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REPORTE DE LECTURA

LA FIGURA DEL TEÓLOGO MORALISTA HOY:


UNA MISIÓN A ESPECIFICAR…

Autor del Artículo: Silvio Botero

La realidad del siglo XXI se caracteriza por un cambio de época que se hace presente
en todos los ámbitos de la vida del hombre. Es por esta razón que Silvio Botero ofrece en su
artículo algunas líneas de seguimiento para el teólogo moralista de hoy, ya que la moral tiene
un papel fundamental para la Iglesia y por lo tanto, para dar luz al mundo actual.

A manera de introducción el autor pone en evidencia lo que afirmó el Concilio


Vaticano II en Gaudium et spes acerca del cambio de época, pues lo definió como una
realidad dinámica y evolutiva donde surgen nuevos problemas, los cuales requieren una
actitud de análisis por parte de la Iglesia, a través del método de auscultar, discernir e
interpretar con la ayuda del Espíritu Santo (GS. 44). Es al centro de esta realidad donde el
teólogo moralista tiene una misión, la cual, a consideración de Botero, aparece necesitada de
claridad y especificación. Con el objetivo, pues, de hacer justicia al título del artículo, el autor
expone en un primer momento la diferencia de opinión, que no en pocas ocasiones, se ha
presentado entre el Magisterio y la reflexión teológica. En un segundo momento, ofrece
algunos documentos de la Iglesia sobre el “quehacer teológico del moralista”, y por último,
teniendo en cuenta la figura de San Alfonso M. De Liguori, sugiere una triple actitud que el
teólogo moralista debe cultivar.

En cuanto a la primera parte, la disensión de algunos teólogos frente a la postura del


Magisterio, se ofrece una descripción que parte de algunos historiadores de la teología, los
cuales presentan este problema desde distintas ópticas. A modo sintético estos analistas
presentan una teología que se ha manejado a modo dialéctico, ya sea como teología de primer
mundo frente a teología de tercer mundo (Moreno-Rejon), ya sea teología de línea de
inmanencia y teología de línea metafísica (J. Puga Batllori), o como teología de dependencia
y teología de autonomía (Ricardo Franco). Estas variantes han marcado el desarrollo de la
reflexión teológica en las diversas corrientes posconciliares en perspectiva ética.

El problema de la disensión Magisterio-Teología que el autor señala en primer


momento tiene también un desarrollo doctrinal por parte de los últimos Pontífices. Pablo VI,
proponía una cierta libertad de investigación teológica, siempre teniendo en cuenta que debe
quedar a salvo la dignidad de la Palabra de Dios. Juan Pablo II continuó por esta línea,
afirmando que la Iglesia desea una investigación teológica autónoma, distinta del Magisterio,
aunque obligada a la verdad de la fe. A estas directrices se sumaron algunas Conferencias
Episcopales que subrayaron la función de la teología en la Iglesia e invitaron a un espíritu de
comunión.
Otro aspecto que toca el autor en el primer tema es la necesidad de una renovación de
la teología moral. En consonancia con la voz del Concilio Vaticano II se publicó la
Instrucción sobre la formación teológica de los futuros sacerdotes (22 Febr, 1976) la cual,
además de exigir fidelidad al Magisterio, propuso superar la unilateralidad y las lagunas que
la teología moral ha presentado en el pasado, a causa de un distanciamiento de la revelación.

Botero expresa con claridad que es posible, útil y fructuoso un dialogo entre diversas
instancias del Magisterio y los Teólogos, y pone como prueba de ello la Constitución
Gaudium et Spes. Así también, considera que la encíclica dedicada a la teología moral
Veritatis Splendor de Juan Pablo II, presenta una base firme para comprender el servicio de
los teólogos moralistas, pues afirma que su reflexión debe desarrollarse en participación y
pertenencia a la Iglesia como comunidad de fe, y deben de empeñarse en clarificar los
fundamentos de la doctrina moral y la visión de hombre propuestos por la iglesia.

En cuanto a la misión del teólogo, situada en el contexto mencionado al inicio, el


autor parte principalmente del Magisterio de Juan Pablo II para rastrear algunos elementos
que la conforman, los cuales se centran principalmente en cuatro perspectivas de Veritatis
Splendor: comprensión profunda de la Palabra de Dios, ahondar en las razones de las
enseñanzas del Magisterio, subrayar la respuesta del hombre como crecimiento en el amor y,
finalmente, el compromiso de educar en el discernimiento moral.

En esa misma sintonía, Benedicto XVI presentó la teología como una llamada a entrar
en la luz de la verdad y a comunicarla para que otros puedan recibirla. Muy especialmente,
el Papa alemán centra su reflexión en el binomio “verdad-amor”, de modo que se exprese
fielmente el deseo de la teología moral postconciliar, tal como lo señala el autor: descubrir al
hombre de hoy que Dios –Vedad y Amor- está en unido a él.

Así pues, Botero recoge en su artículo una diversidad de mensajes tanto de Juan Pablo
II como de Benedicto XVI, que se articulan armónicamente dando una clara dirección a la
misión del teólogo moralista en el mundo contemporáneo.

Finalmente, teniendo como modelo a San Alfonso Ma. De Liguori, se presenta una
triple actitud que ha de ser cultivada por el teólogo moralista del siglo XXI. Primeramente
ofrece tres presupuestos que San Alfonso vivió: la imagen de Dios Amor, la centralidad de
la persona humana y la pastoral. Ahora bien, la primera actitud tiene que ver con la oración.
El teólogo moralista ha de ser un hombre de oración, y su primer paso ante la oración debe
ser la escucha. Una segunda actitud que brota de la santidad de Alfonso De Liguori es el
estudio. Para el autor, esta dimensión en la vida del santo es de suma importancia y ha de ser
vivida por todo teólogo moralista que asuma su misión con sinceridad. La última actitud es
la acción pastoral. Se refiere, pues, a que la reflexión del teólogo moralista debe de encarnarse
en la vida del hombre y debe hacer de su vida, como lo hace la acción de Cristo, una vida en
abundancia.

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