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El rol del filósofo en la edición de textos

El pasado 29 de septiembre se realizó el Taller Filosófico 2018, espacio anual que la carrera
de Filosofía ofrece a sus estudiantes para presentarles las diversas oportunidades laborales
afines a sus habilidades disciplinares y para propiciar el entrenamiento de tales destrezas
aplicadas a través de algunos ejercicios específicos.

En esta oportunidad, los doce estudiantes que se inscribieron al taller conocieron, a través la
actividad Filósofo Editor, la producción editorial junto con una reflexión sobre las capacidades
propias de la actividad filosófica. “Estas dos áreas del conocimiento se compaginan de tal
manera que la edición es una opción laboral muy adecuada para filósofos deseosos de
establecer un diálogo con la comunidad académica y con su contexto social, a través de la
construcción de un fondo editorial”, afirma la filósofa Adriana Paola Forero Ospina, quien
estuvo a cargo del taller.

Adriana es egresada de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, estudió un Master


Universitario en Edición, en Salamanca y una Maestría en Literatura en la Universidad
Javeriana de Bogotá; ha sido editora y correctora de estilo del Departamento Nacional de
Planeación, Cafam, Fondo de Cultura Económica, Universidad de Caldas y Universidad
Nacional de Colombia sede Caribe, entre otras instituciones.

“El oficio editorial es complejo, laborioso y muchas veces fatigoso, y sin duda requiere una
cuota alta de amor por los libros, por la lectura y por la producción de conocimiento en
cualquier ámbito: humanista, científico, artístico, político, económico, social”, concluye
Adriana.

El papel de los filósofos en la sociedad

Pensar en el papel del filósofo en la sociedad es un tema complejo y al que pocos filósofos
(fuera del sector de la filosofía política) se meten. En este post haré una pequeña
contribución al debate, notando tres grandes “esqueletos” de teorías que podemos distinguir
en varios filósofos; después veremos un poco más sobre la postura que parece ser la menos
radical y que es la que yo acepto.

