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Esta primera parte sobre la renuncia nos incentiva a vivir la máxima evangélica de dejarlo todo para
seguirle a Él, sin desconocer que, “Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; más no
se da a sí del todo hasta que nos damos del todo” (S. Teresa). Por tanto, la renuncia la debemos
considerar como la antítesis a “asir”, pues, “Estar asido, es estar trabado, atenido y estar preso”
(Diccionario de Covarrubias). Por consiguiente, para vivir la plena libertad que Jesús nos pide, “el alma
debe "descuidarse de todo y de todos, y tener cuenta consigo y con contentar a Dios" (V 13,10).
Cuando Jesús dice: Si alguno viene a mí y no pospone”, hace referencia a una actitud esencial para la
vida del discípulo seguidor. La vida de discípulo es una opción por Dios, según la cual se hace de Él el
único bien absoluto que se asume, quedando todo lo demás relativizado y valorado sólo desde Él. Con
esta convicción, Santa Teresa habla del desasimiento, virtud que nos viene bien para esta reflexión:
“ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección”
(C 8,1). Tal es la convicción de Teresa refiriéndose a la renuncia, que se atreve a escribir para sus
hermanas: “No sé yo qué es lo que dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios, si
no nos apartamos de lo principal, que son los parientes” (C 9,2). Algo parecido nos dice hoy el evangelio:
Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus
hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío” .
Ahora bien en segundo momento, el evangelio nos lleva a asumir la cruz como realidad absoluta del
seguimiento, pero no es simplemente la cruz del dolor, pues, “hay cristianos que piensan que seguir al
Crucificado es buscar pequeñas mortificaciones, privándose de satisfacciones y renunciando a gozos
legítimos para llegar por el sufrimiento a una comunión más profunda con Cristo” (Pagola). Olvidamos
que la cruz es camino, y si es camino es viaje, meta, libertad:” para ser libres nos liberó Cristo” dice San
pablo. De modo que, hoy el evangelio nos está invitando a entrar en ese “quedar no entendiendo, toda
ciencia trascendiendo” (S. Juan de la Cruz).
Jesús cuando dice: “quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”, nos
está invitando a caminar, y ese movimiento se trata de andar el camino y por ello hay salida, renuncia.
Nos incentiva a superar y sortear obstáculos; despojarse y atravesar las noches, tiene sentido. Nada hay
que merezca ser tenido en cuenta como para quedarse estancado y perder ese don que es la libertad
que se nos ofrece. Para emprender el camino Jesús señala dos realidades indispensables. En primer
lugar, es necesario planear, hacer cálculos: ¿Quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se
sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? Dicha planeación va de la mano de la
cimentación. Por tanto, necesitamos fundamentos sólidos para la renuncia y asumir el camino que Él nos
propone. Cualquiera que emprenda una tarea sin estar preparado para asumir hasta las últimas
consecuencias será considerado loco. Por eso, los discípulos deben estar preparados para la máxima
auto-negación. En segundo lugar, Jesús nos pide estrategia, ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey,
no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte
mil? En el fondo, Jesús, nos exhorta a una toma de conciencia, nos pone en guardia sobre el tomar
decisiones no bien ponderadas. La decisión de seguirlo, que exige un compromiso total y sin vuelta
atrás, es decir, perseverante. Este compromiso total indudablemente, debe estar marcado por el amor
como motor que nos pone en marcha y sin el cual nunca emprenderíamos esta aventura ni
perseveraríamos en ella. De modo que, el discípulo pueda “salir con la fuerza y calor que para ello le dio
el amor de su esposo y saliendo de sí mismo, por olvido de sí, lo cual hace por el amor de Dios (S. Juan
de la Cruz). Solo el amor nos marca la salida como desprendimiento radical de sí mismo, como un ir más
allá de nosotros mismos.
En conclusión, Jesús nos pone contra la espada y pared, como si tratara de decirnos: o todo o nada. “no
son suficientes las conversiones momentáneas ni superficiales, llevadas por la emoción del primer
momento, hay que apuntarle a lo duradero y estable que se garantiza a partir de la obediencia a las
enseñanzas que el Maestro pide “oír”, no importa cuáles sean los altos y los bajos de sus exigencias”.
(Oñoro). Renunciar equivale a disponer de ella únicamente en la medida que nos permite crecer en
libertad, porque lo importante no es la posesión o la carencia de las cosas, sino el desprendimiento
afectivo, de modo que, ni el tener ni el carecer puedan desviarnos de nuestra opción por aquel que da
sentido pleno a nuestra existencia.
Hernán Sevillano C.