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Cada ser humano nace dentro de una cultura y en unas coordenadas dadas que no
puede elegir. La cultura opera como el complejo de significaciones, lenguajes y
sentidos compartidos, que forman las habilidades y sentimientos de cada
individuo en las competencias sociales básicas. Una de esas competencias
consiste en la capacidad de captar la distinción entre el mundo y la propia
vivencia, que se desarrolla hasta llegar a percibir una diferencia constitutiva: la de
existir como una subjetividad entretejida con otras subjetividades y ubicada en un
universo "real". Se llega así a habitar en un mundo estructurado en tres registros
diversos: la primera, segunda y tercera personas de las que habla la teoría de la
acción comunicativa de Habermas (nota 35).
La existencia frívola, es una opción por un estilo de vida que se considera ideal
sin mayores cuestionamientos. En ella se imita lo que se presenta sin más como
"rol deseable". Aquello que se desea se persigue por el placer estético que
proporciona, pues estamos ante una humanidad que se presenta como espectáculo
de sí misma en todos los posibles foros. Jean-Francois Lyotard interpreta está
situación como la generalización de la estética, la realización del nihilismo de
Occidente:
"La estética es el modo de una civilización abandonada por sus ideales. Cultiva el
placer de representarlos (...) La estética se tiene por actual (presente, en acto),
porque Occidente actualiza su nihilismo contemplando los ideales arruinados que
deja tras de sí (...)Tenemos muchas palabras para glosar la estetización inherente a
la cultura: puesta en escena, espectacularización, mediatización, simulación,
hegemonía de los artefactos, mímesis generalizada, hedonismo, narcisismo,
autorreferencialismo, autoafectación, autoconstrucción, y otras, todos ellas
expresan la pérdida de objeto y la preeminencia de lo imaginario sobre la realidad
(...) La cultura consiste en disimular lo que hay de destino, dolor y finitud, en la
existencia de los cuerpos, individuales y colectivos. Es una estética sin cuerpo,
hecha ficción (...) ¿Qué queda con valor cuando la presentación de todo objeto
está herido por la irrealidad del tránsito? Queda la manera de presentación. Cae la
diferencia entre naturaleza y arte; a falta de naturaleza, todo es arte o artificio. (...)
La cultura manipula el deseo de desarrollo (comprendido el de cultura) antes que
el de justicia, igualdad o destino. Y los media ofrecen, a la política cultural del
liberalismo capitalista triunfante, posibilidades inmensas de estetización. (...) Los
objetos, o los contenidos, se vuelven indiferentes. La única pregunta es si son
"interesantes". ¿Cómo lo indiferente puede ser interesante? Cuando el objeto
pierde su valor de objeto, lo que conserva valor es la "manera" en que se presenta.
El "estilo" se convierte en el valor. (...) La estética es la respuesta que da la
megapoli a la angustia nacida de la ausencia de objeto. (...) ...Los modernismos
han sido humanismos, religiones del Hombre. Éste fue por un tiempo el único
objeto fuera del alcance del nihilismo. Pero pronto se vio claro que este objeto, a
su vez, debía ser destruido"(nota 36).
Esta existencia estética, la opción por la permanencia en la frivolidad, ese es el
régimen dominante en la cotidianidad de un mundo que Lyotard describe como la
megapoli: una cultura organizada para olvidar y hacer olvidar las preguntas por
esa falta de objeto, de absoluto. En ella, las "violencias, guerras, insurrecciones,
motines, desastres ecológicos, hambrunas, genocidios, asesinatos, son difundidos
como espectáculos, con la siguiente mención: ¿Se dan cuenta? Eso no está bien,
exige nuevas regulaciones, hay que inventar nuevas formas de comunidad, ya
pasará. Las desesperaciones se toman así como desórdenes que hay que corregir,
nunca como signos de una ausencia irremediable" (nota 37)
La opción por la existencia estética nos permite entender que la vida dentro de un
horizonte de sentido no implica un desarrollo continuo, sino que se puede llegar al
estancamiento y a la decadencia; en ese caso, lo común es que se considere que el
sentido último lo encarnan falsos fines y valores aparentes. Por tanto, frente a la
ambigüedad del problema del sentido, se hace necesaria una dialéctica básica, es
decir, una apertura a la discusión y al debate sobre los hallazgos y elecciones
personales, con el fin de evitar quedar encerrados en situaciones alienantes. Parte
de lo que se puede entrar a discutir es la validez y legitimidad de los modelos,
roles y expectativas sociales, que han determinado en buena medida la "imagen"
que cada cual se hace de sí mismo, y orientan la propia elección de horizontes de
sentido. Frente a la simple imitación (mimesis) de los modelos sociales
imperantes, la pregunta por el sentido se transforma, entonces, en la inquisición
vital: ¿Quién soy yo? ¿Qué tipo de existencia deseo llevar? ¿Qué actitudes y
valores considero más relevantes y con cuáles me quiero comprometer?¿Cuáles
son mis responsabilidades concretas y qué nuevas responsabilidades voy a
asumir? Estas preguntas retoman, de otra manera, las cuestiones clásicas de la
reflexión ética: ¿Qué tipo de vida merece ser considerada una buena vida
humana? ¿Cómo logra el ser humano alcanzar su "buena función" en cuanto ser
humano? ¿En qué reside el bien humano? En la reflexión teológica clásica, esta
pregunta se formulaba desde el punto de vista de la propia vocación, como un
discernimiento que se hacía en consonancia con una acogida de los propios dones
y carismas.
Preguntar por una opción por Dios como horizonte moral supone varias
cuestiones: que existe un Dios con un modo de obrar concreto y perceptible; que
ese Dios no es la única alternativa que tenemos los seres humanos para enfrentar
la vida; que existe la posibilidad de obrar contra la acción de Dios, es decir, lo que
la tradición teológica ha llamado "el pecado": una opción fundamental contra la
acción misma de Dios (nota 41).
Así pues, hay que preguntar ¿Cómo conocer lo que Dios hace? ¿Cómo discernir el
querer de Dios, cuando puedo simplemente confundirlo con mis propios actos?
¿Con qué criterios y guías cuento? Las respuestas de la tradición dicen que Dios
habla en nuestra conciencia, con el riesgo inmenso de confundir a Dios con
nuestras propias ideas, con un Super yo, o con los procesos de imitación y
prohibición inherentes a las culturas. Otras respuestas, más sistemáticas, dicen
que Dios actúa permanentemente en nuestra vida, dándonos dones y gracias a
través de las otras personas, de nuestras propias capacidades, etc. La respuesta a
esta acción consiste en devolver gratuitamente a los otros lo que Dios nos ha dado
de modo también gratuito.
