengua
autores como W. Scott, Dumas, G. Sand, Víctor Hugo, y se difundieron los
principios románticos (1834). Asimismo, desde España, la investigación
filológica recuperó obras olvidadas de nuestro pasado, desde la Edad Media
al Barroco, y descubrió la raíz popular de nuestra literatura que se
convirtió en fundamento de la nueva estética. Nombres como Agustín
Durán, Bartolomé José Gallardo y Eugenio de Ochoa merecen recordarse
por la recuperación y el estudio de nuestro más antiguo pasado literario, del
que se nutrió el Romanticismo en los distintos géneros, y que forman parte,
con el periodismo, de la importante prosa didáctica romántica.

1. EL ARTÍCULO DE COSTUMBRES
Se puede considerar como la más original aportación a la historia de
la prosa española. A pesar de contar con los precedentes de la literatura
costumbrista del XVII y del XVIII, su novedad reside en la propia
estructura, determinada también por el periodismo. Se trata de un artículo
breve, que en Europa ya había sido cultivado por Addison, en Inglaterra, y
por Jouy, en Francia, antes de que lo introdujesen en España Larra,
Mesonero Romanos y Estébanez Calderón. Su interés no es sólo literario,
aun cuando su carácter de síntesis de los diferentes géneros sea ya muy
interesante. En su composición está presente la descripción (de tipos,
ambientes y objetos), la narración, que sirve de base para componer la
anécdota o argumento del relato, la escenificación dialogada, que presenta
actual y vivo el argumento, y el ensayo, que conforma una estructura
organizada con una intencionalidad normalmente crítica. Su interés social
es fundamental para conocer la vida española de la época: tipos, situaciones
y costumbres han permitido reconstruir la vida cotidiana de los españoles
de principios de siglo. En muchos casos, la intención es satírica o
didáctica, con el propósito de reformar las costumbres o de burlarse; en
otros, es simplemente festiva. La estructura, adecuada a la prensa, en donde
se insertaba dentro de las páginas más frívolas, respondía a un esquema
fijo en donde se destacaba el título, que recogía el tema propuesto (tipo,
objeto), un lema, que resumía el objetivo del artículo, y su desarrollo. El
procedimiento más utilizado para hacer la crítica libremente consistía en
recurrir a personajes imaginarios a través de los cuales el autor realizaba la
crítica (perspectivismo). Los primeros textos costumbristas fueron escritos
por exiliados en 1822.

1.1.-Mariano José de Larra

Larra nació en Madrid en 1809. Su padre, que era médico del


ejército napoleónico, tuvo que salir de España después de la guerra,
llevando en su exilio a su hijo a Francia cuando éste contaba cuatro años.
En 1857 regresa a España donde se desarrolló su formación en colegios
religiosos (Escuela Pía y Colegio Imperial) de Madrid. Parece que en 1824
estudia derecho en la Universidad de Valladolid, aunque pronto abandona
esa ciudad. A fines de 1825 seguía en el Colegio Imperial de Madrid y
comienzan sus relaciones con Josefina Wetoret, con la que se casa a los 20
años, matrimonio prematuro y equivocado, que tendría que lamentar
después. Se dedica por fin a las letras, empieza a escribir versos, y a los 22
años comienza a publicar El pobrecillo hablador, en donde aparecerán
algunos de sus artículos más conseguidos. Es en la Revista Española (en
1833) cuando utiliza por vez primera el seudónimo de Fígaro, aunque
antes, en 1828, ya había escrito varios artículos en El Duende satírico del
Día. Poco después de su matrimonio conocería a Dolores Armijo,
casada,
y con ella establece relaciones.

Viaja a París y a Londres, y desde 1835 se asienta en Madrid como


crítico teatral. Estrenó varias obras teatrales bajo el seudónimo de Ramón
Arriala. En 1836 decide hacer un viaje a Ávila. Las relaciones con Dolores
Armijo se habían deteriorado cada vez más y ella volvió con su marido.
Tras una entrevista con ella, el 13 de febrero de 1837, donde le anunció la
ruptura definitiva, Larra se suicidó.

El desengaño amoroso y vital que desencadenó el suicidio no fue


producto de un arrebato puntual sino la consecuencia de un hecho
progresivo debido a las circunstancias de su vida privada y pública. Larra
vivía en sí mismo los males y las lacras de la sociedad española. Él mimo
formuló su autoacusación pública en el estremecedor artículo La
Nochebuena de 1836, y, de paso, la de todos los que respondían a su
condición social. La sociedad de la época nunca comprendió las «razones»
de Larra, como muestran las notas necrológicas. El propio Zorrilla, que
debió su« vida» literaria a Larra, haciéndose famoso al leer unos versos al
pie de su tumba, le pagaría después con otros increíbles («Nací como una
planta corrompida/ al borde de la tumba de un malvado,/ y mi primer cantar
fue a un suicida»), que lamentaría más tarde, en sus Memorias («He aquí a
un insensato que insulta a un muerto a quien debe la vida»).

Era un utopista reformista y en ocasiones revolucionario. Nunca


fue, sin embargo, un idealista sino que insistió en que el camino de la
reforma habría de hacerse paso a paso, porque entendía ésta desde el fondo
de la cultura misma, y por ello la precipitación o los «saltos» no podían
solucionar los verdaderos problemas de España. Denunció el oscurantismo,
el absolutismo ideológico y el tradicionalismo unilateralmente entendido,
plasmado todo en la contienda fratricida que ensombreció sus últimos años.
La obra de Larra es muy variada, aunque lo más original son sus
artículos de costumbres. Escribió también teatro, novela, poesía y tradujo
obras extranjeras. Su poesía seguía los modelos ilustrados (Cienfuegos,
Quintana, Lista, Meléndez Valdés y Jovellanos) pero pronto la abandonó
por el teatro, verdadera pasión para Fígaro porque pensaba que podía
«enseñar», según la concepción moralista de Moratín y Jovellanos. Sin
embargo, su obra más famosa, el drama Macías, nada tenía que ver con
esas ideas ilustradas. Se estrenó en 1834 y tuvo gran éxito. Se basaba en la
leyenda medieval de Macías el enamorado, que ya habían tratado Lope de
Vega (Porfiar hasta morir) y Bances Candamo (El español más amante y
desgraciado). El mismo argumento le sirvió de base para su novela El
Doncel de Don Enrique el Doliente, lo cual muestra el interés profundo por
el tema. El desenfrenado y fatal amor del trovador por Elvira, la oposición
a las leyes morales, la proclamación de la libertad amorosa, y, sobre todo,
su enfrentamiento con la sociedad permiten atisbar el paralelismo del
rebelde romántico, que encamaba el propio Larra.

Sin embargo, los artículos constituyen lo más original, moderno e


intemporal de su obra. Forman un corpus complejo y vario. Aunque
normalmente se clasifican en artículos de costumbres, de crítica literaria y
social y política, todos podrían enmarcarse bajo el epígrafe de costumbres.
La variedad de temas es muy amplia y en ellos hay un conglomerado de
elementos vivenciales donde él siempre se muestra como espectador activo
que participa en la realidad para intentar cambiarla. Larra puso
probablemente en cada artículo mucho más de sí mismo que ningún otro
escritor de su tiempo. Y por ello mismo, porque la realidad humana es
compleja y viva, cada obra suya es una conjunción de dos categorías
fundidas: la vida personal del hombre y del artista, de un lado y, del otro, la
sociedad que le rodea. Como regenerador, está en contra de los prejuicios,
la pacatería, el esnobismo y la ramplonería ambientes.

