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JEROGLÍFICOS EGIPCIOS
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poder de generación desde el cielo a su reino trae el Sagrado Mofta”. (Texto de
Kircher) Así por ejemplo, el signo Z7 de la lista de Gardiner, es decir la variante
hierática del pollo de codorniz y que se lee por convención como la vocal u, se
transforma por arte de magia hermética en “el autor de la fecundidad y de toda la
vegetación”. (Z7) A su vez, al sagrado Mofta, que no es sino el signo del león
tumbado que se empleaba para transliterar en época ptolemaica y romana los
sonidos l o r, Kircher le consagra varias páginas de exégesis mística. Pero, a
pesar de sus errores, a Kircher le debemos la primera gramática del copto y el
haber señalado que el copto era el último estadio de la lengua jeroglífica; así
pues, la labor de Kircher supuso un estímulo para el estudio de la lengua copta e
hizo que su conocimiento fuera imprescindible para todos aquellos que
posteriormente se dedicasen a intentar descifrar los jeroglíficos, conocimiento
que a la larga sería fundamental.
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Sacy) se centró en el texto demótico dado que se conservaba en mejor estado que
el jeroglífico e intentó descifrar los nombres propios que aparecían en la versión
en griego, pero solo consiguió a duras penas localizar los grupos aproximados
que formaban los nombres demóticos de Ptolomeo y de Alejandro. Además,
esclavo aún de concepciones equivocadas pero muy arraigadas, consideraba que
el texto transmitido en jeroglíficos era una labor menos prometedora pues “el
carácter jeroglífico, al ser representativo de ideas, no de sonidos, no pertenece al
dominio de ningún lenguaje en particular.” Consciente de sus exiguos avances,
de Sacy pasó su copia de la piedra Rosetta a su alumno Åkerblad, quien había
sido diplomático sueco en Constantinopla y cuyo principal interés eran los
idiomas. Por increíble que parezca Åkerblad fue capaz de identificar en solo dos
meses en el texto demótico todos los nombres que aparecían en el texto griego,
demostrando que estaban escritos con signos alfabéticos fonéticos; es decir, que
cada signo representaba un sonido, como las letras del alfabeto. Gracias a
Åkerblad, además de los grupos demóticos para los nombres de Ptolomeo y
Alejandro, ya se podían leer en la piedra Rosetta los nombres en demótico de
Arsínoe o Berenice entre otros. A partir de los valores sonoros así obtenidos, creó
un “alfabeto demótico” de 29 caracteres o letras, aunque se equivocó en la mitad
de ellas. (Lista de equivalencias) Aplicando al demótico su conocimiento de la
lengua copta, el erudito sueco logró identificar algunas palabras en el texto
demótico como “griego” “egipcio” o “templo”, y demostró, a su vez, que algunas
palabras eran bastante similares en demótico y en copto, lo que demostraba de
manera fidedigna que el copto era un derivado del antiguo idioma egipcio. Fue
un logro impresionante pero, paradójicamente, este éxito le indujo al error pues
llegó a la equivocada conclusión de que la escritura demótica era plenamente
fonética o “alfabética”, como Åkerblad la llamaba; esta falsa convicción le
supuso a la postre un serio obstáculo a la hora de seguir progresando en la buena
senda. Fiel a su maestro, Åkerblad presentó los resultados de su trabajo a De
Sacy en su extensa Carta sobre la Inscripción Egipcia de Rosetta, dirigida al
ciudadano Silvestre de Sacy. En su respuesta, de Sacy no estaba de acuerdo en
algunos puntos si bien, no obstante, le dedicaba unas palabras finales de ánimo y
aplaudía su labor.
Poco a poco, Young fue ampliando sus intereses más allá de la piedra de
Rosetta, trabajando sobre otros materiales como por ejemplo el obelisco de
Bankes, traído desde Filae a Inglaterra gracias a los desvelos del forzudo
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Giovanni Battista Belzoni y del siempre taimado Henry Salt, quien se lo cedió
para su traslado a Inglaterra al aventurero y egiptólogo amateur William John
Bankes, quien lo depositó en su palacio. (Obelisco de Bankes). Muy útiles para
Young resultaron también las inscripciones que aparecían en los volúmenes de la
Description de l’Égypte, el fruto de la erudición de los sabios que acompañaron a
Napoleón y su ejército a la campaña de Egipto. (Portada) Su buen ojo para los
detalles se aprecia en el hecho de que advirtió de manera correcta que el grupo
que normalmente se hallaba unido a lo que eran nombres de persona femeninos
era una terminación del femenino. (t+H8) Trabajando en la piedra de Rosetta fue
capaz de establecer una equivalencia entre algunos signos demóticos y
jeroglíficos, lo que le permitió identificar el único nombre propio que aparece en
el texto jeroglífico, el del rey Ptolomeo. (Cartucho de Ptolomeo desglosado)
Igualmente, procedió a hacer un análisis similar del nombre Berenice, frecuente
entre las reinas ptolemaicas, que encontró en una copia de una inscripción del
templo de Karnak (Cartucho de Berenice desglosado). Estos dos análisis
supusieron, a pesar de sus errores, un gran avance y abrieron la puerta a la
compresión real de que la grafía jeroglífica era en gran parte fonética. No
obstante, Young no avanzó mucho más pues el viejo mito de la naturaleza
simbólica de los jeroglíficos subsistía aún, por lo que el erudito inglés opinaba
que el alfabeto jeroglífico (es decir: los signos fonéticos o fonogramas) no era
sino un modo de expresar los sonidos en algunos casos particulares y que no se
había empleado de manera universal y sistemática. En otras palabras: los
jeroglíficos eran fundamentalmente simbólicos y solo en casos especiales, como
por ejemplo con nombres extranjeros, se utilizaban para plasmar sonidos.
