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Análisis de El político y el científico

Conceptos básicos en Ciencia Política (Universidad del País Vasco)

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

El libro que se nos presenta para analizar está basado en dos conferencias que ofreció Max
Weber y se plantea, por tanto, una división de su discurso cimentada sobre una dicotomía
que depende de la vocación: la política o la científica.

En la primera conferencia, y la más extensa primera parte del libro, la política como
vocación, Max Weber lleva a cabo un juicio acerca de la ocupación del político así como del
concepto <<política>> que se desarrolla en torno a quienes viven por y para la misma. En
esta segunda categoría incluye a todo aquel cuya máxima es la aspiración a participar o a
influir en la distribución del poder y, por ende, el prestigio que éste confiere. Quien hace
política ansía el poder, ya sea como medio para el logro de otros fines que por norma
general son idealistas o egoístas ó bien porque aspira al poder <<por el poder>>.
Asimismo, este juicio tiene por objeto ejercer de memorándum sobre cómo el monopolio
territorial que es el Estado ejerce y legitima la violencia y la dominación como único medio
para perpetuar el control y el orden sobre el mismo. Este sistema de dominación al que
Weber hace mención tiene como propósito la obediencia que se ha de brindar a aquellos
que se han hecho con el poder, y se puede llevar a cabo ya sea de una manera tradicional,
legal o por medio del carisma. Condición sine qua non para el desarrollo de un Estado
moderno es el poder económico, que conlleva la expropiación de la privacidad del poder
administrativo que antes disponían de él por derecho propio todos los funcionarios
estamentales, así como la expropiación de los medios políticos y, por lo tanto, del poder
político. La consecuencia de esta expropiación es el nacimiento de diversas revoluciones
como un sistema de toma del poder por disímiles medios. En el transcurso de este proceso
político de expropiación aparecen las primeras categorías de políticos profesionales en un
segundo sentido, de agentes que actúan al servicio de jefes políticos siendo éste un medio
de ganarse la vida y un ideal de vida. Empero para formar parte del gobierno y tomar parte
en la toma de decisiones de un Estado se debe tener vocación, es decir, el político ha de
verse como un conductor de hombres que legitime la obediencia por la fe de masas que
confían en el carisma que genera su líder al mismo tiempo que éste ejerce determinada
responsabilidad sobre ellas. Así pues, las características que Weber profesa primordiales
para cualquier aspiración política son la independencia económica o la orientación de la
vida del político hacia el ejercicio de la política sin necesidad de los ingresos que ésta le
pueda brindar pues, continuando con la tesis de Max Weber, hay dos formas de hacer de la
política una profesión: o se vive <<para>> la política o se vive <<de>> la política. Esta
oposición no es en absoluto excluyente sino que, al contrario, generalmente se hacen las dos
cosas. La transformación de la política en una empresa determinó la división de los
funcionarios públicos en dos categorías distintas aunque no concluyentes: Funcionarios
profesionales y Funcionarios políticos. Pero el auténtico funcionario no debe hacer política,
sino limitarse a <<administrar>> y en mayor medida de manera imparcial.

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

Es por esto por lo que Weber hace una distinción entre la ética de la convicción y la ética de
la responsabilidad ya que existen dos formas de luchar políticamente por los fines que cada
quién concibe pero hay una diferencia fundamental: el sacrificio o no de cosas y/o personas
en función de los fines. La ética de la convicción representa ese ideal que obliga a alguien
actuar de una forma determinada atendiendo a los fines por los que lidia y que le resultan
prioritarios. Quienes se dejan guiar por esta ética no miden las consecuencias de sus
propias acciones, las cuales recaerán de manera negativa precisamente sobre las
generaciones que dicen defender. En la ética de la responsabilidad observamos a un político
práctico, conocedor de que las acciones ideales no siempre le conducen hacia unos objetivos
deseados, y es por esto por lo que prefiere regirse por aquellos procedimientos que
aseguren la vigencia de la finalidad. Es aquél que está orientado por una serie de valores
éticos que no le permiten llevar a cabo ciertos tipos de sacrificio y que siempre predica las
consecuencias de sus actos precisamente recapacitando sobre el futuro, pues hace un
esfuerzo permanente de síntesis entre <<lo posible>>, <<lo imposible>> y <<lo ideal>>.
Para Weber este tipo de político es el deseable. Sin embargo, Weber tiene aún el dilema en
el que la pasión se opone a la mesura y el convencido al responsable, por esto Weber
pretende en este libro conciliar las dos éticas. Así pues, para ir concluyendo, Weber sostiene
que son tres las cualidades indispensables del político <<profesional>> y que el
funcionariado no posee: pasión, en el sentido de entrega apasionada a una causa. La pasión
no convierte a un hombre en político sino está al servicio de una <<causa>>.
Responsabilidad, para que esa <<causa>> guíe su acción. Mesura, para saber guardar la
distancia con los hombres y con las cosas. La política es una lucha constante por conseguir
lo imposible, con pasión, sentido de la responsabilidad y mesura, a fuerza de tenacidad y
constancia. Cualidades a las que se suman en un político con tal vocación, la humildad. Por
eso el político tiene que vencer a su mayor enemigo: la vanidad, que lleva al político a caer
en el pecado de carecer de finalidades objetivas y a olvidarse del sentido de la
responsabilidad.