Hay gente que opina que un filósofo es algo parecido a un matemático o un físico puro:
alguien que, simplemente, se dedica a discutir y proponer teorías que expliquen cosas muy
abstractas; tan abstractas que sólo accesa a ellas quien tiene acceso a los journals
especializados y a los posgrados de los departamentos de filosofía. Como tal, un filósofo no
está ni más ni menos calificado para influir en la sociedad de lo que un matemático o un
físico lo está. Ser filósofo no te hace más o mejor ciudadano, ni más importante, ni con mayor
potencial, ni nada. Claro que tampoco te hace peor; eres simplemente otro ciudadano normal
con afición a cosas abstractas y ya. En esta postura, tenemos que sustentar a la filosofía por
la misma razón que sustentamos a las matemáticas o a la física pura: primera, por que el
conocimiento vale por sí mismo; segunda (si no te convenció la primera), porque nunca
sabremos cuándo le encontraremos aplicación a lo que el filósofo hace, así como nunca
sabemos cuándo encontraremos aplicación a lo que hace el matemático puro o cuándo
podremos hacer un experimento con lo que hace el físico teórico; tercera, porque la filosofía
tiene un potencial formativo en el ejercicio de la facultad de crítica racional, facultad que vale
tanto (al menos por la amplia gama de problemáticas a la que puede abocarse) que, por ello,
debe ser promovida.
Otra postura está del lado radicalmente opuesto a la primera y dice lo siguiente: un filósofo
es un ente social distinguido, una sociedad está esencialmente comprometida con la filosofía
dominante y por ello el filósofo es alguien a quien debemos considerar de una enorme
importancia. (Platón llegó a defender que el Estado debe ser gobernado por un rey filósofo, y
no pocos filósofos vieron –o ven– en la filosofía un dispositivo teórico capaz de modificar
profundamente a la sociedad.) Variando la postura, nos encontraremos que un filósofo debe
formar parte de una especie de “vanguardia intelectual” o, al menos, tener un compromiso
esencial en el desarrollo político e ideológico de su sociedad.
Una postura que parece intermedia (y que es la que yo acepto) es que, por un lado, la
filosofía sí tiene este aspecto “puro” (como las matemáticas y la física), pero también tiene un
aspecto “aplicado” (como las matemáticas y la física), y es este aspecto aplicado el que nos
importa para asuntos como el sentido de la vida, la organización social y el amor. Ahora diré
más sobre esta posición.
El aspecto aplicado de la filosofía depende del puro en un sentido; mientras que el aspecto
puro depende del aplicado en otro.
La “filosofía pura”, si quisiéramos meter en un cajón terminológico a los estudios más
abstractos en los campos de, por ejemplo, la metafísica, la epistemología, la ética o la lógica
filosófica, parece fundamentar a la filosofía aplicada en el siguiente sentido. Al hacernos la
típica pregunta filosófica sobre si la vida tiene un sentido determinado, por ejemplo, no
podremos responderla sin presuponer una cierta ontología (entendida como un listado de las
categorías más generales en que se colocan las entidades de nuestro mundo), una cierta
epistemología (entendida como un listado de las condiciones en que podemos conocer los
objetos de nuestra ontología) o una cierta lógica (entendida como un listado de los principios
que debemos seguir en el razonamiento sobre esos objetos que ya conocemos). Y
seguramente tampoco podremos prescindir de otros muchos aspectos teóricos. De cualquier
manera, todos esos aspectos teóricos (de ontología, de epistemología... etcétera) son
ardientemente debatidos por los especialistas de los respectivos campos. De esta manera,
parece que la filosofía “pura” está oculta, pero presente, al discutir los problemas más
inmediatos desde un punto de vista filosófico.
Esto, por supuesto, no implica que no podamos filosofar sobre el amor o la muerte, o sobre la
organización política de nuestra sociedad, sin antes haber hecho un enorme recorrido por los
campos más abstractos de la filosofía. (Si fuera así, y dada la tenacidad y la creatividad
argumentativa de los filósofos, mucha gente se moriría antes de iniciar una investigación
filosófica sobre cualquier tema.) Claramente, hay estudios filosóficos sobre temas como el
amor y la muerte, y estudios muy valiosos.
Este aspecto “aplicado” de la filosofía también fundamenta al aspecto “puro” en otro sentido.
No son pocos los casos en que resultados de investigaciones filosóficas recientes (tomando
en cuenta que llevamos al menos 2,500 años investigando los densos problemas de la
metafísica, por ejemplo), como la investigación filosófica sobre la tecnología o el arte
conceptual, pueden abrir nuevas opciones teóricas en las investigaciones más abstractas.
Por ejemplo, una teoría filosófica de la organización social hoy no puede proponerse
ignorando sin más ni más la manera en que la tecnología afecta a nuestra cultura; mientras
que una teoría estética que intente definir lo que es arte, sería inservible si ignorara a las
artes no-representacionales. Por supuesto, ésto no necesariamente implica que, por ejemplo,
la estética de Kant no tenga una aplicación natural al caso de las artes no-
representacionales. Ésto sólo implica que no es trivial preguntarse si la teoría kantiana aún
se sostiene ante el surgimiento de las nuevas artes. Y si pudiéramos extender la teoría
kantiana de tal manera, ¿qué clase de compromisos teóricos con una cierta ontología
deberíamos aceptar?
Así, los intentos por aplicar la filosofía al estudio de los problemas más comunes también
pueden ofrecernos nuevas preguntas, de manera “filtrada”, en los campos más abstractos.
Además, son éstos cuestionamientos los que suelen ser puerta de entrada a la filosofía: poca
gente se inicia en la filosofía debido al interés en un problemita técnico –como el de si un
objeto tetradimensional posee esencialmente una duración determinada–; mientras que
muchos nos iniciamos por preguntas fundamentales y, podemos decir, inmediatas (¿Qué es
el arte? ¿Cómo puede algo cambiar y permanecer el mismo? ¿Cómo debo vivir? ¿Qué es
objetivo y qué es relativo? ¿Puede la ciencia explicarnos el mundo de una manera
definitiva?) Y si son éstas preguntas las puertas de entrada a la filosofía, porque son
preguntas acuciantes que algunos investigamos aún si nos llevan a caminos insospechados
y desérticos –por lo solemne de la teoría que requieren para ser tratados–, entonces, a final
de cuentas, muchos estamos haciendo filosofía “pura” porque llegamos a ella buscando
respuestas a algún problema acuciante.
En este sentido, la filosofía “aplicada” fundamenta a la “pura”: justifica el valor de la filosofía
pura, pues hacer una investigación sobre preguntas acuciantes suele llevarnos a hacer
investigación sobre preguntas más abstractas.
Y es este aspecto aplicado el valor social más directo de la filosofía, como podemos notar al
hojear libros de administración, de autoayuda, de ética en varios campos (médica, ambiental,
social, jurídica…), y manuales de muchas disciplinas científicas (muchos suelen presuponer
visiones de filosofía de la ciencia: no es difícil encontrarse, por ejemplo, con matemáticos
diciendo que hubo un “cambio de paradigma”, esa famosa noción kuhniana, entre el Cálculo
leibniziano y el fundamentado en el método de Dedekind y Weirstrass).
Lo curioso es que ese valor no se suele notar a menos que un filósofo apunte a ello:
cualquier filósofo que se respete podrá identificar miles de posturas filosóficas (que en el
ambiente académico de la filosofía “pura” son discutidas) en discursos políticos, programas
sociales del gobierno, actividades de difusión de la ciencia, normatividades, creaciones
artísticas y reflexiones de los artistas sobre ello, debates religiosos, debates en todo
sentido… etcétera.
¿Por qué se necesita que un filósofo apunte a las teorías filosóficas de fondo, para que uno
pueda notarlo? El filósofo está tan encerrado en la cuestión pura que pocas veces conversa
(como diría Rorty) con otros sectores en los que, indirectamente, sus teorías están
influyendo.
Eso por un lado. Por el otro (como puede ser argumentado), estamos políticamente
comprometidos al aceptar vivir en un sistema político como en el que vivimos. Esto, aunado a
las características intrínsecas del estudio de la filosofía, parecería que lleva a pensar que un
filósofo debería comprometerse más en política. Pero muchos filósofos no se comprometen
con la política de manera abierta, y la razón de ello no es, me parece, intrínseca a la filosofía,
sino a la personalidad de una generalidad de filósofos: les suele divertir más el puzzle-
solving, el resolver paradojas y rompecabezas, que el hundir las manos en el oscuro pozo de
nuestra situación política actual.
En resumen: según mi postura, la utilidad social del filósofo es doble, pues hay filosofía pura
y aplicada. Ambas tienen influencia social, aunque la filosofía pura de manera mucho más
indirecta y por filtración. El problema es que pocas veces el filósofo se toma en serio esta
necesidad de hacer clara su utilidad social, de ahí que hace mucho que ya no tenemos claro
para qué sirve en la sociedad seguir alimentando a los filósofos.
Mentes brillantes. Los filósofos que reinventan el rol del intelectual público

