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Gabriel Barceló
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Hemos asumido nuestra humanidad y racionalidad como las dotes más maravillosas de
la naturaleza, viéndonos como gigantes frente a otras especies y reclamando lugares que
no hemos ganado nunca. Hemos esparcido nuestro espacio y creado un completo
simulacro social, político y económico al que atendemos prevenidamente. Hicimos que
usar ropa fuera una obligación, decidimos entregarnos al sedentarismo y crear sueños de
una realización personal que entendemos como el sentido de la vida, podríamos pasar
toda la vida en un solo lugar, podríamos pasar la vida cumpliendo leyes, hemos creado
dioses en cada esquina buscando darle una razón al estar aquí, pero lo realmente cierto
es que aún no hemos entendido nada.
Artaud, uno de esos cuerpos desviados y desprestigiado por esta sociedad de correctos,
decía que el cuerpo es el límite del alma, sosteniendo que este soporte físico es débil,
fácilmente lastimable, demasiado limitante incluso para almas con grandes vocaciones
que no pretenden parar nunca, el cuerpo se cansa, se desgasta, se daña y debe
desecharse.
En el mundo valemos por nuestra imagen física, simplemente debes parecer para ser
considerado humano y ser tratado como tal, bloqueamos el entendernos hacia adentro,
hicimos creer que lo que debemos vernos por dentro son esas virtudes proclamadas y
exaltadas por un Dios noble que todo lo ha puesto ya en nuestro camino, basamos
nuestra existencia en ser buenos los unos con los otros, vaya trampa, a una especie que
puede matarlo un exceso de eso que lo hace diferente “pensar”, que puede acabarlo el
pinchazo con un alfiler, debe ser bien cuidado, es débil, necesita leyes, necesita control
a su libertad, necesita esconder su mierda, guardar para sí mismo sus desgracias, sus
preguntas extrañas, sus cuestionamientos sobre la vida.