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UD 43. Pensamiento político y económico en el siglo XIX.

INTRODUCCIÓN.

En este tema nos centraremos en el desarrollo de las teorías políticas y económicas durante
el siglo XIX, lo que nos permitirá descargar de los contenidos ideológicos más complejos
las UD dedicadas a las revoluciones liberales, los movimientos nacionalistas y el
movimiento obrero. Aunque algunos manuales incluyen en esta UD el movimiento obrero,
creemos más razonable incluirlo en la UD del desarrollo económico-social del siglo XIX.

Resumen.

El siglo XIX estuvo dominado por los movimientos culturales del romanticismo y el
positivismo, y en él se consolidaron las doctrinas políticas y económicas que se habían
desarrollado en los siglos anteriores, y que son fundamentalmente las mismas del siglo XX
y de la actualidad. Fundamentalmente, las doctrinas políticas son tres: liberalismo,
nacionalismo y socialismo; y las doctrinas económicas son consecuentes con aquellas:
economía de propiedad privada con libre mercado (liberal) o con intervencionismo del
Estado (nacionalista), y economía de propiedad estatal (socialismo). Pero no hay una
separación tajante entre ellas. Por ejemplo, el nacionalismo es compartido por muchos
autores del liberalismo y del socialismo; y las doctrinas económicas se gradúan en
múltiples matices. En realidad no hay una oposición absoluta entre liberalismo y
socialismo. El socialismo es una continuidad con el liberalismo: toma de este parte de sus
doctrinas sobre los derechos humanos, su aspiración al progreso, y lo que hace es criticar la
injusticia del reparto de la riqueza. No se puede entender a Marx sin sus antecedentes
liberales (Smith, Malthus...).

Pensamiento político.

La ideología liberal pretendía establecer monarquías parlamentarias, en las que se ejercería


la soberanía nacional mediante una Constitución y se limitaría el poder real a través de la
división de poderes. Se le oponen las ideologías conservadoras (sea la tradicionalista o la
católica), el socialismo y el anarquismo.

Pensamiento económico.
A mediados del siglo XVIII ya aparece el liberalismo, como una doctrina dividida en varias
corrientes, y que se convertirá en dominante en el siglo XIX. Los precursores del
liberalismo son Petty, Boisgilbert, Cantillon y Hume, que critican la doctrina del
mercantilismo dominante en Francia y Gran Bretaña en el siglo XVII. Durante la segunda
mitad del siglo XVIII aparecen las corrientes liberales de la fisiocracia y la escuela clásica,
que se interesan respectivamente por los fenómenos contemporáneos de la revolución
agrícola y la revolución industrial.

La fisiocracia (Quesnay) cree en un sistema absolutamente liberal (laissez-faire) y circular,


en el que sólo la agricultura es capaz de producir un excedente apropiado para los
propietarios, que son los que han de tributar. El resto de la economía es considerada
“estéril”, porque no origina el “producto neto”.

La escuela clásica es iniciada por Adam Smith, que sigue el carácter liberal de la
fisiocracia, pero reconoce a la industria la capacidad de obtener un “producto neto”.
Examina los requisitos del crecimiento económico: acumulación previa de capital y
extensión del mercado. Ricardo es el autor “clásico” por excelencia, el profeta de la
burguesía industrial. Considera una renta neta, formada por las rentas de los propietarios,
los beneficios capitalistas y los salarios de los trabajadores, en la que las rentas de la tierra
presionan y reducen las otras dos. Completa la tesis de Smith con un esquema del
crecimiento y la estagnación del capitalismo. De Ricardo salen dos líneas: la primera (John
Stuart Mill) distingue entre las leyes de la producción —intocables— y las de la
distribución —reformables—; la segunda, más radical, pasa por los socialistas ricardianos y
acaba en Marx.

El socialismo utópico apareció en Francia fundamentalmente, y se caracteriza por un rápido


análisis de la realidad actual y pasada y una pormenorizada previsión del futuro. Saint-
Simon cree en el papel transformador de las obras públicas y de las asociaciones de
productores que permitirán la abolición del derecho de herencia, la eliminación del Estado
y el logro de que cada uno consiga ganar según sus necesidades. Fourier, menos realista
que Owen, prevé un mundo donde reinará la armonía. Proudhon es más distributivo que
socialista, preocupado por la libertad y la igualdad individuales y por un crédito barato.

El socialismo científico es iniciado por Marx, que da un lugar central en su pensamiento al


concepto de plusvalía, en un doble sentido: por un lado, significa el trabajo hecho por los
proletarios y apropiado por los capitalistas, y, por el otro, el excedente total del sistema.
Respecto a la teoría del valor trabajo (primer sentido), Marx intentaba salvar el problema de
la existencia de sectores con capitales fijos distintos, lo cual hace que no haya
correspondencia entre las cantidades de trabajo y los precios. De la plusvalía (segundo
sentido) depende la acumulación de capital, y de esta la demanda de fuerza de trabajo y la
aplicación de técnicas que ahorran trabajo para mantener la tasa de plusvalía. Explica los
procesos de crecimiento y de crisis por las contradicciones entre la creciente capacidad
productiva y el más reducido crecimiento del consumo proletario o entre los que poseen
bienes de producción y los que no los poseen.

La escuela marginalista-neoclásica (a partir de 1870), cree que se está en un estado de


equilibrio donde los precios del trabajo y del capital son establecidos por la cantidad de
nuevo producto que aportan las últimas unidades aplicadas de trabajo y capital. Así, la
productividad marginal del trabajo será el salario, y la del capital será el beneficio. Este
equilibrio automático ocupará totalmente los recursos existentes y supondrá que se puede
establecer una curva de producción para la cual son posibles cualesquiera combinaciones de
trabajo y capital. Sus principales autores serán Marshall y Walras. Esta será la doctrina
económica predominante, “académica”, entre finales del siglo XIX y los años 1930.

La escuela histórica alemana (también a partir de 1870), se aleja mucho de la abstracción


anterior y cree en la relatividad histórica de las leyes económicas. Influyó en una rama de la
escuela histórica, el institucionalismo (Veblen en EE UU).

1. EL PENSAMIENTO POLÍTICO EN EL SIGLO XIX.

EL IDEALISMO ALEMÁN.

Hegel.
Hegel es el pensador más importante de su época, el más representativo del llamado
“idealismo alemán”.

