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En este estudio he querido ampliar, desde un punto de vista matemático, los aspectos
menos profundizados de las raíces de la teoría de la música, yendo más allá de lo que
figura comúnmente en diversos textos especializados. He tratado de exponer de
manera simple y clara a la vez un tema en el que los músicos, los científicos y los
legos suelen no entenderse, pues el lenguaje que hablan unos no siempre coincide
con el que los otros hablan… y cada cual se queda un poco a medio camino. Espero
haber logrado el objetivo de conseguir que este tema sea comprensible para todos los
lectores, pensando en que será útil para entender ciertas tendencias del arte – incluso
en la música contemporánea – .
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La perspectiva histórica.
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música, pero no confundamos un hecho cualquiera con la forma de expresarlo, incluso
por escrito.
¿Qué importancia tiene esta distinción en el tema que estamos estudiando?
Lo que terminamos de distinguir parecería tan obvio que ni merecería una
mayor atención. Pero… veamos un ejemplo. Si dijésemos que un sonido fundamental
es de 440 Hz significa que la escala empezará por ese sonido. También decimos que
ese sonido es la “nota LA”, que en la actualidad es el patrón universal de afinación,
dado por el diapasón que suena con esa frecuencia exacta. Pero cuando todavía no
existían esos referentes ni los nombres actuales de las notas era posible lo siguiente:
Para los músicos actuales esto tal vez les pueda resultar extraño, pero
comprendamos que lo esencial es la disposición de los intervalos entre los sonidos de
la escala, así como que esto se cumpla a partir de cualquier frecuencia elegida para el
sonido fundamental. Y, precisamente, este último concepto era el que se manejaba en
la antigüedad: la escala se “transportaba” entera a la altura (frecuencia) más
conveniente para las voces o los instrumentos a ser utilizados. Si 440 Hz – diríamos
hoy – no era bueno como sonido inicial para afinar la escala, pues se adoptaba
cualquier otra frecuencia más cómoda y… empezaba la música.
Ahora sí, entremos de lleno en un tema de gran complejidad, el del desarrollo
de una teoría que habría de definir nada menos que toda la historia de la música occi-
dental. No perdamos de vista, eso sí, la distinción que terminamos de hacer para
poder comprender a fondo cuáles fueron los razonamientos que originaron algo tan
fundamental para la música como son las escalas y los acordes.
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“dominante” a causa de esa característica peculiar. En la figura que vimos arriba, DO
es la tónica y SOL es la dominante.
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el 5/4 (frecuencia 1,25 veces más alta), etc., poniéndole mucha atención – y ya
veremos por qué – al 3/2 (frecuencia 1,5 veces más alta). Muy posiblemente vieron
que algunas de estas notas sonaban bien al oído cuando se las combinaba, mientras
que otras no. Es muy plausible, por tanto, que simplemente desechasen lo que no les
gustaba y se quedasen con lo que sí. Al fin y al cabo, lo hacemos todos, ¿no?
Al respecto, recordemos de paso que Pitágoras era partidario del cálculo
matemático para construir la escala, mientras que Aristógenes creía que era el oído el
que debía decidir, creándose en la época una discusión alrededor del asunto. Pero
finalmente fue el oído el que prefirió la escala de Pitágoras para la homofonía (melodía
sin acompañamiento), que era la música de la época, mientras que la escala de
Aristógenes tuvo que aguardar hasta el surgimiento de la polifonía (varias melodías
simultáneas) para ser la preferida y, una vez más, en esa elección fue determinante lo
que decía el oído: para la música homófona de los griegos sonaba mejor la escala de
Pitágoras; pero para combinar sonidos simultáneos de frecuencias siempre diferentes
– sin ir más lejos, la música de Bach –, se prefirió la escala de Aristógenes.
Entonces nos preguntamos: ¿Acaso todo ello giró más bien alrededor de
decisiones arbitrarias, intuitivas, auditivas…? Pues sí, aparentemente así habría sido.
Al parecer, basándose exclusivamente en lo que gustaba o no a sus atentos oídos,
decidieron dividir el intervalo de frecuencias entre el sonido “1” (el producido por la
cuerda original) y el sonido “2”, o mejor, el “2/1” (el producido por la cuerda de mitad
del tamaño de la original y que produce una frecuencia doble) en siete intervalos.
Siete; no seis, ni ocho. ¿Por qué siete? No se sabe exactamente el por qué, pero el
caso es que esa división ya había sido la preferida por pueblos primitivos mucho más
antiguos, como ya hiciéramos notar al comienzo. Sea como sea, el caso es que 7
permite una cantidad suficiente de combinaciones de sonidos para hacer piezas de
música todas distintas.
Una vez decidida la división en 7 partes, había que definir ahora dónde
deberían caer las divisiones dentro del intervalo fundamental 2/1 (es decir, entre la
nota de una determinada frecuencia y la del doble de frecuencia). Debió parecerles
lógico y natural (en el sentido de que “está en la Naturaleza”) que esas relaciones que
hallaban fuesen las más armoniosas posibles para ser combinadas. Por algún motivo,
que aún hoy seguimos tratando de entender, juzgaron como más armoniosas las
relaciones 4/3 (relación 1,3333…), 3/2 (relación 1,5), 9/8 (relación 1,125), etc. En la
terminología musical esas relaciones se llaman, respectivamente, “cuarta”, “quinta”,
“tono”, etc. ¿Por qué esos nombres tan extraños? En seguida lo explicaré. Dividiendo
entonces el intervalo 2/1 en relaciones numéricas tales que la separación entre las
notas sucesivas fuera más o menos constante (es decir, que no se percibieran
grandes saltos entre una nota y la siguiente), dedujeron la escala. Vemos así que todo
ello no era tan sólo intuitivo; en realidad estaba gobernado por los números – aunque
siempre muy bien controlado por el oído.
Hasta nosotros han llegado solamente dos formas usadas por los griegos de
dividir el intervalo 2/1 que hoy, en la terminología musical, se llama “octava”…
¿…Octava? ¿Por qué “octava”? Es simple: porque si la división de la escala,
del intervalo fundamental, es en 7 partes, eso quiere decir que tenemos una escala de
7 sonidos y, al llegar al octavo sonido, éste tendrá el doble de vibraciones que el que
lleva el número 1 de la escala, es decir, suena igual, pero más agudo.
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En la nomenclatura actual de los sonidos, para llegar hasta la octava del DO,
por ejemplo, habrá que pasar por 7 notas: DO, RE, MI, FA, SOL, LA, SI. Y la octava
nota es de nuevo el DO. Aclaremos algo más, a propósito: excepto el “tono” y el
“semitono” – de los que hablaremos dentro de unos momentos – todos los demás
intervalos se llaman solamente de acuerdo a la cantidad de notas que hay que contar
desde la fundamental, desde la primera, o sea: “tercera” (se cuentan 3 notas: do, re,
mi); “cuarta” (se cuentan 4 notas: do, re, mi, fa); “quinta” (se cuentan 5 notas: do, re,
mi, fa, sol); y así en adelante. A la octava nota, lógicamente le llamaremos “octava”. En
cuanto al tono, se le suele llamar “segunda” siguiendo la misma regla, porque se
cuentan dos notas entre uno y otro sonido.
