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El miércoles 19 de julio se produjo un encuentro hasta hace poco impensable.

A
las seis de la tarde llegaron hasta la casa provincial de la Compañía de Jesús,
en el barrio Teusaquillo de Bogotá, tres exjefes de las desaparecidas
Autodefensas Unidas de Colombia, AUC: Fredy Rendón (el Alemán), Iván
Roberto Duque (Ernesto Báez) y Edward Cobos (Diego Vecino). Frente a ellos
se sentaron tres de los más altos dirigentes de las Farc: Luciano Marín (Iván
Márquez), Jorge Torres (Pablo Catatumbo) y Sausias Pausias Hernández
(Jesús Santrich). Al encuentro asistieron como testigos el sacerdote jesuita
Francisco de Roux, el político Álvaro Leyva, asesores legales de ambas partes
y un par de facilitadoras que no han querido aparecer públicamente.

Al principio, como era previsible, había nerviosismo, pues por un capricho del
azar tres lustros atrás, cuando eran enemigos acérrimos, estos hombres se
habían cruzado unos con otros. Márquez y el Alemán se enfrentaron a muerte
en Urabá, y convirtieron a la región en una ciénaga de sangre y en el
laboratorio más espeluznante de la guerra irregular en el país. Santrich y Vecino
sabían el uno del otro porque fueron enemigos en la costa Caribe. El uno nació
en los Montes de María y actuó como insurgente en toda la costa. El otro
administró fincas asoladas por la guerrilla en Sucre y Bolívar hasta que se
enroló en las AUC, también en esta región. Ambos grupos se disputaron el
territorio a sangre y fuego, dejando una estela de muerte, desplazamiento y
despojo inenarrable. Báez y Catatumbo tienen un pasado terrible que los une.
Cuando el primero era uno de los jefes de las AUC, esta organización secuestró
y asesinó a la hermana del segundo, como una venganza casi personal con los
jefes guerrilleros.

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Montero

Con ese mapa de historias cruzadas esta no era una cita cualquiera. En
realidad, los exparamilitares habían buscado este encuentro desde años atrás,
cuando aún estaban en la cárcel y mientras transcurrían las negociaciones de
La Habana. Enviaron varios mensajes con personas del gobierno y en especial
una carta que nunca llegó a Cuba. Ahora, cuando las Farc ya dejaron los fusiles
y se habla de un pacto nacional para erradicar la violencia política de manera
definitiva, este parecía ser el momento adecuado.

La conversación arrancó con unas palabras del padre De Roux, y luego


Santrich contó un chiste, en relación con el decreto presidencial que puso fin a
su huelga de hambre, que relajó el ambiente. Luego cada uno de los asistentes
habló. Las primeras palabras corrieron por cuenta del Alemán, quien puso un
tono sincero y conciliador al encuentro. En algún momento mencionó como un
error de las AUC el haber involucrado a las familias de los guerrilleros en su
confrontación. Luego habló Diego Vecino sobre la intención sincera de
reconciliar al país, y Ernesto Báez hizo con su conocido estilo grecoquimbaya
un discurso largo sobre los errores cometidos en una guerra a la que se vieron
empujados. Luego leyeron apartes de la carta extraviada rumbo a La Habana,
en la que los antiguos jefes paramilitares les anunciaban a los negociadores de
las Farc su respeto a la negociación y solicitaban un diálogo con miras a una
reconciliación nacional.

Los miembros de las Farc, por su parte, recalcaron que no sentían ningún tipo
de odio hacia ellos, y que su intención de acogerse a la civilidad era
absolutamente sincera y para siempre. También mencionaron por supuesto sus
temores de que sectores otrora cercanos a las AUC busquen venganza, y se
reabra el capítulo de la violencia. En las intervenciones todos reconocieron la
inutilidad de la guerra, el cansancio con la violencia, y la oportunidad de
construir un país diferente al que ellos hirieron de muerte con sus fusiles. “Es
que ya estamos muy viejos para andar matándonos”, dice el Alemán, quien
paradójicamente era el más joven del encuentro. “Creo que fueron sinceros”,
dice por su parte uno de los miembros de las Farc sobre sus interlocutores.

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Sergio Jaramillo

Los otrora paramilitares llamaron la atención sobre los riegos de un posconflicto


mal hecho, al que ellos le atribuyen el reciclaje de sus hombres en bandas
criminales. Coincidieron en que hay que frenar las amenazas del crimen
organizado en las regiones. Las Farc manifestaron su intención de mantener un
diálogo abierto “hasta con el diablo” con tal de que cese la violencia política en
definitiva. Unos y otros dejaron claro que ideológicamente son diametralmente
opuestos. Pero también que están dispuestos a convivir en los mismos
territorios, pacíficamente, y adheridos a la legalidad. Hablaron sobre la
importancia de que la verdad sea la columna vertebral del proceso que viene
para el país, y que haya una verdadera reparación a las víctimas. Para todos
ellos este es un primer paso para un cierre definitivo de la guerra. La primera
piedra para la no repetición que es, finalmente, la prueba ácida para el país.