Hegel considera que el fundamento último de la realidad es la “idea” (no el “absoluto” de


Schelling ni el “yo” de Fichte). La idea se desarrolla según una necesidad, en un proceso
dialéctico de tesis, antitesis y síntesis. Así, toda realidad primero se “pone”, después se
niega a sí misma, y supera y elimina esta contradicción en un tercer momento, en un
proceso permanente, en el que la realidad evoluciona formando una y otra vez nuevos
contraste que encuentran su solución, la que da, a su vez, origen a nuevos contrastes y
nuevas soluciones.

La idea lógica, el principio, se convierte en su contrario, la naturaleza y ésta en espíritu, que


es la síntesis de idea y de naturaleza: la idea “para sí”. Estos estadios se corresponden a la
lógica, la filosofía natural y la filosofía del espíritu.

El espíritu se despliega en subjetivo, objetivo y absoluto. El espíritu subjetivo es el de cada


individuo, el espíritu objetivo es la manifestación de la idea en la historia, y el espíritu
absoluto es el Estado, que realiza la razón universal humana, que se conoce a sí misma en
el arte, la religión y la filosofía. Así, el espíritu llega a comprenderse como tal únicamente
en el hombre, ya que existe “unidad e identidad de la naturaleza divina y de la naturaleza
humana”.

Hegel defiende un idealismo “objetivo”, a partir de una crítica al idealismo “subjetivo” de


Kant, Fichte y Schelling. Asume que “todo lo real es racional y todo lo racional es real”.

Su teoría política se enraiza en su filosofía. Hegel tiene una idea básica: la realización del
hombre mediante el ascenso de la Razón y la Libertad, de la Idea absoluta, en un proceso
dialéctico histórico (tesis, antítesis, síntesis).

Cada acontecimiento y agente histórico (persona, nación, época) tiene un momento


asignado dentro del proceso. Sus protagonistas creen actuar siguiendo intereses personales;
sin embargo, son instrumentos inconscientes de la “astucia de la razón”. El fin del proceso,
de la historia universal, se alcanza en el Estado supranacional, el grado máximo de
perfección, en el que la libertad se realiza al tomar conciencia de sí misma.

Pero es un reino de la libertad objetiva, que exige la sumisión de la libertad subjetiva


individual (contingente). Así, el Estado ideal es el monárquico de derecho, en el que la
voluntad estatal objetiva se encarna en la figura subjetiva del monarca. Aunque al final de
su vida considera al Estado prusiano absolutista como encarnación de la
perfección, Hegel defiende siempre la Revolución, porque la Revolución es la llegada de la
Razón a la política.

Los hegelianos.

Sus seguidores se dividieron pronto en dos tendencias:

-Hegelianos de izquierda, que son radicales y ateos, favorables a los movimientos


democráticos. Esta tendencia enlaza con Marx, que toma casi íntegramente la dialéctica de
Hegel. Otros pensadores de izquierda son Stirner, Bauer, Feuerbach.

-Hegelianos conservadores, que defienden el Estado absolutista y teocrático, con el


pueblo/nación como principal sujeto histórico.

EL PENSAMIENTO CONSERVADOR Y EL TRADICIONALISMO.

El pensamiento conservador y el tradicionalismo (o legitimismo) constituyen un conjunto


de doctrinas legitimadoras del Antiguo Régimen, de la religión y de la Restauración de los
gobiernos absolutos que triunfó en la Europa continental en 1815, con el Congreso de
Viena que fijó el nuevo mapa postnapoleónico. Se opone a la ideología racionalista y
liberal de la Revolución Francesa.

El pensamiento conservador se desarrolla sobre todo en Alemania (en especial Prusia y


Austria), con las teorías políticas de los románticos (los alemanes Gentz, Novalis, Muller,
Haller, Stahl; el francés Chateaubriand; el británico Burke), que sostienen una visión
conservadora del Estado, que debe ser autoritario, jerárquico, estamental, tradicional,
católico (o luterano en Prusia), sin partidos políticos (Stahl los considera enemigos de la
unidad nacional).

El tradicionalismo, en cambio, es una doctrina a la vez filosófica y política.

El pensamiento filosófico-teológico del tradicionalismo sostuvo que tanto el conocimiento


de la verdad como la realización del bien y de la justicia son inasequibles al hombre sin una
especial asistencia divina. Esta asistencia se entiende como una revelación primitiva que se
ha transmitido históricamente a través de la Iglesia y de la institución monárquica.

El tradicionalismo es básicamente una corriente francesa, pues a principios del siglo XIX,
sus principales representantes fueron los franceses Joseph de Maistre y Louis de Bonald,
que legitiman la Restauración y atacan a la Revolución. En España inspiraron al
absolutismo de Fernando VII, al carlismo, y al pensador Juan Donoso Cortés.

EL LIBERALISMO.

Los orígenes del liberalismo están en las ideas de la Ilustración (el iusnaturalismo y
utilitarismo) y la Enciclopedia (Locke, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Rousseau), y el
ejemplo del parlamentarismo inglés y de la Revolución Francesa.

El liberalismo cree en los ideales del progreso, de la razón y de la libertad. Es un


movimiento político y económico. Sus tesis políticas son:

-La libertad individual: se respetan los derechos del hombre en cuanto a religión,
pensamiento, imprenta, igualdad jurídica (no económica ni cultural).

-El Estado constitucional: monarquías parlamentarias, en las que se ejercería la soberanía


nacional mediante una Constitución y se limitaría el poder real a través de la división de
poderes (legislativo, ejecutivo y judicial).

-La participación del ciudadano en la vida política, con el derecho de voto y de ser elegido.
Un antecedente: Mandeville y la doctrina económica liberal.

Bernard Mandeville (1670-1733), un médico holandés, escribió La fábula de las abejas,


subtitulado Los vicios privados hacen la prosperidad pública (FCE. Barcelona. 1997.
Trad. José Ferrater Mora). Es uno de los libros fundacionales de la teoría capitalista del
neoliberalismo actual. Mandeville defiende una ética que defiende el lujo, la envidia, el
orgullo, y que justifica el egoísmo. Sus tesis económicas, entre otras, son: los asuntos
comerciales son más afortunados cuanto menos regulados están por el Gobierno; las cosas
tienden a encontrar por sí mismas el equilibrio que mejor les conviene; el egoísmo sin
trabas de cada individuo intervendrá en la sociedad de manera tan recíproca que ésta se
ajustará por sí misma y redundará en beneficio de la comunidad. En cambio, una
intervención del Estado tendería a trastocar la delicada armonía de la sociedad.