¿Pasa la filosofía por un buen momento en su relación con la esfera pública? Como siempre
que hay filósofos involucrados, depende de a quién se le pregunte. En medios gráficos, blogs
y redes sociales pueden leerse a diario lamentos más o menos justificados sobre la pérdida
de peso de la voz de los intelectuales, y en particular de los filósofos. El sistema académico
incentiva a los filósofos a escribir papers para seguir en carrera; el libro propio, más que la
entrada al mundo intelectual, es hoy un lujo que pueden darse los que ya tienen asegurada
su permanencia en el sistema. Esto, sumado a la creciente profesionalización y
especialización alentadas por el mismo sistema, genera que los filósofos se conecten cada
vez más con sus pares y menos con personas de otras esferas. La necesidad de ingresar en
la academia a una edad relativamente temprana (el doctorado ya no es, tampoco, una obra
cumbre de veinte años de carrera, sino más bien la presentación en sociedad) les dificulta a
los filósofos el contacto con otros ámbitos sociales: ya casi no quedan filósofos que hayan
trabajado en hospitales de guerra de como Wittgenstein o tocado el piano con Leonard
Bernstein como Donald Davidson.

Mientras tanto, la esfera pública también ha cambiado: la figura del intelectual ha sido
mayormente reemplazada por la del experto, que más que sentarse a escribir un ensayo
sobre el tema del momento responde preguntas de los medios sobre el tema en que se
especializa. Si bien los filósofos tienen áreas de expertise, el cambio les dificulta hacer el que
muchas veces es su mejor aporte: invitar a un cambio de perspectiva o a una forma distinta
de ver el mismo problema. En palabras de Zizek, ayudar a corregir las preguntas más que
simplemente dar respuestas.

Sin embargo, que todas estas quejas estén efectivamente siendo escritas y leídas nos habla
de que el panorama es más complejo y, quizás, mucho menos pesimista de lo que sus
autores imaginan. Tal vez ya no hay un filósofo que sea considerado el pensador de
nuestra época al que se le consulta como a un oráculo, pero esa configuración (que tenía
que ver, entre otras cuestiones, con una concepción determinada de la autoridad) no ha dado
paso al vacío sino a múltiples voces que utilizan con éxito todos los canales que tienen a
disposición para exponer sus posiciones y debatir activamente con otros filósofos o con
lectores de todo tipo; en una paradójica vuelta a los orígenes, lo mismo que hacía Sócrates
con sus conciudadanos atenienses. Diego Tajer, doctor en Filosofía por la UBA, es optimista:
A partir de la crisis de 2008, que le pegó fuerte a los trabajos académicos, muchos filósofos
super técnicos que jamás habían intervenido en la esfera pública empezaron a escribir para
público general: Susan Wolf escribió sobre el sentido de la vida, Jason Stanley sobre
propaganda política y Carrie Jenkins sobre el amor, por mencionar algunos ejemplos que,
aunque todavía no sean tan conocidos en Argentina, son best sellers , explica Tajer. Esto
continúa una tradición vieja, en realidad, de filósofos como Judith Butler o Peter Singer,
tradición que estaba un poco moribunda .

