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Premio de Cuento

Policlínica Metropolitana
para Jóvenes Autores

V - VI
( 2011 - 2012)

Prólogo
Héctor Torres
© Policlínica Metropolitana, c.a.

© 2015 Premio de Cuento Premio de Cuento


Policlínica Metropolitana
para Jóvenes Autores 2011-2012
Policlínica Metropolitana
Coordinación editorial para Jóvenes Autores
Samir Kabbabe
Héctor Torres
V - VI
Edición y Corrección ( 2011 - 2012)
Rosa Linda Ortega

Diseño de portada
David Morey

Producción gráfica
Books Luthier Group
www.books-luthier.com

Hecho el depósito de ley


Depósito legal: Ifi25220158001533
ISBN: 978-980-7736-00-8
PRÓLOGO
Héctor Torres

E l reconocido narrador paraguayo Augusto Roa Bastos


señaló en una ocasión que escribía “para evitar que al
miedo de la muerte se agregue el miedo de la vida”. Una
razón de peso, sin duda alguna, que justifica dedicarse a
una tarea tan ardua, ingrata, solitaria e incierta como lo
es eso de encerrarse durante horas no sólo para juntar pa-
labras en busca de su musicalidad, sino de ambicionar la
(no siempre lograda) tarea de construir universos ficticios
y reales a la vez. O de universos que no existen, pero que
tienen que aparentar que sí existen. O bien, que de tanto
elaborarlos, terminan siendo verdaderos al menos en la
mente del lector. O, en última instancia, que de alguna
forma existen porque cuando se habla de alguien –así ese
alguien sea de ficción–, se habla, en el fondo, de todos y
de cualquiera.
Tal es la escritura de ficción. Una forma de enfrentar
el miedo a la vida abarcando en cada intento un pedazo
del mundo que es y del mundo que podría ser.
Así, desde el año 2005, el Premio de Cuento Policlí- Este volumen recoge los cuentos ganadores y finalis-
nica Metropolitana para Jóvenes Autores se ha dedicado a tas de la V y VI edición del Premio de Cuento Policlínica
la tarea de fomentar ese propósito: ampliar el panorama Metropolitana para Jóvenes Autores, 2011-2012. Los relatos
de mundos, de puntos de vista, de historias que cuenten ganadores, entre ambas ediciones, presentan las firmas
nuestros días y estimulando la creación bien en voces na- de autores que ya han ido demostrando su constancia y
cientes, en proceso de consolidación o en franco desarro- sus aciertos temáticos y estilísticos: Gabriel Payares, John
llo de una obra propia. Manuel Silva, Carolina Lozada, Dayana Fraile, Delia
Porque si algo necesita Venezuela en estos momentos Mariana Arismendi y Miguel Hidalgo Prince ya forman
es la multiplicidad de voces. La pluralidad de puntos de parte de los narradores venezolanos de las actuales ge-
vista. La posibilidad de contar la compleja y contradicto- neraciones. Todos ellos tienen al menos un título propio
ria realidad circundante desde el universo de la creación publicado y un camino andado en sus exploraciones y re-
–tan huraño a ofrecer resultados a todo aquel que no esté conocimientos.
dispuesto a demostrar temple y paciencia–; representar- Son parte de los nuevos autores de la casa.
nos, a partir de esos retazos inconscientes que incluyen A esos se le suman otros que, en mayor o menor me-
nuestros miedos, anhelos, recuerdos, fantasías, sueños y dida, también han andado sus propios caminos y asomado
experiencias, para así componer un collage del momento los primeros resultados de sus faenas. Esta lista incluye
actual al margen de las historias oficiales. Uno que mues- nombres como Mario Morenza, Jorge Gómez Jiménez,
tre cómo pasa a través de nuestros jóvenes esta realidad, Carlos Patiño, Ricardo Ramírez Requena, Nora Edén
indescifrable y alucinante, escapada de toda posibilidad Mora y Enza García Arreaza, junto a otros como Martha
de explicación desde análisis racionales. Durán, Daniel Fermín, Arturo Serrano Álvarez, Dacio
Y es así como en estas líneas encontraremos historias Medrano, Juan Carlos González Díaz y Katy Civolani.
que hablan de sus universos cerrados, pero también de los Vale acotar que el jurado conformado en cada edi-
valores que sustentan las regiones en las que transcurren ción del certamen ha sido uno de los factores que han ga-
dichos universos. El machismo, el hastío, el parentesco rantizado tanto su éxito de convocatoria como la calidad
religioso de algunos dogmas políticos, un país quebrado de la muestra. Los encargados de seleccionar los 19 títulos
en valores, una clase media en bancarrota, delincuentes que compendian este volumen de entre más de 350 tex-
y psicópatas devenidos en mitos, la violencia en todas sus tos participantes estuvo compuesto por Ana Teresa Torres,
formas, el amor (o su intento) en medio del desconcierto, Norberto José Olivar y Carlos Pacheco, para la V edición
la nostalgia, el crimen, la evasión, universos todos que se (2011); y Victoria De Stefano, José Luis Palacios y Luis
yuxtaponen y crean un mapa rico en voces que cuentan Yslas, en la VI (2012), figuras todas con vasta experiencia
la realidad desde su perspectiva. en el estudio y desarrollo de la narrativa de nuestro país.

