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El suicidio asistido y la eutanasia:

Lo que todos necesitan saber

El lamentable aumento de popularidad del suicidio asistido en Europa y


en los Estados Unidos, hace cada vez más necesario reflexionar
profundamente, acerca de la dignidad de la persona humana sufriente y el
derecho a la vida. En las siguientes páginas nos proponemos hacer una breve
revisión de este tema, tan vinculado al sentido del dolor y el sufrimiento, así
como presentar en sus líneas fundamentales las enseñanzas de la Iglesia
católica al respecto.

1. Revisión de conceptos fundamentales

Antes de entrar en la materia, conviene repasar brevemente algunos


conceptos esenciales:

Eutanasia: Esta palabra, formada por las raíces griegas eu = bueno


y thánatos = muerte, aludía originalmente a hacer más fácil (menos dolorosa)
la muerte de una persona. Con el paso del tiempo, sin embargo, su significado
primigenio fue cediendo lugar a otro que en realidad lo desvirtúa, y hoy en día
la eutanasia se entiende como quitar prematuramente la vida a una persona.
La eutanasia es entonces «una acción u omisión que por sí mismas o por
intención causa la muerte con el propósito de eliminar el sufrimiento»[1].
Existen muchos términos y eufemismos para referirse a la eutanasia, pero nada
cambia la verdad fundamental de que se trata de la muerte provocada de un
ser humano. La eutanasia puede ser voluntaria (a pedido del paciente o con su
consentimiento) o involuntaria; puede también ser activa y directa (si se ejerce
un acto para matar a la persona, como darle una inyección letal) o pasiva (si la
voluntaria omisión de un acto provoca directamente la muerte, como negarle
alimentación a un recién nacido).

Suicidio asistido: Consiste en proporcionarle a una persona los


medios suficientes para que pueda, ella misma, causarse la muerte. Este
concepto es altamente peligroso, ya que muchos están de acuerdo con la idea
errónea del “derecho a morir”, por lo cual no les parece tan censurable el
suicidio como el asesinar a una persona.

Una modalidad común de esta práctica es la de darle al paciente una medicina


a fin de que éste tome, por sí mismo, una dosis mortal. Los partidarios de la
eutanasia, en su estrategia por legalizarla, buscan implantar primero el “suicidio
asistido”, aprovechando que esta práctica genera menos rechazo en la opinión
pública. Con esta expresión muchas veces se pierde de vista que el daño que
alguien puede hacerse a sí mismo —y en particular el atentar contra su propia
vida— es algo intrínsecamente malo que debe ser evitado; y también que
proteger a las personas de sí mismas cuando, por algún motivo, atentan contra
su vida o su salud es una grave obligación.

Distanasia: También llamada “ensañamiento terapéutico”, consiste en


el uso de medios extraordinarios y desproporcionados para prolongar artificial e
inútilmente la vida de un ser humano[2]. Esta acción médica es más común hoy
en día gracias a los avances tecnológicos, y los defensores de la eutanasia
suelen usarla como argumento para justificar la “muerte por misericordia” de
seres humanos sufrientes, alegando los innecesarios excesos que puedan
cometer algunos médicos o familiares en su afán por prolongar en vano una
vida con el uso de medios desproporcionados. La Iglesia Católica reconoce que
algunas medidas extremas son innecesarias, por lo que siempre ha establecido
que el uso de medios extraordinarios no es obligatorio. «La renuncia a medios
extraordinarios o desproporcionados no equivale al suicidio o a la eutanasia;
expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte»[3].

Muerte natural: Se da cuando se permite que la persona muera en el


momento en que Dios ha decidido llamarla a su presencia. No debe
confundirse con la llamada “eutanasia pasiva”, pues en esta última el propósito
de matar está establecido en el acto de no utilizar un medio proporcionado y
adecuado para salvar la vida del paciente cuando es posible hacerlo.

2. Antecedentes recientes: la eutanasia en Holanda

Holanda fue el primer país que permitió, en 1993, la práctica de la


eutanasia. Un análisis más cuidadoso nos muestra, sin embargo, que varios
años antes de su aprobación, si bien la eutanasia no era “legal”, se practicaba
impunemente, pues las cortes concedían impunidad siempre y cuando se
cumpliera con tres condiciones: 1) haber sido solicitada por el paciente en
forma repetida; 2) no existir —teóricamente— otra forma de aliviar el
sufrimiento; y 3) que el médico haya consultado a otro colega y que éste se
hubiera manifestado de acuerdo. Ahora, lamentablemente, la eutanasia es
legal desde abril del año 2002, cuando los legisladores holandeses,
acostumbrados a la impunidad, decidieron dar un paso más y la aprobaron en
el parlamento[4].

Numerosas investigaciones vienen manifestando la experiencia


negativa en los años en que lleva aplicándose la eutanasia en Holanda. Así por
ejemplo, un estudio evidenció que los médicos holandeses, a pesar de la
impunidad judicial que los protegía, expedían el 75% de los certificados de
defunción en casos de eutanasia como “muerte natural”, ocultando el número
real de muertes por eutanasia. Otro estudio señaló que sólo el 25% de los
médicos pensaban que la eutanasia debía reportarse[5]. Una situación más
grave fue puesta de manifiesto por un importante estudio de VanderMass[6],
cuando se descubrió que en el 40% de los casos, el paciente, al momento de
aplicarse la medicina mortal, no era mentalmente competente, aunque
previamente había manifestado su deseo en ese sentido. Esto es muy
importante, pues los pacientes pueden cambiar su decisión y tienen el derecho
a hacerlo en cualquier momento.
La mayor parte de la información existente acerca de la triste
experiencia holandesa proviene del llamado “Informe Remmelink”, fruto del
trabajo de una comisión nombrada por el gobierno para estudiar la práctica de
la eutanasia. A pesar de que muchos de sus resultados son usados y
manipulados por los defensores de la eutanasia, este informe evidencia con
claridad algo que no deja de llamar la atención: anualmente ocurren en
Holanda 400 casos de suicidio asistido y 2300 de eutanasia. Asímismo
documenta que hasta en 1000 ocasiones la eutanasia se ha aplicado sin el
consentimiento del paciente o al menos cuando éste no era mentalmente capaz
de tomar la decisión. Aún más, el 27% de los 405 médicos entrevistados
manifestaron que habían aplicado la eutanasia sin el consentimiento o el
pedido del paciente. Así pues, como se puede apreciar, la eutanasia legal no
detiene sino que, por el contrario, promueve la aplicación de ésta contra la
voluntad del paciente[7].

3. El suicidio asistido en los Estados Unidos

Jack Kevorkian se hizo tristemente célebre en los Estados Unidos por


“asistir” a pacientes enfermos en su esfuerzo por quitarse la vida (de allí el
nombre de “suicido asistido”). Patólogo forense de profesión (por lo que nunca
había tenido relación profesional directa con ningún paciente vivo), Kevorkian
utilizaba una máquina que él mismo instalaba, colocándole al paciente una
aguja en la vena y esperando a que éste se suicidara presionando un botón
que le inyectaba una dosis mortal de cloruro de potasio. Otra de sus técnicas
consistía en conectar a la persona a una máquina con monóxido de carbono,
que ella misma activaba. Antes de ser encarcelado, Kevorkian colaboró en el
suicidio de más de 40 personas, incluyendo no sólo a enfermos de cáncer —sin
consultar con ningún oncólogo acerca del estado “terminal” de los pacientes, ni
con ningún psiquiatra acerca de su capacidad de tomar tal decisión— sino
también a personas diagnosticadas con Alzheimer que consideraban que su
vida “ya no tenía sentido y habían perdido su dignidad de seres humanos”,
algunas de las cuales se encontraban en estados muy tempranos de la
enfermedad y estaban simplemente deprimidas. Incluso en tres casos los
médicos forenses fueron incapaces de encontrar evidencia alguna de que los
“pacientes” estuvieran siquiera enfermos.

