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A
las seis de la tarde llegaron hasta la casa provincial de la Compañía de Jesús,
en el barrio Teusaquillo de Bogotá, tres exjefes de las desaparecidas
Autodefensas Unidas de Colombia, AUC: Fredy Rendón (el Alemán), Iván
Roberto Duque (Ernesto Báez) y Edward Cobos (Diego Vecino). Frente a ellos
se sentaron tres de los más altos dirigentes de las Farc: Luciano Marín (Iván
Márquez), Jorge Torres (Pablo Catatumbo) y Sausias Pausias Hernández
(Jesús Santrich). Al encuentro asistieron como testigos el sacerdote jesuita
Francisco de Roux, el político Álvaro Leyva, asesores legales de ambas partes
y un par de facilitadoras que no han querido aparecer públicamente.
Al principio, como era previsible, había nerviosismo, pues por un capricho del
azar tres lustros atrás, cuando eran enemigos acérrimos, estos hombres se
habían cruzado unos con otros. Márquez y el Alemán se enfrentaron a muerte
en Urabá, y convirtieron a la región en una ciénaga de sangre y en el
laboratorio más espeluznante de la guerra irregular en el país. Santrich y Vecino
sabían el uno del otro porque fueron enemigos en la costa Caribe. El uno nació
en los Montes de María y actuó como insurgente en toda la costa. El otro
administró fincas asoladas por la guerrilla en Sucre y Bolívar hasta que se
enroló en las AUC, también en esta región. Ambos grupos se disputaron el
territorio a sangre y fuego, dejando una estela de muerte, desplazamiento y
despojo inenarrable. Báez y Catatumbo tienen un pasado terrible que los une.
Cuando el primero era uno de los jefes de las AUC, esta organización secuestró
y asesinó a la hermana del segundo, como una venganza casi personal con los
jefes guerrilleros.
Con ese mapa de historias cruzadas esta no era una cita cualquiera. En
realidad, los exparamilitares habían buscado este encuentro desde años atrás,
cuando aún estaban en la cárcel y mientras transcurrían las negociaciones de
La Habana. Enviaron varios mensajes con personas del gobierno y en especial
una carta que nunca llegó a Cuba. Ahora, cuando las Farc ya dejaron los fusiles
y se habla de un pacto nacional para erradicar la violencia política de manera
definitiva, este parecía ser el momento adecuado.
Los miembros de las Farc, por su parte, recalcaron que no sentían ningún tipo
de odio hacia ellos, y que su intención de acogerse a la civilidad era
absolutamente sincera y para siempre. También mencionaron por supuesto sus
temores de que sectores otrora cercanos a las AUC busquen venganza, y se
reabra el capítulo de la violencia. En las intervenciones todos reconocieron la
inutilidad de la guerra, el cansancio con la violencia, y la oportunidad de
construir un país diferente al que ellos hirieron de muerte con sus fusiles. “Es
que ya estamos muy viejos para andar matándonos”, dice el Alemán, quien
paradójicamente era el más joven del encuentro. “Creo que fueron sinceros”,
dice por su parte uno de los miembros de las Farc sobre sus interlocutores.
La noticia del encuentro y las fotos en las que todos, sonrientes, se aprietan las
manos generaron diversas reacciones. Desde los críticos que piensan que hay
una dosis de cinismo en un encuentro de victimarios hasta quienes consideran
que este episodio es un espejo claro de que el proceso de paz es irreversible.
Esta reunión contrasta con el odio que se expresa en las redes sociales,
especialmente por quienes nunca sufrieron la guerra. Mientras crece la
pugnacidad del debate electoral alrededor del acuerdo de La Habana, en las
regiones de Colombia se vienen dando de manera silenciosa, lenta y casi
invisible los primeros pasos del tan anhelado proceso de reconciliación.
Avances improbables
Desde hace varios meses la Oficina del Alto Comisionado para la Paz ha
alentado un proceso que Sergio Jaramillo llama “diálogos entre improbables”,
adoptando la metodología diseñada por el experto menonita Jean Paul
Lederach. Estos diálogos apenas están en una etapa inicial y el más
interesante de ellos tiene lugar en el Cesar.
Se puede decir que todo comenzó el año pasado cuando el hermano de Simón
Trinidad y el hijo de Jorge 40 se dieron la mano en un evento público y hablaron
de perdón y reconciliación. El episodio pasó inadvertido para el país, pero no en
una región donde personas de las más diversas tendencias e intereses, desde
militantes del Centro Democrático hasta líderes exiliados de la izquierda, desde
empresarios hasta indígenas, han comenzado a encontrarse para hablar sobre
la paz en el Cesar.
“En la primera reunión se respiraba una gran desconfianza entre todos. Nadie
tomaba la palabra. Algunos solo decían ‘¿y éste que hace aquí?’”, cuenta un
testigo del encuentro. Para romper el hielo, Jaramillo invitó a dos personas
externas: al general Fredy Padilla de León y al experto Manuel Ramiro Muñoz.
Ambos dejaron un mensaje claro: estos diálogos no son para resolver el
pasado, ni hacerse reclamos, ni echarle sal a las heridas. Parten de la premisa
de que acabada la guerra, todos quienes la sufrieron o se ubicaron cerca a
cada uno de los bandos tienen que vivir en el mismo territorio y, por lo tanto,
evitar que vuelva la violencia. Sacar adelante a sus regiones, con una mínima
visión compartida, aunque subsistan diferencias ideológicas, religiosas o
políticas. Jaramillo dice que por eso él prefiere hablar de convivencia antes que
de reconciliación porque es un objetivo más realista.
Puede ver: Tras el desarme, 304 caletas de las Farc han sido extraídas
Otro territorio donde la guerra ha sido tremenda, y donde los nuevos conflictos
por la tierra, la minería y las economías ilegales están que arden, es el Cauca.
La semana pasada, a instancias del gobernador, por primera vez se sentaron a
hablar todos los sectores del departamento. Desde la Andi y la Cámara de
Comercio, pasando por el Consejo Regional Indígena del Cauca y los cabildos
del norte del Cauca. Allí, como en los otros lugares, no se trata de resolver
todos los problemas, sino de tratar de imaginarse la región en el futuro.
Así, cientos de iniciativas vienen andando en todo el país, con las Farc o sin
ellas, con el gobierno o sin él. A muchas las animan la Iglesia, que tiene un
proyecto de iniciativas de paz en 100 municipios, y redes como Prodepaz, que
lleva más de 20 años preparando a las comunidades para un momento como
este. “En las regiones hay diversidad y diferencias, pero no necesariamente
polarización”, dice monseñor Héctor Fabio Henao, director de la Pastoral Social.
No hay que ser un genio para saber que el camino del diálogo es el más
adecuado para resolver los conflictos. Pero en Colombia la guerra había creado
un verdadero corto-circuito entre muchos sectores que se han tratado por
décadas como enemigos y pocas veces se han escuchado. El fin del conflicto
está permitiendo por primera vez un diálogo realmente civilizado, lo que sin
duda puede crear un clima de concordia inédito.