El liberalismo británico: Bentham, Mill, Spencer.

El pensamiento liberal británico está directamente relacionado con Locke.

Bentham.

El utilitarista Jeremy Bentham (1748-1832) afirma en Introducción a los principios de la


moral y la legislación, que el fin de las leyes es “asegurar la máxima felicidad al mayor
número de personas”.

Mill.

John Stuart Mill (1806-1873), también economista e hijo de James Mill (1773-1836, otro
destacado teórico político liberal), defiende en Sobre la libertad el libre albedrío del
ciudadano y el principio de libre concurrencia a las elecciones (para votar y ser elegido).

Spencer.

Herbert Spencer (1820-1903) escribe Primeros principios y El hombre contra el Estado,


donde desarrolla una concepción sociológica liberal basada en el evolucionismo de Darwin.
El bienestar social es la supervivencia de los más aptos.

El liberalismo francés.
Como reacción ante el absolutismo de los legitimistas y de la Restauración, aparecen los
liberales franceses, que defienden los logros políticos y económicos de la
Revolución francesa. Benjamin Constant (1787-1830) se inspira en el modelo
constitucional británico. Alexis de Tocqueville (1805-1859) aboga también por este modelo
democrático, aunque también admira el modelo norteamericano.

EL NACIONALISMO.

Al mismo tiempo que el liberalismo —y relacionándose con él en muchas ocasiones-, se


extiende por Europa el nacionalismo. Esta ideología había sido formulada en Alemania en
la época napoleónica, bajo la doble presión de las ideas revolucionarias y del Romanticismo
cultural, que exaltaba la libertad.

De las obras de los autores alemanes (Fichte, Schegel) de principios del siglo XIX puede
deducirse que el nacionalismo (en su versión de entonces) es un sentimiento cultural y
político que considera que cada nación, o entidad histórica, debe constituir un Estado
independiente. Según estos escritores la nación está compuesta por grupos humanos con
unos vínculos comunes: la lengua, la cultura, la raza, los lazos históricos. Fichte proclama
(Discursos a la nación alemana, 1807): “Todos los que hablan un mismo idioma hállanse
unidos entre sí desde el principio por un cúmulo de lazos invisibles, porque pueden
comprenderse unos a otros y se comprenderán cada vez con mayor claridad formando,
naturalmente, un todo homogéneo”.

Al principio el nacionalismo estaba inscrito en el liberalismo y el progresismo, pero hacia


mediados del siglo XIX se convirtió en legitimador del conservadurismo.

EL PENSAMIENTO CATÓLICO.

La Iglesia católica se consideró garante de las tradiciones religiosas, históricas y culturales


de los pueblos. Muchos pensadores (como los tradicionalistas católicos De Bonald y De
Maistre) y políticos creyeron que la defensa de la Iglesia era lo mismo que la defensa de la
esencia de sus naciones. Esto explica que en Inglaterra menudearan las conversiones en los
medios anglicanos y aristocráticos.

Un católico liberal, Lamennais (1872-1854), desde el diario “L'Avenir” (junto a Lacordaire


y Montalembert) intentó conciliar el catolicismo con el liberalismo, mediante la defensa del
principio de la “libertad de la Iglesia frente al Estado”. Pero el papa Gregorio XVI condenó
este intento como “indiferentismo” (laicismo), por lo que Lamennais rompió con la Iglesia.
La Iglesia se opuso al liberalismo en cuanto este defendía un Estado laico: el papa Pío IX lo
condenó en la encíclica Quanta cura (1864), que se publicó acompañada del Syllabus
Errorum, sumario de los “principales errores de nuestro tiempo”: liberalismo, democracia,
sindicalismo, socialismo, anarquismo, modernismo, escepticismo científico.

Pero su sucesor León XIII, en su Rerum Novarum (1891) llegó a aceptar un catolicismo
liberal, para poder pactar con los gobiernos burgueses.

EL IMPERIALISMO.

A finales del siglo XIX, entre 1890 y 1900 aproximadamente, el imperialismo, como
ideología, fue aceptado masivamente, incluso por los liberales que antes se le habían
opuesto y muchos socialistas, pero sobre todo por la derecha nacionalista. Las doctrinas de
legitimación son muchas, pero se pueden reunir en tres: liberal, socialista y nacionalista-
racial.

El imperialismo liberal.

El imperialismo liberal es humanitario y filantrópico. Afirma el derecho de conquista como


último medio de lucha contra el esclavismo, contra los abusos y para establecer el “buen
gobierno”.

En Gran Bretaña es defendido por los radicales, los masones y muchos pensadores y
políticos: Rhodes, Cromer, Livingstone, Milner, Curzon, Salisbury, Chamberlain, Kipling.
Carlyle sostiene que Gran Bretaña es la “nación predestinada”, con una misión universal.
Dilke (1868) sostiene la idea de la Greater Britain, en “un mundo cada día más inglés”.
Seeley (1883) sistematica la Expansión of England. Kipling argumentará que el imperio es
un obligatorio “deber del hombre blanco” y que hay una misión británica. Joseph
Chamberlain explica que la raza británica es la más apta para la gobernación.

Algunos liberales sostendrán que el imperialismo aporta beneficios no sólo a las colonias
sino que también regeneran a los países colonizadores. Partidarios de esta tesis son los
británicos Carlyle y Froude y los franceses Lyautey y Onésime Reclus (el hermano del gran
geógrafo).

En Francia se defendía o justificaba el imperialismo por la supremacía de la civilización


occidental, entre cuyos derechos y deberes figuraba civilizar a los pueblos atrasados. Esta
“misión hacia las razas inferiores” (Jules Ferry) se combinó en la tradición francesa surgida
de la Ilustración, con la noción de Derecho natural y de solidaridad de la especie humana.
El imperialismo socialista.

Muchos socialistas defendieron que el imperialismo era útil para los obreros de Occidente e
incluso para los pueblos sometidos, así liberados del despotismo e introducidos en la senda
del progreso. Tuvo partidarios socialistas en Gran Bretaña (Manifiesto Fabiano, 1900),
Francia y, sobre todo, Alemania, donde Renner escribe: “la expansión del sistema
económico europeo a través del mundo es históricamente necesaria, inevitable y
culturalmente prometedora”.

El imperialismo nacionalista-racial.