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En conclusión, dichos textos suponen no sólo una
forma de espantar el miedo de la vida, especialmente en
un país en el que esta última se acerca más a la pesadilla
que al sueño, sino de dejar un valioso testimonio de su
vivo paso por estas tierras, que espanta también el miedo
a la muerte.
Bienvenidos a sus líneas.

V ed i c i ó n
2011

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Veredicto

N osotros, Ana Teresa Torres, Norberto José Olivar y


Carlos Pacheco, en nuestro carácter de miembros
del jurado de la V Edición del Premio de Cuento Poli-
clínica Metropolitana para Jóvenes Autores, reunidos en
la ciudad de Caracas el 6 de mayo de 2011, una vez leídos
y valorados todos los textos enviados a dicho certamen,
hemos decidido, de manera unánime, otorgar los tres pre-
mios establecidos por las bases, a los siguientes:
Primer lugar al texto titulado “Sudestada”, enviado
bajo el seudónimo Vito Dumas, por la trabajada sencillez
de su desarrollo accional, su tono reposado y su escritura
impecable, a través de los cuales logra ofrecer sin embargo
una mirada poética a la decadencia de la vida moderna.
Segundo lugar al cuento denominado “Los discos
de mi padre”, presentado a concurso bajo el seudónimo
James Alvin Ziegler, porque a través de una situación
aparentemente banal en la que dos adolescentes gays se
encuentran en torno a la música, remite con contuden- Queremos dejar constancia de que todos los cuentos
cia y a la vez con sutileza a las estructuras fascistas de incluidos en este veredicto nos han parecido de una cali-
dominación que atraviesan desde el poder militar hasta dad indiscutible, y fueron seleccionados entre una mues-
la vida sexual. tra que en su conjunto ofrece un alentador indicio del
Tercer lugar al relato “Los muchachos Karamazov”, buen nivel que tiene en estos momentos la narrativa corta
firmado bajo el seudónimo Martina, por construir un en las nuevas generaciones de autores venezolanos.
relato que, de manera inteligente y oportuna, parodia y
cuestiona la realidad contemporánea, como una secuen-
cia de anacronismos y absurdos que desencadenan reali- En Caracas, a los 6 días del mes de mayo de 2011.
dades tragicómicas.
Abiertas las plicas, los ganadores resultaron ser: Ga-
briel Payares (1.0 lugar), John Manuel Silva (2.0 lugar) y Ana Teresa Torres Norberto José Olivar
Carolina Lozada (3.o lugar).
De igual manera, consideramos oportuno otorgar y Carlos Pacheco.
menciones especiales a los siguientes cuentos, los cuales
citamos a continuación en orden alfabético:

