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PHASE AÑO XLIX

Noviembre – diciembre 2009 N. 294

SUMARIO

EDITORIAL
Vivir en estado de liturgia (J. URDEIX).......................... 455-457
Relevo en Phase (J. FONTBONA) .................................. 458-459
Jaume FONTBONA
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico ...... 461-479
Pere TENA
Santidad en el ministerio Episcopal ............................. 481-497
Aurelio GARCÍA MACÍAS
El ministerio presbiteral. Teología desde la liturgia ...... 499-527
Pedro FERNÁNDEZ
El diaconado en el sacramento del orden ..................... 529-543

PUNTOS DE VISTA
JOSÉ ANTONIO GOÑI
La participación del ministro ordenado en el sacerdo-
cio de Cristo ................................................................. 545-547

LIBROS
Fuentes litúrgicas ......................................................... 549-551

Índice general del año XLIX (2009) ..................................... 553-556


Editorial

VIVIR EN ESTADO DE LITURGIA

¿Quién no ha pasado por la tentación, alguna vez o más de


una, de citar o referirse a las reflexiones del sabio Qohélet cuando
nos dice, con una sugerente , viva y grácil descripción, que todo
tiene su tiempo? (Qoh 3,1-8). Cada cosa y también su contraria
tienen su tiempo, su momento, aquel en el que una determinada
cosa o acción cobra singular presencia, singular protagonismo
en menoscabo, en cierto menoscabo al menos, de todo lo demás.
Parece como si el tiempo perteneciera a aquel solo acontecimiento.
Visto así, no sería necesario decir que la sabiduría que encierra este
texto es el de exhortarnos a no andar a destiempo, a fijarse en los
signos de los tiempos y hacer lo que es necesario, oportuno (quizá
mejor conveniente) en cada momento.

Pero, una vez hemos estado atentos a la sabia reflexión,


podemos preguntarnos si siempre son así las cosas. Por ejemplo,
si entramos en el terreno de la liturgia, que en estas páginas es el
nuestro, ¿es posible establecer, desde la liturgia, un paralelismo con
el texto sapiencial? Difícilmente, podemos. Porque si empezamos
poniendo en el primer platillo de la balanza: “Tiempo de liturgia”
y seguimos: y tiempo de (¿…?), ¿qué vamos a poner en el segundo
platillo? Porque la liturgia no tiene ni su contrario ni un oponente
complementario.

La liturgia, puesto que no es, en determinados aspectos, de


“este tiempo”, de este tiempo mesurable que cuenta las horas y
456 Editorial

los minutos de nuestra vida, sino que pertenece, en su mejor parte,


a aquella esfera celestial, divina, en la que la eternidad cubre ,
envuelve y empapa todas las cosas con su inconmensuralidad,
no podemos decir que tenga “su” tiempo porque tiene “su eter-
nidad”. Por eso la liturgia no tiene su contrario; la liturgia todo lo
cubre, todo lo trasciende con el velo de la realidad y del misterio
de “su más allá”.

Sin embargo, es verdad que la liturgia no agota toda la acti-


vidad de la Iglesia (Sacrosanctum Concilium, 9). Pero aun así, toda
actividad eclesial tiene su origen o brota del manantial de gracia
que es la liturgia o bien se orienta, tiende, hacia ella. Por este
motivo puede decirse que la Iglesia vive en estado de liturgia. En
todas sus obras, la Iglesia eleva una alabanza de glorificación a
Dios y hace que del cielo descienda la gracia de la santificación
sobre este mundo. La Iglesia, por su catolicidad, hace que el culto
litúrgico llegue continuamente hasta el Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, con quien la Iglesia forma un solo cuerpo y, por
tanto, en todo momento, vive, ora y obra con él.
Si podemos, pues, decir que la Iglesia vive en estado de liturgia
y, por tanto, la liturgia no tiene “su” tiempo en este mundo nuestro;
sí que podemos decir, en aras de los hombres que miden el tiempo
con la ayuda de artificiosos relojes y tienen necesidad, además,
de contar con que los ritos, los más santos ritos de la liturgia, les
penetren en su interior a través de sus cinco sentidos, desde esta
perspectiva, puede decirse que la liturgia tiene “sus tiempos”,
aquellos momentos en los que los fieles, convocados por el Señor,
a través de la Iglesia, a través de sus ministros, responden a la invi-
tación de dejarlo todo y dedicar su tiempo a Dios, participando de
la liturgia, participando de acciones concretas de la vida litúrgica,
para hacer posible que la liturgia sea el alma de todos los fieles y en
todos se haga realidad el vivir en estado de liturgia, tal como Pablo
pide a los cristianos de Roma: “Os pido –dice–, por la misericordia
de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable
a Dios. Éste ha de ser vuestro auténtico culto” (Rom 12,1). Como
la Iglesia, pues, los cristianos han de vivir en estado de liturgia,
viviendo, sin embargo, “sus” momentos de liturgia, aquellos en
Editorial 457

los que, dejando otros afanes, se acercan al manantial de la Roca


que es Cristo, Roca de la que la Iglesia hace que el agua viva de la
gracia brote para ellos.
***
A esta reflexión casi de final de año (éste es el fascículo de
noviembre-diciembre, el último antes de empezar el año que
corresponde al año cincuenta de la revista), es preciso decir que
como tantas cosas que llevamos entre manos, también la Dirección
de esta revista tiene “su” tiempo. Esto quiere decir que si, estos
últimos años, un servidor de ustedes ha procurado cumplir con
cuanto comporta dirigir esta revista, ahora ha llegado el tiempo
de poner en otras manos la dirección de Phase. A partir de ahora
será el Dr. Jaume Fontbona, experto en eclesiología y en la teología
del ministerio eclesial, Presidente del Centre de Pastoral Litúrgica
de Barcelona y Profesor de la Facultat de Teologia de Catalunya,
quien ocupe “su” tiempo en dirigir la Revista. Sin duda que con
“nuestro” tiempo colaboraremos con él para que Phase prosiga
su curso y siga dando aliento a la pastoral litúrgica. Estamos a su
disposición y le deseamos nuestros mejores augurios.

Josep Urdeix
RELEVO EN PHASE
Como decía el anterior director, cada uno tiene su “tiempo”,
pues ahora ha llegado el mío de dirigir esta revista, que se inspira
en otro “tiempo”, el del paso (phase) del Señor a lo largo de la
historia, y en particular, en el “nuevo tiempo” inaugurado por la
Pascua de Nuestro Señor Jesucristo.
En la última asamblea del Centre de Pastoral Litúrgica, a
propuesta del Consejo del CPL, fui elegido director de Phase,
tomando el relevo de Mn. Josep Urdeix. Una vez aceptada la
responsabilidad de dirigir esta revista, he tomado la decisión de
nombrar como Jefe de Redacción de la misma al Dr. José Antonio
Goñi, conocido miembro del Consejo de Phase, canónigo de la
catedral y delegado de liturgia de la archidiócesis de Pamplona.
Espero que co-dirijamos la revista con la colaboración y asesora-
miento del Consejo de la revista.
Tengo el gozo de presentaros este primer número dedicado al
Año sacerdotal, donde tienen su momento los distintos órdenes
que integran el denominado sacerdocio ministerial, a saber, el
ministerio del obispo, el de los presbíteros y el de los diáconos.
Cada momento viene pautado por la respectiva liturgia de ordena-
ción. Pero antes los tres vienen situados en su marco eclesiológico.
De esta manera, aunque recientemente se haya precisado que el
diaconado difiere del sacerdocio del obispo y los presbíteros,1 aquí
se sitúa dentro del sacerdocio ministerial como esencialmente
distinto del sacerdocio común, pues el diaconado forma parte del
ministerio apostólico, como nota la Constitución sobre la Iglesia
Lumen gentium núm.20. En el segundo monográfico dedicado

1 Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de motu proprio “Omnium in


mentem”, arts. 1 y 2.
Editorial 459

al Año sacerdotal retomaremos la importancia del sacerdocio


común.
Desde estas páginas agradezco la labor llevada a cabo por el
fundador de la revista, Mons. Pere Tena, por el P. José Aldazábal y
por mi antecesor en la dirección de esta revista, Mn. Josep Urdeix.
Ha sido un servicio impregnado del amor por la Liturgia y llevado
con gran interés para que el pueblo de Dios fuera y sea introducido
en el Misterio pascual y deguste su gracia, que purifica nuestra
conciencia de las obras que llevan a la muerte para que podamos servir al
Dios viviente (Heb 9,14).
Seguiremos contando con la preciada colaboración y testimo-
nio del obispo Pere y del diácono Josep. Agradecido.

Jaume Fontbona
Jaume Fontbona Phase, 294, 2009/6, 461-479

EL MINISTERIO ORDENADO
EN SU MARCO ECLESIOLÓGICO
Jaume Fontbona

La perspectiva eclesiológica desde la cual planteamos, desde


estas páginas, el ministerio ordenado es la que apunta la eclesio-
logía de comunión, ya esbozada en nuestra revista,1 y reconocida
como la eclesiología propia del Concilio Vaticano II y del diálogo
ecuménico.2
Este marco eclesiológico nos permite cualificar al ministe-
rio ordenado como ministerio de comunión, es decir, relacional.3
Entonces el ministerio ordenado está relacionado con la Santísima
Trinidad, con la comunidad eclesial de un lugar y con el segmento
de humanidad de aquel lugar, donde hacer presente la visita
activa de Dios Padre en su Hijo Jesucristo por el don del Espíritu,
y donde inculturar el Evangelio, dar testimonio de él y celebrarlo.

1 Jaume Fontbona, “La eclesiología de comunión”, Phase 47 (2007) 453-


481.
2 Recientemente la Académie Internationale des Sciences Religieuses (AISC)
ha dedicado en Tesalónica, del 22 al 27 de agosto de 2008, un simposio
precisamente a la eclesiología de comunión o eucarística, publicadas sus
actas en: Jean-Marie van Cang (ed.), L’ecclésiologie eucharistique (AISC),
Bruxelles: Cerf 2009.
3 Seguimos nuestro libro recientemente publicado: Jaume Fontbona,
Ministerio ordenado, ministerio de comunión (BL 36), Barcelona: CPL 2009,
12-14.
462 Jaume Fontbona

Y hablar de relacionalidad supone hablar de sacramentalidad, o


sea, que esta triple relación está constituida sacramentalmente por
el sacramento del Orden.
El sacramento del Orden configura a toda la persona, vincu-
lando la existencia personal del ordenado con la misión confiada.
Una misión y existencia al servicio de la comunión, al servicio de la
apostolicidad de la fe recibida, atestiguada y celebrada, al servicio
de la visita del amor de Dios Padre plenamente manifestado en su
Hijo encarnado con la fuerza del Espíritu Santo.
Desde esta perspectiva aparece con más claridad que el minis-
terio ordenado es don de Dios al servicio de la edificación de su
Iglesia y de la construcción de su Reino. Un don que, muy pronto,
se estructura en torno a la tríada del obispo, de los presbíteros y de
los diáconos. Aquí las investigaciones recientes, y no tan recientes,
sobre el origen del cristianismo y sobre la institución de los Doce
y de los Siete han sido de gran ayuda.4
La eclesiología de comunión también ha ayudado a la teología
ortodoxa actual a poner de relieve el ministerio ordenado como
servicio eclesial (λειτούργημα) existente en el interior y a favor de la
comunidad eucarística, precisamente porque toda ordenación debe
celebrarse en el interior y a favor de la comunidad eucarística.5
Si se nos permitiera escuchar el eco del susurro de fondo de la
eclosión del ministerio ordenado, escucharíamos su inseparable y
fundante relación con la Eucaristía y el Evangelio de Dios, que, a su
vez, brotan del misterio pascual. Esta relación vinculante estruc-
tura el ministerio ordenado desde su existencia unida a Cristo y a
su Cuerpo (que incluye a los pobres, la parte más digna), manifes-
tada en la Eucaristía; y también desde la misión recibida de Cristo
por los Apóstoles, manifestada en la predicación del Evangelio y

4 Para la bibliografía consultada véase nuestro libro ya citado: Ministerio


ordenado, ministerio de comunión, pp. 179-193. Ver también nuestro artí-
culo: “El testimoniatge de l’Escriptura i la Tradició sobre el ministeri
apostòlic o de comunió (l’ἐπισκοπή)”, RCatT XXXIV/1 (2009) 207-238.
5 Stavros Yangazoglou, «Ecclésiologie eucharistique et spiritualité
monastique: rivalité ou synthèse?», en Jean-Marie van Cang (ed.),
L’ecclésiologie eucharistique (AISC), 83.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 463

el testimonio de la generosidad de Cristo (2Cor 8,9) y de la viuda


(Mc 12,41-44). De esta relación surgirán lo que denominamos los
tres pies del ministerio de comunión: el Evangelio, la Eucaristía
(y los demás sacramentos) y la solidaridad (la generosidad y el
servicio a los pobres), que son los tres pies con los que camina la
Iglesia hacia el Padre, acompañada por Cristo y con la fuerza del
Espíritu. Precisamente estos tres pies definen al diaconado como
puerta de entrada e integrante del sacramento del Orden. 6
La eclesiología de comunión pone de relieve la sacramen-
talidad del ministerio ordenado. La celebración del sacramento
manifiesta lo profesado por la Iglesia y al mismo tiempo lo hace
presente y actuante. Así pues, la liturgia de ordenación manifiesta
los rasgos que configuran la existencia relacional del ordenado,
y éstos son el personal, el colegial y el sinodal. Los tres aparecen
inseparables en la imposición de las manos y en la plegaria de
ordenación.
La síntesis teológica emanada de situar el ministerio ordenado
en la eclesiología de comunión, destaca sobre todo el don recibido
que vincula al ordenado con Cristo, Cabeza y Cuerpo simultánea-
mente y de manera permanente. Esta síntesis, que tiene en cuenta
los frutos de los distintos diálogos teológicos en el mundo ecumé-
nico, recibe el ministerio de comunión estructurado en torno a tres
rasgos vertebradores, el personal, el colegial y el sinodal. Los tres están
íntimamente relacionados y se dan simultáneamente, excepto en
el diaconado, que sólo consta del rasgo personal y del sinodal.
El rasgo personal viene definido por el don recibido para una
misión y que confiere una identidad propia y relacional al obispo,
a los presbíteros y a los diáconos. El rasgo colegial viene definido

6 Cf. Concilio Vaticano II, Lumen gentium 29; Benedicto XVI, Deus caritas
est, 25. Recientemente la Carta Apostólica en forma de “motu proprio”
Omnium in mentem modifica el texto del canon 1009 añadiendo un párrafo
más con este texto: “Aquellos que han sido constituidos en el orden del
episcopado o del presbiterado reciben la misión y la facultad de actuar en
la persona de Cristo Cabeza (missionem et facultatem agendi in persona Christi
Capitis accipiunt); los diáconos, en cambio, son habilitados para servir al
pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad
(diaconi vero vim populo Dei serviendi in diaconia liturgiae, verbi et caritatis)”.
Texto en OR núm. 51 (18 diciembre 2009), p. 7.
464 Jaume Fontbona

por el vínculo sacramental existente entre los incorporados al


episcopado y al presbiterado; luego, existe un único episcopado
en el seno de la comunión de las Iglesias y un único presbiterado
en el seno de la Iglesia local. Y el rasgo sinodal viene definido por
la vinculación del sacerdocio ministerial con el sacerdocio común.
Este rasgo recuerda que el sacerdocio ministerial está ordenado al
común y viceversa, y que ninguno de ambos es fundamento del
otro.7 El rasgo sinodal se ejerce de una manera organizada en el
triple nivel en el cual se desarrolla y organiza la Iglesia a lo largo
del espacio-tiempo, a saber, local, regional (nacional o internacional)
y ecuménico (todo el orbe). En el marco de la eclesiología de comu-
nión, el rasgo sinodal es el más desarrollado, pues el sacerdocio
ministerial está íntimamente vinculado al sacerdocio común y a su
servicio, para que la Iglesia exista como comunión y sea glorificado
el Padre por su Hijo en la comunión del Espíritu.
A continuación, desarrollamos estos tres rasgos a partir de la
liturgia de ordenación de cada uno.

1. El rasgo personal
El don recibido para una misión caracteriza el rasgo personal,
pues confiere una identidad personal, la propia de obispo, o de
presbítero o de diácono. En concreto, según la tradición litúrgica,
el obispo recibe el don del Espíritu de gobierno (ἡγεμoνικόν πνεῦμα,
spiritus principalis), el presbítero, el don para colaborar con el
obispo y aconsejarle en el gobierno pastoral (spiritus consilii), y
el diácono, el don del servicio a la Iglesia y a los pobres (spiritus
sollicitudinis).

1.1. El don del episcopado


El obispo recibe el don de gobierno (spiritus principalis o ἡγεμονικὸν
πνεῦμα), o sea, el Espíritu para presidir. Por consiguiente, es res-

7 Cf. Antonio Acerbi, “Osservazioni sulla formula essentia et non gradu


tantum nella dottrina cattolica sul sacerdozio”, Lat 47 (1981) 98-101; Gisbert
Greshake, Ser sacerdote. Teología y espiritualidad del ministerio sacerdotal (VeI
134), Salamanca: Sígueme 11995, 80-83.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 465

ponsable de la Eucaristía celebrada en la su Iglesia local, y al mismo


tiempo es responsable del arraigo de la catolicidad de la única Iglesia
de Dios en una diócesis.8 Y queda unido a Cristo como Cabeza y a
la Iglesia como Cuerpo, unido pues al Cristo total, en la diversidad
y la unidad de la comunión.
Esta autoridad (ἐξουσία) recibida, ciertamente como don, debe
entenderse tal como la explicita la Comisión Mixta Internacional
para el diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Iglesia
ortodoxa en el Documento titulado: Las consecuencias eclesiológicas y
canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Comunión eclesial, con-
ciliaridad y autoridad, dado a conocer en la ciudad italiana de Ravenna
el 13 de octubre de 2007, y por este motivo, conocido y citado como
Documento de Ravenna. He aquí lo que dice sobre la autoridad:
La autoridad de la Iglesia pertenece al mismo Jesucristo, la
única cabeza de la Iglesia (cf. Ef 1,22; 5,23). Mediante su Espíritu
Santo, la Iglesia, en cuanto Cuerpo suyo, participa en su autoridad
(cf. Jn 20,22-23). El objetivo de la autoridad en la Iglesia es congregar
a tota la humanidad en Jesucristo (cf. Ef 1,10; Jn 11,52). La autori-
dad, conexa a la gracia recibida en la ordenación, no es posesión
privada de aquellos que la reciben ni es algo que la comunidad
dé en delegación; todo lo contrario, es un don del Espíritu Santo
destinado al servicio (διακονία) de la comunidad y nunca ejercido
fuera de ésta. Su ejercicio comporta la participación de toda la
comunidad, siendo el obispo en la Iglesia y la Iglesia en el obispo
(cf. Cipriano de Cartago, Ep. 66,8).9
Entonces el ejercicio de la autoridad implica la participación de
toda la comunidad eclesial, pues no puede desligarse el elemento

8 Cf. Concilio Vaticano II, Christus Dominus 11.


9 Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico entre
la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa, Las consecuencias
eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Comu-
nión eclesial, conciliaridad y autoridad (Documento de Ravenna 2007), I,13;
traducimos de la versión catalana publicada en DdE 43 (2008) núm. 922,
435. Además en el siguiente número observa: “La autoridad de la que
hablamos, en cuanto expresa la autoridad divina, puede subsistir en la
Iglesia sólo en el amor entre el que la ejerce y los que le están sujetos. Se
trata, pues, de una autoridad sin dominación, sin coerción sea física, sea
moral” (I,14).
466 Jaume Fontbona

personal del colegial y del sinodal en los distintos niveles de la


comunión eclesial ya indicados, es decir, local, regional o interlocal
y universal o ecuménico. El rasgo personal es, pues, inseparable
del colegial y del sinodal.
En la actual plegaria de ordenación, se pide que el ordenado
obispo reciba estos dones: el don de la gracia pastoral; el don de la
plenitud del sacerdocio (cf. LG 21), para presidir la intercesión de
su Iglesia local y sobre todo, la Eucaristía; el don de perdonar los
pecados; el don de discernir y distribuir los variados ministerios y
oficios (cf. LG 26); el don de atar y desatar todo vínculo; el don de
ofrecer toda su existencia y misión a Dios Padre. Dones que confi-
guren su carácter personal. 10

1.2. El don del presbiterado


El don propio de los presbíteros es el de colaborar con su
obispo diocesano y aconsejarle en el gobierno pastoral (spiritus
consilii, πνεῦμα χάριτος καὶ συμβουλίας o Espíritu de gracia y de con-
sejo),11 aunque la plegaria actual (basada en el Sacramentario de
Verona) acentúe la recepción del Espíritu de santidad, por lo que
los presbíteros deben ser personas santas que lleven al pueblo
de Dios a la santidad.12
El Año sacerdotal, iniciado en la solemnidad del Sagrado Cora-
zón de Jesús del 2009 y que finalizará el mismo día del 2010,13 invita
a todos los presbíteros a ser personas santas, a la santidad. En efecto,
el obispo de Roma Benedicto XVI, en la Carta para la convocación

10 Más desarrollado en: Fontbona, Ministerio ordenado, ministerio de comu-


nión, 128-130.
11 La antigua liturgia de ordenación al presbiterado (Tradición Apostólica,
Constituciones Apostólicas), sea de Oriente o sea de Occidente, indica esta
peculiaridad.
12 Cf. De ordinatione (editio typica altera), núm. 112; Ritual de ordenación, 87.
Se nota la función santificadora del presbítero y se alude a la cualidad
necesaria para la configuración con Cristo, el “sacrificio sin mancha”.
En la línea de Lumen gentium 28.
13 Benedicto XVI recuerda que fue Pío XI en 1929 quien proclamó este día
como Jornada dedicada a la oración por la santificación del clero.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 467

de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del dies natalis
del santo cura de Ars (del 16 junio de 2009), recordaba:

Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del


ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se
puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de
la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva
del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde
y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santi-
dad del ministerio confiado, “viviendo” incluso materialmente en
su Iglesia parroquial: “En cuanto llegó, consideró la Iglesia como
su casa… Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta
después del Ángelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí
lo podía encontrar”, se lee en su primera biografía”.14
Los presbíteros, junto con su obispo, son servidores e imágenes
de Cristo, Apóstol y Sacerdote (cf. Rm 15,16). En la actual plegaria
de ordenación al presbiterado, se pide que el nuevo presbítero sea
un buen colaborador de su obispo en el anuncio de la Palabra; que
sea, junto con su obispo, un fiel administrador de los sacramentos
(el bautismo, la Eucaristía, la reconciliación de los pecadores y la
unción de los enfermos); y que sea, en comunión con su obispo,
el que interceda a favor del pueblo que se le confía y del mundo
entero, para que, en Cristo, alcance la plenitud de la comunión con
Dios en su Reino.
Los presbíteros, pues, reciben la capacitación para colaborar
y cooperar con su obispo diocesano y aconsejarle y ayudarle en
el gobierno pastoral (spiritus consilii). El don recibido mantiene al
ordenado de presbítero siempre unido a su obispo y al presbiterio
diocesano (constituyen un colegio).
Desde el Concilio Vaticano II, los presbíteros vienen definidos
a la luz del obispo y de la misión de la Iglesia y no desde el poder
sobre la Eucaristía. Precisamente el Decreto de promulgación de la
segunda edición típica del Ritual de ordenación, nota que se ha cam-
biado la disposición del Pontifical romano para que quede claro que
el obispo es quien posee la plenitud del Orden y que los presbíteros

14 Benedicto XVI cita: A. Monnin, Il Curato d’Ars. Vita di Gian-Battista-


Maria Vianney, vol. I, Torino: Marietti 1870, p. 122.
468 Jaume Fontbona

son sus colaboradores.15 Por consiguiente, el obispo no se define ya


desde el sacerdote-presbítero.16
Una correcta comprensión de la presidencia presbiteral
ayudaría a situar mejor la función del diaconado en el seno de
la Iglesia local y de una comunidad cristiana, pues, los diáconos
no reciben el don para presidir o copresidir, sino para relacionar
las variadas diaconías de la Iglesia local y de las distintas comu-
nidades cristianas, tanto las congregadas en torno a la Eucaristía
como de la Palabra, como aquellas que se hallan en el umbral, es
decir, en proceso de constitución como comunidad eucarística.
Esta precisión ha sido recientemente introducida en el Código de
Derecho Canónico latino, modificando los cánones 1008 y 1009,
para que quede clara la no presidencia eclesial y eucarística de los
diáconos, a saber, no reciben ni la misión ni la facultad de actuar
in persona Christi Capitis.17

1.3. El don del diaconado


El don recibido por los diáconos los constituye en servidores
del pueblo de Dios, al servicio del obispo diocesano y de su pres-
biterio, y, por consiguiente, los une sacramentalmente a Cristo
Siervo y Servidor.
La antigua plegaria de ordenación diaconal de las Consti-
tuciones Apostólicas (CA),18 así como la de la liturgia hispánica,19
presentan la figura de Esteban como modelo (tipo) a imitar en esta
entrega servicial por amor hasta el extremo (cf. Jn 13,1).
Los diáconos reciben el don del Espíritu Santo para ejercer

15 Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacra-


mentos (28 junio 1989), núm. 2; Ritual de ordenación, 8.
16 Para más detalles, nuestro: Ministerio ordenado, ministerio de comunión,
131.
17 Cf. Benedicto XVI, Carta Apostólica en forma de motu proprio “Omnium
in mentem”, arts. 1 y 2.
18 Cf. CA VIII, 18. Versión castellana: Cuadernos Phase 181, 272-273; edición
crítica bilingüe (griego-francés): SC 336, 219-221.
19 Rafael Serra, L’ordenació dels preveres i diaques i la institució de ministeris
eclesiàstics en la litúrgia hispànica. Anàlisi litúrgico-teològica dels Ordines XIV-
XVIII del Liber ordinum episcopalis (Col·lectània sant Pacià 86), Barcelona:
FTC 2006, 111.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 469

fielmente el servicio ministerial, por eso se ruega que sean fortale-


cidos con los siete dones del Espíritu, o con su gracia septiforme, los
dones mesiánicos de Is 11,1-2 (según la Septuaginta y la Vulgata). La
gracia septiforme es pedida, pues, para imitar a Cristo en su servicio
de amor, en su solicitud generosa para con los que padecen cual-
quier clase de marginación o de exclusión. Como se ha indicado
anteriormente, la antigua plegaria de ordenación al diaconado de
la Tradición Apostólica habla de spiritus sollicitudinis.
Los diáconos aseguran la permanencia de la diaconía de
Cristo en la historia, animando a la Iglesia de Dios al servicio de
los humanos y de sus sociedades. Por consiguiente, el diaconado
sería la expresión sacramental de la diaconía de la Iglesia en el
mundo, animándola a ser pobre y servicial, o sea, a tomarse en
serio el Evangelio recibido.
El don de imitar a Cristo en el servicio configuraría la existen-
cia y la misión de los diáconos en el seno de una Iglesia local y en
el mundo. Entonces, por un lado, la representación sacramental de
Cristo Siervo definiría a diáconos en el plano de su existencia. Y por
el otro, la animación del servicio, ciertamente uniendo vida y acción
litúrgica con vida y acción pastoral, definiría a los diáconos en el
plano de su misión en la Iglesia y en el mundo.
La actual plegaria de ordenación al diaconado no da pie a
considerar a los diáconos como cuasipresbíteros, ni tampoco como
sus ayudantes, sino como auxiliares del obispo diocesano. Idea
que entronca con la antigua figura del arcediano como hombre
de confianza del obispo local (siglos iv-viii), que, en Occidente,
ejercerá como un vicario general actual (siglos xi-xiii).20
Y como a ordo no colegial (por su vinculación tipológica con los
Siete), los diáconos recuerdan a la Iglesia la inseparabilidad de los
servicios evangelizador y litúrgico del servicio solidario. Conviene
notar que la liturgia de la ordenación expresa con la imposición de
las manos este carácter no colegial del diaconado, cuando únicamente
el obispo impone las manos al ordenado de diácono.
La actualidad del diaconado aparece donde la acción litúrgica y

20 Para más detalles, nuestro: Ministerio ordenado, ministerio de comunión,


133.
470 Jaume Fontbona

la acción evangelizadora interactúan con la acción solidaria. Enton-


ces el servicio solidario (la diaconía de la caridad) especifica y estruc-
tura el ejercicio del servicio de la Palabra y de la Liturgia. En pocas
palabras, la especificidad del diaconado consiste en hacer presente y
actual el servicio de amor de Cristo a la humanidad, que es el mismo
Evangelio,21 dirigido preferentemente a los pobres (Lc 4,18).