Las divinidades de las religiones naturales suelen ser garantes del sistema
instituido. Se puede decir que el núcleo de los diversos órdenes institucionales
yace oculto en un proceso social unánime contra las diferencias, que culmina en
sucesos persecutorios violentos, los cuales, a su vez, se interpretan,
mitológicamente, como las acciones necesarias para la consecución de la paz
social. Por lo general, estos núcleos coinciden con lo sagrado, es decir, las
divinidades son las fuerzas no conscientes que nos producen temor -pues pueden
causarnos daño- y, que, al mismo tiempo, nos salvan del peligro de la misma
violencia. Esto, lo sagrado natural, es el núcleo encubierto de las culturas: una
fuerza imitativa profunda que mantiene atada nuestra tendencia a la violencia,
bajo la amenaza de la imposición de nuevas formas de violencia. Los ropajes de
lo sagrado natural son inmensos, como múltiple y diversa es su fuerza imitativa:
desde las religiones primitivas, hasta los más sofisticados sistemas jurídicos,
pasando por le fe en la supervivencia del más fuerte, la creencia en la necesidad
de empobrecer a grupos de población para que algunos se enriquezcan, o la
simple estetización de la cultura, definida por el propio Lyotard como mimética,
imitativa. En todos los casos, la divinidad natural, como sea la manera como nos
la representemos, se manifiesta en la conservación de ese mismo orden violento,
gracias a la narración de sus propios mitos o falsas verdades, a la repetición
inconsciente de sus ritos y a la vigencia de su estructura normativa básica.
Siempre se dan ritos de exclusión violenta del otro, de satanización de su
diferencia, de creación de un "bienestar" para unos a costa de la muerte de otros.
Estos son los mecanismos necesarios para sostener el favor de las divinidades
naturales, que son, por tanto, fuerzas manejables, auténticos ídolos que operan por
la manipulación mitológica.
La atención al detalle de los relatos bíblicos nos permite decir que esta revelación
del Dios verdadero implica un cambio en el actor principal del relato, que está
llamado a salir de su propia perspectiva y a hacerse responsable de los otros. Lo
que este Dios pide es la responsabilidad con la vida de los otros, como camino
para una construcción de una subjetividad definida por el amor y la
solidaridad, ya que Dios no pide sacrificios humanos sino misericordia. Este es el
sentido del texto evangélico que pide "sed compasivos, como vuestro Padre es
compasivo" (Lc. 6, 36) . La posibilidad de unirnos a la vida divina no es más que
la llamada a construir la propia vida en la misericordia con el sufrimiento de los
demás, en la solidaridad con las víctimas de las instituciones violentas, en la
creación de alternativas de convivencia más humanas. Esta es la forma en que la
Biblia cuenta la transformación de Moisés, de administrador del orden social
egipcio, al liberador de los esclavos hebreos; habla del paso de David, del
mercenario que luchaba con los filisteos, al rey que instaura un orden sin
divisiones sociales en Israel; de Jesús, del trabajador de Nazaret, el hijo de María,
a la persona que cuestionó el orden violento de la Judea del siglo I, y que abrió las
puertas a un estilo inédito de vida, todo por obedecer a la voluntad del Padre, que
consiste en la vida de los seres humanos; así también, se nos cuenta la
transformación de Saulo, del perseguidor de cristianos, en Pablo, el apóstol de los
gentiles, o de Pedro, quien negó a Jesús, en Pedro, la piedra sobre la que está
edificada la comunidad cristiana.
Una vez que uno está decidido a cuestionarse por el sentido de las creencias que
marcan el horizonte último de la propia vida, y encuentra que existe una tradición
con la que ha mantenido una relación ambigua, de formación y de inserción no
elegida, de creación de un sustrato moral y de legitimación de actitudes
mitológicas, existe la posibilidad de preguntar por lo que esa tradición ha
querido transmitir. Esta actitud nos puede permitir iniciar un diálogo con
nuestra tradición religiosa, para buscar en ella sus elementos más auténticos,
que seguramente enriquecerán nuestra búsqueda personal con todo un sentido
"redentor" encarnado en la historia humana.
El mal es la ruptura con la escala humana de valores, que, como hemos visto,
suele ocurrir por la creación de valores sociales sustentados en una distorsión
fundamental: no es la vida humana lo básico, sino que ella se hace un medio
para sostener un orden social. Sin la acción de la gracia no es posible que la
persona trascienda los límites en que se encuentra, ni que logre poner en acción
sus mejores potencialidades de humanización, ni que, por tanto, sea fiel a la escala
humana de valores. La gracia implica el perdón, pues abre al ser humano la
posibilidad de reorientar su opción hacia la voluntad de Dios; además, "el
cristiano, descubriendo entonces en la gracia de Dios la fuente de todos sus
gestos, halla ante los demás hombres la actitud de perdón" (nota 47). La
oportunidad del perdón es una Buena Noticia, pues muestra que el mal puede ser
vencido, el pecado eliminado y las estructuras violentas cambiarse por otras que
estén a favor de la vida ( 2 Cor. 5, 17; Ef. 4, 17-32)
Estamos pues ante una urgencia ética. Hans Küng entiende la ética como la
reflexión "filosófica o teológica sobre los valores y las normas que han de regir
nuestros proyectos y acciones" (nota 52). Tratándose de la ética filosófica o de la
ética teológica -que acá vamos a llamar "teología moral"-, se trata de un momento
reflexivo y comprensivo sobre los hábitos y costumbres (los mores) de una
comunidad, que comparte un lenguaje, unas precomprensiones básicas, unos
valores y unas normas comunes. Por su parte, la teología moral piensa la vida que
se lleva por costumbre en una comunidad de fe, preguntando si ese modo de vida
es el más apropiado para el horizonte abierto por la comprensión de la narración
de la Revelación peculiar de esa tradición religiosa, con el fin de esclarecer y
motivar las deliberaciones concretas que hacen los creyentes frente a sus propias
decisiones. Al entroncarse con los debates éticos que son relevantes en cada grupo
humano, la teología moral participa en ellos dentro de la búsqueda pluralista,
ecuménica e interdisciplinar por esclarecer los conceptos de "racionalidad" moral,
principios y valores mínimos de convivencia, justicia y bien humano.
La propuesta que ha hecho Küng de una "ética global" busca un consenso básico
entre los creyentes de las diversas religiones y los no creyentes, sobre los mínimos
comunes a la humanidad respecto de los valores vinculantes, las pautas
inalterables y las actitudes fundamentales. La crisis actual pide a la ética unas
respuestas que nos permitan movernos hacia la construcción de un horizonte de
acción común, que nos permita generar nuevas opciones. Hay que buscar pues,
una respuesta constructiva, mostrando el sentido mismo de una reflexión ética
capaz de comprometerse en la generación de soluciones.
También existen preguntas que se hacen los grupos humanos. El único criterio
para decidir si es posible excluir o liquidar a los pueblos o personas diferentes es
de orden estratégico: si se tienen los medios necesarios. Son preguntas éticas que
se han gestado en comunidades que ha vivido bajo el modelo de la posguerra
mundial, que desconocía las profundas diferencias existentes entre los pueblos,
cuestiones que no suponen convicciones morales, sino cálculos estratégicos de
correlaciones de fuerza hipotéticas o reales.