En Larra hay un tema central, España, pero siempre visto desde la


sociedad madrileña. No hace un ensayo sobre la vida del país de forma
abstracta sino que sigue el cauce dictado por la literatura costumbrista, es
decir, observado punto por punto y cada día una cuestión hasta darnos
una visión caleidoscópica, pero enraizada no en puras abstracciones
sino en consideraciones concretas. Larra no es un escritor costumbrista
«per se», como lo son Estébanez Calderón o Mesonero Romanos, es un
escritor
que utiliza el artículo de costumbres como verdadero parapeto desde el que
poder opinar sobre los asuntos que le interesan. Y los asuntos son muchos:
desde la libertad, la justicia, las leyes, la moral, la política y las
costumbres.
Por ese interés por España, por su sentido crítico y la amargura que le
provocó su situación, es un digno discípulo de Quevedo y el claro
antecedente de los regeneracionistas de fin de siglo. Por su capacidad de
análisis resulta el precursor de Galdós, pero, sin duda, por su actitud moral
es un autor siempre vivo y actual.

Junto a Larra, los costumbristas Ramón de Mesonero Romanos,


Serafín Estébanez Calderón atendieron a la realidad madrileña y andaluza
respectivamente. Mesonero estaba interesado por la clase media a la que
trataba de moralizar, siempre con una mirada burlona, y siempre con el
propósito de «hacer reír». Sus Escenas matritenses muestran como escribió
Azorín: «la sociedad burguesa, práctica, metódica». Estébanez, en sus
Escenas andaluzas, ofrece, por el contrario, una visión más alegre y
entusiasta de los tipos, usos y costumbres de Andalucía: atiende a los
rasgos populares y su finalidad es sobre todo artística.

2. LA NOVELA ROMÁNTICA

Fue el género que más entusiasmo despertó entre los lectores, lo


cual es comprensible si se tiene en cuenta que la preceptiva neoclásica
había hecho prácticamente desaparecer la novela. El elevado número de
traducciones, muchas procedentes del extranjero, y el éxito de muchos
autores (W. Scott, Sand, Sue, Hugo) fomentaron el gusto por el relato. Su
éxito alertó también a los censores que veían un peligro en los modelos
propuestos, en las conductas de algunos protagonistas y en las ideas
revolucionarias que pudieran deslizarse. Por ello, en los períodos
absolutistas las traducciones fueron más perseguidas. Sin embargo, la
variedad de tendencias narrativas permitió una extraordinaria multiplicidad
de temas, estilos, intenciones e ideas. Había novelas para todos los gustos
(autobiográfica, dramática, folletinesca, moralizadora) aunque se puede-n
resumir en dos: novela histórica (influida por W. Scott) y novela social
(procedente de Sue y V. Hugo).
La novela histórica

Fue el subgénero narrativo más importante. Normalmente se


exponían temas de actualidad aunque ambientados en el pasado, casi
siempre en la Edad Media, y tenían por finalidad mostrar el interés
novelesco de nuestra tradición, comparable a la de Escocia o Inglaterra.
Entre los años 1830 a 1845 se publicaron las más interesantes y, aunque a
partir de esta fecha se inició la decadencia, los lectores siguieron
interesados en el tema histórico. Entre los ejemplos más importante
destacan El Doncel de Don Enrique el Doliente de Larra, La campana de
Huesca, de Cánovas del Castillo y El señor de Bembibre, de Enrique Gil y
Carrasco (1844).

La novela social o popular

La novela social o popular, como se ha denominado por el público


al que iba destinada, se comercializaba normalmente por entregas o en
folletines del periódico. Las reivindicaciones sociales de las clases más
desfavorecidas, con tintes socialistas, constituía el tema más importante.
Algunos títulos de Ayguals de Izco como María, la hija de un jornalero, El
niño de la inclusa o El pueblo y sus opresores, indican las preferencias de
este género.

Las leyendas

Las leyendas o cuentos constituyen otra importante aportación de la


época. La atracción por el folklore y lo popular y las recopilaciones hechas
por Grimm y Andersen despertaron el interés por los relatos fantásticos y
legendarios, ubicados también en la Edad Media. El mejor ejemplo se
publicaría años después, con las Leyendas de Bécquer.

III. TEATRO

A diferencia de la poesía y la prosa, el teatro necesita una


proyección pública lo que, debido a la convulsión política de los primeros
años del siglo y al desinterés de los espectadores y la acción de la censura,
hizo difícil su éxito. En escena seguían representándose refundiciones de
los autores clásicos, comedias de magia y de gran efectismo, que eran las
preferidas. La renovación más interesante se centró en el drama.

1. EL DRAMA ROMÁNTICO

El drama romántico fue la más original aportación de la época. Con


él se rompen definitivamente los principios neoclásicos, mezclándose lo
trágico y lo cómico, la prosa y el verso y haciendo de la libertad el
principio de la forma y del contenido. El amor no correspondido es el tema
que permite hilvanar las acciones más extremas y dibujar los personajes
más enajenados. Escénicamente busca los elementos efectistas, el
dinamismo y la sorpresa continua en el espectador. Es heredero del teatro
barroco aunque extrema sus características para ofrecer ante todo el
desbordamiento apasionado de los personajes, que alcanzan un mayor
equilibrio tras las primeras manifestaciones exaltadas.

2. MARTÍNEZ DE LA ROSA

Martínez de la Rosa (1787-1862), formado en el Neoclasicismo y


exiliado fue el iniciador del teatro romántico en España con los Abén
Humeya y La conjuración de Venecia (1834), los dos de tema histórico;
primero, ambientado en la Granada morisca del XVI, y el segundo, en la
Venecia del siglo XIV todavía no presentan todos los rasgos románticos.
Están escritos en prosa, y no se mezclan lo cómico y lo trágico; sin
embargo, ya han desaparecido las unidades clásicas de lugar y tiempo y
domina el ambiente sepulcral, los recursos efectistas y la condición trágica
del protagonista.

3. EL DUQUE DE RIVAS, ÁNGEL DE SAAVEDRA

El duque de Rivas, Ángel de Saavedra (1791-1865), de formación


neoclásica y también exiliado, desarrolló en El moro expósito (1834) la
leyenda de los Infantes de Lara, transmitida por los romances, y centrada
en el personaje Mudarra. El prólogo, realizado por Alcalá Galiano en 1833,
constituyó un verdadero manifiesto del triunfo del Romanticismo en
España. Escrito en verso, se destaca la descripción colorista del ambiente
árabe de la Córdoba musulmana.
Fue Don Álvaro o la fuerza del sino, estrenado en 1835, el auténtico
símbolo del triunfo definitivo del drama romántico. El protagonista es un
ejemplo perfecto de la tragedia que le puede suceder a un hombre hasta
llevarle fatalmente a la muerte. Están presentes todas las características
románticas del tema, el estilo y la escenografía: alternancia de prosa y
verso, unión de lo cómico y lo trágico, de lo cotidiano y lo ideal;
efectismos, contrastes estridentes y el misterio en torno al protagonista, que
generoso y exaltado como buen romántico, sucumbe a la fatalidad.

4. GARCÍA GUTIÉRREZ

García Gutiérrez (1813-1887) representa el paso del Romanticismo


exaltado a otro más moderado reflejado en sus dramas posteriores. Si en El
trovador (1836), obra juvenil y de gran apasionamiento (en la que se
inspiró Verdi para su ópera) sigue las características del duque de Rivas,
en sus últimos dramas Venganza catalana y Juan Lorenzo (1864 y 1865),
escritos ya en una época en que domina otra estética, los temas históricos
están interpretados con mucha mayor sobriedad en todos sus aspectos.

5. JUAN EUGENIO DE HARTZENBUSH

Juan Eugenio de Hartzenbusch (1806-1880) dramatizó en Los


amantes de Teruel (1837) el tema del destino adverso de dos enamorados,
muy popular en el teatro barroco, y su desenlace trágico. Por la perfección
de su estructura y el estilo trabajado (realizó tres versiones), se aparta de
los dramas anteriores, más rápidos en su realización y menos logrados. No
en balde su autor fue un ilustre erudito, familiarizado con el teatro del
Siglo de Oro que editó en varios volúmenes.