Decíamos antes que hay dos formas de dividir la octava. Estas dos formas son
la escala de Pitágoras y la de Aristógenes.
Se basan en el mismo concepto, ambas
contienen, y en las mismas posiciones, las notas
más importantes (las de relaciones 9/8, 4/3 y 3/2).
En cuanto al resto de las notas, son muy pa-
recidas, aunque no iguales y, desde luego, en
ambos casos la octava nota tiene el doble de
frecuencia que la primera. Viendo ambas escalas
juntas, la de Pitágoras parece a simple vista
bastante más complicada, mientras que parece
mucho más natural y sencilla la de Aristógenes.
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En la segunda columna está la relación con la que se obtiene la nota siguiente.
Es decir, dado un DO con ciertas vibraciones por segundo, obtendremos cuántas
vibraciones por segundo (o frecuencia) debe tener el RE siguiente multiplicando la
frecuencia del DO por (9/8), o sea, por 1,125, y esto en ambas escalas. Dado un DO
de, por ejemplo, 1000 Hz, entonces el RE debe tener 1000 x (9/8) = 1125 Hz. Después
se hace lo mismo con el resto de las notas.
En la tercera y cuarta columnas está la relación que mantiene cada nota con la
nota inicial, el “DO” en este caso. Naturalmente, mediante el producto de la relación de
la nota anterior por la del intervalo es como se obtiene la nota siguiente. Primero he
puesto el método de cálculo y después lo que da el resultado una vez simplificado. Es
decir, en la cuarta columna está la relación de la nota de que se trate con la nota
fundamental, la primera, que siempre en nuestro caso es el DO inicial.
Por fin, en la quinta columna he puesto los hercios (la frecuencia) de la nota
suponiendo que ese primer DO tuviese 1000 Hz. He elegido esta frecuencia
fundamental tan redonda para que simplifique la explicación posterior aunque no se
use en la práctica, pues esa frecuencia fundamental de 1000 Hz para el DO no se usa
hoy en día en ninguna afinación. El más cercano de los que se usan realmente sería el
que se encuentra dos octavas por encima del DO central del piano, que corresponde a
1046,4 Hz. Por si fuera poco, no tenemos la certeza de cómo se afinaba en el pasado
(durante el Barroco el LA central podía ser de tan sólo 415 Hz, y durante el siglo XIX
todavía no había acuerdo universal sobre la frecuencia del diapasón). Por eso es tan
importante entender que lo significativo es la relación entre notas, no el número exacto
de hercios de cada una.
Pues bien, si miramos con atención esa relación final entre notas vemos varias
cosas:
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Do) y nos parece que está todo bien, que las notas están perfectamente ubicadas
donde están y que la “distancia auditiva” entre cualquier nota y la siguiente es siempre
aparentemente la misma… ¿no es así?
Pues no, no lo es. Primero que nada, salvo los oídos entrenados, casi nadie
consigue diferenciar e identificar con facilidad la ubicación de los intervalos más
grandes y más pequeños dentro de la escala. Pero es evidente en ambas escalas – la
pitagórica o la aristogénica –, que hay notas que están más cerca entre sí que otras,
puesto que la relación entre sus intervalos es diferente, y en algunos casos, muy
diferente. Por ejemplo, la escala de Pitágoras tiene dos clases de intervalo: 9/8 (es
decir, 1,125) y 256/243 (que es 1,0535, algo menos de la mitad de 9/8). No hay más
que mirar el cuadro de arriba para darse cuenta de ello. En cuanto a la de Aristógenes,
ocurre lo mismo: entre el intervalo 9/8 (es decir, 1,125) y el intervalo 16/15 (1,0666…)
hay también una gran diferencia, pues nuevamente el intervalo pequeño es algo más
de la mitad del intervalo grande. Y además hay también una relación de 10/9
(1,1111…), para complicar más las cosas.
Lo que ocurre es que lo que al oído suena perfectamente correlativo oyendo
una escala que alguien sepa tocar o cantar, tiene en realidad diferencias muy
apreciables en cuanto a la relación entre las frecuencias. Parece que la distancia
subjetiva entre el RE y el MI fuese muy semejante a la que hay entre el MI y el FA, por
ejemplo, pero en cambio la relación entre las frecuencias de RE y MI es de 1,125
veces según Pitágoras, o de 1,1111… veces según Aristógenes, mientras que la
diferencia entre MI y FA es de tan solo 1,0535 veces o de 1,0666 veces, según sea la
escala. Eso es la mitad, aproximadamente.
Es de suponer que los filósofos naturales griegos del Siglo VI a.C. se dieron
perfecta cuenta de este hecho, pues eran hábiles en sus cálculos además de tener un
oído muy refinado. Casi se podría apostar a que debió ocurrírseles la solución
“evidente”: dividir la escala en siete intervalos iguales. No es algo difícil de calcular,
pues basta con que el intervalo entre las siete notas fuese la raíz séptima de 2, es
decir, 1,1040895… Efectivamente, si la relación entre cada una de las siete notas y la
siguiente fuese así – la raíz séptima de 2 –, se seguiría cumpliendo una de las
premisas básicas: La octava nota tendría exactamente el doble de frecuencia y la
separación matemática entre notas sería perfectamente igual. Claro que, a cambio,
tenemos un pequeño problema: no hay una sola nota que tenga una relación “natural”
con nada (se acabó el 4/3, el 5/4 y hasta el sacrosanto 3/2, que es la famosa “quinta”
alrededor de la que gira todo esto, aunque suele costar bastante entender por qué).
Pues aún hay más: la relación entre notas calculadas con este sistema “igual”
queda no sólo muy complicada para afinar, sino que tropezamos con algo casi
sobrecogedor:
Nunca habrían podido existir las tonalidades que conocemos, jamás habría
existido la música modal ni el Canto Gregoriano, no serían posibles aquellos efectos
de “punto final” en el discurso musical y no podría haber ningún “acorde perfecto”
consonante. Sin exageración ninguna, la historia de la música habría sido
completamente distinta si los griegos hubiesen optado por los cálculos que se ven en
el cuadro siguiente:
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Al no tener relaciones naturales, hay que pensar si esta escala sonaría bien,
por más perfecta que se la vea en el papel. El oído es logarítmico y, en consecuencia,
si escuchamos la escala durante varias octavas seguidas, deberíamos tener la
sensación de ir subiendo “peldaños” hasta llegar al punto donde la escala va siendo
transportada, una y otra vez, una octava más arriba y tiene el doble de frecuencia que
la anterior.
Esta escala – utilizada con frecuencia en la música impresionista, por Claude
Debussy, por ejemplo – no tiene 7 notas, sino 6, o sea que el intervalo entre las notas
es la raíz sexta de 2. Es posible tocarla en un teclado con una aproximación suficiente.
