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PENSAMIENTO DE NIETZSCHE

Nietzsche es, junto con Freud y Marx, uno de los “maestros de la sospecha” que
llevará a cabo una crítica de la cultura occidental en todas sus manifestaciones, sobre todo
en la metafísica, la moral, la religión y también la ciencia.
Comienza a desarrollar su pensamiento muy influido por Heráclito y su idea del
devenir universal (“todo fluye”) así como por Schopenhauer, de quien toma la idea de que
la voluntad es la esencia del mundo, a pesar de que no acepta de éste el sentido pesimista
de la vida y la solución del ascetismo, pues Nietzsche defenderá una filosofía
profundamente vitalista. Es también destacable la presencia del músico Wagner, pues cree
que en su Tristán e Isolda se encuentra la recuperación del espíritu trágico griego, que
Nietzsche intenta restaurar para salir del nihilismo y la decadencia de la cultura occidental.
Es en su primera obra, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1872),
donde Nietzsche trata de analizar el nacimiento de la cultura occidental a través de dos
categorías complementarias de análisis: lo apolíneo y lo dionisiaco. LO APOLÍNEO se
caracteriza por representar el ideal de belleza, las formas acabadas, la armonía, luz y
medida. Es equilibrado y se vincula al dios Apolo. Se daría en las artes más estáticas:
escultura y arquitectura. LO DIONISIACO se caracteriza por representar la desmesura, el
arte inacabado, el caos, la oscuridad, la irracionalidad. Está vinculado a Dionisos, dios del
vino y las fiestas orgiásticas, dios del cambio eterno. Se da en las artes más dinámicas:
poesía lírica y música (que una vez oídas desaparecen).
Según Nietzsche, ambos polos se necesitan y se estimulan. La medida y la
desmesura son la esencia de todo arte y, por extensión, de la vida; en la pugna entre ambos
los dos salen victoriosos y la expresión más acabada sería la tragedia griega de Esquilo. Esta
unidad se rompe con la “traición de Sócrates”, representada por Eurípides en la tragedia.
Pone la vida en función de una hipotética razón, en lugar de poner la razón en función de
la vida. Se inicia la decadencia consistente en pensar que lo dionisiaco debe subordinarse a
lo apolíneo, que la voluntad y la libertad han de supeditarse al intelecto y estar fundadas en
él (recordar el intelectualismo moral de Sócrates)