2. El rasgo colegial
La colegialidad de un orden expresa el vínculo sacramental
entre los que forman parte de él, vínculo visibilizado en la misma
liturgia de ordenación por la imposición de las manos de todos
los miembros del mismo colegio allí presentes.
Así pues, existe el colegio episcopal, a saber, un único episco-
pado en el seno de la Iglesia de Dios extendida por toda la tierra, y
el colegio presbiteral, a saber, un único presbiterio en cada Iglesia
local. Estas características vienen resaltadas gracias a su ubicación
en el seno de la eclesiología de comunión.

2.1. La colegialidad del episcopado


El obispo que preside la vida de la Iglesia local está sacramen-
talmente unido (personalmente), por la ordenación episcopal y la
inserción de su sede en la comunión de las Iglesias (communio Eccle-
siarum), con los demás obispos (colegialmente) y con las demás
Iglesias locales (sinodalmente). Concretamente con los obispos
forma un collegium (término original de Cipriano de Cartago), el
colegio episcopal, que posee la misión de cuidar la comunión de
las Iglesias locales.22
El Concilio Vaticano II (LG 23) afirma que los coetus episcopales
(agrupaciones de obispos) ayudan a vivir la comunión eclesial
en un nivel intermedio entre el local y el universal. Sin embargo,
estos coetus episcopales son percibidos, a menudo, más como unas

21 Precisamente cuando ya es visiblemente diácono, recibe el Evangeliario;


cf. De ordinatione (editio typica altera), núm. 210.
22 Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal “Pastores gregis”,
núm. 8.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 471

reuniones de obispos que como una reunión de Iglesias locales repre-


sentadas por sus respectivos obispos locales o diocesanos. Más
aún, el Concilio Vaticano II descubre la iniciativa de la Divina
Providencia en la voluntad de agruparse las distintas Iglesias
locales de un mismo territorio.
Por consiguiente, si consideramos la Conferencia episcopal
únicamente como una reunión de obispos no sería un organismo
sinodal, sino colegial. Por su importancia debe recordarse la arti-
culación de estas agrupaciones de Iglesias, suscitadas por la Provi-
dencia (LG 23), con la catolicidad a servir; es decir, con la misión de
actualizar la soberanía de Cristo en un segmento de humanidad
incluido en un ἔθνος (nación, país), asumiendo -cuidando- su
memoria, riqueza, genio, sufrimientos, proyectos.
En el marco de la eclesiología de comunión, a cada agrupación
de Iglesias le correspondería una agrupación de obispos diocesanos.
Pues tiene en cuenta el conocido principio eclesiológico de san
Cipriano y citado en Lumen gentium 23: “El obispo en la Iglesia y
la Iglesia en el obispo”. En consecuencia, los obispos diocesanos
se agrupan para agrupar a sus Iglesias locales, pero no tanto para
tratar de cuestiones meramente jurídicas y administrativas o para
cooperar entre ellos y animarse, pues, como dicen algunos, “esto
de ser obispo es difícil” (sic), sino y sobre todo, para ejercer su
ministerio episcopal colegialmente, procurando que la agrupa-
ción de las Iglesias en una nación sea fiel a la acción del Espíritu y
al Evangelio a inculturar. En concreto, desde la perspectiva de la
eclesiología de comunión, a la colegialidad episcopal (comunión
entre obispos) le corresponde la sinodalidad de las Iglesias (comu-
nión entre Iglesias), pues son inseparables sacramentalmente por
la ordenación episcopal.
El Sínodo de los obispos es un organismo colegial creado por
el obispo de Roma Pablo VI antes de que se aprobara el Decreto
conciliar sobre el ministerio pastoral de los obispos en la Iglesia (Christus
Dominus), con la Carta apostólica en forma de motu proprio “Apostolica
sollicitudo” (15-9-1965). El Sínodo de los obispos surge como con-
sejo que representa a todo el episcopado católico y como ayuda
al obispo de Roma, que le puede otorgar el voto deliberativo.
Pablo VI le marca tres objetivos: 1) favorecer una estrecha unión
472 Jaume Fontbona

y colaboración entre el obispo de Roma y el resto de los obispos;


2) procurar una información directa y exacta de los problemas y
las situaciones que afectan la vida interna de la Iglesia y su acción
en el mundo actual; 3) facilitar el acuerdo, por lo menos en los
puntos esenciales de la doctrina y en la manera de proceder en la
vida de la Iglesia.23
El actual Directorio para el ministerio pastoral de los obis-
pos, Apostolorum successores (AS 13), afirma el carácter colegial
del Sínodo de los obispos y lo presenta como órgano de ayuda al
servicio petrino.24

2.2. La colegialidad del presbiterado


El obispo diocesano es impensable sacramentalmente sin los
presbíteros de su diócesis, que forman con él la realidad colegial
del presbyterium (el obispo con los presbíteros de la diócesis). La
formulación del Concilio Vaticano II, en su Decreto sobre el minis-
terio y la vida de los presbíteros “Presbyterorum ordinis”, definiendo
a los presbíteros como “necesarios colaboradores y consejeros”
(necessarios adiutores et consiliarios)25 del propio obispo diocesano,
es la justificación eclesiològica de la existencia del consejo del
presbyterium como estructura colegial permanente de la Iglesia
local.
La ordenación presbiteral crea simultáneamente presbíteros
y presbiterio.26 Si son religiosos también son miembros del pres-
biterio, pues antes de recibir la ordenación hacen la promesa de
obediencia al obispo diocesano,27 o sea, a la cabeza del presbyterium
local donde quedan vinculados sacramentalmente. La promesa de
obediencia al obispo diocesano que hacen los religiosos ordenados

23 Cf. Apostolica sollicitudo, en Enchiridion Vaticanum 2,447.


24 Para más detalles, nuestro: Ministerio ordenado, ministerio de comunión,
135-136; Salvador Pié-Ninot, Eclesiología. La sacramentalidad de la comu-
nidad cristiana (Lux mundi 86), Salamanca: Sígueme 22009, 415-419;
539-541.
25 Concilio Vaticano II, Presbyterorum ordinis 7.
26 Cf. De ordinatione (editio typica altera), núm. 101; Ritual de ordenación, 85;
Concilio Vaticano II, Lumen gentium 28.
27 De ordinatione (editio typica altera), núm. 125; Ritual de ordenación, 96.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 473

al presbiterado visibiliza lo que realiza la ordenación presbiteral,


es decir, su vinculación sacramental con el presbiterio de una
Iglesia local concreta (rasgo colegial) y su vinculación sacramental
con la Iglesia de aquel lugar concreto (rasgo sinodal). El religioso
presbítero siempre que celebra la Eucaristía, manifestación de
la Iglesia en aquel lugar y signo de la unidad en la diversidad,28
queda relacionado sacramentalmente con su obispo diocesano y
con su Iglesia diocesana.
La innovación que supone la introducción, en la segunda edi-
ción típica del Ritual de ordenación del obispo, presbíteros y diáconos,
de la promesa de obediencia posibilita que el religioso, con carisma
propio, tome conciencia de lo que le supone recibir la ordenación al
presbiterado. En efecto, el don recibido (rasgo personal) no anula el
propio carisma, mas bien lo realza y lo sitúa en el seno del presbi-
terio local donde ha sido incorporado (rasgo colegial) y al servicio
del segmento de humanidad en el que se inserta la Iglesia diocesana
donde reside; pero también al servicio de su misión en aquel lugar
junto con el pueblo fiel local (rasgo sinodal). El presbítero religioso
queda implicado, pues, en la pastoral diocesana donde reside su
Congregación o su Instituto de vida consagrada y al servicio de
la comunidad sacerdotal diocesana. Los documentos conciliares
y postconciliares acentúan la unidad del presbiterio diocesano en
la acción pastoral, religiosos inclusive.29
Ningún presbítero es una individualidad acabada, aislada;
ni el presbyterium es una suma de presbíteros; el presbyterium es

28 «Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica “Sacramentum caritatis”, 15:


“Es significativo que en la segunda plegaria eucarística, al invocar al
Paráclito, se formule de este modo la oración por la unidad de la Iglesia:
«que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo
y Sangre de Cristo». Este pasaje permite comprender bien que la res del
Sacramento eucarístico incluye la unidad de los fieles en la comunión
eclesial. La Eucaristía se muestra así en las raíces de la Iglesia como
misterio de comunión”.
29 Cf. Concilio Vaticano II, Christus Dominus 35; Carta Apostólica “Ecclesia
sanctae” del 6 de agosto de 1966; CIC, cáns. 678; 681; Mutuae relationes,
núms.36-37. En el núm.74, la Exhortación apostólica postsinodal “Pastores
dabo vobis”, Juan Pablo II nota que los presbíteros religiosos residentes
y actuantes en una Iglesia local forman parte, a título diverso, del único
presbiterio diocesano.
474 Jaume Fontbona

una comunión (una unidad en la diversidad), y ningún presbítero


puede existir al margen del presbiterio diocesano, si lo hiciera
sería un anti-presbítero y no un co-presbítero (como lo es por la
ordenación).
En definitiva, todo religioso presbítero es co-presbítero de una
Iglesia local, para la comunión de Iglesias locales, y en una pequeña
realidad pastoral de la Iglesia diocesana, o bien en una parroquia
o en una unidad pastoral,30 o bien en un servicio religioso, o bien
en un movimiento de Acción Católica, que es, por definición, de
ámbito diocesano.31 La preposición de indica propiedad y para,
destinación.32
Al ser constitutivo de todo presbítero existir en relación y cami-
nar con los demás presbíteros (sean o no de una Congregación,
Sociedad de vida apostólica o Instituto) y su obispo, tal como
afirma el Vaticano II: co-gobiernan (PO 2), está el Consejo presbiteral
o del presbyterium (cf. PO 7), donde los presbíteros religiosos han
de tener una representación.33
El Motu proprio Ecclesia sanctae (6/08/1966) de Pablo VI ins-
tituye, en el seno del presbyterium único, el Consejo presbiteral,
como un senado de presbíteros que representan al presbiterio
diocesano. La finalidad de este Consejo consiste en colaborar
eficazmente con el obispo en el gobierno de la diócesis. En el seno
de este Consejo, el obispo escucha a sus presbíteros, los consulta
y discierne con ellos las necesidades de la acción pastoral y el bien
pastoral de la diócesis,34 pues todo presbítero ha recibido el espí-
ritu para aconsejar y colaborar en el gobierno diocesano, como
se ha anotado anteriormente. El Consejo presbiteral participa

30 Cf. Apostolorum Sucesores 215b.


31 Cf. Jaume Fontbona, “En comunió eclesial: l’Acció Catòlica des de la
Quarta nota”, RCatT XXV (2000) 537-546
32 Cf. Lorenzo Trujillo, “La comunión de la Iglesia y el presbítero”, Surge
54 (1996) 163-198.
33 Cf. Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares
y Congregación para los Obispos, Las relaciones entre los obispos y los
religiosos en la Iglesia “Mutuae relationes” (14/05/1978), núm. 56.
34 Enchiridion Vaticanum 2,782. Para profundizar en el tema del consejo pres-
biteral, nuestro Ministerio ordenado, ministerio de comunión, 139-140.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 475

formalmente como cuerpo presbiteral (con el obispo a la cabeza) en


el gobierno de la Iglesia.35
La relación obispo (uno)-presbíteros (multitud) tiene un doble
sentido: así como el presbítero no puede prescindir del obispo,
tampoco éste puede prescindir de sus necesarios consejeros y
colaboradores. Mientras el Código de Derecho latino enumera los
casos en los que el obispo diocesano debe consultarlo, no indica
los casos en los que debe pedir su consentimiento. Y el actual
Directorio para el ministerio pastoral de los obispos insiste en que el
obispo también debe consultar al Consejo presbiteral en todos los
otros casos de mayor importancia,36 además de los contemplados
en el Código. La ley canónica establece que debe consultarse en
las siguientes cuestiones particulares: cánones 461 (convocación
del Sínodo diocesano); 515 §2 (erección, supresión y modificación
de parroquias); 1215 §2 (erección de iglesias); 1222 §2 (reducción
de una iglesia al uso profano); 1263 (tributos).
La relación dinámica y creativa (colegial) entre obispo (cabeza)
y presbíteros (cuerpo) peligra cuando el obispo no decide con su
Consejo presbiteral, cuando el consejo episcopal (optativo según
CIC 473,4) ocupa el lugar del Consejo presbiteral (obligatorio). Se
trata de no poner en peligro la misma gracia presbiteral dada por el
Espíritu a la Iglesia, a saber, insistimos, la de ser buen colaborador
(en toda la acción pastoral) y consejero (en el gobierno pastoral)
del orden episcopal.

3. El rasgo sinodal
Hablamos de sinodalidad cuando caminan conjuntamente
el ministerio sacerdotal y la comunidad sacerdotal en el seno de
una Iglesia local determinada, o en el seno de una agrupación de
Iglesias locales, o en el seno de la comunión de las Iglesias locales;
ciertamente de manera organizada o estructurada.37 Y si se afirma

35 Véase nuestro Ministerio ordenado, ministerio de comunión, 139.


36 Cf. Apostolorum successores 182.
37 Cf. Jaume Fontbona, “La sinodalidad”, en Juan A. Estrada Díaz (dir.),
La Iglesia (10 palabras clave 38), Estella: Verbo Divino 2007, 345-374,
476 Jaume Fontbona

esta realidad desde la eclesiología de comunión es porque todo


varón, al recibir el sacramento del Orden, ya forma parte de la
comunidad sacerdotal por los sacramentos de la iniciación cris-
tiana (el bautismo, la confirmación y la Eucaristía) ya recibidos y
no puede prescindir del hecho de formar parte de ella, pues está
vinculado sacramentalmente con ella. Precisamente la incardi-
nación del ordenado (ya desde el diaconado) en una Iglesia local
recuerda el rasgo sinodal del sacramento del Orden.
El rasgo sinodal del ministerio de comunión, tal como recuerda
el citado Documento de Ravenna,38 debe estar presente en los tres
niveles de la comunión eclesial: local, interlocal o regional y uni-
versal o ecuménico.
Ciertamente todas las personas bautizadas somos fundamen-
talmente iguales; sin embargo, en esta igualdad radical (de raíz) se
injerta la autoridad (ἐξουσία) específica que algunos poseen en virtud
de lo que el Espíritu Santo ha suscitado al inicio de la predicación
apostólica. El Documento de la II Comisión Internacional para el
diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Comunión
Anglicana (ARCIC II), El don de la autoridad (1999), observa que “el
objetivo del ejercicio de la autoridad y de su recepción es permitir
a la Iglesia decir Amén al Sí de Dios en el Evangelio (cf. 2Cor 1,19-
20)”.39 El don de la autoridad en la Iglesia está, pues, al servicio a la
vez del Sí de Dios a su pueblo (don) y del Amén del pueblo al Sí de
Dios (recepción del don).40 En concreto:
Esta autoridad permite a toda la Iglesia encarnar el Evangelio y
convertirse en la sierva misionera y profética del Señor.41
La Iglesia aparece como estructura comunional, un tejido que
posee como urdimbre la igualdad radical de todos, y como trama,

estudio que salió incompleto, completado en: “La sinodalitat”, RCatT


XXXII/2 (2007) 357-385
38 Cf. Documento de Ravenna, I,10 [DdE 43 (2008) n.922, 435]. Intuición ya
formulada en mi tesis: Comunión y sinodalidad. La eclesiología eucarística
después de N. Afanasiev en I. Zizioulas y J.M.R. Tillard (Barcelona 1994).
39 ARCIC II, El don de la autoridad, prefacio.
40 Ibíd., III,50.
41 Ibíd., III,32.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 477

la diversidad. Igualdad y diversidad dadas a la Iglesia sacramental-


mente. La raíz de la estructura fundamental de la Iglesia es, pues,
sacramental.42 Por consiguiente, el don de la autoridad correctamente
ejercido permite a la Iglesia continuar obedeciendo al Espíritu Santo,
que la mantiene fiel en el servicio del Evangelio para la salvación
del mundo.43 El Espíritu Santo introduce en el seno de la Iglesia una
distorsión: la comunión no es obra de los fieles sino de Dios.
Si responsabilidad y participación de todos los fieles se enraízan
en el sacramento de la Iniciación, la responsabilidad específica del
ministerio ordenado se enraíza en el sacramento del Orden. Todos
los fieles bautizados son “edificados por Dios” para que existan como
santa comunidad sacerdotal que se ofrece como un solo cuerpo a pesar
de la diversidad (cf. 1Pe 2,5.9). Esta comunión bautismal (comunión
sacramental entre todos los bautizados) genera un dinamismo sino-
dal (es decir, caminar todos juntos), que toma el rasgo específicamente
real de la comunidad sacerdotal en la edificación común del cuerpo
de Cristo, el sacerdotal en la celebración eucarística, y el profético en
la evangelización, que pone en tensión magisterio y recepción desde
el sentido de la fe común de los fieles.44
Todos iguales en la dignidad de bautizados implicados en la
edificación del Cuerpo de Cristo, y sin embargo algunos diferentes
en el servicio (διακονία) de esta edificación común. Lo que manifiesta
la Eucaristía, que todos celebramos, pero uno solo es el sacramentum de
Cristo-Cabeza, debe verificarse (y hacerse visible) analógicamente
en todos los niveles de la existencia eclesial.45

Conclusiones
El ministerio ordenado es una unidad en la diversidad, donde
la plenitud del sacramento radica en el episcopado. El presbiterado

42 Cf. Jean-Marie Roger Tillard, L’Église locale. Ecclésiologie de communion et


catholicité (Cogitatio fidei 191), Paris: Cerf 1995, 326. Hay versión castellana:
La Iglesia local. Eclesiología de comunión y catolicidad (VeI 146), Salamanca:
Sígueme 1999.
43 ARCIC II, El don de la autoridad, I,6.
44 Cf. Tillard, L’Église locale, 332.
45 Ibíd., 333.
478 Jaume Fontbona

y el diaconado son distintas participaciones del ministerio orde-


nado. El presbiterado como colegio unido siempre con su cabeza,
el obispo, y el diaconado como orden al servicio del colegio en
conjunto y de su cabeza, el obispo, en particular.
Para explicar la unidad y al mismo tiempo la diversidad del
ministerio ordenado, resulta útil la teoría del totum potestativum
de santo Tomás de Aquino,46 luego lo dicho en general del minis-
terio ordenado, vale sin duda alguna para la plenitud del Orden,
a saber, el episcopado, pero no necesariamente para cada grado
o modo de participación, como el presbiterado y el diaconado.
Conviene notar que la actual plegaria de ordenación al diaconado
habla de tres órdenes dedicados al servicio del nombre de Dios; y
la del episcopado recuerda que el Espíritu confiere al ordenado
de obispo la plenitud del sacramento del sacerdocio, recibiendo
la enseñanza del Concilio Vaticano II (LG 21).
El ordenado sirve a la comunión que crea el Espíritu. Y con el
fin de ejercer este servicio recibe una autoridad. Una autoridad que
no recibe de la elección de la comunidad eclesial a la que sirve, sino
del mismo Espíritu en la ordenación. Y esta autoridad procedente
del Espíritu es confiada, en la Iglesia, al obispo plenamente, a los
presbíteros como colaboradores y sus consejeros en el gobierno
pastoral y en la evangelización de la diócesis, y a los diáconos como
ayudantes del obispo diocesano y de su presbiterio en el anuncio
del Evangelio a los pobres y en el servicio a la diócesis.
Los tres órdenes representan a Cristo unido a su Iglesia y la
animan según el don recibido. Concretamente, obispo y presbíteros
representan a Cristo en la presidencia (pastor y maestro) y como
Sacerdote (intercesor y oferente)47 y los diáconos lo representan
en el servicio que lleva a la comunión y como Siervo (entregado y
generoso).
El único ministerio sacerdotal consta, desde antiguo, de obispo,

46 Tomás de Aquino, ST Suppl, 37,1,2: “La división del orden no es la de un


totius integralis en sus partes ni la de un totius universalis, sino la de un totius
potestativi; que consiste en que el todo, según su razón completa, se da sólo
en uno, y en el resto se da una participación (aliqua participatio ipsius)”.
47 En esta línea la citada Carta Apostólica de Benedicto XVI en forma de
motu proprio Omnium in mentem.
El ministerio ordenado en su marco eclesiológico 479

presbíteros y diáconos (como afirma LG 28), donde la dimensión


específica sacerdotal la sirven el obispo con los presbíteros (como
colegio y secundando siempre a su cabeza, el obispo diocesano), y
la dimensión ministerial, o específica de servicio, los diáconos.48
En síntesis, el ministerio ordenado existe al servicio de la
comunión (κοινωνία) del Espíritu y para que las Iglesias locales
arraiguen y se mantengan en ella. El ministerio ordenado no es,
pues, ni un poder institucional ni un derecho personal, sino, insis-
tamos en ello, un don del Espíritu al servicio del amor del Padre
manifestado por su Hijo Jesucristo a toda la humanidad y al ser-
vicio de la libertad del Espíritu en la Iglesia.