El imperialismo nacionalista tenía una argumentación racial, étnica, religiosa, cultural... Es


el “pueblo superior” quien debe dominar. Se inspira en un darvinismo social, extendido a
las relaciones entre los grupos humanos, que considera que el imperialismo, fuerza de la
naturaleza, manifestación esencial de vida, es el triunfo benéfico del más fuerte y del mejor.
Este etnocentrismo conduce a menospreciar las otras razas y civilizaciones, especialmente
la del Islam. Se defienden los mitos de la “nación imperial”, la “grandeza romana”, la
“misión sagrada”. Houston S. Chamberlain, británico pro-alemán, llegará a preconizar la
superioridad germánica y su derecho a dominar el mundo.

Estas ideas se complementan a continuación con la necesidad de conseguir un espacio vital


(Lebensraum) para los pueblos jóvenes de creciente expansión demográfica. Es la tesis
legitimadora para los imperialismos alemán, italiano y japonés en el periodo de
entreguerras, dentro del ascenso del fascismo.

EL SOCIALISMO UTÓPICO.

La mayoría de los socialistas utópicos son franceses. Pero hay la excepción del inglés
Owen, tal vez el más exitoso de todos. El comunismo tuvo un antecedente en el
revolucionario francés Babeuf (1750-1797), autor del Manifiesto de los iguales, propugna
una reforma fiscal y una ley agraria comunista.

Son socialistas utópicos, porque lo que intentaban parecía imposible de realizar. Los
socialismos utópicos partían del principio de que el hombre es bueno por naturaleza y que
si se le ofrece una auténtica igualdad de oportunidades, sin injusticias ni egoísmos, dejará
de haber pobres y ricos, todos los hombres serán realmente iguales. Para ello consideraban
que era preciso suprimir la propiedad privada de los medios de producción (campos,
fábricas, máquinas), los cuales debían pasar a ser de propiedad colectiva.
Los socialistas utópicos.

Saint-Simon creía en una sociedad de hombres iguales, con una organización social basada
en las clases productivas, en la que no habría clases y que sería igualitaria, con auténtica
igualdad de oportunidades para todos. Para conseguirlo había que aumentar el progreso
social mediante la industrialización y una nueva moral laica.

Fourier (que será el maestro de Considérant) propugnó el falansterio, una pequeña


comunidad en la que la propiedad es colectiva, con trabajo libre, amor libre, sin matrimonio
ni familia.

Cabet propugnaba la distribución de la riqueza según las necesidades de cada uno.

Proudhon es un antecedente del anarquismo, al proponer la abolición, por medios pacíficos,


de cualquir orden coercitivo (Estado, legislación).

Louis Blanc lanzó los Talleres Nacionales, fábricas de autogestión obrera (los trabajadores
se quedan el producto integral de su trabajo), en la revolución de 1848.

Blanqui defiende la dictadura del proletariado.

El británico Owen, un rico industrial, defiende que el medio social conforma el carácter
humano, y propugnó unas comunidades ideales (New Lamark), que fracasaron en la
práctica. Fomentó una política social a favor de los obreros, con mejores salarios y
condiciones de trabajo, vivienda, educación, sanidad, etc.

El cartismo y el movimiento obrero.

Owen y otros socialistas utópicos participaron en el “cartismo”, un movimiento reformista


inglés, relacionado con el movimiento obrero, el liberalismo y el pensamiento cristiano. Las
asociaciones obreras de Gran Bretaña pidieron en la Carta del Pueblo (1838) los derechos
políticos del sufragio universal, como medio de conseguir mejores condiciones sociales, y
obtuvieron la jornada de diez horas (1847), pero se disolvieron. Poco después se crearon las
primeras Trade Unions, sindicatos obreros estructurados por federaciones de oficios, que
consiguieron importantes reformas, ya en el periodo 1850-1870.

EL SOCIALISMO CIENTÍFICO.

Marx y Engels: el materialismo dialéctico.


Marx.

En 1848, poco antes de estallar la revolución, dos alemanes emigrados en París, Marx y
Engels, publicaron un folleto titulado Manifiesto Comunista, en el que exponían los
principios de una nueva teoría socialista:

-La lucha de clases es el motor de la Historia.

-El proletariado debe organizarse para acabar con la burguesía.


En contraposición a los socialismos utópicos, al marxismo se le llamará socialismo
científico, porque parte de una realidad económica y social concreta para establecer
después unas leyes y unas reglas de conducta y acción.

Para Marx la economía es el fundamento de la Historia y la sociedad se articula en función


de las relaciones de producción (materialismo histórico).

Marx considera que la acumulación de capital permite la reproducción del sistema de


producción capitalista, de resultas de la plusvalía producida por los trabajadores y
apropiada y no consumida por los capitalistas. La “acumulación originaria” inicia la
destrucción de las relaciones sociales del modo de producción feudal y precede y asegura el
paso al capitalismo.

Los hombres no viven ni actúan aislados, sino formando grupos sociales diferentes, que
siempre se han enfrentado y han luchas entre sí (lucha de clases). De la lucha entre
proletariado y burguesía debe salir la destrucción del sistema capitalista y la conquista del
Estado por parte del proletariado. El capitalismo quedará desmontado cuando desaparezca
la propiedad privada de los medios de producción. Entonces desaparecerán las clases
sociales, todos los hombres serán iguales y ya no habrá más lucha de clases. Esto se
conseguirá mediante una etapa previa de dictadura del proletariado y cuando esto esté
conseguido, el Estado podrá desaparecer.

Las consecuencias del marxismo.

El marxismo alcanzó gran difusión entre el proletariado europeo y llegó por primera vez al
poder en Rusia, mediante la revolución de 1917. La I Asociación Internacional de
Trabajadores fue la organización que lo difundió.

Por otro lado, la vertiente reformista del movimiento obrero, reuniendo las tesis de los
socialistas utópicos (sobre todo los cartistas) y del marxismo, y con la acción de los
partidos obreros (laborista en Gran Bretaña, socialdemócrata en Alemania y Austria) y del
sindicalismo, consiguió importantes mejoras, sobre todo desde que la amenaza
revolucionaria convenció a los burgueses de que había que hacer concesiones. Mejoraron
los salarios, los seguros sociales, disminuyeron las horas de trabajo, etc.

EL ANARQUISMO.

Ya un pensador inglés, Godwin, defendió en 1793 la desaparición del Estado, la propiedad


privada y el matrimonio. Hacia 1848, algunos socialistas utópicos como Proudhon
derivaron hacia el anarquismo, teoría social y política que pretende la supresión del Estado,
otorgando una ilimitada libertad al individuo. Proudhon escribió que “La propiedad es un
robo” y fue el socialista utópico que más influyó en el anarquismo.

