Transgeneracional de la Experiencia Traumática, Sekcuela de Estrés y Adaptación
por Dr. Alfonso Luís Masotti
¿Puede asombrarnos que se haya afirmado insistentemente y a lo largo de estos dos últimos milenios que las similitudes en el comportamiento y en los rasgos de los individuos de una misma generación, de una misma camada, de una etnia o grupo poblacional fuese explicada como herencia, por el hecho de haber compartido los mismos tratos parentales o las mismas condiciones del entorno? ¿Y que las divergencias en los rasgos fenotípicos y/o conductuales entre individuos, grupos poblacionales o generaciones, hayan sido justificadas por la negativa, es decir por no haber compartido las mismas condiciones del entorno o el mismo trato parental? No obstante haberse reunido actualmente fehaciente evidencia de la heredad de la Experiencia Traumática y la Respuesta de Estrés Asociada (V. Masotti, 1995, 2000, 2003, 2004, 2006, 2009, 2010, 2012, 2013, 2014, 2016; V. Jawarhar, Murgatroyd, Harrison & Baune, revisión,2015), y a pesar que los estudios sobre epidemiología epigenética han demostrado específicas vinculaciones entre las enfermedades físicas y mentales y las condiciones de adversidad del entorno, no han sido identificados de un modo sistemático los pasos químicos y moleculares de las interacciones entre un entorno adverso y el comportamiento mal adaptativo (V. De Lisi & Vaugh, 2015; Heijmans & Mill, 2012). Sin embargo, se han concretado precisos aportes sobre el modo en que el medio externo influye sobre el medio interno de los organismos, sobre la conducta y sobre la salud y la enfermedad. Ya sobre fines del siglo XIX° y comienzos del XX°, en plena época de la eclosión de una profunda transformación del pensamiento científico, el psicoanálisis, hubo defendido una etiopatogenia de la enfermedad física y mental centrada en los psicodinamismos, pero excusándose de explicar la adaptación en términos estocásticos y en salvaguarda de sus propios desarrollos, la justificaba con una etiopatogenia centrada en el relato ficcional familiar. Es la constante insatisfacción humana sobre la concreción del saber, la que ha logrado finalmente, sustituir el concepto de designio en la heredad por una explicación de las interacciones entre filogenia y ontogenia, aportando una más adecuada respuesta a los interrogantes que planteaba el problema de la heredad. Es con la Epigenética de Wadington y los posteriores aportes de la Epidemiología Epigenética, que se logran renovar los paradigmas del enfoque clínico en la heredad de la Salud y la Enfermedad y en el concepto de adaptación. Sin embargo, esa letárgica, prolongada y oportunamente manipulada justificación “naif” de la heredad, que denostó la ontogenia al restringirla a un relato ficcional y excluir a la variación genómica en la adaptación, favoreció el fortalecimiento de la acérrima escisión entre organicismo y animismo, que contribuyó negativamente con la prolongación de la innecesaria y desatinada disputa contraponiendo los argumentos de los avatares del devenir de las estructuras de la subjetividad a los procesos de morbilidad somática. Con Waddington, a quien podríamos denominar el padre de la Epigenética (1942ª y b), comienza un nuevo enfoque de esta controversia, quien intentando revertir el desprestigio del que había sido objeto Lamarck, señaló que después de todo la genética no había servido más que a una explicación de la continuidad intergeneracional de los rasgos y las condiciones del entorno, especialmente en situaciones que comprometiesen la adversidad y la privación temprana, evitando el agravio de las corrientes socio-culturales. Retrocediendo en el tiempo, encontramos en Charles Darwin las mismas definiciones. En 1859 afirmó en “The origins of Species”, que la evolución debía ser comprendida como un proceso de descendencia sujeto a diversas influencias, pero basado en procesos mecánicos y materiales, refutando el vitalismo lamarckiano pero admitiendo la transferencia de los rasgos adquiridos. Sin embargo, la Teoría de la Evolución de Darwin fue leída en su época, como un determinismo que confirmaba el carácter estocástico, poblacional y contingente de la selección, aunque su base genética reforzase la idea de la interacción de los organismos con su medio circundante en cada momento histórico, operando tanto a nivel poblacional como genómico. Esta aseveración fue retomada por Eva Jablonka y Marion J Lamb (2005), quienes en una relectura de la Teoría de la Selección, afirmaron que Darwin fuese el primer investigador que incluyese a la variabilidad genética, epigenética y conductual en el desarrollo estocástico de la selección natural. La interpretación de la “Teoría de la evolución” que estos autores realizaron, afirmaba que fue Darwin, quien en conocimiento de la teoría de Lamarck, introdujo el mecanismo de la herencia de los caracteres adquiridos. Además, los autores alegaron que el extremismo determinista planteado por Dawkins, radicalizando la postura darwiniana, no había servido más que con fines políticos, a corroborar que el ADN “no es todo ni tampoco el