6. JOSÉ ZORRILLA

José Zorrilla (1817-1893), el más completo representante del


Romanticismo en todos los géneros, consiguió realizar en el drama Don
Juan Tenorio (1844) la obra más emblemática del teatro romántico. El
protagonista ha sido uno de los personajes más glosados e interpretados por
la literatura posterior y más minuciosamente analizado por la crítica en
todos los aspectos (psicológicos, sociales, morales e incluso médicos).
Su obra significa la nacionalización definitiva de los temas del
Romanticismo. Con él se recupera toda la tradición del Siglo de Oro, el
valor pictórico de los versos, la musicalidad del ritmo y la capacidad para
envolver de misterio y fantasía a sus personajes, extraídos del mundo
legendario y de la historia medieval. Con la creación del personaje de Don
Juan, símbolo universal del héroe romántico, amoral y ajeno a todas las
normas sociales y éticas, se consolida de Romanticismo español.

Escribió además de teatro, poesía y leyendas. Se dio a conocer


públicamente en el entierro de Larra, ante cuya tumba leyó unos versos que
fueron muy aplaudidos por los asistentes quienes le aclamaron como nuevo
poeta. A partir de entonces sus poesías aparecieron en la prensa y su éxito
permitió su publicación en libro. Este triunfo le abrió las puertas al teatro.
estrenó su primera obra en 1839, y dos años después consiguió con El
zapatero y el rey que se hicieran treinta representaciones (un record para un
estreno en la época). Desde entonces hasta su muerte no dejó de estrenar,
demostrando una gran capacidad de fabular, además de extraordinaria
habilidad para componer versos. Títulos como El puñal del godo,
Apoteosis de Don Pedro Calderón de la Barca o El caballo del rey don
Sancho, pueden orientar sobre los temas preferidos del autor.

Sin embargo, fue Don Juan Tenorio la obra que le dio más aplausos
su época y con la que su fama se hizo universal. La escribió en tres
semanas y con tan sólo veintiocho años. Tenía como subtítulo «drama
fantástico-religioso». El tema ya le había llamado la atención al autor, que
desde antiguos romances, leyendas y obras dramáticas habían esbozado
siglos antes al personaje. Basándose en la obra de Tirso de Molina, El
burlador de Sevilla y Convidado de piedra, que recogía a su vez un tema
legendario, Zorrilla crea un personaje con las mismas características de la
de su predecesor (fuente de numerosas otras europeas hasta la de Zorrilla),
amoral, libertino, apasionado, descreído, pero con una novedad
fundamental. El seductor condenado en la obra de Tirso se redime ahora
gracias al amor. La obra escrita en verso y estructurada en dos partes, con
un total de siete actos, precedidos de un título que resume su contenido,
está ambientada en el siglo XVI, en Sevilla. Dos amigos libertinos pugnan
por reunir el mayor número de conquistas. Don Juan gana la apuesta y
conquista incluso a la prometida de su amigo y a la novicia doña Inés pero
ésta, lejos de ser un número más en sus triunfos, resulta muy diferente. No
la puede abandonar como ha hecho con todas. Se ha enamorado de ella y se
da cuenta de que es Dios quien por ella trata de salvarle. Cuando va a pedir
perdón a su amigo y al padre de doña Inés no se lo aceptan; se entabla un
duelo y don Juan los mata. Pasados cinco años, acude al cementerio donde
está enterrada doña Inés y la estatua, que comienza a cobrar vida, le
advierte que sólo con su muerte les llegará a los dos su salvación o
condena. Después es la estatua del padre quien se le aparece invitándole a
cenar. Acude a la cita, y tras arrepentirse muere en el mismo cementerio.

Si en la primera parte la acción es rápida y las escenas cambian


continuamente, la segunda, que sucede en el cementerio, es muy lenta y en
ella se acumulan todos los efectismos románticos (noche, tormenta). Así se
expresan el influjo satánico del burlador y el amor, en cuanto fuerza divina
capaz de transformar al hombre. Con la creación de doña Inés, símbolo
romántico de la mujer virginal, Zorrilla consiguió una nueva versión, la
más divulgada, del personaje tradicional de Don Juan, quien, lejos de ser un
estricto burlador se ha convertido en un hombre. Junto con Don Quijote y
la Celestina, don Juan ha pasado a ser otro gran mito universal.

II. POSROMANTICISMO, REALISMO Y NATURALISMO

Las revoluciones europeas de 1848 coincidieron con la década


modera-da en España y apenas tuvieron repercusión inmediata. Isabel II,
hija de Fernando VII, había jurado la Constitución en 1843 y, tras un
período de gobierno progresista, los moderados permanecieron una década
en el poder (1844-1854). Después de una alternancia de liberales y
moderados, se fue gestando un movimiento de oposición a la regente que
terminó con la revolución de 1868, la Gloriosa, que determinó su caída y
exilio. Una nueva Constitución liberal trató de devolver a la sociedad los
principios democráticos que había perdido por una política cada vez más
represiva. La revolución del 68 fue consecuencia del descontento popular
por la situación económica, sobre todo de los obreros y campesinos, que
en estos años se asocian en los grandes núcleos urbanos para solucionar sus
problemas. Se pensó que la Restauración de la monarquía, con Amadeo I
de Saboya, terminaría con los conflictos pero no fue así. Su abdicación
(1873) y la instauración de la 1 República, que apenas duró un año,
favoreció la monarquía, ahora en la persona de Alfonso XII, que reinó
hasta su muerte (1885), sucediéndole su esposa María Cristina hasta la
mayoría de edad de Alfonso XIII (1902).

La época, marcada en lo político por los pronunciamientos, y en lo


social por las consecuencias de la revolución industrial y el capitalismo,
permitió el ascenso de la burguesía al lugar en donde antes estaba la
aristocracia, y la aparición de una clase media, formada por pequeños
empresarios y trabajadores, al tiempo que el proletariado permanecía
masificado y marginado en su pobreza. Si se añade la influencia que el
positivismo científico e ideológico ejerció en esa sociedad puede
entenderse el panorama sociocultural de nuestro país, más atento a los
datos objetivos que a la interpretación o valoración individual de las ideas.

Este período, uno de los más conflictivos de nuestra historia social,


cambió el panorama de nuestro país. El desarrollo de la burguesía, más
atenta a considerar las realidades prácticas, el carácter cada vez más
conservador de la sociedad, la represión de las revoluciones, la orientación
moderada o conservadora de la política, permitió que fuera desapareciendo
el idealismo romántico y su interés lo ocupase la realidad del presente.
El bienestar era más importante que los sueños románticos. El progreso,
como ideal científico y técnico, y la mentalidad mercantil se convirtieron
en la nueva religión de los poderosos. El poder y el dinero se concentraron
en unas cuantas familias y ellas fueron las que decidieron el proceso
de industrialización, el trabajo y la política. Las ideas del librepensamiento
y el relativismo desarrolladas en Europa penetraron en nuestro país lo
mismo que los inventos (teléfono, alumbrado eléctrico), los
descubrimientos científicos (teoría de la relatividad, subconsciente),
técnicos (hormigón en las construcciones) y los movimientos sociales
(anarquismo y socialismo). Con el auge de la prensa y la inauguración del
ferrocarril, símbolo de la importancia de la comunicación, comenzó una
nueva vida que trataba de ser sin fronteras.