¿Pero se percibe “dónde”, en qué nota, se comienza a repetir la escala con el doble de
la frecuencia para cada nota? Apuesto a que casi nadie lo percibe, si la escala se toca
nota tras nota a través de varias octavas cosecutivas sin interrupción. Y lo mismo
sucede con cualquier escala cuyos intervalos sean todos idénticos, como la que divide
la octava en 12 intervalos iguales (es la llamada “escala cromática).
Hay entonces una evidencia: las escalas con sus notas separadas de esta
forma concreta son las únicas que hacen posible estructurar la música en forma
concordante con las cualidades perceptivas del oído. Por eso, tal vez, debió decirse ya
en aquella época que “suena bien”.
La consecuencia es que en la escala diatónica hay intervalos grandes (entre
Do y Re, entre Re y Mi, Fa y Sol, Sol y La y entre La y Si), e intervalos pequeños, de
aproximadamente la mitad que los grandes (entre Mi y Fa y entre Si y Do). Se le llama
“tono” a los intervalos grandes y “semitono” a los pequeños. Es decir, entre Re y Mi,
por ejemplo, hay un tono de separación, mientras que entre Si y Do o entre Mi y Fa lo
que hay es un semitono de separación.
¿Ya está todo aclarado y nos podemos dedicar a componer una cantidad casi
infinita de músicas diferentes?
Pues… no. Porque aunque las combinaciones de un conjunto de elementos
pueden ser muchas, el uso reiterado de esos siete sonidos exclusivamente, acabaría
por agotarse y cansarnos tarde o temprano. La solución casi obvia es simplemente
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poder comenzar la escala por cualquier nota, no sólo siempre por el DO. Así
podríamos tener no una única escala basada en DO, sino siete, basándose en RE, en
MI, etc., pero no recurriendo a la música modal – que, en realidad, sigue usando
siempre los mismos siete sonidos. Aquí, en cambio, se trataría de “transportar” toda la
escala a otra altura. Lo único que habría que tener en cuenta es mantener las notas
separadas por tonos y semitonos de una manera precisa:
Si nos fijamos en las columnas de la izquierda (las mismas que había antes en
la escala de DO), no ocurre nada extraño. Todas las relaciones son posibles, dan rela-
ciones naturales, como 3/2, 5/4, etc.
Pero, claro está, ahora en la columna de la frecuencia real de cada nota – que
he comenzado con la frecuencia que tenía el RE en la escala de DO que veíamos
antes – se supone que todas las notas tendrán que sonar igual en la escala que
empieza en RE. Así que he puesto como base del cálculo 1125 Hz, que era la
frecuencia que le correspondía al RE en la escala de DO. Se calcula después la fre-
cuencia de cada nota, pero… veamos qué ha sucedido.
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Si colocamos al lado cuáles son las frecuencias de cada nota que calculamos
antes según la escala de DO, ya tenemos aquí el primer problema. Vemos que, en
ambas escalas, ciertas notas coinciden (además del RE, por supuesto): el SOL y el SI,
en ambas escalas, y el MI y el LA, en la de Pitágoras. Pero el resto de notas no, no
coinciden. En la escala de Aristógenes no coinciden el MI ni el LA, aunque la diferencia
es muy pequeña, debido a la diferencia entre los “tonos grandes” (de relación 9/8) y
los “tonos pequeños” (de relación 10/9), pero en cuanto al FA y el DO… ahí la dife-
rencia es muy grande, más o menos la mitad de lo que debería ser.
Fijémonos ahora, por ejemplo, en el DO de la escala de Aristógenes: Calculado
desde la escala de DO, le tocaría tener 2000 Hz, mientras que calculado desde la
escala de RE, le tocan 2109 Hz. Esa diferencia, 109 Hz, es mucha, y de hecho es muy
parecida a los 125 Hz que hay entre el SI y el DO calculado en la escala de DO. Y lo
mismo le ocurre al FA.
Si lo recordamos bien, la diferencia entre SI y DO era lo que habíamos llamado
un “semitono”, por ser aproximadamente la mitad de un “tono” (como el que separaba
a DO y RE o a RE y MI). O sea, que la diferencia entre el DO calculado según la
escala de DO (2000 Hz) y el DO que resulta calculado según la escala de RE (2109
Hz) es también, aproximadamente, un semitono.
Entonces, parece que no queda otra opción que “inventar” alguna nota nueva,
una que estaría entre el DO original calculado según la escala de DO (2000 Hz) y el
DO que resulta si comenzamos la escala en el RE (2109 Hz). A este nuevo DO de
2109 Hz, un semitono más agudo que el DO original, lo llamaremos “DO Sostenido” –
en la escritura musical se usa el símbolo #, es decir, DO# –, y habrá que darle carta de
naturaleza y considerarle como una nota más, totalmente válida. Y lo mismo habrá que
hacer con el FA: ese nuevo FA de 1423 Hz que aparece en la escala de RE, separado
por el FA de la escala de DO (1333 Hz) por otro semitono, unos 90 Hz, hay que
considerarle también, y le llamaremos “FA sostenido” (FA#).
Ya vamos viendo para qué sirven las teclas negras del piano. Y, claro, ya no
tenemos 7 notas originales, sino 9. Si queremos tocar una música en la escala de RE
y queremos que lo que compongamos suene afinado (para lo que es preciso, no lo
olvidemos, que la separación entre las notas tercera y cuarta, y entre las notas
séptima y octava, sea de un semitono, es decir, la mitad que en el resto de las notas),
entonces en lugar de tocar un DO hay que tocar un DO sostenido en su lugar. Si aquí
tocáramos un DO natural sonaría fatal, completamente desafinado, y lo mismo pasa
con el FA: hay que sustituirlo por un FA sostenido, por las mismas razones.
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Pero esto no acaba aquí. Miremos de nuevo el teclado. ¿Para qué sirve el
resto de las teclas negras? Buena pregunta…
Si en lugar de tomar como comienzo de la escala el RE (es decir, esos 1125
Hz) comenzamos por cualquier otra nota, nos ocurrirán cosas similares y entonces
necesitaremos nuevos sonidos intermedios.
Veamos, por ejemplo, lo que pasa con la escala de MI, la que toma como
comienzo de la serie el MI (de 1265 ó 1250 Hz, según la escala):
Ahora, con la escala original del DO sólo coinciden (además del propio MI) el
LA y el SI. Las dos nuevas notas que habían aparecido con la escala de RE (DO
sostenido y FA sostenido) se conservan con sus mismas frecuencias, al menos en la
escala de Pitágoras: DO sostenido con 2135,7 Hz y FA sostenido con 1423,82 Hz,
pero en la de Aristógenes ni siquiera eso, debido a que los tonos son de dos clases
distintas: 9/8 y 10/9. Y han aparecido dos notas nuevas: el SOL sostenido, más o
menos a medio camino, o sea, un semitono, entre el SOL y el LA (tiene 1601,8 Hz ó
1562,5 Hz, según sea la escala utilizada, en vez de 1500, que es lo que SOL tenía en
ambos casos), y el RE sostenido, también a medio camino (un semitono) entre el RE y
el MI (tiene 2402,7 Hz ó 2343,75 Hz, en lugar de los 2250 Hz que tenía en ambas
escalas de DO).
