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Etimología y concepto de «nación» en la Edad Media[editar]

La palabra nación proviene del latín nātio (derivado de nāscor, nacer), que podía
significar nacimiento, pueblo (en sentido étnico), especie o clase.24 Escribía, por
ejemplo, Varrón (116-27 a. C.): Europae loca multae incolunt nationes ("Son muchas las
naciones que habitan los diversos lugares de Europa").25 En los escritos latinos clásicos se
contraponían las nationes (bárbaros no integrados en el Imperio) a la civilitas (ciudadanía)
romana. Dice Cicerón: Todas las naciones pueden ser sometidas a servidumbre, nuestra
ciudad no.26
En la Edad Media el término se continuó empleando en sentido étnico, al margen de que
ahora las naciones estuvieran integradas en diversas entidades políticas como Reinos e
Imperios. También se usaba para designar a grupos de personas según su procedencia,
siguiendo un criterio muy variable (a veces simplemente geográfico), con el fin de distinguir a
unos de otros.
En el año 968, el obispo Liutprando de Cremona, en enfrentamiento con el emperador
bizantino Nicéforo II en pos del patrón Otón I, emperador del Sacro Imperio Romano, declara
en su crónica: «lo que dices que pertenece a tu Imperio, pertenece, como lo demuestran la
nacionalidad y el idioma de la gente, al Reino de Italia».27
En las universidades medievales, cuya lengua académica era el latín, los estudiantes
(provenientes de toda Europa) solían agruparse en naciones, en función de su lengua materna
vernácula o su lugar de nacimiento. En 1383 y 1384, mientras estudiaba teología en París,
Jean Gerson fue electo dos veces procurador de la nación francesa (esto es, de los
estudiantes francófonos de la Universidad). La división en París de estudiantes
en naciones fue adoptada por la Universidad de Praga, donde desde su apertura en 1349
el Studium Generale se dividió entre bohemios, bávaros, sajones y en diversas «naciones».
Pero las agrupaciones de los alumnos se hacía siguiendo criterios nada taxativos y
bastante sui generis. Así por ejemplo la Universidad de Bolonia estaba integrada a mediados
del siglo XIII por las
«naciones» francesa, picarda, poitevina, normanda, gascona, provenzal, catalana, borgoñona,
española, inglesa, germánica, polaca, húngara... En el siglo siguiente la «nación» catalana de
la Universidad de Montpellier incluía además de los estudiantes procedentes del Principado de
Cataluña, a los del Reino de Valencia y a los del Reino de Mallorca.28
En los grandes mercados de la Edad Media los comerciantes también se reunían en naciones,
pero al igual que en las universidades los criterios que servían para agruparlos seguían siendo
laxos y arbitrarios. En el Principado de Cataluña, por ejemplo, se mencionaban «las nacions
de Cataluña, de València, de Mallorca y de Perpinyà», mezclándose, pues, reinos y
principados con ciudades.29
Una prueba de la polisemia del término «nación» en la época medieval sería que del
papa Benedicto XIII se decía que era «español de nación, del reino de Valencia», pero
también se decía que era «valenciano de nación».30

El concepto de «nación» en los siglos XVI y XVII[editar]


Según Javier María Donézar, el término «nación» era empleado por los naturales de un
territorio que residían fuera del mismo, mientras que los habitantes del mismo «no solían
considerarse componentes de una nación». «No había conciencia de unidad nacional, y
menos de unidad política, tal como hoy la entendemos; todo quedaba vinculado a la “carta de
naturaleza”, del mismo modo que las relaciones entre los reyes y los súbditos seguían siendo
en todo punto personales».30 Lo mismo afirma Xavier Torres: «nación, por aquel entonces,
apenas significaba algo más que un simple agregado de individuos de una misma
procedencia, radicación o área lingüística».28 Por otro lado, el término nación era de uso poco
frecuente y solo de forma muy indirecta o subsidiariamente formaba parte del vocabulario
político del período.31
El término «nación» hacía referencia, como el de patria, al lugar de nacimiento, pero tenía un
sentido más amplio que el de la localidad de nacimiento y se refería al «reyno o provincia
estendida» y así la define el Tesoro de la lengua castellana o española de Sebastián de
Covarrubias, publicado en 1611. Como elemento identificativo de la pertenencia a una
«nación» no sólo se recurría al origen común de sus miembros, a los que confería un sentido
de pertenencia y familiaridad, sino que también se recurría a otros rasgos culturales distintivos
como la lengua o, por ejemplo, un determinado estilo de vestir. Así, como ha destacado Xavier
Gil Pujol, «los límites humanos y geográficos de una nación no estaban bien definidos, de
modo que el término se prestaba a una amplia variedad de usos».32 Lo mismo afirma Juan
Francisco Fuentes cuando dice «que hasta el siglo XVIII el concepto de nación tiene perfiles
muy difusos».33 La imprecisión del término nación se puede comprobar, por ejemplo, en el
caso del jurista de Perpiñán Andreu Bosch (1570-1628) que cuando enumeraba las «nacions»
que formaban «tota la nació espanyola» mencionaba «les nacions de Castella, Toledo, Lleó,
Astúries, Extremadura, Granada» juntamente con catalanes y portugueses.34 Asimismo la
nación también podía abarcar el conjunto de la Cristiandad. Así el fraile navarro Martín de
Azpilicueta afirmaba que «sólo hay dos naciones en el mundo cristiano: una que combate por
Cristo, otra que defiende a Satanás».35
La imprecisión del término «nación» puede comprobarse en el siguiente texto de 1604 —fecha
en la que el reino de Portugal estaba integrado en la Monarquía Hispánica— del clérigo y
viajero francés Barthélemy Joly referido a «los españoles»:36
Entre ellos los españoles se devoran, prefiriendo cada uno su provincia a la de su compatriota y
haciendo, por deseo extremado de singularidad, muchas más diferencias de naciones que nosotros en
Francia, picándose por ese asunto los unos de los otros y reprochándose el aragonés, el valenciano,
catalán, vizcaíno, gallego, portugués, los vicios y desgracias de sus provincias, en su conversación
ordinaria. Y si aparece un castellano entre ellos, vedles ya de acuerdo para lanzarse todos juntos sobre
él, como dogos cuan ven al lobo.

Por otro lado, el lugar de nacimiento no era exclusivamente una expresión geográfica, una
mera realidad física, sino que en la sociedad corporativa del Antiguo Régimen comportaba las
leyes, costumbres y franquicias que lo regían. «Por lo tanto, ser barcelonés o castellano
significaba ser partícipe de una condición jurídica determinada (junto al estatus social o
estamental respectivo)», señala Xavier Gil Pujol.37 Esa condición («naturalización») se
alcanzaba por el estatus legal del padre y, a veces, de la madre (ius sanguinis) o por el lugar
de nacimiento nacimiento (ius soli).38 En la Monarquía Hispánica, como monarquía
compuesta que era, no existía una naturaleza española ni una única nación legal española,
sino que la naturaleza de cada súbdito del rey era la del reino al que pertenecía.38 «Un rey,
una fe y muchas naciones», así define Xavier Gil Pujol a la Monarquía española de los siglos
XVI y XVII. «Un mismo rey era el factor decisivo compartido por todos los súbditos en los
diferentes reinos y territorios que constituían la Monarquía, el que les relacionaba entre ellos y
el que hacía de ellos, según se solía decir, un “cuerpo místico”», añade Gil Pujol.39 Y el rey
tenía tantas naturalezas como reinos y territorios estaban bajo su autoridad, así que
era castellano para sus súbditos castellanos y aragonés para sus súbditos aragoneses.39

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