- “Cosas que nunca hice”, de Daniel Fermín

- “El asesino del Metro”, de Carlos Patiño

- “El ciudadano del Valley Car”, de Mario Morenza

- “Final de telenovela”, de Arturo Serrano Álvarez

- “Guisantes y gasolina”, de María Dayana Fraile

- “La tienda de muñecos”, de Jorge Gómez Jiménez

- “Pájaros”, de Ricardo Ramírez Requena

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1o l u g a r Sudestada
Gabriel Payares

para Sergio Chifflet

…y ya mis ojos son barro en la inundación


Bersuit Vergarabat

N o recuerdo de qué manera me percaté de su presen-


cia en la ventana, asomados hacia adentro con la
curiosidad de un niño en la vidriera de una tienda. Era
un miércoles, estoy seguro, pues cada miércoles del mes
nos convocan, con cruel puntualidad, a mí y a mis dos o
tres compañeros a una reunión con el departamento de
publicidad en el piso de abajo; una asamblea incómoda
y exigente en la que pretendemos estimular con vasitos
de café negro los cerebros agotados de quienes llevamos
demasiado tiempo trabajando en este periódico. Esas
ocasiones constituyen para mí un verdadero horror, en el
que confrontamos en vivo y directo el creciente abismo
que nos separa de las generaciones venideras. Aunque a
decir verdad me hacen también algo de gracia: reunio-
nes en las que el silencio es nuestro aporte más sustancial
al reciente modelo de propaganda, al atrevido diseño de
nuestros logotipos o a todas esas cosas de las que se ocupa
la gente que piensa en términos como urbano pero juvenil, ellos e inverosímilmente concentrado, él ni siquiera notó
dinámico, con garra, fresco y con punch. Nosotros, encar- la extraña visita; pero sí pareció teclear más frenética-
gados de la parte más embrutecedora del negocio, escu- mente mientras sostuvo sus miradas sobre los hombros.
chamos aquella alharaca como quien se duerme viendo Los avechuchos se aburrieron de él bastante pronto –no
una película en otro idioma, y al final asentimos antes de puedo culparlos por ello– y se movieron con discreción a
levantarnos, la mayoría de las veces sin haber entendido lo largo del vidrio, fijándose con interés en todos los que
ni querer entender una sola palabra. A menudo tengo la pasaban cerca. Exceptuándome, nadie pareció notarlos
impresión de que cada miércoles envejecemos un par de siquiera; y si alguien más lo hizo, no le resultaron me-
años, como muñecos de papel remojándose en café negro, recedores de chiste o de comentario. Tal vez su tamaño
y esa sola imagen gobierna mi cabeza durante la hora y discreto –casi de roedor pequeño– les haya servido de ca-
media que compartimos con nuestros diseñadores y “crea- muflaje, o tal vez todos en la oficina estaban demasiado
tivos”: gente rápida, llena de aretes y tatuajes, que mi padre ocupados para siquiera mirar. Eso ocurre a menudo. Se-
sin pensarlo mucho habría tildado de maricas y faloperos. guí su trayectoria, hipnotizado, hasta verlos detenerse en
Por eso, cuando todo termina, regreso a mi escritorio con un punto cualquiera del ventanal y luego cruzar con los
una sonrisa tan tímida y contradictoria, casi una mueca, míos sus ojos redondísimos y brillantes, pintados con una
que pareciera más bien estar sufriendo un retortijón en los mezcla extraña de colores. Le di entonces un sorbo a mi
intestinos. A veces algún compañero me lo señala, y yo ig- café. En apenas unos segundos, la escena que hasta ese
noro sus comentarios con amabilidad: no sabría explicarle instante me había movido a una sonrisa cobró un cariz
lo que siento, pero si fuese posible, me reiría con ganas y a marcadamente siniestro. No hubo complicidad alguna en
todo pulmón en el medio de la oficina. sus miradas, que se mantuvieron fijas sobre mí; graves y
En todo caso: un miércoles cualquiera, poco después distantes, casi orgullosos, sus rostros de pájaro me reco-
de la reunión, aparecieron aquellas dos siluetas negras rrieron con paciencia, no sé si ofendidos por el peso de mi
en la ventana. Hacían contraste sobre el fondo nublado cuerpo, por mi enorme gravedad y por el hecho de que
del cielo de la tarde, y me produjeron una fascinación estuviese suspendido a la altura de un décimo piso.
inmediata. Pájaros: parecían dos agujeros profundos e No sé cuánto tiempo sostuvimos aquella exploración
irregulares en el vidrio que separa el aire acondicionado mutua, cuyo fin sentenció el chillido del teléfono sobre mi
de nuestra oficina del aire desacondicionado de nuestra escritorio. Atendí con lentitud y distracción, intentando
ciudad. Los observé durante un rato, de pie junto a mi coger el auricular sin perderlos de vista. Ellos parecieron
escritorio y con mi taza de café en la mano, mientras ellos haber esperado ese momento, pues hacían brevísimos
parecían detallarlo todo alrededor del ventanal: primero amagos de huida, preparándose para un vuelo sorpresivo
se ubicaron a los lados del jefe y espiaron con desver- que no lograban finalmente concretar. Atendí la llamada
güenza las imágenes de su computadora; de espaldas a en silencio, con la creciente sensación de que la bocina