Y es precisamente es este aspecto donde encontramos la primera gran diferencia con el


científico: en ningún momento la vanidad distorsiona el trabajo del científico. La
especialización, así como la vivencia de la ciencia, permiten que sea posible la vocación del
científico, lo cual resulta absolutamente incompatible con esa humildad que Weber reclama
para el político. Su discurso, la ciencia como profesión, está encaminado a criticar el
concepto tradicional de ciencia. Weber criticó el hecho de que se entendiera que la ciencia
podía «proveer valores para la acción», es decir, que la ciencia es capaz de decir qué cosas
son deseables hacer, qué cosas no se deben hacer y cuáles tienen son más relevantes. La
ciencia, dice Weber, implica un conocimiento de los fenómenos del mundo en cuanto son y
nos indica qué medios son apropiados para conseguir ciertos fines en una situación

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

concreta. «La ciencia sólo explica la lógica de funcionamiento del mundo, pero nunca su
sentido, pues en ningún caso puede responder si los hechos que estudia son valiosos o no, si
vale la pena que existan o no, si es deseable que surjan, perduren o desaparezcan». La
vocación científica es una condición trascendental para el desarrollo de la humanidad, y así
lo hace ver con una comparativa de los procesos de selección de los científicos y de los
maestros en diferentes países. La incompetencia derivada del favoritismo o el
desconocimiento permiten breves espacios para que los verdaderos sabios puedan abordar
algunas investigaciones. Igualmente destacable es la reflexión en la que determina que el
conocimiento no implica la capacidad de transmisión, lo que significa que las críticas a
profesores de estos niveles no son en ningún caso una repulsa hacia su persona, ni un
desmerecimiento de sus capacidades en la materia, sino una afirmación de su incapacidad
para instruir. La vocación es entonces de una necesidad insólita dado que las horas de
cansancio metódico pueden resultar tremendamente agotadoras. La responsabilidad del
maestro y la insalvable distancia con la religión se tocan a grandes rasgos planteando todo
lo que la ciencia y sus frutos nos pueden aportar. Así pues, Weber da a entender que el
científico debe tener una notable pasión, dado que todo aquel que crea haberse oído
llamado a incluirse en el círculo académico debe ser consciente de que la tarea que le
aguarda tiene una doble vertiente: no le bastará con estar cualificado como sabio, sino que
ha de estarlo también como profesor, y estas dos cualidades no se implican recíprocamente.

Hay tres aspectos elementales en este segundo discurso de Weber. De cara a la ciencia alega
que los juicios de valor no deben interferir en los hechos; por otro lado expone que el deber
del científico ha de abandonarse a su causa a fin de lograr los propósitos conforme a los que
se han orientado sus investigaciones utilizando para ello única y exclusivamente los
métodos y técnicas oportunas y, por último, afirma la posición del hombre de ciencia ante
fenómenos políticos concretos. Weber corrobora que la ciencia no puede enseñar cómo vivir
o cómo comportarse ante el mundo y separa los hechos de los valores. El trabajo científico
está al servicio de una causa y se encuentra inmerso en la corriente del progreso. Todo
resultado implica en este sentido nuevas cuestiones que han de ser superadas y que, del
mismo modo, han de envejecer. Un científico es (y debe ser) un investigador y no un
profeta. En suma, en la lectura del texto de Weber puede apreciarse una necesidad de
resaltar las diferencias existentes entre el papel del político y el papel del científico. De
nuevo, aquí encontramos presente la distinción entre el ser y el deber ser. En tanto que el
político se encarga de escoger (porque considera que debe ser) uno entre mucho valores y
fines, de desarrollarlo, de orientar sus acciones para lograr el cumplimiento de ese valor y
de asumir la responsabilidad por las consecuencias que puedan venir vinculadas al
cumplimiento de ese valor; el científico, en cambio, se encarga de describir un valor, mas
nunca podrá decir si es bueno o es malo, si es conveniente o inconveniente. Por tanto,

