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Cada nueva invención informática trae aparejados nuevos términos y tópicos que van
organizando verdaderas redes semánticas en las que, conjuntamente con la
descripción de las acciones que estos dispositivos habilitan, se modelan nuevas
subjetividades (el blogger, el youtuber, etc.).
Al igual que ocurre con la tecnología del transporte, la escritura y la lectura también
se van poco a poco emancipando de las limitaciones que impone el espacio, acortando
así el tiempo entre la experiencia y la anotación, por un lado, y la anotación y la
recepción, por otro.
Aunque hoy cueste creerlo, como afirma Michel de Certeau, “(…) leer sin pronunciar
en voz alta o a media voz es una experiencia ‘moderna’, desconocida durante miles
de años” (1997: 188). La técnica de la lectura como acción fundamentalmente del
ojo y no de la voz también implicó en su momento un retiro del cuerpo y un
distanciamiento del texto que proporcionaron una mayor libertad de movimiento a
los lectores, libertad que en el presente se ha visto potenciada por los nuevos
dispositivos y soportes digitales.
(…) en términos saussureanos, se podría decir que si el texto se presenta como habla
[parole] en relación con los códigos y convenciones de la literatura, también se ofrece
a la lectura como un sistema del lenguaje [langue] con el cual él asociará su propio
discurso” (2004: 225; la traducción es nuestra). Y, en este mismo sentido, Hans
Robert Jauss establece la analogía entre la interpretación musical y la lectura –“[La
obra literaria] es más bien como una partitura adaptada a la resonancia siempre
renovada de la lectura, que redime el texto de la materia de las palabras y lo trae a
la existencia actual” (2013: 175). Si la lectura de un texto, al igual que el habla,
constituye una manifestación individual, momentánea y voluntaria que involucra
tanto aspectos psíquicos como físicos, un abordaje sistemático del fenómeno se
vuelve inviable.
Por este motivo, todo texto implica, además, como plantea Eco, “(…) ciertos
movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector” para poder
actualizar aquellos elementos no dichos en el plano de la expresión (2000: 74),
elementos que, según este enfoque, el autor prevé serán rellenados. La iniciativa
interpretativa del lector no solo enriquece el texto sino que constituye la condición
de posibilidad de concreción de una obra, una función del propio texto que, como
buen “mecanismo perezoso (o económico)”, “(…) vive de la plusvalía de sentido que
el destinatario introduce en él” (Eco 2000: 76). Ahora bien, el productor también
espera que el texto sea interpretado con un cierto margen de univocidad. Para Eco,
la suerte interpretativa de un texto forma parte de y orienta el propio proceso de
composición del texto: el productor despliega distintas estrategias textuales en
función de sus previsiones respecto de los movimientos que efectuará un lector
potencial. De este modo, el autor concibe imaginariamente un “lector modelo”
capaz de interpretar el texto de la manera prevista por él y contribuye a su vez a
construirlo. El lector, por su parte, construye en base a las estrategias y operaciones
formales de composición del relato una imagen del autor que orientará su
interpretación de lo que lee.
Rayuela (1963) de Julio Cortázar admite, al menos, dos lecturas posibles, dos modos
de recorrerla: por un lado, la lectura de corrido sin considerar los capítulos
prescindibles y, por otro, la lectura que incorpora intercalados los fragmentos del
final de acuerdo con la propuesta del autor. Ahora bien, el texto no se limita a señalar
estas dos alternativas sino que promueve desde el prólogo y desde la teoría del arte,
y de la literatura que desarrolla, fundamentalmente, a partir del personaje Morelli,
un tipo de texto (la novela fragmentaria opuesta a la novela rollo) y un tipo de lector
(el lector cómplice en contraposición al lector-hembra) específicos.
- ¿Lee lo que él quiere leer, lo que puede leer o lo que el autor quiere que
lea?
A pesar de considerar y valorar positivamente la libertad del lector para interpretar
un texto, la teoría de Eco tiende a ceñir ese ejercicio de libertad a aquellos “vacíos”
que el autor, de algún modo, había contemplado, con lo cual el autor continúa
jugando un rol preponderante en el establecimiento de una interpretación.
Aunque aparezca como nueva, una obra literaria no se presenta como novedad
absoluta en medio de un vacío informativo, sino que predispone a su público
mediante anuncios, señales claras y ocultas, distintivos familiares o indicaciones
la lectura empírica, esto es, las operaciones concretas que realizan lectores
reales cuando se enfrentan a un texto en particular. Entre estas operaciones
se deberían considerar no solo las que implican un alto grado de autocontrol
y están destinadas a “extraer” del texto un “sentido” o “comprender sus ideas
principales” sino también las “insignificantes”, como las acciones de dispersión
y de evasión, las asociaciones imprevistas y los blancos, las tretas para sortear
los escollos que presentan los textos y las sensaciones físicas y los
movimientos corporales que acompañan la actividad mental, operaciones
todas que también tienen lugar en una lectura.
Del otro, encontramos la lectura ejemplar que, bajo la forma de teorías
acerca de cómo se debe leer o de la figura de un lector ideal, se orienta a
corregir los defectos y errores de los lectores empíricos de modo que la lectura
no “traicione” el texto.
Géneros Literarios
En definitiva, los géneros literarios son las clases en las que pueden clasificarse o
agruparse las obras literarias; un principio de generalización del que no siempre
somos del todo conscientes y que permite vincular cada trabajo individual con los
textos canónicos de la literatura nacional o universal, proporcionándonos, por
semejanza, pautas para su abordaje. Hay tres grandes géneros literarios que, a su
vez, conocen múltiples subclases o subdivisiones: el lírico, el narrativo y
el dramático. Dentro del narrativo, podríamos distinguir, en principio, entre novela,
novela corta y cuento, pero a su vez (y en función del argumento, los personajes, las
coordenadas espaciotemporales más que de su forma o composición) distinguiríamos
entre policial, fantástico, maravilloso, realista, etc. Las combinaciones son múltiples,
de modo que ninguna clasificación puede ser exhaustiva sin correr el riesgo de
volverse arbitraria.