El progreso de la técnica, aplicado a la imprenta, favoreció


asimismo la difusión de las ideas. La cultura dejó de ser minoritaria; el
gobierno se ocupó de elaborar proyectos de educación para todos y se
multiplicó el número de escuelas: la Universidad acogió un alumnado
democrático y recobró un prestigio desconocido desde el Renacimiento. A
partir de entonces se inició la transformación definitiva de nuestro país. En
el fin de siglo tres generaciones (romántica, realista y jóvenes modernistas)
convivieron enriqueciendo el panorama literario de la época. Se desvanece
la tópica imagen romántica del español idealista y torero y poco a poco se
va perfilando otra España que trabaja y está abierta a los nuevos aires
culturales de Europa. La Iglesia tuvo una doble misión: afirmar los
principios tradicionales frente al materialismo moderno y ayudar a las
clases más desfavorecidas.

La Restauración supuso una fuerte conmoción política y social con


el consiguiente cambio de mentalidad. Por vez primera se impuso el libre
examen del presente, la crítica sobre la realidad contemporánea y la
reflexión sobre lo que habría de ser la base del futuro. Los novelistas
habían asumido desde 1850, la misión de difundir el pensamiento y el
descubrimiento de comportamientos ocultos de la clase media para crear
una sociedad diferente y reformada. Además de la influencia de la literatura
europea (Flaubert y Zola), la ciencia experimental positivista fue modelo
para los escritores. Una observación detallada y meticulosa de la realidad y
de los comportamientos humanos dio lugar a la técnica realista. El
costumbrismo propio del Romanticismo, sirvió asimismo, aunque con otra
finalidad, para expresar la nueva estética. Un paso más allá del análisis de
la del análisis de la realidad lo constituyó el Naturalismo, con la aplicación
de los principios experimentales a los comportamientos más instintivos del
ser humano. Sin embargo, el peso de la tradición católica impidió en
España un desarrollo completo del Naturalismo porque llevaba unido en
sus principios un determinismo contradictorio con la libertad moral. Pardo
Bazán teorizó sobre el tema en La cuestión palpitante.

En ese ambiente propiciado por la Restauración hay que destacar la


importante función de la Institución Libre de Enseñanza, creada en 1876,
bajo la influencia del idealismo de Krause, por los profesores que
fueron
expulsados de la Universidad. Dicha Institución, que sirvió para la
renovación ideológica, educativa y estética del país, será el nexo de unión
entre el siglo XIX y el XX y sus primeros frutos pueden verse en el fin de
siglo con los autores modernistas.
l. POESÍA

1. POSROMANTICISMO
Si la novela fue el género más importante de esta segunda mitad de
siglo, la poesía prolongó las características del Romanticismo, centrándose
en un mayor intimismo, alejado de toda explosión sentimental externa.
Bécquer y Rosalía de Castro son los modelos fundamentales de este
intimismo, puesto que otros poetas, aun siguiendo con las bases románticas,
realizaron una poesía centrada en la realidad y cuyo resultado fue muy
mediocre.

Gustavo Adolfo Bécquer

Bécquer es, junto a Rosalía de Castro, quien introduce en España el


«intimismo» en la poesía. Nacido en Sevilla (1836-1870), de familia de
pintores (su padre, su tío y, sobre todo, su hermano Valeriano serán
excelentes representantes del arte de su tiempo), y él mismo aficionado al
dibujo y a la pintura, queda huérfano de niño y es cobijado por su madrina
Manuela Monnehay. A los diez años había empezado los estudios de
náutica en el Colegio de San Telmo, que fue cerrado poco después. Se
acostumbró a la lectura en la biblioteca de su madrina y se aficionó a la
literatura. Se trasladó a Madrid pensando en conquistar la gloria literaria y
aquí colabora en la composición de zarzuelas con su amigo Luis García
Luna y proyecta una magna obra, la Historia de los templos de España.
Enamorado de Julia Espín, posible mujer a quien dedicó algunas de sus
Rimas, se casó, sin embargo, con Casta Esteban, matrimonio que fue un
fracaso. Trabajó como periodista en diversas revistas de la época y publicó
algunas Leyendas en periódicos. Pasó un tiempo en el monasterio de
Veruela donde redactó sus famosas Cartas desde mi celda. También
residió en Toledo con su hermano Valeriano. En1870, tras la muerte de su
hermano, enferma a causa de un enfriamiento y muere. No pudo ver
publicado el libro de sus Rimas, que los amigos del poeta editarán al año
siguiente como homenaje a su memoria. El manuscrito de sus poesías
originales, que Bécquer había entregado al Ministro González Bravo para
su publicación, se perdió en un saqueo.

La poesía de Bécquer nace del influjo de varias corrientes literarias:


de un lado, la poesía romántica anterior a él (principalmente Espronceda),
de otro, la poesía popular de carácter andaluz (de la que es ejemplo
importante La soledad de su amigo Augusto Ferrán), y de otro la escuela
filogermanista (Selgas, Ruiz Aguilera, Eulogio Florentino Sanz o el
mismo Ferrán). La esencia de su poesía como género literario se proyecta
en la canción intimista (el lied en la poesía alemana). Sus precedentes hay
que buscarlos en autores germánicos (Novalis, Hölderlín, Tieck,
Hoffmann); franceses (Vigny, Nodier, Hugo, Nerval) y en Byron y Poe,
principalmente. A algunos de estos autores (franceses principalmente) los
pudo conocer en su lengua original y a otros mediante traducciones de
otros poetas españoles, como los mencionados antes.

Bécquer realiza una síntesis de los modos poéticos anteriores, que


según algunos críticos se pueden reducir a la Melodía o Lied, a la Estampa
o descripción de un ámbito poético o cuadro, y el Cantar estilizado, una
especie de canción popular elegantizada. Rara vez su tono es discursivo.
Utiliza los medios precisos y simples, y por ello los efectos son de una
pureza y sencillez admirables.

Los temas de las Rimas han sido agrupados por la crítica según el
criterio de ordenación realizado por los amigos del poeta en la edición de
1871. Según éste los temas se reducen a un mundo intimista, una especie de
historia amorosa con varias etapas: la poesía y su sentido (Rimas I a XI), el
amor y su descubrimiento (Rimas XII a XXIX), el desengaño (Rimas XXX
a LI), la angustia y la muerte (Rimas LII a LXXVI).

Desde el punto de vista formal Bécquer apenas se atiene a las


estrofas clásicas. Generalmente intenta moldes nuevos. Prefiere la
combinación de versos endecasílabos con heptasílabos en rima vocálica o
asonante, o decasílabos con hexasílabos, y a veces utiliza el pie quebrado
en los poemas. En este sentido hay que decir que Bécquer suele hacer
populares los versos cultos y cultos los populares, de tal manera que busca
siempre un efecto de ponderación que se aleje tanto de la consonancia
excesiva de la poesía culta como del prosaísmo en que puede caer a veces
la poesía popular. Por su sinceridad y hondura Bécquer introduce una
nueva forma de poesía que inaugura realmente la poesía contemporánea y
va a servir de faro y guía a modernistas, noventayochistas, autores del 27 y
poesía posterior. Su vigencia está presente no sólo en los medios cultos que
lo leen sino en los ambientes populares donde se han difundido algunos de
sus poemas. En su definición de la verdadera poesía («natural, breve, seca,
que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con
una palabra y huye») y en su intuición sobre una realidad invisible, oculta a
los sentidos, misteriosa e inquietante, adelanta la poética modernista.
En las Cartas literarias a una mujer y en la crítica a la crítica a la
Soledad de su amigo Augusto Ferrán, están contenidas sus ideas sobre la
poesía. Aunque sin duda la mayor aportación de Bécquer reside en la
poesía de sus Rimas, no hay que desdeñar la importancia de sus Leyendas,
como ejemplo de una prosa fantástica y luminosa, con toques de elementos
pintorescos y costumbristas en alguna ocasión. Unas se desarrollan en
lugares que conocía bien, como Sevilla («Maese Pérez el organista»): otras
en Soria («El monte de las ánimas» o «El rayo de luna»): en Toledo («El
Cristo de la calavera»); en Aragón («El gnomo»). Algunas se ubican en
lugares más exóticos, como las que llama «tradiciones indias» («El
caudillo de las manos rojas», o «La Creación»).