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

resulta erróneo intentar descubrir en el político características del científico y viceversa. En


eso estaba pensando, por ejemplo, cuando le dijo a los estudiantes de Múnich que el valor
de un científico o profesor no dependía de sus cualidades de caudillo (cualidades que sí son
importantes en el político). El político debe caracterizarse por el apasionamiento por la
causa que emprende a contrapelo del científico, que tiene como particularidad la pasión por
la neutralidad valorativa como actitud para «ser capaz de soportar la lucha irreconciliable
de los contrarios sin por ello descomponerse psicológicamente y quedarse así por debajo de
lo que la madurez y la honestidad intelectual exigen».

Ya para finalizar, cabe mencionar que del texto de Weber se extrae una idea fundamental:
es imposible ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de ciencia sin entrar en
profundas contradicciones entre ambas vocaciones. Esa contradicción se manifiesta tanto
más cuando los totalitarismos se valen de las ciencias, especialmente de las ciencias
humanas y sociales, para someter a los fines de su acción política la investigación científica.

En el político y el científico, Weber no dejó nunca de subrayar que la política no tenía nada
que hacer en las aulas, repitió continuamente que las virtudes del político son
incompatibles con las del hombre de ciencia; pero su preocupación por separar ambas
actividades no era más aguda que su conciencia del vínculo que entre ellas existe. No se
puede ser al mismo tiempo hombre de acción y hombre de estudio sin atentar contra la
dignidad de una y otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas. Pero pueden adoptarse
actitudes políticas fuera de la Universidad, y la posesión del saber objetivo, aunque no
indispensable, es ciertamente favorable para una acción razonable. Finalmente podemos
decir que en el pensamiento de Max Weber, las relaciones entre ciencia y política no se
caracterizan solamente, como siempre se dice, por la distinción necesaria. La ciencia que él
concibe es aquella susceptible de servir al hombre de acción, del mismo modo que la actitud
de éste difiere en su fin, pero no en su estructura, de la del hombre de ciencia.

Por último, devela la importancia del partido para los cotos de poder, en forma de cargos, y
otras retribuciones implícitas. Aunque también existe la satisfacción que recibe el hombre
por el simple hecho de trabajar. De servir a un grupo de correligionarios, y encontrarle
sentido práctico a su vida y su actividad política. Este es el elemento carismático, y es el
elemento de choque para los notables y parlamentarios que defienden su propia influencia.
El análisis de Max Weber pasa por lo descriptivo a lo histórico. Fundamentando cada uno
de sus análisis con los elemento que tenemos como ciertos en los Estados occidentales. Y
sin embargo la tesis de Max Weber no deja de tener cierto caris revolucionario, ya que ve en
el terreno de la ciencia, con cierta personalidad, solo a aquellos hombres que se entregan
pura y exclusivamente al servicio de una causa.

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

La obra recolecta reflexiones de Weber acerca de “¿Qué es la política?”, el rol del burócrata
en la actualidad, que no ha perdido vigencia a pesar de que haya pasado más de un siglo
desde la publicación del libro, y cómo las democracias modernas estructuran los sistemas
de partidos. Max Weber, sabiendo que el político, en su época, como hoy también, no era
precisamente un modelo, propuso un "deber ser" de político a ser imitado por los que
sentían dicha vocación. Retomando lo que Weber decía acerca de las tres cualidades con las
que debe contar un político cabría decir que propone una definición difícil, por no decir
imposible, de ser encarnada. Y es aquí donde surge el conflicto, en el momento en que las
virtudes racional e irracional, ambas excluyentes entre sí y con un equilibrio, se exige el
sacrificio de una de ellas. Es evidente por tanto que el dilema que Weber plantea del político
procede de dos filósofos griegos: Aristóteles que decía que la mayor virtud de un político era
la prudencia, y la pasión, venida de Platón.
Max hace especial énfasis en la importancia de los modelos occidentales de
gobierno, los cuales tienen vigencia aún en la actualidad y que, de hecho, son los que siguen
imperando en gran parte en los estados modernos. De este modo, pone como ejemplo el
parlamento francés e inglés, dos parlamentos que cuentan con gran proporcionalidad de las
diversas corrientes ideológicas y políticas. Así mismo, destaca la importancia del abogado
como componente frecuente en la actividad legislativa. En esta actividad cada uno de los
miembros de gobierno tiene que poseer la toma de responsabilidad de todo lo que se hace.
Tras la instauración del estado constitucional o, más propiamente, de la democracia, surge
también como figura preponderante el demagogo, líder que debe tener un fuerte vínculo
con la prensa como herramienta de difusión y propaganda política. Por este motivo la
prensa también debe ser <<moderna>> y, sobre todo, estudiosa de los fenómenos políticos,
ya que es fundamental para el quehacer político.