Bakunin.

Su principal pensador es Bakunin (1814-1876), un aristócrata ruso que había huido de


Siberia, donde estaba desterrado, y vivió en Francia, Italia e Inglaterra. Sus ideas básicas
eran: ateísmo, exaltación de la libertad del individuo, eliminación del Estado (y del
ejército), rechazo de toda autoridad, necesidad de la revolución campesina, hecha por las
masas de una manera espontánea, y de la huelga general revolucionaria por los proletarios.
La sociedad se organizaría a base comunas(grupos de hombres y mujeres) autónomas, en
régimen de autogestión, mediante sufragio universal (tanto masculino como femenino), con
propiedad colectiva del capital y de la tierra, pero no de la producción. Las distintas
comunas podían federarse o separarse libremente. Como los anarquistas querían suprimir el
Estado, su enfrentamiento se haría mediante la abstención absoluta de la vida política, la
huelga y la revuelta individual.

La I Internacional se dividió en dos corrientes: la socialista y la anarquista, que fue


expulsada (1872). El anarquismo se extendió sobre todo por tres países europeos: Rusia,
Italia y España, con una fuerte base agraria.
Kropotkin.

Kropotkin (1842-1921), otro aristócrata ruso, residió en Gran Bretaña, Suiza y Francia. Es
el teórico del anarco-comunismo. Su anarquismo es más moderado en la acción política,
más atento a la protección de la naturaleza.

Los continuadores.

Otros influyentes pensadores anarquistas de finales del siglo XIX fueron Tolstoi, Réclus y
Grave.

Algunos grupos anarquistas propugnaron la “propaganda por el hecho”: el terrorismo, el


atentado contra personalidades políticas (Cánovas y Canalejas fueron asesinados por
anarquistas) o clases determinadas (la bomba del Liceo de Barcelona en 1893).

Ya en el siglo XX se calmó la oleada terrorista y los anarquistas apoyaron a los sindicatos


obreros de tendencia revolucionaria (anarcosindicalismo). Desapareció como fuerza
importante en la I Guerra Mundial, salvo en España donde la CNT subsistió hasta 1939.
Después de 1968 hubo un renacer de conceptos anarquistas como autogestión,
antimilitarismo, denuncia de la arrogancia del poder, rechazo del consumismo, que fueron
recogidos por distintos movimientos contraculturales y de acción ciudadana para cuestionar
el orden imperante.

2. EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN EL SIGLO XIX.

El pensamiento económico decimonónico se divide en dos corrientes principales:


el liberalismo, subdividido en la fisiocracia (los seguidores de François Quesnay) y en la
escuela clásica británica (con los pensadores Smith, Malthus y Ricardo), a la que siguen dos
corrientes a partir de 1870, el marginalismo-economía neoclásica y la escuela histórica
alemana; el socialismo, subdividido a su vez en utópico (Saint-Simon, Prodhon) y científico
(Marx y Engels, los socialistas posteriores).

Estas corrientes (salvo el socialismo utópico) poseen unos caracteres comunes:

-Una actitud científica frente al desarrollo del capitalismo, que se traduce en la formulación
de leyes y teorías para explicar la realidad.

-La noción de “excedente”, que se obtiene a partir de la utilización del trabajo, y el que
dicho excedente se realiza en un mercado.
-La teoría del “valor trabajo”, que permite explicar tanto la formación de este excedente
como la formación del valor.

A pesar de estos rasgos comunes, existieron considerables diferencias entre estas tres
escuelas, producto tanto del análisis de la realidad económica, como de las distintas
posiciones ideológicas en tal análisis.

2.1. EL LIBERALISMO.

A mediados del siglo XVIII ya aparece el liberalismo, que cree en los ideales del progreso,
de la razón y de la libertad. Es un movimiento político y económico. En lo económico es
una doctrina dividida en varias corrientes, y que se convertirá en dominante en el siglo
XIX. Los precursores del liberalismo son Petty, Boisgilbert, Cantillon y Hume, que critican
la doctrina del mercantilismo dominante en Francia y Gran Bretaña en el siglo XVII.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII aparecen las corrientes liberales de
la fisiocracia y la escuela clásica, que se interesan respectivamente por los fenómenos
contemporáneos de la revolución agrícola y la revolución industrial.

LA FISIOCRACIA.

El pensamiento fisiocrático apareció en Francia a mediados del siglo XVIII y perduró hasta
1820, aunque más tarde siguió influyendo en muchos terratenientes, políticos y
economistas. Su máximo téorico es Quesnay, autor de Le Tableau Economique (1758),
mientras que su discípulo Turgot, ministro de Luis XVI introdujo el liberalismo en Francia,
con su lema “Laisser faire, laisser passer, le monde va de lui même”.

La fisiocracia cree en un sistema absolutamente liberal (laissez-faire) y circular, en el que


sólo la agricultura es capaz de producir un excedente apropiado para los propietarios, que
son los que han de tributar. El resto de la economía es considerada “estéril”, porque no
origina el “producto neto”.

La fisiocracia es una reacción al mercantilismo que fundaba la riqueza en la concentración


de metales preciosos, el superávit de la balanza de pagos, el proteccionismo comercial e
industrial. Los fisiócratas franceses analizaron la gran revolución agraria que se estaba
produciendo en Gran Bretaña. Los rasgos principales de su pensamiento son:

-La sociedad se divide en tres clases: productora, estéril y disponible. La productora estaría
integrada por la agricultura, la ganadería y la industria extractiva; la estéril por los
industriales, artesanos y comerciantes; la disponible por la nobleza y los funcionarios. Es la
clase productora la que mantiene a las otras dos, la estéril porque le compra la mayor parte
de sus productos y la disponible porque paga los impuestos de los que vive.

-Valoran sobre todo la agricultura, como principal fuente de riqueza, ya que es la actividad
económica que mejor puede “aumentar” la cantidad de productos netos. De ella parte un
“movimiento circulatorio”, a través del que se difunde la riqueza por el resto de la sociedad.
El gran factor productivo es la tierra.

-Limitan el papel de la industria a una mera función transformadora, improductiva desde el


punto de vista de la multiplicación de las riquezas.

-El comercio sólo es apto para transportar e intercambiar los productos, no para crearlos.