La noticia del encuentro y las fotos en las que todos, sonrientes, se aprietan las
manos generaron diversas reacciones. Desde los críticos que piensan que hay
una dosis de cinismo en un encuentro de victimarios hasta quienes consideran
que este episodio es un espejo claro de que el proceso de paz es irreversible.
Esta reunión contrasta con el odio que se expresa en las redes sociales,
especialmente por quienes nunca sufrieron la guerra. Mientras crece la
pugnacidad del debate electoral alrededor del acuerdo de La Habana, en las
regiones de Colombia se vienen dando de manera silenciosa, lenta y casi
invisible los primeros pasos del tan anhelado proceso de reconciliación.
Avances improbables

Desde hace varios meses la Oficina del Alto Comisionado para la Paz ha
alentado un proceso que Sergio Jaramillo llama “diálogos entre improbables”,
adoptando la metodología diseñada por el experto menonita Jean Paul
Lederach. Estos diálogos apenas están en una etapa inicial y el más
interesante de ellos tiene lugar en el Cesar.

Se puede decir que todo comenzó el año pasado cuando el hermano de Simón
Trinidad y el hijo de Jorge 40 se dieron la mano en un evento público y hablaron
de perdón y reconciliación. El episodio pasó inadvertido para el país, pero no en
una región donde personas de las más diversas tendencias e intereses, desde
militantes del Centro Democrático hasta líderes exiliados de la izquierda, desde
empresarios hasta indígenas, han comenzado a encontrarse para hablar sobre
la paz en el Cesar.

“En la primera reunión se respiraba una gran desconfianza entre todos. Nadie
tomaba la palabra. Algunos solo decían ‘¿y éste que hace aquí?’”, cuenta un
testigo del encuentro. Para romper el hielo, Jaramillo invitó a dos personas
externas: al general Fredy Padilla de León y al experto Manuel Ramiro Muñoz.
Ambos dejaron un mensaje claro: estos diálogos no son para resolver el
pasado, ni hacerse reclamos, ni echarle sal a las heridas. Parten de la premisa
de que acabada la guerra, todos quienes la sufrieron o se ubicaron cerca a
cada uno de los bandos tienen que vivir en el mismo territorio y, por lo tanto,
evitar que vuelva la violencia. Sacar adelante a sus regiones, con una mínima
visión compartida, aunque subsistan diferencias ideológicas, religiosas o
políticas. Jaramillo dice que por eso él prefiere hablar de convivencia antes que
de reconciliación porque es un objetivo más realista.

Algo similar vienen impulsando varias organizaciones como Cespaz, la CVS y


la Marcha Patriótica en Magdalena Medio. Desde febrero empezaron a
promover lo que ellos llaman Diálogos Útiles en diez municipios, con su
columna vertebral en una gran mesa creada en Barrancabermeja y animada,
entre otros, por el alcalde. El objetivo es prepararse para la implementación del
acuerdo de paz y lograr acuerdos sobre las prioridades en materia de desarrollo
rural. Lo interesante es que por primera vez se han sentado personas e
instituciones que otrora se veían con desconfianza y miedo, como los
ganaderos, las organizaciones campesinas que defienden las zonas de reserva
campesina y las Farc.

En Norte de Santander, donde el posconflicto tiene mayor complejidad por


cercanía a la frontera, la coca y la presencia de grupos como el ELN y el EPL,
existe un diálogo convocado por el gobernador en el Consejo de Paz, en el que
se han sentado actores antiguamente enfrentados. Incluso participa uno de los
voceros autorizados del ELN, dada la alta influencia de esta guerrilla en el
Catatumbo. Al mismo tiempo, miembros de las Farc han sostenido un diálogo
con grandes empresarios palmeros con miras a construir alianzas productivas
de cara a la reincorporación de los guerrilleros.

Otro caso bastante interesante se está gestando en el Urabá antioqueño. Como


se sabe, uno de los conflictos más difíciles de esta zona ha sido la restitución
de tierras, que ya deja varios amenazados, heridos y hasta muertos. Después
de muchos intentos, Ricardo Sabogal, de la Unidad de Restitución de Tierras,
acompañado por la Pastoral Social y la OEA, ha logrado que nazca un espacio
de diálogo entre empresarios bananeros y miembros de la elite local, con las
organizaciones de reclamantes y los sindicatos. Tomó un año sentarlos a todos
en una mesa. La regla del juego es no hablar de lo que los divide, como la
batalla judicial por los predios, que le corresponde a la Justicia, sino conversar
sobre cómo van a sacar a la región adelante en el nuevo contexto. No es fácil
por la desconfianza, pero todos están convencidos de que el diálogo debe
continuar. “Cuando se conversa todo el mundo baja la guardia”, dice Sabogal, y
señala que aún faltan sectores muy importantes como los ganaderos en dicho
diálogo. Aclara también que en este espacio no importa si la gente respalda o
no el acuerdo de paz, sino el futuro de la región.