El Estado es otro de los puntos que toca en profundidad, ahondando en la problemática


actual. Como si de una empresa se tratase, el autor afirma que el estado, no es más que una
organización que posee el más alto grado de poder: la coacción física. Esta violencia
legítima es la que diferencia la estructura gubernamental de cualquier otro grupúsculo,
pues tiene la exclusiva de este recurso, para la defensa de sus intereses económicos y de
pervivencia. Mientras tanto, el funcionariado supone una negativa pero indispensable
condición de las sociedades modernas, para Weber suponen de hecho una gran laca de la
sociedad. Quiero destacar cómo en la actualidad tiene vigencia esa despersonalización de
un trato realizado por unos técnicos carentes de capacidad de liderazgo que no posee las
condiciones imprescindibles para que un político sea profesional, motivo por el que echa de
menos un paladín que lidere a los ciudadanos y no solo al Estado. Por otra parte, Weber nos
habla también sobre la eficacia y la esencia de la política, dos cuestiones que en la sociedad
en la que vivimos actualmente siguen planteándose, y no solo eso sino que hoy en día

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EL POLÍTICO Y EL CIENTÍFICO
(Max Weber)

siguen sin tener una respuesta esclarecedora. Lo que Weber viene a decir en su conferencia
es que las cosas no son buenas ni malas, sino útiles o inútiles para una empresa cualquiera,
como bien puede ser la empresa en la que se ha transfigurado el Estado. En este sentido,
Weber analiza los valores con "relaciones de valores" y resuelve que exactamente ésa es la
paradoja de la política: su eficacia en el terreno de la moral.

A pesar de que Weber desarrolla su obra en el siglo XIX, los roles políticos y las relaciones
de poder entre los hombres siguen teniendo vigencia en la actualidad. Quizá esto se deba a
que nuestra sociedad, incapaz de evolucionar, no ha hecho más que retroceder y volverse un
tanto más pasional y escabrosa, entendiendo esto en un contexto en el que las guerras
políticas se llevan a cabo recurriendo a circunstancias socioeconómicas de injusticia para
justificar, aludiendo a razones políticas, la insurgencia armada, los regímenes dictatoriales,
la violación de los derechos humanos y, por si fuera poco, su soporte es el descontento
generalizado. En este país concretamente es muy frecuente encontrase a los cargos políticos
ocupados en realizar favores políticos traducidos en apoyo en campaña, por ejemplo. Los
fines propagandísticos de cada partido que ya se daban allá por el 1880 los inducían a
ganarse personas con talento, carentes de filiación partidista, para poder pregonar
<<nosotros contamos con tales y tales nombres>>. Nuestros partidos parlamentaristas aún
continúan siendo gremios. Todos nosotros, en el momento en que hacemos política,
votamos a un gobernante, legislador, presidente, etc., somos políticos ocasionales, si bien
en estos tiempos hay políticos que solo sirven para sus intereses. Si tuviese que poner un
ejemplo de actualidad, apostaría a definir a Barack Obama como el gobernante que se
mantiene en el poder porque tiene recursos para hacer guerras, suministrar armas y
municiones a los países que las llevan a cabo de tal manera que sea posible sostener su
economía capitalista. Al político que definiría como político de vocación es, quizá, Fidel
Castro puesto que se ha mantenido en el poder durante décadas, poseyendo los medios
necesarios y adecuados para mantener a su pueblo, no solo con un propósito de subsidio,
sino en una sumisión total a fin de lograr una recompensa material y un honor social.

Quizá en nuestro país nunca veamos políticos ideales como los que decía Weber y sí un
poco más como los que describe Maquiavelo en su libro “El príncipe”, es decir, oscuro,
tramposo y sin escrúpulos con el propósito de mantenerse en el poder con discursos
políticos. En este libro se muestra una utopía del sistema político y cabe la posibilidad de
que nuestra involución nos lleve a nuestra propia perdición y a estancarnos en un sistema
retrógrado.

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