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La realidad del siglo XXI se caracteriza por un cambio de época que se hace presente
en todos los ámbitos de la vida del hombre. Es por esta razón que Silvio Botero ofrece en su
artículo algunas líneas de seguimiento para el teólogo moralista de hoy, ya que la moral tiene
un papel fundamental para la Iglesia y por lo tanto, para dar luz al mundo actual.
Botero expresa con claridad que es posible, útil y fructuoso un dialogo entre diversas
instancias del Magisterio y los Teólogos, y pone como prueba de ello la Constitución
Gaudium et Spes. Así también, considera que la encíclica dedicada a la teología moral
Veritatis Splendor de Juan Pablo II, presenta una base firme para comprender el servicio de
los teólogos moralistas, pues afirma que su reflexión debe desarrollarse en participación y
pertenencia a la Iglesia como comunidad de fe, y deben de empeñarse en clarificar los
fundamentos de la doctrina moral y la visión de hombre propuestos por la iglesia.
En esa misma sintonía, Benedicto XVI presentó la teología como una llamada a entrar
en la luz de la verdad y a comunicarla para que otros puedan recibirla. Muy especialmente,
el Papa alemán centra su reflexión en el binomio “verdad-amor”, de modo que se exprese
fielmente el deseo de la teología moral postconciliar, tal como lo señala el autor: descubrir al
hombre de hoy que Dios –Vedad y Amor- está en unido a él.
Así pues, Botero recoge en su artículo una diversidad de mensajes tanto de Juan Pablo
II como de Benedicto XVI, que se articulan armónicamente dando una clara dirección a la
misión del teólogo moralista en el mundo contemporáneo.
Finalmente, teniendo como modelo a San Alfonso Ma. De Liguori, se presenta una
triple actitud que ha de ser cultivada por el teólogo moralista del siglo XXI. Primeramente
ofrece tres presupuestos que San Alfonso vivió: la imagen de Dios Amor, la centralidad de
la persona humana y la pastoral. Ahora bien, la primera actitud tiene que ver con la oración.
El teólogo moralista ha de ser un hombre de oración, y su primer paso ante la oración debe
ser la escucha. Una segunda actitud que brota de la santidad de Alfonso De Liguori es el
estudio. Para el autor, esta dimensión en la vida del santo es de suma importancia y ha de ser
vivida por todo teólogo moralista que asuma su misión con sinceridad. La última actitud es
la acción pastoral. Se refiere, pues, a que la reflexión del teólogo moralista debe de encarnarse
en la vida del hombre y debe hacer de su vida, como lo hace la acción de Cristo, una vida en
abundancia.