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Lamentablemente, no. Desarrollando los cálculos a partir del FA – ya habíamos
hecho la prueba con el RE y el MI, ahora le toca al FA –, nos encontraremos con otra
novedad: si empezamos la escala por el FA (fa-sol-la-si-do-re-mi-fa) no tenemos
ninguna nota disponible para subir. ¿Cómo puede ser eso? Veamos en primer lugar
cómo quedaría nuestro conocido esquema de frecuencias si desarrollamos los
cálculos a partir del FA.
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experimentado discutiría tal cosa en seguida, y tendría sus razones. Pero nada de esto
es tan sencillo, ni de un lado ni del otro de la discusión.
Primero que nada, sepamos que el único indicio acerca del uso que los griegos
hicieron del semitono, no concuerda en nada con lo que hoy entendemos por “cro-
mático”. Los griegos decían que añadir algunos sonidos que no pertenecían a la
escala diatónica le daban un cierto “color” (cromos) a la música – y de ahí nace la
etimología del término. Pero ese color, o “cromatismo”, era en base a intervalos mucho
menores que el semitono diatónico. Entonces, aquellos intervalos “cromáticos” no eran
semitonos o, mejor dicho, no eran “medios” tonos.
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Si nos fijamos en la escala de Pitágoras, por ejemplo, podemos ver que a la
nota LA le corresponderían 3604,06494 Hz (es la celda sombreada; en la de Aristó-
genes ocurre lo mismo, por cierto).
Como esa nota es de la octava siguiente, para ver qué frecuencia le
correspondería en nuestra octava original (la que va de 1000 a 2000 Hz), hay que
dividir por dos su frecuencia, y nos queda exactamente 1802,03247 Hz que… era el
resultado que habíamos anotado más arriba. Y, obviamente, no es lo mismo que los
1777,77 Hz que nos salían para el SI bemol calculando desde la escala de FA, pero
hay algo más: el SI bemol resulta de calcular la escala de FA, mientras que el LA
sostenido resulta de una relación entre escalas, en este caso la de FA y la de SI.
De acuerdo a esto que terminamos de ver, una definición coherente del término
“semitono cromático” sería que es el intervalo que se produce entre notas de una
escala diatónica respecto a notas de otra escala diatónica diferente, cuando coinciden
los nombres de las notas.
Posiblemente esto rechine muy fuerte a cualquiera que sólo haya oído hablar
del semitono cromático como “dos notas de igual nombre separadas por un semitono
mediante alteración de una de ellas” – bajo el dudoso supuesto de que, dicho así,
sería comprensible para cualquier persona –, pero la realidad es que el semitono
cromático, como tal, no existe. Existe solamente cuando una escala se relaciona con
otra y solamente así, pues cualquier sonido que lo forme se origina únicamente en el
conjunto de escalas diatónicas. Por lo tanto, contrariamente a lo que comúnmente se
cree, no sirven para “crear” las escalas necesarias en todas las tonalidades.
¿Para qué sirven, entonces? Los compositores los utilizan, en la música tonal,
para salir de una tonalidad y pasar a otra. Más claro: introducen en una escala notas
que pertenecen a otra escala y, de esa manera, combinan las diferentes tonalidades.
También los utilizan para ornamentar las melodías – en forma parecida a como ya lo
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hacían los griegos – sin salir de la escala que están usando. Y a la escala que se toca
usando las 12 teclas del piano le llaman “escala cromática”, pero en realidad contiene
todos los sonidos de cualquier escala diatónica posible de tocar en el piano o cualquier
otro instrumento de entonación fija. Claro, esto último es por demás evidente, aunque
ahora sabemos por qué es así…
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A causa de que la polifonía adoptó la escala de Aristógenes, y no la de
Pitágoras, ahora tenemos que lidiar con la diferencia entre dos clases de tonos: el
“tono grande” (10/9) y el “tono pequeño” (9/8), pero no solamente para una sola
escala, sino para todas las escalas posibles y las “comas” que de un conjunto así
formado puedan surgir. Y esa es una complicación extraordinaria que los fabricantes
de instrumentos de teclado no tuvieron más remedio que solucionar, siglos más tarde,
con ayuda del cálculo matemático (el “temperamento igual”, deducido de la raíz 12 de
2, y que corresponde exactamente a las 12 teclas por octava en el piano).
Ésta es precisamente la razón de que hoy, ya solucionado ese problema, el
teclado sea así como se lo ve; pero, aun así, la escritura musical debe mostrar la
diferencia para que sea una expresión coherente de la realidad física: nada de creer
que se puede simplificar anotando “FA” cuando debería ser “MI sostenido” sólo porque
en el teclado “MI sostenido” y “FA” se tocan en la misma tecla, lo mismo que “SOL
bemol” y “FA sostenido”, etc. En la notación musical correspondiente a las diversas
escalas no es lo mismo, y debe signarse correctamente en cualquier caso que corres-
ponda.
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El resultado final era un sonido “casi” igual a la octava N° 7 del sonido
fundamental… pero no era igual. La diferencia es… tan sólo una coma, claro (1,0136).
Veámoslo en el gráfico siguiente:
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preciso aclararlo, esa era la llamada “afinación pitagórica” y no la de la escala
cromática actual deducida de la raíz 12 de 2.
La herencia
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teorema de Fourier transformaría el fundamento del análisis de los armónicos, la
relación entre consonancia y disonancia, los batimientos disonantes y varios otros
conceptos musicales aparentemente muy alejados de las matemáticas, para no hablar
de Helmholtz y sus teorías acerca de la percepción del sonido, teorías que serían
consideradas por compositores como el gran Nikolai Rimski Korsakov al escribir su
célebre Tratado de Orquestación.
Lo que diré a continuación es especulativo, pero no imposible, ni tampoco sería
la primera vez que habría ocurrido: un descubrimiento puede ser un redescubrimiento
en realidad. Resulta difícil creer que algo tan relativamente fácil – y hasta casual – de
producir, como es hacer sonar un armónico natural en una cuerda, no hubiese
despertado por lo menos la curiosidad de científicos de la talla de Pitágoras o
Aristógenes, así hubiese sido tan sólo para saber por qué el timbre era diferente.
¿Nunca ocurrió, ni por casualidad, que una cuerda en vibración fuese rozada en algún
punto y produjese ese sonido tan característico e inconfundible? No hay pruebas de
que algo así haya ocurrido. No las hay, pero sí sabemos, en cambio, que existían
instrumentos de cuerda y que esos sonidos podían producirse si se hubiese querido.
Entonces… hay una pregunta que viene casi sola.