En una época en que todos, desde medios masivos o desde muros de Facebook, ofrecemos
nuestras interpretaciones del mundo, no es extraño que la filosofía despierte un renovado
interés.

Los díscolos de siempre


Paradójicamente, el iconoclasta Slavoj i ek podría representar el caso más cercano al
modelo de intelectual público del siglo XX, que tal vez Sartre llevó a su máxima expresión. El
filósofo esloveno ha aparecido en muchos documentales (entre ellos, el excelente The
Examined Life, en el que también aparecen otros filósofos como Peter Singer, Judith Butler,
Cornel West y Martha Nussbaum) y participa seguido en televisión, periódicos y revistas
varias. Probablemente sea en parte su estilo descontracturado y provocador lo que lo
convierte en una figura atractiva para los medios, pero algo en la relación que ha logrado
construir recuerda efectivamente a casos como el de Sartre en Francia o Isaiah Berlin en
Inglaterra, intelectuales cuya opinión sobre la actualidad era cotidianamente buscada por
periodistas y audiencias. Zizek ha hecho un esfuerzo honesto y constante por pensar y
responder preguntas de actualidad en un lenguaje que no es ni críptico ni completamente
masticado , y ese esfuerzo es parte clave de su éxito; podemos, sin ir más lejos, citar un
ejemplo reciente. En enero de este año, luego de que el activista de ultraderecha Richard
Spencer fuera golpeado por militantes antifascistas enmascarados, un debate ético se
disparó en los medios norteamericanos: ¿está bien pegarle a un nazi? La revista Quartz
decidió hacerle esta pregunta a i ek, que como siempre traicionó las expectativas puestas
sobre él y contestó que no: aunque todos esperaran de él un irreverente alegato pro
violencia, i ek argumentó que mientras la derecha radical representa la decadencia de la
moral, el progresismo tenía que convertirse en la voz de la decencia, la amabilidad y los
buenos modales.

Podríamos decir entonces que el modelo i ek representa el cruce de dos tradiciones: el


intelectual que ayuda a las audiencias a pensar su época, por una parte, y el enfant terrible
que invita a esas mismas audiencias a correrse un poco de la zona de confort, por otra. En
esta misma línea se puede ubicar al filósofo norteamericano Cornel West. Como miembro
prominente de los Democratic Socialists of America, West se hizo famoso por sus críticas
por izquierda a Obama, pero también por sus relaciones fluidas con la cultura pop: West
aparece en las últimas dos películas de la saga Matrix, tiene su propia parodia en el
programa Saturday Night Live y apareció haciendo de sí mismo en la serie 30 Rock, además
de grabar sus propios álbumes de rap con textos filosóficos propios.

Aunque a veces se dice que la espectacularidad o la voluntad de shock van en detrimento u


opacan las ideas de quienes las exponen, también puede pensarse que esa búsqueda del
escándalo es una parte vital de la tradición filosófica. En este dañado siglo XXI que lleva
consigo las sombras del siglo pasado, el rol de los filósofos se ha vuelto parte de la esfera
pública, y ellos mismo en muchos casos se han podido adaptar a los nuevos medios de
comunicación. Porque hoy más importante que sólo saber decir, es saber comunicar lo que
se dice, lo que se piensa y lo que se hace , opina Emmanuel Taub, doctor en Ciencias
Sociales por la UBA, filósofo, poeta y editor. Por eso pensadores como Slavoj i ek,
Giorgio Agamben, Jean-Luc Nancy, Amos Oz o Peter Sloterdijk, por nombrar algunos, me
convocan, porque se permiten presentarse ante la cámara para transmitir su pensamiento en
un lenguaje crítico y entendible, logrando extender su voz ante el horror de los eventos
políticos de nuestros días, ante el funcionamiento del Estado moderno, o hasta el
funcionamiento mismo de Internet o la televisión. Creo que la reflexión filosófica no debe
alejarse de la coyuntura política de este tiempo. Por eso también creo que esta reflexión
tiene que intentar dar un paso adelante sobre el mero análisis para convocarnos en la
irritación, en la incomodidad, en la necesidad de exigirnos pensar. Porque si la filosofía no
incomoda, entonces no es filosofía .
Además de estos casos hipermediáticos, vale la pena mencionar a otros tantos filósofos que
sostienen relaciones fuertes con diversos activismos, desde un perfil tal vez más bajo pero
igualmente rico y presente: los argumentos e intervenciones públicas de Peter Singer fueron
y son vitales para el movimiento de liberación animal, y los aportes de Judith Butler al
movimiento feminista son incalculables. En el caso de la filosofía feminista podemos hablar
incluso de una escuela de intelectuales públicas y públicos que pasa por un gran momento:
el español Paul B. Preciado, formado con el filósofo Jacques Derrida, y Hélène Cixous,
filósofa francesa, son algunos de los tantos ejemplos posibles.