Por otro lado, los individuos también se preguntan ¿Por qué hacer el bien? ¿Por
qué es importante hacer el bien, y no, simplemente, limitarnos a no hacer el mal o
a dejar al otro sometido a su destino, bajo su propia responsabilidad? ¿Por qué
razón se debe compartir con los necesitados lo que se ha adquirido de manera
legal? ¿Por qué se tiene que obrar bien, es decir, con responsabilidad, amabilidad,
tolerancia y altruismo, y no obrar brutalmente o con violencia? ¿Por qué se debe
obrar con rectitud en el trabajo, buscando el bien colectivo y no sólo el
individual? ¿Por qué se debe considerar al otro como fin (sujeto de derechos), y
no sólo como un objeto o producto comercial? (nota 54).
Las colectividades, los grupos humanos también se preguntan: ¿Por qué se pide el
respeto, la tolerancia, la paz a los pueblos, a las religiones y a sus líderes? ¿Por
qué es un deber, o al menos, una alternativa moral, ayudar a las personas,
comunidades y pueblos que viven bajo el rigor de la pobreza absoluta, cuando no
somos nosotros mismos? ¿No hay unos límites concretos para la responsabilidad
que nos impone la caridad en cuanto exigencia de justicia?
Küng se limita a una visión demasiado liberal del estado: que garantice lo
mínimo, cuando eso mínimo es la "libertad". En nuestra perspectiva, lo mínimo y
lo irrenunciable es garantizar la vida digna de las personas, y todo los demás
derechos desde éste, pero no al revés. Küng cae en el olvido de lo económico y
opera como si "el pan de cada día" no fuera todo un acontecimiento en el orden de
construcción del Reino de Dios en la tierra. Por otra parte, ya hemos señalado que
en la actualidad el problema no reside en el estado, que se quiere hacer
desaparecer, sino en la pretensión del sistema de mercado de ser la "sociedad
perfecta", colocada más allá de toda regulación y de toda crítica. Los vínculos
innegables entre el estado democrático y el capitalismo, nos hacen pensar en la
falsa neutralidad de esa democracia, en particular, cuando analizamos las
cuestiones desde el Tercer Mundo, cuyo "desarrollo" industrial se impide con la
imposición de un modelo de exportación de materias primas, precisamente
cuando la acumulación de dinero y poder se hace a partir de la tecnología y el
"conocimiento" (know how). Esta producción "inmaterial", obliga a emplear cada
vez menos personas, de modo que la población del tercer mundo se puede
considerar superflua o sobrante (nota 57). Por eso dice Hinkelammert: "Se sigue
necesitando del Tercer Mundo, de sus mares, su aire, su naturaleza, aunque sea
apenas como basurero para sus basuras venenosas, y se sigue necesitando de sus
materias primas (...) Lo que ya no se necesita, es la mayor parte de la población
del Tercer Mundo" (nota 58).
Esa población sobrante es vista por los poderosos como un peligro, como una
sobrepoblación que ya no es útil como mano de obra, ni como consumidora, sino
que ha quedado por completo desvinculada del capitalismo. A esto se agrega lo
que ya señalamos: se impide cualquier alternativa de "desarrollo" que sea
diferente a la integración con el mercado de los países industrializados. El
mecanismo para lograr este objetivo es la imposición de políticas económicas de
ajuste estructural a partir del manejo de la deuda externa, con el fin de impedir la
industrialización o el avance tecnológico de los países pobres.
Küng habla del dilema de los Estados, que consiste en que éstos están orientados
hacia algo que ellos mismos no pueden "prescribir legalmente", qué es la justicia.
Se requiere, por tanto, un consenso fundamental sobre la justicia de las
instituciones. Respecto a este tema H. Küng cita a Rawls (nota 60), quien
defiende una teoría de la justicia construida sobre el modelo clásico del contrato
social, como la base más sólida para construir la justicia en la sociedad
democrática. Rawls concibe la justicia como la ausencia de desigualdades
arbitrarias, de modo que se pregunta ¿Qué desigualdades son justificables desde el
punto de vista moral? Los dos fundamentos para su respuesta son:
1) Toda persona tiene el mismo derecho a la libertad básica más amplia que sea
compatible con la libertad similar de los demás. Este principio de máxima
igualdad en la libertad personal, incluye la libertad de expresión y asociación, el
derecho al voto y a ser elegido a cargos públicos, a la libertad de conciencia y de
pensamiento, al derecho a la propiedad privada y a no padecer detención ni
embargo arbitrario.
2) Las desigualdades sociales y económicas han de concebirse de modo que: (a)
se prevea razonablemente que han de revertir en beneficio de los miembros menos
aventajados de la sociedad (principio de diferencia); (b) correspondan a
posiciones y cargos abiertos a todos (principio de igualdad de oportunidades).
Rawls construye sus principios a partir de una ficticia posición original en la que
cada uno de los participantes ignora las desigualdades de las que se parte en
realidad, de modo que el acuerdo sobre la "justicia" es una especie de consenso
que irá alcanzando la sociedad liberal lentamente, y que estará siempre propenso a
progresar o decaer con ella. Rawls considera que su aporte es un "equilibrio
reflexivo", que permite orientar el juicio moral del agente en su contexto ordinario
de acción, gracias a principios que examinan progresivamente la validez de sus
argumentos para ajustarlos a los requerimientos de la utopía.
Procedimientos de este estilo, utopías que alcanzan lentamente aquello que ellas
proponen, corresponden a lo que Hinkelammert, siguiendo la crítica hegeliana,
llama la "irracionalidad de lo racionalizado": se construye una situación ideal,
abstraída de todas las contingencias y situaciones reales del mundo, que es
valorada como "buena" o "justa". Se propone acercarse a ella de modo asintótico,
exactamente tal como se imagina que ocurre el "progreso" infinito que se acerca
en un tiempo infinito a su meta, sin alcanzarla nunca (nota 61). La utopía no es
más que una generalización de la sociedad liberal de la que dice Rawls: "El
liberalismo político es la concepción según la cual, con las condiciones
razonablemente favorables que hacen posible la democracia constitucional, las
instituciones políticas satisfacen los principios de una concepción liberal de la
justicia y realizan valores e ideales políticos que normalmente prevalecen" (nota
62).
Por nuestra parte, debemos preguntarnos si esta utopía de la sociedad liberal, cuya
contrapartida es la exclusión y la negación de la vida en nuestras sociedades, es
aquello a lo que aspiramos políticamente. Tal vez podamos buscar otros modos de
convivencia, desde criterios como el reconocimiento solidario y efectivo de la
vida con los otros, que nos permitan juzgar las pretensiones de perfección del
capitalismo, de la sociedad liberal y de su democracia. En el fondo, las libertades
de la sociedad liberal corresponden a los requerimientos del mercado, que se ha
impuesto como la sociedad perfecta.
Tenemos que movernos a buscar otros criterios y otras prioridades, sabiendo que
nada humano es perfecto ni definitivo, y que no existe ningún mecanismo,
organización o institución que totalice la sociedad sin destruirla. El punto de
partida para hacer esto, sería el reconocimiento de la relación entre las fuerzas
productivas y los recursos naturales:"El reconocimiento de que en la actualidad
los seres humanos que trabajan orientados exclusivamente por el mercado,
abandonados a sus fuerzas auto-reguladoras, destruyen las fuentes de la riqueza
que están produciendo. Abandonados a esas fuerzas, ponen en peligro la vida del
planeta" (nota 63).