Si creemos que los griegos no sabían nada de armónicos, pero de todos
modos pudieron deducir todo un sistema explicable por la ordenación de los
armónicos, ¿cómo lo justificaremos? Mediante conocimientos actuales se ha expuesto
de muchas formas la justificación de las relaciones armónicas que originaron la escala
diatónica. Aquí mismo hemos analizado una de ellas. Pero, ¿fue casual que la relación
armónica 3/2 fuese el fundamento de toda la teoría? Vale la pena reducir todo lo dicho
a la sola expresión del axioma de Pitágoras:
El axioma se cumple para cualquier intervalo diatónico que sea. Por ejemplo,
fa-do-sol-re-la-mi es una secuencia de cinco quintas, lo cual hace que entre la primera
nota y la última de la secuencia se forme el intervalo fa-mi, que es una “séptima” (7
notas), pero también se puede reducir a un semitono si invertimos el orden (mi-fa), y
he ahí el semitono diatónico. Todos los intervalos de la escala surgen a partir del
axioma pitagórico, sin excepción, y el cálculo así lo comprueba.
Ahora bien, aunque Pitágoras y Aristógenes partieron de un mismo axioma, lo
encararon en formas distintas. Para la visión que la posteridad tendría de la teoría de
la música, esto tendría consecuencias a largo plazo.
Aristógenes creó una escala donde los intervalos son afinados exactamente
según la serie de armónicos. Por esta razón, su escala se llamó también “de la justa
entonación” o “de los físicos”. Pero la simetría no es perfecta a causa de la distribución
en tonos grandes (9/8) y pequeños (10/9), hecho éste que introduce variables muy
complejas al desarrollarse la proyección hacia los sostenidos o los bemoles.
Pitágoras, por su parte, crearía una escala donde la disposición de tonos y
semitonos es la misma, pero los tonos se forman todos en relación 9/8. No existen
tonos distintos entre sí. Los semitonos, a su vez, se forman potenciando los armónicos
o sea, .
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Esta escala no resulta afinada en coincidencia con los armónicos, pero le
permitió a Pitágoras corregir lo suficiente la 12ª quinta y absorber íntegramente la
coma que aparece en dicha 12ª quinta. Claro que el precio de esta conquista fue alto.
Cuando se tocan a la vez las dos notas del intervalo de quinta así corregido se
producen batimientos bastante fuertes y se oye una especie de “aullido” que le ganaría
el apodo de “quinta del lobo”. Sin embargo, en un principio se prefirió usar esta escala,
pues se la consideró más favorable a la melodía. ¿Por qué favorecía a la melodía?
Como la escala de Aristógenes tiene tonos desiguales, se decía que daba una cierta
sensación de “desafinación” (¿no es esto asombroso, estando afinada según los
armónicos?), mientras que la de Pitágoras no tenía ese inconveniente al ser iguales
entre sí todos los tonos.
Tamaño rompecabezas, en su conjunto, demoraría más de mil años hasta
llegar a la solución de todos los problemas, mediante una afinación basada en la
escala de Aristógenes, pero dividiendo el intervalo de 8ª (relación 2/1) en 12 partes
iguales, o sea, usando una relación entre notas de la raíz 12 de 2. Éste es el sistema
de afinación que terminaría imponiéndose. Permite suprimir las diferencias de una
coma, se puede cerrar finalmente el círculo de quintas y la quinta del lobo desaparece.
Eso sí: no permite la entonación exacta de ninguna escala diatónica. Véase su compa-
ración con, por ejemplo, la escala de Aristógenes:
Efectivamente, las notas son muy, muy parecidas… pero no son iguales. Por
ejemplo, la nota Sol, que al ser la quinta justa de DO debería estar en relación 3/2 (o
sea, 1,5), debería tener 1500 Hz, pero en realidad tiene 1498 y una fracción. Sí, sólo
son un par de míseros hercios… Pero ahí están. Y así con todas las notas, salvo el
DO, claro.
Antes comenté que Pitágoras pudo tener al alcance de su mano llegar a esta
solución de forma sencilla y natural, y eso pudo ser precisamente a partir del cálculo
de la coma que vimos antes. Pero no fue así.
Y… ¿de qué manera podría haberlo solucionarlo? Si recordamos, la coma
aparece al intentar cuadrar dos cifras que no cuadran: doce quintas con siete octavas,
es decir, con , lo que da origen a ese 1,013… de diferencia, que es la coma.
Entonces, una solución sencilla podría ser simplemente hacer que cuadren las dos
cifras. Y eso… ¿cómo se podría hacer…?
Manteniendo, por ejemplo, que cada nota de una octava tenga el doble de
frecuencia que la misma nota de la escala anterior (es decir, manteniendo el
correspondiente a las siete octavas, que son 524.288). Entonces habría que buscar
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una relación r entre quintas tal que cumpla que . Así de simple. Y si ahora
forzamos a que ese r fuese de la forma (r=x/2), quedaría , es decir,
simplificando, que .
Si calculamos ahora el valor de x, que es la raíz duodécima de , eso da…:
2,99661415… que es casi, casi 3.
Es decir, si Pitágoras hubiera calculado sus quintas no como 3/2, sino como
2,996614/2, la posteridad se hubiera ahorrado todo el lío subsiguiente, o al menos una
buena parte. Además, puedo aseverar sin temor a equivocarme que, por muy
perfeccionados que fueran los métodos griegos de medición en el Siglo VI a.C., no
estaban en condiciones de distinguir entre una cuerda de longitud 3,000000 y otra de
longitud 2,996614, puesto que apenas se diferencian entre sí en una milésima (sólo en
los dos o tres últimos siglos se ha podido realizar la hazaña de medir una magnitud
con tal precisión), así que no se habrían enterado.
Bien, el caso es que si usamos ese valor para recalcular el círculo de quintas
igual que lo hicimos antes, pero esta vez usando una nota inicial de 1000 Hz, ya
veremos por qué, tenemos lo siguiente:
Lo que aquí he hecho es usar para calcular las quintas sucesivas la relación
(2,996614…/2) en lugar de la relación “natural” (3/2), y luego reconducir la nota
resultante a la octava “primigenia” entre 1000 y 2000 Hz, dividiendo el valor resultante
por 2, por 4, por 8, etc. ¿Qué tenemos, entonces? Pues… ni más ni menos que las
notas correspondientes a la escala de temperamento igual, las mismas que vimos en
el cuadro anterior calculado mediante la raíz duodécima de dos. Se puede comprobar.
Es con este truco como se ve claramente cómo el círculo de quintas “genera”
las doce notas de la escala; si siguiéramos generando quintas sucesivas a partir de la
doce, sólo conseguiríamos repetir una y otra vez el mismo ciclo de notas: DO-SOL-
RE…FA-DO. Pero, ojo, si usamos el “natural” (3/2) en lugar del “artificial” (2,9966../2)
como generador de quintas, entonces esto ya no se cumple: una vez recorridas las
doce primeras quintas empiezan a aparecer comas y más comas de diferencia entre
notas sucesivas, que a cada ciclo consecutivo se vuelven más y más diferentes,
generando en realidad, como antes dije, una “espiral de quintas” más bien que un
círculo… Y, otra vez, vamos de cabeza al tremendo lío de las tonalidades.