Así, se instaura una racionalidad a costa de los valores vitales. Se pone el mundo del
devenir en función de un falso mundo estático y suprasensible. Se convierte lo real en copia
de una realidad “más verdadera” y el motivo es la incapacidad del ser humano de
enfrentarse a la existencia como es: con lo irracional, lo absurdo, lo caótico, lo doloroso…
Este impulso contra la vida es denominado por Nietzsche “Voluntad de Verdad” y
consiste en utilizar la razón para afirmar la supremacía de las esencias, lo estático,
vengándose así del devenir de la realidad, de la vida que no se puede dominar.
Paralelamente a esta nueva visión de la realidad, a esta nueva ontología, se da
también una nueva epistemología y una nueva concepción del lenguaje. Si la realidad
cambiante ya no es la auténtica realidad, tampoco el conocimiento que procede de los
sentidos, encargado de dar cuenta de ella, será el auténtico conocimiento. Por su parte, en
el lenguaje habrá que expresar la realidad auténtica a través de conceptos, abstracciones en
los que queda fijada eternamente la supuesta esencia de las realidades cambiantes, frente a
las intuiciones sensibles o percepciones que nos enseñan lo fugaz.
También la ciencia ha caído en el mismo error: si bien, en un primer momento,
rompe con la tradición teológica y metafísica anterior, ahora se ha convertido en una
continuación suya, en una aliada, al postular una VERDAD OBJETIVA, un hipotético
orden eterno. En La Gaya ciencia hace una crítica a la matematización de lo real,
matematización que no nos ayuda a conocer las cosas sino sólo a establecer una relación
cuantitativa entre ellas, tendiendo a anular las diferencias que realmente existen entre todas
las realidades existentes. Ataca, sobre todo, al positivismo de su época, la ciencia tiende al
control, la dominación de la naturaleza, lo que se corresponde con una manera de
relacionarse con la realidad y de representarla. Pero, esta lectura “científico-técnica” no
sería ni la única ni la más profunda. Ciencia y lógica son son vías útiles para asegurar la
supervivencia de nuestra especie animal privada de instintos seguros en un mundo en
perpetua transformación.
Nietzsche, sin embargo, afirma la realidad como devenir sin finalidad ni meta. Esta
realidad cambiante y múltiple se presenta al hombre a través de perspectivas. Estas
perspectivas son, a su vez, perspectivas individuales, basadas en valores, tanto personales
como incluso en cada momento de la vida. Por ello, no hay una perspectiva verdadera y la
“Voluntad de Verdad” es falsa. Frente a ésta Nietzsche defenderá la “Voluntad de
Poder” que es asumir y enfrentarse a la realidad cambiante afirmando una perspectiva de
forma temporal para poder vivir más plenamente. Con la voluntad de poder se reconoce la
imposibilidad de captar la realidad como algo estable, se admiten las perspectivas de la
realidad sabiendo que no son verdad, buscando así potenciar la propia vida.
Así, para Nietzsche no hay verdad absoluta y solo podrá considerarse “verdad”
aquello que favorece a la vida. El criterio de verdad es la voluntad de poder que asume y
justifica el error necesario para vivir. Por ello, exaltará el poder de la metáfora como una
perspectiva que se reconoce como tal, que selecciona e interpreta, sabiendo que no se
identifica nunca con la realidad. La metáfora se sabe perspectiva que nos ayuda a vivir
plenamente.
En Así habló Zaratustra Nietzsche proclama la “muerte de Dios” (idea
vigente en su época, pero que no se había aceptado hasta las últimas consecuencias porque
los “pensamientos progresistas” (socialistas, por ejemplo), aunque ya no colocan lo
“auténtico” y “verdadero”, el “fin”, en la eternidad o en lo intemporal, lo colocan en el fin
de la historia o de los tiempos. De nuevo el presente pierde su sentido en virtud de un
futuro al que ha de conducir. Con la muerte de Dios, se destruye también la dicotomía
entre “mundo verdadero” y “mundo aparente”, presente en toda la metafísica occidental
desde Platón. Es el fin de todos los trasmundos imaginarios, todos los sentidos, las metas,
los objetivos.
Asumir este hecho acentúa el nihilismo negativo que estaba presente desde Platón y
la tradición judeocristiana aceptando que el otro mundo, el de las Ideas, el Cielo (que no
son nada) eran la auténtica realidad. Ahora, si desaparecen también los valores asociados a
estos conceptos, nos quedamos con un vacío aún mayor. Sin embargo, Nietzsche lo
presenta con un matiz positivo (nihilismo positivo) en la medida en que esta destrucción
hace posible una nueva creación, basada en la aceptación de la vida como es y en la
voluntad de poder que le dice sí. Con ello aparecerá también el superhombre que acepta el
eterno retorno y que se presenta como abanderado de una moral de señores, de espíritus
fuertes y no de débiles y resentidos. Vamos a verlo:
La antropología de Nietzsche afirma una visión pesimista del hombre, un animal
cuya única arma es la inteligencia para defenderse del mundo. El hombre es un ser débil,
delicado e indigente y sin embargo se cree el centro de la naturaleza, sobre todo el hombre
de su época, al que denomina “el último hombre”. Nietzsche considera que el hombre debe
ser sólo un puente hacia el superhombre. El hombre sigue un proceso evolutivo, es algo
cambiante (en tanto que es vida) y tras una serie de transformaciones conseguirá superarse
a sí mismo en el superhombre, aquel que tiene voluntad de poder, no de verdad.
El hombre débil anterior al superhombre sigue los dictados de la moral tradicional.
Ésta es antinatural, puesto que niega los instintos vitales. Ha olvidado el sentido primigenio
de los valores (“bueno” significaba “fuerte”, “valiente”, “bello”…) y con la ayuda de la
religión ha inventado la “moral de los esclavos” que consiste en invertir el sentido de los
valores, considerando ahora la bondad como obediencia, pobreza, castidad, humildad,
resignación…Por ello, Nietzsche apuesta por el método genealógico para averiguar cuál
es el origen de los valores y a partir de ello, llevar a cabo una transvaloración, una
inversión de los valores, desde los instintos que potencien la vida, que la hagan más fuerte y
no los que la debiliten.
Esta transmutación será protagonizada por el superhombre, destructor y creador
constante que acepte lo trágico de la vida, su devenir, multiplicidad y sus diversas
perspectivas. Con ello se generará la “moral de los señores”, producto final del paso por
tres etapas: el camello, que todavía asume su deber racional; el león, el nihilista que se
rebela frente a todo pero aún es incapaz de crear nuevos valores; y el niño, que hace de la
vida un juego. Éste último es el superhombre que con su voluntad de poder admite la vida
como un eterno retorno, es decir, queriendo que cada instante se repitiese eternamente,
concediendo que en él se da la eternidad y afirmando que, a pesar del caos, la
incertidumbre, el dolor, la pérdida, el sinsentido… “esto es la vida y que vuelva otra
vez”.

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