Rosalía de Castro

Señalada por su triste destino desde su nacimiento (1837-1885),


parece que no pudo superar su origen «de padres incógnitos», según reza
en su partida bautismal (aunque se sabe que era hija de una dama y un
eclesiástico. Su vida se desarrolló entre Galicia y Madrid. De adolescente
sufrió una experiencia no muy bien conocida que acentuó su inestabilidad
emocional, su soledad interior y la «pena guardada en el pecho» (como ella
misma dice) a la que siempre cantó. Desde muy pronto mostró inquietudes
literarias y escribió poesías (La flor, 1856) y novelas (La hija del mar,
1859, El caballero de las botas azules, 1867). En 1858 se casó con Manuel
Martínez Murguía, valioso escritor e historiador, con quien su vida
transcurrió entre Simancas y Madrid cuando éste fue nombrado jefe del
Archivo de la ciudad vallisoletana. Gallega y galleguista, escribió tanto en
esta lengua (Cantares gallegos, 1863, y Fallas novas, 1880) como en
castellano (En las orillas del Sar, 1884), unos poemas que reflejan con
entera sinceridad su mundo interior y la nostalgia de su tierra. Estas obras
señalan, como sus fechas, una evolución que va desde lo popular (paisaje,
costumbres, gentes del terruño) hacia lo más íntimo y lo dramático (el
dolor, la amargura, el desengaño), siempre con un ritmo nuevo y original.
Rosalía cultiva un lenguaje personal, exento de retórica, pero en el que se
introducen metros nuevos y recursos estilísticos originales, todo ello para
expresar una poesía de gran hondura humana, que no busca el aplauso ni la
fama (antes de morir dejó dicho que se quemasen los manuscritos que
guardaba inéditos), y que sin embargo ha dado testimonio de una autora
plenamente original.

2.- POESÍA REGIONAL A MEDIADOS DEL SIGLO

Muy diferente al intimismo de Bécquer y a Rosalía, es el propósito


de unos poetas que se decantan por un tipo de poesía cuyo objetivo es la
realidad inmediata. El resultado es una poesía prosaica y sensiblera
(Campoamor) o preocupada por transmitir ideas o moralizar (Núñez de
Arce). También surge otro tipo de poesía que atiende sobre todo a cantar lo
costumbrista y propio, como Gabriel y Galán (Extremadura), Vicente
Medina (Murcia) o Enrique de Mesa (Castilla). En este sentido la poesía
muestra unos mismos intereses que los novelistas. Algunos pueden
considerarse incluso precursores del Modernismo por sus aciertos
musicales y estéticos (Salvador Rueda).

II. PROSA

La narrativa realista española es producto de la nueva burguesía y


resultado del vitalismo de la prosa romántica. La novela que surge tras la
Revolución del 68 representa el triunfo definitivo del género gracias al
costumbrismo y la atención a la realidad social. Cuando la burguesía
accede al poder la narrativa realista constituye su cauce de expresión más
adecuado. A diferencia de épocas anteriores en donde el escritor (desde el
Renacimiento) vivía de un trabajo ajeno a la obra de creación, con el
liberalismo el autor vive de su trabajo y escribe para el público. Su éxito o
fracaso lo deciden los lectores y sus temas y su estética van dirigidos a
ellos. Sin embargo, en España no existe una delimitación tan tajante como
en otros países entre Romanticismo y Realismo; durante bastantes años
conviven las dos tendencias en una encrucijada en la que, lejos de
oponerse, el Realismo surge del propio Romanticismo. Las razones hay que
buscarlas en el auge tardío de nuestro Romanticismo, que se prolonga hasta
bien entrados los años cincuenta, tanto en la novela (histórica y social),
como en el artículo de costumbres, y aun más tarde en el caso de la poesía.
La novela por entregas y el folletín permitieron la continuidad de estos
géneros con gran éxito de lectores, sobre todo a partir de 1845 en que
Ayguals de Izco publicó su popular María o la hija de un jornalero. Las
primeras obras realistas (Escenas montañesas, de Pereda y La Gaviota, de
Fernán Caballero), de 1846 y 1849, coinciden plenamente con las
románticas. Unas y otras tienen muchos puntos en común pero el Realismo
impone un nuevo modo de acercarse a la realidad, con más objetividad y
distancia, y para ello la técnica y el lenguaje se adaptan a esa finalidad.
Los temas de la novela son tan amplios como lo es la realidad, pero
siempre la española. Sin embargo, lo que interesa no es el individuo como
ser aislado sino como parte de la colectividad, como ente social. El
ambiente, su entorno, sus costumbres, sus preocupaciones y sus
aspiraciones forman la materia de la novela Por ello es muy importante la
descripción y cuanto más fiel a la realidad, mejor.

La función del narrador es, ante todo, utilitaria. Como si fuera un


cronista de esa realidad que contempla, trata de acercarse a los hechos
desde la objetividad del científico o desde la imparcialidad del historiador.
Prescinde de la imaginación y de su propia personalidad (no siempre) para
reflejar fielmente lo que ve. Las ciencias experimentales y el afán científico
de la época imponen esa objetividad, acompañada también de su misión
totalizadora: el autor parece conocer todos los aspectos de sus personajes
sin que se note su presencia en la obra.

La técnica utilizada por los nuevos novelistas deriva del concepto


de novela propuesta por Stendhal («es un espejo que se pasea por un
camino real») y que obedece a sus principios de traducir fielmente la
realidad. Para conseguido se hace preciso la observación minuciosa, la
documentación y el acopio de datos. El autor consigue así transmitir un
mundo real y construir unos personajes perfectamente adecuados en su
fisonomía, profesión, carácter y sensibilidad, al medio. La descripción es
fundamental. Permite detallar minuciosamente todos los elementos del
paisaje, la calidad de sus gentes, su forma de vida e incluso su físico, sus
gestos e indumentaria. Apenas hay posibilidad de imaginar al personaje.
Toda la información, por elemental que pueda parecer, está recogida en su
obra, pero no sólo de su aspecto exterior. El escritor también penetra en su
intimidad, en su conciencia, y analiza su comportamiento desde diferentes
perspectivas. Los ambientes elegidos son muy variados. Lo mismo núcleos
urbanos que rurales, clases proletarias que burguesas, grandes y pequeños
escenarios sirven para desarrollar el relato de un mundo complejo en donde
el individuo está sometido a las presiones de una sociedad nacida del
capitalismo y que a veces antepone el dinero y el poder a los sentimientos
Estructuralmente, la novela realista está organizada de lo general a
lo particular. Al igual que la cámara cinematográfica, el autor nos ofrece
primeramente una visión amplia que después pasa a concretarse en cada
elemento singular. Comienza con la situación en tiempo y espacio,
apuntalada con fechas y sucesos reales, y se va fijando en aspectos
particulares hasta informar del detalle más elemental. El estilo y la
expresión están adecuados al propósito documental del autor. El léxico se
corresponde con el ambiente y el vocabulario traduce la realidad sin
cortapisas. El habla popular con sus peculiaridades, su fonética y
dialectalismos o regionalismos, está registrado como si la novela fuese un
fonógrafo. Asimismo, la ideología de la época (cientifismo, economía y
política) influye en el lenguaje y, como la vida cotidiana que describe,
resulta más sobrio y sin aspiraciones efectistas.