Jaume Fontbona
(Barcelona)

48 Para más detalles, nuestro: Ministerio ordenado, ministerio de comunión,


168-174
Pere Tena Phase, 294, 2009/6, 481-497

SANTIDAD EN EL MINISTERIO
EPISCOPAL

El Año Sacerdotal promovido por el papa Benedicto XVI


avanza con múltiples exhortaciones e iniciativas, dirigidas, casi en
su totalidad, a los presbíteros. El hecho de estar relacionado direc-
tamente con el 150 aniversario de la muerte de san Juan Vianney,
presbítero y párroco de Ars, ha dado un color “presbiteral” a la
iniciativa. Casi todos los obispos del mundo se han sentido en el
deber gozoso de exhortar a los miembros de sus presbiterios a una
mayor santidad a partir del ejercicio de su ministerio. Es, sin duda,
una exhortación excelente, de la cual cabe esperar los deseados
frutos de renovación.
Y, sin embargo, todo esto induce a un equívoco que no es
bueno ocultar ni mantener. La llamada a la santidad en el ejercicio
del ministerio no es una cuestión exclusiva de los presbíteros, ni
son únicamente los presbíteros los “sacerdotes” que participan
ministerialmente del sacerdocio de Cristo. Es bien sabido que la
palabra sacerdos designó directamente al obispo, en los primeros
tiempos, y todavía hoy encontramos esta terminología en la liturgia
de la ordenación episcopal. Si queremos exhortar, pues, a la san-
tidad sacerdotal, hay que incluir desde el principio a los obispos.
Por otra parte, éstos no pueden hablar a los presbíteros desde una
cierta distancia, aunque sea paternal, como si solamente ellos
estuvieran llamados a renovarse espiritualmente en este “Año”;
482 Pere Tena

hay que hacerlo a partir de la conciencia plena de que la llamada


a la renovación atañe también al ministerio episcopal.
¿Con las mismas características? En estas páginas vamos a
analizar precisamente aquello que de una forma más específica
corresponde a la santidad en el ministerio episcopal, en el contexto
del ministerio eclesiástico. Como sugiere la disposición del rito
de ordenaciones en la segunda edición típica (De ordinatione epis-
copi, presbyterorum et diaconorum, 1990), la ordenación del obispo
es en realidad la ordenación típica a la cual se refieren las otras
ordenaciones.
Partimos del análisis del rito de ordenación del obispo, que
tiene unos elementos comunes a los demás ritos de ordenación,1
pero tiene también suficientes elementos propios como para dedu-
cir de ellos una especificidad clara, tanto para lo que podemos
llamar “santidad objetiva” como para la “santidad subjetiva “.2

1. El núcleo de la ordenación episcopal


La imposición de las manos de todos los obispos presentes,
y realmente ministros del sacramento, junto con la plegaria de
ordenación, forman lo que llamamos “núcleo” de la ordenación
episcopal. Sus características son elocuentes sobre la identidad del
ordo al cual es integrado el candidato, actualmente en principio
ya presbítero.

La imposición de manos
Desde los primeros testimonios del rito de ordenación epis-
copal, la imposición de las manos sobre la cabeza del candidato

1 Véase el artículo Pere Tena, La espiritualidad del diácono, en Phase


291(2009), 187-207. En la primera parte se analizan los elementos comu-
nes de las ordenaciones.
2 “La santificación objetiva, que por medio de Cristo se recibe en el
sacramento con la efusión del Espíritu, se ha de corresponder con la
santidad subjetiva, en la que, con la ayuda de la gracia, el Obispo debe
progresar cada día con el ejercicio de su ministerio” ( Juan Pablo II, en
la Exhortación Apostólica postsinodal, Pastores gregis, núm. 11, 2003).
Santidad en el ministerio Episcopal 483

tiene una característica propia: la realizan todos los obispos pre-


sentes. Es cierto que, durante largos siglos en la liturgia romana
solamente han realizado la imposición de las manos tres obispos,
a causa de una interpretación reductiva del canon de Nicea que
urgía la presencia de “al menos tres obispos”, para actuar la pre-
sencia colegial, pero el Concilio Vaticano II ha devuelto el rito la
posibilidad de su forma original.3
No se trata de un valor numérico, es decir, que sean más
o menos los que imponen las manos; se trata de subrayar visi-
blemente el carácter estrictamente colegial del rito. Hay pocos
momentos litúrgicos –quizá ninguno más- en los que se visibilice
tan directamente el carácter colegial del episcopado. Obispos de
diversas Iglesias, reunidos en una misma actio, testimonio ellos
mismos de la sucesión apostólica, realizando un mismo gesto que
evoca el gesto inicial. Es la imagen auténtica de la sucesión apostó-
lica en el tiempo y en el espacio. Los que, por la misericordia divina,
hemos experimentado la fuerza de este rito, una vez como destina-
tarios, y después en varias ocasiones como ministros, sabemos con
qué intensidad se vive la recepción y la transmisión del carisma
de la sucesión apostólica. ¡Es hermoso tomar conciencia de que,
en cada caso, el que es ordenado queda conectado con los Após-
toles del principio, a través de un itinerario largo, normalmente
desconocido, pero cierto! A través de la cadena de imposición de
las manos, Cristo sigue enviando ministros a su Iglesia.
Como en las otras ordenaciones, también en la de obispos el
rito de la imposición de las manos se hace en silencio. No es un
silencio vacío, sino un silencio adorante por la acción del Espíritu
en la Iglesia, un silencio de acción de gracias por el don del minis-
terio, un silencio de petición humilde y fervorosa por los que están

3 Canon IV del Concilio de Nicea: Episcopum convenit maxime quidem ab


omnibus qui sunt in provincia episcopis ordinari. Si autem hoc difficile fuerit,
aut propter instantem necessitatem aut propter itineris longitudinem; modis
omnibus tamen tribus in id ipsum convenientibus et absentibus episcopis pariter
decernentibus et per scripta consentientibus tunc ordinatio celebretur. Véase la
Constitución Sacrosanctum Concilium, núm. 76 y De Ordinatione Episcopi,
núm. 16.
484 Pere Tena

siendo ordenados. “Todos deben estar en silencio y orando en sus


corazones, para que el Espíritu Santo venga sobre él”.4

La imposición del Evangeliario


Acabada la imposición de las manos, el obispo que preside
realiza una nueva imposición: coloca el Evangeliario abierto sobre
la cabeza del elegido, y dos diáconos lo mantienen de esta manera
durante toda la plegaria de ordenación. También éste es un gesto
totalmente original, que no existe en las otras ordenaciones. Su
antigüedad es atestiguada por los Statuta Ecclesiae antiqua (¿siglo
IV o VI?), donde los que sostienen el Evangeliario son dos obis-
pos.5 El sentido de este rito es claro: el obispo es el “portador” del
Evangelio, el “evangelizador” por excelencia. De hecho, terminada
la plegaria de ordenación, el ordenante principal entrega al nuevo
obispo el Evangeliario, haciéndole responsable de la predicación
del Evangelio: “Verbum Dei praedica in omni patientia et doctrina”.

La plegaria de ordenación
El ritual de ordenación de los obispos publicado después del
Concilio Vaticano II (1ª edición 1967, 2ª edición 1990), ha substi-
tuido la plegaria de ordenación que se venía utilizando desde el
Sacramentario Veronense y el Sacramentario Gelasiano, por el
texto, más antiguo, de la Tradición Apostólica de Hipólito. Como
en el caso de la plegaria eucarística II, se trata de una decisión
valiente y testimonial, de confianza explícita en la tradición ”más
antigua”, cuando se considera que en ella está mejor reflejada la fe
de la Iglesia. El conocimiento del sentido del ministerio episcopal,
en efecto, ha progresado teológicamente durante el siglo XX, y su
carácter sacramental ha quedado especialmente definido en los
textos del Concilio Vaticano II.6
Si comparamos el texto y el planteamiento teológico de la
plegaria actual con el de la anterior, y más en concreto las palabras

4 La Tradición Apostólica, núm. 2, Cuadernos Phase 75, p. 24.


5 Statuta Ecclesiae Antiqua, núm. 90, Cuadernos Phase 135, p. 67.
6 Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen Gentium
21.
Santidad en el ministerio Episcopal 485

que se consideran esenciales para significar el don del ministerio,


notamos enseguida la diversidad de características. En la del Sacra-
mentario Veronense primaba en la imagen del obispo la referencia
al sacerdocio aarónico, revestido por Moisés con ornamentos
especiales y gloriosos, y esto servía como figura de las virtudes del
obispo.7 Lógicamente, la plegaria de ordenación de los presbíteros
–del mismo autor, ¿quizá san León?- continuaba refiriéndose a la
colaboración que Moisés y Aarón buscaron en el ejercicio de sus
funciones propias: los setenta ancianos en el caso de Moisés, y los
hijos de Aarón, en el caso de éste.8
En la Plegaria de ordenación del obispo en el rito actual .-pro-
cedente del siglo III, recordemos- el núcleo esencial es una epíclesis,
situada en una dinámica trinitario-cristológico-eclesiológica.9 La
súplica se dirige al Padre, como toda la Plegaria; se hace la memoria
del Hijo como ungido por el Espíritu egemónicon y comunicador
de este Espíritu a los Apóstoles; el mismo Espíritu se pide para el
elegido, para que continúe lo que los Apóstoles hicieron al prin-
cipio: establecer la Iglesia, santuario de la presencia de Cristo en
el mundo.
La tipología de la Plegaria actual va más allá de Moisés,
aunque no lo olvida. La imagen primera es la de Abrahán como
padre del pueblo de los creyentes, y después la de aquellos que
tuvieron autoridad en el pueblo de Dios, en diversos aspectos. Esta
tipología es una buena hermenéutica para interpretar el sentido
del spiritus principalis, tan dificilmente traducible. (¿Espíritu de

7 Texto declarado esencial de la plegaria de ordenación anterior: Comple


in sacerdote tuo ministerii tui summam, et ornamentis totius glorificationis
instructum, caelestis unguenti rore sanctifica.
8 La tipologia de los setenta ancianos colaboradores de Moisés se encuentra
en las plegarias de ordenación de presbíteros de todas las liturgias. En
la plegaria romana se añade la tipología de los hijos de Aarón: in filios
Aaron paternae plenitudinis abundantiam transfudisti.
9 “Haec verba ad naturam rei pertinent, atque adeo ut actus valeat exi-
guntur: “Et nunc effunde super hunc electum eam virtutem, quae a te
est, Spiritum principalem, quem dedisti dilecto Filio tuo Iesu Christo,
quem ipse donavit sanctis Apostolis, qui constituerunt Ecclesiam per
singula loca ut sanctuarium tuum, in gloriam et laudem indeficientem
nominis tui”. De Ordinatione Episcopi, ed. 2, núm. 25.
486 Pere Tena

gobierno? ¿Espíritu de autoridad para regir y santificar? ¿Espíritu


principal?) En cualquier caso, volviendo al texto esencial, el spiritus
principalis es el Espíritu que se manifiesta y se comunica a partir de
la resurrección de Cristo. La unción del Espíritu que recibe Cristo
en el bautismo del Jordán es un anuncio de la manifestación de
Cristo “constituido Hijo de Dios con poder por el Espíritu Santo
partir de la resurrección” (Romanos 1,4), cuando él comunicará
este Espíritu a los Apóstoles para que puedan realizar ellos, a través
de los tiempos, la misión que el Padre le había confiado.
De esta comunicación tenemos testimonio en los diversos
evangelios. Lucas termina su primer libro con la promesa de la
comunicación del Espíritu a los Apóstoles, por parte del Resuci-
tado, para que puedan realizar la misión “en su nombre” (cf. Lucas
24, 45-49), y empieza el segundo con la narración de la Ascensión
y de Pentecostés. Juan narra la comunicación del Espíritu a los
Apóstoles, para la misión, por parte de Jesús resucitado en su apa-
rición dominical (cf. Juan 20, 19-23). Mateo termina su Evangelio
con la gran afirmación de la total exousia que Cristo ha recibido en
el cielo y sobre la tierra; en virtud de esta, el Resucitado lanza el
mandato misionero a los Apóstoles para hacer discípulos a todos
los pueblos, asegurándoles además la presencia continuada de su
persona (cf. Mateo 28, 16-20). De un modo semejante se expresa
Marcos, subrayando el efecto de esta presencia del Señor en la
acción apostólica (cf. Marcos 16, 19-20).
La comparación de las cuatro narraciones nos conduce a inter-
pretar el spiritus principalis como la exousia del Resucitado. Él la ha
recibido del Padre, y la comunica a los Apóstoles. El Espíritu que
él ha recibido le ha hecho “principal”, Cabeza (cf. Efesios 1, 19-23),
y lo comunica a los Apóstoles para que sean sacrae ierarchiae origo,
a la vez que novi Israel germina10. Así ellos serán por la fuerza del
Espíritu Santo, “edificadores” de las Iglesias. Ya san Pablo afirmaba
fuertemente, como característica de su condición de Apóstol por
parte de Cristo, que el Señor le había dado exousia para edificar
(Cf. 2 Corintios 1,1; 10,8; 13,10).
Solamente el obispo recibe, en la ordenación, el Espíritu

10 Concilio Vaticano II, Decreto Ad gentes 5.


Santidad en el ministerio Episcopal 487

“principal”, que le da exousia/autoridad para edificar la Iglesia. La


recibe en la comunión católica y apostólica, no ciertamente como
un carisma solitario. No edifica “su” Iglesia, sino la Iglesia una,
santa, católica y apostólica, que se realiza en cada Iglesia local,
precisamente porque en ella hay un sucesor de los Apóstoles capaz
de ejercer la exousia que la Iglesia necesita para existir como tal. No
la edifica solo, sino en la koinonia de la Iglesia, en primer lugar con
los demás órdenes ministeriales –los “con-ministros” presbíteros
y diáconos- pero también con los fieles, en los cuales habita el
Espíritu. Sobre todo, como los Apóstoles desde el `principio, no
la edifica administrativamente, sino “en el Espíritu”. Lo expresa
el Concilio Vaticano II cuando dice que la diócesis es una porción
del pueblo de Dios que el obispo, con su presbiterio, reúne en el
Espíritu Santo.11 (cf CD 11).
En este punto, quizá nos conviene volver al texto de la
plegaria del Veronense, y darnos cuenta de que las dos formu-
laciones coinciden finalmente en su contenido, por caminos
parcialmente diversos. La ministerii summa es, en definitiva,
el spiritus principalis, que está al servicio del “santuario”, esto
es, de la Iglesia. San Pablo define la obra del ministerio como
“edificación del cuerpo de Cristo” (cf. Efesios 4, 12). El hecho
que el obispo tenga la ministerii summa no signifi ca que los
presbíteros y diáconos no ejerzan también el ministerio. En la
ordenación de diáconos se pide la fuerza del Espíritu in opus
ministerii fideliter exsequendi. La imagen de la Iglesia como “san-
tuario” fue bellamente utilizada por Juan Pablo II, al comienzo
de su pontificado, para explicar el significado espiritual de sus
viajes apostólicos; ¡éstos eran, para él, visitas al santuario de
Jesucristo que es cada Iglesia local!.12

2. El contexto litúrgico
La segunda parte de la plegaria de ordenación, así como los
ritos que preceden y siguen lo que hemos llamado “núcleo” de la
ordenación episcopal, explican directa o indirectamente las carac-

11 Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus 11; cf. CIC can. 369.
12 Cf. Juan Pablo II, Discurso a la Curia, 22 de diciembre de 1979.
488 Pere Tena

terísticas espirituales que corresponden al obispo en la Iglesia; en


otros términos, nos indican cual es el camino de santidad subjetiva
del ministerio episcopal, en correspondencia al don recibido.

El examen del candidato


“La antigua regla de los Santos Padres establece que quien
ha sido elegido para el Orden Episcopal sea, ante el pueblo, pre-
viamente examinado sobre su fe y sobre su futuro ministerio”.
Con estas palabras introduce el Obispo ordenante principal el rito
del examen del elegido. Se trata, en efecto, de un examen sobre
la condición de “creyente” del que va a ser ordenado, y sobre el
propósito que tenga de “conservar íntegro y puro el depósito de
la fe, tal como fue recibido de los Apóstoles y conservado en la
Iglesia y en todo lugar”. La liturgia anterior a la reforma introducía
una amplia profesión de fe del elegido; en las liturgias orientales
esta profesión de fe es todavía más detallada. El carácter sintético
del examen actual no debe hacer perder la importancia de este
público compromiso del sucesor de los Apóstoles, fundamental
para mantener viva la fe dado a los santos una vez para siempre
(cf. Judas 3).
El magisterio apostólico no es independiente del Evangelio
de Cristo. De ahí que gestos como la imposición del Evangeliario y
la entrega del libro de los Evangelios tengan que ser considerados
como visualizaciones de este compromiso que asume el obispo de
“anunciar con fidelidad y constancia el Evangelio de Jesucristo”.

La unción de la cabeza con el crisma


Las palabras centrales de la plegaria de ordenación antigua
contenían una mención directa a la unción, dentro de la actuali-
zación de la tipología del sumo sacerdocio de Aarón: Comple in
sacerdote tuo ministerii tui summam, et ornamentis totius glorificationis
instructum, caelestis unguenti rore sanctifica. Con un cierto drama-
tismo, el rito antiguo interrumpía aquí la plegaria de ordenación,
se entonaba el Veni Creator Spiritus, y se procedía a la unción de la
cabeza del elegido con el santo crisma. La plegaria continuaba luego
con una explicación y una súplica en la que resonaban las palabras
Santidad en el ministerio Episcopal 489

del salmo 132: la unción de Aarón desciende desde la cabeza hasta


ungir todo el cuerpo. Hoc, Domine, copiose in caput eius influat, hoc
in oris subiecta decurrat; hoc in totius corporis extrema descendat, ut tui
Spiritus virtus et interiora eius repleat, et exteriora circumtegat.
El rito actual ha mantenido la unción de la cabeza del elegido,
pero sin interrumpir la plegaria, sino al final de la misma. La
referencia se hace al supremo sacerdocio de Cristo, y la unción es
signo de consagración y de fecundidad espiritual: Deus qui summi
Christi sacerdotii participem te effecit, ipse te mysticae delibutionis liquore
perfundat, et spiritualis bendictionis ubertate fecundet. La idea de “con-
sagración” relacionada con el sacerdocio de Cristo no es contraria
a un planteamiento de “ordenación”, que es el actual. Basta tener
presentes los textos de Juan 17,17-19, donde Jesús habla de la “con-
sagración” propia y de los Apóstoles, en un sentido estrictamente
sacrificial y sacerdotal, como participantes de su misterio pascual.
La ordenación no excluye la consagración, al contrario: el ordenado
es un “consagrado en la verdad”, a imagen de Cristo, “a quien el
Padre consagró y envió al mundo” (Juan 10,36).
Esta secuencia –consagración y misión- queda bien expresada
en el rito actual de la ordenación episcopal: al rito de la unción de la
cabeza sigue la entrega del libro de los Evangelios, y el encargo de
la predicación. Las palabras de Isaías 61,1, realizadas en Cristo, se
actualizan así en cada obispo: “El Espíritu del Señor me ungió…por
eso me envió a evangelizar a los pobres…”.
La dimensión sacerdotal del obispo es subrayada fuertemente
en la plegaria actual de ordenación, en estrecha relación con la
misión pastoral. Se trata de una visión del obispo como sumo
sacerdote dedicado totalmente –die ac nocte- al servicio divino, para
interceder por el pueblo y ofrecer el sacrificio de la Iglesia, capaz
de perdonar los pecados por la fuerza del Espíritu, de organizar y
distribuir los ministerios de acuerdo con la voluntad divina, y de
desatar todo vínculo según la potestad apostólica. Finalmente, sin
embargo, todo esto implica una actitud espiritual: el consagrado
está llamado a ser una ofrenda personal, agradable a Dios por la
mansedumbre y la pureza de corazón. Consagrado, por tanto,
como y en Cristo, que se ofreció a sí mismo al Padre, por la fuerza
del Espíritu, como víctima pura.
490 Pere Tena

El anillo, la mitra, y el báculo


La entrega de las tres “insignias” episcopales continúa estre-
chamente vinculada a los compromisos vitales y pastorales asumi-
dos por el nuevo obispo: la fidelidad a la Iglesia, Esposa de Cristo;
el trabajo de crecimiento en la santidad para ejemplo de los fieles;
el signo de la condición de pastor del rebaño de Dios.
La primera entrega es del anillo, al que se le da el título de
fidei signaculum, esto es, signo de fidelidad esponsal. La imagen
del Obispo como “esposo” de la Iglesia es antigua, y hermosa.
Es, como la del pastor, una imagen estrictamente cristológica. La
fidelidad del obispo a la Iglesia no es algo abstracto y sentimental,
sino totalmente concreto: es la fidelidad a su condición de miem-
bro del Colegio Episcopal, fidelidad a la obediencia al Papa como
cabeza de la comunión eclesial y del Colegio episcopal, fidelidad
a los fieles directamente encomendados, pero también a todas la
Iglesias extendidas por el mundo…El obispo, que es “edificador”
de la Iglesia, es también el fiel “conservador” de su identidad como
Esposa de Dios.
La mitra es vista en el ritual actual como un elemento distin-
tivo de la santidad del obispo, y un anuncio de la corona de gloria
prometida a los pastores.
La entrega del báculo acumula la visualización de todas las
dimensiones del oficio pastoral. Se trata de aceptar el pastoreo
de las ovejas del rebaño de Dios, la santa Iglesia, que el Espíritu
Santo, y no simplemente un nombramiento humano, ha confiado
al nuevo obispo. Como se dice en las preguntas del examen inicial,
hay que ejercer el oficio pastoral con amor de padre; unido a los
con-ministros presbíteros y diáconos; bondadoso y comprensivo
con los pobres, con los inmigrantes, con todos los necesitados; con
el firme propósito de buscar las ovejas dispersas y conducirlas al
aprisco del Señor.

Sentado en la cátedra
La plena visibilización de la identidad ministerial de un obispo
se alcanza cuando se trata del obispo de la propia Iglesia local, y la
Santidad en el ministerio Episcopal 491

ordenación tiene lugar en la catedral. En este caso, el ordenado es


invitado por el Ordenante principal a sentarse en la cátedra epis-
copal, y de esta manera mostrarse al pueblo como el Maestro y el
Pastor que, en la sucesión apostólica, será desde ahora el garante
de la comunión eclesial en aquella Iglesia. Es éste un momento
de alta intensidad entre las celebraciones litúrgicas. La plegaria
anterior de ordenación pedía para el elegido ut tribuas ei cathedram
episcopalem. El ritual actual visibiliza esta realidad de una manera
espléndida, de tal manera que, desde este momento, quien preside
la celebración es el nuevo obispo.
Es en la misma cátedra donde el nuevo obispo es saludado
con el ósculo de paz por todos los obispos presentes. La cátedra
episcopal es signo de la comunión de los obispos en la comunión
eclesial, con el obispo de Roma. Solamente si desde esta cátedra se
explica el mismo Evangelio y se mantiene la única fe de la Iglesia, se
podrá asegurar que el que se sienta en ella es un pastor legítimo.

La salutación al pueblo
Una última característica de la ordenación episcopal es la
forma de conclusión: el Te Deum y la salutación del nuevo obispo
al pueblo reunido. De alguna manera, se significa la recepción,
por parte del pueblo, del nuevo obispo que el Señor le ha dado.
Da gracias a Dios como en las grandes solemnidades, y acoge su
presencia con gozo, mientras el ordenado, con su salutación y
bendición, indica cual tiene que ser su presencia en la Iglesia.

3. Sintesis trinitaria-eclesiológica
De una manera narrativa y mistagógica he intentado expli-
car las características de lo que podemos llamar “santidad objetiva”
del obispo, y las indicaciones para su “santidad subjetiva”, a partir
del rito de su ordenación. El carisma de su ministerio es la “obra
buena” que Dios ha empezado en él, y que se espera que Dios
mismo perfeccionará. La colaboración personal del obispo con
esta obra de Dios en él será su santidad subjetiva. Para describir
la estructura de esta colaboración, partimos de lo que ya hemos
descrito en la plegaria de ordenación: el eje Trinidad-Iglesia. La
492 Pere Tena

tradición patrística, junto con la mejor reflexión teológica,13 y el


diálogo ecuménico católico-ortodoxo,14 y, más recientemente, la
Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II Pastores gregis,
siguen este camino cuando ofrecen una síntesis del significado del
obispo en la Iglesia; por otra parte, la santidad consiste precisa-
mente en la incorporación en la vida trinitaria.

“El Obispo en lugar de Dios.., el obispo invisible”


(Ignacio de Antioquía)
La tipología de los ministerios en san Ignacio de Antioquía
es constante en relacionar el obispo con la paternidad divina. El
Obispo es imagen del Padre, el cual es como el obispo invisible,
el obispo de todos. Por consiguiente, cada obispo ocupa el lugar
del Padre de Jesucristo, de tal modo que, precisamente por esta
representación, debe ser respetado por todos. “La cátedra epis-
copal, que especialmente en la tradición de la Iglesia de Oriente
recuerda la autoridad paterna de Dios, sólo puede ser ocupada
por el Obispo”.15
San Pablo da varias claves de esta atribución. Él ha sido padre
de la comunidad de los Corintios, aunque otros muchos puedan
haber sido maestros (cf. 1 Corintios 4,14-15) Pablo ha engendrado la

13 Un trabajo teológico interesante es el de José Antonio Ferreiro, La


tipología del ministerio en las cartas de san Ignacio de Antioquía, tesina de
licenciatura del Instituto Superior de Liturgia de Barcelona, 2003.
14 El diálogo teológico católico-ortodoxo incide frecuentemente en el tema
del sentido del episcopado en la Iglesia local. Como ejemplo interesante,
y en apoyo a lo expuesto sobre la exousia, cito algunas frases del último
texto aprobado por la Comisión en Ravenna, 2007: “Núm. 12. Cuando
hablamos de autoridad, nos referimos a la exousia, tal como la describe
el Nuevo Testamento. La autoridad de la Iglesia deriva de su Cabeza y
Señor Jesucristo. Una vez ha recibido de Dios Padre su autoridad, Cristo,
después de su Resurrección, la ha compartido por medio del Espíritu
Santo con los Apóstoles. A través de ellos, ha sido transmitida a los
obispos, a sus sucesores, y a través d ellos a toda la Iglesia... Conforme
al mandato recibido de Cristo, el ejercicio de la autoridad propia de los
apóstoles y sucesivamente de los obispos, comprende la proclamación
y la enseñanza del Evangelio, la santificación mediante los sacramentos,
en particular la Eucaristía, y la guía pastoral de los creyentes”.
15 Juan Pablo II, Pastores gregis 7.
Santidad en el ministerio Episcopal 493

Iglesia de Corinto en Cristo Jesús, por la predicación del Evangelio.