La foto entre Márquez y el Alemán le da tranquilidad a muchos en Urabá. Mario


Agudelo, quien fue uno de los jefes del EPL, organización que dejó las armas al
principio de los años noventa, exalcalde de Apartadó y exdiputado, dice que
estos encuentros son cruciales para que la reincorporación de los combatientes
no termine en un baño de sangre, como ocurrió con ellos. Agudelo recuerda
que en aquella época los jefes del EPL también se reunieron con los
paramilitares, en cabeza de Fidel Castaño, para garantizar que no fueran
asesinados, pues los consideraban la mayor amenaza en la vida civil.

Lo paradójico es que quienes terminaron por declararles la guerra en la


legalidad fueron las Farc, y eso reabrió un largo y sangriento periodo. Hoy
Agudelo dice que es diferente porque la guerra sí ha llegado al final, pero
señala una paradoja: “En los noventa había consenso en la clase política
alrededor de la paz, había polarización en los territorios. Hoy es al revés”.

Puede ver: Tras el desarme, 304 caletas de las Farc han sido extraídas

Otro territorio donde la guerra ha sido tremenda, y donde los nuevos conflictos
por la tierra, la minería y las economías ilegales están que arden, es el Cauca.
La semana pasada, a instancias del gobernador, por primera vez se sentaron a
hablar todos los sectores del departamento. Desde la Andi y la Cámara de
Comercio, pasando por el Consejo Regional Indígena del Cauca y los cabildos
del norte del Cauca. Allí, como en los otros lugares, no se trata de resolver
todos los problemas, sino de tratar de imaginarse la región en el futuro.

Así, cientos de iniciativas vienen andando en todo el país, con las Farc o sin
ellas, con el gobierno o sin él. A muchas las animan la Iglesia, que tiene un
proyecto de iniciativas de paz en 100 municipios, y redes como Prodepaz, que
lleva más de 20 años preparando a las comunidades para un momento como
este. “En las regiones hay diversidad y diferencias, pero no necesariamente
polarización”, dice monseñor Héctor Fabio Henao, director de la Pastoral Social.

A eso se han sumado iniciativas de empresarios y sectores de la clase


dirigente, como Convergencia, un grupo selecto de líderes entre los que están
Rosario Córdoba, del Consejo de Competitividad, el padre Francisco de Roux y
Frank Pearl, quienes este fin de semana se reunieron en las afueras de Bogotá
para plantear los escenarios de futuro que tendrá Colombia sin guerra. Y el
diálogo minero-energético que viene promoviendo la Fundación Paz y
Reconciliación, de la mano del BID, para evitar que los conflictos mineros se
conviertan en nuevas fuentes de violencia.

¿Polarización o campaña electoral?

No hay que ser un genio para saber que el camino del diálogo es el más
adecuado para resolver los conflictos. Pero en Colombia la guerra había creado
un verdadero corto-circuito entre muchos sectores que se han tratado por
décadas como enemigos y pocas veces se han escuchado. El fin del conflicto
está permitiendo por primera vez un diálogo realmente civilizado, lo que sin
duda puede crear un clima de concordia inédito.

Ahora, el diálogo es el primer paso de un proceso de reconciliación que será


complejo, lento y al que le asoman muchos peligros. El primero de ellos son las
elecciones que por naturaleza tienden a dividir a la gente en las regiones. En
esta coyuntura es aún más inquietante dado que el caballo de batalla sobre el
que cabalgan los políticos, en búsqueda de réditos electorales, es el acuerdo de
paz. La estrategia de polarizar alrededor de ellos, de incentivar miedos y
desconfianzas da votos como se demostró en el plebiscito, y algo similar se
puede reflejar en estos meses.

Un segundo desafío proviene de la necesidad de acelerar la implementación del


acuerdo de paz en las regiones. Los Programas de Desarrollo con Enfoque
Territorial han generado todo tipo de expectativas, así como los programas de
sustitución de cultivos y lo relativo a la formalización de la tierra. Si el Estado se
enreda al ejecutarlos, la desconfianza, que es el principal obstáculo para
construir la paz, tenderá a crecer.
En tercer lugar es importante que el proceso de justicia transicional, con su
carga de verdad y reparación, sirva en las regiones como un hilo para suturar
heridas y no como un bisturí para mantenerlas abiertas. Una cacería de brujas,
o convertir la Justicia en otro campo de batalla, con ganadores y vencedores,
sería el mayor riesgo para la incipiente marea de entendimiento.

Finalmente, el gobierno y el Estado tendrán en algún momento que darle un


canal institucional a estos esfuerzos locales de construcción de paz. Eso
requiere un liderazgo. Hasta ahora, el vicepresidente Óscar Naranjo se ha
dedicado a generar confianza y establecer un diálogo abierto. Sin embargo, se
necesita aún más liderazgo del gobierno nacional. “Todo esto debe desembocar
en un fortalecimiento del Estado y las instituciones”, dice monseñor Henao.

Tal como escribió el padre De Roux en su columna de esta semana, a propósito


de la reunión entre los jefes de las Farc y los exjefes de las AUC, las personas
cambian. La página de la guerra, que unos y otros escribieron con sangre, le
está dando paso a una página aún en blanco: la de la reconciliación.

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