El Naturalismo resulta de la intensificación del Realismo. Surge


por influencia del francés Zola. El auge de la experimentación y del
determinismo se aplicó a la novela que entonces tiende no ya a reflejar la
realidad sino a trasladarla a las páginas, y sobre todo a incorporar sus
aspectos más naturales, animales o elementales (fisiología, sexo,
brutalidad). A diferencia del europeo, el Naturalismo español está
moderado por la concepción cristiana del hombre, incompatible con el
determinismo científico que negaba el libre albedrío.

1.- DEL CUADRO DE COSTUMBRES A LA NOVELA


REALISTA:
FERNÁN CABALLERO

En la gestación de la novela realista se pueden distinguir varias


etapas hasta su definitiva realización en los años setenta. Igual que ocurrió
con el Romanticismo, el triunfo del Realismo en España se produce cuando
ya en toda Europa se está iniciando un nuevo cambio estético hacia la
definitiva modernidad. Aunque Balzac está traducido y se conoce
perfectamente en 1840 no influye hasta después de la Revolución del 68, y
Stendhal y Dickens, que escribieron sus obras antes de 1840, no fueron
conocidos por los españoles hasta 1870. La novela realista procede, por
tanto, de la prosa romántica, y en concreto del artículo de costumbres.
CECILIA BÖHL DE FABER (1796-1877), suiza de nacimiento,
y educada en el Romanticismo y en el amor a las tradiciones españolas,
hereda de su padre (editor y gran conocedor de nuestra literatura clásica)
supo observar y recoger las notas costumbristas de las regiones españolas
que los cambios sociales y políticos y la nueva mentalidad materialista («el
progreso») trataban de destruir. Esta postura, plenamente romántica,
determinó una reacción tradicional y nacionalista entre los autores, y hasta
se llegó a afirmar la necesidad de que cada región y provincia tuviese
novelas costumbristas de manera que no se perdiesen las tradiciones. Con
el seudónimo de Fernán Caballero, inició en La Gaviota (1849) la
novela
regionalista, modelo para otros autores que recrearon los ambientes de su
tierra. Prácticamente, de Galicia a Andalucía y de Santander a Castilla,
toda España se vio reflejada en este tipo de novela.

La Gaviota, ambientada en Andalucía y Madrid, trata de ser una


novela de costumbres. Para ello la autora hilvana cuadros costumbristas
con un argumento muy elemental (el éxito como cantante de una sencilla
joven andaluza, «la gaviota», que termina en forma dramática) del que se
sirve para mostrar su intención didáctica y las costumbres andaluzas,
introducidas mediante descripciones del natural y la incorporación de
cuentos, coplas y chascarrillos populares. Junto a la técnica realista
perviven elementos románticos como los personajes, los paisajes
nocturnos, las escenas en torno a monasterios, ruinas, o las típicas corridas
de toros como manifestación de lo peculiar español. Su finalidad es mostrar
las virtudes de las gentes sencillas del pueblo frente al materialismo y la
falta de valores existente en las grandes urbes.

2. PEDRO ANTONIO DE ALARCÓN

Alarcón (1833-1891) representa la transición entre la novela


romántica y la realista. En su amplia producción están presentes los
ejemplos de no-vela histórica, los cuadros de costumbres y las novelas de
tesis en las que el autor se propone defender una idea como objetivo de su
relato. Su actitud conservadora, en defensa de los valores católicos, y su
cuidado estilo y armónica construcción de los personajes, supone un paso
importante en la trayectoria de la novela realista.
El sombrero de tres picos (1879), su novela más importante aunque
diferente al resto de su producción, tiene un origen folklórico. Basada en un
tema tradicional (el cuento del corregidor y la molinera), difundido en
romances, estructura la acción como si se tratara de una comedia clásica. El
escenario es Andalucía, tierra de su autor, y el sencillo conflicto sirve para
enfrentar dos concepciones del mundo (tradicional y moderna), y de la
moral. La ironía, el suspense, la plasticidad de las descripciones, la
comicidad y, sobre todo la capacidad para analizar el fondo de los
personajes son sus mejores cualidades.

3.- JUAN VALERA

El andaluz Valera (1824-1905), aristocrático de nacimiento y


educación, fue uno de los más brillantes intelectuales de la época,
preocupado más por la estética y el individuo que por los problemas
propios de la nueva novela. Las mujeres son protagonistas de sus mejores
novelas, Doña Luz, Juanita la Larga y Pepita Jiménez: En todas muestra
la incidencia del amor en la vida femenina y sus repercusiones en la vida
social. Lo más interesante de su narrativa es el enfoque psicológico y su
intencionalidad estética, de la que no está ausente el propósito moralizador
y la ironía.

Pepita Jiménez (1874), quizá la más conseguida, narra el proceso


amoroso entre un seminarista y una joven viuda, a la que pretendía su
padre. El recurso epistolar, la descripción de la intimidad de los personajes
y el estilo cuidado son sus rasgos más importantes.

4. JOSÉ MARÍA DE PEREDA

El santanderino Pereda (1833-1906) trató de plasmar desde sus


comienzos periodísticos el costumbrismo que observaba en su tierra, pero
fue durante su estancia en Madrid, y bajo la influencia de Pardo Bazán,
cuando consiguió realizar novelas (ambientadas en la capital) en las que la
unión de la trama y el costumbrismo fuese más coherente. A partir de
Sotileza y La puchera, en las que trazó todo el transcurrir de unos seres
«reales» en su humilde vida diaria, en una especie de epopeya vulgar
santanderina, Pereda se sintió cada vez más atraído por la Naturaleza.
Peñas arriba (1895), la mejor y más completa novela, constituye una
excepcional obra realista (la mayoría de los personajes y ambientes son
reales) en la que aparecen fusionados los mejores recursos narrativos y
poéticos. La Montaña, el verdadero protagonista, llega a representar el
símbolo de la luz divina que guía a los hombres en sus acciones.

5. VICENTE BLASCO IBÁÑEZ

Natural de Valencia (1867-1928), es uno de los mejores


representantes del Realismo y el mejor narrador de su ambiente valenciano
rural, pero también el crítico más activo del 98 (como corresponsal de
guerra). Al vivir en el extranjero durante mucho tiempo, con extraordinario
éxito editorial, su obra no ha tenido en España la trascendencia merecida,
aunque el cine y la televisión han difundido algunos de sus mejores títulos:
La Barraca, Cañas y barro y Sangre y arena.

6. EMILIA PARDO BAZÁN

Natural de Galicia (1851-1921) con ella se efectúa la transición


definitiva del Romanticismo al Realismo y hacia el Naturalismo e incluso
hacia la espiritualidad de fin de siglo. Mujer de gran formación y cultura,
además de una pionera en la defensa de los derechos de la mujer en lo
privado y en lo público, participó en las tertulias literarias más importantes
de Francia (Zola, Víctor Hugo) y de España. Su afán intelectual le llevó a
estar al tanto de todas las novedades de creación y de crítica del momento,
literarias y científicas, y fue la principal defensora del Naturalismo en
nuestro país. La cuestión palpitante (conjunto de artículos publicados en La
Época, entre 1882 y 1883) constituye una verdadera apología del
movimiento, aunque interpretado desde una postura católica, por lo que
resulta más una técnica intensificadora de los recursos realistas que un
movimiento ideológico-científico como ocurre en Zola.