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me traería el sonido vivo de fuera de la ventana: el ron- no existían puntos medios en la educación de lo que, a
quido cariñoso del viento confundiéndose con el sonido todas luces, era ya un joven capaz de valerse por sí mismo:
íntimo y lejano a la vez de sus graznidos, o de algún breve era a su manera, o a la carretera.
silbido, quizás, con el que compartirían una revelación –¡Claro que era hoy, Jonás! ¡No se puede contar con-
misteriosa, deseo inconcluso o relato olvidado en algún tigo para nada, todo se te olvida!
rincón de mi memoria, depositándolo con un leve en- –Bueno, bueno, lo lamento, de verdad. Igual ya él es
treabrir de sus picos diligentes en mi oído y en mi cerebro un chico grande. Yo a su edad ya trabajaba, vamos.
para siempre. –¿Y qué? ¿Entonces tiene él que pasar por las mismas
–¿Jonás? –dijo la voz del otro lado. Sus picos perma- penurias que tú? ¡Pero qué buen padre!
necían cerrados. –¿Cuáles penurias? –la interrumpí, casi suplicante. Si
–¿Sí? –contesté, inmóvil, apenas un susurro. algo detesto de las discusiones telefónicas es que, haga
–¿Jonás? ¿Por qué no me contestas? ¡¿Hola?! –gritó lo que haga, uno siempre luce como peleando consigo
por teléfono la voz de mi mujer. mismo–. ¡Si todos los adolescentes se van solos a casa!
El hechizo se hizo pedazos contra el piso, bañán- ¡Seguro que sus amigos también se van solos a casa!
dome los zapatos de café caliente y obligándome a dar un –Ya, déjalo. Eres imposible. Ya verás qué le dices
ridículo saltito sobre mi escritorio; un poco más y habría cuando regreses.
ido a parar al suelo. Sobre la alfombra, los trozos blancos –Vale, vale, ya veré qué le digo.
de la taza parecían dientes arrancados en una pelea; una –Adiós.
pelea que estaba por venir. Colgué con un gesto de fastidio, y mis ojos buscaron
–¿Qué coño estás haciendo? ¡¿Jonás?! de inmediato a los intrusos de la ventana: no estaba ningu
–Sí, sí, ya estoy –contesté con aire resignado–. Tuve no. Solté un chasquido de fastidio y recogí pieza a pieza
un pequeño accidente acá. ¿Qué pasa? mi taza de la alfombra. Me gustaba aquella taza, solía
–¿Qué va a pasar? Es tu hijo, que acaba de llegar del tener un paisaje marítimo impreso: palmeras, mar, atar-
colegio. Hoy salían temprano y tenías que haberlo bus- decer, un barquito. Ahora no tenía nada. Y la mancha
cado hace horas, Jonás. Suerte que unos compañeros vi- de café en la alfombra semejaba un charco de sangre.
ven a unas cuadras y pudieron dejarlo cerca, que si no... Decidí irme a casa temprano.
–¿Ah, era hoy? –me llevé las manos a la frente. Esto
iba a ser desagradable. Mi mujer era un ser normalmente
razonable: alguien con quien se podía vivir en relativa Llegué al hogar a hora usual, casi de noche, después de
paz, sin mucha efusividad pero sin grandes altercados; eso dejar ir un par de trenes en la estación. No sé si por miedo,
sí, cuando el tema en discusión era nuestro único hijo, fastidio o alguna razón secreta, deambulé por los recodos
aquello podía tornarse una verdadera tormenta. Para ella del enorme edificio ferroviario, leyendo una y otra vez las