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Dorset, un obelisco y el bloque de su base, que antaño había estado en Filae.
Pues bien, en la base había una inscripción en griego clásico que mencionaba los
nombres reales de Ptolomeo y de Cleopatra, mientras que sobre el obelisco había
dos cartuchos que incluían, por lo tanto, dos nombres reales. Bankes ya lo había
observado y había supuesto que los cartuchos contendrían los nombres de
Ptolomeo y de Cleopatra que aparecían en la inscripción griega, suposición que
quedó confirmada al advertir que uno de los cartuchos coincidía con el de
Ptolomeo que ya había descifrado Thomas Young en la piedra Rosetta. Con gran
acierto Bankes ordenó que se hiciera una litografía de ambos textos, jeroglífico y
griego, así como copias anotadas de la misma con la sugerencia sobre la
identificación de los nombres que fueron profusamente distribuidas. La recepción
de una de estas copias por parte de Champollion le abrió nuevos horizontes pues
pudo confirmar su método.
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representado en este caso por una cesta de mimbre con un asa. Igualmente, para
el sonido s además del signo ya conocido y representado por una tela doblada
existía el homófono escrito mediante la figura estilizada de un cerrojo. Con el
conocimiento de estas nuevas letras Champollion fue capaz de descifrar más
nombres como César o el título de autócrator (o dictador en griego), término
que en su momento Kircher interpretó como “Osiris es el autor de la fecundidad
y de toda la vegetación, cuyo poder de generación desde el cielo a su reino trae el
Sagrado Mofta”. (Nombre de César glosado / Nombre de autócrator
desglosado)
Por otra parte, parece que al menos durante la etapa inicial del
desciframiento, Champollion creyó, al igual que Young, que el sistema fonético
tenía validez solamente para expresar y escribir nombres y elementos extraños de
la época grecorromana y, por lo tanto, ajenos al sustrato egipcio. Sin embargo, al
final de la Lettre a Monsieur Dacier se anunciaba ya que el sistema fonético era
de aplicación general y podía remontarse a los inicios de la escritura egipcia. En
septiembre de 1822, Champollion recibió por correo copias de dibujos de
jeroglíficos del famoso templo de Abu Simbel en Nubia en honor a Ramsés II y a
Nefertari (Abu Simbel). Al examinar los textos no tardó en fijarse en unos
cartuchos que encerraban un nombre cuya identidad desconocía y que a la postre
descifraría como el nombre de Ramsés. (Cartucho de Ramsés y explicación del
bilítero F31 ms) Los dos últimos signos ya los conocía por los cartuchos de los
gobernantes grecorromanos y sabía que correspondían a dos eses. Además, con
su habitual perspicacia supuso que el primer signo representaba el sol y sabía por
sus profundos conocimientos de copto que la palabra copta para “sol” era re; así
que solo le bastó con suplir el signo intermedio con una m para dar con el
nombre de Ramsés, nombre que se sabía que habían utilizado varios faraones
mucho antes de los períodos griego y romano. Por lo tanto, gracias al
desciframiento de este nombre quedó confirmado el empleo del sistema fonético
desde época estrictamente egipcia. Su hallazgo lo pudo corroborar gracias al
cartucho de otro faraón, en este caso el de Tutmosis o Tutmés (Cartucho de
Tutmés glosado). De nuevo se encontraba el grupo final equivalente a –ms
precedido por un jeroglífico que representaba a un ibis, ave que como bien sabía
Champollion representaba al dios Toth, asimilado por los griegos a Hermes; en
suma, el sabio francés ya tenía todos los signos para descifrar el nombre del
faraón Tutmosis o Tutmés. El error en ambos nombres consistía en interpretar el
signo F31 como una m en lugar de hacerlo como ms, afortunadamente no se
trataba de un error fundamental. Sería el gran egiptólogo prusiano Karl Richard
Lepsius (1810-1884) quien detectaría el error y descubriría la existencia de
signos aparentemente expletivos que sirven para dejar claro el valor fonético de
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otros jeroglíficos, estos signos se denominan “complementos fonéticos” pero el
tema se aleja del objetivo básico de nuestra charla. (Lepsius) A Lepsius le
debemos la impresionante obra Monumentos de Egipto y Etiopía (Denkmaeler
aus Aegypten und Aethiopien), obra fundamental para los estudios egiptológicos,
aparecida en 12 tomos entre los años 1849 a 1858. (Denkmäler)
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