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ÉTICA

SIMPOSIO FILOSOFÍA DE LA PAZ

Dr. Juan Dorado Romero

Escuela de Humanidades y Educación del Tecnológico de Monterrey

Prohibido no divertirse: estrategias de pacificación en el


capitalismo afectivo

Este resumen pretende exponer las ideas clave que desarrollaré en la ponencia que
presentaré en el Simposio de Filosofía de la paz, que tendrá lugar en el marco del XIX
Congreso Internacional de Filosofía de Asociación Filosófica de México. Al tratarse de un
resumen (abstract) prescindo de las referencias bibliográficas concretas que sí aparecerán
en el texto de la ponencia.

Palabras clave: estrategias de pacificación, pedagogía de la crueldad, pensamiento


positivo, capitalismo afectivo.

En un breve fragmento titulado “Kapitalismus als Religion” (El capitalismo como religión),
escrito en 1921 y publicado póstumamente en las obras completas, el pensador judeoalemán
Walter Benjamin exponía una tesis tan original como sugerente y provocativa: “Hay que ver
en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción
de las mismas preocupaciones, suplicios e inquietudes a las que daban respuesta
antiguamente las antiguas religiones”. Es decir, no se trata de demostrar que el capitalismo
es una formación social condicionada por una religión, como pretendía Max Weber
señalando a la relevancia de la ética cristiana protestante en el despliegue de este sistema de
producción e intercambio económico. Lo que Benjamin se proponía era mostrarnos que había
que interpretar el capitalismo como una “estructura religiosa” en sí misma. Para ello,
apuntaba a tres rasgos que ya eran visibles en su tiempo. En primer lugar, “el capitalismo es
una religión puramente cultual, quizás la más extrema que jamás haya existido”. Cualquier
acto social tiende a tener un significado que refuerza el culto. En segundo lugar, este culto
tiene una “duración permanente”. De este modo, no hay ningún día que no sea sagrado, que
no sea festivo en el sentido terrible de adorar las mercancías que se producen, se comercian
y se consumen sin descanso. Y en tercer lugar, se trata de una religión culpabilizante. Su
objetivo preciso es extender la culpa hasta el infinito. Algo “históricamente inaudito”, ya que
no busca, así, la redención o la reforma del ser del mundo, sino su destrucción. Nuestro autor
subraya la “ambigüedad demoníaca” que tiene el término alemán Schuld, que quiere decir
“culpa” y “deuda” al mismo tiempo. Lo que, a su vez, tiene implicaciones en las teorías de
los tres grandes profetas modernos (Nietzsche, Marx y Freud) que, a su pesar, también serían
solidarios de alguna manera con un culto que se infiltra en todo y en todos.
He comenzado con esta referencia a Benjamin porque, a mi entender, desvela la clave
en la que se basan los nuevos discursos empresariales o corporativos que proliferan en nuestra
época y que se extienden a gran velocidad a lo largo y ancho del mundo. Unos discursos que
promueven una suerte de felicidad obligatoria para trabajadores y empresarios, quienes
desarrollan su actividad en un entorno económico donde la competencia salvaje produce una
ubicua precariedad de los proyectos de vida de los ciudadanos. Discursos, además, que
pueden ser interpretados como parte de una estrategia de pacificación del conflicto entre
capital y trabajo, un conflicto inherente a la llamada economía de libre mercado. Un
trabajador triste o iracundo con sus condiciones laborales no rinde lo suficiente según los
estándares del empleador: no es eficaz ni eficiente en el desempeño de las tareas asignadas.
De ahí que se llegue a exigir la felicidad o el goce en el puesto de trabajo como método de
discriminación entre los buenos y los malos empleados, entre los que pueden acceder a una
promoción interna y los que deben ser expulsados del proceso productivo. La tristeza y demás
emociones “negativas” son vistas como un obstáculo para la consecución de los objetivos
corporativos. Ante las injusticias estructurales, el trabajador debe ser “resiliente” y trabajarse
a sí mismo de forma voluntariosa para mantener alejadas estas pasiones conflictivas. Si no lo
logra, entonces será culpable por no haberse empeñado convenientemente en estar contento
y adaptarse a esta ideología de la felicidad productiva. Como sostiene la autora española
Remedios Zafra, aquellos que no demuestran su entusiasmo como recursos humanos
precarios de la maquinaria capitalista no sólo no tienen futuro en el mercado laboral, sino
que son tratados como desechos improductivos que se han labrado su propio fracaso. Un
rasgo que se agrava en el campo de los trabajadores culturales o creativos, puesto que el
entusiasmo genuino y vocacional de artistas, profesores o investigadores resulta manipulado
para que se resignen a aceptar una interminable precariedad laboral y unos salarios