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carteleras de información, viendo aquí y allá a la gente El cuarto de mi primogénito es constante en su estado
llegar y despedirse. La estación es un lugar misterioso, en de desorden. El volumen del televisor estaba altísimo, y la
donde miles de vidas se cruzan sin saberlo y sin que les pantalla exhibía un programa de humor bastante popular
importe lo más mínimo, en su frenética carrera hacia el entre los chicos, con el que yo jamás había podido pactar
final de cada día. ¿Los esperaría a cada uno una mujer más allá de alguna breve sonrisa. El divertimento consis-
furiosa y un hijo indiferente? ¿Cuántos de ellos tendrían tía en un show de concursos chino o japonés, en el que
un trabajo monótono y sin perspectivas? ¿Cuántos leerían los participantes caían en pozos de barro, de crema pas-
el periódico que yo corregía desde hacía años, y después telera o de tomates molidos y emergían con una sonrisa
lo echarían sin remordimientos a la basura o lo pondrían avergonzada. Las voces originales habían sido dobladas
en el suelo para que el perro lo orine? Ninguno disponía con chistes y frases crueles, a menudo aludiendo al arroz,
del tiempo para contestar a mis preguntas, y claro que a al color amarillo o a los ojos rasgados de los concursantes,
ninguno me atreví a formulárselas. Los cuarenta son una y el resultado final era un Frankenstein de cuarenta mi-
década incierta, límite entre el ánimo confiado de la ju- nutos con risas grabadas. No era gracioso. Nunca me han
ventud y el inicio de esa antesala al retiro que llamamos gustado los chinos, ni me han parecido gente graciosa, ni
“la edad madura”; y a mí, en el fondo, no me interesaba mucho menos amable, ni particular en nada, incluso si
demasiado preservarme joven, ni convencerme de que están cayendo de cabeza en un pozo de crema pastelera.
los mejores tiempos estaban aún por venir. Muchos años Además, nadie le ofrecía al espectador una mínima ex-
viviendo junto a las vías del ferrocarril enseñan a tener plicación sobre qué premio esperaba a los concursantes
presente el sentido de la oportunidad, y uno termina acos- al final del trayecto, ni en qué imaginario específico se
tumbrándose a tomar siempre el tren que viene después; ambientaba el show original, y esa intriga me acompa-
las oportunidades están siempre repletas y nunca hay lu- ñaba, las pocas veces que había intentado verlo, durante
gar para sentarse. los cuarenta minutos de programa.
La cena me esperaba solitaria en la mesa, como luci- Escuchaba a mi hijo reír sin parar, echado sin zapatos
ría una fiesta sorpresa a la que el cumpleañero no se pre- sobre su cama y absorto en la contemplación del show; lo
sentase. Le di algunos bocados fríos antes de devolverla hacía obedientemente cada vez que el televisor así se lo in-
a la nevera y calentar el agua para un té. Madre e hijo dicaba. Él no necesitaba explicaciones. Entonces me apo-
se habían puesto de acuerdo en mi ausencia, internados deré en silencio de una esquina del cuarto y esperé; estoy
cada uno en la pantalla del televisor de sus cuartos. Segura- seguro de que tardó varios instantes en advertir mi presen-
mente habrían comido así, cada uno en un canal diferente. cia. Su mirada inicial fue de desconcierto, como si esperase
El de ella fue un saludo gélido, que interrumpí con la ex- algún tipo de reprimenda que no lograse siquiera imaginar.
cusa de “ir a hablar con el chico”, sin darle oportunidad Yo permanecí en silencio por un rato, estrategia para captar
de añadir una sola palabra. Peón toma reina, jaque al rey. su atención que empleaba a menudo. Era casi cruel dejarlo