Entraría aquí otra comparación paulina con la función paternal:
la de desposar a la hija. En este sentido habla a la Iglesia de los
Corintios: “Celoso estoy de vosotros con celos de Dios, pues os
tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta
virgen a Cristo” (2 Corintios 11, 2).
La paternidad del obispo se ejercita en el carácter “originante”
de la vida cristiana, que le corresponde por la plenitud del minis-
terio que ha recibido. Solamente el ministerio episcopal tiene la
capacidad de dar origen a una Iglesia con todas las mediaciones
que le permitan vivir y desarrollarse: palabra, sacramentos, minis-
terios. La segunda parte de la plegaria actual de la ordenación de
obispos destaca este aspecto.
Los dones de Dios se convierten en compromisos que ilu-
minan toda la vida cristiana, en este caso la vida del obispo. Si la
ordenación episcopal pone al obispo como imagen del Padre, sería
un contrasentido ejercer este ministerio sin un profundo espíritu
paternal, y aún maternal, tal como el Apóstol atestigua de sí mismo:
(cf. 1 Tessalonicenses 2, 7.12).

El obispo, imagen de Cristo, pastor, gran sacerdote, y esposo de la Iglesia.


La primera petición que se hace para el nuevo obispo en la ple-
garia de ordenación es que “sea un buen pastor de tu santa grey”.
Son las mismas palabras que acompañan la entrega del báculo
pastoral. El ministerio eclesiástico queda configurado de esta
manera como “pastoral”. “Muchos pastores, pero un solo pastor”,
decía san León Magno hablando de su ministerio episcopal. La
figura de Cristo, buen Pastor, es la primera referencia, en la cual
se contienen las otras dimensiones del ministerio: el sacerdote, el
maestro, el guía.
En efecto, el buen pastor es el que da su vida por las ovejas, el
que procura que ellas tengan vida y la tengan abundantemente.
Con esto se define el sacerdocio de Jesucristo, sacerdocio existen-
cial vinculado a su misma encarnación. “Al entrar en este mundo
dice: Sacrificio y oblación no quisiste, pero me has formado un
cuerpo…He aquí que vengo a hacer tu voluntad” (Hebreos 10, 5.7).
La comunión por la fe y por el bautismo con esta oblación sacerdo-
494 Pere Tena

tal de Cristo funda la condición sacerdotal de la existencia cristiana.


Ofrecer las propias personas como un sacrificio vivo, santo, agra-
dable a Dios, es el verdadero culto espiritual (cf. Romanos 12,1).
Sobre la base de esta condición sacerdotal de la existencia cristiana
en comunión con el misterio de Cristo, el ministerio eclesiástico
tiene una dimensión nueva de configuración con el sacerdocio de
Cristo. Es una existencia “por la ovejas”, “para que tengan vida”. Es
lo que llamamos “sacerdocio ministerial”, orientado directamente
al servicio del sacerdocio común.
Los textos litúrgicos, cuando hablan de la ordenación epis-
copal le atribuyen el “sumo sacerdocio”: “ejercite ante ti el sumo
sacerdocio sirviéndote sin tacha día y noche; que atraiga tu favor
sobre tu pueblo y ofrezca los dones de tu santa Iglesia; que por la
fuerza del Espíritu, que recibe de ti como sumo sacerdote y según
tu mandato, tenga el poder de perdonar pecados”… No conviene
dejarse impresionar por el lenguaje que puede sonar a sacerdocio
levítico. Las referencias son claramente al sacerdocio de Cristo,
sumo y definitivo, que vive siempre intercediendo por nosotros,
después de ofrecerse al Padre una vez para siempre, para el perdón
de los pecados (cf. Hebreos 7,24-25; 9,11-14).
La relación esponsal entre Cristo y la Iglesia completa la con-
figuración cristológica del ministerio episcopal. El anillo que se
impone al obispo en su ordenación es un símbolo de esta fidelidad
esponsal hacia la Iglesia de Dios. Así como Cristo fue para la Iglesia
el Esposo que muriendo le dio la vida, el obispo entrega su persona
al servicio de la Iglesia, como un officium amoris. También en esto
es decisivo el testimonio de Pablo. En su apasionada descripción
del ministerio apostólico se expresa así: “Llevamos siempre en
nuestros cuerpos por todas partes la muerte de Jesús, a fin de que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo….De
modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida”
(2 Corintios 4, 10.12). Una vez más la imagen del buen pastor que
da la vida por las ovejas –la caridad pastoral- está en la base de
esta dimensión esponsal, e ilumina y motiva la santidad subjetiva
del obispo.
Santidad en el ministerio Episcopal 495

El obispo, colaborador del Espíritu Santo.


En las acciones divinas, “todo viene del Padre, se realiza por
el Hijo, y se actualiza por el Espíritu Santo.”16 La súplica propia de
la plegaria de la ordenación es la donación al elegido del “Espíritu
de gobierno” (principalis), para que ejerza el ministerio confiado
por Cristo a los Apóstoles. Desde el principio de la Iglesia, ésta ha
sido el fruto de la acción conjunta del Espíritu y de los Apóstoles.17
Los Hechos de los Apóstoles son el testimonio espléndido de esta
colaboración.
De ahí que el ministerio episcopal se defina como una colabo-
ración con el Espíritu Santo. San Pablo hablaba, en su controversia
con los “falsos apóstoles”, del ministerio del Espíritu como carac-
terística del ministerio de la nueva alianza (cf. 2 Corintios 4, 5-8).
“¡Somos colaboradores de Dios!” decía el Apóstol, invitando a la
reconciliación.(2 Corintios 6,1) Y en su emocionada despedida de
los presbíteros de Éfeso, expresa su experiencia de la colaboración
con el Espíritu: “Me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me
sucederá; solamente sé que el Espíritu Santo en cada ciudad me
testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones” (Hechos 20,
23). Y les recuerda que su ministerio presbiteral-episcopal no viene
de los hombres sino del Espíritu: “Tened cuidado de vosotros y
de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo
como vigilantes (episkopoi) para pastorear la Iglesia de Dios que él
se adquirió con la sangre de su propio Hijo” (Hechos 20,28).
Viene a la mente de nuevo el gesto de la unción de la cabeza del
obispo, con el santo crisma, después de la plegaria de ordenación,
como visibilización de la profecía mesiánica de Isaías: “El Espíritu
del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido el Señor” El
obispo es hecho a imagen de Cristo: el Padre le unge con el mismo
Espíritu con que ungió al Hijo, y le envía a continuar en el tiempo
la misión del Hijo, que él confió a los Apóstoles.
Y todo esto para la edificación de la Iglesia. Porque le ha sido

16 Cf. Grupo de Dombes, El Espíritu Santo, la Iglesia y los sacramentos, núm.


77, ed. Cuadernos Phase 70.
17 Concilio Vaticano II, Ad gentes 4.
496 Pere Tena

dado el spiritus principalis, tendrá exousia/autoridad para discernir


los carismas en la Iglesia, para probarlo todo y quedarse con lo
bueno, para actuar de tal manera que no se apague el Espíritu en
la vida de los fieles. Su vida corresponderá en todo momento a este
don que ha recibido. Será un “espiritual”. “Por la mansedumbre y
la pureza de corazón te sea grata su vida como sacrificio de suave
olor, por medio de tu Hijo Jesucristo, por quien recibes la gloria,
el poder y el honor, con el Espíritu en la santa Iglesia, ahora y por
los siglos de los siglos”.

Conclusión
“Después de haber sido ordenado obispo, todos le ofrecerán
el beso de paz, por ser ya digno de que como tal le saluden. Los
diáconos le presentarán la oblación y él, imponiendo las manos
sobre ella, junto con todo el presbiterio, dirá, dando gracias”.18 Y
sigue, en La Tradición Apostólica, la plegaria eucarística cono-
cida, y actualmente reutilizada como plegaria eucarística II. En
la anamnesis, el obispo dice: “Te ofrecemos este pan y este cáliz,
dándote gracias porque nos hiciste dignos de estar en tu presencia
y servirte”.
La celebración eucarística es la primera acción del nuevo
obispo, y en ella la acción de gracias por el don del ministerio. Así
es también en la ordenación de los presbíteros y de los diáconos.
Esta secuencia –celebración y gratitud personal- acompañará al
obispo –como también a los otros ministros ordenados- toda su
vida, dándole irrevocablemente una forma eucarística.19
La respuesta de santidad subjetiva que hemos intentado
describir en función de la santidad objetiva del obispo no es tan
lejana de la santidad que se pide a los presbíteros. Éstos, como
colaboradores destinados a secundar el ministerio episcopal,
hallan en él los rasgos esenciales de su identidad, y de la forma

18 La Tradición Apostólica, núm. 4, Cuadernos Phase, p. 26.


19 El tema de la “forma eucarística de la vida cristiana” es desarrollado
por el papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica postsinodal
Sacramentum caritatis, 3ª parte, 2007. Véase especialmente núm. 80.
Santidad en el ministerio Episcopal 497

de responder a la petición que sobre ellos se ha hecho de que el


Espíritu de santidad renueve su interior.20
Finalmente, conviene no olvidar que éste se realiza en el
interior de la Iglesia. Recuerdo la recomendación que hice a un
amigo que se disponía a entrar en los ejercicios de preparación
para la ordenación episcopal: “Conviene que pienses más en la
Iglesia que en el episcopado, le dije. Así verás más claro lo que es
y debe hacer el obispo”. Creo que esta recomendación es válida.
La Exhortación Apostólica Pastores gregis expresa la misma idea
de esta manera:
El ministerio pastoral recibido en la consagración, que pone al
Obispo “ante” los demás fieles, se expresa en un “ser para” los otros
fieles, lo cual no lo separa de “ser con” ellos. Eso vale tanto para su
santificación personal, que ha de buscar en el ejercicio de su minis-
terio, como para el estilo con que lleva a cabo el ministerio mismo
en todas sus funciones. La reciprocidad que existe entre sacerdocio
común de los fieles y sacerdocio ministerial, y que se encuentra en el
mismo ministerio episcopal, muestra una especia de ”circularidad“
entre las dos formas de sacerdocio; circularidad entre el testimonio
de fe de todos los fieles y el testimonio de fe auténtica del Obispo en
sus actuaciones magisteriales; circularidad entre la vida santa de los
fieles y los medios de santificación que el Obispo les ofrece; circula-
ridad, por fin, entre la responsabilidad personal del Obispo respecto
al bien de la Iglesia que se le ha confiado y la corresponsabilidad de
todos los fieles respecto al bien de la misma.21

+ Pere Tena,
obispo, auxiliar emérito de Barcelona.

20 Innova in visceribus eorum Spiritum sanctitatis, de la Ordenación de pres-


bíteros.
21 Juan Pablo II, Pastores gregis 10.
Aurelio García Macías Phase, 294, 2009/6, 499-527

EL MINISTERIO PRESBITERAL.
Teología desde la liturgia

El 29 de junio de 1989, la Congregación para el Culto Divino y


la Disciplina de los Sacramentos por medio del decreto Ritus Ordi-
nationum promulgaba la editio typica altera del Pontifical Romano
De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum (Ordenación
del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos) y se publicaba el 31
de mayo de 1990, pocos meses antes de comenzar el Sínodo de los
Obispos, dedicado a la formación de los sacerdotes. La segunda
edición no pretende ser una reforma de la primera, sino una revi-
sión. Incorpora unos Praenotanda como síntesis teológica sobre el
sacramento del Orden, y matiza algunas expresiones lingüísticas,
rituales y eucológicas.
El desarrollo celebrativo de la ordenación presbiteral se
concentra en torno a tres momentos: Presentación, parte central
y ritos explanativos.

Presentación
Tras la lectura del Evangelio se procede al rito de la Elección de
los candidatos en la que los ordenandos son presentados al obispo
por un sacerdote designado. Quien solicita al obispo la ordenación
de los candidatos es la Iglesia local representada en ese presbítero.
Y el obispo, tras asegurarse de su idoneidad, confirma la petición
del pueblo de Dios y proclama públicamente la elección de los
500 Aurelio García Macías

candidatos al orden de los presbíteros. En la Homilía, el obispo


instruye al pueblo cristiano sobre la importancia del presbiterado;
y después interroga en público a los candidatos sobre su dispo-
sición para aceptar y asumir las responsabilidades del nuevo
ministerio (Promesa de los elegidos). El contenido de las preguntas
versa sobre su compromiso en la cooperación con el Obispo y su
munus pascendi, el ministerio de la Palabra y su munus docendi, la
celebración de los sacramentos y su munus sanctificandi, la ora-
ción por el pueblo de Dios y su “munus orandi” y finalmente su
deseo de configurarse y consagrarse a Jesucristo en su ministerio
presbiteral. Posteriormente, el obispo toma entre sus manos
las manos de cada candidato arrodillado ante él para prometer
obediencia “a él y a sus sucesores”. Después los ordenandos se
postran y tras el canto de la Letanías de los santos, los candidatos
se acercan a la sede del obispo para realizar el acto central del
rito de ordenación.

Parte central: Imposición de manos y Plegaria de ordenación


El obispo impone sus manos sobre la cabeza de cada uno de
los candidatos arrodillado ante él, y posteriormente, en silencio,
todos los presbíteros presentes. Seguidamente los candidatos se
arrodillan ante el obispo que, con las manos levantadas, proclama
la Plegaria de ordenación presbiteral.

Ritos explanativos
Terminada la oración del obispo, los ordenados son revestidos
por otros presbíteros con los ornamentos presbiterales y acceden
de nuevo arrodillados ante el obispo para la Unción de las manos y la
Entrega del pan y del vino. El rito finaliza con el osculum del obispo y
posteriormente de los presbíteros a los recién ordenados. Y prosigue
la Eucaristía con la preparación del altar para la liturgia eucarística.

1. Estructura literaria de la Plegaria de Ordenación


La Oración, como elemento central del Rito de ordenación,
sintetiza en forma de plegaria, la teología católica del presbiterado
en el Rito romano. Su misma estructura literaria manifiesta ya su
El ministerio presbiteral 501

significativo contenido teológico. Valgan, como ejemplo, algunas


breves notas al respecto.

1.1. Primera parte: Anámnesis


La parte inicial se denomina Anámnesis, porque recuerda los
grandes acontecimientos de la historia de la salvación relacionados
con el ministerio presbiteral. Se dirige a Dios Padre y emplea el pasado
como tiempo verbal. Consta de tres unidades bien diferenciadas.
Asístenos Señor, Padre Santo,
Dios todopoderoso y eterno,
autor de la dignidad humana
y dispensador de todo don y gracia;
por ti progresan tus criaturas
y por ti se consolidan todas las cosas.
Para formar el pueblo sacerdotal,
tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo
en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo.

En el primer párrafo, el sujeto de toda la acción es Dios Padre. El


objeto o finalidad es formar un pueblo sacerdotal. Los medios que
dispone Dios para tal fin son los ministros de Jesucristo, constituidos
por la fuerza del Espíritu Santo y distribuidos en diversos órdenes.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios,
instituidos con signos sagrados.
Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo,
para gobernarlo y santificarlo,
les elegiste colaboradores,
subordinados en orden y dignidad,
que les acompañaran y secundaran.

Esta segunda unidad, referida a la Primera Alianza, es una


aplicación del principio general enunciado anteriormente: Dios en
su designio salvífico es la fuente del sacerdocio, el que ha dispuesto
la estructura ministerial, y recuerda que este designio divino estaba
ya presente en el Antiguo Testamento. Moisés y Aarón aparecen
como servidores elegidos por Dios para el servicio de su pueblo en
el gobierno y en el culto.
Así, en el desierto,
diste parte del espíritu de Moisés,
502 Aurelio García Macías

comunicándolo a los setenta varones prudentes


con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo.
Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón
de la abundante plenitud otorgada a su padre,
para que un número suficiente de sacerdotes
ofreciera, según la ley, los sacrificios,
sombra de los bienes futuros.

El tercer párrafo desarrolla la figura tipológica de Moisés y


Aarón con sus respectivos colaboradores, siguiendo el texto de Nm
11,16-25. La participación subordinada y gradual de los setenta
varones en la misión de gobierno, encomendada a Moisés, y de
los levitas en la misión del culto, confiada a Aarón, es un recurso
tipológico para expresar la cooperación subordinada del presbítero
secundando la misión del obispo.
Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos,
enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús,
Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos.
Él, movido por el Espíritu Santo,
se ofreció a ti como sacrificio sin mancha,
y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad,
los hizo partícipes de su misión;
a ellos, a su vez, les diste colaboradores
para anunciar y realizar por el mundo entero
la obra de la salvación.

La última parte anamnética, inspirada, sobre todo, en los textos


joánicos y en la Carta a los Hebreos, es totalmente nueva y se centra
en la Alianza inaugurada por Cristo, quien hace partícipes de su
misión a los Apóstoles y a sus colaboradores para anunciar y realizar
la obra de salvación universal. Las figuras vetero y neotestamentarias
aparecen ahora con más claridad gracias al contraste entre ambos
Testamentos.1 El sacerdocio veterotestamentario se encaminaba a
Cristo y en él encuentran su cumplimiento todas las prefiguraciones
del sacerdocio de la Antigua Alianza.

1 Cf. I. Oñatibia, «La identidad del ministerio ordenado. Segunda edición


del Ritual de Órdenes», Phase 31 (1991) 466-468.
El ministerio presbiteral 503

1.2. Segunda parte: Epíclesis


La Epíclesis es la parte central y oración de la Plegaria. Contiene dos
unidades: en la primera expone la necesidad del ministerio presbite-
ral para ejercer el sacerdocio apostólico encomendado a los obispos.
En la segunda, necesaria para la validez jurídica del sacramento,
invoca al Espíritu Santo sobre el candidato.
También ahora, Señor, te pedimos nos concedas,
como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores
que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso,
que confieras a estos siervos tuyos
la dignidad del presbiterado;
renueva en sus corazones el espíritu de santidad;
reciban de ti el segundo grado
del ministerio sacerdotal
y sean, con su conducta, ejemplo de vida.

Conviene advertir la lógica temporal de la oración. El tiempo


verbal es el presente e imperativo. Los adverbios señalan una cro-
nología lineal enmarcada en la misma economía salvífica: Ya en la
primera Alianza (Iam in priore Testamento)... Finalmente, cuando
llegó la plenitud de los tiempos, (Novissime) ... Ahora (Nunc).

1.3. Tercera parte: Aitesis


La Aitesis es la tercera parte de la Oración que presenta una
serie de peticiones dirigidas a Dios Padre por el ordenando. Se ins-
pira en la doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio y el
presbiterado, y destacan dos ideas fundamentales: La cooperación
de los presbíteros con el orden episcopal y la especificación de la
misión presbiteral.
Sean honrados colaboradores del orden de los obispos,
para que por su predicación,
y con la gracia del Espíritu Santo,
la Palabra del Evangelio
dé fruto en el corazón de los hombres
y llegue hasta los confines del orbe.
Sean con nosotros fieles dispensadores de tus misterios,
para que tu pueblo se renueve
504 Aurelio García Macías

con el baño del nuevo nacimiento,


y se alimente de tu altar;
para que los pecadores sean reconciliados
y sean confortados los enfermos.
Que en comunión con nosotros, Señor,
imploren tu misericordia
por el pueblo que se les confía
y a favor del mundo entero.
Así todas las naciones, congregadas en Cristo,
formarán un único pueblo tuyo
que alcanzará su plenitud en tu Reino.

1.4. Cuarta parte o conclusión: Doxología


La última parte de la Oración es una doxología típica de la
liturgia romana dirigida al Padre, por medio de su Hijo Jesucristo,
en la unidad del Espíritu Santo, ratificada por el Amén conclusivo
de la asamblea.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.

Podemos concentrar los resultados del análisis de esta Plegaria


en tres puntos fundamentales, que pueden servirnos de ayuda
para descubrir la teología litúrgica del presbítero en esta Oración:
Ministro de Cristo (Minister Christi), realizando el sacerdocio
apostólico (in apostolico sacerdotio fungendo) para formar un pueblo
sacerdotal (ad efformandum populum sacerdotalem).

2. Ministro de Cristo (MINISTER CHRISTI)


Con la expresión paulina minister Christi (1 Cor 4,1) nos cen-
tramos en la persona del presbítero para descubrir en él varios
aspectos constitutivos de su propia identidad. El presbítero aparece
como un ministro de Cristo, que participa sacramentalmente de su
sacerdocio y misión, y como un cooperador del orden episcopal
necesario para prolongar el sacerdocio apostólico, que Cristo confió
a los Apóstoles.
El ministerio presbiteral 505

2.1. Servidor
El presbítero es considerado como un ministro elegido para un
ministerio. Los términos ministro y ministerio evocan etimológica-
mente la idea y significado de servicio. El término latino minister
denomina a quien realiza un ministerium, y procede de minus, que
se traduce por el menor, el que es menos, el servidor. En contrapo-
sición a magister, que denomina a quien ejerce un magisterium, y
procede de magis, que significa el mayor, el que es más, el superior
o el maestro. La tradición litúrgica ha privilegiado los términos
minister y ministerium para aplicarlos a las personas que realiza-
ban un servicio en la Iglesia, sobre todo, litúrgico.2 El presbítero
es considerado un servidor de Jesucristo, que prolonga la misma
misión de Jesucristo, encomendada a los Apóstoles, continuada
por los Obispos y, en colaboración necesaria con ellos, realizada
también por los presbíteros (LG 28).

2.2. Ungido por el Espíritu


Tanto en el texto como en la estructura de la Plegaria está pre-
sente el dinamismo trinitario. Dios Padre dispuso la existencia de
ministros ordenados para la edificación de la Iglesia. Él es el principio
fontal del presbiterado, quien elige a los presbíteros y quien, por la
fuerza de su Espíritu, los convierte en ministros ligados sacramen-
talmente a Cristo para ser servidores y continuadores de su misión

2 La oración de ordenación presbiteral de las Constitutiones Apostolorum


concibe el ministerio presbiteral como un servicio a Dios y al pueblo, tal
como aparece en M. Metzger, Les Constitutions Apostoliques, ed., Tome III,
Livres VII et VIII (Sources Chrétiennes=SC 336), Paris 1987, 218 : evn prao,thti
paideu,h| sou to.n lao.n kai. douleu,h| soi eivlikrinw/j. Existe una abundante biblio-
grafía sobre los estudios que consideran el ministerio presbiteral como un
servicio. Basten, como ejemplo representativo: B. D. Dupuy, «Teología de
los ministerios», 45; B. Maggioni, «Il sacerdozio nel Nuovo Testamento»,
Rivista Liturgica 56 (1969) 64-66; A.M . Triacca., «La terminologia mini-
steriale del “Sacramentario Veronese”. Contributo all’approfondimento
del sacerdozio dei fedeli. La liturgia veicolo-“locus” della catechesi», en
S. Felici, Sacerdozio battesimale e formazione teologica nella catechesi e nella
testimonianza di vita dei Padri, ed. (Biblioteca di Scienze Religiose 99),
Roma 1991, 209-210.
506 Aurelio García Macías

en el sacerdocio apostólico. Por medio del Espíritu recibido en el


sacramento del Orden, son configurados a Cristo, Apóstol y Sumo
Sacerdote, de forma que participan ministerialmente de su consa-
gración y misión. La mención del Espíritu Santo en las tres partes
de la plegaria de ordenación refleja la importancia de su presencia
e intervención en la vida y ministerio del presbítero. Sobre todo, la
invocación epiclética que renueva en él el Espíritu de santidad.
Por un lado, el Espíritu de santidad tiene un efecto personal: la
santidad de vida. No sólo le configura a Cristo Cabeza y Pastor, sino
que también le conforta y anima para que, mediante la dignidad del
presbiterado y el don del Espíritu recibidos, viva una conducta ejem-
plar.3 La presencia sacramental del Espíritu Santo en el presbítero es
fuerza generadora de vida y santificación personal. Algunos textos
eucológicos antiguos aplican al presbítero la imagen del ostensorio,
vaso o recipiente colmado del Espíritu Santo para expresar que el
presbítero está lleno del Espíritu de Dios.4
Por otro lado, el Espíritu de santidad capacita al presbítero para
anunciar y actualizar la obra de la salvación en su ministerio. Sólo
con la gracia del Espíritu Santo fructifica el anuncio del Evangelio
en el corazón de los hombres; y gracias a la fuerza del Espíritu, los
sacramentos actualizan y comunican la salvación ofertada por Dios
en Cristo.
El Espíritu Santo, pues, incorpora a los presbíteros al servicio
de la Iglesia, santifica su ministerio y lo dirige para ser verdadero
servicio de gracia entre los hombres. El don del Espíritu de santidad
recibido en el sacramento del Orden garantiza la presencia del
Espíritu de Dios en su vida y ministerio. Tal presencia no es mero
don estático, sino fuente dinámica y vitalizadora que actúa, en el
presbítero y por medio de él, santificando a la Iglesia y a todos los
hombres en su peregrinar histórico hacia la plenitud del Reino
de Dios.