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¿Qué entendemos exactamente por “entonación justa”? Lo que esto plantea es
nada menos que lo siguiente: Estamos acostumbrados, desde hace más de dos
milenios, a creer que la entonación justa de la escala diatónica es exclusivamente la
calculada por los griegos antiguos, pasada después a la escritura moderna en el
pentagrama con notas alteradas, cuando en realidad habría bastado con partir de una
quinta cuya relación fuese 2,996615/2 para que todas las escalas fuesen de
entonación justa… aunque quizá hoy día cueste bastante entender este concepto.
Pero, en cualquier caso, por supuesto que hubo – y todavía hay – grandes
detractores de la solución del temperamento igual, donde cualquiera de los 12 sonidos
puede ser la nota fundamental de una escala, pero donde ninguna escala resulta
afinada como debería ser. Entonces – cualquiera lo preguntaría –, ¿están de una vez
realmente solucionados todos los problemas? ¿Acaso será la secuela de algún error
arraigado que, todavía inadvertido, proviene de la antigüedad?
No, no es así. Si queremos que el punto de partida sea una relación 3/2 exacta
que, por otra parte y no se puede negar, es la que la naturaleza produce en la serie
armónica, ocurre que no puede existir ninguna división de la octava que permita la
exactitud absoluta para más de una sola escala diatónica por vez. Sí, sólo una escala
por vez. Si queremos la escala de DO, alcanza con 7 sonidos; pero si queremos que la
escala comience en el RE sin cambiar el orden que debe haber de tonos y semitonos,
entonces necesitaremos dos sonidos adicionales, que son el FA# y el DO#. En
consecuencia, si la música pide usar ambas tonalidades, deberá haber nueve sonidos
disponibles dentro de la octava. Y esa ordenación permitiría tocar tan sólo esas dos
escalas con exactitud, y ninguna más. Se ha calculado que para poder usar a voluntad
todas las escalas diatónicas posibles, y cada una en su entonación justa, habría que
disponer de no menos de 90 sonidos dentro del ámbito de una octava. Y, aun así,
habría que tolerar algunas inexactitudes perceptibles por el oído.
Visto de esta forma, el problema es mucho más complejo de lo que al principio
puede parecer, especialmente si pensamos en un teclado. El problema ya lo veía
Gioseffo Zarlino en 1558 cuando, sobre la base de la escala de Aristógenes, habría
diseñado un teclado enarmónico de 19 teclas por octava que, era, aun así,
insuficiente.
Quizá haya una pregunta final rondando insistentemente en este momento:
¿No habrá alguna posibilidad de hallar un límite, en caso de seguirse desarrollando la
“espiral”, donde todas las diferencias se compensen recíprocamente, lo cual permitiría
construir un sistema sonoro perfectamente exacto y equilibrado?
La respuesta es negativa. Como tantas veces se comprueba en la Física, lo
que el ser humano considera como un desequilibrio es en realidad una cualidad
inherente de la naturaleza. En este caso, el cálculo logarítmico es el que puede
expresar con coherencia la ordenación de las frecuencias para el conjunto de
armónicos de una fundamental. No existiendo dos armónicos idénticos entre sí, porque
no pueden existir dos frecuencias idénticas en una función logarítmica, definitivamente
no existe un límite posible.
Meditando un poco en lo que sabemos (y lo que no sabemos, pero nos
preguntamos) acerca de cómo era la música en la antigua Grecia, hay una cuestión
sobre la que no existe información alguna y sería hora de llamar la atención sobre ella.
En la antigua Grecia la coma era considerada en la práctica musical y se respetaba la
diferencia sutil de afinación. Entonces, ¿para qué querrían cerrar el “círculo de
quintas”, que es un diagrama de la era moderna, y que, además, refleja conceptos de
23
cómo entendemos actualmente la tonalidad? Si nos atenemos a la arqueología, no hay
evidencias de que la música de los griegos hubiese tenido necesidad alguna de
clausurar la proyección de quintas.
Por cierto, la escala de Pitágoras permite absorber la “coma” y cerrar la
proyección, pero también hay un detalle constantemente esquivado al enfrascarnos en
explicar toda la teoría desde el punto de vista del círculo de quintas: tampoco hay
ninguna prueba arqueológica acerca de que hubiesen conocido el “efecto quinta del
lobo“. Posiblemente esa prueba no exista, porque su música no necesitaba unir las
“dos puntas”, siendo que desconocían lo que hoy entendemos como “tonalidad”, es
decir, un sistema cerrado y limitado por una “enarmonía” para obtener un conjunto fijo
de escalas diatónicas idénticas a diferentes alturas.
Para aquellos antiguos músicos no existían bemoles ni sostenidos. Lo que hoy
entendemos por “modulación” (el pasaje de una tonalidad a otra), no tenía el menor
sentido para ellos, porque se referían al uso de los “modos” de una misma escala.
Tampoco entendían la “armonía” en el sentido moderno de la música, y si alguna vez
usaban sonidos simultáneos (como “audacias”) lo sabemos solamente a través de las
palabras de Platón, que decía que “La lira debería utilizarse junto con las voces, el
músico y el pupilo creando al unísono” pero añadía que podía ser “con heterofonías
bordadas por la lira”.
En conclusión...
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realidad – desde un punto de vista matemático – de la intersección de varios
conjuntos:
Escala de Fa ∩ Escala de Do
Escala de Do ∩ Escala de Sol
Escala de Sol ∩ Escala de Re
Escala de Re ∩ Escala de La
Escala de La ∩ Escala de Mi
Escala de Mi ∩ Escala de Si
……………………………… y, teóricamente, hasta el infinito, pues el conjunto no se
agota finalmente en “la nota SI”, y ahí, precisamente ahí, los músicos ya dejan de
entender cómo es posible seguir sin recurrir a las famosas “alteraciones”, el Fa# en
este caso, para proseguir encadenando intervalos de “quinta” (3/2, en realidad).
Por una razón similar, es probable que un músico, después de estudiar la
posible escala temperada calculada sobre quintas que no están en proporción de 3/2,
sino de 2,996614/2 que veíamos más arriba, observase rápidamente que entre los
sonidos 10 y 11 se hallan las notas LA#-FA y objetase que eso no se trata de una
“quinta” sino de una “sexta”, porque de LA a FA se cuentan 6 notas y no 5, y calificaría
a ese intervalo como una “sexta disminuida enarmónica de la quinta justa”, (vaya,
nada menos…) o que, en lugar de FA, habría que escribir MI#…pero, claro, com-
prendamos cómo es el caso: esto ocurre porque un músico pensará siempre según la
escala de siete notas, la tradicional escala de 7 notas de toda la vida. Para un músico,
si las notas son 6 es una “sexta”, pero si mide un semitono menos, entonces la sexta
es “disminuida”. Para evitar lo que los músicos entienden de sobra – pero que es una
jerga que casi nadie más entiende – debemos introducir necesariamente el cálculo,
donde todo intervalo resultante es “justo” y a nadie se le ocurre “aumentar” o
“disminuir” el resultado.
Y esta puntualización nos lleva a afirmar que la nomenclatura normalmente
aceptada para los intervalos entre notas no tiene el menor sentido.