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que aguardase lo inesperado, como una gallina enfrentando saldría tarde al trabajo, quién sabe si incluso perdería el
un crucigrama, pero era un método preferible, dijera lo que tren; mi mujer me lo reprocharía durante el desayuno y
dijera su madre, a las brutalidades con las que ella y yo ha- me diría que no duermo lo suficiente. Y dormir para qué,
bíamos sido criados. Finalmente, el muchacho rompió el pensaría yo en el camino, si igual no es mucho con lo que
embrujo y asumió sin tapujos la derrota. puedo ya soñar.
–¿Qué pasa, viejo? El resto de la semana transcurrió por debajo de la
–Nada, nada. –respondí, intentando sonreír. Odiaba mesa, como los ratones, pues así se le escapan a uno los
que me llamara “viejo”, porque así le decía yo a mi propio días después de alcanzar una cierta edad: huyendo en si-
padre cuando estábamos disgustados. Su atención sobre lencio después de haberse comido las migas del pan o
mí no duró más de algunos minutos: los de la pausa co- algún pedazo de queso abandonado. Andando así por
mercial–. Tu madre quería que viniera a hablar contigo. la semana, a tontas y a ciegas, tropecé de nuevo con un
–Ah, ya. ¿Sobre qué? miércoles y con una convocatoria a la consabida reunión.
–Sobre lo de hoy y el colegio, ya sabes. Puntos para discutir: “Estrategia de respaldo comunica-
–Ah, ya... ¿Qué cosa del colegio? –estaba tan sumer- cional de nuestros aliados financieros”. Ajá. ¿No era esa
gido en la pantalla como uno de los chinos en una piscina la minuta de la semana pasada? Debí haber hecho la pre-
de lodo. Suspiré. Combatir el televisor era una empresa gunta en voz alta, ya que al instante una voz me ofreció
titánica. Pero a fin de cuentas, no había nada nuevo e la respuesta:
importante que decirle. –Quedaron dos puntos por discutir en la reunión an-
–No, nada, nada. Lo de siempre. terior, ¿recuerdas? –yo, la verdad, no recordaba siquiera
–Ah, ya… ¿Qué cosa? los puntos sí discutidos.
–Nada, nada. Te dejo que sigas viendo la tele. –No demasiado, pero qué importa.
Una carcajada vino a confirmarme que él estaba de La voz pertenecía a Laura, la más cercana de mis compa-
acuerdo. Demoré unos segundos más del lado de afuera ñeras de oficina, quien visitaba a menudo mi escritorio con
de la puerta y me dirigí a la cocina: había una olla de ese aire gatuno que tuvo desde que entró a trabajar con
agua a punto de hervir y dos bolsitas del té que más me nosotros. Venía de otro periódico, y en ese entonces era
gusta a su lado. Estiré el cuello hacia el cuarto: la luz se más joven, más guapa y no se había casado con el troglo-
encontraba apagada. Me habían perdonado. Bebí dos o dita que hoy en día le amarga la existencia. Es gracioso:
tres tazas del té en la sala, mientras esperaba que el sueño al principio, Laura solía darme consejos sentimentales,
sumergiera la casa en el silencio. Sólo entonces me fui a ideas para mejorar mi matrimonio, ese tipo de cosas; hasta
dormir, casi a la medianoche, sintiéndome una especie de que un romance furtivo comenzó a insinuarse entre no-
vencedor insomne que le hubiese arrebatado un tiempo sotros y yo, francamente entusiasmado por la perspectiva
extra a las horas del día. En la mañana, paradójicamente, de vivir una aventura, lo arruinase todo sin querer y sin