Desafortunadamente, el movimiento en favor del suicidio asistido ha


cobrado mucha fuerza en los últimos años. Tras algunos intentos fallidos de
declarar legal esta práctica en los estados de Washington y California[8], se
llegó, en noviembre de 1997, a la lamentable aprobación en el estado de
Oregon de la llamada “Ley para morir con dignidad”, mediante la cual se
legalizó —por primera y, hasta la fecha, única vez en Estados Unidos— la
inmoral práctica del “suicidio asistido”. Dicha ley establece algunas condiciones
para que pueda ser aplicada: que exista un consentimiento firmado por el
paciente; que éste sea mayor de 18 años; que viva en Oregon y sea capaz de
tomar decisiones. Exige, además, que el médico diagnostique el estado
“terminal” del paciente (con menos de seis meses de vida), para lo cual debe
consultar a otro médico que confirme su diagnóstico. La ley, sin embargo, no
pide una evaluación psiquiátrica que proteja a pacientes que se encuentren en
estados de depresión, ni obliga a que la decisión sea tomada por el médico de
cabecera —quien conoce bien al paciente— ni que se notifique a los familiares
más cercanos acerca de los planes de suicidio. Tampoco impide que el
segundo médico consultado sea un amigo que pueda tener alguna complicidad
en el acto suicida. En los cuatro primeros años de su aplicación (1998-2001),
un total de 91 personas perdieron la vida[9].

La aprobación de dicha ley no estuvo exenta de controversias. Entre los


primeros en oponerse a ella estuvieron los farmacéuticos, quienes
consideraban que su mismo código de ética no permitía que se vieran
obligados a dispensar medicinas destinadas a usarse en un suicidio. Por esta
razón, el estado de Oregon obliga ahora a los pacientes a revelar al
farmacéutico su intención de suicidarse. Al ser consultada sobre la
constitucionalidad de dicha ley, la Corte Suprema de los Estados Unidos dijo
que no existe un derecho constitucional para el suicidio asistido y enfatizó la
necesidad de mejorar el tratamiento paliativo en pacientes gravemente
enfermos[10]. Manifestó asimismo que los diversos estados de la Unión
probablemente deberían de tener interés en prevenir la eutanasia voluntaria e
involuntaria.

En noviembre de 2001 el Secretario de Justicia de los Estados Unidos,


John Ashcroft, notificó al estado de Oregon que las leyes federales que regulan
el uso de narcóticos no permiten el uso de estos sedativos con el fin de matar
personas; por ello, la práctica de algunos médicos de quitar la vida utilizando
estas medicinas se consideraría fuera de la ley. El estado de Oregon enjuició al
Secretario de Justicia y el juez federal Robert Jones se pronunció a favor del
suicidio asistido en abril de 2002, dejándose influenciar por el hecho de que
esta ley fuera producto de una “enmienda popular” que había sido votada por
los ciudadanos. También influyó en la decisión el que, años atrás, una votación
en el Congreso estadounidense no hubiera podido prohibir esta ley. En ningún
momento el juez consideró argumentos de carácter ético o moral.

La propaganda y la manipulación de información realizadas por la


“cultura de la muerte” han tenido y tienen mucha influencia en estas decisiones
legales. En Oregon, por ejemplo, se votó por el “derecho” al suicidio asistido,
no por el suicidio como una alternativa al tratamiento médico. El referéndum
establecía claramente que votar por el “derecho” al suicidio asistido no
significaba respaldar el suicidio, el homicidio, o el “matar por misericordia”,
actos que están prohibidos actualmente en Estados Unidos. Ahora bien, ¿cómo
se puede aceptar el derecho al suicidio asistido sin respaldar el suicidio en sí?
Hay, pues, una profunda y evidente incoherencia en el hecho de que mientras
una ley favorece el suicidio asistido, otras contemporáneamente penalizan el
suicidio o el homicidio.

La vigencia de la eutanasia y el suicidio asistido refleja la triste realidad


de gente desesperanzada y confundida que ha caído en el miedo de sentirse
inútil para la sociedad; personas que creen que han perdido su dignidad de
seres humanos, y que no conocen el valor redentor del sufrimiento. Su
desesperanza y su dolor se elevan como un clamor que reclama ayuda, no sólo
médica, sino principalmente espiritual, y no constituyen una excusa para
quitarles la vida. El hecho de que muchos hayan votado a favor del derecho al
suicidio asistido no legitima este acto, sólo revela la ignorancia y la confusión
que la fuerte propaganda antivida ha sembrado respecto a este tema.

4. El dolor y el sufrimiento en la enfermedad

En el «Boletín de la Asociación Americana de Medicina» se publicó


años atrás un artículo anónimo que tenía como título: «It’sover,
Debbie» («Todo terminó, Debbie»)[11]. El artículo, que en su momento fue
mayoritariamente condenado por la falta de ética médica del autor, ha sido muy
bien utilizado por los que astutamente buscan reabrir el debate sobre la
eutanasia y el suicidio asistido en los círculos académicos de los Estados
Unidos. En él, se describe el asesinato de una paciente joven con un cáncer
ginecológico incurable y con terribles dolores, a manos de un somnoliento
médico de guardia que no conocía el caso, pero que fue despertado para
ayudarla, y pensó fríamente que lo mejor era matarla para aliviarle los
sufrimientos. El problema que afrontamos actualmente no consiste sólo en
evitar leyes que amparen el asesinato de pacientes, sino también en disminuir
la posibilidad de que hechos como el descrito en el artículo, y cuyas
estadísticas reales son desconocidas, ocurran con regularidad.

Para todos está claro que la falta de control del dolor y la depresión,
entre otros síntomas, constituyen una presión en los pedidos de suicidio
asistido o eutanasia, como ha sido documentado en muchos estudios[12]. Los
médicos que manejamos casos de pacientes con enfermedades crónicas como
el cáncer, tenemos la convicción de que con la tecnología y la medicina actual
en el 95% de los casos podemos controlar el dolor; sin embargo, hemos de
reconocer que la mayoría de los pacientes están en desacuerdo con nosotros.
En 1991 una encuesta de la Organización Mundial para la Salud (OMS)
encontró que solamente el 50% de los pacientes decía que su dolor estaba
controlado, lo cual permite concluir que muy probablemente no se están
usando todos los recursos médicos que están disponibles para aliviar ese
dolor. No es raro que los pacientes y sus familiares se depriman, pierdan la fe y
la esperanza, y empiecen a buscar soluciones radicales a sus problemas para
no sufrir más.

La medicina ha progresado rápidamente. El manejo del dolor exige que


los médicos posean conocimientos que son difíciles de adquirir si no se
dedican cotidianamente a ello o no es parte de su especialidad. Por eso no es
raro que algunos tengan reparos en recetar narcóticos, o que no sepan qué
hacer para controlar el dolor de sus pacientes. La ignorancia y algunas falsas
ideas conducen a muchos médicos a pensar que el dolor es intratable. Sin
embargo, considero que son raros —si en verdad existen— los casos de “dolor
intratable”. Y para cualquier persona en su sano juicio resulta totalmente
absurdo ampararse en esta idea para justificar el asesinato de otro ser
humano.

Por otro lado, encontramos también algunas dificultades en la


idiosincrasia del paciente y su cultura. Algo que descubrí en mi trabajo, por
ejemplo, es la idea de que la morfina convierte al enfermo en drogadicto; por
ello prefieren no tomarla a pesar de sentir mucho dolor. Asímismo hay
pacientes que cuando van al médico no dicen toda la verdad, pues piensan que
reconocer que padecen algún dolor implicaría que el tratamiento ha fracasado y
temen que el médico les diga que se están muriendo. Otros simplemente no
quieren hacer sentir mal al doctor y relativizan su malestar porque consideran
que éste podría perturbarse al saber que no los está aliviando.