El sujeto humano natural tiene necesidades que debe resolver; en cambio, los
fines posibles no son necesidades que se deban solucionar. La necesidad es la
urgencia humana de vivir en un circuito natural de la vida. Fuera de este circuito
no hay vida posible, y el propio sujeto humano se hunde. El sujeto especifica sus
necesidades en fines que deben hacer posible su vida como ser natural. Lo que se
critica a la racionalidad instrumental es que el análisis medio fin no garantiza la
vida; por esto, es necesario canalizar la racionalidad medio fin de forma que
permita el circuito natural de la vida. "De esta manera, la racionalidad
reproductiva aparece como criterio fundante de la racionalidad medio fin" (nota
69). Hinkelammert precisa que "el sujeto de la racionalidad reproductiva no es, en
sentido preciso, un sujeto con necesidades, sino un sujeto necesitado" (nota 70).
Las personas que viven en las sociedades modernas exigen un nivel de "vínculos
individuales libremente elegidos" (nota 74), a algo que suponga ayuda,
protección y valor, y que les permita identificar el sentido de sus acciones dentro
de la comprensión de sus relaciones con sus comunidades y sus instituciones. En
ese sentido, es urgente promover que cada uno pueda reconocer sus lazos
éticos con orientaciones, valores, normas, actitudes y contenidos vitales, que lo
han constituido como miembros de su propia cultura y de la tradición moral a la
que pertenece. Pero esta apropiación del sentido debe poder efectuarse de manera
crítica, de modo que las personas logren un nivel suficientemente autónomo y
razonable al asumir convicciones éticas. Dada la situación de globalización en que
nos encontramos, no parecen legítimas las convicciones que desconocen los nexos
vitales, "naturales", que nos permiten descubrir al otro como "otro como yo", y no
sólo en el ámbito usual de competencias personales y profesionales, sino, sobre
todo, en el ámbito de los múltiples y complejos nexos entre cada persona y el
conjunto de las personas de la humanidad, que desbordan los límites de lo
semejante, de la propia nación, cultura y religión.
Más allá de los vínculos propios de cada "identidad" cultural, y en el fondo del
reconocimiento de los nexos con los otros, existe "un inextinguible deseo de
aferrarse a algo, de confiar en algo (...) el deseo de poseer algo semejante a una
orientación fundamental ética" (nota 75). Más allá de las soluciones psicológicas
o jurídicas, un comportamiento auténticamente humanizante supone una
vinculación a un sentido. Este sentido tiene que poder iluminar las acciones
humanas, que hoy son del orden de una responsabilidad planetaria de cara al
futuro (nota 76).
Una ética del éxito o de la eficiencia tiene por único criterio el logro de los
objetivos socialmente y tecnológicamente promovidos (dinero, poder, etc.). Se
relaciona con la consideración estratégica de las acciones: es bueno todo medio
que proporcione beneficios, poder o placer. Las éticas de este cuño terminan en la
simple promoción de la arbitrariedad o en la justificación del dominio por medio
de la exclusión de lo ineficiente (valga decir, de aquellos que son ineficientes
dentro de la lógica del dominador). Por esto mismo no representan alternativas de
futuro.
Este mutuo respeto entre personas con posturas morales diversas obliga a no
poder imponer a nadie las propias convicciones, ni las formas de vida que se
consideran más apropiadas para la humanidad. Sin embargo, en medio de las
sociedades actuales parece claro que no todas las posturas son igualmente
legítimas, pues el límite del respeto señala que hay posturas radicales que caen
por fuera de un acuerdo de convivencia. Las posturas morales merecen respeto en
tanto implican valores de algún modo apreciables por los otros; posiciones
puramente arbitrarias, que no valen sino para alguien en particular, reciben poco
asentimiento por parte de los implicados en conflictos entre posturas morales
(nota 86). Por ejemplo, parece claro que no es tolerable el racismo, ni el fanatismo
religioso que se hace intolerante con las otras posturas, ni el recurso por principio
a la violencia para resolver los conflictos.
Necesidad de colaboración
En el marco del mutuo respeto se hace necesaria la colaboración entre creyentes
y no creyentes, en favor de una ética planetaria:
1. El vacío de sentido nos amenaza a todos por igual y lo debemos afrontar en
común.
2. La vida dentro de instituciones justas exige un consenso básico que garantice
una convivencia humana digna.
3. La supervivencia humana sólo es posible con una "actitud ética":
- Voluntad de resolver pacíficamente los conflictos.
- Voluntad de respeto a cierto orden económico y jurídico justo.
- Voluntad de sustentar las instituciones en acuerdos, al menos implícitos.
La religión no siempre es, ni tiene que ser necesariamente, lo que han criticado
Marx (un consuelo interesado), o Freud (una ilusión infantil). También puede ser
la base de la identidad, de la madurez y de la salud mental de los seres humanos.
Incluso puede convertirse en motor de cambios sociales. Todo esto ocurre hoy
día. Sin embargo, cabe una contra pregunta: ¿No hay dificultades en las religiones
para fundar una teología moral?
Métodos Científicos
Si la ética no parte hoy de los sistemas tradicionales recibidos de manera pasiva,
sino que intenta partir de la realidad concreta de la vida, las religiones deben
recurrir a los métodos científicos y a los resultados de las ciencias, para conocer
la estructura y las posibilidades de esa realidad, y así aportar, de manera sensata
en la construcción del talante ético mundial.
Es muy importante el contacto de la Teología moral con las ciencias humanas, por
los conocimientos que aportan sobre la vida humana, lo mismo que por los
medios que ofrecen, aunque ellos no basten ni reemplacen los fundamentos y
normas últimas del actuar humano, que es el campo donde las religiones pueden
hacer sus aportes más significativos (nota 94).
Unas reglas de prioridad y seguridad
Las situaciones actuales son tan complejas, que las decisiones y propuestas se ven
constantemente confrontadas. Por eso se requieren unas orientaciones para el
discernimiento concreto. Dietmar Mieth ha elaborado unas reglas de prioridad y
seguridad para la bioética, que H. Küng amplia y asume de la siguiente forma:
1. Regla de solución de los problemas: Las soluciones deben asumir el ámbito
problemático y no aumentarlo.
2. Regla de aportación de pruebas: Quien ofrezca nuevas soluciones, debe
probar que su realización no ocasionará más daños sociales o ambientales.
3. Regla del bien común: El bien común prevalece sobre el del individuo,
siempre que se garantice la dignidad de la persona y la realización de los
derechos humanos.
4.Regla de lo urgente: El valor más urgente prevalece sobre el valor superior:
Porque los valores vitales (nota 95) son la condición de posibilidad de otros más
elaborados.