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entender todavía cómo. No sabría explicar de qué manera Asentí.
ocurrió todo aquello, que no llegó siquiera a concretarse –Papá era marinero.
en un insignificante beso, pero sé que mis intentos poste- –Bueno, ahí tienes, querido. A lo mejor puedes ir a
riores por acercarme terminaron siempre en el más abso- visitarlo.
luto rechazo. Finalmente la dejé ir, en silencio, y aprendí El artículo pertenecía, curiosamente, al diario de la
a conformarme con sus esporádicas apariciones, con verla competencia; algo que no me sorprendió demasiado. Po-
hurgar entre las cosas de mi escritorio y abrir con falsa cu- día imaginar a Laura comprando perfectamente varios
riosidad mi carpeta siempre obesa de asuntos pendientes. periódicos a la vez y leyéndolos tranquilamente en nues-
Después de tanto tiempo, Laura era algo similar a una tra sala de redacción. Las letras negras del encabezado
amiga cercana, o algo así. No estoy muy seguro. anunciaban la muerte mecánica de uno de los barcos
–¿Y cómo te ha ido? –pregunté al notar lo insistente más antiguos de la flota mercante nacional, justo debajo
de su presencia. de una enorme fotografía en blanco y negro: “El Desdé-
–Nada, en lo mismo –esquivó con un ronroneo. Creo mona descansará en paz en la ribera”. La nota era breve
que aplicaba conmigo las mismas estrategias que yo con y llena de generalidades, escrita seguramente a último
mi único hijo–. ¿Terminaste de corregir los anuncios que minuto. La fotografía, en cambio, era más que impresio-
te pasó el jefe? nante: las gigantescas aspas de una hélice se ofrecían a
–Ya casi, necesitaban mucho trabajo. la mirada como huesos expuestos en una fractura, mien-
–¿Muchas vocales fuera de sitio? tras la panza del barco formaba un cielo tosco y oxidado
–Esa es una manera de ponerlo. dentro del recuadro de la foto, y hacía pensar en que es-
–La semana pasada lo escuché quejarse de que sobre- tuviese a punto de caer una lluvia de tornillos. El perio-
corregías. dista afirmaba que el futuro de la nave era incierto: las
Levanté la cabeza y la abordé de reojo, escondido tras autoridades se debatían entre el museo y el desguazadero.
la pantalla del computador. El Desdémona había sido construido a principios de siglo,
–¿Quién? pero estaba tan pobremente conservado que lucía incluso
–El jefe, tonto. más viejo que eso, todo un dinosaurio mercante. Recién
–¿Yo sobrecorrijo? terminaba de leer la descripción, cuando ya mi padre se
–Eso dijo él. me venía a la cabeza. De estar vivo, ¿qué habría dicho al
–Qué hijo de puta. respecto? Seguro le habría reprochado al mundo, con ese
–Ah, no sé. En eso no me meto –se irguió como un tono adolorido con el que hablan los argentinos, su em-
ave que da una voltereta antes de volar y me tendió con peño por sentenciar el pasado a las fauces del orín, como
amabilidad un recorte de papel periódico–. Vine a traerte un soldado herido en plena batalla contra el tiempo. Es-
esto. Sé que te gustan los barcos, ¿no? tuve incluso tentado a imitar su voz, para escucharlo vivo