Es preciso recordar que el dolor y el sufrimiento tienen componentes


mayoritariamente subjetivos; en otras palabras, es la forma como el paciente
percibe su dolor y lo convierte en sufrimiento lo que influye en su intensidad.
Así, por ejemplo, el uso simultáneo de analgésicos y antidepresivos alivia el
dolor, ya que mejora el estado anímico del paciente. De la misma manera,
cuando el paciente trasciende a un plano espiritual y encuentra un sentido a su
sufrimiento, es capaz de encontrar más alivio y menos dolor. Basta un poco de
experiencia para saber que dos pacientes con el mismo cáncer, nunca sufren
igual.

5. Las “enfermedades incurables y terminales”

El concepto de “enfermedad terminal” es otra noción muy subjetiva que


se toma muchas veces como base para predecir la muerte, con el fin de
justificar medidas extremas. Si bien es cierto que existen casos en los cuales
los médicos podemos presagiar la muerte próxima de un enfermo, la mayoría
de las veces nuestras presunciones están basadas en estudios estadísticos
que solamente analizan probabilidades. Por poner un ejemplo, algunos
pacientes con cáncer de pulmón tienen una expectativa de vida de 18 meses.
Sin embargo, el 5% de dichos pacientes vive alrededor de 5 años. ¿Cómo
puede uno predecir en qué caso se encuentra el paciente que uno tiene a su
cargo en ese momento? ¿Cómo puede uno determinar que el paciente está
“terminal” simplemente por probabilidades?

Es importante, además, tener en cuenta la libertad del paciente a la


hora de tomar decisiones acerca de temas fundamentales como la vida y la
muerte. Dicha libertad, así como su competencia mental, puede verse
seriamente disminuida con algunas enfermedades crónicas graves como el
cáncer o el SIDA, y con estados emocionales como la depresión. Por ello, es
muy importante la evaluación psiquiátrica en todos los casos. En un estudio
publicado en el «Boletín de la Asociación Americana de Medicina» sobre
pacientes crónicamente enfermos, se enfatiza la depresión como factor
favorable al suicidio asistido, además del dolor y la falta de cuidado de los
familiares. Lo interesante de este estudio es que luego de seguir a estos
pacientes por más de un año, se ha visto que casi el 50% cambia de opinión
respecto al suicidio asistido, demostrando que la desesperanza que viven tiene
un factor emocional grande que puede revertirse, ya sea con el manejo del
dolor, con el apoyo de la familia, o con el alivio de la depresión[13].

6. El mal llamado “derecho a morir”, el “matar por misericordia”, y el


“morir con dignidad”

Una característica de nuestra sociedad es su tendencia a relativizar la


verdad y la objetividad. Un ejemplo de ello lo constituye la promoción del
suicidio asistido y la eutanasia a través de términos ambiguos o eufemísticos,
como el “derecho a morir”, el “matar por misericordia”, o una falsa
interpretación de la expresión “morir con dignidad”.

6.1. El “derecho a morir”

El “derecho a morir”, simplemente, no existe, ya que uno no elige morir,


así como no se elige nacer. Sólo Dios es quien tiene poder sobre la vida y la
muerte, solamente Él puede decidir en qué momento termina nuestro
peregrinar terrenal. La vida es un don recibido; nadie se la da a sí mismo. El
ser humano no es, pues, dueño de la vida, ni siquiera de la propia, sino un
mero administrador, y por ello no puede constituirse en juez de la misma.

Es comprensible que en una época como la nuestra, en que el hombre


está acostumbrado a hablar de “sus derechos” y donde se “inventan” tantos
otros, algunos lectores puedan sentirse incómodos ante esta afirmación. Sin
embargo, el mal no tiene derechos. Los activistas proeutanasia han inventado
este “derecho a morir” para justificar el suicidio como parte del paquete de
“nuevos derechos”, derivados del mal uso de la autodeterminación o la
exacerbación de la individualidad y la autonomía. Que una persona ejerza
legítimamente alguno de sus derechos —como al casarse, escoger un trabajo o
votar— está en abierta oposición a cometer un suicidio, pues en este último
caso la persona anula su derecho a la vida y al mismo tiempo todos sus demás
derechos, destruyendo así su dignidad. Invocar la libertad para justificar un
supuesto “derecho a la muerte” es desnaturalizarla de su verdadero sentido,
pues la auténtica libertad es aquella que respeta la verdad sobre el hombre y
su dignidad, no aquella que atenta contra su vida. Por ello la elección del
suicido nunca podrá considerarse como algo sano o natural. El suicidio es la
huida, la renuncia a enfrentar una realidad dolorosa. Es también la
desesperanza total y la dimisión de la persona a buscar el bien que tiene este
mundo, donde se realiza el Plan de Dios para cada ser humano y para su
felicidad.

Según diversos estudios médicos, la mayoría de los suicidas son


pacientes con enfermedades mentales o de depresión, y algunos de ellos ni
siquiera son considerados competentes para tomar decisiones. Algunas
estadísticas indican que la mayoría de los suicidas han visitado en más de una
oportunidad a un médico psiquiatra en los seis meses anteriores al acto. De allí
que nuestra actitud debiera ser la de ayudar a estas personas que,
considerando erradamente que no existen otras opciones, optan en contra de
sí mismas en forma radical y extrema, y no facilitarles que sigan adelante en su
error para deshacernos de ellas o sacar provecho de su falta de juicio.

6.2. “Matar por misericordia”

“Matar por misericordia” es un eufemismo inventado con el fin de hacer


más “tolerable” la idea de asesinar a otro ser humano con el pretexto de
aliviarle sufrimientos. Este concepto, lamentablemente, está muy en boga. El
avance de los diagnósticos prenatales, por ejemplo, es ocasión para que
muchos bebés sean abortados ante la posibilidad de nacer con alguna
enfermedad incurable.

Sin embargo, el hecho de matar a otro ser humano no puede ser nunca
esgrimido como un acto de misericordia. ¿Qué misericordia puede existir
cuando privamos a alguien de su bien fundamental, el don de la vida? Al actuar
de esa manera, en el fondo se le está diciendo al enfermo que su valor es tan
efímero, tan insignificante, que su dolencia ha llegado a destruirlo, y que por lo
tanto su vida ya no tiene sentido. Más que un acto de misericordia, es una
humillación, una desvalorización de la persona.

La verdadera misericordia consiste en saber sufrir con el otro, en


ayudarlo en sus necesidades y en hacer palpable, amándolo, su valor infinito
como persona. Así lo subrayaba el Papa Juan Pablo II: quitarle la vida a una
persona enferma «debe considerarse como una falsa piedad, más aún, como
una preocupante “perversión” de la misma. En efecto, la verdadera
“compasión” hace solidarios con el dolor de los demás, y no elimina a la
persona cuyo sufrimiento no se puede soportar»[14]. Tras la supuesta
misericordia no pocas veces se esconde una actitud egoísta y evasiva.

Al abrir las puertas al suicidio asistido o la eutanasia, se abre también la


posibilidad de aplicar este concepto a los millones de pacientes enfermos que
viven en hogares de ancianos u hospicios, a quienes ya no se les considera
útiles para la sociedad, así como a los miles de pacientes con SIDA y cáncer
avanzado que no tienen cura y que podrían ser considerados como una “carga
económica innecesaria” para la sociedad.

“Matar por misericordia” es otra aberración intrínsecamente maligna.


Los veterinarios pueden matar a animales enfermos que ya no son útiles para
el hombre, pero la vocación de la persona humana es tan alta y trascendente,
que ningún motivo o circunstancia, ninguna limitación o sufrimiento disminuye
su dignidad, hace que “valga menos” o que “pierda su dignidad”.

6.3. “Morir con dignidad”

Todos estamos de acuerdo en que queremos morir con dignidad. Pero,


¿cómo entendemos esta expresión? Lamentablemente ha sido muy
manipulada.

Los activistas de la eutanasia consideran que el ser humano sufriente,


habiendo perdido habilidades intelectuales o físicas, ya no puede controlar su
destino y por lo tanto ya no es un ser digno. Piensan asímismo que el dolor y la
enfermedad “disminuyen” nuestra dignidad, olvidando que el ser humano
siempre será digno, aun en los momentos más difíciles de su existencia, ya que
su dignidad fundamental le ha sido dada por Dios en la creación y ha sido
elevada a niveles insospechados por el Señor Jesús con su Encarnación.