fin de la herencia”. El mayor mérito del dúo Jablonka-Lamb ha consistido en ampliar el horizonte interpretativo de ese motor vigorizante de la evolución que es la adaptación, estableciendo cuatro dimensiones para ésta, el genético, el epigenético, el conductual y por último, el que han denominado variabilidad simbólica, estableciendo que la respuesta de estrés es el verdadero motor vigorizante de la evolución, a partir del proceso de individuación. Esta neo-interpretación de la Teoría de la Evolución, basada en la selección estocástica de los fenotipos, y causada por pequeñas variaciones epigenéticas y conductuales, como consecuencia de las interacciones de los organismos con su entorno en cada momento histórico, tales como la competencia entre individuos por los recursos del medio, la depredación poblacional por otras especies, la selección sexual y reproductiva poblacional intra-especie, o las alteraciones de las propias condiciones del nicho, las migraciones, etc. conforman un cuadro de situación propicio para esa revisión. Esta concepción de la biología, que integra al desarrollo en la evolución, ratifica que el entorno induce alteraciones en las marcas epigenéticas y genéticas durante el mismo, que guían la selección de los cambios genómicos que estimulan, estabilizan y/o aminoran los efectos perjudiciales inducidos por estos cambios, a través del silenciamiento o promoción de determinados genes, pero que también pueden producir alteraciones irreversibles o mutaciones que pusiesen en peligro la salud y la expectativa de vida del individuo. Este “Proceso Guiado”, afirman los autores, incluye a la asimilación y acomodación génica, procesos particularmente vinculados con las condiciones generales de la respuesta de estrés (Jablonka; Lanchmann & Lamb, 1992; Jablonka & Lamb, 1995, 2005; Jablonka & Raz, 2009). Y si el estrés moderado resulta esencial para el desarrollo normal y la diferenciación de muchos organismos, su rol en la adaptación al medio circundante tiene por innegable objeto, el de concretar los ajustes fisiológicos y cognitivos necesarios para la adaptación, de modo que las alteraciones en las estrategias relacionadas con la respuesta de estrés, tienen por objeto reorientar y encausar los procesos estacionarios de la evolución. Por lo tanto, no puede resultarnos sorprendente que esta diversificación evolutiva, confronte alteraciones fenotípicas y extinción. Jablonka & Lamb concluyen que la variación epigenética heredada resulta en una ventaja de los organismos en su adaptación al entorno y que estos cambios ocurren regularmente pero de modo coyuntural. Afirman además, que la herencia epigenética se ve favorecida cuando los eventos traumáticos ocurren más a menudo que el tiempo que requiere la propagación de algún alelo mutante, o con el aumento de la frecuencia en la población de determinada variación. Desde este punto de vista, el evento traumático, es decir aquel que dispara, enciende, excita o estimula la respuesta adaptativa (en la que se haya involucrada la respuesta de estrés) altera, interfiere o modifica las habituales condiciones de vida del individuo, del grupo poblacional y su linaje, trastornando la sobrevivencia y la salud para su propio beneficio como perjuicio, de modo que el éxito adaptativo dependerá de las propias condiciones de actividad de los mecanismos de regulación de los factores de transcripción, de la carga alostática asumida o estados alostáticos, de la propias condiciones socio- ambientales y de la experiencia acumulada (Szyf & Plues, 2015). Infinidad de circunstancias pudieran modificar, alterar o trastornar las condiciones del hábitat y promover cambios drásticos en el medio interno del individuo que comprometan la salud y la sobrevivencia individual, grupal y poblacional. El éxito adaptativo depende entonces, de una compleja trama de interacción entre diferentes sistemas y respuestas fisiológicas que incluyen al genoma y la acumulación de experiencias. De acuerdo a Harper(2005) la adaptación se define como aquella influencia del medio que tenga competencia para alterar los patrones de actividad de la regulación génica, de acuerdo a las variables ya enunciadas. Estas regulaciones, que intervienen en la respuesta adaptativa o mal-adaptativa, tienen carácter sistémico y se vinculan con dos mecanismos complejos asociados a la adaptación, e incluso a su fallo, estableciendo el grado de vulnerabilidad a la enfermedad, incrementando o disminuyendo su incidencia: la Respuesta Anticipatoria Compensatoria, u Homeostasis Sistémica y la Respuesta Adaptativa Predictiva (Masotti, 2016). Sobre los pasos fisiológicos y moleculares de esta interacción, la existencia de un Programa genómico (Gluckman, Hanson el al., 2005, 2010) que implica una predeterminación en la “trayectoria” del desarrollo individual prenatal tardío y postnatal inmediato, desde una condición genética heredada y desde una imposición específica de las condiciones del entorno, que no necesariamente involucre una ventaja selectiva inmediata o mediata que favorezca la salud, o incluso una desventaja, tiene la competencia