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El proyecto de unidad de las izquierdas que, con exiguos resultados, buscaba

ganar las elecciones realizadas a partir de 1973, con las candidaturas de Jesús Ángel
Paz Galárraga y de José
Vicente Rangel, llega finalmente al poder de manos del
teniente coronel Hugo Chávez Frías, coautor del intento de golpe de Estado del 4 de
febrero de 1992, triunfador en las elecciones de diciembre de 1998, con el respaldo del
cincuenta y seis por ciento
de los votantes y más del cuarenta por ciento de
abstención. Esa victoria fue la consecuencia del radicalismo electoral producido por el
colapso de los gestores políticos del modelo de conciliación nacido en 1958.

Chávez, movido por las mismas concepciones que lo llevaron a intentar


previamente un golpe de Estado, esta vez electo democráticamente, se negaba desde
el comienzo de su gestión, no sólo a dialogar y a entenderse con los representantes del
cuarenta
por ciento de los electores que votaron por otras opciones, sino que le
declaraba una incesante y descalificadora guerra verbal a todas las organizaciones
sociales criticas de su gobierno. Ya lo había anunciado durante su campaña electoral

No bastaba con llegar al poder, había que “hacer la revolución” para terminar de
desarticular al antiguo régimen y a las capas políticas y sociales que
le habían servido
de soporte. Muchos entendieron que “(...) la sociedad (...) debe ser aplastada,
quebrada, dada la vuelta, desmembrada y sólo en raras ocasiones convertida o
persuadida por medios pacíficos”. (Crick, p 47).

A partir de este razonamiento,


los dirigentes de los partidos de oposición
conformaban cúpulas podridas, los empresarios eran oligarcas, la alta jerarquía
eclesiástica era cómplice silente de cuarenta años de corrupción, los ciudadanos
opositores al gobierno escuálidos, y así sucesiva
mente.

Incluso la oposición, más escandalosa que efectiva, debe ser destruida no porque
ofende el orgullo propio de los autócratas sino porque su misma existencia niega
las teorías del ideólogo totalitario. (Crick, p.38)

Ante las legítimas disidencias y críticas de los opositores, requeridas de tratamiento


político, dialogado, Chávez más bien optaba por confrontar a la “contrarrevolución”,
responsable de cuarenta años de fracasos, obstaculizadora del “saneamiento de la patria”

La confrontación desatada, y los contenidos de algunos decretos y leyes inconsultos


que, según los afectados, amenazaban la propiedad y la educación privada, como la
Ley de Tierras y el Decreto 1.011 referido a la supervisión de los institutos educativos
provocarían, en un primer momento, temor y pánico en la clase media que pronto se
convertirían en desafío abierto y movilización de múltiples organizaciones sociales, que
solicitaban rectificaciones profundas al gobierno, acompañadas posteriormente de
multitudinarias manifestaciones. Enocasión del nombramiento por parte del Presidente de
una nueva Junta Directiva de Petróleos de Venezuela, PDVSA, rechazada con vehemencia
por sus trabajadores y gerentes, por considerarla violatoria a la meritocracia, la protesta
desembocó en una marcha de más de medio millón de personas hacia el Palacio de
Miraflores, el 11 de abril de 2002, para solicitar la renuncia del Presidente.El trágico final
de esta marcha, traducido en muertes provocadas por francotiradores, pondría en
evidencia una dramática fractura en la alta oficialidad de la Fuerza Armada. La solicitud de
renuncia del Presidente por parte del Inspector General de la Fuerza Armada Nacional,
General en Jefe Lucas Rincón, en representación del Alto Mando Militar, la cual habría
sido aceptada por Chávez, la instauración de un gobierno de transición provisional por
menos de cuarenta y ocho horas, que comenzaba a gobernar disolviendo la Asamblea
Nacional, atribuyéndose también la facultad de destituir gobernadores y alcaldes electos, una
sucesión de confusos golpes y contragolpes de Estado, y manifestaciones de calle de
partidarios del gobierno, cerrarían un primer ciclo de tres años de antipolítica y
violencia.Finalmente la vuelta al poder de Hugo Chávez Frías, en medio de saqueos y
más muertes,pidiendo perdón por los errores cometidos, nombrando otra Junta Directiva
en PDVSA, cambiando parcialmente su tren ministerial y promoviendo mesas plurales de
diálogo nacional a cargo del nuevo vicepresidente de la República, inauguraron,
aparentemente, una nueva etapa para el gobierno y la sociedad.Pero el país sigue sumido
en un estado de conmoción, originado en la antipolítica como práctica de un gobierno
democrático, legítimo en su origen más no en sus ejecutorias.