La verdadera “muerte digna” es aquella que se asume con grandeza de


ánimo, con confianza, con esperanza, ofreciendo la propia vida por el bien de
los hermanos y uniéndose a la muerte redentora del Señor Jesús. La auténtica
“muerte digna” es aquella que se da en el momento querido por Dios —único
Señor de la vida y de la muerte— y en la que se respeta la infinita dignidad
propia del ser humano.

Desafortunadamente, la propaganda y la manipulación de conceptos ha


surtido efecto en muchos pacientes, quienes no entienden que su dignidad es
única, universal e irrenunciable. La mentalidad funcionalista imperante hoy en
día ha pretendido reemplazar la dignidad por la utilidad, considerando por ello
menos dignos a quienes aparecen —según sus propios parámetros— como
menos útiles a la sociedad. Cuando se pregunta a los partidarios de la
eutanasia o del suicidio asistido cuáles son las principales razones por las que
lo pedirían, responden: 1) pérdida de la dignidad, 2) dolor intolerable, 3) no
querer convertirse en una carga para la familia, 4) miedo de vivir inválido, 5)
miedo a una vida sin sentido[15]. Cuando la persona enfrenta la muerte
siempre tiene temor al dolor o a la pérdida del control de su cuerpo o de su
mente, por lo que a veces, en un momento de desesperación, puede pensar
que lo mejor sería quitarse la vida. Pero si consigue aceptar su realidad, con la
ayuda de los demás, entonces puede prepararse, reconciliándose con Dios,
consigo mismo y con su prójimo para tener un tránsito en paz y una muerte
realmente digna.

7. La “pendiente resbaladiza” legal: del suicidio asistido a la eutanasia

La “pendiente resbaladiza” ha sido siempre una táctica usada por los


partidarios de la cultura de la muerte. Consiste en ir convenciendo
gradualmente a la gente para que acepte algo moralmente malo por medio de
ambigüedades y manipulaciones de la información.

Un ejemplo muy claro de esta estrategia lo encontramos en el


“programa de higiene racial” impulsado por Adolfo Hitler en la Alemania
nazi. En octubre de 1939 Hitler ordenó el asesinato de 5000 niños
“incurablemente enfermos” mediante envenenamiento para que no “sufrieran”.
Al poco tiempo, en 1940, mandó que niños inválidos y pacientes que requerían
cuidados crónicos fueran añadidos a este procedimiento. Luego siguió el
“programa T4”, por el cual 70,000 enfermos mentales fueron asesinados en
1941. Posteriormente, con el pretexto de la defensa del país ante la invasión de
los aliados, se eliminó a otros enfermos mentales con el fin de tener más
hospitales para los heridos. Después, los nazis decidieron ampliar el exterminio
a los judíos, gitanos, comunistas, homosexuales, eslavos y prisioneros[16].

En Estados Unidos la manipulación de la información a favor de la


eutanasia ya ha originado puntos de vista favorables en gran parte de la
población[17]. Como mencionamos anteriormente en el caso de Oregon, es
muy diferente interrogar a la gente sobre su “derecho” a la eutanasia o al
suicidio —que la mayoría cree erróneamente tener— que preguntarle si
realmente lo haría, en cuyo caso encontramos que el grupo de pacientes que
quisieran intentarlo es claramente pequeño.

La historia de la aprobación de la eutanasia en Holanda es otra clara


muestra de la “pendiente resbaladiza”, como hemos tenido ocasión de ver en
un acápite anterior. En 1994, por ejemplo, el doctor BoudewijnChabot asistió en
el suicidio a un paciente deprimido pero sano de cualquier otra enfermedad; la
Corte holandesa lo absolvió, abriendo así la puerta a la “eutanasia psiquiátrica”,
terrible invento que determina que ya no se necesita padecer una enfermedad
“física y terminal” para permitir la eutanasia, sino que bastan los argumentos
psicológicos[18].

El concepto de “pendiente resbaladiza” es naturalmente criticado por los


partidarios de la eutanasia, pero su realidad es evidente. A continuación,
algunos ejemplos recientes de casos públicamente dados a conocer por los
medios de comunicación. Una enfermera asesinó a 23 ancianos sin su
consentimiento con el fin de “aliviarles sufrimientos” en Holanda en 1987. En
Alemania otra enfermera hizo lo propio con 17 ancianos en 1989. Y uno de los
casos más tristemente célebres es el de 3 enfermeras que en la ciudad de
Viena asesinaron a 35 ancianos el mismo año.

Por ello la verdad tiene que ser presentada de manera clara, sin medias
tintas: el suicidio asistido es un suicidio, y la eutanasia, un asesinato. Debemos
promover la conciencia de ello y no dejarnos confundir por los eufemismos y
las relativizaciones de la verdad, ya que enfrentaremos las consecuencias no
sólo en los lugares donde la eutanasia ya es legal, sino también donde aún no
está permitida.

8. Los testamentos en vida

Como decíamos al comienzo, algunos médicos y familiares de


pacientes terminales optan por prolongar innecesariamente, con medios
desproporcionados, la vida y el sufrimiento de algunos enfermos, dándoles así
a los partidarios de la eutanasia y el suicidio asistido excusas para promocionar
sus propuestas. Ello ha originado que los médicos y el sistema legal se vean en
la situación de tener que tomar una posición.

Los sistemas de salud actuales, en un correcto afán por proteger la


vida, establecen que moral y legalmente se debe hacer todo lo posible por
salvar una vida. Pero la aplicación de este principio no es tan sencilla como
puede parecer cuando se trata de pacientes incurables o cercanos a morir. Por
ejemplo: cuando una persona cualquiera sufre un paro cardio-respiratorio,
solamente se tiene de 5 a 10 minutos para salvarla con masajes cardíacos y
uso de máquinas de ventilación. Si se trata de pacientes jóvenes o con
enfermedades curables, no hay mayor problema, pues se espera que el
paciente se recupere completamente y al poco tiempo sea desconectado de las
máquinas.Pero si el paciente está con cáncer o SIDA muy avanzados, la
situación es diversa, ya que lo más probable es que nunca pueda ser liberado
de la ayuda de las máquinas, en cuyo caso éstas se volverían medios
desproporcionados. Muchas veces los pacientes desarrollan paros cardio-
respiratorios en la calle o en el mismo hospital y los médicos que están
alrededor no saben ni tienen tiempo de conocer en minutos los detalles de la
enfermedad, por lo que la ley, para proteger al paciente y la vida, manda usar
todos los medios de reanimación, incluyendo el uso de máquinas de
ventilación, a menos que haya a la mano un documento escrito donde el
paciente exprese su oposición explícita.

Una de las opciones legales que existe en Estados Unidos y que se ha


ido imitando en muchos lugares es conocida como los “testamentos en
vida” (living wills), aprobados en 1977. En estos documentos el paciente
expresa su voluntad acerca del proceso de reanimación cardio-pulmonar en
caso de falla cardio-respiratoria. Como se puede intuir, no se trata tanto de
“conceder” al médico que haga todo lo que considere oportuno para el bien del
paciente, sino más bien de definir los límites a los que su intervención deberá
restringirse. Posteriormente se han aprobado también los “poderes” para los
representantes legales (power of attorney), según los cuales un familiar del
enfermo nombrado por él mismo es el encargado de tomar las decisiones
pertinentes acerca de su tratamiento y uso de medios extraordinarios en caso
de que el paciente no tenga nada escrito.