5. Regla de la ecología: La preservación y re-creación del medio ambiente tienen
prioridad sobre toda otra consideración del desarrollo propuesta en términos no
sostenibles.
6. Regla de reversibilidad: sólo se deben asumir procedimientos irreversibles
cuando se trate de algo imprescindible.
Este viaje al mundo de las reglas puede promover actitudes muy concretas. Pero,
al mismo tiempo, plantea el problema de la motivación moral, la obligatoriedad,
la validez y el sentido último de las normas. Aquí hay que valorar el aporte
concreto de las religiones.
¿Por qué, entonces, proponer una ética que exija la supervivencia? ¿Cómo
justificarla? ¿Cómo escapar al dilema ético que exige lo condicionado para la
realización humana, pero que no logra fundamentarlo?
Este Absoluto sólo puede ser la realidad última, que no es demostrable por la
razón, pero que puede ser aceptada con una confianza razonable. Coincide con
lo que llamamos Dios, el Otro, no accequible por un argumento racional ni como
un fundamental claro para la razón, sino en medio del abismo profundo de la
experiencia religiosa (nota 100). Este Absoluto abre "al hombre la posibilidad de
un verdadero ser y actuar por sí mismo, le posibilita la autonormatividad y la
responsabilidad personal" (nota 101). Dios actúa como fundamento, principio y
garantía de la autonomía humana, porque opera como el acontecimiento de la
instancia Absoluta de crítica de toda absolutización (nota 102). Por otra parte, el
vínculo existencial con lo infinito proporciona al ser humano libertad frente a lo
finito, porque lo relativiza y lo coloca como medio para la realización de lo
humano.
Todo esto nos permite concluir que las religiones presentan sus exigencias
morales con una autoridad peculiar, diferente a la de cualquier otra instancia
humana (nota 103), aunque sólo la experiencia religiosa valida de modo
vinculante esas exigencias morales.
Los miembros deben profundizar en lo que los une para proponer una "ética
mundial". ¿Qué pueden ofrecer las religiones para la configuración de una actitud
moral, que las distinga de otras opciones y elaboraciones humanas? (nota 104).
Máximas de la humanidad
En todas las religiones encontramos vivas ciertas tradiciones morales que nos
pueden enseñar ciertas las máximas elementales de la humanidad. Toda
religión presenta unas normas éticas y máximas de comportamiento básicas,
poseedoras de un valor incondicionado según muchas personas. Todas las
religiones coinciden en cinco grandes preceptos, que son algunos de los
imperativos éticos fundamentales (nota 105): (1).No matar. (2).No mentir. (3).No
robar. (4).No cometer actos deshonestos. (5).Honrar a los padres y amar a los
hijos. Aunque son aparentemente triviales, es evidente que todavía no han
penetrado en la conciencia general de la humanidad.
La regla de oro
Las religiones nos ofrecen un imperativo categórico definitivo e incondicional,
susceptible de ser llevado a la práctica aún en situaciones sumamente complejas.
Se trata de la regla de oro, que dice: Negativamente: No hagas al otro lo que no
quisieras que te hicieran a tí. Positivamente: Haz al otro lo que quisieras que te
hicieran a ti (nota 106).
Motivaciones éticas
Las religiones pueden ofrecer motivaciones moralmente convincentes, adaptadas
a los nuevos tiempos. No ofrecen principios eternos o ideas abstractas, sino "una
plasmación viva de nuevas actitudes y estilos de vida" (nota 112). Se trata de
modelos concretos de vida, encarnados, vividos por las grandes figuras de las
religiones. Y es muy distinto orientar sobre normas de acción de modo abstracto,
que hacerlo remitiéndose a la vida de personas concretas: esto último es
efectivamente vinculante.
Pero estos principios pueden ser compartidos por todo ser humano con
convicciones éticas. Más allá de estos principios, las personas religiosas nos
sentimos obligados a promover el bien de la humanidad y cuidar la vida en el
planeta Tierra. Esto, por la convicción básica de la unidad fundamental de la
familia humana, base ética de la declaración de los Derechos Humanos. En el
ámbito ético creemos en:
- El respeto total a la persona humana.
- El carácter inalienable de la libertad.
- La igualdad básica de todos los seres humanos, que implica una necesaria
solidaridad (nota 114).
La declaración de Chicago.
A partir de lo que tienen en común las diversas religiones, en especial, por su
acuerdo en torno a la Regla de oro, se ha llegado a cuatro compromisos básicos:
1. - Compromiso por una cultura de la no-violencia y del respeto a la vida, que
implica:
- Promover el respeto a la vida de las personas y de la necesaria protección a la
vida del planeta.
- Optar por las soluciones jurídicas y no violentas de los conflictos, al tiempo que
animar el desarme.
- Educar para una cultura de no-violencia.
2. - Compromiso por una cultura solidaria y un orden económico justo, que
implica:
- La necesidad de generar estructuras económicas, sociales y políticas que
permitan garantizar la vida digna de todas las personas, sin exclusiones ni
opresión.
- La promoción de la justicia como una condición para la supervivencia, y, por
tanto, la revisión y cambio de los actuales esquemas de manejo de los bienes.
3. - Compromiso por una cultura de la tolerancia y una vida vivida con veracidad,
que conlleva:
- La promoción de la actitud de veracidad y, por tanto, de juicio equitativo entre la
diversidad de posturas posibles.
4. - Compromiso por una cultura de la igualdad de derechos y por la hermandad
entre hombre y mujer, que implica:
- La promoción del mutuo respeto, reconocimiento y amor en las diferencias
específicas, buscando una convivencia verdaderamente fraterna.
- La promoción de una actitud responsable frente a la propia sexualidad, que
promueva la vida en común bajo de fidelidad y la ayuda mutua.
- La convicción del papel de la familia como lugar decisivo del cambio mundial,
en tanto permita crear unas nuevas relaciones interpersonales de mutuo amor y
respeto (nota 115).
Por tal motivo, los cristianos hemos asumido la perspectiva del pobre como el
horizonte que configura los contenidos y opciones morales. El motivo teológico
de esta perspectiva es la misma Revelación que manifiesta el amor preferente de
Dios Padre por los pobres y los pequeños del mundo y, en particular, la postura de
Jesús en favor de los excluídos de la sociedad, como lugar desde el cual anuncia
la soberanía de Dios a todos los hombres. La acción de los cristianos se ve hoy
interpelada por todas las personas que sufren por su empobrecimiento y por la
violación sistemática de sus derechos. En ellos la Iglesia ha reconocido "los
rasgos sufrientes de Cristo, el Señor" (Puebla 31).
Notas:
Nota 35 (volver): HABERMAS, JÜRGEN, Conciencia moral y acción comunicativa, Ediciones
Península, Barcelona, 1985, pp. 135-165.
Nota 36 (volver): LYOTARD, JEAN-FRANCOIS, Moralidades posmodernas, Técnos, Madrid,
1996, pp. 161-162; 23-274.
Nota 37 (volver): LYOTARD, JEAN-FRANCOIS, Ibid., p. 29.