La filosofía y la ciencia

Un caso novedoso, interesante y ligeramente diferente es el de aquellos filósofos que


intervienen públicamente con un estilo más parecido al de los divulgadores científicos. Uno
de los miembros más prominentes de esta clase de pensadores es Daniel Dennett, que
recientemente tuvo su perfil en la revista The New Yorker. En los orígenes de la filosofía, la
diferencia entre ella y las incipientes ciencias era mucho menos tajante de lo que es hoy
en día; muchos filósofos hoy, por los temas y los enfoques que adoptan, siguen moviéndose
en ese terreno híbrido en el que se encuentran algunas de las preguntas más fascinantes y
atractivas para el público general. En 1991 Dennett publicó La conciencia explicada: una
teoría interdisciplinar, que no tardó en convertirse en best seller mundial. Casi treinta años
después su trabajo sobre el tema, que integra aportes de la filosofía, la biología, la psicología
y otras disciplinas, sigue atrayendo lectores y también seguidores: cuenta más de 209.000 en
su cuenta de Twitter. Dennett también ha tenido su pequeña cuota de revuelo público gracias
a su militancia atea y secular, que está profundamente vinculada con su visión filosófica del
mundo y los seres humanos.

La filósofa Martha Nussbaum (a quien también le hicieron un perfil en The New Yorker) tiene
una relación con las ciencias sociales similar a la que Dennett sostiene con las naturales.
Durante muchos años trabajó codo a codo con el Premio Nobel de Economía Amartya Sen
en el trasfondo ético del llamado enfoque de las capacidades que revolucionó el modo en
que se mide la pobreza en el mundo: una de sus aplicaciones más conocidas es el Índice de
Desarrollo Humano, que se utiliza en todo el mundo como una alternativa más informativa
que el nivel de ingresos para conocer la situación económica de la población de un territorio
determinado.

La nueva divulgación

Más allá de las figuras prominentes, es interesante observar un cambio global que puede
registrarse en proyectos que en otro tiempo hubiéramos llamado de divulgación pero para
los que vamos a tener que encontrar otro nombre. Uno de los más exitosos y divertidos es la
web http://askphilosophers.org/ A través de ella, cualquiera puede mandar su consulta a un
comité de noventa filósofos que se toman el tiempo de pensarla y responderla de forma clara
y honesta; las preguntas van desde dilemas éticos personales hasta cuestiones técnicas o
preguntas sobre la entidad del amor, del tiempo o el sentido de la vida. En los exitosos
podcasts Philosophy Bites y The Partially Examined Life los filósofos son entrevistados en
formatos breves y ágiles sobre temas que conectan actualidad, las preguntas eternas y
sus áreas de especialización. Los filósofos también son muy activos en los blogs, tanto que a
veces puede costar seguirlos: la mejor alternativa es http://philblogposts.blogspot.com.ar / (ex
Philosopher s Carnival) un blog curado por un filósofo que elige bimestralmente los mejores
posts. A cada uno de estos proyectos corresponden también cuentas de Twitter que suelen
estar en permanente actividad.

El panorama nacional

¿Qué pasa en nuestro país? La TV pública ha guardado lugares para la filosofía: en los
últimos años pudimos ver Filosofía aquí y ahora de José Pablo Feinmann, Mentira la verdad
de Darío Sztajnszrajber y, actualmente, ¿Qué piensan los que no piensan como yo? de
Diana Cohen Agrest. También tenemos filósofos en lugares públicos prominentes: la filósofa
Diana Maffía, además de tener un lazo pasado y presente con el movimiento feminista, se
desempeña como Directora del Observatorio de Género en la Justicia del Consejo de la
Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires, fue legisladora y Defensora del Pueblo de la
Ciudad de Buenos Aires. Se sabe que Alejandro Rozitchner es uno de los asesores de más
alto perfil de Mauricio Macri, e incluso el tan mentado Durán Barba estudió filosofía en la
licenciatura.

Pero estos son casos relativamente aislados: La tradición intelectual en Argentina y


América Latina no fue particularmente filosófica sino más bien política. Los filósofos
argentinos y latinoamericanos que leemos en la facultad, en general, investigaron temas
locales. No lo digo como algo malo, por supuesto. El caso más obvio es Carlos Astrada, que
mezclaba Heidegger con la figura del gaucho , explica Tajer, y aventura una autocrítica.
Los científicos nos llevan la delantera por mucho en lo que es divulgación. Nos lo tenemos
que tomar más en serio, y por suerte creo que está empezando a pasar .