La legislación vigente en los Estados Unidos respalda plenamente estos


decretos y ha servido de modelo en muchas partes del mundo. Sin embargo, a
veces dichos documentos son muy generales y su interpretación abusiva por
parte del médico puede facilitar la aplicación de la eutanasia, por lo que el uso
de “testamentos en vida” ha sido ampliamente cuestionado por muchos
expertos en ética médica. El padre Kevin O’Rourke, O.P., por ejemplo, en un
documento del St. Louis University Center forHealthCareEthics, objeta con
detalle la generalidad y la ambigüedad de su lenguaje, lo que permite diversas
interpretaciones. Asimismo John Leies, del NationalCatholicBioethics Center
(NCBC), explica cómo la falta de información al paciente y la ambigüedad del
lenguaje origina que las decisiones finales sean tomadas por los médicos a
nombre de los pacientes, abriendo las puertas a casos de suicidio asistido y
eutanasia[19]. Por otro lado, estos “testamentos” plantean no pocos dilemas
éticos al momento de su aplicación: ¿Cómo saber si el paciente ha cambiado
de opinión entre que redactó el documento y el instante en que éste es
ejecutado? ¿Cómo ha de actuar el médico si en conciencia discrepa con lo
expresado en el “testamento”? ¿Qué hacer si el paciente lo elaboró sin conocer
algún medio disponible (porque se desarrolló después o simplemente por
ignorancia), que el médico ahora posee? Todo ello sin considerar la pregunta
inicial respecto a qué es lo que lícitamente puede ser objeto de la voluntad de
una persona en los “testamentos en vida”.

Los médicos católicos tampoco estamos de acuerdo con el uso de


medios desproporcionados para prolongar inútilmente la vida de una persona,
como ha sido siempre enseñado por el magisterio de la Iglesia Católica y
tratado recientemente por los Papas Pablo VI y Juan Pablo II. Pero ello dista
mucho, como hemos venido subrayando, de favorecer la eutanasia o el suicidio
asistido. Por eso es preciso buscar alternativas legales en defensa de la vida,
y, en el caso de los “testamentos”, educar a los pacientes y a sus familiares en
su adecuada elaboración, para que éstos respeten la dignidad del ser humano
y no terminen dándole al médico atribuciones que le permitan decidir lo que
quiera con el paciente. Por ello hoy en día existe una tendencia a no solamente
tener un “testamento de vida” escrito, sino al mismo tiempo nombrar a una
persona (llamada a veces “agente de salud”) que se encargue de tomar las
decisiones necesarias e interpretar el “testamento en vida” de la manera más
adecuada —en caso de que el paciente no esté lúcido— de acuerdo a las
diversas circunstancias, con la idea de proteger siempre la vida humana.

9. El cuidado paliativo y los hospicios

Desde hace más de 2000 años la mayoría de los médicos del mundo
usan el juramento hipocrático como norma moral para la práctica de la
medicina, y éste dice: «Nunca administraré ningún veneno cuando alguien me
lo pida y tampoco aconsejaré esa acción»[20]. Comenta al respecto el doctor
León Kass, experto en ética: «Estas ideas estaban en vigencia en una
sociedad donde la medicina, comparada con la actual, era extremadamente
primitiva, donde probablemente no se curaban todavía las enfermedades y el
poder de aliviar el sufrimiento era mucho menor. Sin embargo, se reconocía
que la eutanasia era totalmente opuesta a la función del médico y a la
adecuada práctica de la medicina»[21].

A raíz de los debates acerca de la eutanasia y el suicidio asistido, la


Sociedad Americana de Oncología Médica (ASCO) —que agrupa a más de
20,000 especialistas en cáncer de todos los países del mundo— estableció en
1999 un comité especial para estudiar el problema del cuidado del paciente en
la etapa final de la vida. Una de las conclusiones a las que se llegó fue que no
habría necesidad de discutir el suicidio asistido si existiese una adecuada
medicina paliativa[22]. Éste es solamente uno de los muchos documentos y
estudios[23] que prueban la falta de educación en medicina paliativa, la
insuficiente información pública al respecto y la necesidad de desarrollarla.

En los casos más difíciles el hecho de no poder curar a un paciente no


significa que no haya “nada que hacer por él”, y menos aún que la solución sea
eliminarlo. Las sociedades médicas que se oponen a la eutanasia y al suicidio
asistido han tomado también otras iniciativas interesantes como, por ejemplo,
el establecimiento de especialidades en “medicina paliativa” y “medicina del
dolor”, donde los médicos adquieren los conocimientos necesarios para lidiar
específicamente con estas circunstancias difíciles y dedican su actividad
profesional exclusivamente a estas áreas. Muchas escuelas de medicina han
establecido ya cursos de medicina paliativa y muchos anestesiólogos en todo el
mundo han empezado a especializarse y a practicar medicina para el dolor.

Los hospicios —lugares donde se recibe a pacientes incurables con


expectativas de vida menores a los 6 meses, orientados no ya a curar sino a
aliviar los síntomas— son una alternativa dentro de la medicina paliativa. Es
preciso, sin embargo educar a los pacientes sobre esta alternativa,
combatiendo los temores, los prejuicios y las ideas erradas que muchas veces
tienen. El hospicio ha de mantener al paciente médica y espiritualmente
asistido (diversas organizaciones católicas los dirigen) en todo momento, en
contacto y comunicación con los médicos y familiares para tomar las decisiones
más adecuadas al final de la vida. La alternativa cristiana debe acentuar en la
medicina paliativa el reconocimiento de la dignidad del enfermo y el respeto de
su profundo significado. Se puede concretar en la búsqueda de un sentido al
dolor y en un ofrecimiento de dicho sufrimiento por un ideal elevado. El tiempo
de la enfermedad terminal se va así convirtiendo en un proceso fructífero de
purificación interior, preparación espiritual y reconciliación personal con Dios,
con uno mismo y con el prójimo para el paso a la vida eterna.

10. Respeto por la vida y la dignidad de la persona humana

Desde la antigüedad el hombre ha reconocido que la vida de todo ser


humano debe ser respetada. En el Antiguo Testamento el Señor nos revela que
solamente Él tiene el poder de dar la vida o quitarla: «Yo doy la muerte y doy la
vida» (Dt 32,39), y prohíbe matar a otro ser humano (ver Éx 20,13). En la
época de los Apóstoles, San Pablo escribía en la Carta a los
Romanos: «Ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere
nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el
Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos»
(Rom 14,7-8). Las primeras comunidades de cristianos consideraban el suicidio
y el asesinato como pecados graves. Al respecto San Agustín anotaba: «Los
cristianos no tienen autoridad para cometer suicidio en ninguna
circunstancia»[24].

Todo hombre abierto a la verdad puede llegar mediante la luz de la


razón a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (ver Rom 2,14-15) el
valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término natural. La
vida que Dios da al hombre es original y diversa de las demás criaturas
vivientes, ya que el ser humano es la más elevada manifestación de Dios en el
mundo, signo de su presencia, resplandor de su gloria (ver Gén 1,26-
27; Sal 8,6). Por ello todo ser humano tiene la responsabilidad de cuidar su
vida y la de los demás. Como dice el Salmo 139: «Tú me conocías desde que
estaba en el vientre de mi madre… mi alma conocías y mis huesos no se te
ocultaban… mi embrión tus ojos lo veían».

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña claramente que nosotros


somos administradores de la vida y no dueños de la misma, ya que hemos
sidotraídos a este mundo por Dios: «Todos somos responsables por nuestras
vidas ante Dios que es quien nos la ha dado. Es Él quien permanece soberano
de la vida. Nosotros estamos obligados a aceptar la vida y preservarla en su
Honor y por la salvación de nuestras almas. Nosotros somos administradores,
no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado y no tenemos el derecho a
disponer de ella»[25]. Por ello el suicidio es contrario al amor de Dios, se opone
también al quinto mandamiento[26].

En su encíclica sobre el Evangelio de la vida, el Papa Juan Pablo II


comenta que el suicidio es tan moralmente objetable como el asesinato. Y
enreiteradas ocasiones ha recordado la inviolabilidad del derecho a la vida del
ser humano inocente, «desde el momento de su concepción hasta la
muerte»[27]. La tradición de la Iglesia siempre ha rechazado la eutanasia y el
suicidio como males graves, a pesar de que puedan existir circunstancias
psicológicas, culturales o sociales que induzcan a la persona a llevar a cabo
dicha acción.
No creo que la solución esté basada solamente en leyes de protección
o formulación de mejores testamentos en vida. El problema, más que legal, es
de comprensión antropológica, de desconocimiento de lo que es el ser humano
y en qué consiste su dignidad, en nombre de la cual se practican todos estos
crímenes.