degradantes. Utilizando la terminología de la antropóloga Rita Segato, estaríamos ante una
auténtica “pedagogía de la crueldad” enmascarada en frases descontextualizadas que recurren
a un pensamiento mágico plagado de voluntarismo.
Sonríe o muere es el título de un ensayo de Barbara Ehrenreich donde analiza las
fuentes religiosas de este pensamiento positivo, en la que detecta una actualización del viejo
calvinismo norteamericano con su énfasis en la culpabilización del individuo que no
rentabiliza monetariamente su vida misma. Hablamos, por tanto, de una nueva forma de
religiosidad centrada en el coaching, el entrenamiento para una guerra de todos contra todos
en un entorno de escasez laboral. Esta fe dispone de un ejército de misioneros del éxito
empresarial, quienes difunden su mensaje a través de manuales de autoayuda con ventas
millonarias y charlas motivacionales generosamente retribuidas por empresas que pretenden
adoctrinar a sus empleados en los dogmas de la excelencia y la competitividad. Siguiendo la
conceptualización de Galtung, trataremos este coaching de masas como un ejemplo actual de
violencia cultural que legitima la violencia estructural del sistema económico.
Ahora bien, si esta nueva religiosidad o ideología felicista tan funcional a las cuentas
de resultados de las grandes empresas ha conseguido establecerse como una próspera
industria en las últimas décadas, conviene preguntarse el porqué. Para que se dé este auge de
los discursos que preconizan un optimismo obligatorio, hace falta que exista previamente un
malestar latente y generalizado. Ese sufrimiento psíquico que se extiende a la misma
velocidad exorbitada del capitalismo digital ha sido ya objeto de análisis en obras del filósofo
Byung-Chul Han como La sociedad del cansancio o Psicopolítica, en las que evidencia cómo
en nuestros tiempos la explotación incesante de uno mismo es interpretada como
autorrealización personal. Sin embargo, también consideramos necesario interrogarnos por
el origen de esta melancolía cada día más difusa en nuestras sociedades hipertecnologizadas.
¿Por qué la economía política contemporánea tiene estos resultados psicopatógenos en los
trabajadores? Las ventas y el consumo de psicofármacos antidepresivos y ansiolíticos se han
disparado en las últimas décadas en los países más ricos. El sufrimiento psíquico, de este
modo, sería la contrapartida a la violencia directa y a las privaciones materiales de los
millones de excluidos que habitan las regiones más empobrecidas del planeta. Consideramos,
así, que puede ser relevante explorar la hipótesis elaborada en diversos trabajos recientes del
teórico italiano Franco “Bifo” Berardi.
De acuerdo con este autor, una vez vencidas las resistencias políticas y psicológicas,
nuestro tiempo estaría caracterizado por un “capitalismo absoluto”: las normas de este modo
de producción han alcanzado todos los rincones de la Tierra y la vida cotidiana ha sido
convertida en mercancía. En este sentido, el capitalismo parecía haber agotado su potencial
expansivo. Sin embargo, esto sólo era una apariencia. Berardi sostiene que, en la Modernidad
tardía, la dirección de la expansión continua del capital se dirige a la conquista del mundo
interno de los seres humanos, es decir, de su mente o de su alma a través de la colonización
del tiempo. Como resultado de este proceso de conquista, estaríamos asistiendo (y viviendo
en carne propia) una “mutación antropológica” debida a la aceleración de nuestros ritmos
vitales que deben adaptarse a los flujos constantes de un mercado global insomne. El tiempo
es el principal “campo de batalla” de la economía política en la actualidad. Lo que explica el
crecimiento exponencial de las psicopatologías, señala Berardi, es la contradicción dolorosa
entre un ciberespacio que no cesa de ampliarse y un tiempo humano y orgánico que no es
capaz de elaborar los múltiples estímulos que llegan a nuestros sentidos.
El absolutismo capitalista necesita, por tanto, la “movilización total” de nuestros
afectos para adaptarnos a una tecnología que ni sufre ni padece. Según el economista y
filósofo francés Frédéric Lordon, para los nuevos discursos que emergen del ámbito
empresarias y financiero ya no basta la servidumbre voluntaria: ahora se busca la “obediencia
alegre”. Este mismo autor disecciona y desenmascara estas técnicas de manipulación afectiva
a través de una relectura de la ética de Spinoza, convirtiendo a este clásico de la filosofía
materialista en un antídoto contra estas prácticas de colonización mental
Este trabajo que presentamos aspira a situarse en la senda de lo que Marina Garcés
llama nueva ilustración radical. A través de los instrumentos conceptuales de la teoría crítica,
pretendemos desmontar la ideología y dogmas indiscutidos que sostienen la nueva religión
del capitalismo afectivo.

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