Martín Bergel, investigador del CONICET y del Centro de Historia Intelectual de la


Universidad de Quilmes, destaca el caso del filósofo argentino Ernesto Laclau: Sus tesis
sobre el populismo se han diseminado a tal punto que se las encuentra no solamente
alimentando constantemente el debate político español o latinoamericano, sino en una
multitud de referencias y vulgarizaciones en medios de comunicación de todo el mundo ,
dice, y recuerda una anécdota: El caso de Graciela Alfano comentando la perspectiva
laclauiana sobre el populismo en la mesa de Mirtha Legrand es solo una muestra de las
notables derivas de las sofisticadas ideas de un intelectual al que le tocó morirse justo en la
antesala de su consagración como figura de relieve mundial .

Tajer hace una referencia también a la discusión sobre los programas de las carreras de
Filosofía, debate que ocupa a docentes y estudiantes desde hace años: La formación
filosófica en Argentina es muy histórica. Confía en una relación indirecta entre la filosofía y
los asuntos públicos. Es una tradición muy alemana. A veces se cumple esa relación, con
buenos resultados. El israelí Yuval Noah Harari, que suele discutir sus ideas sobre el futuro
en televisión, es de formación un medievalista. Pero es cierto que en otros países la
formación está más orientada a pensar problemas contemporáneos .

En cuando a las asignaturas pendientes y los caminos abiertos, Tajer cree que vamos hacia
un gran momento, tanto en la Argentina como en el mundo: La revista Mind, que es un
journal académico muy prestigioso, hace un años o dos hizo una declaración pública
diciendo que querían ser una revista más influyente, que iban a estar más abiertos a varios
tipos de escritura y temas. Hay un movimiento mundial que se está dando. En Europa
muchos filósofos están siendo convocados a paneles sobre identidades nacionales.
Lentamente, creo que la academia va a tener que tomarse esto cada vez más en serio y
contemplarlo en los sistemas de puntajes y de incentivos . En un mundo con cada vez más
preguntas acuciantes (y angustiantes), no podemos darnos el lujo de dejar a los filósofos
encerrados en las aulas.

¿Qué hacen los filósofos?

Todos sabemos qué hacen los agricultores, panaderos, carpinteros, maestros, médicos,
ladrones, y demás trabajadores especializados. Pero nadie sabe a ciencia cierta qué hacen
los filósofos. Ni siquiera los propios filósofos están seguros de lo que hacen ni, menos aun,
de lo que debieran hacer. Pero no por esto dejan de opinar.
Las dos opiniones más extravagantes que conozco al res-pecto son las de Wittgenstein y un
ex colega, cuyo nombre fue olvidado en cuanto murió. Wittgenstein creía que la filosofía es
como una enfermedad causada por el mal uso de la lengua. Por esto concluyó que la tarea
del buen filósofo es corregir tales errores. Por ejemplo, puesto que las palabras “mente” y
“cerebro” son muy diferentes entre sí, sería funesto pensar que se piensa con el cerebro. El
que los que estudian las funciones tiendan a cometer este presunto error, les tiene sin
cuidado a los secuaces del célebre aforista austrobritánico.

Sin embargo, una versión moderada de la tesis de Wittgenstein es verdadera: que hay quien
ha tomado disparates, e incluso errores gramaticales, por profundas verdades filosóficas.
Ejemplo 1: Hegel afirmó que el devenir es la síntesis del ser y del no ser. No explicó el
mecanismo por el cual algo se combina con nada. Ejemplo 2: Heidegger escribió que “el ser
es ELLO mismo” (Sein ist ES selbst). Ejemplo 3: el flósofo de la mente contemporáneo
Jaegwon Kim afirmó que lo peculiar del dolor es que duele. Que es como decir que el
movimiento se mueve, la digestión digiere, o el pensamiento piensa. Se olvida de la
admonición del Aristóteles: empieza por decir de qué vas a hablar (a qué vas a referirte).
Ejemplo 4: el igualmente famoso Thomas Nagel dijo que la conciencia se distingue en que
“hay algo que es como” (there is something it’s like). Pregúntesele a un anestesista si esta
presunta definición de la conciencia le sirve para averiguar si su paciente ya está listo para el
cirujano. Ejemplo 5: los celebérrimos Bertrand Russell and Willard Van Orman Quine se
negaron a distinguir el “existe” (o “hay”) que figura en: “Hay infinitos quebrados entre 0 y 1”
del que figura en: “Hay cerveza en la heladera”.