El derecho a la vida es parte fundamental de nuestra naturaleza


humana y nuestra dignidad. Como indica el pensador peruano Luis Fernando
Figari, «ladignidad fundamental, y más aún fundante del hombre, proviene de
ser la persona humana creada por Dios como interlocutor personal suyo e
invitado a participar desde su estructura óntica en la dinámica creacional»[28].
Y además, como él mismo añade: «La dignidad de la creatura humana
quedará aún más claramente manifestada por la irrupción del Verbo Eterno en
el tronco humano, asumiéndolo y elevándolo, en un proceso misterioso e
indescriptible en la magnitud de su grandeza»[29]. Así pues, Dios, en su Plan
de amor, crea al ser humano a su imagen y semejanza, y luego envía a su Hijo
único, quien haciéndose hombre eleva la condición humana de creatura a hijo
de Dios. Dicha dignidad es única, universal e irrenunciable y no puede ser
negada o relativizada por ninguna enfermedad, circunstancia social o momento
histórico que se viva.

Ésta es la base fundamental de cualquiera de los “derechos humanos”,


y no una arbitraria definición judicial de consenso. Solamente en la medida en
que las diferentes leyes de nuestros países sean un reflejo de la ley natural que
se deriva de este Plan de Dios para nosotros, estaremos realmente
construyendo un mundo más humano y a la vez más divino. El ya mencionado
doctor León R. Kass, profesor de bioética, se preguntaba: ¿Cómo puedo
honrarme a mí mismo destruyéndome a mí mismo? Si busco dignidad
basándome solamente en mi autonomía, ¿qué dignidad podré alcanzar
claudicando de mi propia existencia y cuando todo haya terminado?

11. Sentido cristiano del sufrimiento humano

Una sociedad hedonista como la nuestra no entiende el sufrimiento y


por ello no vacila incluso en optar por el suicidio o la eutanasia con tal de
librarse de él. El sufrimiento es inseparable de la existencia del hombre, y
cualquier proyecto de realización humana debe contar con él. Sin embargo, el
hombre está llamado a superarlo y a afrontarlo. Recordemos que la salvación
nos vino mediante la Cruz de Cristo, y fue allí donde elevó el sufrimiento
dándole un valor redentor. Todo hombre en su sufrimiento, adecuadamente
dispuesto, se hace partícipe del sufrimiento redentor de Cristo.

La carta apostólica Salvificidoloris del Papa Juan Pablo II desarrolla el


tema del sufrimiento cristiano y arroja una luz sobre este tema. En ella se
explica que el sufrimiento no sólo es físico, sino también moral, y no está
limitado a las enfermedades. El hombre sufre cuando experimenta cualquier
“mal”.

El cristianismo, a diferencia de otras religiones, proclama el bien de la


existencia y la bondad de Dios y de las criaturas. El mal es una falta, una
distorsión del bien, del cual la persona no participa. Pero, ¿por qué existe el
mal en el mundo? Es ésta una pregunta que el hombre se hace y que dirige
generalmente a Dios. Y cuando no sabe hallar respuesta, llega con frecuencia
a frustraciones, conflictos e incluso a la ruptura con el Creador.

En el libro de Job sus amigos lo increpan diciéndole que sufre porque,


aunque se crea justo, debe de haber cometido alguna falta grave: «los que
labran maldad y siembran vejación, eso cosechan», le dicen (Job 4,8). Pero en
realidad, como nos evidencia el relato, Job era justo, su sufrimiento era el del
inocente, y le tocó asumirlo como parte del misterio de su existencia —misterio
que alcanzará su respuesta en Cristo crucificado. Aunque el sufrimiento está
unido a la culpa, no todo sufrimiento es un castigo. En el caso de Job, el
sufrimiento tiene el carácter de una prueba, una ocasión para que manifieste su
justicia y su fidelidad a la alianza con Dios. Como otros pasajes del Antiguo
Testamento también nos muestran, el sufrimiento tiene asimismo un valor
pedagógico y educativo. Dios corrige para abrir las puertas de la misericordia y
la conversión, para purificar y reconstruir un bien destruido. «Ruego a los
lectores de este libro —dice el autor de los Macabeos—que no se
desconcierten por estas desgracias; piensen antes bien que estos castigos
buscan no la destrucción, sino la educación de nuestra raza» (2Mac 6,12).

En Jesucristo el sufrimiento es vencido y transformado por amor.


«Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea
en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Las raíces del mal se
hunden en el pecado, y el Señor Jesús, con su obediencia hasta la muerte,
vence al pecado y sus consecuencias. Como fruto de la obra salvífica de Cristo
el hombre vive sobre la tierra con la esperanza de la vida eterna. Aunque esta
victoria no suprime los sufrimientos temporales de la vida humana, proyecta
sobre el dolor una luz nueva, la luz de la salvación. Jesucristo elevó el
sufrimiento dándole un valor redentor, así que el sufrimiento nos hace participar
de la dinámica redentora de Cristo.

Diversas profecías hablaban ya del sufrimiento que el Mesías había de


padecer[30]. Impresiona, sin embargo, la profundidad de tal sacrificio: aunque
el Siervo de Yahveh era inocente, cargó sobre sí los pecados de todos,
redimiéndolos por medio de su sufrimiento. Sólo el Hijo de Dios es capaz de
abarcar la fuerza del mal contenida en el pecado del hombre, y de
reconciliarnos con el Padre. La existencia del Señor Jesús se vio desde su
niñez marcada por el sufrimiento (ver Lc2,7; Mt 2,13), realidad que alcanza su
culmen en el huerto de Getsemaní (ver Mt 26,39-42) y en su entrega en la Cruz
(ver Jn 19,23-30). Además de vivirlo en carne propia, en su actividad mesiánica
Jesús estuvo siempre muy cerca de los que sufren, curando enfermos,
expulsando demonios, dando de comer a los hambrientos.

Quienes participan de los sufrimientos de Cristo están también llamados


a ver la gloria de la resurrección: «Ya que sufrimos con él, para ser también
con él glorificados» (Rom 8,17); «la leve tribulación de un momento nos
produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna» (2Cor 4,17).
Paradoja evangélica de la debilidad y la fuerza: «con sumo gusto seguiré
gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de
Cristo» (2Cor 12,9).

En la Salvificidoloris el Papa Juan Pablo II escribe que en la raíz de


todos los sufrimientos humanos está el mismo sufrimiento redentor de Cristo:
«Todos los que sufren han sido llamados de una vez para siempre a ser
partícipes “de los sufrimientos de Cristo” (1Pe 4,13). Así como todos son
llamados a “completar” con el propio sufrimiento “lo que falta a los
padecimientos de Cristo” (Col 1,24). Cristo al mismo tiempo ha enseñado al
hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre. Bajo
este doble aspecto ha manifestado cabalmente el sentido del sufrimiento»[31].
Y es que «Él mismo es el que recibe ayuda, cuando esto se hace a cada uno
que sufre sin excepción. Él mismo está presente en quien sufre, porque su
sufrimiento salvífico se ha abierto de una vez para siempre a todo sufrimiento
humano»[32].

De ahí se desprende el valor evangelizador que el sufrimiento tiene: “A


todos y a cada uno se dirige el llamamiento del Señor: también los enfermos
son enviados como obreros a su viña. El peso que oprime a los miembros del
cuerpo y menoscaba la serenidad del alma, lejos de retraerles del trabajar en la
viña, los llama a vivir su vocación humana y cristiana y a participar en el
crecimiento del Reino de Dios con nuevas modalidades, incluso más valiosas...
Muchos enfermos pueden convertirse en portadores del ‘gozo del Espíritu
Santo en medio de muchas tribulaciones’ (1Tes 1,6) y ser testigos de la
Resurrección de Jesús”. En este sentido, es oportuno tener presente que los
que viven en situación de enfermedad no sólo están llamados a unir su dolor a
la Pasión de Cristo, sino a tener una parte activa en el anuncio del Evangelio,
testimoniando, desde la propia experiencia de fe, la fuerza de la vida nueva y la
alegría que vienen del encuentro con el Señor resucitado (ver 2Cor 4,10-
11; 1Pe 4,13; Rom 8,18ss)”.[33].