Nota 38 (volver): HERRÁEZ, FIDEL, Opción fundamental, en VIDAL, MARCIANO editor,
Conceptos fundamentales de ética teológica, Editorial Trotta, Madrid, 1992, p. 350.
Nota 39 (volver): DEMMER, KLAUS, Opcionalismo, elección y opción fundamental, en Autores
varios, ¿La Teología Moral en fuera de juego?, Barcelona, Herder, 1995, pp.79-99.
Nota 40 (volver): FECHA ANDRÉS, JOSÉ RAMÓN, Teología moral Fundamental, Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid, 1994, pp.211-212.
Nota 41 (volver): Ver: Catecismo de la Iglesia Católica, N. 1849: "El pecado es una falta contra la
razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa del apego a ciertos bienes. Hiere a la voluntad del hombre y atenta contra la
solidaridad humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto, un deseo contrario a la ley
eterna (San Agustín, Faust. 22,27; Santo Tomás de Aquino, Summa Theológica, 1-2,71,6)".
Nota 42 (volver): Vamos a llamar a estas religiones, "religiones naturales", y a sus dioses,
"divinidades naturales".
Nota 43 (volver): GIRARD, RENÉ, Are the Gospel Mythical? First Things 62 (April 1996), p. 30.
Nota 44 (volver): GIRARD, RENÉ, Ibid., p. 31.
Nota 45 (volver): JUAN PABLO II, Veritatis Splendor, Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano,
N. 20.
Nota 46 (volver): DORAN, ROBERT M., La teología y las dialécticas de la historia, Editorial
JUS, Departamento de Ciencias Religiosas, Universidad Iberoamericana, México, 1993, pp. 88-
90.
Nota 47 (volver): LEÓN.DUFOUR, XAVIER, Gracia, en Vocabulario de teología bíblica,
Barcelona, Herder, 1990, p. 369.
Nota 48 (volver): NOVOA, CARLOS S.J., Aportes de la teología de la liberación a la conciencia
moral, en Theologica Xaveriana,N. 119, Julio-Septiembre de 1996, Pontificia Unversidad
Javeriana, Facultad de Teología, Santafé de Bogotá, pp. 236-237.
Nota 49(volver): NOVOA, CARLOS S.J., Op. cit., p. 239.
Nota 50 (volver): HINKELAMMERT, FRANZ, Cultura de la esperanza y sociedad sin exclusión,
Departamento Ecuménico de Investigación, San José de Costa Rica, 1995, p. 133.
Nota 51 (volver): Ibid., p. 133.
Nota 52 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética mundial, Editorial Trotta, Madrid, 1991,
p. 43.
Nota 53 (volver): Nigel Dower muestra dos enfoques básicos: hablar de comunidades morales
dentro de las que las personas aprenden a realizar deliberaciones prudentes, y mirar a los agente
morales que deliberan considerando la extensión real de la responsabilidad de sus decisiones. El
problema reside en la concepción del vínculo social: "tiene que ver con el hecho de que hay
interacciones y transacciones generalizadas entre las personas, interdependencias, instituciones
comunes, etc., más allá de unas condiciones estrictas de tradiciones comunes, una autoridad
común o un sentido generalizado de pertenecer a la misma sociedad. En ese sentido ya existe una
sociedad global (...) Por ello el mundo es ya en realidad, y no sólo potencialmente, una comunidad
moral", que exige una responsabilidad global, no sólo a los individuos, sino a las comunidades
organizadas de diverso orden, a los gobiernos, a las empresas multinacionales, etc. DOWER,
NIGEL, La pobreza en el mundo, en Compendio de ética, Blacwell-Alianza, Madrid, 1995, pp.
Nota 54 (volver): El "sujeto" es el núcleo de la "deconstrucción" de los teóricos post-modernos".
Ellos muestran que el sujeto no es evidente, pues la existencia humana no se puede reducir a lo
racional o a una conciencia, que se rija por parámetros de "claridad y distinción". La modernidad
pensó al ser humano como una interioridad con difíciles relaciones con el cuerpo: se trataba de
una conciencia que era una especie de "ojo" gigante, contra-puesto a unos objetos presentes, de los
que sólo se buscaban "visiones"(ideas o representaciones) perfectas. Sin embargo, más allá y más
acá de los objetos de los discursos teóricos, está el mundo, donde cada ser humano está vinculado
con otros humanos y con cosas por acciones-y-significados, llenos de oscuridades, ausencias,
evocaciones, proyectos. Por otro lado, los modos de existencia humana son constructos, pues
operan unos mecanismos productores de modos concretos de subjetividad según requerimientos
sociales dados: en principio no hay sujetos individuales, únicos e irrepetibles, sino masificaciones
o serializaciones de modos de existir. Por eso, se trata de descubrir críticamente esos modos de
producción de subjetividades, para abrir espacios a la expresión creativa de las verdaderas
diferencias subjetivas - las que escapan a las series y a las masas, las que no se rigen por las reglas
y las normalizaciones. Todo esto habitando en este mundo concreto: objetivo y maquínico, pero
también significativo, imaginario, deseante, lleno de relaciones que no son visibles a la simple
conciencia. La ética no va hacia una argumentación de principios, como este de "tratar al otro
como un fin", sino que es la puesta en marcha de modos nuevos de solidaridad, la invención de
nuevas relaciones. Contra unos acercamientos carentes de carne y de afecto, la ética promueve la
construcción de nuevas formas de encuentro con el otro, el reconocimiento de su rostro, la escucha
de su palabra. GUATTARI, FELIX, Las tres ecologías, Pretextos, Valencia, 1989.
Nota 55 (volver): LYOTARD, JEAN-FRANCOIS, Op. cit., p. 8.
Nota 56 (volver): KÜNG, HANS, Op. cit., pp. 45-46.
Nota 57 (volver): HINKELAMMERT, FRANZ, Op. cit., pp. 25-29.
Nota 58 (volver): Ibid., p. 29.
Nota 59 (volver): Ibid., p. 31.
Nota 60 (volver): KÜNG, HANS, Op. cit., p. 46, nota 4.
Nota 61 (volver): HINKELAMMERT, FRANZ, Op. cit., pp. 233-245.
Nota 62 (volver): RAWLS, JOHN, La idea de un consenso por superposición, en Derecho y
Moral. Ensayos analíticos. Betegón J., y De Páramo J.R., coordinadores, Editorial Ariel,
Barcelona, 1990, p. 84.
Nota 63 (volver): HINKELAMMERT, FRANZ, Op. cit., p. 107.
Nota 64 (volver): Ibid., p. 275.
Nota 65 (volver): Ibid.
Nota 66 (volver): Ibid., pp. 273-278.
Nota 67 (volver): Ibid., p. 282.
Nota 68 (volver): Ibid., p. 285.
Nota 69 (volver): Ibid., p. 286.
Nota 70 (volver): Ibid.
Nota 71 (volver): Ibid., pp. 284-285.
Nota 72 (volver): Ibid., pp. 300-307.
Nota 73 (volver): Ibid.,pp. 112-113.
Nota 74 (volver): KÜNG, HANS, Op. cit., p. 47.
