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Para todos está claro que la falta de control del dolor y la depresión,
entre otros síntomas, constituyen una presión en los pedidos de suicidio
asistido o eutanasia, como ha sido documentado en muchos estudios[12]. Los
médicos que manejamos casos de pacientes con enfermedades crónicas como
el cáncer, tenemos la convicción de que con la tecnología y la medicina actual
en el 95% de los casos podemos controlar el dolor; sin embargo, hemos de
reconocer que la mayoría de los pacientes están en desacuerdo con nosotros.
En 1991 una encuesta de la Organización Mundial para la Salud (OMS)
encontró que solamente el 50% de los pacientes decía que su dolor estaba
controlado, lo cual permite concluir que muy probablemente no se están
usando todos los recursos médicos que están disponibles para aliviar ese
dolor. No es raro que los pacientes y sus familiares se depriman, pierdan la fe y
la esperanza, y empiecen a buscar soluciones radicales a sus problemas para
no sufrir más.
Sin embargo, el hecho de matar a otro ser humano no puede ser nunca
esgrimido como un acto de misericordia. ¿Qué misericordia puede existir
cuando privamos a alguien de su bien fundamental, el don de la vida? Al actuar
de esa manera, en el fondo se le está diciendo al enfermo que su valor es tan
efímero, tan insignificante, que su dolencia ha llegado a destruirlo, y que por lo
tanto su vida ya no tiene sentido. Más que un acto de misericordia, es una
humillación, una desvalorización de la persona.
Por ello la verdad tiene que ser presentada de manera clara, sin medias
tintas: el suicidio asistido es un suicidio, y la eutanasia, un asesinato. Debemos
promover la conciencia de ello y no dejarnos confundir por los eufemismos y
las relativizaciones de la verdad, ya que enfrentaremos las consecuencias no
sólo en los lugares donde la eutanasia ya es legal, sino también donde aún no
está permitida.
Desde hace más de 2000 años la mayoría de los médicos del mundo
usan el juramento hipocrático como norma moral para la práctica de la
medicina, y éste dice: «Nunca administraré ningún veneno cuando alguien me
lo pida y tampoco aconsejaré esa acción»[20]. Comenta al respecto el doctor
León Kass, experto en ética: «Estas ideas estaban en vigencia en una
sociedad donde la medicina, comparada con la actual, era extremadamente
primitiva, donde probablemente no se curaban todavía las enfermedades y el
poder de aliviar el sufrimiento era mucho menor. Sin embargo, se reconocía
que la eutanasia era totalmente opuesta a la función del médico y a la
adecuada práctica de la medicina»[21].
13. Conclusión