El sufrimiento nos llama a vivir la virtud, con la esperanza y la


convicción de que dicho sufrimiento no prevalecerá sobre la persona, no la
privará de su dignidad. Cristo ha realizado la redención plena, pero no la ha
cerrado, ésta se realiza constantemente en la historia del hombre, y la Iglesia
completa esta historia de la redención. Por eso podríamos decir con San Pablo
que los sufrimientos del hombre misteriosamente “completan los sufrimientos
de Cristo” (ver Col 1,24).

12. La enseñanza de la Iglesia acerca de la eutanasia

La Iglesia católica siempre ha condenado la eutanasia, y ha dedicado


numerosos documentos al tema, como por ejemplo, en el último tiempo,
laDeclaración sobre la eutanasia, publicada por la Congregación para la
Doctrina de la Fe en 1980, y el documento del Pontificio Consejo
“Corunum”,Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los
moribundos de 1981. La encíclica Evangelium vitae (1995) del Papa Juan
Pablo II, y la Carta de los agentes sanitarios, elaborada por el Pontificio
Consejo para la Pastoral de la Salud (1995) se refieren también
específicamente a este problema. Todos ellos —y otros muchos
pronunciamientos— enfatizan que la eutanasia es un asesinato y hacen un
llamado a su prevención. El Catecismo de la Iglesia la califica directamente
como «homicidio»[34]. En la Constitución Gaudium et spes del Vaticano II y en
la encíclica Dominum et vivificantem se la considera como una «práctica
infamante»[35]; en la carta Christifideleslaici se le llama «criminal»[36]; y
«una desgracia»[37] en la Veritatissplendor.

La Evangelium vitae, ya citada, condena explícitamente el suicidio


asistido y lo declara como absolutamente inmoral incluso para el que colabora:
«Compartir la intención suicida de otro y ayudarle a realizarla mediante el
llamado “suicidio asistido” significa hacerse colaborador, y algunas veces autor
en primera persona, de una injusticia que nunca tiene justificación, ni siquiera
cuando es solicitada»[38].

La mencionada Declaración sobre la eutanasia de la Congregación


para la Doctrina de la Fe explica que no es moralmente válido recurrir al
llamado “suicidio asistido”: «Nadie... puede pedir este gesto homicida para sí
mismo o para otros confiados a su responsabilidad, ni puede consentirlo
explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni
permitirlo»[39]. Expone asimismo que la vida humana es la base de todo bien y
condición necesaria para la actividad humana. La vida es sagrada porque es un
regalo del amor de Dios y estamos llamados a preservarla. De allí que nadie
puede atentar contra la vida de una persona inocente sin oponerse al amor de
Dios por esa persona y cometer, por ello, un crimen grave. Todos tenemos la
obligación de vivir la vida de acuerdo al Plan de Dios, vida que nos ha sido
confiada como un bien que debe dar frutos aquí en la tierra y encontrar su
perfección definitiva en el cielo. Causar intencionalmente la muerte o recurrir al
suicidio constituye un rechazo a la soberanía de Dios y a su Plan de amor, una
violación de la ley divina, una ofensa a la dignidad de la persona humana y un
crimen contra la vida. La declaración también enfatiza que la muerte es
inevitable y que es necesario aceptar nuestra muerte y estar preparados para
esa hora. Pide igualmente a los que trabajamos en el mundo de la medicina
que usemos todos nuestros recursos para asistir a los enfermos y a los que
mueren, ya que el servicio a ellos es un servicio a Dios: «Cuanto hicisteis a
unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

En diciembre del año 2000, la Pontificia Academia para la Vida publicó


un documento sobre la dignidad de la persona moribunda[40], en el cual se
explica cómo la visión subjetiva de los que contemplamos el dolor y no
entendemos el valor del sufrimiento humano, hace que caigamos en la
desesperanza de considerarlo intolerable, optando por la muerte como única
salida en un rechazo de la idea misma de sufrimiento, cada vez más difundido
en nuestra sociedad donde dominan el hedonismo y la búsqueda del bienestar
como valor absoluto. También en nombre de la propia autonomía de la
persona, que tiene responsabilidad sobre su cuerpo y su vida, ésta puede
traicionar su esencia fundamental cuando atenta contra su vida. La autonomía
personal tiene como primer presupuesto el hecho de estar vivos, y exige la
responsabilidad del individuo, que es libre para hacer el bien según la verdad.
El ser humano sólo llegará a afirmarse a sí mismo reconociendo que ha
recibido como don su vida, de la que, por consiguiente, no es “amo absoluto”.
En definitiva, suprimir la vida significa destruir las raíces mismas de la libertad y
de la autonomía personal.

13. Conclusión

El Papa Juan Pablo II, en su mensaje a los enfermos en México en


1999, señaló: «El dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la
razón. Forma parte del misterio de la persona humana, que sólo se esclarece
en Jesucristo, que es quien revela al hombre su propia identidad. Sólo desde Él
podremos encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento —como he
escrito en la carta apostólica Salvificidoloris— no puede ser transformado y
cambiado con una gracia exterior sino interior... Pero este proceso interior no
se desarrolla siempre de igual manera... Cristo no responde directamente ni en
abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre
percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe
de los sufrimientos de Cristo»[41].

Por ello, es necesario que el paciente acepte su enfermedad como algo


que va más allá de su voluntad, que reconozca sus limitaciones, que enfrente
este sufrimiento con valor y mantenga siempre firmes la fe y la esperanza. Ello
exige una vida espiritual intensa, el apoyo de la familia y la compañía de los
amigos. Es hora de retirar mitos y creencias erradas que ponen en peligro la
vida de nuestros pacientes y seres queridos. Es preciso que todos, en especial
los médicos y familiares, nos prepararemos mejor para el cuidado de los que
sufren y para apoyar a nuestros pacientes y familiares a fin de que puedan
afrontar los últimos días de vida en la búsqueda de la reconciliación con Dios,
consigo mismos y con los hermanos, forjando una visión de esperanza para el
paso a la vida eterna.

La eutanasia y el llamado “suicidio asistido” no son más que fracasos


de la sociedad actual, reflejos de la pérdida de fe en la redención y en la
esperanza en medio del sufrimiento. Responden a visiones totalmente
contrarias a la fe, y se oponen a la labor redentora de Jesucristo, quien se
entregó y sufrió por nosotros. Sólo Dios tiene el poder sobre el vivir y el morir:
«Yo doy la muerte y doy la vida» (Dt 32,39). La enfermedad no nos debe
empujar a la desesperación y a la búsqueda de la muerte, sino más bien a la
invocación llena de esperanza: «Tengo fe, aun cuando digo: muy desdichado
soy» (Sal 116,10). La vida no termina en este mundo; la muerte es el paso
necesario hacia la vida eterna. Jesucristo nos explica que el don de la vida no
se reduce a la mera existencia en el tiempo: «Todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás» (Jn 11,26).

Las palabras de Su Santidad Juan Pablo II no pueden ser más claras:


«El Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la
persona y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio»[42]. Por
ello el Santo Padre nos urge a «hacer llegar el Evangelio de la vida al corazón
de cada hombre y mujer e introducirlo en lo más recóndito de toda la
sociedad»[43]. Es preciso anunciar con ardor al Señor Jesús —Camino,
Verdad y Vida— en quien el hombre encuentra la plenitud de su existencia y
vocación. Sólo así podremos edificar una verdadera cultura de la vida, en la
que se respete y promueva la dignidad de todo ser humano.