3 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica postsinodal Pastores dabo vobis
(=PDV), Ciudad del Vaticano 1992, núm. 15.
4 Cf. Testamentum Domini nostri Jesu Christi nunc primum edidit, latine reddidit
et illustravit, I. E. Rahmani (ed.), Moguntia 1899, 69-71.
El ministerio presbiteral 507

2.3. Apóstol y sacerdote


El presbítero es un ministro de Cristo. Su persona y su
ministerio sólo se comprenden en referencia a Jesucristo. Cristo
es definido en esta Plegaria como Apostolus y Pontifex (Heb 3,1).
El término Apóstol (Apostolus) significa enviado. Siguiendo su
etimología bíblica, presupone alguien que le envía y una finali-
dad en la misión. La tipología veterotestamentaria de la oración
presenta a Moisés y Aarón como enviados de Dios para regir
y santificar a su pueblo. Pero la oración pone de manifiesto la
diferencia sustancial entre los enviados del Antiguo Testamento
y Jesús, enviado por el Padre al mundo. Aquellos eran simples
hombres; éste es Hijo de Dios, Palabra y revelación del Padre.
Su misión es anunciar el Reino de Dios, el Evangelio de la sal-
vación, que es Él mismo: su persona, sus obras y sus palabras.
Jesús es el Apóstol y la Palabra del Padre; en él se identifican
Palabra y Enviado.
Cristo es Sumo Sacerdote (Pontifex). Al ofrecerse a sí mismo al
Padre, se convierte en Víctima y Sacerdote. En él se identifican la
Víctima y el Sacerdote. Nadie duda de su Sacerdocio único e irrepe-
tible. Jesús mismo hizo partícipes de su misión a los Apóstoles, que
se convierten en los continuadores de su doble misión de anuncio
del evangelio y santificación de los hombres.
Ambos aspectos presentados separadamente en la definición
de Cristo son unificados en el novedoso sintagma apostolicum
sacerdotium, que define la misión de los obispos, sucesores de los
Apóstoles. Los obispos, conscientes de su fragilidad y limitación
para realizar la tarea del sacerdocio apostólico encomendado, piden
a Dios les conceda ayudantes (adiutores), al igual que Dios concedió
cooperadores (comites) a los Apóstoles.
Además el obispo suplica al Padre en la oración la dignidad
del presbiterado para los candidatos. Tal dignidad se concede al
presbítero por medio de la ordenación, que le capacita para par-
ticipar sacramentalmente, no sólo en el sacerdocio y misión de
Cristo, sino también le constituye en cooperador del sacerdocio
apostólico confiado por Cristo a los Apóstoles y continuado en el
508 Aurelio García Macías

ministerio episcopal.5 Por el sacramento del Orden, el presbítero es


“habilitado” para continuar la acción ministerial del sacerdocio de
Cristo. Su participación en la misión de Cristo Apóstol y Enviado
del Padre hace del presbítero un enviado de Cristo con la misión de
anunciar a Cristo-Palabra del Padre revelada en el Evangelio. De
tal forma que el presbítero queda configurado sacramentalmente
a Cristo Apóstol.
El presbítero es configurado también a Cristo Sumo Sacerdote. De
esta forma se convierte en sacerdote del Nuevo Testamento.6 Cristo
es constituido Sumo Sacerdote por su obediencia filial al Padre y por
su solidaridad con los hombres. Es Sacerdote y Víctima. De igual
forma, el presbítero es sacerdote que ofrece en su sacrificio la única
ofrenda agradable al Padre, que es Cristo, y se ofrece a sí mismo
obedeciendo filialmente al Padre y asociando en sí a la humanidad.
El sacerdocio ministerial del presbítero deriva de Cristo Sumo y
Eterno Sacerdote.
El presbítero es, por tanto, “apóstol” y “sacerdote” que participa,
por el sacramento del Orden y como cooperador necesario, en el
sacerdocio apostólico encomendado a los obispos. Literalmente se
refiere al sacerdocio de los Apóstoles, continuado en sus sucesores
los obispos y en el que participan los presbíteros. En este sentido,
Tena recurre a los formularios orientales y occidentales de la orde-
nación episcopal en los que se habla del obispo como sacerdote y
sumo sacerdote; afirma que esta expresión se refiere al ministerio
episcopal y señala la dimensión sacerdotal del apostolado.7
Sin embargo, podemos ver en esta expresión la confluencia de
una serie de aspectos propios de Cristo aplicados al presbítero. Los

5 Cf. PDV 16. Aspecto generalmente aceptado en el diálogo ecuménico como


se puede constatar en el documento del Grupo de Dombes núm. 23. La
misión de los ministros tiene por origen y por norma la de los apóstoles; es
transmitida en la Iglesia por la imposición de manos con la invocación del
Espíritu Santo (cf. «Para una reconciliación de los ministerios. Acuerdos
entre Católicos y Protestantes por el Grupo de Dombes», Phase 14 (1974)
147-160).
6 Cf. Heb 5, 1-10; 7,24; 9,11-28.
7 Cf. P. Tena, «La Prex ordinationis de los presbíteros. Etapas de la formación
del texto», en Mysterium et ministerium. Miscelánea en honor del profesor
Ignacio Oñatibia Audela en su 75º cumpleaños, Vitoria 1993, 470.
El ministerio presbiteral 509

dos aspectos con los que la oración define a Cristo, Apostolus y Ponti-
fex, son aplicados también a los apóstoles y a sus sucesores los obispos
en el ejercicio del sacerdocio apostólico, y se prolongan en los colabo-
radores de los Apóstoles: anunciar (nuntiare) y realizar (exercere) la
obra de la salvación; y en los presbíteros, por su participación en el
sacerdocio apostólico. En este sentido, la expresión trata de subrayar
la dimensión apostólica del sacerdocio. El sustantivo es sacerdotium,
calificado por el adjetivo apostolicum. Se expresa de este modo, no
sólo el sacerdocio de los Apóstoles, sino la dimensión ministerial y
apostólica del sacerdocio. Es decir, el sacerdocio comprendido como
ministerio, como servicio para una misión y viceversa. La dimensión
sacerdotal del apostolado nos llevaría a comprender el apostolado de
los ministerios ordenados, no como el mero ejercicio de unas funcio-
nes pastorales, sino completado, también, por el aspecto sacerdotal
que hace de este apostolado un ministerio de santificación. Ambos
conceptos y dimensiones se complementan mutuamente y ofrecen
una visión más rica en la comprensión del sacerdocio, en este caso,
del ministerio presbiteral.

3. Realizando el sacerdocio apostólico (IN APOSTOLICO SACER-


DOTIO FUNGENDO)

La dimensión constitutiva del presbítero se complementa con


las funciones que la oración asigna al ministerio presbiteral.8 Estas
funciones manifiestan la participación especial en el sacerdocio y

8 Para profundizar en las funciones propias del ministerio presbiteral ver el


estudio de J. Delorme, «Diversidad y unidad de los ministerios según el
Nuevo Testamento», en J. Delorme (ed.), “El ministerio y los ministerios
según el Nuevo Testamento”, Madrid 1975, 263-320, en el que hay un
apartado titulado “Las grandes funciones ministeriales, donde habla de los
servicios fundamentales: el servicio de la palabra, el servicio de la comu-
nión y el servicio de los sacramentos”; A. Favale, El ministerio presbiteral.
Aspectos doctrinales, pastorales y espirituales, Madrid 1989, el cual presenta
a los sacerdotes como ministros de la Palabra de Dios; ministros de santi-
ficación, por los sacramentos; guías y educadores del pueblo de Dios; S.
Dianich, Teología del ministerio ordenado. Una interpretación eclesiológica,
Madrid 1988, 175-243, en el que el autor concibe el ministerio presbiteral
como ministerio de la palabra, de la cura pastoral y sacerdotal.
510 Aurelio García Macías

misión de Cristo mediante el ministerio apostólico y se orientan a


la formación y santificación del Pueblo de Dios.
Las funciones del ministerio presbiteral están implícitamente
contenidas en la expresión cooperadores del orden de los obispos, ya que
el presbítero coopera y participa en las funciones propias del minis-
terio episcopal. Sin embargo, la oración actual ha querido responder
a las insistentes peticiones que durante estos años manifestaban el
deseo de explicitar más claramente en qué consistía esta cooperación.
Por eso, se ha prolongado la última parte de la oración y en ella se
describen las funciones propias del ministerio presbiteral.
Antes de analizar detenidamente cada una de las funciones,
destacamos la importancia de la sucesión en la que se presentan.
Hay un orden lógico y teológico. Siguen el mismo orden lógico
de las peticiones hechas al ordenando por el obispo en la promesas
de los elegidos, de tal forma que se constata una estrecha conexión
entre ambas partes. En la primera editio typica, la pregunta sobre
la celebración de los sacramentos se anteponía a la pregunta por el
ministerio de la Palabra; en la edición actual, se ha invertido el orden
de estas dos preguntas: se comienza con el ministerio de la Palabra e
inmediatamente después con el ministerio de los Sacramentos.

3.1. Cooperador del obispo


Una de las afirmaciones más claras y precisas que acentúa la
oración es la concepción del presbítero como cooperador del obispo.
Aunque esta expresión ya existía en la anterior editio typica, la actual
insiste y desarrolla esta idea a través de su terminología, tipología
e incluso, estructura.
Se han multiplicado las referencias lingüísticas a la estrecha vin-
culación y cooperación entre el presbítero y el obispo. El obispo habla
en plural para expresar mejor que habla como miembro del orden
episcopal, aspecto de gran importancia para la teología litúrgica,
ya que la oración de ordenación presbiteral de la liturgia romana es
uno de esos raros documentos que ha mantenido durante más de
un milenio la noción colegial del episcopado.9

9 Cf. P. Jounel, «La nouvelle édition typique du rituel des ordinations»,


LMD, 186 (1991) 17.
El ministerio presbiteral 511

Se mantiene también la tradicional tipología veterotestamenta-


ria para significar la colaboración que ejercen los presbíteros con los
obispos, al estilo de los setenta ancianos y levitas respecto de Moisés y
Aarón. La gran novedad tipológica introducida en la actual plegaria
de ordenación es la referencia a los colaboradores de los Apóstoles,
los cuales son presentados como tipo de los presbíteros respecto de
los obispos. Esta tipología neotestamentaria es más adecuada que
la veterotestamentaria para referirse a la cooperación mutua entre
el ministerio presbiteral y el episcopal.
La referencia histórica a los colaboradores de los Apóstoles se
aplica así a la realidad actual de los cooperadores de los obispos.
Estableciéndose un paralelismo entre los comites-presbíteros y
Apóstoles-obispos. El presbítero, al ser cooperador del Obispo,
es colaborador del sacerdocio apostólico.
La cooperación del presbítero con el obispo es un aspecto
esencial del ministerio presbiteral. No se trata de una simple
cooperación laboral o moral, ni de una mera delegación jurídica
o simple hecho de obediencia, sino de una cooperación sacerdo-
tal que expresa una unión sacramental entre ambos. No en vano
las palabras que se emplean en el texto refuerzan este carácter
de cooperación entendida como unión (con nosotros, en comunión
con nosotros). Por el sacramento del Orden los presbíteros están
unidos a su obispo en íntima comunión sacramental, en un mismo
sacerdocio diversamente participado, que hace de los presbíteros
verdaderos hermanos y amigos de los obispos.10 Los presbíteros
están unidos al obispo en la dignidad sacerdotal, que los obispos
poseen en plenitud. Pero los obispos necesitan de los presbíteros en
el ejercicio de las funciones ministeriales propias de su sacerdocio
apostólico, como así se señala en la oración.
Cada una de las tres funciones señaladas en la tercera parte
de la plegaria va precedida de una expresión que subraya y aclara
que se realiza en unión con el obispo. Esta expresión está introdu-
cida por una triple mención del verbo ser en subjuntivo y en plural
(Sean honrados colaboradores del orden de los obispos, Sean con nosotros)
seguido de un para que (ut), que explicita la función correspondiente.

10 Cf. PO 5, 7; LG 28.
512 Aurelio García Macías

Es necesario constatar este matiz lingüístico porque revela un aspecto


teológico importante. El subjuntivo sean hace referencia a un aspecto
esencial de la identidad del presbítero. La unión y cooperación con
el Orden episcopal se define como aspecto esencial de la identidad
presbiteral. Tal cooperación se indica también en otros textos y gestos
rituales en la ordenación que ponen de manifiesto la importancia
de esta afirmación. En primer lugar, es el obispo quien proclama la
oración e impone las manos. Este dato indica que el candidato es
ordenado presbítero por el obispo. Por tanto, la misma ritualidad
del sacramento establece una particular relación de unión y depen-
dencia entre ambos.
El contenido de la plegaria está relacionado con la primera de
las preguntas que el obispo dirige al ordenando: ¿Estáis dispuestos
a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal con el grado de presbíteros,
como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del
Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo?11
El interrogatorio insiste en la consideración del presbítero como coope-
rador del Orden episcopal para apacentar el rebaño del Señor, guiado por
el Espíritu Santo. El candidato mismo, antes de ser ordenado, acepta y se
compromete a ser un fiel cooperador del Orden Episcopal. Tal cooperación
está expresada, también, en el gesto ritual con el que termina todo el rito de
ordenación. El obispo da el ósculo de paz al neopresbítero significando con
ello la aceptación del nuevo cooperador en su ministerio episcopal, como se
recoge en los Praenotanda.12
Sólo desde esta cooperación y unión sacramental se comprende
el contenido de la expresión secundi meriti munus, traducido como:
segundo grado del ministerio sacerdotal. Con ella no se quiere reducir
al presbítero a un simple grado eclesiástico o a un “secundario” y
ocasional ministerio, sino que su grado, oficio y servicio consisten
en su ser ministerial, que sólo puede ejercerse cooperando “subor-

11 Pontifical Romano reformado por mandato del Concilio Vaticano II, promul-
gado por Su Santidad el Papa Pablo VI y revisado por Su Santidad el Papa
Juan Pablo II, aprobado por la Conferencia Episcopal Española y confirmado
por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Ordenación del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos. Segunda edición
(=OOPD) Barcelona 1998, núm. 124.
12 OOPD 113
El ministerio presbiteral 513

dinadamente” con el ministerio episcopal. Subyace en esta expre-


sión un aspecto de gran importancia teológica en nuestros días: el
ministerio presbiteral sólo tiene sentido en cooperación y unión con
el ministerio episcopal. La teología expresada en este texto eucoló-
gico es básicamente la teología del presbítero-cooperador del orden
episcopal, defendida por la tradición litúrgica de Oriente y Occidente
desde la Traditio Apostolica.13 La antigüedad y permanencia de esta
afirmación en los textos litúrgicos de la tradición eclesial revelan la
importancia que la Iglesia ha dado siempre a este aspecto del minis-
terio presbiteral. La teología actual mantiene esta doctrina, tal como
se constata en los documentos del Concilio Vaticano II referentes
al presbiterado, sintetizados en los nuevos Praenotanda del actual
Pontifical Romano De Ordinatione.14

3.2. Predicador del Evangelio


La primera intercesión pide que los presbíteros sean buenos
cooperadores de los obispos para que las palabras del Evangelio,
por su predicación y con la gracia del Espíritu Santo, fructifiquen en
el corazón de los hombres y lleguen al confín de la tierra.
La primera misión señalada es el anuncio del Evangelio, ejer-
cida en cooperación con el obispo, que es el responsable primero
de esta misión, tal como confirman los textos y gestos rituales de la
ordenación episcopal.15
El presbítero es considerado ministro de la Palabra, que anuncia
en su ministerio de predicación. Para comprender mejor el contenido
de esta afirmación, conviene citar la segunda pregunta hecha por el

13 Cf. P. Tena, «La prex ordinationis de los presbíteros en la II edición típica»,


Notitiae 26 (1990) 126-127.
14 Cf. OOPD 101: En consecuencia, los presbíteros tienen parte en el sacer-
docio y en la misión del Obispo. Como sinceros cooperadores del Orden
episcopal, llamados a servir al pueblo de Dios, forman, junto con su
Obispo, un único presbiterio dedicado a diversas funciones.
15 A diferencia de la ordenación presbiteral, los ritos explicativos de la
ordenación episcopal cuentan con un signo ritual vinculado a la misión
evangelizadora, se le entrega el libro de los Evangelios con las siguientes
palabras: Recibe el Evangelio, y proclama la palabra de Dios con deseo
de instruir y con toda paciencia (OOPD 86).
514 Aurelio García Macías

obispo al ordenando: ¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando


la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación
y sabiduría?16
Aquí se especifica que el ministerium verbi del presbítero se
concreta en la predicación del Evangelio y en la enseñanza de la
fe católica. Añade un dato nuevo al contenido de la oración: el
ministerio de la palabra consiste en la predicación del Evangelio y
en la enseñanza de la fe, que ha de hacerse digna y sabiamente. Se
distinguen, por tanto, dos matices importantes en el ministerium
verbi del presbítero: anuncio e instrucción.
Anuncio del Evangelio. La proclamación de la Palabra pertenece
a la misma esencia del ministerio apostólico, porque fue un encargo
confiado por el mismo Jesucristo a los Apóstoles, y en ellos a toda la
Iglesia: Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda la creación (Mc
16,15; Mt 28,19). Pablo exhortaba a su discípulo Timoteo a proclamar
la Palabra y a desempeñar su ministerio de evangelización (2 Tim 4,
2-5). Los presbíteros, como ministros de Jesucristo y partícipes de la
misión apostólica, son heraldos, voceros y pregoneros del Evangelio
al servicio de los hombres (PO 6). Así lo ha manifestado la tradición
litúrgica de la Iglesia oriental y occidental cuando en las plegarias
de ordenación del presbítero se especifica la evangelización como
tarea prioritaria del presbítero.17El Sacramentario Veronense deno-

16 OOPD 124.
17 Como ejemplos más representativos de la tradición litúrgica presentamos
Serapion Thmvitanvs, Euchologium 13: pro.j to. du,nasqai))) presbeu,ein ta.
qei/a, sou lo,gia (Orientalia Christiana Analecta 249, 60); Rito Maronita: qui
nitide ministerium exhibeat tuo sancto evangelio... ut custodiat verbum tuum
evangelicum (Ritus Orientalium, Coptorum, Syrorum et Armenorum, in
administrandis sacramentis II (DZro), ed. H. Denzinger, Würzburg 1864,
2, 153; Enchiridion Euchologicum Fontium Liturgicorum (EEFL), ed. E. Lodi,
2977); Rito Siro-oriental: da illis in aperitione oris sui sermonem veritatis (DZro
2, 236; EEFL 2978-b). Posteriormente en este rito siro-oriental existe la
entrega de los evangelios al presbítero significando con este gesto ritual
la función de evangelización expresada en las palabras de la plegaria
de ordenación (DZro 2, 237). Lo mismo ocurre en la Iglesia Española
Reformada Episcopal: las palabras de la plegaria “Sé un dispensador
fiel de la Palabra de Dios” son explicadas por el gesto ritual de la entrega
de la Biblia acompañada de la oración: “Recibe la facultad de predicar
la Palabra de Dios... en la congregación en la que fueres legítimamente
El ministerio presbiteral 515

mina a los presbíteros secundi praedicatores refiriéndose a la misión


del obispo, considerado el primus praedicator.18
La oración actual, apoyada en esta tradición bíblica y litúrgica,
mantiene el anuncio del Evangelio como misión específica del
ministerio presbiteral. La predicación del Evangelio está dirigida
a todos los hombres y se caracteriza por su universalidad (“llegue
hasta los confines del orbe”). No es una función dirigida exclusiva-
mente al pueblo cristiano, -como sí lo serán las restantes-, sino que
busca también suscitar la fe en quienes no conocen a Cristo. Esta
predicación sólo puede fructificar acompañada por la gracia del
Espíritu Santo. Esta referencia al Espíritu Santo como responsable
del fruto de la predicación explicita el carácter no exclusivamente
humano de la evangelización. El mismo Espíritu invocado en la
liturgia de ordenación sobre el candidato es el Espíritu que guía la
misión evangelizadora del presbítero y quien da continuidad a toda
la obra salvífica en la que se inserta la misión presbiteral.
El anuncio del Evangelio es también el principio de la vida
eclesial, porque por su medio se inicia la Iglesia y toda comunidad
eclesial (LG 20). La Palabra es la que suscita, nutre, alimenta y edifica
la Iglesia; posteriormente se celebran los sacramentos.19 La finalidad
del anuncio, como veremos más adelante, es la formación y edifica-
ción del Pueblo de Dios.
Enseñanza de la fe. En segundo lugar, el ministerio de la Palabra
incluye, también, la enseñanza de la fe, que clarifica y madura el

colocado” (Liturgia de la Iglesia Española Reformada Episcopal, Madrid


1975, 568).
18 Cf. Sacramentarium Veronense (Cod. Bibl. Capit. Veron. LXXXV [80]) (Ve),
ed. L. C. Mohlberg - L. Eizenhöfer - P. Siffrin, Roma 31976 (Roma
1994), núm. 954. Sobre este punto ver A. M. Tortras, «El ministerio a la
luz de las liturgias de ordenación: perspectivas teológico-eclesiales»,
Estudios Eclesiásticos 60 (1985) 422-427.
19 Cf. Prefacio II de las Ordenaciones: y con la Palabra y los sacramentos se
edifique la Iglesia (Misal Romano reformado por mandato del Concilio
vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo VI. Edición típica,
Barcelona 1999, p. 476); PO 4; DV 21-22; Hieronymvs Presbyter, Homilia
in Euangelium secundum Matthaeum 28,19: Primum docent omnes gentes,
deinde doctas intingunt aqua. Non enim potest fieri ut corpus baptismi recipiat
sacramentum, nisi ante anima fidei susceperit veritatem (Patrologiae Cursus
completus. Series Latina, ed. J. P. Migne, núm. 26, 226D).
516 Aurelio García Macías

primer anuncio a través de la catequesis y la instrucción cristiana


(DV 24). Aspecto que también es mencionado en algunas plegarias
de ordenación presbiteral de otras tradiciones litúrgicas.20
Tradicionalmente es lo que se ha denominado munus docendi.
Así lo expresa el obispo cuando en la exhortación que hace a los
ordenandos en la homilía, les recuerda que realizan el munus docendi
de Cristo Maestro. Configurados a Cristo Maestro, los presbíteros
deben enseñar la Palabra de Dios a todos los hombres y establece
una conexión entre el ministerio de la Palabra del presbítero y su
vida personal, parafraseando aquellas preciosas palabras de la
oración Deus sanctificationum omnium de la antigua liturgia galicana:
Convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple
aquello que has enseñado.21
El ministerio evangelizador del presbítero no puede compren-
derse como una mera tarea funcional. Por su ministerio ordenado, en
el que ha recibido el Espíritu de santidad, el presbítero se convierte
en garante oficial y cualificado de la Palabra. No es el dueño de la
Palabra, sino su servidor y administrador. No es el intérprete de la
Palabra, sino un ministro partícipe de la autoridad profética de Cristo
y de la Iglesia ante el pueblo de Dios. Y para ser verdadero ministro
del Evangelio tiene que vivir en familiaridad personal con la Palabra