Pero un disparate no hace una filosofía, así como una golondrina no hace verano. La
pregunta de Demócrito, “¿cuáles son los constituyentes del universo?”, fue legítima y generó
la hipótesis atómica, que ha sobrevivido dos milenios y medio. Y la pregunta de Platón y
Aristóteles, “¿cómo razonamos?”, generó la lógica. Hay, pues, problemas filosóficos
auténticos, y de ellos se ocupan los filósofos auténticos.

La otra opinión estrafalaria que recuerdo es la que escuché todas las veces que participé de
las mesas examinadoras de Introducción a la Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. En
efecto, una de las preguntas claves que hacía el profesor era: “¿En qué se distingue el
filósofo?” La respuesta ganadora era: “El filósofo se distingue en que se ensimisma”.
Afortunadamente, al examinado no se le pedía que definiese la palabra clave, que es tan
ambigua como “absorto”. En efecto, según el contexto, “ensimismado” significa ya “olvidado
de sí mismo”, ya “pensando en sí mismo”. Pero lo que realmente importa es que, cualquiera
sea su ocupación, cualquiera se ensimisma de vez en cuando. Y también importa, aunque
mucho menos, el que la palabra en cuestión se presta a chistes fáciles, tales como: “¿Estás
entimismado?” y “¿Por qué no te callas y te entimismas de una vez?”
Dejémonos de tonterías y recordemos qué han hecho algunos grandes filósofos del pasado:
Demócrito, Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza y Kant.

Demócrito encaró el problema cosmológico: se preguntó en qué consiste el universo. Para


contestar esta pregunta no hizo observaciones ni experimentos, sino que especuló: conjeturó
que el universo es material, y está compuesto de átomos que se mueven incesantemente en
el vacío. Pero su hipótesis atómica no era arbitraria, sino que explicaba algunos procesos
visibles. Por ejemplo, un paño mojado expuesto al sol se seca gradualmente porque el agua
que absorbió se va evaporando de a poco. A su vez, esta evaporación consiste en que los
átomos que componen el agua se van desprendiendo de la misma, hasta que no queda
ningún átomo de agua en el paño. La explicación que damos hoy del mismo proceso es
mucho más detallada y verdadera, pero es esencialmente la misma. O sea, Demócrito no
propuso un mito más, sino una hipótesis contrastable y perfectible que sigue en pie después
de dos milenios y medio.

A Platón le interesaron mucho más la razón y la sociedad que la naturaleza, a la que declaró
incognoscible. Platón descubrió que cuando analizamos y evaluamos una idea, dialogamos
con otros o con nosotros mismos. Inventó el diálogo filosófico escrito. Descubrió que la razón
se mueve por sí misma, de premisas a conclusiones. Comprendió que la matemática se
desentiende de la realidad y que por esto el razonamiento matemático puede ser perfecto.
Las ideas de Platón sobre el alma inmaterial gustaron a los teólogos pero fueron descartadas
por los psicólogos modernos. Y sus ideas elitistas sobre el orden social no sobrevivieron a la
democracia. En resumen, Platón hizo lógica, filosofía de la matemática, filosofía de la mente
y filosofía política. Fue lo más claro y coherente que se podía ser en su tiempo. A diferencia
de los idealistas modernos, no escribió sinsentidos ni inventó una jerga hermética para
ocultar la pobreza de sus ideas. Platón hubiera despreciado los malabarismos verbales de
Hegel y Husserl, y no hubiera intentado dialogar con Heidegger, puesto que éste rechazó la
lógica como banalidad de maestro de escuela.

En resumen, los filósofos encaran problemas filosóficos, y éstos son problemas muy básicos
y generales concernientes a la naturaleza, la sociedad y la conducta, tales como: “¿Qué es el
tiempo?”, “¿cómo se relaciona el pensamiento con el cuerpo?” y “¿en qué consiste la justicia
social?”

Para pensar estos problemas conviene enterarse de la historia de los mismos.


Pero quienes se limitan a estudiar el pasado son historiadores, no filósofos. El filósofo
también puede aprender de las ciencias pertinentes, pero es más ambicioso que el científico,
porque se ocupa de problemas que saltan por encima de las fronteras entre las disciplinas.

Por ejemplo, el filósofo de la mente que aspira a entender el libre albedrío debiera leer
artículos especializados en psicología, neurociencia y neurociencia cognitiva y afectiva. Al
hacerlo, acaso pueda ayudar al especialista a refinar los conceptos filosóficos que emplea,
empezando por los de espontaneidad y libertad. De esta manera, le ayudará a librarse del
modelo computacional de la mente, ya que la espontaneidad no es programable.

