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Por otra parte, en la formulación dominante en los primeros decenios del siglo
pasado, impregnada todavía de un marcado ambientalismo, la región geográfica se
identificaba, sobre todo, con la región natural (que no física sensu stricto), concebida
como resultado de la interrelación secular entre la naturaleza y la sociedad y
reconocible sustancialmente por la homogeneidad de sus rasgos, perceptibles a la
vista. Más aún, para muchos autores de este periodo, la región llegará a entenderse
como el área de extensión de un precisará Max Sorre, «el dominio de un paisaje o
la combinación definida de paisajes, y el paisaje como la fisonomía o expresión
visible y sintética de esa relación histórica sociedad-medio explicativa de la
individualidad regional.
Factores y argumentaciones a los que cabe sumar, una vez más, los de carácter
«externo>>, esto es, los aparejados a las transformaciones económicas, sociales y
tecnológicas operadas o intensificadas a partir de la Segunda Guerra Mundial:
procesos como la despoblación rural, el crecimiento urbano o la nueva revolución
de los transportes y comunicaciones vinculada a la difusión del automóvil y la
aeronáutica aceleraron la crisis y desaparición de las formas de organización
regionales características de las sociedades tradicionales (en especial la noción de
región natural, homogénea, autosuficiente, de dimensión local), que tan bien había
recreado la geografía regional clásica, y articularon otras nuevas (como, encular,
las vinculadas al proceso urbanizador) frente a las cuales se requería también una
metodología renovada. En tal sentido afirmaba Kimble que la obsoleta la idea de
regiones autónomas funcionalmente y claramente delimitadas, y Charles Wrigley
(1965) que «el modelo clásico de la geografía regional era una víctima de la
Revolución industrial tanto como el campesino, la sociedad rural, el caballo y la
comunidad aldeana. El propio orden geopolítico internacional instaurado tras la
Segunda Guerra Mundial y coronado por la guerra fría pudo contribuir, asimismo, al
declive de las visiones regionales anteriores, en la medida en que, como bien ha
sugerido la geografía de los bloques, que había venido a sustituir a la de las grandes
potencias, anulaba las regiones, borraba las escalas intermedias y restaba
autonomía a los funcionamientos territoriales singulares.
Claro está que los temas en que se centren las descripciones de países y de lugares
son una cuestión irrelevante Stoddart, por ejemplo, ha abogado por que la
recuperación del espíritu de la geografía regional clásica se haga desde una
posición éticamente preocupada y comprometida con los grandes problemas
actuales de la supervivencia humana.
En relación con este último aspecto. La atención prestada a las relaciones entre los
procesos de distinta escala. Se aspira a hilvanar teorías que permitan la
interpretación de lo especifico y particular de cada región en el marco de
mecanismos de escala más amplia (en especial, estatales e internacionales), así
como a profundizar en las relaciones entre las estructuras (institucionales) y las
acciones (individuales), aunque evitando, en ambos casos, lecturas
unidireccionales. El estudio de la singularidad regional cobra, pues, como ha
advertido recientemente Noel Castre, un sentido bastante distinto del que tenía en
el planteamiento cronológico clásico.