Sin duda, se trata de una afirmación extraordinaria.
Y afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias: Como ya no
tenemos siete notas (las generadas por las escalas de Aristógenes o Pitágoras), sino
doce, separadas por intervalos iguales, habría que reconocer que lo que hemos
llamado y todo el mundo llama “octava” debería llamarse en realidad “decimotercera”.
¿Cuántas notas se cuentan entre un DO y el siguiente DO, en este sistema? Si vamos
de DO a DO se cuentan 13, ¿no es así? Y hay más: ¿cuántas notas hay entre
cualquier nota y su “quinta justa”? Hay ocho, ¿no es cierto? Por lo tanto, lo que llama-
mos “quinta”, en el sistema temperado por igual debería llamarse “octava”, y no
“quinta”. ¿Es que acaso puede sorprender a alguien el hecho de que usamos una
escala de 12 sonidos, incluso para la música tonal?
Seguro que a más de un músico le puede dar un infarto leyendo esto. Pero si
nos fijamos ahora de nuevo en el cálculo de quintas sucesivas generadas para el
temperamento igual, el que recién vimos donde la “quinta” se calcula como 2,9966 / 2,
¿cuántas notas hay entre el LA# y el FA? Ése, que para un músico no es una quinta
sino una sexta, es un intervalo que contiene 8 notas. Y es exactamente igual para
todos los demás casos: entre DO y SOL, entre SI y FA#, entre FA y DO… todos esos
intervalos están separados por exactamente ocho notas y no hay excepción alguna.
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Pero… ¿no habíamos explicado que un bemol es diferente de un sostenido y
que, aunque en el temperamento igual no hay diferencias, las puede haber, por
ejemplo, para un violinista?
Pues, por más discutible que todo este asunto pueda parecer, lo cierto es que
el cálculo demuestra que para la afinación justa de cualquier intervalo siempre habrá
una nota disponible en el conjunto de escalas en uso. Una vez determinado el
intervalo, la cantidad de semitonos nunca varía, y la diferencia de una coma no es otra
cosa que la afinación de acuerdo a los sonidos que el cálculo matemático pone a
disposición. Cualquier músico puede hacer la prueba contando las notas que forman
los semitonos: verá, para su tranquilidad, que ahí están los sostenidos o los bemoles –
según sea la tonalidad donde el intervalo se sitúe. Lo que quizá le cueste entender es
que algunas de las notas que cuenta pertenecen realmente a otras escalas y…
aunque ya lo sepa, y diga que forman semitonos “cromáticos”, tal vez termine
enredándose de nuevo al querer pensar de otra manera.
Lo que nos vuelve locos a todos, en fin, es la rémora del sistema “de toda la
vida”: considerar que con tan sólo siete notas se puede explicar un sistema
extraordinariamente complejo. Sin embargo, nada mejor que mirar bien los cálculos
para ver dónde está el error de concepto cuando se razona solamente en base a
notas. La dificultad es manifiesta si nos damos cuenta de que todos los elementos de
los conjuntos que se intersectan no se pueden expresar con tan sólo 7 símbolos (los
nombres de las notas). Esto se puede profundizar aún más analizando
extendidamente el “círculo de quintas”.
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Este resultado no deja de ser tan sorprendente como inquietante, pues muestra
nada menos que la imposibilidad de darle nombre a todas las notas a partir de cierto
límite. Y, como si esto fuese poco, empiezan a sumarse comas y más comas, sin
explicación aparente, siendo que la predicción de Pitágoras era que al cabo de 7
octavas se sumaba sólo una coma.
¿Existe alguna explicación recurriendo a la teoría de la música? Como
veremos, lo que se podrá deducir tiene gran repercusión en las teorías modernas.
A medida que van sumándose las comas pueden desaparecer los nombres de
algunas notas, en efecto, pero por ello no desaparecen los sonidos. Para que no
desaparezcan los nombres habría que usar nuevas “alteraciones” para los únicos 7
nombres existentes de las notas. Para eso existe el doble bemol (bb), el triple si hiciera
falta (bbb), y así hasta que se quiera. También hay dobles sostenidos (el símbolo del
doble sostenido es x), triples (x#), cuádruples (xx), quíntuples (xx#) y así en adelante.
Así que habría que usar esos símbolos para que cada nota tuviese un nombre. Esto
es, para empezar, una complicación de la escritura, pero además, como veremos en
seguida, poco contribuye a una visión más clara de este asunto.
Cuando se llega al FAb de 1231,785 Hz y se comprueba que no está la nota SI
y aparecen 2 comas, lo que ha sucedido es que el LA que sigue en la proyección no
es un LA, sino un SIbb para poder formar la relación 3/2, a la que luego seguiría un
MIbb, que no es lo mismo que RE, etc. O sea: caímos en el problema ya planteado, es
decir, LA# no es lo mismo que SIb y, en este caso, ahora ocurre que SIbb no es lo
mismo que LA.
Entonces, si recordamos que hay una diferencia de una coma entre LA# y SIb,
ahora no podría ocurrir otra cosa que aparecer 2 comas, porque el bemol es “doble”.
Lo mismo seguirá ocurriendo de ahí en adelante: 2 comas de diferencia para cada
nuevo sonido en relación 3/2. Y, si no hay otra forma de nombrar individualmente todas
esas nuevas notas que van surgiendo, parecería que el problema estaría resuelto.
Pero ¿lo estará realmente?
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cabo de 24 quintas tendremos 2 comas de diferencia, luego 3 comas al cabo de otras
12 quintas, y así en adelante. ¿Será cierto?
Veamos en el cuadro siguiente lo que ocurre tomando esta vez una afinación
(igual de ficticia que la anterior) para un Do de 100 Hz.
Pues veremos que no, que no es como suponíamos, no exactamente. El
problema que ahí se ve, llevando la proyección hasta 36 quintas y 21 octavas, es que
la diferencia en Hz va en notorio aumento, para cada octava, cada 12 quintas, y, a
cada vez, aumenta mucho más que unas pocas comas.
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esos 100 Hz iniciales, la diferencia acumulada en la vuelta n no es de n comas, sino
de una coma^n. Es decir, la diferencia crece exponencialmente, crece más cuantas
más vueltas demos en la espiral hasta hacerse eventualmente tan grande como se
desee.
Este fenómeno ya había sido descubierto en unos pocos estudios al respecto,
donde se ve que la representación gráfica no da un círculo ni tampoco una espiral
homogénea, sino que da una espiral que se abre indefinidamente donde la diferencia
no se mantiene estable: sigue en aumento cada 12 quintas y cada vuelta es más
abierta que la anterior.
Pero aquí está lo que se me ocurre llamar “la trampa de los músicos”: se
acostumbra a ver esto a partir de un “centro natural” (la escala de Do) desde donde
parten dos proyecciones “alteradas” en sentidos contrarios, una hacia los sostenidos y
otra hacia los bemoles. Usualmente el círculo de quintas no va más allá de las
“enarmonías” (SI-DOb por un lado, y SI#-DO por otro lado) y ahí se detiene. Por esta
razón es por lo que no se llega a ver lo que muestra la tabla de arriba.