Es claro que hay quienes han pretendido filosofar en la ignorancia. Pero no han logrado sino
halagar a otros ignorantes. Como tal vez haya dicho algún sabio antiguo: primum
cognoscere, deinde philosophari.
Nació el 21 Septiembre, de 1919, eb Buenos Aires. Es un físico, filósofo de la ciencia y
humanista argentino; defensor del realismo científico y de la filosofía exacta. Es conocido por
expresar públicamente su postura contraria a las pseudociencias, entre las que incluye al
psicoanálisis, la homeopatía y la microeconomía neoclásica (u ortodoxa), además de sus
críticas contra corrientes filosóficas como el existencialismo, la fenomenología, el
posmodernismo, la hermenéutica y el feminismo filosófico.

Biografia: nació en Buenos Aires el 21 de septiembre de 1919. Interesado en la filosofía de la


física, Bunge comenzó sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata, graduándose
con un doctorado en ciencias físico-matemáticas en 1952. El tema de su tesis doctoral versó
sobre Cinemática del electrón relativista. Allí, y en la Universidad de Buenos Aires, fue
profesor de física teórica y filosofía desde 1956 hasta 1963 cuando, insatisfecho con el clima
político de su país, tomó la decisión de emigrar. Por unos pocos años enseñó en
universidades de México, EE. UU. y Alemania. Finalmente, en 1966 se instaló en Montreal
(Canadá), donde enseña en la Universidad McGill desde entonces, ocupando la cátedra
Frothingam de lógica y metafísica (es Frothingham Professor of Logic and Metaphysics).

Tal vez su obra más importante sean los ocho tomos de su Tratado de filosofía (Treatise on
Basic Philosophy), pero se trata de un autor enormemente prolífico que, tras exponer sus
posiciones generales en el Tratado, ha ido publicando en forma regular las aplicaciones de
su filosofía a diversas ciencias, tanto naturales como sociales (ver más abajo en
Publiciones).

Mario Bunge ha sido honrado con dieciséis doctorados honoris causa otorgados por
instituciones como la Universidad de Salamanca (España) en 2003, la Universidad Nacional
de La Plata (Argentina) y la Universidad de Buenos Aires (Argentina) en 2008. También
recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1982.

Interesado principalmente por la lógica de la ciencia y los problemas del conocimiento


científico, ha tratado de construir una filosofía científica (más precisamente, una metafísica)
que tuviera en cuenta tanto el conocimiento elaborado por la ciencia como el método
utilizado por quienes la practican, entendiendo que este último es un proceso que no está
exclusivamente supeditado ni a la experiencia ni a la teoría.

Aunque la concepción de la ciencia elaborada por Bunge concede importancia al desarrollo


de la investigación científica en la historia, su orientación está principalmente dirigida al
análisis formal de dicho desarrollo, y se aparta de la insistencia en los aspectos históricos,
psicológicos y sociales propia de enfoques como los de T. S. Kuhn y P. K. Feyerabend.

Defensor de un realismo crítico basado en una ontología materialista y pluralista, ha


mantenido una actitud beligerante ante el psicoanálisis, al que considera una pseudociencia
supeditada a la aceptación acrítica de la doctrina de Freud como argumento de autoridad; en
un sentido análogo, considera que el marxismo no ha conseguido superar la condición
ideológica de sistema de creencias a causa de su repetición también acrítica de las
enseñanzas de Marx.

Sin duda, la obra por la cual Bunge se ha distinguido especialmente en el ámbito de la


filosofía profesional es el extenso Treatise on Basic Philosophy (Tratado de filosofía). Se trata
de un esfuerzo por construir un sistema que abarque todos los campos de la filosofía
contemporánea, enfocados especialmente en los problemas que suscita el conocimiento
científico.

La semántica (de la ciencia) está tratada en los primeros dos tomos (Semantics 1. Sense and
Reference y Semantics 2. Interpretation and Truth) y la ontología en los siguientes dos
(Ontology 1. The Furniture of the World y Ontology 2. A World of Systems).

La gnoseología ocupa los tres volúmenes posteriores (Epistemology and Methodology 1.


Exploring the World, Epistemology and Methodology 2. Explaining the World y Epistemology
and Methodology 3. Philosophy of Science and Technology).

Finalmente, el volumen 8 del Tratado se ocupa de la ética (Ethics. The Good and the Right).

Su hincapié en el rigor metodológico—buscado con el uso de herramientas formales (lógico-


matemáticas) y de conocimiento fundado científicamente—, su amplitud temática, su
originalidad y su mencionado carácter sistémico hacen del Treatise uno de los
emprendimientos filosóficos más ambiciosos de los últimos siglos.

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