para alterar los componentes de la homeostasis que pudiera potenciar los factores de riesgo de enfermedad como disminuirlos. Desde la perspectiva de Hales & Baker (2001) la enfermedad debiera ser concebida como un proceso en el que la divergencia entre la variación epifenotípica y genómica determina el grado de vulnerabilidad, increementando o disminuyendo la incidencia de la misma. Este concepto de “grado de vulnerabilidad” restaura la incomplitud teórica que la noción de resiliencia impone. Quisiera insistir en afirmar que el proceso adaptativo no puede ser concebido como otra cosa que no sea una recurrente y constante contra-adaptación a las alteraciones fisiológicas producidas por un estímulo asociado a una diversidad de circunstancias, que contempla un amplio repertorio de mecanismos lo suficientemente diversos y complejos que no escapan a la desregulación sistémica ya enunciada. Estos sistemas de funcionamiento no sólo regulan las necesidades básicas directamente involucradas en el monitoreo homeostático, sino que comprometen sistemas más amplios que involucran al comportamiento y la memoria de las experiencias, y conforman un sistema de reactividad endocrina que permite los ajustes fisiológicos requeridos a las diversas circunstancias, incluso por encima de los niveles de actividad habituales. Esta Sincronía Biológica, a la que alude esta integración, es llevada a cabo mediante mecanismos de transcripción génica que coadyuvan a la regulación o desregulación homeostática (estados alostáticos y carga alostática), y que sustancian la competencia para alterar, perturbar, trastornar, interrumpir, aminorar o adecuar la respuesta adaptativa a las exigencias del medio construyendo un “diálogo biológico” de adecuación o inadecuación lo suficientemente complejo, sensible y diverso como para comprometer la Salud o la Enfermedad. El hecho que se haya admitido que estas alteraciones somáticas fuesen derivadas de las condiciones externas a la gestación y la crianza, ha puesto sobre tablas la validez de las hipótesis psicoanalíticas, aunque no sus demostraciones, y el hecho que se haya admitido que la transmisión transgeneracional de los estados alostáticos y/o carga alostática (V. Kellerman, Rewiev,2015) condiciona el desarrollo individual y compromete la salud posterior; así como también la reversibilidad de estos procesos, permite inferir la implementación de novedosas estrategias orientadas al cuidado de la salud y la prevención de la enfermedad física y mental a partir de este nuevo paradigma. La evidencia acumulada en torno a las influencias que el medio externo despierta en el medio interno del individuo y las complejas regulaciones de los sistemas de reactividad del organismo, han demostrado que los desafíos del entorno y los indicadores de distrés resultan contingentes, y a la vez, concernientes y convergentes con el tenor con que hayan sido experimentadas las primeras experiencias de vida, en el que el cariz subjetivo e irrepetible de la vivencia genera un amplio rango de disparidad en las reacciones individuales; y la confirmación de la existencia de una mayor o menor grado de vulnerabilidad heredada, ha permitido dejar atrás la concepción de que el estrés solo podría acrecentar las condiciones desfavorables que influyen sobre el desarrollo y del desempeño del sujeto. Esta revalidación de la experiencia traumática y la respuesta de estrés pone de relieve que las condiciones particulares e individuales del sujeto, como lo son las valoraciones apreciativas que se le asignen a los desafíos impuestos por el entorno y/o las determinaciones sociales de los grupos o poblaciones, constituyen una condición determinante de los procesos somáticos disparados. De modo que estas complejas interacciones demostradas, iniciadoras de modificaciones fisiológicas, que consolidan nuevas pautas de conducta e interactúan sobre los propios sistemas fisiológicos en una relación de retroalimentación que incluye su desregulación, resultan los vectores los que influyen en la salud como en la enfermedad (Szyf & Pluess, 2015). Por último, la Herencia Epigenética Transgeneracional Traumática debe ser asumida como causada primariamente por los factores del entorno (Kellerman, 2015). Este marco biológico de las memorias traumáticas es transmitido a partir de marcas epigenéticas que pueden o no expresar específicos genes vinculados con la conducta mal- adaptativa, la enfermedad o la salud. Estas afirmaciones ponen de relevancia que la Epigenética y la Epidemiología Epigenética (DOHD, Developmental Origins of Health & Desease) integran herencia y factores ambientales, aportando una comprensión psicobiológica de la Transmisión Transgeneracional Traumática, que explica en términos epigenéticos no sólo los efectos de la adversidad social bajo la piel, al decir de Kellerman, sino también una predisposición latente a manifestar la enfermedad o un padecimiento. Después de todo, dice Kellerman, cada persona tiene una única variación de su genoma, pero múltiples factores que lo influencian. 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