20 Cf. CA VIII.16.5: kai. lo,gou didaktikou/( evn prao,thti paideu,h| sou to.n lao.n (SC
336, 218). En la Oratio ad ordinandum presbiterem de la Liturgia Hispana
se confiere el título de doctor plebium al presbítero, y en la Confirmatio post
ordinatum presbiterum se dice factus est ad docendum Christi misteria collega
ordinis nostri (Le Liber Ordinvm en usage dans l’Église wisigothique et moza-
rabe d’Espagne du cinquième au onzième siècle publié pour la première fois
avec une introduction, des notes, une étude sur neuf calendriers mozarabes,
etc.(=LO), ed. M. Férotin, Paris 1904, 55).
21 OOPD 151: “A ti, querido hijo, que vas a ser ordenado presbítero, te incum-
birá, en la parte que te corresponde, la función de enseñar en nombre de
Cristo, el Maestro. Transmite a todos la palabra de Dios que has recibido
con alegría. Y al meditar en la ley del Señor, procura leer lo que lees, ense-
ñar lo que crees y practicar lo que enseñas”. Estas palabras son usadas,
también, en la oración que acompaña a la entrega del Evangeliario en los
ritos explanativos de la ordenación diaconal cuando se dice: “Recibe el
Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en
fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello
que has enseñado” (OOPD 210).
El ministerio presbiteral 517

de Dios, ha de ser el primer creyente que lee, estudia y escucha esta


Palabra y da testimonio de ella digna y sabiamente (DV 25)..22

3.3. Dispensador de los Misterios de Dios


El obispo prosigue, en segundo lugar, pidiendo al Padre que
los ordenandos sean fieles administradores de los misterios de Dios.
Ya hemos señalado el origen bíblico de esta expresión con la que se
denomina el ministerio litúrgico ejercido en la administración de
los sacramentos propios de su ministerio presbiteral (1 Cor 4,1). Se
subraya, de nuevo, que el presbítero realiza este ministerium sacra-
mentorum unido al obispo, el cual ha recibido, también, en su orde-
nación episcopal, el encargo de administrar los sacramentos.23
El uso del vocablo dispensador subraya el carácter servicial de
esta misión. El presbítero no es el dueño o poseedor de los dones
administrados, sino que son misterios de Dios, porque pertenecen
a Dios.24 Gramaticalmente esta expresión es un atributo del verbo
ser, pero teológicamente se convierte en un atributo presbiteral: ser
dispensador de los misterios divinos.
La finalidad de este servicio está dirigida a la santificación del
Pueblo de Dios mediante la administración de los sacramentos del
bautismo, Eucaristía, reconciliación y unción de los enfermos. Es
una alusión a los sacramentos propios y ordinarios del ministerio
presbiteral. El texto establece una fuerte conexión entre el Pueblo de

22 Cf. PDV 26.


23 Cf. En la ordenación episcopal se subraya más la misión de evangelización
y de gobierno que la de santificación, más desarrollada en la ordenación
presbiteral. Hay una mención del munus sanctificandi en el interrogatorio
que se hace al elegido para el episcopado: “Quieres... cumplir de manera
irreprochable las funciones del sumo sacerdote?” (OOPD 40). Su mención
más explícita se encuentra en la oración de ordenación episcopal (OOPD
47).
24 Cf. La oración denomina a los sacramentos como misterios de Dios y al
presbítero como un dispensador de los mismos. Son expresiones de fuerte
tradición litúrgica, como reflejan el Rito Siro-oriental: ut demus in nomine
tuo talenta ministerii spiritus ministris mysteriorum tuorum sanctorum (DZro
2, 236; EEFL 2978-a); y el Rito Hispano: Vide ut sancta misteria sanctificans
corde (EEFL 2831-b; LO 55).
518 Aurelio García Macías

Dios y cada uno de estos sacramentos, sintetizando los efectos que


cada uno de ellos aporta a la Iglesia.
Este párrafo de la plegaria se relaciona con otra de las preguntas
que hace el obispo al candidato: ¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y
fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio
de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios
y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?25
Se refiere al ministerio litúrgico. El presbítero debe celebrar los
misterios de Cristo con una doble finalidad: la alabanza de Dios y
la santificación del pueblo cristiano. Este último aspecto inserta el
ministerio presbiteral en la Iglesia. El presbítero celebra los sacra-
mentos según la tradición y la intención de la Iglesia. El interroga-
torio además hace una pregunta explícita sobre dos sacramentos, la
Eucaristía y la Reconciliación, que debe celebrar piadosa y fielmente.
La oración menciona varios sacramentos más como propios del pres-
bítero. El orden en el que son mencionados tiene importancia porque
revela no sólo la práctica habitual de la Iglesia, sino también el orden
lógico en el que los concibe la reflexión teológica cristiana.
El primero en ser mencionado es el Bautismo. Se pide a Dios
que su pueblo sea renovado por el baño del nuevo nacimiento (per
lavacrum regenerationis innovare), expresión bíblica muy apreciada en
la tradición patrística y litúrgica para designar el bautismo (Tit 3,5-6).
El bautismo es el primer sacramento de la iniciación cristiana, que
introduce a los hombres en el Pueblo de Dios y renueva la Iglesia. Si
el presbítero tiene como finalidad la formación de un pueblo sacerdo-
tal, la administración del bautismo es esencial en su ministerio, como
así lo confirma la tradición litúrgica oriental y occidental cuando en
otras plegarias de ordenación menciona explícitamente el bautismo
como función propia del ministerio presbiteral.26
El segundo sacramento mencionado es la Eucaristía, el sacrificio
del altar. Por medio de ella se nutre y alimenta el Pueblo de Dios. El
verbo reficere apunta dos ideas interesantes: por un lado, el carácter

25 OOPD 124.
26 La traducción latina de la plegaria del Rito Maronita emplea práctica-
mente la misma expresión: renovet populum fidelem per lavacrum spirituale
regenerationis sancti baptismatis (DZro 2,153; EEFL 2977).
El ministerio presbiteral 519

de renovación (re); por otro, su reconstitución o fortalecimiento


(facere). Este verbo es usado acertadamente para referirse al efecto
de la Eucaristía en el Pueblo de Dios: rehace, restablece, refuerza a
la Iglesia.
La Eucaristía ha sido siempre el sacramento por excelencia del
ministerio presbiteral. El estudio de las fuentes litúrgicas revela que
los ritos de ordenación privilegian la misión litúrgico-sacramen-
tal.27 El rito de ordenación presbiteral de la actual liturgia romana
sigue concediendo un lugar privilegiado a la Eucaristía. La escueta
mención en la promesa de los elegidos y en la plegaria de ordenación,
se completa con los textos y gestos de los ritos explicativos. Tanto
la unción de las manos como la entrega del pan y del vino están
relacionados con la Eucaristía. La oración que se dice al ungir las
manos especifica que el presbítero es ungido para santificar el
pueblo cristiano y ofrecer el sacrificio a Dios. Es una clara alusión a
la función de santificación y al sacrificio eucarístico.28 Mucho más
explícita es la relación de la Eucaristía con el presbítero en la entrega
del pan y del vino, único signo que el obispo entrega al neopresbí-
tero.29 Subyace en este rito la teología medieval que interpretaba la
entrega de los instrumentos propios de esta función: la patena y el

27 Aparece explícitamente mencionado en las plegarias de ordenación pres-


biteral, ver CA VIII.16.5: kai. ta.j u`p` er tou/ laou/ sou i`e` rougi,aj (SC 336, 218);
Rito Maronita: ministret coram altari tuo sine reatu... tibique offerat sacrificia
perfecta et dona spiritualia (DZro 2, 153; EEFL 2977); Rito Siro-oriental: et
corde puro, conscientiaque bona inserviant altaris tuo sancto (DZro 2, 236; EEFL
2978-b); la Confirmatio post ordinandum presbiterum del Rito Hispano dice:
Habete ergo aditum et potestatem accedere ad altare Dei (LO 55); Corpus et san-
guinem filii tui inmaculata benedictione transformentur (Liber Sacramentorum
Romanae Aeclesiae ordinis anni circuli (Cod. Vat. Reg. lat. 316/Paris Bibl. Nat.
7193, 41/56). Sacramentarium Gelasianum (=GeV), ed. L. C. Mohlberg - L.
Eizenhöfer - P. Siffrin, Roma 31981, 148).
28 Cf. OOPD 133: “Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza
del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para
ofrecer a Dios el sacrificio”.
29 La oración que acompaña la entrega del pan y del vino dice así: “Recibe
la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que
realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio
de la cruz del Señor” (OOPD 135). Los Praenotanda refiriéndose a la
relación de este gesto con la Eucaristía afirman: Este ministerio se declara
más ampliamente por medio de otros signos... por la entrega del pan y
520 Aurelio García Macías

cáliz, como la concesión del poder de consagrar. Por medio de este


signo y de la imposición de las vestiduras sacerdotales con las que
es revestido el nuevo presbítero, se acentuaba el aspecto sacerdotal
de su ministerio.30
La unión entre el presbítero y la Eucaristía se manifiesta tam-
bién en la celebración de la ordenación. El nuevo Pontifical Romano
contextualiza el sacramento del Orden en la celebración eucarística
para significar mejor que el ministerio se recibe y se inicia en medio
de la asamblea más representativa de la Iglesia, con el sacramento
más significativo de la vida eclesial y de su misión presbiteral.31 Por
el sacramento del Orden recibido se convierte en el presidente de la
Eucaristía para ofrecer sacramentalmente el sacrificio de Cristo, y en
el sacrificio de Cristo ofrecerse a sí mismo. En la Eucaristía, el pres-
bítero es sacramento de Cristo sacerdote, signo e instrumento con el
cual Cristo hace actual y eficaz su mediación entre los hombres y el
Padre.32 La celebración de la Eucaristía exige en el presbítero la acti-
tud oferente de su propia vida, porque es el lugar verdaderamente
central de su ministerio y, como afirman los nuevos Praenotanda, la
expresión máxima de su servicio sagrado.33
En tercer lugar, la plegaria de ordenación menciona el sacra-
mento de la Penitencia, por medio del cual son reconciliados los
pecadores. En las expresiones referidas a los dos sacramentos ante-

del vino en sus manos se indica el deber de presidir la celebración de la


Eucaristía y de seguir a Cristo crucificado (OOPD 113).
30 Para conocer mejor el significado de estos ritos puede consultarse A.
Lameri, La “Traditio Instrumentorum” e delle insegne nei riti di ordinazione.
Studio storico-liturgico, Roma 1998.
31 Cf. P. Tena, «La ordenación y el sentido del ministerio en el diálogo ecu-
ménico», Phase 21 (1981) 223-239.
32 Cf. A. Vanhoye, «Sacramentalidad del ministerio», en Comisión Epis-
copal del Clero (ed.), Espiritualidad del Presbítero Diocesano Secular.
Simposio, Madrid 1987, 83-85.
33 PDV 26. Congar concluye uno de sus artículos sobre el sacramento del
Orden insistiendo en la centralidad de la Eucaristía en el ministerio presbi-
teral. Y. M. Congar, «Note sur une valeur des termes ordinare, ordinatio»,
Revue des Sciences Religieuses 58 (1984) 14: “Les recherches actuelles sur le
ministère ordonné, celui des prêtres, ont insisté sur son rapport à la com-
munauté au point qu’on a pu écrire que le prêtre préside à l’Eucharistie
«parce qu’il» préside la communauté”.
El ministerio presbiteral 521

riores, el sujeto era todo el pueblo de Dios; en éste, son los pecadores.
Ya hemos observado que el actual rito De Ordinatione Presbyterorum
subraya la importancia de este sacramento en el ministerio presbi-
teral.34 El presbítero es un ministro de la misericordia divina, que
reconcilia a los hombres con Dios y con la Iglesia, como la propia
fórmula del sacramento manifiesta, gracias a la muerte y resurrec-
ción de Jesucristo (PO 5). El presbítero es instrumento y servidor de
Cristo, por medio del cual actúa Cristo; y es también beneficiario de
este sacramento, haciéndose testigo de la misericordia entrañable
de Dios por los pecadores.35
En último lugar, se menciona el sacramento de la Unción de
los enfermos. El verbo confortar (sublevare) es usado en la teología
sacramentaria para designar los efectos de este sacramento.36 La
unción con el óleo bendecido alivia la enfermedad y el dolor de los
enfermos. La mención de este sacramento en la plegaria misma de
ordenación recuerda al presbítero que, como ministro de Cristo, ha
de servir también a los enfermos con los medios dispuestos por Él
mismo, especialmente con el sacramento propio de la enfermedad.
La tradición litúrgica apenas habla de este sacramento en los textos
eucológicos de ordenación presbiteral.37
La predicación del Evangelio antecede a la celebración de los
sacramentos, ya que son sacramentos de la fe, la cual nace y se ali-
menta de la Palabra de Dios (SC 35, PO 4). El ministerio presbiteral

34 Cf. OOPD 102: Pero su oficio sagrado lo ejercen, sobre todo, en la asamblea
eucarística. El silencio de las ediciones precedentes sobre el sacramento de
la Reconciliación contrasta con las tres menciones del actual rito de orde-
nación presbiteral de la liturgia romana: la primera, en el interrogatorio
inicial; la segunda, en la plegaria de ordenación (OOPD 131); y la tercera,
en la bendición final (OOPD 171).
35 Cf. PDV 26.
36 En la homilía de la Ordenación de los Presbíteros, el obispo especifica que
los enfermos son aliviados con el óleo santo, para referirse al óleo de los
enfermos: oleo sancto infirmos sublevantes. Se emplea el mismo verbo que
en la plegaria de ordenación (OODP 151) y en PO 5.
37 Tan sólo es mencionado en el rito Siro-oriental: et elige illos ad sacerdotium,
Dominus Deus fortis, ut ponant manus suas super infirmos, et curentur (DZro
2, 236; EEFL 2978-b). Hay una clara referencia a Jn 5,13-15.
522 Aurelio García Macías

es un ministerio profético (anuncio de la Palabra) y sacramental (cele-


bración de los Sacramentos).38

3.4. Implorante de la misericordia de Dios


La tercera y última de las funciones del presbítero mencionadas
es el ministerium orationis. Se pide que el presbítero, unido al orden
episcopal, implore la misericordia de Dios (Deprecator misericordiae
Dei) por el pueblo a ellos encomendado y por todo el mundo. El
contenido de este párrafo está tomado casi literalmente del Decreto
Presbyterorum Ordinis, que habla de los presbíteros como ministros
de los Sacramentos y hace una mención especial a la Liturgia de las
Horas.39 Para comprender mejor su contenido lo relacionamos con
la novedosa pregunta añadida en la actual edición: ¿Estáis dispuestos
a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea
encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?40
Se percibe una evidente sintonía en el texto y contenido de la
pregunta con la Plegaria de ordenación. Nuevamente se destaca
que es una función ejercida en unión con los obispos, quienes han
recibido el encargo especial de orar insistentemente por el pueblo
santo.41 La oración presbiteral implora la misericordia de Dios por
el pueblo a ellos confiado y por todo el mundo. No se ora solamente
por el Pueblo de Dios, sino por toda la humanidad. El ministerio de la
oración presbiteral conlleva un marcado carácter de universalidad,
como el ministerio de la Palabra: la plegaria resalta el anuncio del
Evangelio a todos los hombres y la oración por todos los hombres.
Esta tercera misión potencia la figura orante del presbítero, que

38 La interrelación entre ambos ministerios es el tema del artículo de J. A.


Abad, «Los ministerios profético y sacramental del presbítero», Phase 26
(1986) 509-518, en el que expone la primacía del ministerio sacramental
sobre el ministerio profético, y dentro del ministerio sacramental, la pri-
macía del ministerio eucarístico.
39 Cf. PO 5.
40 OOPD 124: “¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con
nosotros, a favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en
el mandato de orar sin desfallecer?”
41 Aspecto contenido en una de las preguntas dirigidas al candidato al orden
episcopal: “¿Quieres rogar continuamente a Dios todopoderoso por el
pueblo santo...?” (OOPD 40).
El ministerio presbiteral 523

siguiendo el mandato del Señor y a ejemplo de los Apóstoles, se


dedica asiduamente a la oración (Hch 6,4). La oración del presbítero
es una oración apostólica. No se refiere exclusivamente al rezo de la
Liturgia de las Horas, como así parece expresar el texto de la homilía,
sino que se trata de un principio más amplio de la espiritualidad
sacerdotal desarrollada por el Vaticano II: los presbíteros son hom-
bres y maestros de oración.42 Al ser constituidos sacramentalmente
en pastores del Pueblo de Dios oran al Padre por el pueblo a ellos
encomendado y por todos los hombres. Es una función intercesora
y pastoral.43 Es, también, una misión encomendada por la Iglesia
que manifiesta la naturaleza de la Iglesia en oración. El presbítero
ora en nombre de la Iglesia, por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia,
haciendo de su oración una ofrenda de alabanza y acción de gracias a
Dios Padre.44 La Liturgia de las Horas, por ser la oración de la Iglesia,
es la fuente de la que brota y en la que se fundamenta la oración del
presbítero, que culmina en la celebración eucarística.

4. Para formar un pueblo sacerdotal


(AD EFFORMANDUM POPULUM SACERDOTALEM)
En este apartado exponemos la teleología del ministerio pres-
biteral, tal como es presentada en la actual Plegaria de ordenación de
los presbíteros. Al estudiar la finalidad de este ministerio ordenado,
descubrimos dos aspectos inherentes y constitutivos: su dimensión
eclesial y escatológica. Desde el inicio hasta el final, el ministerio
presbiteral está marcado por el Espíritu Santo, principio vital

42 López Martín afirma que la pregunta que se añade se refiere al ministerio


de la santificación, alusiva a la obligación de celebrar la Liturgia de las
Horas: J. Lopez Martin, «La II edición típica de los rituales del Orden y del
Matrimonio», Pastoral Litúrgica 199-200 (1990) 16-18. El texto de la homilía
especifica que se trata de la Liturgia de las Horas: al ofrecer durante el
día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de
Dios, sino por el mundo entero (OODP 123). Ver también: LG 28; PO 2, 5;
Introducción General de la Liturgia de las Horas (=IGLH) 12, 28, 211.
43 Cf. IGLH 28.
44 La consideración de la oración del presbítero como una oblación dirigida
al Padre está expresada en la oración de ordenación presbiteral del Rito
Siro-oriental en la que se les denomina: offerentes tibi oblationes orationum
(DZro 2, 236; EEFL 2978-b).
524 Aurelio García Macías

esencial para realizar la misión para la que es elegido, ordenado


y enviado.

4.1. Pueblo sacerdotal


El inicio de la Plegaria señala la finalidad por la cual Dios ha
dispuesto a los ministros de Cristo en órdenes diversos: formar un
pueblo sacerdotal. Con la expresión pueblo sacerdotal se afirma implí-
citamente la existencia de dos dimensiones del sacerdocio.
Por un lado, es pueblo sacerdotal porque sus miembros son
sacerdotes. Se trata del sacerdocio común o bautismal por el que
todos los bautizados participan del sacerdocio de Cristo formando
un pueblo sacerdotal y una nación santa.45 Por otro lado, está el sacer-
docio ministerial. El Espíritu Santo suscita en la Iglesia diversidad
de carismas y ministerios dirigidos al servicio de Dios para formar,
dirigir, animar y unificar su pueblo. El sacerdocio apostólico parti-
cipa del triple munus de Cristo y ejerce sus funciones como un ser-
vicio de responsabilidad sobre el sacerdocio común. Este sacerdocio
apostólico es propio del obispo y de los presbíteros en comunión
y cooperación con él. Aunque ambos participan del sacerdocio de
Cristo y actúan in persona Christi, sin embargo, sólo el obispo tiene
la plenitud de ese sacerdocio.
El presbítero recibe el sacerdocio ministerial como un don
particular que le capacita para cooperar con el Orden episcopal y
ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacer-
docio común que le ha sido conferido.46 Las funciones ministeriales
del presbítero - el anuncio del Evangelio, la administración de los
sacramentos y la oración- tienen como finalidad la formación y el
crecimiento del Pueblo de Dios. Así lo confirma el depósito eucoló-
gico antiguo y actual.47
El sacerdocio ministerial sólo tiene sentido en relación al
sacerdocio común de los fieles. Y ambos son esenciales en la Iglesia.
El sacerdocio ministerial, por tanto, está enraizado en la Iglesia

45 1 Pe 2,5; Ex 19,6; PDV 13.


46 Cf. PDV 17.
47 Cf. CA VIII.16.3: kai. do.j du,namin pro.j to. kopia/n auvtou.j lo,gw| kai. e;rgw| pro.j
oivkodomh.n tou/ laou/ sou (SC 336, 218).
El ministerio presbiteral 525

como algo esencial. El presbítero recibe el sacerdocio ministerial


a través del sacramento del Orden en medio del Pueblo de Dios,
en la Ecclesia Dei constituida en la actio liturgica de la ordenación.48
Surge y nace en el contexto eclesial de su Iglesia local, creando un
vínculo sacramental entre el presbítero y la Iglesia. Pero no sólo
nace sino que se realiza en y para edificar a la Iglesia. La Iglesia
no puede vivir sin el sacerdocio ministerial y el sacerdocio apos-
tólico no puede conferirse sin la Iglesia. La dimensión eclesial es
constitutiva del ministerio presbiteral y el ministerio presbiteral
es constitutivo de la Iglesia.

4.2. Hacia la consumación del Reino


La finalidad del ministerio presbiteral es formar un pueblo
sacerdotal que se transformará en un único pueblo que llegará a
la plenitud en el Reino de Dios.
El último párrafo de la oración es una referencia directa a la
escatología. La presencia de esta dimensión escatológica en la
oración señala, no sólo un aspecto importante del depositum eucholo-
gicum de las oraciones de ordenación de la tradición litúrgica, sino
su particular importancia en la vida y ministerio del presbítero.
La finalidad del ministerio presbiteral se inserta en el proceso
cósmico e histórico que congregará todas las naciones en Cristo.
Con las funciones propias de su ministerio, el presbítero realiza y
continúa la obra de la salvación en el mundo. Es decir, su ministerio
se inserta en el proceso salvífico que conduce a todos los hombres
y a todos los pueblos hacia el único pueblo de Dios. Por esta razón,
se afirma que el ministerio presbiteral es un ministerio eclesial y
universal. Aunque está sacramentalmente ligado a la Iglesia, no
se agota en ella porque se dirige, también, a todos los hombres.
El carácter universal de su ministerio se expresa claramente al
mencionar sus funciones evangelizadora y orante. El anuncio del

48 Cf. A. M. Triacca, «Presbyter: Spiritus Sancti vas. “Modelli” di presbitero


testimoniati dall’eucologia. (Approcio metodologico alla “lex orandi” in
vista della “lex credendi”)», en S. Felici (ed.), La formazione al Sacerdozio
ministeriale nella catechesi e nella testimonianza di vita dei Padri,, Roma 1992,
208-209.
526 Aurelio García Macías

Evangelio ha de llegar hasta los confines de la tierra; y en su oración


suplica, no sólo por el pueblo a él encomendado, sino también por
toda la humanidad. El carácter universal del ministerio presbiteral
refleja la esencia católica de la Iglesia y del presbítero.
El ministerio presbiteral es también un ministerio de unidad.
La plegaria presupone un proceso histórico por el que todos los
pueblos, congregados en Cristo, llegarán a formar el único pueblo
de Dios, que se realizará plenamente en el Reino. La Iglesia se
consumará en el Reino de Dios. El presbítero se inserta en esta
dinámica como ministro de unidad para conducir, por medio de
Cristo, a todos los hombres hacia el Padre.
La plegaria plantea el horizonte escatológico del ministerio en
clave eclesiológica.49 Presenta al presbítero no como un individuo
aislado, sino desde su ministerio ejercido en la Iglesia que peregrina
hacia el Reino. Es un ministerio de unidad, al servicio de la Iglesia y
de la humanidad, ordenado al plan divino de salvación, por el que
Cristo congregará en sí a todos los pueblos en un único pueblo, para
ofrecérselo a Dios Padre en el Reino eterno.

5. Conclusión
Es habitual acudir a los textos litúrgicos para buscar una res-
puesta a problemas teológicos o un argumento ex auctoritate que
justifique el discurso teológico. Pero, la liturgia es algo más que un
locus theologicus al que acudir en busca de respuestas teológicas,
como se acude a otras fuentes. Los textos eucológicos de la liturgia
(lex orandi) son locus privilegiado donde se expresan los contenidos
perennes de la revelatio, que se convierte en traditio (lex credendi) para
la vida de los fieles (lex vivendi). Desde este presupuesto, los textos
y ritos de la ordenación son locus theologicus privilegiado para des-
cubrir la teología litúrgica del presbítero, con las particularidades
propias de cada tradición.
Es sugerente la opinión de A. M. Tortras cuando afirma que si
bien es cierto que las liturgias de ordenación no pretenden formular una

49 Cf. P. Tena, «La prex ordinationis de los presbíteros en la II edición»,


132-133.
El ministerio presbiteral 527

teología del ministerio, es igualmente constatable que a través de sus ple-


garias y acciones nos es dado captar lo que la Iglesia vive, siente e intuye
acerca de sí misma y también acerca del ministerio. El carácter oracional,
supraconceptual y evocador de la liturgia es especialmente apto para expre-
sar una acción fundamental de la Iglesia en la cual ésta manifiesta su ser,
su creer y su orar. 50
El contenido de estos textos de ordenación es una magnífica
y densa síntesis de la reflexión teológica de ambas Iglesias sobre
el ministerio presbiteral, en las que se ofrece a modo de ejemplo,
modelo o paradigma lo que cada Iglesia quiere, pide y desea que sea
el presbítero.51 El término modelo equivale al vocablo latino exemplum
y a exemplar para referirse a aquello que es digno de imitarse o ser
propuesto para la imitación. No es un modelo cultural (cultural pat-
tern), sino un modelo litúrgico-existencial. La diferencia entre ambos
proviene de que el primero es efímero, cambia dependiendo de la
cultura en la que se encuentra, incluso varía al desarrollarse la propia
cultura. Sin embargo, el modelo litúrgico-existencial es perenne, no
cambia, se transforma perfeccionándose en cada momento histórico
para ser cada vez más modélico o ejemplar. El modelo o paradigma
del presbítero está condensado en estos formularios litúrgicos pero
debe ser desentrañado de este marco conceptual para hacerse vida
en su ministerio. El objetivo de este artículo señala los datos teoló-
gicos que in nuce están condensados en esta hermosa Plegaria de
ordenación de los presbíteros, con el deseo de contribuir a mostrar
in luce la teología litúrgica del presbítero en el Rito Romano.