-La economía debe regirse por las leyes naturales, por lo que rechazan la intervención del
Estado en la economía y defienden la iniciativa privada.

La agricultura que defienden sigue el modelo desarrollado en la Gran Bretaña capitalista:

-Grandes propiedades en manos de un único propietario, dueño absoluto de toda la tierra.

-Cultivo intensivo, con reinversión en la mejora de la tierra de parte de los excedentes de


capital.

-El propietario debe pagar al Estado una parte proporcional de su riqueza (contribución
única).

-El Estado no debe intervenir en la comercialización de la producción agraria. Es la


doctrina del laissez faire: libertad de circulación y precio de los productos, cuya cantidad y
precio se irán acomodando a las necesidades del mercado.

-Un mercado nacional e internacional cada vez más amplio, sin barreras arancelarias.

LA ESCUELA CLÁSICA.

La escuela de economía clásica (también llamada “escuela liberal” porque fue más seguida
que la fisiocracia) defiende el liberalismo económico, con una teoría paralela a la del
liberalismo político. Es una economía política, que considera que no hay un determinismo
absoluto de lo económico: el hombre puede modificar con su acción la economía, para
asegurar el bienestar. Pero la lectura neoliberal ha olvidado este cariz humanista de la
escuela clásica y se la presenta como radicalmente antiestatalista, aunque Mill, p.e.,
defendía el papel subsidiario del Estado para defender el bien común.

Aparece en Gran Bretaña h. 1770 con Adam Smith y continúa con Malthus, Ricardo, Mill y
Say hasta mediados del siglo XIX, divulgándose rápidamente por Occidente.
Hacen una revisión crítica de las ideas fisiócratas, de acuerdo a la experiencia de la naciente
Revolución Industrial británica.

Su doctrina se centra en la trilogía ganancia, ahorro, capital. Sus tesis básicas son:

-El trabajo productivo es todo trabajo que origina un excedente.

-No se limita la economía productiva a la agricultura y al excedente obtenido de la tierra (la


tesis fisiocrática).

-Las leyes del mercado son la mano invisible que rige el mundo económico, regulando la
producción y el consumo.

-La principal ley del mercado es la de la oferta y la demanda.

-El mercado se regula por la libre competencia.

-El trabajador elige libremente su trabajo.

-La mano de obra se desplaza libremente.

-El contrato de trabajo es un acuerdo libre entre patronos y obreros.

-El Estado sólo defiende la libertad económica, sin intervenir en la actividad económica,
aunque asegurando la defensa, la justicia y otros aspectos necesarios para el bien común.

-Hay que aumentar el comercio internacional, suprimiendo las barreras proteccionistas.

Adam Smith.

Adam Smith (1723-1790), profesor de la universidad de Glasgow, es el padre del


liberalismo económico por su obra La riqueza de las naciones (1776), en la que estudia
cómo enriquecer al Estado y concluye que para ello primero se han de enriquecer los
individuos. Es un pensador optimista, muy influido por la fisiocracia, pero que la supera al
reconocer que los industriales y comerciantes son igualmente productores, ya que la riqueza
es consecuencia del trabajo humano. Considera que “la opulencia tiene su origen en la
división del trabajo” y relaciona el aumento de la producción con la división del trabajo.
Los productos deben circular con libertad, con la mínima intervención del Estado.
Diferencia “valor de uso” de un producto (utilidad de un bien en general) y “valor de
cambio” (capacidad de un bien para adquirir otros). El valor de las mercancías depende de
la cantidad de trabajo que contengan, pero distingue entre precio natural (el del trabajo
necesario para producir el producto) y precio de mercado (determinado por la oferta y la
demanda).
En la Teoría de los sentimientos morales (1790) teoriza la nueva moral individualista del
capitalismo moderno: la suma de las satisfacciones individuales asegura la felicidad
general. De ello colige que el Estado debe intervenir lo mínimo posible en la sociedad y
sólo garantizar la defensa exterior, la seguridad y la justicia interior, en suma, lo que la
iniciativa privada no realice.

Smith continúa el liberalismo de la fisiocracia, pero reconoce a la industria la capacidad de


obtener un “producto neto”. Examina los requisitos del crecimiento económico:
acumulación previa de capital y extensión del mercado. Sus ideas económicas son:

-El interés individual y el social coinciden siempre. El mejor medio de obtener una riqueza
general es que los individuos obtengan su riqueza particular: “Cuando uno trabaja para sí
mismo sirve a la sociedad con más eficacia que si trabaja para el interés social.”

-El progreso económico es la acumulación de riqueza, cuantificada en bienes. Es una idea


muy criticada en el siglo XX. Defiende el trabajo especializado (división social del trabajo).

-El valor de cambio de un producto en el mercado depende de la cantidad de


trabajo necesario para producirlo.

-Distingue entre “valor de uso” y “valor de cambio”:

“Las cosas que tienen valor de uso tienen, a menudo, muy poco o ningún valor de cambio;
por el contrario, las cosas que tienen mayor valor de cambio tienen con frecuencia poco
valor de uso. Nada es más útil que el agua; pero no se puede comprar casi nada con ella.
Por el contrario, un diamante no tiene valor de uso, pero sirve para cambiarlo por una gran
cantidad de bienes.”

-El capital invertido es el factor básico en el desarrollo del proceso productivo porque
permite aumentar la productividad del trabajo humano. “La industriosidad de la sociedad
sólo puede aumentar en proporción al aumento de su capital”.

-El consumo es improductivo.

-El capital procede del ahorro de las rentas acumuladas sin consumir por los ricos e
invertidas en mejorar el proceso productivo.

-En el precio de un producto se incluyen: el salario del trabajador (que debe ser lo menor
posible) y el beneficio del empresario (que debe maximizarse para compensar su riesgo).

-La vida económica se rige por un orden natural, que regula la cantidad y el precio de los
productos, según la ley de la oferta y la demanda.

-Para que funcione el orden natural, el Estado no debe intervenir en la actividad económica
y debe crearse un mercado extenso, tanto nacional como internacional (el librecambio).
Malthus.

Thomas R. Malthus (1766-1834) es un economista pesimista. Autor de Ensayo sobre el


Principio de la Población (1798), considera que la población aumenta en proporción
geométrica y la producción agrícola sólo en proporción aritmética, por lo que el nivel de
vida bajará a largo plazo, al escasear los alimentos y competir los hombres por la
supervivencia. Los únicos frenos al aumento de la población son: “positivos” (hambre,
plagas y enfermedades) y “preventivos” (disminución de la natalidad).