Por este motivo, todo texto implica, además, como plantea Eco, “(…) ciertos
movimientos cooperativos, activos y conscientes, por parte del lector” para poder
actualizar aquellos elementos no dichos en el plano de la expresión (2000: 74),
elementos que, según este enfoque, el autor prevé serán rellenados. La iniciativa
interpretativa del lector no solo enriquece el texto sino que constituye la condición
de posibilidad de concreción de una obra, una función del propio texto que, como
buen “mecanismo perezoso (o económico)”, “(…) vive de la plusvalía de sentido que
el destinatario introduce en él” (Eco 2000: 76). Ahora bien, el productor también
espera que el texto sea interpretado con un cierto margen de univocidad. Para Eco,
la suerte interpretativa de un texto forma parte de y orienta el propio proceso de
composición del texto: el productor despliega distintas estrategias textuales en
función de sus previsiones respecto de los movimientos que efectuará un lector
potencial. De este modo, el autor concibe imaginariamente un “lector modelo”
capaz de interpretar el texto de la manera prevista por él y contribuye a su vez a
construirlo. El lector, por su parte, construye en base a las estrategias y operaciones
formales de composición del relato una imagen del autor que orientará su
interpretación de lo que lee.
Rayuela (1963) de Julio Cortázar admite, al menos, dos lecturas posibles, dos modos
de recorrerla: por un lado, la lectura de corrido sin considerar los capítulos
prescindibles y, por otro, la lectura que incorpora intercalados los fragmentos del
final de acuerdo con la propuesta del autor. Ahora bien, el texto no se limita a señalar
estas dos alternativas sino que promueve desde el prólogo y desde la teoría del arte,
y de la literatura que desarrolla, fundamentalmente, a partir del personaje Morelli,
un tipo de texto (la novela fragmentaria opuesta a la novela rollo) y un tipo de lector
(el lector cómplice en contraposición al lector-hembra) específicos.
Como no hay modo de determinar si los sentidos previstos en la instancia de
producción coinciden con los recreados en la instancia de recepción, la propuesta de
Eco debe fundarse, necesariamente, sobre la base de las proyecciones que autor y
lector hacen del otro. La interpretación, por lo tanto, implica necesariamente cierto
grado de intencionalidad y de arbitrariedad. No podemos mantenernos dentro de
los límites del texto y hacer caso omiso a la pregunta por la voluntad del autor (¿qué
quiso decir?), como tampoco desconocer que esa intención, esa coherencia interna,
es (re)construida en el proceso de lectura a partir de los indicios que proporciona el
texto y también de las propias proyecciones y figuraciones del lector.
- ¿Lee lo que él quiere leer, lo que puede leer o lo que el autor quiere que
lea?
Aunque aparezca como nueva, una obra literaria no se presenta como novedad
absoluta en medio de un vacío informativo, sino que predispone a su público
mediante anuncios, señales claras y ocultas, distintivos familiares o indicaciones
El tercer texto procede de una fuente más previsible; los escritos de Kierkegaard. La
finalidad mental de ambos escritores es cosa de nadie ignorada; lo que no se ha
destacado aún, que yo sepa, es el hecho de que Kierkegaard, como Kafka, abundó
en parábolas religiosas de tema contemporáneo y burgués. Lowrie, en
su Kierkegaard (Oxford University Press, 1938), transcribe dos. Una es la historia de
un falsificador que revisa, vigilado incesantemente, los billetes del Banco de
Inglaterra; Dios, de igual modo, desconfiaría de Kierkegaard y le habría
encomendado una misión, justamente por saberlo avezado al mal. El sujeto de otra
son las expedientes al Polo Norte. Los párrocos daneses habrían declarado desde los
púlpitos que participar en tales expediciones conviene a la salud eterna del alma.
Habrían admitido, sin embargo, que llegar al Polo es difícil y tal vez imposible y que
no todos pueden acometer la aventura. Finalmente, anunciarían, que cualquier viaje
–de Dinamarca a Londres, digamos en el vapor de la carrera-, o un paseo dominical
en coche de plaza, son, bien mirados, verdaderas expediciones al Polo Norte. La
cuarta de las prefiguraciones la hallé en el poema “Fears and Scruples” de Browning,
publicado en 1876. Un hombre tiene, o cree tener, un amigo famoso. Nunca lo ha
visto y el hecho es que éste no ha podido, hasta el día de hoy, ayudarlo, pero se
cuentan rasgos suyos muy nobles, y circulan cartas auténticas. Hay quien pone en
duda los rasgos, y los grafólogos afirman la apocrifidad de las cartas. El hombre, en
el último verso, pregunta: “¿Y si este amigo fuera Dios?”.
Mis notas registran asimismo dos cuentos. Uno pertenece a las Histoires
désobligeantes de Léon Bloy y refiere el caso de unas personas que abundan en
globos terráqueos, en atlas, en guías de ferrocarril y en baúles, y que mueren sin
haber logrado salir de su pueblo natal. El otro se titula “Carcassonne” y es obra de
Lord Dunsany. Un invencible ejército de guerreros parte de un castillo infinito,
sojuzga reinos y ve monstruos y fatiga los desiertos y las montañas, pero nunca
llegan a Carcasona, aunque alguna vez la divisan. (Este cuento es, como fácilmente
se advertirá, el estricto reverso del anterior; en el primero, nunca se sale de una
ciudad; en el último, no se llega).