Nota 75 (volver): Ibid.
Nota 76 (volver): Los modos de convivencia actuales obligan a sacar la ética del marco de las
decisiones puramente privadas. Para superar lo arbitrario o el nihilismo, es necesaria una
confianza básica, suponiendo que "una actitud básica de confianza radical en esta realidad (...)
como base de todo comportamiento y actuación ética del hombre en la misma realidad". Toda
aceptación de algún tipo de sentido y de orientación para la acción, implica una confianza radical
en la realidad, por más problemática y absurda que ésta parezca. Ver KÜNG, HANS, ¿Existe
Dios?, Ediciones Cristiandad, Madrid, 1979, p. 641.
Nota 77 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética Mundial, p. 48.
Nota 78 (volver): Ibid., p. 51. Opina MacIntyre que la modernidad liberal no puede simplemente
tolerar la moral y la teología y, consecuentemente, las destierra del ámbito académico,
relegándolas al campo de la simple opinión y adhesión individual. MACINTYRE, ALASDAIR,
Tres versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid, 1992, p. 278.
Nota 79 (volver): KÜNG, HANS, Op. cit., p. 51.
Nota 80 (volver): Ibid., p. 52. Las doctrinas sobre normas y valores son elementos que ayudan a la
reflexión moral. Todo ser humano porta consigo normas y valores, compartidos con otros bajo la
forma de opiniones legitimadas, así como de prácticas colectivas no-apropiadas. La ética es el
proceso de reflexión sobre la validez de estos "hechos" normativos y valorativos, que los
confronta con los criterios propuestos por las doctrinas, y busca promover convicciones y
actitudes "propias". La institucionalización de la éticabusca reemplazar los elementos
deshumanizantes de los actuales contextos normativos y, constituirse en un "nuevo" marco de
construcción de reglas de acción autónomas. No se trata de una propuesta definitiva, sino de una
respuesta actual a problemas relevantes para nuestros contextos de acción.
Nota 81 (volver): Ibid., p. 53.
Nota 82 (volver): CORTINA, ADELA, Ética civil y religión, Editorial PPC, Madrid, 1995, pp. 30-
31.
Nota 83 (volver): Ibid., pp. 43-44.
Nota 84 (volver): Todo ser humano que acepte la realidad y asuma su propia existencia con todo
su carácter problemático, que es lo que llamamos confianza, experimenta una apertura básica al
mundo. Aunque ésta se manifiesta como tendencia sentida hacia la aceptación de la realidad, tal
aceptación es una decisión de la libertad de cada ser humano. La puesta en marcha de esta
confianza básica es la experiencia misma del sentido compartido, que en el fondo no deja de ser
un acto de creencia, un riesgo responsable. Pero esta confianza es también moral en cuanto todos
los seres humanos hemos aprendido, gracias al proceso de socialización, a renunciar al principio
del placer y a aceptar la realidad como algo no que no depende totalmente de nuestros deseos y
necesidades, sino que implica complejos sistemas de elaboración de reglas de convivencia. Por
tanto, asumir la realidad es una tarea, no sólo teórica sino también práctica y existencial. KÜNG,
HANS, ¿Existe Dios?, Capítulo V; HABERMAS. JÜRGEN, Conciencia moral y acción
comunicativa, Editorial Península, Barcelona, 1985, pp. 151, 163-165.
Nota 85 (volver): CORTINA, ADELA, Op. cit., p. 58.
Nota 86 (volver): Este es, en otros términos y en otra dirección, el proceso de universalización de
las normas morales: "La justicia se refiere (...) a lo que es exigible a cualquier ser racional que
quiera pensar moralmente. Con lo cual nos encontramos con que es moralmente justo lo que
satisface intereses universalizables". Ibid., p. 65.
Nota 87 (volver): Argumento: Dentro de la critica radical a Hegel, Feuerbach invierte los términos
de la "superación" de la conciencia finita en la infinita y hace una crítica de lo absoluto: la
conciencia de lo absoluto no es más que conciencia de la propia infinitud: "La conciencia de Dios
es la autoconciencia del hombre, y el conocimiento de Dios, el autoconocimiento del hombre,"
Esencia del Cristianismo". De este modo, toda la Teología no es más que antropología. Se trata
del hombre "material", cuya realidad es primeramente sensibilidad, corporalidad, afectividad.
No un hombre aislado, sino en comunidad, abierto a toda la especie. Dios no es sino la
esencia humana, sacada fuera del hombre mismo, separada y proyectada como una figura
autónoma: "La esencia absoluta, el Dios del hombre, es su propia esencia. Y el poder del objeto
sobre él es, por tanto, el poder de su propia esencia". FEUERBACH, LUDWIG, La esencia del
Cristianismo, Citado por KÜNG, HANS, en ¿Existe Dios?, p. 283.
Nota 88 (volver): Las concepciones de Dios que se han ido elaborando en las diversas religiones
no permiten una praxis ética libremente elegida y sustentada en criterios decididamente
vinculantes, si no están arraigadas en las experiencias personales de Dios. Es más, este Dios, como
se lo nombre y vivencie, aunque se ha comprendido y expresado en las tradiciones humanas
concretas de las diversas religiones, puede seguir siendo experimentado como el Otro, mayor y
diferente incluso que tales tradiciones. La experiencia religiosa no es un argumento para volver a
traer soluciones éticas propuestas por las religiones en el pasado sin más, evitando con esto el
riesgo de la búsqueda a la que estamos abocados.
Nota 89 (volver): KÜNG, HANS, ¿Existe Dios?, p. 639.
Nota 90 (volver): Ibid., p. 639-640.
Nota 91 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética mundial, p. 70.
Nota 92 (volver): KÜNG, HANS, ¿Existe Dios?, p. 640.
Nota 93 (volver): Ibid., p. 640. KÜNG, HANS, A la búsqueda de un éthos básico universal de las
grandes religiones, en Concilium. Revista Internacional de teología. No. 228, p. 300.
Nota 94 (volver): Ibid., pp. 301-302.
Nota 95 (volver): Valores vitales son las necesidades humanas básicas. Aquí propongo un orden
de prioridades, pues lo primero es garantizar la vida para todas las personas en las condiciones que
los logros sociales permitan. Sin esto, o al aumentar o mantener las actuales desigualdades, la
realización de toda la gama de posibilidades humanas queda trunca. Se trata de garantizar la
efectividad de los derechos humanos de segunda generación como condición de viabilidad del
conjunto de los derechos, dentro de mutuo reconocimiento entre los seres humanos como
"humanos": materiales-sociales-culturales-morales-y-contingentes.
Nota 96 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética mundial, p. 73; KÜNG, HANS, A la
búsqueda de un "Ethos" básico universal, p. 302.