el edificio institucional de la democracia representativa venezolana, socialmente legitimado


a partir de 1958, se encontraba seriamente resquebrajado en su representatividad por el
malestar civil. La oligarquización, la miope pragmatización cortoplacista, la
burocratización y opacidad de los aparatos partidistas, unidos a episodios de corrupción y a
la ineficacia en la gestión económico-social del Estado, habían alejado a los ciudadanos de
los partidos históricos; ahora, la sociedad buscaría recuperar el monopolio ejercido por los
hombres de los partidos, los políticos profesionales.La apatía electoral y la caída de la
preferencia por los partidos históricos, en beneficio de personajes y movimientos que se
presentaban como sustitutos de los partidos y de los políticos, fueron síntomas de una
conciencia social contraria a los partidos, originada en casos notorios de corrupción, reales o
ficticios pero sólidamente instalados en el imaginario colectivo. Hasta el término partido lucía
vergonzoso, por lo que los “movimientos, proyectos, foros, mesas, redes, se abrieron paso,
disfrazando con otros ropajes semánticos a los nuevos protagonistas de la lucha por el poder.
En la conciencia política de lasociedad venezolana se había instalado con fuerza, aunque no
siempre con rigor, la idea de la crisis de representatividad de los partidos políticos.

Así, la política sin partidos y sin políticos dejaba a una parte sustancial de la sociedad
huérfana de una representación articulada, coherente y poderosa.

Con cuarenta por ciento de la población alienada de la participación electoral, una


sociedad políticamente dividida en dos bloques polarizados, el del oficialismo,
profundamente dependiente de manera exclusiva de su líder antipolítico errático, y el de una
oposición desarticulada, pero unida circunstancialmente alrededor de algún candidato a la
presidencia, en 1998 Henrique Salas Römer y en el 2000 Francisco Arias Cárdenas,
Venezuela es hoy en día una sociedad debilitada y su espacio político democrático
altamente vulnerable.El país aún no ha cobrado conciencia de que su crisis de
representación institucional no es más que un reflejo de una crisis más profunda: la crisis de
sociedad originada en una crisis del modelo de políticas públicas ejecutadas al amparo
de la abundancia.En el origen del ascenso al poder de Chávez se encuentra la crisis
del Estado rentista, la crisis de representatividad de los partidos históricos y el debilitamiento
de las instituciones democráticas, absolutamente descuidados por dichos partidos,
incluyendo la reforma constitucional, siempre relegada desde que se planteara su
necesidad, finalizando la década de los ochenta

No es tarea fácil convencer a la gente del inútil reduccionismo implícito en el


señalamiento de la institución partidista y la democracia requiere de partidos
legitimados por la opinión social. Es imprescindible poner el mejor empeño y esfuerzo en
preservar los logros históricos valiosos y en reconciliar al electorado con las instituciones
de la democracia. Los partidos deben volver a ser percibidos como
entidades confiables y eficientes en la conducción de la sociedad nacional, regional y
local; deben actuar como sistemas abiertos a recibir insumos de una sociedad que ya es
mucho más compleja y moderna.En tiempos como los actuales, la lógica de la pasión debe
cederle un espacio a la razón. La calidad de la comunicación dentro de los partidos,
entre los partidos y entre ellos y la sociedad, debe cambiar sustancialmente. Lo mismo
requiere resituar el debate político en una nueva dimensión que tendrá repercusiones en
las distintas instancias decisorias del sistema político y en la opinión pública: reconocer la
magnitud de los problemas debe conducir a una especie de filosofía pública de la dificultad, en
la que prevalezca la noción y la conciencia de soluciones imperfectas a problemas difíciles y
complejos, y que es en este contexto de dificultad e imperfección que se gobierna o se hace
oposición.El piso para la relegitimación de los partidos existe; en menos de medio siglo
construyeron una comunidad democrática ampliada. Ahora les corresponde reconocer sus
profundas debilidades actuales en sus orígenes y consecuencias; si los
faccionalistas no lo entienden, habrá que aislarlos y proceder a la construcción de
nuevos partidos legitimados, fundamento imprescindible de la inaplazable tarea de
restablecer una comunidad política.

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