Aurelio García Macías


(Valladolid)

50 A. M. Tortras, «El ministerio a la luz de las liturgias de ordenación.


Perspectivas teológico-pastorales”. Estudios Eclesiásticos 60(1985), 412.
51 El BEM señala desde su comienzo la necesidad de estudiar el tema
del ministerio ordenado en el diálogo interconfesional. Su objetivo se
concentra en aquellos aspectos relacionados directa o indirectamente
con los problemas del mutuo reconocimiento que conducen a la unidad.
Al plantear el tema del ministerio ordenado dice ya en los inicios: se dan
diferencias respecto al modo de ordenar la vida de la Iglesia. Estas dife-
rencias se notan más en concreto al considerar el lugar y las formas del
ministerio ordenado (EO 1, 913).
Pedro Fernández Phase, 294, 2009/6, 529-543

EL DIACONADO
EN EL SACRAMENTO DEL ORDEN

Existen actualmente diversas cuestiones teológicas abiertas


en torno al Sacramento del Orden; no me refiero a la constitución
de la Iglesia, pues la Iglesia es tal cual fue instituida por Jesucristo,
sino a la posible explicación teológica de esa constitución en lo
pertinente al Sacramento del Orden. En este contexto eclesial,
es preciso ofrecer una síntesis lograda, fuera de toda ambigüe-
dad, entre comunión y jerarquía, manifestando una verdadera
integración entre ambas realidades, es decir, entre la gracia de
la comunión (evangelio) y la ley de la sociedad (derecho natu-
ral). En concreto, hay que clarificar el concepto de la comunión
jerárquica (expresión nueva, extraña a la tradición y ambigua
en sí misma a la hora de relacionar comunión con jerarquía) que
es la condición ( causada por la ordenación) para pertenecer al
Colegio Episcopal.1
Además, el Concilio Vaticano II nunca usa el término jurisdic-
ción referido al Papa y sí en referencia a los obispos. De las ocho
veces que el Vaticano II habla del primado2 nunca usa la palabra
jurisdicción, que es la expresión típica del Vaticano I. Es extraño

1 Cf. Concilio Vaticano II, Constitutio dogmatica Lumen gentium, 22: AAS
57 (1965) 26.
2 Cf. Concilio Vaticano II, Constitutio dogmatica Lumen gentium,
13, 18, 22(2), 45: AAS 57 (1965) 18. 22. 26. 51; Decretum Orientalium
Ecclesiarum, 3, 7: AAS 57 (1965) 77. 79; Decretum ad gentes, 22: AAS 58
(1966) 974.
530 Pedro Fernández

que la L G 22 cite cuatro textos de las Actas del Vaticano II,3 pero
no el texto aprobado donde es evidente la relación entre primado y
episcopado.4 ¿Quiere esto decir que la potestad episcopal procede
sólo de la sacramentalidad del episcopado, es decir, de la ordena-
ción o procede del Papa, según la doctrina tradicional, defendida
de nuevo por algunos teólogos prestigiosos?
En este número monográfico dedicado al año sacerdotal se
estudian diversas cuestiones referentes a los diferentes grados
del Sacramento del Orden desde la perspectiva litúrgica. A un
servidor le han pedido no propiamente un artículo de investiga-
ción, sino presentar la situación actual del argumento relativo a
la participación o no del diaconado en el sacerdocio de Cristo, y
mi parecer al respecto.
La cuestión teológica sobre la naturaleza e identidad eclesial
del Diaconado cobró especial importancia con la promulgación
de la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium, el
21 de noviembre de 1964, en la que en el núm. 29 se restablece
no sólo el diaconado permanente, decisión dejada a las Confe-
rencias Episcopales con la aprobación del Papa, sino también la
posibilidad de ser ordenados diáconos estables no sólo hombres
con el propósito del celibato, sino también hombres casados de
edad madura con el consentimiento del Papa, presuponiendo
siempre el don de la vocación pertinente y la aceptación por
parte de la Iglesia.
Así pues, en la actualidad, junto al diaconado transeúnte,
como un estadio para el presbiterado, existen también los diáco-
nos permanentes, lo cual invita a una mejor y mayor coordinación
entre las funciones desarrolladas por los diáconos y las propias de
los presbíteros, sin olvidar las características de las desarrolladas
por los mismos seglares, de modo que los diáconos atendiendo a
sus funciones propias, litúrgicas, obras de misericordia y admi-
nistración, sobresalgan en el servicio a Cristo, a la Iglesia, a los

3 Cf. Concilio Vaticano II Constitutio dogmatica Lumen gentium, 22: AAS


57 (1965) 26.
4 Cf. S. Pie-Ninot, “Las cuatro Constituciones del Concilio Vaticano II y
su recepción”, Estudios Eclesiásticos 81 (2006) 267-296, ad rem 289-292.
El diaconado en el sacramento del orden 531

sacerdotes y, de modo particular, a los pobres. En este sentido,


si ciertos ministerios desarrollados todavía por los presbíteros
pasaran a los seglares y sobre todo a los diáconos, podrían ellos
dedicarse con más intensidad a los ministerios propios, como
la oración, la predicación magisterial y la celebración de los
sacramentos.
Ahora bien, la restauración del diaconado permanente, insti-
tución vigente en occidente hasta el siglo X, ha gestado y removido
preguntas nuevas y antiguas, pues en el segundo milenio fue un
mero escalón para el presbiterado o para el episcopado. Cabe pre-
guntarnos si las funciones atribuidas al diácono las puede realizar
también el seglar, en caso de necesidad; incluso si las funciones
realizadas por el diácono tienen el mismo nivel de densidad eclesial
y litúrgica cuando las realiza el presbítero o el diácono. Son fáciles
de advertir las diferencias al respecto, en ocasiones, entre el obispo
y el presbítero. Pero, curiosamente, hay más diáconos permanentes
en Europa y América del Norte que en Asia, África e Iberoamérica,
que eran los continentes más necesitados de presencia sacerdotal.
Quizá esto manifieste, entre otras cosas, que el diácono nunca
puede suplir al presbítero, aunque sí pueda desarrollar minis-
terios que con frecuencia realiza el presbítero. Por otra parte, si
lo propio del diácono es el ministerio, no es apropiado hablar de
ministerio sacerdotal, o de Iglesia ministerial, pues respondería
mejor a la realidad hablar de sacerdocio ministerial e incluso de
Iglesia sacerdotal.

Algunas notas históricas


Los términos diakonein y diakonos tienen un significado amplio
en el N. T. En concreto, san Pablo, en el saludo inicial a la Iglesia
en Filipos (hacia el 50 d. C.), saluda a todos los santos en Cristo
Jesús que están en Filipos con los obispos y diáconos (Fl 1, 1). En
las comunidades cristianas, bajo el cuidado pastoral de san Pablo,
los diáconos aparecen junto a los obispos ejercitando un ministe-
rio subordinado a ellos. Parece que los diáconos pastoreaban las
comunidades helenistas, como los presbíteros las comunidades
judías; pudiera haber sido ésta la finalidad de los siete instituidos
532 Pedro Fernández

por los Apóstoles. San Esteban “fue elegido el primero por los
apóstoles para el servicio”.5
El autor de la Carta a los Corintios, atribuida a San Clemente
Romano, siglo primero, refiere la institución apostólica de los
obispos y diáconos. “Así pues, predicando por pueblos y ciudades,
y después de haber puesto a la prueba a algunos de los primeros,
los constituyeron obispos y diáconos de los futuros creyentes”.6 Y
desde el oriente, la Didaché XV, 1, hacia el año 130, afirma: “Elegíos,
pues, obispos y diáconos dignos del Señor, hombres pacíficos y
no deseosos de dinero, verdaderos y probados”.7 Es evidente, que
las actuales definiciones de obispos y diáconos no corresponden
a las de estos antiguos testimonios y los datos allí ofrecidos sobre
sus funciones son demasiado breves.
Las cartas de San Ignacio de Antioquía, en la primera década
del siglo II, hablan repetidamente del obispo, presbíteros y diáco-
nos de diversas comunidades. “Con vuestro obispo, tan digno, y
con la preciosa corona espiritual de vuestros presbíteros y diáco-
nos según Dios”.8 Los diáconos “no son servidores de comidas y
bebidas, sino de la Iglesia de Dios”.9 San Justino, hacia el año 155,
se refiere en su 1a Apología, LX, 5, a las funciones litúrgicas del
diácono. “Aquellos que nosotros llamamos diáconos distribuyen
a cada uno de los presentes el pan, el vino y el agua consagrados
y los llevan a los ausentes”.10 Por su parte Orígenes (185-254), en
el Comentario a san Mateo, en referencia a la función social de los
diáconos, critica a quienes no cumplen bien su misión. “Los cam-
bistas, expulsados por el Señor de sus puestos, son los diáconos
que no administran bien el dinero de la Iglesia”.11
La Tradición apostólica (hacia 215), primer testimonio escrito

5 S. Ireneo, Adversus Haereses IV, 15, 1: PG 7, 1013. San Ireneo afirma que
san Esteban es el primer diácono elegido por los apóstoles, llamando
diáconos a los siete. Ibíd. III, 12, 10: PG 7, 904.
6 E. Petrolino, Enchiridion sul Diaconato. Le fonti e i documenti ufficiali della
Chiesa, Libreria-Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2009, p. 35.
7 Ibíd. p. 100.
8 Ibíd. p. 37.
9 Ibíd. p. 37.
10 Ibíd. p. 44.
11 Ibíd. p. 50.
El diaconado en el sacramento del orden 533

sobre la distinción entre los ministerios que son conferidos con


la imposición de manos (cheirotoneîn= ordenar) y la plegaria del
obispo en vistas al servicio litúrgico, y los ministerios instituidos
(kathistánai) sin imposición de manos, como las viudas, o sólo
nombrados, como los subdiáconos, afirma: “en la ordenación del
diácono, sólo el obispo imponga las manos, porque no es ordenado
para el sacerdocio, sino para el servicio del obispo, en orden a
realizar cuanto le sea por él mandado (…) A éste tu siervo, a quien
has elegido para servir a tu Iglesia y presentar en el santuario lo
que te es ofrecido por quien ha sido constituido sumo sacerdote
(…) Le informará de los que están enfermos, para que él los visite,
si lo considera oportuno ”.12 Este servicio al obispo se entiende
en el sentido de ayudar al obispo a cumplir su ministerio en la
Iglesia.13
La Didascalia de los Apóstoles, una compilación canónico-
litúrgica de la Siria oriental (hacia 240), aunque habla de los tres
grados, obispos, presbíteros y diáconos, resalta el binomio obispos-
diáconos, y afirma le necesidad de las diaconisas para la unción
prebautismal de las mujeres y la visita de las enfermas. “Uno de
los diáconos (…) asista siempre durante la ofrenda eucarística; otro
esté fuera, a la puerta, para observar quién entra. Después, cuando
comienza la ofrenda sirvan los dos dentro (…) Es preciso, pues, que
vosotros diáconos visitéis a todos los necesitados e informéis al
obispo de todos los atribulados. Debéis ser su alma y sus sentidos
dispuestos a ejecutar todo y a obedecerlo”.14
El anónimo Ambrosiaster, compuesto en Roma hacia el 378,
alude a las tensiones entre los presbíteros y los diáconos, pues
los segundos intentaron usurpar las funciones sacerdotales de
los primeros.15 En este tiempo, los presbíteros desarrollaron su
función sacerdotal en los títuli y en las primeras parroquias rura-
les, mientras los diáconos se concentraron en el servicio al altar y,
sobre todo, en la buena administración de la caja común, como se

12 Ibíd. pp. 108. 109.


13 Cf. J. Colson, La fonction diaconal aux origines de l´Église. Brujas : Desclée.
1960, p. 99.
14 Ibíd. pp. 104.106.
15 Cf. S. Jerónimo, De jactantia romanorum diaconum: CSEL 50, 193-198.
534 Pedro Fernández

muestra en las antiguas siete diaconías organizadas zonalmente


en la comunidad cristiana de Roma por el papa san Fabián (236-
250). En este contexto, san Lorenzo “sobresalía distinguiéndose no
sólo por la administración de los sacramentos, sino también por
la gestión del patrimonio eclesiástico”.16 En el siglo V, san León
Magno distingue entre la excelencia episcopal, el honor presbiteral
y el orden levítico.17 Y el Pseudo Dionisio, al final del mismo siglo,
facilita que el cursus clerical sea visto en función de las atribuciones
litúrgicas, distinguiendo el orden de los obispos, el orden de los
sacerdotes y el orden de los ministros o diáconos, que comprenden
desde el diaconado al ostiariado.18
En este sentido, sobre todo cuando los diáconos pierden la
gestión de los bienes de la comunidad y los mismos centros dia-
conales pierden funcionalidad práctica, los diáconos comienzan
a desempeñar exclusivamente una función litúrgica e incluso de
gobierno. Hacia el siglo IX, con el desarrollo de las comunidades
parroquiales, guiadas por presbíteros, el diaconado es considerado
ya comúnmente un escalón para el presbiterado. Y en la curia
pontificia el subdiaconado o el diaconado eran en los siglos VIII y
IX un escalón para el Papado. En concreto, el Pontifical Romano-
Germánico, redactado en Maguncia hacia el 950, presenta la cle-
ricatura por grados, de modo que el presbítero es el sacerdote de
la Eucaristía, mientras el diácono lo asiste al altar, proclamando
el Evangelio19.
Con la escolástica se plantea explícitamente la cuestión de la
sacramentalidad del diaconado. Santo Tomás de Aquino enseña
que las 7 órdenes sagradas, las tres mayores y las cuatro menores,
son grados sacramentales, en su referencia a la Eucaristía; excluye
el episcopado, pues se trata de un oficio o dignidad. Esta referen-
cia a la Eucaristía, en el caso del diácono, no se refiere a que sea
ministro propio de algún sacramento o maestro de la fe, pues a él

16 S. León Magno, Sermo 85, 2: PL 54, 436.


17 Cf. S. León Magno, Epist. 14, 4: PL 54, 672-673.
18 Cf. Pseudo-Dionisio, Hierarchia Ecclesiastica, V, 6: PG 3, 506-507.
19 Cf. C. Vogel, Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle, Vol. I. Le
texte, Ciudad del Vaticano 1963, pp. 12-38.
El diaconado en el sacramento del orden 535

le compete sólo assistere et ministrare maioribus.20 Ahora bien, del


hecho que el Orden sea un solo sacramento, un todo potestativo,
se presupone que el Doctor Angélico está usando un concepto
análogo de sacramento. Por tanto, no es igualmente sacramento
el presbiterado que el diaconado, ni tampoco, por lo mismo, el
carácter y la gracia recibidos con ellos.
El concilio de Trento, que plantea las diversas órdenes mayores
y menores como servicio al sacerdocio, se refiere sólo una vez explí-
citamente al diaconado, enseñando que consta su existencia en la
Sagrada Escritura,21 y en el canon tridentino n. 6 del Sacramento
del Orden afirma que la jerarquía consta de obispos, presbíteros
y ministros.22 Ahora bien, no se puede decir que el vocablo minis-
tros se refiere al menos a los diáconos, como parece sobrentender
el Concilio Vaticano II,23 pues si el Concilio no utiliza el vocablo
diácono, sino una expresión genérica, por algún motivo sería. ¿No
será que la jerarquía no depende del sacramento de la ordenación,
sino de la potestad de jurisdicción que se recibe directamente del
Papa, según la doctrina entonces común? Por otra parte, tampoco
Trento enseña con claridad que el diaconado sea sacramento,
pues era una doctrina discutida; de hecho, Domingo de Soto (m.
1560), aunque sostiene la sacramentalidad del diaconado y del
subdiaconado, afirma que no se puede censurar a quien no la
admita.24 El Catecismo de Trento, en un contexto más amplio pero
interpretando oficiosamente la doctrina conciliar, enseña que los
diáconos fueron instituidos por los apóstoles, que son consagra-
dos por los obispos con la imposición de manos y que su oficio es
servir al sacerdocio.25
El Concilio Vaticano II, con alguna ambigüedad, asume la

20 S. Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, 67, 1.


21 Cf. E. Denzinger (ed.), El Magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder,
1963, núm. 958, p. 272.
22 Ibíd., núm. 966, p. 274.
23 Cf. Concilio Vaticano II Constitutio dogmatica Lumen gentium, 28: AAS
57 (1965) 34-35. Véase la nota 99 de la Const.
24 Cf. D. de Soto, In IV Sententiarum, d. 24, q. 1, a. 5, concl. 5.
25 Cf. E. Denzinger (ed.), El Magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder,
1963, núm. 958, p. 272; P. Martín Hernández (ed.), Catecismo Romano,
Madrid 1956: La Editorial Católica, pp. 631-632.
536 Pedro Fernández

naturaleza sacramental del diaconado y describe su función: “Así


pues, los obispos, junto con los presbíteros y diáconos, recibieron el
ministerio de la comunidad para presidir en nombre de Dios sobre
la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacer-
dotes del culto sagrado y ministros dotados de autoridad (…) El
ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversas
categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos,
presbíteros y diáconos (…) En el grado inferior de la jerarquía están
los diáconos, que reciben la imposición de manos, no en orden al
sacerdocio, sino en orden al ministerio26. Así, confortados con la
gracia sacramental, en comunión con el obispo y su presbiterio,
sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra
y de la caridad (…) Se podrá restablecer en adelante el diaconado
como grado propio y permanente de la jerarquía”.27
Además, el Vaticano II invitó a recibir el diaconado a aquellos
seglares más empeñados en las actividades eclesiales. “Parece bien
que aquellos hombres que desempeñan un ministerio verdadera-
mente diaconal (…) sean fortificados y unidos más estrechamente
al servicio del altar por la imposición de manos, trasmitida ya desde
los apóstoles, para que cumplan más eficazmente su ministerio
por la gracia sacramental”.28
El Pontificale Romanum (1596) ofrece estas palabras como
forma de la ordenación diaconal: Emitte in eos, quaesumus, Domine,
Spiritum Sanctum, quo in opus ministerii tui fideliter exequendi septi-
formis gratiae tuae munere roborentur29. El Pontifical Romano actual,
segunda edición típica del 29-VI-1989, en la ordenación del diá-
cono, el obispo pronuncia en la plegaria de ordenación, después

26 Esta famosa frase quia non ad sacerdotium, sed ad ministerium consecratur


está tomada de los Statuta Ecclesiae antiqua, procedente del sur de las
Galias hacia el 480, que es variante de una expresión anterior de la Tra-
ditio apostolica de Hipólito. Cf. Statuta Ecclesiae Antiqua, cap. IV: Mansi
III, 951.
27 Concilio Vaticano II, Constitutio dogmatica Lumen gentium, 20, 28, 29
(2 textos): AAS 57 (1965) 23-24. 33-34. 36.
28 Concilio Vaticano II, Decretum Ad gentes, 16: AAS 58 (1966) 967. El
Vaticano II no alude al carácter sacramental.
29 M. Sodi – A. M. Triacca (ed.), Pontificale Romanum. Ciudad del Vaticano
1997, Editrice Vaticana, , pp. 49-50.
El diaconado en el sacramento del orden 537

de la imposición de manos, la forma sacramental, casi las mismas


palabras inmediatamente antes recordadas, que son: “Envía, Señor,
sobre él, el Espíritu Santo para que fortalecido con la gracia de tus
siete dones desempeñe con fidelidad el ministerio”.30 La fórmula
ha suprimido el tui con respecto a la primera edición típica del Pon-
tifical Romano, 15-VIII-1968, en conformidad con la Constitución
Apostólica Pontificalis Romani recognitio, del 18 –VII-1968.

Observaciones teológicas
Es urgente mostrar la identidad teológica del diácono en la
Iglesia de Jesucristo, dado que no es un sacerdote de segunda
categoría, ni un seglar cualificado, ni tampoco un simple grado
de acceso al sacerdocio. La tradición viva de la Iglesia nos muestra
cómo se han entendido, se han celebrado y se han vivido los sacra-
mentos, en este caso, el Sacramento del Orden, porque la Iglesia
no tiene autoridad para instituir los sacramentos, vale decir, para
cambiar la esencia de los sacramentos, pues los sacramentos son
fuentes de la gracia y la gracia dimana sólo de Dios.
En orden a mostrar la identidad eclesial del diácono nos plan-
teamos estas preguntas: ¿es el diaconado un grado del sacramento
del orden?, ¿es el diaconado un grado sacerdotal o sólo ministerial?
¿es el diaconado un ministerio jerárquico o una simple potestad
sagrada? Se advierte, pues, cómo algunas cuestiones teológicas
actuales sobre la identidad eclesial del diaconado pueden exigir
la aclaración urgente de algunos planteamientos teológicos del
Vaticano II sobre el sacramento del orden caracterizados quizá
por un pensamiento débil.
En primer lugar, se constata que es una tradición en la doctrina
de la Iglesia afirmar que el diaconado es un grado del sacramento
del Orden, que es un sacramento solo en diversos grados. En este
contexto, no se podrá decir en adelante que el Sacramento del Orden
es el sacramento del ministerio apostólico que, en los grados del
episcopado, del presbiterado y del diaconado, confiere la facultad

30 Ordenación de diáconos, num. 235: Comisión Episcopal de Liturgia,


Pontifical Romano, Ordenación del Obispo, Presbíteros y Diáconos. Madrid
1998, p. 177.
538 Pedro Fernández

de actuar en la persona de Cristo Cabeza, sino que habrá que afirmar


de modo general que el Sacramento del Orden confiere el carácter
y la gracia de servir el pueblo de Dios por un nuevo y especial
título. En concreto, será necesario distinguir entre los grados del
episcopado y presbiterado, grados sacerdotales y superiores del
Sacramento del Orden, y el diaconado, grado no sacerdotal e infe-
rior del Sacramento del Orden.
Se ha escrito: “según la Tradición el sacerdocio ministerial es
uno y es un sacramento. Si es sólo este sacerdocio sacramental,
el que hace capaz de actuar en la persona de Cristo y con una
eficacia ex opere operato, entonces será difícil llamar sacramento al
diaconado, porque no ha sido instituido para realizar cualquier
gesto en la persona de Cristo y la eficacia ex opere operato”.31 Sin
embargo, se puede afirmar adecuadamente que la realidad del
sacramento se expresa con un concepto de sacramento análogo, de
modo que, por ejemplo, tanto el presbiterado como el diaconado
son grados del Sacramento del Orden, pero no son sacramento en
el mismo nivel.
En segundo lugar, se afirma en conformidad con la tradición,
que el diaconado es un grado del sacramento del Orden no para
el sacerdocio, sino para el ministerio. “El sacerdocio común de los
fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para
el otro, aunque cada cual participa de forma peculiar del sacerdo-
cio de Cristo. Su diferencia es esencial, no sólo gradual. Porque el
sacerdocio ministerial , en virtud de la sagrada potestad de que
goza, modela y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio
eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo (…)
Pero también los ministros de orden inferior participan de modo
particular de la misión y de la gracia del sacerdocio supremo, y
ante todo los diáconos”.32
Se puede decir que el sacramento del Orden es el sacramento

31 Cf. Comisión Teológica Internacional, Il diaconato: evoluzione e


prospettive (30-IX-2002), cap. IV, núm. 3: E. Petrolino, Enchiridion sul
Diaconato. Le fonti e i documenti ufficiali della Chiesa, Libreria-Editrice
Vaticana, Ciudad del Vaticano 2009, p. 389. Ad rem, pp. 430-440.
32 Concilio Vaticano II Constitutio dogmatica Lumen gentium, 10, 41: AAS
57 (1965) 14. 46.
El diaconado en el sacramento del orden 539

del sacerdocio ministerial; en consecuencia si el diaconado es


un grado del sacramento del orden será un grado sacerdotal;
además, si el diaconado es sacramento de Cristo Siervo, será
también participación de Cristo sacerdote, pues el servicio de
Cristo es siempre sacerdotal y victimal. Nuevamente, nos vemos
obligados a afirmar que el sacerdocio se expresa con un concepto
análogo, de manera que Cristo, el sacerdote, el diácono y el seglar
son sacerdotes, pero no son igualmente sacerdotes; incluso entre
el sacerdocio del presbítero y el sacerdocio del seglar hay una
diferencia esencial; además, entre el sacerdocio del presbítero y
el sacerdocio del diácono existe también una diferencia esencial,
dentro del mismo sacramento del orden, pues un diácono jamás
podrá suplir al presbítero en la confección de la Eucaristía o en el
perdón de los pecados.
En tercer lugar, afirmamos que el diácono recibe en la
ordenación una potestad sagrada, mas no la potestad sagrada
jerárquica, que da autoridad para enseñar, santificar y regir al
pueblo de Dios en la persona de Cristo Cabeza. En consecuen-
cia, se puede afirmar que el diácono, que por la ordenación
sacramental, recibe el carácter y la gracia pertinentes, ejerce en
la comunidad eclesial con un poder o potestad (vis) especial las
propias funciones de servicio, que no son de mera suplencia,
en la palabra, en el culto y en las obras de misericordia, sin que
propiamente se trate de sagrada potestad jerárquica de ense-
ñar, santificar y regir, lo cual es propio y exclusivo de quienes
actúan en nombre y con la autoridad de Cristo Cabeza y Pastor,
es decir, los obispos y presbíteros. Es decir, los diáconos no
sólo no pueden celebrar el Sacramento del Orden ordenando
diáconos, presbíteros y obispos, ni tampoco presidir y consa-
grar la Eucaristía, ni tampoco presidir y perdonar los pecados,
sino que también el ministerio realizado por los diáconos
en la palabra, en el culto y en las obras de misericordia no
implica en principio ejercicio alguno de autoridad o potestad
sacerdotal, sino servicios auxiliares de colaboración con los
sacerdotes.
Entiendo que lo afirmado anteriormente explica el cambio
muy significativo sugerido por la Congregación de la Fe en el n.
540 Pedro Fernández