Ahora bien, cualquier músico atento ya habrá advertido que venimos
manejando dos círculos (uno que cierra en SI-DOb, y otro en SI#-DO), cuando lo
acostumbrado es presentar un solo círculo. Es que existen varios modelos del círculo
– como el que se cierra en la enarmonía FA#-SOLb , otro que resuelve el problema
cerrándose en el intervalo SOL#-MIb , que es enarmónico de la quinta LAb-MIb, otro
más que propone una mitad del círculo en quintas para los sostenidos y la otra mitad
en cuartas para los bemoles… – en fin, lo único que revelan todas esas
complicaciones es que el razonamiento va dirigido mucho más hacia la escritura
de las notas que a los cálculos, que es el inconveniente sobre el que siempre insisto
repetidamente.
Además, también tenemos que entre las explicaciones de la teoría musical hay
otra verdadera “trampa” para el que quiera entender bien todo esto, y se trata de la
teoría de los “tetracordios”.
¿En qué consisten los tetracordios?
Esta palabreja (“tetracordio” = cuatro cuerdas) esconde en realidad un error
histórico, pero no quiero desviar el tema con ese detalle ahora. Lo único que
necesitamos saber es que el círculo de quintas es un diagrama que intentó reducir lo
mismo en este otro esquema:
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O a la inversa, para los bemoles:
El caso aquí es que “bajando quintas” (al igual que el inverso que se podría
calcular “subiendo quintas”) es un método que no se corresponde con la realidad
física: todos, absolutamente todos los sonidos forman una secuencia de relaciones
armónicas 3/2 cuya frecuencia de partida podría ser en realidad cualquiera (así fuese
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infinitesimal, teóricamente hablando) y luego se desarrollará en un solo sentido y no en
dos.
Se podría empezar con una frecuencia inicial de 0.000000001 Hz, si
quisiéramos. Claro, que… ¿qué nombres llevarían esas “notas”? Pues… ninguno; sólo
sería posible algo como 1,2,3,4… o parecido. Nada de DO-SOL = 3/2, porque
entonces, cuando llegamos a la quinta n° 8, ya tenemos problemas para saber cómo
se llaman de ahí en adelante las notas medidas en Hz, y ni hablar de lo que pasa
llegando a la quinta n° 25, ó a la 36.
Analizando todo esto desde el punto de vista matemático hay un hecho que se
ve muy claro: parecería que la mejor forma de comprender la teoría de las escalas es
– como ya hice notar más arriba – encarándola como la intersección de conjuntos,
todos idénticos entre sí, donde cada conjunto está formado por 7 elementos distintos
dispuestos en un orden determinado y donde la cantidad de conjuntos puede tender a
infinito en caso de continuar. Por eso, cuando se dice que “el proceso puede hacerse
no sólo subiendo desde la escala de Do, sino también hacia abajo desde el Do hacia
el Fa”, ahí, justamente ahí, se ve el error: ¿Por qué “hacia abajo”, si el FA es la 4ª
nota de la escala de Do? Entonces, si habíamos empezado por DO, si después
seguíamos por el RE… el MI… pues ahora le tocaría, por orden, al FA. Nada de ir
“hacia atrás”. ¿Y qué sucede haciéndolo de esta otra manera? Sucede que el SIb
queda “metido” en el “espacio” de la escala de Do, así como podría ser también con el
resto de los bemoles, e igualmente con los sostenidos, a medida que fuesen
apareciendo todos. Y, naturalmente, cualquier nota que lleve un sostenido, o un bemol,
podrá ser la fundamental (tónica) para formar una nueva escala.
Entonces la deducción general se vuelve fácil: Si en una octava pueden “caber”
todos los sonidos necesarios para empezar una escala, y si entre esos mismos
sonidos fundamentales también se pueden contar los sostenidos y los bemoles (escala
de Do#, de Re#… o de Mib, Reb… etc.), y habiendo comprobado que hay sonidos en
común, eso significa que lo que tenemos es la intersección de 24 conjuntos idénticos
entre sí en un espacio acústico que contiene todos los conjuntos. Y la densidad ese
espacio puede crecer, en la medida que se sigan sumando nuevos conjuntos, y tiende
a infinito. Ahí se terminaron los tetracordios y el círculo de quintas.
En el cálculo de la entonación justa, que es el que corresponde por igual a la
escala de Pitágoras o la de Aristógenes – a las que vinimos refiriéndonos hasta ahora
– la proyección de quintas es una sola, y se desarrolla en un espacio limitado cada vez
más denso, y ese espacio es el intervalo de octava. El temperamento igual (aquél que
define la separación entre todos los semitonos según la raíz doce de dos) limitará la
densidad de ese espacio, mediante la adopción de 12 sonidos y sólo 12, aunque
existan por lo menos 24 maneras distintas de anotar los 12 elementos.
Y cabe repasar aquí algo a propósito de esto último. El nombre de “escala
cromática” que se le ha dado a la escala temperada de 12 sonidos – e incluso a las
diferentes formas posibles de escribirla –, contribuye a crear no pocas confusiones. Tal
como nos preguntábamos antes, ¿de dónde viene el semitono cromático? Otro hueso
duro de roer, claro está, pero es hasta que se entiende que el tal semitono viene en
realidad del propio conjunto de todas las escalas diatónicas.
Entonces, supongamos, si hiciéramos crecer la cantidad de conjuntos (escalas)
en número suficiente, descubriríamos intervalos más pequeños que el “cromático”,
dentro del mismo espacio, incluso menores que la coma, todos formados entre
sonidos naturales hasta el infinito. Y esto no es la teoría general del microtonalismo,
31
porque la base de cálculo no sería aquí la subdivisión del semitono resultante de la
raíz 12 de 2.
Habría una sospecha muy lógica: la idea del infinito es algo tan inaprensible
que cuesta imaginar que al cabo de un número suficiente de quintas justas – o sea, de
una cantidad suficiente de vueltas de la espiral –, no se hallará finalmente alguna
frecuencia que permitiese cerrar la proyección, siempre en base a la relación justa 3/2
definida por Pitágoras. Si esto ocurriera, querría decir que el número posible de
tonalidades basadas en la quinta justa pitagórica 3/2 sería finito. ¿Será así?
Hemos visto que en cada vuelta de la espiral la diferencia con la frecuencia de
la escala básica aumenta exponencialmente en una coma. Es decir, si tenemos:
para la segunda,
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para la tercera,
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diferencias tan pequeñas de frecuencias como las que se puedan deducir del cálculo,
la mayoría de las cuales estarían por debajo de la percepción – de hecho, una
aproximación suficiente a cero en la parte decimal permite decir que el circuito se
cierra en ese punto para la percepción auditiva. Acerca de lo que sí quiero llamar la
atención, finalmente, es que cuando los músicos razonan exclusivamente en base a
notas y alteraciones pueden caer en errores de concepto tan graves como querer
fundar teorías que no resisten la prueba del cálculo matemático.
Diciembre de 2017
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