En su obra se han distinguido todas las tendencias existentes en la


narrativa de la época desde las románticas a las naturalistas, pero ante todo,
se puede decir que es la cronista del costumbrismo gallego. Su obra puede
clasificarse en: novelas juveniles de tendencia romántica, con el tema del
amor como fondo al que se añaden componentes propios de ese ambiente
gallego como pactos diabólicos, apariciones mágicas (Pascual López,
autobiografía de un estudiante de medicina) en donde se funde lo telúrico y
el misterio romántico; novelas en que combina lo romántico con lo realista
y en donde ya se apuntan algunos elementos naturalistas, aunque aislados,
como ocurre en Un viaje de novios, donde el tema, los protagonistas y sus
peripecias son propios del Romanticismo mientras que las descripciones
detalladas de las costumbres son realistas y los «datos físicos» (médicos)
sobre los que se apoya la autora corresponden al determinismo naturalista;
novelas realistas con una intencionalidad social, como La Tribuna,
ambientada en una fábrica de tabacos y cuya protagonista, Amparo, una
obrera representa la situación opresiva de las trabajadoras, la injusticia de
los patronos, los conflictos permanentes en que viven y la esperanza de los
obreros en la política como único medio para cambiar su vida; novelas
realistas-naturalistas, coincidentes con su obra más madura, representan lo
mejor de su producción y tienen como centro de acción la realidad de su
Galicia natal. Ahora la visión de Galicia es completa, desde la Naturaleza a
la sociedad y desde el medio rural al aristocrático.

La obra Los pazos de Ulloa combina la descripción de la Naturaleza


con la técnica realista y la intensificación naturalista como medio para
transmitir la brutalidad del ambiente salvaje primitivo en oposición a la
sociedad civilizada. El tema es el antagonismo de dos mundos opuesto: el
rural y el urbano, pero ni el rural es idílico (es brutal) ni el urbano es
positivo. La autora contempla la desintegración de la clase más
privilegiada, la aristocracia, y la brutalidad de las gentes inmersas en los
espacios rurales, como si lo salvaje del medio determinase su
comportamiento inhumano. Dos espacios distintos (el pazo rural y la casa
señorial de Santiago de Compostela) sirven para situar dos bloques
opuestos de personajes, los pertenecientes a la tierra bárbara y primitiva,
fuertes en su complexión y fisiología, y los más débiles, sensibles y
enfermizos, de la urbe, Julián, un joven sacerdote, se convierte en el puente
entre dos mundos, pero su inexperiencia de la vida y su falta de energías le
impide evitar la catástrofe que se ceba sobre todo en las mujeres. La fuerza
de la Naturaleza y la decadencia de la aristocracia son los dos ejes sobre los
que se articula esta obra, perfectamente estructurada y de una riqueza
léxica extraordinaria. Su continuación en La madre Naturaleza supuso,
dentro del mismo argumento, un cambio de perspectiva, al convertir la
naturaleza en un lugar más plácido y agradable, lo que redunda en una vida
más amable para los protagonistas.
7. CLARÍN

Leopoldo García-Alas (1852-1901), a diferencia de Galdós, que


fue el creador de un universo narrativo y de una extensa obra, Clarín, nos
ha legado una novela excepcional, La Regenta (1881), considerada la más
coherente y mejor estructurada del siglo XIX. La realidad asturiana de la
época, transmutada en la literaria Vetusta (Oviedo) está contemplada desde
todas sus perspectivas. Su vertiente costumbrista, social y política está
analizada minuciosamente, igual que su paisaje y la intimidad de sus
gentes. La protagonista principal, Ana Ozores, sirve de eje argumental
para la construcción de un mundo total en donde las fuerzas sociales y los
poderes tradicionales llegan a destruir al individuo. El tema del adulterio se
convierte en excusa para describir la incidencia de la política y de las
clases eclesiásticas (representadas por el Magistral, Fermín de Pas) en las
conciencias individuales. El afán de dominio del clérigo, unido a la
inmadurez de Ana, educada entre libros y ajena al mundo, convierte la
realidad provinciana en una atmósfera opresiva y amoral en donde cada in
dividuo sufre la tragedia de su propia conciencia escindida entre la norma y
el instinto. Estructuralmente, se compone de dos partes muy distintas en s
dinamismo: una primera, muy lenta, en donde se desarrollan los
acontecimientos y recuerdos a lo largo de tres días, y otra, mucho más
rápida que cuenta lo ocurrido en tres años.

8. BENITO PÉREZ GALDÓS:


VERDADERO CREADOR DE LA NOVELA REALISTA

Aunque nacido en Canarias (1843-1920), fue Madrid la ciudad en la


que vivió (desde 1862), trabajó y la que se convirtió en centro de su
narrativa. Para conocer cómo era la capital en la época, sus barrios,
trabajos, sus gentes y costumbres es obligado leer su obra, siempre
atractiva, rica y amena por la capacidad de invención de su autor y por el
estilo sencillo y fluido de su prosa. El tema de su discurso de ingreso en la
RAE, La sociedad presente como materia novelable, puede considerarse
como la definición de su novela, puesto que todos sus argumentos están
extraídos de su realidad contemporánea. Su ideología liberal y su postura
anticlerical, cada vez más radicalizada, sobre todo desde 1901 en que el
estreno de una obra de teatro (Electra) se convirtió en símbolo de la
protesta general de los intelectuales por el problema del 98, le acarreó una
dura censura de los sectores más tradicionales y del clero. Por esta razón
fue vetado para entrar en la Real Academia y para su candidatura al
premio Nobel en 1912. Sin embargo gozó de una fama extraordinaria y del
entusiasmo de los lectores; entusiasmo que sigue vivo y actual como
demuestra el número de ediciones y de obras trasladadas al cine y a la
televisión.

A diferencia de los escritores realistas anteriores, tradicionales y


deseosos de mantener un orden social organizado con arreglo al pasado,
Galdós se muestra ante todo interesado en comprender el lado más humano
y auténtico de las gentes, con independencia de su papel en la sociedad. No
pretende moralizar sino mostrar la vida española a partir del análisis de su
historia, del ambiente popular y de la clase media madrileña.

En la obra de Galdós se resumen todas las formas y tendencias de la


novela realista. Influido por Cervantes, Dickens, Tolstoi, Dostoievski,
Balzac y Mesonero Romanos, principalmente, tomó de ellos la ironía y el
humor, el retorno de los personajes en varias novelas, el perspectivismo, el
humanitarismo cristiano y el afán por describir con todo detalle tipos y
costumbres matritenses. De acuerdo con su teoría de la novela, consideró
que la decadencia del género en el siglo XIX se debió al abuso de
traducciones, a la proliferación de asuntos románticos y, sobre todo, a la
falta de naturalidad de los escritores que, en lugar de fijarse en su realidad
cercana, buscaban otras irreales y lejanas. Para él, la novela debía acoger
las costumbres de la clase media, que había sido la más olvidada de los
novelistas y era, en cambio, la que movía el país. Se propuso hacer «la gran
novela de costumbres», como había hecho Balzac en Francia, porque
pensaba que con sus defectos y virtudes, con sus ideales y aspiraciones
materiales, y con la tensión del trabajo diario, esta clase social formaba un
rico entramado capaz de soportar los temas más diversos.

Aunque también escribió teatro, la magnitud de su obra narrativa


(setenta y ocho novelas) impide una clasificación temática coherente. El
propio autor intentó una primera diferenciación, de acuerdo con la
cronología, entre novelas de la primera época, escritas entre 1867 y 1878,
y las novelas españolas contemporáneas, escritas a partir de 1881. Sin
embargo, esa diferencia no sirve más que para orientarnos del cambio del
autor entre su primera producción, más cercana a la novela de tesis, con
personajes maniqueos para sostenerla, y la segunda, más libre e influida por
la técnica naturalista. Teniendo en cuenta la cronología y los temas, su obra
se puede agrupar en diferentes bloques: novela histórica, ejemplificada en
Los episodios nacionales. Desde que escribió su primera novela, La
Fontana de oro (1868), antes de las obras de Alarcón, Pereda y Valera, ya
manifestó un gran interés por la historia, que le llevaría a escribir los
Episodios nacionales, un conjunto de cuatro series formada por cuarenta y
cuatro libros en los que se narra el período histórico comprendido entre la
Guerra de la Independencia (Trafalgar) hasta la Restauración de Alfonso
XII (Cánovas). Constituyen una historia novelada de la vida española
durante esos setenta años. Lejos de responder al esquema de novela
histórica romántica trata de reconstruir de forma real el ambiente del
pasado español con la intención de utilizarlo como referencia y lección
para el presente.