Nota 97 (volver): No es inherente al ser humano la orientación normativa de la propia actuación
hacia el Bien de todos los seres humanos: no se puede fundamentar esa pretensión ética a partir
del ser humano, o de lo que antiguamente se llamaba "naturaleza humana", pues los seres
humanos concretos estamos determinados por múltiples condicionamientos, desde los instintos
básicos de agresión, supervivencia, afirmación individual y agresividad, hasta los límites de una
moralidad modelada por las reglas efectivas de juego del individualismo. Ver KÜNG, HANS, A la
búsqueda de un "Éthos" básico universal, p. 303.
Nota 98 (volver): KÜNG, HANS, ¿Existe Dios?, pp. 633-643; 786-797. Adela Cortina propone
hablar de "fundamento" en el sentido de la Ciencia de la Lógica de Hegel: lo que existe requiere
ser pensado como constituido por mediaciones (ser "puesto") reflexivas para poder ser asumido
como verdadero; pero esto sólo se logra hacer dentro de toda una constelación de categorías que
presenten la coherencia lógica del hecho. A partir de esto, Cortina emprende un modelo de
fundamentación de la noción de persona humana mediada por la noción de Dios. CORTINA,
ADELA, Ética mínima, Editorial Trotta, Madrid, 1987, pp. 245-268.
Nota 99 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética mundial, p. 74. "La incondicionalidad de
la existencia ética, la incondicionalidad del deber, sólo puede ser fundamentada por un
incondicionado: por un absoluto, capaz de comunicar un sentido trascendente e incapaz de
identificarse con el hombre como individuo, como naturaleza o como sociedad misma, que
únicamente es Dios mismo". Ver KÜNG, HANS, ¿Existe Dios?, p. 788.
Nota 100 (volver): Cabe resaltar algunos rasgos de este Absoluto: 1. Nos comunica un sentido que
va más allá de nuestras limitaciones y que puede hacernos trascenderlas. 2. Comprende y penetra
todo lo humano: es el fundamento, apoyo y meta primigenio. 3. No se identifica con
arbitrariedades humanas. 4. No legítima ninguna realización humana: Ni la experiencia de Dios, ni
los discursos sobre esta experiencia son, en su sentido auténtico, legitimaciones. 5.En nuestra
tradición, es esencial a la experiencia religiosa de la Biblia que el encuentro con Dios exige una
respuesta radical. Yahveh, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de Moisés, David y
Jeremías, el Padre de Jesús, es un Dios celoso, que exige tomar una posición existencial
fundamental: o se sirve a su voluntad, o se sigue alguna otra divinidad. 6. En este sentido, la
manifestación de este Dios, invita a desmitificar todo aquello que no es estrictamente absoluto:
nada, ninguna cosa, ninguna estrategia, ningún plan humano, merece ser asumido como lo
absoluto.7. En la Biblia esta experiencia de desmitificación de lo finito se llama "gracia", y
consiste en el reconocimiento de que todo es recibido como un "don" y que, en consecuencia, nada
se debe retener, sino que debe darse generosamente a los demás. 8.La gracia opera como una
salida del individuo desde su tendencia a la violencia, la envidia y la codicia, hacia la construcción
de nuevas relaciones de amor y solidaridad. Por esto, el Dios Bíblico invita a replantear la
existencia de las personas, llamándolas a construir modos de vida más auténticos, dentro de sus
propias posibilidades y condicionamientos.
Nota 101 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética Mundial, p. 75.
Nota 102 (volver): A pesar de los usos históricos de la religión, la auténtica experiencia religiosa
en sí misma no legitima nada: ni el progreso o el desarrollo científico-técnico, ni la vuelta
irreflexiva al pasado, como tampoco se deja reducir a la regla pragmática de la eficacia. Tan sólo,
abre al ser humano a sus posibilidades individuales, sociales y ambientales de creación de nuevos
modos de existencia en los que se superen las actuales deficiencias. En este sentido, la experiencia
religiosa tiende a una apertura responsable hacia la propia autonomía, que debe poder provocar
una autolegislación y autoapropiación en decisiones solidarias.
Nota 103 (volver): KÜNG, HANS, A la búsqueda de un "Éthos" básico universal, p. 303.
Nota 104 (volver): Hans Küng reconoce las dificultades existentes para la unión de las diversas
religiones, aunque es más optimista en la posibilidad de la construcción de la unidad de las iglesias
cristianas. Sin embargo, cree en la necesidad de dos acuerdos básicos entre todas las grandes
religiones: 1 .Que cada religión reconozca la total validez de las otras. 2. La paz entre las
religiones. Esto no se puede lograr sin reconocer aquello en que las diversas religiones coinciden.
Ibid., p. 304.
Nota 105 (volver): Ibid., p. 305.
Nota 106 (volver): Ibid., p. 307.
Nota 107 (volver): Es una cita del Rabbí Hillel, en la época inmediatamente anterior a Jesús. El
judaísmo helenístico, que se encontraba en proceso de relativización de la Ley, poco tiempo
después formuló positivamente esta regla.
Nota 108 (volver): SCHILEBEECKX, EDUARD, Jesús, la historia de un viviente, Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1981, p. 228.
Nota 109 (volver): Las exigencia éticas originales de Jesús eran tres:- Renunciar a la ley del talión:
ojo por ojo, diente por diente. - Amar a los enemigos.- La "regla de oro". Motivaba mostrando que
vivir como justo o hijo de Dios es tratar justamente al prójimo, pero no en sentido usual de
interpretar las acciones del otro bajo los propios criterios, sino como una renuncia a tener razón
sobre el otro, dejando el "juicio" sobre las personas como competencia exclusiva de Dios Padre,
que es el ejemplo para la misericordia humana. La exigencia radical del amor a Dios y al prójimo,
incluyendo al enemigo, es parte esencial del mensaje de Jesús sobre la soberanía de Dios en favor
de los seres humanos. Ibid., pp. 209-232.
Nota 110 (volver): KÜNG, HANS, A la búsqueda de un "Éthos" básico universal, p. 307.
Nota 111 (volver): Con esto, KÜNG no está sacralizando la propuesta kantiana, ni asumiéndola
como el modelo de su teología moral. Tan sólo la nombra como una traducción al contexto
moderno, racionalista y secularizado. Pero deja abierta la posibilidad a que busquemos nuevas
traducciones o actualizaciones de la regla de otro a nuestro actual contexto.
Nota 112 (volver): KÜNG, HANS, Proyecto de una ética Mundial, p. 81.
Nota 113 (volver): KÜNG, HANS, A la búsqueda de un "Éthos" básico universal, p. 309.
Nota 114 (volver): KÜNG, HANS, Principios de una ética mundial. Parlamento de las religiones
del mundo, en Isegoria, Madrid. No. 10, Octubre 1994, p. 8-9.
Nota 115 (volver): Ibid., pp. 11-17.
Nota 116 (volver): SCHILEBEECKX, EDUARD, Los hombres relato de Dios, Sígueme,
Salamanca, 1994, p. 149.
Nota 117 (volver): KNITTER, PAUL, Trampas y promesas para una Ética global, en Theológica
Xaveriana, N. 118, Abril-Junio de 1996, Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana,
Bogotá, pp. 141-154.
Nota 118 (volver): SCHILEBEECKX, EDUARD, Op. cit., p. 149.
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