La felicidad general no sería posible “si el principio motor de la conducta fuera la


benevolencia”, por lo que condena la asistencia a los desvalidos, que sería perjudicial para
la sociedad, ya que los pobres, al estar mejor alimentados concebirían más hijos, agravando
el problema de la oferta de empleo y de los recursos alimenticios.

Considera las crisis como consecuencia del desajuste entre ahorro y consumo. Cuando el
ahorro es excesivo hay una depresión económica.

Ricardo.

David Ricardo (1772-1823) escribe Principios de economía política (1817). Es el autor


“clásico” por excelencia, el profeta de la burguesía industrial. De Ricardo salen dos líneas,
una radical y socialista, de los socialistas ricardianos, que acaba en Marx; la otra, en Mill.

Sintetiza las ideas de Smith y Malthus. Defiende el liberalismo, pero critica la idea
pesimista de Malthus y la identificación valor-coste de producción que hace Smith. Según
Ricardo, el valor de los bienes está determinado por su coste de producción y el capital ha
de considerarse como trabajo acumulado.

Completa la tesis de Smith con un esquema del crecimiento y la estagnación


(estancamiento) del capitalismo, pero se separa en bastantes puntos de Smith. Considera
una renta neta, formada por las rentas de los propietarios, los beneficios capitalistas y los
salarios de los trabajadores, en la que las rentas de la tierra presionan y reducen las otras
dos. Hay una ley de rendimientos decrecientes en la agricultura y la industria, hasta que se
abandonan las tierras marginales, bajan los salarios y se despide a los obreros. Sólo la
innovación tecnológica es capaz de renovar el crecimiento.

Estudia la renta de la tierra y concluye que es necesaria la libre circulación de los productos
agrícolas entre los países, por lo que abogó por la abolición de las Corn Laws.

Su ley de bronce del salario (que influyó en Marx) es:


Hay dos tipos de salario: el natural (necesario para el mantenimiento de una familia obrera)
y el de mercado (condicionado por la ley de la oferta y la demanda). El salario se
mantendrá siempre en un nivel mínimo de subsistencia, lo más cercano posible al natural,
porque si por la ley de la oferta y la demanda se aumentase, la clase obrera tendría un
mayor crecimiento y los salarios bajarían al ofertarse más mano de obra. Es, pues,
pesimista ya que piensa que el mundo obrero está condenado a niveles de vida bajos: “El
trabajo, como todas las demás cosas que se compran y se venden, y cuya cantidad puede ser
aumentada o disminuida, tiene su precio natural y su precio de mercado.”

Las mercancías aumentan su cantidad por el trabajo: “Hay mercancías cuyo valor sólo
depende de la escasez. Ningún trabajo puede aumentar su cantidad... De todas maneras,
estas mercancías forman una pequeña porción de la masa de mercancías que cada día se
intercambian en el mercado... Así pues, al hablar de mercancías, de su valor en cambio y de
las leyes que regulan sus precios relativos, nos referimos sólo a aquellas que puedan ser
aumentadas en cantidad por el trabajo humano y en cuya producción opera la competencia
sin restricción”.

Say.

Juan Bautista Say (1767-1832) publica Tratado de economía política (1803), la mejor obra
de la economía clásica francesa. Defiende la “ley de los mercados”: la economía tiende al
equilibrio con pleno empleo, mediante una autorregulación de los precios que evita la
sobreproducción (desajuste entre oferta y demanda).

Mill.

John Stuart Mill (1806-1873) es considerado como el último clásico. Say y Mill constituyen
lo que Marx llamó despectivamente “economistas vulgares” (porque eran los más leídos).
En realidad, Mill fue quien mejor formuló la teoría liberal, al sintetizar las corrientes
optimista de Smith y la pesimista de Malthus y Ricardo. En su obra Principios de
Economía Política (1848) acepta la ley del trabajo de Smith, la tesis de la renta de la tierra
de Ricardo, la tesis de la población de Malthus y las ideas del librecambismo. Pero
considera que hay que superar el pesimismo respecto al bienestar de las clases populares y
propone soluciones: limitar el derecho de herencia, gravar con impuestos la tierra y
fomentar cooperativas de producción. El Estado debe mejorar la sociedad, pero no lo debe
hacer en la economía ya que es un mal empresario frente a los particulares.

Mill no considera justo dejar que el sistema se autorregule, por lo que distingue entre las
leyes de la producción, que son inmutables, porque dependen de la naturaleza; y las de
la distribución, que son reformables, porque son humanas. Es una distinción muy
importante en la política económica contemporánea, porque así el Estado puede intervenir
en la distribución del producto social (la redistribución de la renta, uno de los rasgos del
Estado del bienestar moderno). En este sentido sería un reformista social de enorme
influencia posterior.

Mill inicia la ruptura con la teoría del valor trabajo, pues considera que el valor de un bien
depende de varios factores y no sólo del trabajo.

2.2. EL SOCIALISMO.

EL SOCIALISMO UTÓPICO.

El socialismo utópico apareció en Francia fundamentalmente, y se caracteriza por un rápido


análisis de la realidad actual y pasada y una pormenorizada previsión del futuro. No
analizan la realidad, sino que proponen modelos perfectos, utópicos, de cómo debería ser la
realidad.

Saint-Simon cree en el papel transformador de las obras públicas y de las asociaciones de


productores que permitirán la abolición del derecho de herencia, la eliminación del Estado
y el logro de que cada uno consiga ganar según sus necesidades. Fourier, menos realista
que Owen, prevé un mundo donde reinará la armonía. Proudhon es más distributivo que
socialista, preocupado por la libertad y la igualdad individuales y por un crédito barato.

El mejor economista de la corriente es Sismondi (1773-1842), que inicia la crítica de la


escuela clásica, en Nuevos principios de economía política (1819). Reprocha sobre todo:

-A Ricardo que puede ocurrir que no coincidan la riqueza individual y colectiva, que la
riqueza esté mal distribuida.

-A Smith que su régimen de libertad de derecho no implica la libertad de hecho, puesto que
al concertarse un trabajo las dos partes no están en la misma situación.

EL SOCIALISMO CIENTÍFICO: MARX.