Las novelas de la primera época se caracterizan por ser novelas de


tesis contra la intolerancia religiosa. El fanatismo religioso, causa del
enfrentamiento entre dos actitudes antagónicas, liberalismo y
tradicionalismo, aparece desde su primera novela, La Fontana de oro, y las
más tempranas, Doña Perfecta, Gloria y La familia de León Roch. En ellas
se plantea el conflicto religioso como una tragedia entre el individuo,
liberal y la sociedad, intransigente, que lleva hasta las últimas
consecuencias su cerrazón e intolerancia. En cuanto novelas de tesis
presentan una técnica maniqueísta, interviene directamente el narrador
para juzgar los hechos y presenta a los personajes más que individuos como
tipos capaces de soportar su papel en favor de una finalidad moral. Aunque
Marianela se incluye en esta primera época por cronología resulta una
excepción. El tema viene a ser una crítica al positivismo de A. Comte a
partir del drama de una joven enamorada de un ciego que se dedica por
entero a él pero que cuando recobra la vista y contempla la fealdad de la
muchacha, la abandona.

La segunda época corresponde a la plenitud narrativa. Una parte se


dedica a la crítica de la sociedad madrileña. A partir de La desheredada
(1881) se observa un cambio radical en su narrativa: abandona la tesis,
comienza a utilizar elementos naturalistas (la realidad fea y desagradable),
hace reaparecer a personajes ya conocidos, utiliza con más abundancia el
diálogo y se fija en esta sociedad para criticar el afán por el dinero, las
envidias y las mezquindades derivadas del deseo de aparentar más de lo
que se tiene. Tormento y La de Bringas recogen la desmedida ambición del
dinero. Centradas también en Madrid, Miau, Torquemada, Realidad y
Misericordia, reconstruyen la vida madrileña fijándose sobre todo en las
clases medias, los funcionarios (cesantes), de los que se vale para criticar la
burocracia con todo cuanto tiene de absurdo y negativo para las personas.

Fortunata y Jacinta (1888-87) puede considerarse la obra más


importante del autor. En ella están representados todos los estamentos y
clases sociales madrileñas, y a partir de un argumento sencillo, el amor de
dos mujeres hacia un hombre, se van dando a conocer los sentimientos, las
vivencias y las ilusiones de dos clases sociales, burguesía y pueblo
elemental con sus íntimas tragedias personales. Frente a la esposa, Jacinta,
educada y virtuosa, se alza la fuerte personalidad de Fortunata, apasionada,
natural e instintiva, que ama a Juan (de clase social alta) hasta el punto de
entregarle al hijo tenido con él para compensar la esterilidad del
matrimonio y el dolor causado a la mujer. De ese modo, y tras un análisis
de los dos mundos femeninos y sus respectivos núcleos de vida opuestos,
representantes de la norma y la pasión respectivamente, se consigue
establecer una armonía entre ellos. Lo más interesante, y por lo que la obra
es quizá la más importante del Realismo, es que a partir de la situación
particular madrileña, reflejada con todo detalle, se pueden extraer
conclusiones válidas para todas las sociedades y todas las épocas.

La producción última de su narrativa, a partir de 1890, manifiesta


ya la espiritualidad de fin de siglo y el abandono de los elementos
materiales, influido por los novelistas rusos. Utiliza el mismo
procedimiento de análisis y descripción detallada con la intención de
exaltar los ideales cristianos (caridad, amor) dentro de un marco de
miseria. Nazarín y El abuelo son las más representativas.

Además de novelista fue autor de teatro. Su obra resulta más


interesante por la penetración psicológica y el interés humano de los
conflictos que por los elementos puramente teatrales. Sigue la tendencia
espiritualista de su última época hasta el punto que algunas de esas novelas
las adaptó al teatro. La más importante por lo que significó en su estreno
fue Electra, un auténtico alegato contra el fanatismo y a favor del
sentimiento religioso.
III. TEATRO

La influencia del Realismo en el teatro da lugar a lo que se ha


llamado «alta comedia», caracterizada por su oposición al teatro romántico.
El drama realista se fija en la realidad cercana, ubica las tramas en
ambientes conocidos y su interés va dirigido a educar y moralizar, como la
novela de tesis. Sin embargo, también sigue manteniendo elementos
propios del teatro romántico, como la utilización del verso, el efectismo
escénico y el tono sentimental, en este caso aplicado a la burguesía.
Ventura de la Vega (1807-1865), López de Ayala (1829-1879) y
Tamayo y Baus (1829-1898) fueron sus máximos representantes. A
Ventura de la Vega se debe la iniciación de este tipo de teatro, con Un
hombre de mundo (1845), una moralizadora obra que propone el fracaso de
un don Juan ante un matrimonio burgués.

El andaluz Adelardo López de Ayala, gran conocedor del teatro


del XVII, llevó a las tablas un drama sobre Rodrigo Calderón (Un hombre
de Estado) donde elogiaba el senequismo del XVII. En sus comedias (El
tejado de vidrio, El tanto por ciento, El nuevo don Juan y Consuelo)
denunciaba el espíritu positivista de la época. A pesar de la penetración
psicológica en el análisis de los personajes, del equilibrio de las tramas y de
la correcta versificación, sus obras no consiguen superar la mediocre
intensidad dramática de este tipo de teatro.

El madrileño Tamayo y Baus comenzó su creación con dramas


románticos (Juana de Arco y Virginia), aunque su obra más lograda fue
Locura de amor (sobre Juana la Loca), enseguida derivó hacia la alta
comedia, denunciando temas contemporáneos (Lo positivo, Lances de
honor, Los hombres de bien) y censurando los vicios y errores de la
sociedad. Sin embargo, su obra más lograda y original fue Un drama nuevo
(1867), donde una de teatro representa una obra de Shakespeare y uno de
los actores, al descubrir que su esposa es infiel, aprovecha la función para
acabar con la vida de su amante.

Con el madrileño José de Echegaray (1832-1916) se interrumpe la


tendencia realista del teatro y se vuelve al Romanticismo exaltado y de
gran efectismo. A pesar de tener gran éxito comercial, tanto en sus dramas
históricos (En el puño de la espada, En el seno de la muerte) como en los
de tema contemporáneo (O locura o santidad, El hijo de don Juan), su obra
apenas tiene interés en nuestros días. El gran Galeoto (sobre tema de los
celos) fue la más representada.

Junto a este teatro, y a partir del costumbrismo, surgió un teatro que


aunque denominado menor supo fundir lo musical, lo cómico y el
costumbrismo. Es el denominado género chico (sainetes, entremeses y
zarzuelas) cuyo mayor interés lo ofrece el documento vivo de una época y
la música, en la que colaboraron Chapí, Bretón, Caballero, Chueca,
Barbieri y escritores como Ricardo de la Vega (La Verbena de la Paloma),
López Silva (La Revoltosa), Javier de Burgos (El baile de Luis Alonso),
Ramos Carrión (La Bruja) o Vital Aza (Aprobados y suspensos). Este
género chico representa en palabras de Pedro Salinas, «con respecto a la
tradición literaria española una última forma de ese teatro popular y realista
que ha acompañado siempre a nuestras máximas obras dramáticas». Sin
embargo, este tipo de teatro se está rehabilitando en nuestros días
precisamente por su originalidad y casticismo local.

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