875 del Catecismo de la Iglesia Católica según la edición provi-


sional de 1992 y también es una consecuencia. Es decir, la frase:
“De Él ellos reciben la misión y la facultad (sagrada potestad)
de actuar en la persona de Cristo Cabeza” fue cambiada en la
edición definitiva del Catecismo de 1997 por: “De Él los obispos
y presbíteros reciben la misión y facultad (sagrada potestad) de
actuar in persona Christi Capitis, mientras los diáconos reciben la
capacidad oficial (vim) de servir al pueblo de Dios en el ministerio
de la liturgia, la palabra y la caridad en comunión con el obispo
y su presbiterio”33.
Este cambio realizado en el texto definitivo del Catecismo de
la Iglesia Católica fue incluido también en el Código de Derecho
Canónico con el Motu proprio Omnium in mentem del papa Bene-
dicto XVI, fechado en Roma el 26 de octubre de 2009, cambiando
el texto del canon 1008 y añadiendo un tercer párrafo en el canon
1009, al mismo tiempo que se deja tal cual el texto de los dos pri-
meros párrafos. El texto anterior del canon 1008 decía: “Con el
sacramento del orden por divina institución algunos entre los fieles
mediante el carácter indeleble con el cual vienen señalados, son
constituidos ministros sagrados; aquellos que son consagrados y
destinados a apacentar el pueblo de Dios, cumplen en la persona
de Cristo cabeza, cada uno en su grado, las funciones de enseñar,
santificar y gobernar”.
Ahora el nuevo texto del canon 1008 dice: “Con el sacra-
mento del orden por divina institución algunos entre los fieles,
mediante el carácter indeleble con el que son señalados, son
constituidos ministros sagrados, los cuales a saber son consa-
grados y destinados para que, cada uno en su grado, sirvan
al pueblo de Dios con un nuevo y peculiar título”. Y el nuevo
párrafo tercero del canon 1009 dice: “Los que son constituidos
en el episcopado o en el presbiterado reciben la misión y facul-
tad de actuar en la persona de Cristo Cabeza, sin embargo los
diáconos sirven al pueblo de Dios con el ministerio de la liturgia,
la palabra y la caridad”. Es de recordar que tal modificación fue

33 Catechismus Catholicae Ecclesiae, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del


Vaticano 1997, núm. 875, pp. 245-246.
El diaconado en el sacramento del orden 541

aprobada ya por el Siervo de Dios Juan Pablo II el 9 de octubre


de 1998, ordenando se modificaran en consecuencia los cánones
pertinentes. No ha sido necesario modificar los cánones corre-
lativos del Código de las Iglesias Orientales, , cc. 323,&1. 325 y
743, pues en ellos no se utiliza la expresión actuar en la persona
de Cristo Cabeza.
En concreto, los munera específicos del diácono, según el
Concilio Vaticano II son: “la administración solemne del bau-
tismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre
de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los
moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y
exhortar al pueblo, presidir el culto y la oración de los fieles,
administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y
sepelios. Dedicados a los oficios de caridad y administración”.34
Además, quienes “predican la palabra divina como catequistas,
o que dirigen en nombre del párroco o del obispo comunidades
cristianas distantes o que practican la caridad en obras sociales
o caritativas”.35 La Carta Apostólica Sacrum diaconatus ordinem,
en el n. 22, enumera 11 de los diáconos, 8 de las cuales litúrgicas
y las demás de asistencia social, aludidas antes por el Concilio.36
Estas mismas funciones, que bien se pudieran ordenar según el
criterio del servicio de la palabra, del culto y de la caridad, se
explicitan también en la homilía del obispo en la ordenación de
los diáconos.
Se advierte que en estos munera propios de los diáconos,
aunque no se clarifica qué clase de capacidad o poder reciben ellos
para su ejercicio pues no nos movemos en el campo del sacerdo-
cio común, se muestra el servicio característico del diaconado,
es decir, “un servicio a la sagrada jerarquía y a la comunidad

34 Concilio Vaticano II Constitutio dogmatica Lumen gentium, 29: AAS


57 (1965) 36.
35 Concilio Vaticano II, Decretum Ad gentes, 16: AAS 58 (1966) 967.
36 Cf. Pablo VI, Carta apostolica Motu proprio Sacrum diaconatus ordinem
(18-VI-1967), núm. 22: A. Pardo (ed.), Documentación litúrgica. Nuevo
enquiridión. De San Pío X (1903) a Benedicto XVI, Burgos 2006, Monte
Carmelo, núm. 2960, p. 806.
542 Pedro Fernández

cristiana”.37 “Finalmente el Concilio Vaticano II responde a las


peticiones y plegarias de ver restaurado –en orden al bien de las
almas- el diaconado permanente como orden intermedio entre
los grados superiores de la jerarquía eclesiástica y el resto del
pueblo de Dios”.38 En definitiva, la identidad sacramental del
diácono emerge al ser un sacramento de Cristo Siervo y actúa in
persona Christi Servi, que “no ha venido para que le sirvan, sino
para servir” (Mt 20, 28).
Por tanto, entiendo que es legítimo afirmar que los grados del
episcopado y del presbiterado se caracterizan por lo sacerdotal,
a cuya gracia va unida la sucesión apostólica y el carácter jerár-
quico, mientras que el grado del diaconado se caracteriza por lo
ministerial y no necesariamente por lo jerárquico, que depende
del poder de jurisdicción, que se recibe directamente del Papa, al
menos en su ejercicio. Creo que los argumentos de la tradición viva
de la Iglesia, aunque no confirman con evidencia la sacramenta-
lidad del diaconado, sí son totalmente claros a la hora de excluir
el ministerio del diaconado del sacerdocio ordenado o apostólico.
En este sentido, es legítimo hablar del carácter y la gracia del
diaconado, en algún sentido sacramentales, pero nunca se podrá
decir que el diácono realiza un ministerio sacerdotal y jerárquico
in persona Christi Capitis et Pastoris, el cual es exclusivo del obispo
y del presbítero.
Ahora bien, dado que el diaconado es un grado sacramental
para el ministerio, no para el sacerdocio, y en consecuencia, no
es en sí mismo un grado jerárquico, aunque pudiera ser sacra-
mental, se desbloquea la cuestión del diaconado femenino,
pues la doctrina oficial y fundada de la Iglesia es que la mujer
no puede recibir el orden sacerdotal y jerárquico, pero sí puede
recibir una ordenación extra-sacerdotal y extra-jerárquica, como
pudiera ser la diaconal. De este modo, se resuelve la cuestión
histórica del antiguo diaconado femenino, el cual, auténtico

37 Ibíd. núm. 8: Documentación litúrgica. Nuevo enquiridión. De San Pío X


(1903) a Benedicto XVI, núm. 2960, p. 804.
38 Pablo VI, Carta apostolica Motu proprio Ad Pascendum (15-VIII-1972):
Documentación litúrgica. Nuevo enquiridión. De san Pío X (1903) a Benedicto
XVI. núm.. 2987, p. 814.
El diaconado en el sacramento del orden 543

diaconado para la asistencia litúrgica y pastoral de las mujeres,


neófitas y enfermas, ocupaban en el escalafón eclesiástico su
propio puesto.39

Pedro Fernández

39 Cf. Congregación para la educación católica-Congregación para


el clero, Normas fundamentales para la formación de los diáconos perma-
nentes (22-II-1998). Directorio sobre el ministerio y la vida de los diáconos
permanentes (22-II-1998), Ciudad del Vaticano 1998, Libreria Editrice
Vaticana; G. Ghirlanda, “Natura teologico-canonica del diaconato”:
Giuseppe della Torre –Cesare Mirabelli (ed.), Le sfide del Diritto. A cura
di, Rubbetino Editore, Soveria Mannelli 2009, pp. 41-59; G. Hammann,
Storia del diaconato, Magnano, Edizioni Qiqajon. Comunità di Bose, 2004;
J. D. Gandía Barber, “El derecho sacramental a los 25 años de promul-
gación del CIC”. Apollinaris 81 (2008) 923-971. R. Cabié, “Le diaconat:
un renouveau du diacre d´autrefois au diacre d´aujourd´hui”, Bulletin
de Litterature Ecclésiastique 107 (2006) 101-116; ”Le ministère du diacre
dans la liturgie”, La Maison Dieu 249 (2007) 1.
Punto de vista

LA PARTICIPACIÓN
DEL MINISTRO ORDENADO
EN EL SACERDOCIO DE CRISTO

La reciente modificación del canon 1009 del Código de Derecho


Canónico ha puesto de manifiesto que sólo el presbítero y el obispo
participan del sacerdocio de Cristo, no así el diácono: «Aquellos
que han sido constituidos en el orden del episcopado o del pres-
biterado reciben la misión y la facultad de actuar en la persona
de Cristo Cabeza; los diáconos, en cambio, son habilitados para
servir al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra
y de la caridad».
Por ello, a ambos grados del ministerio ordenado se les deno-
mina «sacerdotes». No obstante, en sentido absoluto, no lo son.
Ya que en la Nueva Alianza hay un único sacerdote. La carta a los
Hebreos lo deja claro: tenemos un único sacerdote, Jesucristo, para
interceder por nosotros ante Dios que ha ofrecido un sacrificio
único, irrepetible y de una vez para siempre, esto es, con valor
permanente. Tras la muerte de Cristo, no son necesarios, por tanto,
ni nuevos sacerdotes ni nuevos sacrificios.
Los primeros cristianos tenían muy claro esta idea. Así, en
ninguno de los textos del Nuevo Testamento ni en los primeros
escritos de los autores eclesiásticos se les designa a los ministros de
la incipiente Iglesia con el término «sacerdotes» sino «presbíteros»
u «obispos», según convenga; términos que en este tiempo toda-
vía no están diferenciados ni han adquirido todavía su contenido
546 Punto de vista

específico, tal y como hoy los conocemos. De este modo, además,


marcaban distancia por medio del lenguaje entre el culto judío, que
tenía sacerdotes, y el culto cristiano, que no los necesitaba, manifes-
tando la discontinuidad entre el sacerdocio veterotestamentario y
el sacerdocio de la nueva alianza y, por otra parte, también evitaban
la confusión con los sacerdotes de las religiones paganas.
A partir del siglo III comenzó la sacerdotalización del ministe-
rio ordenado siendo denominados por primera vez «sacerdotes»
los obispos y presbíteros; primero aquéllos y más tarde éstos.
Los escritos de Tertuliano y Cipriano de Cartago, en Occidente,
y de Orígenes, en Oriente, reflejan este cambio en la concepción
ministerial. Y la Tradición apostólica testimonia la aplicación de esta
perspectiva sacerdotal en el rito de ordenación, particularmente
en la ordenación episcopal.
A partir de entonces prevalecerá el término «sacerdote» frente
a las palabras «obispo» y «presbítero», aunque principalmente
reemplazará a éste último.
Sin embargo, si queremos hablar de modo preciso, lo correcto
sería decir que los presbíteros y los obispos son una representación
sacramental del sacerdocio de Cristo, como ahora explicaremos.

Sacerdocio de Cristo
El sacerdote es el responsable de la relación del pueblo con
Dios y viceversa. Sin embargo, todo humano que desee ejercer
esta función la realiza de modo imperfecto, como ocurría con los
sacerdotes veterotestamentarios. Ya que para hacer una mediación
perfecta es necesario estar en las dos orillas a unir. En cambio,
Jesucristo hace una mediación perfecta pues, por una parte, es el
Hijo de Dios y, por otra, es verdaderamente hombre. La relación
con las dos realidades a unir, a saber, Dios y el ser humano, es
perfecta. Por ello su sacerdocio es perfecto.
Además, el ejercicio del sacerdocio está unido al ofrecimiento
de una víctima que es sacrificada a Dios. Pero este sacrificio no deja
de ser algo exterior al hombre e indigno, pues cualquier ser de la
creación está impregnado por el pecado. Por ello, tal y como los
califica la carta a los Hebreos, son sacrificios defectuosos que no
conseguían establecer una alianza auténtica con Dios. En cambio,
Punto de vista 547

Cristo establece un esquema de culto totalmente nuevo que deja de


ser ritual y externo para convertirse en real, personal y existencial
porque se ofreció a sí mismo voluntariamente. Siendo, en este caso,
la víctima perfecta, sin pecado.
De tal modo que siendo el sacerdote perfecto y la ofrenda
perfecta, la eficacia del sacrificio es perfecta y permanente. Por
ello no son necesarios más sacrificios.

Participación en el sacerdocio de Cristo


Todos los cristianos, por el bautismo, hemos sido injertados
en Cristo, siendo partícipes de su vida en todas sus dimensiones.
Y, por tanto, también compartimos su dimensión sacerdotal. Esto
significa que cada cristiano puede acercarse a Dios y ofrecer sacrifi-
cios. Los sacrificios que corresponde ofrecer, tal y como nos indica
la primera carta de san Pedro, son «sacrificios espirituales», esto es,
a imagen del sacrificio de Cristo que ofreció su propia vida como
ofrenda. No consiste, pues, en ofrecer algo externo a uno mismo,
sino la propia existencia.
Para que se pueda llevar a cabo esta ofrenda personal de cada
cristiano, es necesario que haya un mediador. Y, como hemos dicho,
Cristo es el mediador perfecto. Pero hay un problema: Cristo, tras
su ascensión al cielo, ya no está presente en el mundo de modo
físico, tangible. Es necesario, por tanto, que alguien lo haga pre-
sente (re-presente: volver a hacer presente).
Esta mediación de Cristo es representada sacramentalmente
por el sacerdocio ministerial. Los obispos y los presbíteros actúan
en nombre de Cristo. Por ello decíamos que éstos, en el sentido
absoluto del término, no son sacerdotes sino la representación
sacramental del sacerdocio de Cristo.

José Antonio Goñi


Pamplona (Navarra)
Libros

Fuentes litúrgicas

A lo largo del año 2009 se ha incrementado el número de fuen-


tes litúrgicas editadas, todas ellas a cargo de la Libreria Editrice
Vaticana:

Mariusz Kapron (ed.), Antiphonarium Archivi S. Rufini.Assisi


(Codex 5). Componenti testuali (Monumenta Studia Instrumenta
Liturgica 52), Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana 2009,
XI-611 pp.
Este volumen cubre una laguna en la publicación de las fuentes
litúrgicas del siglo XIII, siendo indispensable para el estudio de la
historia del Oficio divino, particularmente del Liber antiphonarius
y del Liber responsorialis. Además, manifiesta el papel de los fran-
ciscanos en el desarrollo y la divulgación de la litugia secundum
usum Curiae romanae. Está dividido en dos partes: en la primera
se describe, por un lado, el códice desde el punto de vista tanto
codicológico como paleográfico y, por otro lado, se estudia el
desarrollo de la vida litúrgica en la incipiente Orden de Hermanos
Menores; la segunda parte está constituida por el textus receptus
del códice. El índice individualizado y el índice alfabético facilitan
la búsqueda rápida del contenido.

Pietro Sorci - Gaetano Zito (eds.), Il Messale Gallicano di Mes-


sina. Missale Secundum Consuetudinem Gallicorum et Messanensis
Ecclesie della Biblioteca Agatina del Seminario di Catania (Monumenta
550 Libros

Studia Instrumenta Liturgica 52), Città del Vaticano: Libreria Edi-


trice Vaticana 2009, CXI-694 pp.
El Misal galicano de Messina es un antiguo volumen que
manifiesta la difusión de la liturgia en Sicilia desde tiempos de los
Normandos y que, por tanto, nos ilustra de cómo los fieles acogie-
ron los sacramentos en el medioevo antes del Concilio de Trento. El
volumen ofrece una edición anastática del mismo precedido de un
estudio realizado por los autores de la edición y complementado
con un índice alfabético de las fórmulas que contiene.

Manlio Sodi - Alessandro Toniolo (eds.), Breviarium Romanum


ex decreto SS. Concilii Tridentini restitutum Summorum Pontificum cura
recognitum cum textu psalmorum e versione Pii papae XII auctoritate
edita. Totum. Edytio Typica 1961 (Monumenta Liturgica Piana 4),
Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana 2009, XIX-1648 pp.
Por otra parte ha visto también la luz el cuarto tomo de la
colección “Monumenta Liturgica Piana”. Se trata de una edición
anastática del Breviarium Romanum publicado por Juan XXIII en
1961 que facilita el acercamiento a los libros litúrgicos inmediata-
mente anteriores a la reforma promovida por el Concilio Vaticano
II convirtiéndose en un texto que posibilita la citación de este libro
litúrgico por parte de los estudiosos de un modo uniforme.

Félix María Arocena - Adolfo Ivorra - Alessandro Toniolo,


Concordantia Missalis Hispano-Mozarabici (Monumenta Studia
Instrumenta Liturgica 57), Città del Vaticano: Libreria Editrice
Vaticana 2009, 955 pp.
Finalmente podemos encuadrar en esta sección en calidad
de instrumento de trabajo las concordancias del Misal hispano-
mozárabe, publicado en 1992 y 1994, que Félix María Arocena,
Adolfo Ivorra y Alessandro Toniolo han preparado. Se trata de un
instrumento esencial que permite profundizar en la rica teología
de la liturgia hispano-mozárabe. El volumen está estructurado en
dos partes: en la primera está recogido todo el depositum eucholo-
gicum que comprende 2584 fórmulas utilizadas en este rito para
la celebración de la Eucaristía, siendo de gran valor las corrigenda
Libros 551

recogidas en las páginas 251-256 cual fe de erratas de la edición


oficial del Misal (no se incluyen correcciones de tipo sintáctico); la
segunda presenta el número de veces que aparece cada término y
su localización dentro del Misal.

Congregatio de Culto Divino et Disciplina Sacramen-


torum, Compendium eucharisticum, Città del Vaticano: Libreria
Editrice Vaticana 2009, 467 pp.
La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos ha publicado, acogiendo la petición realizada por los
padres en el sínodo de la Eucaristía del año 2005 (cf. Benedicto
XVI, Sacramentum caritatis, 22 de febrero de 2007) núm. 93), un
compendio con los textos doctrinales, eucológicos y oraciones
referidos a la Eucaristía como ayuda a la correcta compresión,
celebración y adoración del Sacramento del altar.

Benedicto XVI, Carta apostólica en forma de motu proprio


con la cual se modifican algunas normas del Código de Derecho
Canónico Omnium in mentem (26 de octubre de 2009).
El pasado 26 de octubre el Papa modificó algunos cánones del
Código de Derecho Canónico, concretamente los cánones 1.008,
1.009, 1.086, 1.117 y 1.124 que se refieren a los sacramentos del
orden y del matrimonio. De este modo se ha precisado la teología
de la participación en el sacerdocio de Jesucristo de los ministros
ordenados y la disciplina de los matrimonios de disparidad de
cultos y de mixta religión.
Índice general del año XLIX
(2009)
Temas fundamentales
Culto y apostolado en san Pablo. Cómo estructu-
rar las Iglesias. Sobre la homilía. El Sábado
Santo ................................................................... (Núm. 289)
Bautismo y Eucaristía en las cartas paulinas.
Celebraciones dominicales en espera del
sacerdote ............................................................ (Núm. 290)
La espiritualidad del diácono. Evolución y
modificaciones del actual Calendario Romano.
Visión y uso del salterio en la liturgia hispana (Núm. 291)
El Sínodo sobre la Palabra de Dios. Bibliografía
del P. José Aldazábal. La cremación. Orienta-
ciones pastorales en torno a las exequias ....... (Núm. 292)
Las casas de la Iglesia. Su dedicación. Su signi-
ficado espiritual y teológico. El románico y
el gótico, ejemplos entre fe y arte ................... (Núm. 293)
Año sacerdotal. El ministerio ordenado según la
liturgia ................................................................ (Núm. 294)

Editoriales
Una acción para la eternidad (Josep Urdeix)................ 5-6
A propósito de la Carta del Papa, recibida por medio de
los Obispos (Josep Urdeix).......................................... 99-106
Un hecho de orden espiritual (Josep Urdeix) ................. 181-185
554 Índice general

Un “Año Sacerdotal” (Josep Urdeix) .............................. 279-282


“Ars participandi” (Josep Urdeix) ................................... 367-377
Vivir en estado de liturgia (Josep Urdeix) ....................... 455-457
Relevo en Phase (Jaume Fontbona) ............................... 458-459

Artículos
Álvarez, Luis Fernando, Bibliografía del profesor José
Aldazábal Larrañaga, SDB (1933-2006) ................... 309-340
Benedicto XVI, La belleza, camino para encontrar a
Dios .................................................................................... 431-436
Blázquez, Ricardo, Sobre la homilía .............................. 43-46
Fernández, Pedro, El diaconado en el sacramento del
orden ............................................................................... 529-543
Ferreiro, José-Antonio, La dedicación de las iglesias,
epifanía del misterio de la Iglesia ............................ 379-406
Fontbona, Jaume, Acción cúltica y apostólica en san
Pablo ........................................................................... 7-22
Fontbona, Jaume, El ministerio ordenado en su marco
eclesiológico ................................................................. 461-479
García Macías, Aurelio, El ministerio presbiteral. Teo-
logía desde la liturgia..................................................... 499-527
Gaitán, José-Damián, El Sábado Santo. Sus elementos
teológicos y litúrgicos ................................................... 75-86
Goñi, José Antonio, El sacerdocio de Cristo y su ejercicio
en la liturgia .................................................................... 65-74
Goñi, José Antonio, El calendario Romano a los 40
años de su promulgación (I) ....................................... 121-148
Goñi, José Antonio, El calendario Romano a los 40
años de su promulgación (y II) ................................... 209-238
González, Ramiro, La santidad en el martirologio ro-
mano ................................................................................ 47-63
González, Ramiro, Las celebraciones dominicales
a la espera del sacerdote en los últimos documentos 149-156
Ivorra, Adolfo, El salterio en el rito Hispano-Mozárabe 239-269
Ivorra, Adolfo, La adoración eucarístic en el contexto
Índice general 555

de la liturgia episcopal .................................................... 437-442


Janeras, Sebastià, Liturgia y arquitectura en las an-
tiguas iglesias de rito siríaco ....................................... 407-430
López, Julián, Principios y normas para la estructura-
ción de las Iglesias ....................................................... 23-42
Parés, Xavier, El P. Joaquín Solans (1836-1908). Un pe-
dagogo de las ceremonias litúrgicas .......................... 157-168
Pie-Ninot, Salvador, El Sínodo de los obispos, de 2008,
sobre la Palabra de Dios ............................................ 283-308
Sánchez Bosch, Jordi, Bautismo y Eucaristía en las
cartas paulinas .......................................................... 107-120
Simonart, Jean-François, La cremación en nuestros
días. Algunas reflexiones ante sus planteamientos
antropológicos y teológicos .......................................... 341-356
Tena, Pere, La espiritualidad del diácono ................... 187-207
Tena, Pere, Santidad en el ministerio Episcopal ........... 481-498

Puntos de vista
Gomis, Joaquim, Los colores de “Phase” ........................ 443-446
González, Concepción, El misterio Eucarístico ‘en to-
da su amplitud’ .............................................................. 87-95
Goñi, José Antonio, La participación del ministro orde-
nado en el sacerdocio de Cristo ................................... 545-547
Janeras, Sebastià, El adiós al altar. Una oración de la
liturgia siro-antioquena ............................................. 177-180

Crónica
Aróztegui, F. Xavier, “Liturgia y Espiritualidad” ha
cumplido cuarenta años ............................................... 447-452

Documentos
Carta del papa Benedicto XVI sobre la remisión de la ex-
comunión de los obispos consagrados por el arzo-
bispo Lefebvre ................................................................ 169-175
Orientaciones pastorales en torno a las exéquias (Texto
556de la Conferencia de los Obispos Franceses)..............
Índice357-361
general

Libros
Edward G. Garrugia, Diccionario enciclopédico
del Oriente cristiano (Antonio Astigarraga) ............. 181-183
Susan K. Wood, El sacramento del orden. Una visión teológica
desde la Liturgia (F. Xavier Aróztegui) .......................... 363-364
Fuentes litúrgicas (José Antonio Goñi) ............................ 549-550

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