El socialismo científico es iniciado por Marx (quien es auxiliado por Engels), que explica
la evolución del capitalismo en base a las propias fuerzas internas del sistema. Abre camino
a una serie de economistas socialistas posteriores (en especial la escuela austramarxista),
que seguirán las ideas marxistas y desarrollarán una teoría económica sobre el
imperialismo, pero esto ya es a principios del siglo XX, con Hobson, Hilferding, Lenin,
Bujarin, Luxemburgo.
Marx distingue dos categorías de valor-trabajo:

-Valor de uso: definido por su utilidad.

-Valor de cambio: definido por el tiempo necesario socialmente para producirlo.

Hay una sola mercancía cuyo valor de uso es superior al de cambio: el trabajo. Esto es
porque el empresario se queda con la diferencia entre el valor de uso y de cambio:
la plusvalía.

Marx da un lugar central en su pensamiento al concepto de plusvalía, en un doble sentido:


por un lado, significa el trabajo hecho por los proletarios y apropiado por los capitalistas, y,
por el otro, el excedente total del sistema. Es, pues, la categoría fundamental del modo de
producción capitalista, al ser el origen de la acumulación de capital.

Respecto a la teoría de la plusvalía como valor trabajo (primer sentido), Marx intentaba
salvar el problema de la existencia de sectores con capitales fijos distintos, lo cual hace que
no haya correspondencia entre las cantidades de trabajo y los precios.

De la plusvalía (segundo sentido) depende la acumulación de capital, y de esta la demanda


de fuerza de trabajo y la aplicación de técnicas que ahorran trabajo para mantener la tasa de
plusvalía.

Explica los procesos de crecimiento y de crisis por las contradicciones entre la creciente
capacidad productiva y el más reducido crecimiento del consumo proletario o entre los que
poseen bienes de producción y los que no los poseen.

2.3. LA TEORÍA ECONÓMICA DESDE 1870.

La crítica de la teoría clásica será emprendida por los pensadores socialistas (que hemos
visto) y por dos escuelas, la marginalista-neoclásica y la histórica alemana (con su rama de
la institucional norteamericana). La principal aportación de estas críticas a la teoría del
trabajo-valor, es que es el producto lo que confiere valor a los factores de su fabricación.
El bien-valor es el que valoriza al trabajo, y no al revés.

A partir de entonces, los economistas prestan especial atención al análisis


del funcionamiento del mercado en la formación de los precios, pues es el mercado quien
asigna el valor económico a los productos.

LA ESCUELA MARGINALISTA-NEOCLÁSICA.
La escuela marginalista-neoclásica (a partir de 1870), cuyos principales autores son
Marshall y Walras.

Considera un modelo de estado de equilibrio perfecto, donde los precios del trabajo y del
capital son establecidos por la cantidad de nuevo producto que aportan las últimas unidades
aplicadas de trabajo y capital. Así, la productividad marginal del trabajo será el salario, y la
del capital será el beneficio. Este equilibrio automático ocupará totalmente los recursos
existentes y supondrá que se puede establecer una curva de producción para la cual son
posibles cualesquiera combinaciones de trabajo y capital.

Los marginalistas aceptan la mayoría de los principios de la escuela clásica (sobre todo en
la versión de Mill), pero entienden que la competencia no es perfecta, aunque como
hipótesis sea válida para establecer modelos. La política económica debe intervenir para
corregir los errores del mercado. Esta será la doctrina económica predominante,
“académica”, entre finales del siglo XIX y los años 1930, apoyada en avances estadísticos y
metodológicos, hasta que la crisis de 1929 ponga en duda sus principios y Keynes
demuestre en su General Theory que puede haber una situación de equilibrio estable con
inutilización de recursos (p.e. de trabajo).

El marginalismo.

Las cuatro escuelas del marginalismo son: inglesa (Edgeworth, Sidgwick, Wicksteed)
con la Escuela de Cambridge neoclásica (Marshall), austríaca (Wieser, Böhm-Bawerk), de
Lausanne (Walras, Pareto, Pantaleoni).

Gossen, Cournot y Dupuit, que sentaron las bases para el desarrollo posterior del
pensamiento marginalista, fueron los primeros en considerar la utilidad como la fuente del
valor y en formular el concepto de utilidad marginal de los bienes.

Walras (1834-1910) se centra en la teoría de la determinación de los precios en un régimen


hipotético de libre y perfecta competencia. Expresa su modelo en fórmulas matemáticas.

El marginalismo llevó a cabo su análisis desde un punto de vista subjetivo e individual y


sustituyó la teoría del valor-trabajo por la del valor-utilidad, negó la formación de un
excedente al término del proceso productivo y centró su interés en el modo como el sistema
se sitúa en un equilibrio, gracias al cual todos los participantes en el mercado alcanzan su
máxima satisfacción y quedan absorbidas todas las mercancías. La utilidad es la
justificación formal del laissez-faire, ya que cada individuo debía ser libre para gastar sus
ingresos y obtener de este modo el mayor beneficio de acuerdo con su utilidad marginal. El
bienestar de la sociedad vendría dado por la consecución de los óptimos individuales.
La economía neoclásica: Marshall.

La gran escuela neoclásica es la Escuela de Cambridge, que puede considerarse una rama
del marginalismo. Su máximo representante es Alfred Marshall (1842-1924), que intentó
compaginar la economía clásica con el marginalismo. Utilizó el modelo del equilibrio
parcial, que consideraba más cercano a la realidad y más operativo. Coincide con el
marginalismo y otras escuelas posteriores a 1870 en el desarrollo de unos instrumentos
conceptuales y matemáticos surgidos con el estudio del equilibrio económico.

La economía debe descubrir la verdad sobre las relaciones económicas concretas.


Considera que son esenciales para la prosperidad la libertad de empresa, y el libre juego de
la oferta y la demanda. Estudia la competencia, con dos extremos: la perfecta y los
monopolios. Sus teorías, de gran éxito, serán utilizadas para criticar a los monopolios y
explican las leyes anti-trust de EE UU y muchos países desde principios del siglo XX.

LA ESCUELA HISTÓRICA ALEMANA.

La escuela histórica alemana.

La escuela histórica alemana (también a partir de 1870), se aleja mucho de la abstracción


anterior y cree en la relatividad histórica de las leyes económicas, por lo que niega a la
ciencia económica la posibilidad de formular leyes económicas.

Institucionalismo norteamericano.

La escuela anterior influyó en una rama de la escuela histórica, el institucionalismo (Veblen


en EE UU), que reacciona frente al neoclasicismo marginalista y el inicio del estudio de la
evolución y cambio de la técnica y las instituciones en la nueva fase del desarrollo
capitalista.

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