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EL RIO DE LA ABUELA

En ese entonces recordé lo mucho que me gustaba la idea de ir al río, a pesar de que
estuviera enferma o tareas, ahí estaba como cada fin de semana en compañía de mis primos
en la finca de la abuela, en campoalegre (Timbio), ya que cada domingo sagradamente ella
hacia su más deliciosa receta, la famosísima melcocha con mucho maní y toquecito de limón,
le agregaba mucho maní porque a nosotros sus nietos nos criaron desde pequeños con maní
recién molido y lo agregaba a toda preparación que se le cruzará por la cabeza, pero una de
las mayores sensaciones era de tranquilidad al saber que las manos de Carmen estaban
encantando esa melcocha que la hacíamos en el río de la finca con toda la familia, otra de
las mejores sensaciones era de saber que mamá Carmen nos unía a pesar de cualquier
discordia que se tuviera, ella regañaba a mis tíos, los sentaba a orillas del río mientras los
colocaba a estirar la melcocha en una orqueta de guayabo, para darle un toque de sabor,
mientras mis tías se reían por el regaño de mi abuela a mis tíos, después se hacía el sancocho
de gallina y al final compartía sus saberes a sus nietos, recuerdo la tarde donde a las mayores
nos regaló un librito hecho de hojas de cuaderno viejo y cocido de hiraca donde ahí íbamos
a escribir las recetas que a través del tiempo surgían, una de las primeras recetas era sin
duda la melcocha de la abuela, que otro toque secreto era hacerla en el río, porque decía que
las piedras y el agua desprendían un olor peculiar, esa vez comenzó su relato de la receta
con una voz alegre y esperanzadora ya que ella nos veía ya como unas cocineritas en un
futuro, primero se cortan las calcetas de la planta de plátano, de cualquier tamaño, grandes
o pequeñas, se limpian y se dejan listas para finalizar en ellas, posteriormente en una olla se
pone agua y panela a diluir en el fogón o en el fogón de ladrillo que se hacía en el río, después
a parte se tuesta el maní y luego se pela y se muele, el melado se hecha en las calcetas de
plátano y se le aplica mucho maní en cada calceta, se recoge apenas este óptimo para tratarlo
con las manos, se le aplica gotitas de limón para que blanquee y se estira muchas veces
hasta que esté blanda y comestible, Y así terminaba con su relato de tremenda receta, eran
pocos los ingredientes pero grandes las sensaciones y razones por las cuales hacerla, era
muy bonita esa época donde el verano era el mejor, donde el viento rozaba la faldita de la
abuela y dejaba ver graciosamente sus enaguas, donde la risa de mi familia se unía con las
hojas cayendo de los árboles y creaba una magia en el aire, mi abuela seguía ese eterno
domingo, porque ese día precisamente y era muy extraño, se volvía eterno, las horas minutos
y segundos pasaban como si mi abuelita estuviera caminando y ella caminaba muy despacio,
contando pasos decía ella, porque ante todo, lo gracioso de sus palabras no podía faltar y
eso hacía que nos encantará estar alado de ella y que las flores florecieran cada verano, su
risa y sus chistes malos eran como el agua necesaria para el crecimiento de sus plantas,
subíamos por la montaña, porque de la casa de mi abuela al río separaban unos predios y en
uno de ellos era un bosque hermoso y era como si el bosque reconociera a mi abuela porque
las hojas de los árboles coincidencialmente empezaban a moverse al paso de ella,
llegábamos a la casa hecha de: barro, estiércol y esterilla hecha por mi abuelito y nos
preparaba chocolatico caliente porque al bañarnos en el río y salir hacía mucho frío y
ameritaba algo caliente y la abuela con su sexto sentido lo sabía, lo tomábamos y
esperábamos la noche con ansias y era increíble porque llevábamos sillas a la cocina las
colocabamos de forma circular, mi abuela alado de la ornilla y nos asaba plátanos maduros
con queso en el fogón y finalizaba contándonos anécdotas de mis tíos y tías y su crianza, nos
reíamos mucho tanto así que una vez mi primo se orino de la risa, al saber que su papá de
pequeño orino al ternero preferido de mi abuela y se fue corriendo con una peinillita a cortar
lo que se le cruzará por el camino, lo que no había predicho era que lo primero que se le
cruzó fue la mata de granadilla que mi abuela había acabado de sembrar y que la consiguió
con mucho esfuerzo porque en esa época de tanto verano, era muy escasa.
Al día siguiente en la mañana mi abuela nos despachaba con mil pesos a cada uno porque
teníamos clase en la tarde, nos daba el pedacito de melcocha y nos daba la bendición y nos
decia, "los espero el domingo para ir a mi rio"

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