El Dr. Luis E. Ráez, médico peruano, es Fellow del American College of


Physicians (FACP) y American BoardCertified en Medicina Interna y Oncología
Médica. Es profesor asistente en la División de Hematología Clínica y
Oncología Médica del departamento de Medicina, y en los departamentos de
Epidemiología y Salud pública de la Universidad de Miami, donde también es
Director asociado de Oncología Toráxica. Asimismo es Co-Director de
Oncología Toráxica del Jackson Memorial Hospital y del
SylvesterComprehensiveCancer Center de la Universidad de Miami. Viene
trabajando en la investigación de nuevos tratamientos para el cáncer y tiene
diversas publicaciones científicas en la materia, así como trabajos y
artículos en temas de ética médica acerca de la eutanasia, las células
estaminales y los embriones humanos.

[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la


eutanasia, 5/5/1980, II.
[2] Muchas veces los medios extraordinarios o desproporcionados dependen
de la circunstancia de la persona. Por ejemplo, el uso de una máquina de
ventilación para un joven con una neumonía curable, no es un medio
extraordinario o desproporcionado, ya que lo adecuado es proteger la vida de
ese paciente; sin embargo, el uso de la misma máquina en un paciente con
cáncer de pulmón diseminado que ya ha fallado al tratamiento y con
expectativas de vida de solamente días, sí podría serlo.
[3] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 65.
[4] El código penal holandés, en el artículo 293, establece, sin embargo, que la
muerte de una persona a manos de otra es un crimen con una pena mínima de
12 años de cárcel y/o US$ 60,000.
[5] Ver J. Keown, On regulating death, en «Hastings Center Report» 22 (1992),
pp. 39-43; y A. Fergusson, R. George, P. Norris y otros, Euthanasia, en
«Lancet» 338 (1991), pp. 1010-1011.
[6] Ver V. Mass y otros, Euthanasia and other medical decisions concerning the
end of life, en «Lancet» 338 (1991), pp. 669-674.
[7] Ver The Remmelink Report, en «Health Policy» 22 (número especial, 1992),
pp. 1-262; y V. Mass y otros, ob. cit., p. 669.
[8] Ver R.I. Misbin, Physicians’ aid in dying, en «N Engl J Med» 325 (1991), pp.
1307-1311; y A. Parachini, Mercy, murder and morality: perspectives on
euthanasia: the California Humane and Dignified Death Initiative, en «Hastings
Center Report» 19 (1989), pp. 10-12.
[9] Han sido 16 personas en 1998; 27 en 1999; 27 en el 2000; y 21 en el 2001.
[10] Ver R.A. Burt, The Supreme Court speaks: Not assisted suicide but a
constitutional right to palliative care, en «N Engl J Med» 337 (1997), pp. 1234-
1236.
[11] Ver «Journal of the American Medical Association (JAMA)» 259 (1988), pp.
2094-2098.
[12] Ver K.M. Foley, The relationship of pain and symptom management to
patient requests for physician-assisted suicide, en «J Pain Symptom Manage»
6 (1991), pp. 289-297. H.M. Chochinov, K.G. Wilson, M. Enns, Desire for death
in the terminally ill, en «Am J Psychiatry» 152 (1995), pp. 1185-1191.K.M.
Foley, Pain, physician-assisted suicide, and euthanasia, en «Pain Forum» 4
(1995), pp. 163-178.
[13] Ver «Journal of the American Medical Association (JAMA)» 284 (2000),
pp. 2460-2468.
[14] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 66.
[15] Ver J. Wolfe, D.L. Fairclough, B.R. Clarridge y otros, Stability of attitudes
regarding physician-assisted suicide and euthanasia among oncology patients,
physicians, and the general public, en «Journal of Clinical Oncology» 17 (1999),
p. 1274.
[16] Ver J.A. Barondess, Medicine against society. Lessons from the Third
Reich, en «Journal of the American Medical Association (JAMA)» 276 (1996),
pp. 1657-1661.
[17] Ver D.E. Meier, C.A. Emmons, S. Wallenstein y otros, A national survey of
physician-assisted suicide and euthanasia in the United States, en «N Engl J
Med» 338 (1998), pp. 1193-1201. M.E. Suárez-Almazor, M. Belzile, E.
Bruera, Euthanasia and physician-assisted suicide: a comparative survey of
physicians, terminally ill cancer patients, and the general population, en
«Journal of Clinical Oncology» 15 (1997), pp. 418-427. J. Wolfe, D.L.
Fairclough, B.R. Clarridge y otros, ob. cit., p. 1274. R.J. Blendon, U.S. Szalay,
R.A. Knox, Should physicians aid their patients in dying? The public
perspective, en «Journal of the American Medical Association (JAMA)» 267
(1992), pp. 2658-2662. M.A. Graber, B.I. Levy, R.F. Weir y otros, Patients’
views about physician participation in assisted suicide and euthanasia, en «J
Gen Intern Med» 11 (1996), pp. 71-76.
[18] Ver A.D. Ogilvie, Assisted suicide for depression: the slippery slope in
action?, en «British Medical Journal» 309 (1994), p. 492.
[19] Ver J. Leies, Advanced directives and the Law, en «Ethics and Medics» 21
(1996), p. 8.
[20] Hipócrates, translation by W.H.S. Jones, “The Loeb Classical Library”,
Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 1923.
[21] L.R. Kass, Is there a Medical Ethic? The Hippocratic Oath and the Sources
of Ethical Medicine, en L.R. Kass (ed.), Toward a More Natural Science:
Biology and Human Affairs, Free Press, Nueva York 1985.
[22] Informe acerca de la situación de la medicina paliativa presentado
oficialmente a nombre de la socidedad por el doctor Ezekiel Emmanuel en
el Annual Meeting en mayo de 2000 en Atlanta, Georgia.
[23] Ver M.W. Rabow, G.E. Hardie, J.M. Fair y otros, End-of-life care content in
50 textbooks from multiple specialties, en «Journal of the American Medical
Association (JAMA)» 283 (2000), pp. 771-778. A controlled trial to improve care
for seriously ill hospitalized patients.The Study to Understand Prognoses and
Preferences for Outcomes and Risks of Treatments (SUPPORT). The
SUPPORT Principal Investigators, en «Journal of the American Medical
Association (JAMA)» 274 (1995), pp. 1591-1598. J.H. von Roenn, C.S.
Cleeland, R. Gonin, y otros, Physician attitudes and practice in cancer pain
management: a survey from the Eastern Cooperative Oncology Group, en «Ann
Intern Med» 119 (1993), pp. 121-126. K.S. Ogle, B. Mavis, J.
Rohrer,Graduating medical students’ competencies and educational
experiences in palliative care, en «J Pain Symptom Manage» 14 (1997), pp.
280-285.
[24] San Agustín, La Ciudad de Dios, I,20,31.
[25] Catecismo de la Iglesia Católica, 2280.
[26] Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 2281 y 2325.
[27] Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la XXXV Asamblea General
de la Asociación Médica Mundial, 29/10/1983, 2.
[28] Luis Fernando Figari, La dignidad del hombre y los derechos humanos, FE,
Lima 1991, p. 15.
[29] Allí mismo, p. 19.
[30] Isaías es quizás quien más claramente lo describe (ver Is 50,6ss; 52,14-
53,1ss).
[31] Juan Pablo II, Salvificidoloris, 30.
[32] Lug. cit.
[33] Juan Pablo II, Discurso a los enfermos, Ciudad de México, 24/1/1999, 4.
[34] Catecismo de la Iglesia Católica, 2277. Ver nn. 2276-2279.
[35] Gaudium et spes, 27; Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 43.
[36] Juan Pablo II, Christifideleslaici, 38.
[37] Juan Pablo II, Veritatissplendor, 80.
[38] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 66.
[39] Ver Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre la
eutanasia, 5/5/1980, II.
[40] Ver Pontificia Academia para la Vida, Respetar la dignidad del moribundo.
Consideraciones éticas sobre la eutanasia, 9/12/2000.
[41] Juan Pablo II, Discurso a los enfermos, Ciudad de México, 24/1/1999, 2.
[42] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 2.
[43] Juan Pablo II, Evangelium vitae, 80; ver también nn. 81-82.

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