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de nuevo a través de mi garganta, pero me habría expuesto agazapada en la ventana. Y ahí estaban de nuevo: dos pá-
a las miradas de todos en la oficina y sobre todo a la de jaros negros intrigados por la oficina, espías furtivos del
Laura, que se mantenía aún de pie frente a mi escritorio, reino animal. Uno primero y el otro después se asoma-
registrando mis reacciones como lo hacen las madres de ron contemplándome con reservas, con cierta desgana,
hijos únicos al momento de abrir los regalos de Navidad. a lo mejor resentidos conmigo por haberlos sorprendido
–Gracias, Laura –respondí, más para que se marchara de nuevo. Pude entonces detallarlos mejor: los recordaba
que por un genuino agradecimiento–. Lo leeré bien en mucho más pequeños, aunque en realidad eran de buen
un rato. tamaño y de formas familiares; pronto los bauticé como
–No, de nada. Lo vi y me acordé de ti. alcatraces. Tenía años sin ver un alcatraz, veinte o veinti-
Le obsequié una sonrisa mientras ella volvía a su cinco tal vez, desde la última vez que acompañé a mi viejo
puesto, y mis ojos se zambullían de nuevo en la fotografía. a la playa; aquellas eran aves de mi propia prehistoria. “¿Y
Se me ocurrió que mi padre tendría más o menos mi edad ustedes?”, les pregunté en voz alta, sobresaltado por mi
–quizás un poco más joven, no lo sé– cuando abandonó la propio tono, que pareció brotar enmudecido, surgiendo
marina mercante para dedicarse a su familia y a su único debajo del agua o desde el interior de un barril de madera.
hijo, quien apenas si conocía. El cambio fue tan radical “¿Nosotros qué? –respondieron sus graznidos en mi ca-
como doloroso: del cuarto de máquinas pasó al escritorio, beza–, ¿es que no piensas ir a la reunión?”.
de los sextantes y la brújula a los sellos de caucho y las fo- Pero esa era la voz de Laura, de nuevo, que se atra-
tocopias. Y tras ser un padre ausente, un héroe lejano con vesaba en el camino de mi mirada y me extraía de mis
bolsillos repletos de objetos maravillosos, devino en un delirios. Me incorporé, asintiendo como un resorte y to-
acostumbrado garabato de sí mismo. En un par de años mando un lapicero y una libreta, antes de echar un vis-
nada más, su nueva ocupación le había domesticado el es- tazo hacia la ventana de fondo. Ya no había nada que ver,
píritu, y como las aves en cautiverio, comenzó entonces a más allá de la ciudad sucia y aburrida. Nada digno de
envejecer. Su bigote endureció y perdió el color, su pulso comentario, como tampoco lo hubo en la reunión. Mis
se hizo errático e inconstante, y sus ideas enlentecieron hojas regresaron en blanco.
hasta anquilosarse. Supongo que mi padre era como el
Desdémona: una vez anclado en la ribera, su cuerpo em-
pezó rápidamente a oxidarse. Esa noche cenamos tan solo mi mujer y yo, porque el
El correo electrónico me recordó, con un gemido ale- chico se quedaba en casa de algunas amigas. Su madre
gre y una alarma anaranjada, que ya era hora de acudir realmente parecía creer que aquello tendría el aire de una
a la reunión. Arrancado de mis pensamientos, acuñé el inocente pijamada; yo, sin saber cómo disimular un sú-
artículo de prensa bajo el teclado del computador, justo bito arrebato de envidia, me lo imaginé en un tipo muy
a tiempo de pescar por el rabillo del ojo a una silueta distinto de reunión. No supe si sentirme orgulloso de que

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no se repitieran en él las mismas torpezas de su padre, o si hacia la nada, era haber dejado adentro el recorte de pe-
resentir el hecho de que jamás me hubiese pedido un con- riódico que Laura me había dado en la mañana.
sejo amoroso. Movido por las sensaciones, se me ocurrió
insinuar en voz alta que la presencia de nuestro retoño, de
no ser por su televisor eternamente encendido, apenas si –¿Y estas ventanas se abren? –me descubrí preguntándole
se habría hecho sentir entre nosotros. Me gané una mirada a un compañero días después, en plena pausa para el café,
de advertencia: Careful with that axe, Eugene. Pisé enton- inspeccionando el mismo ventanal de mis sueños.
ces el freno a toda velocidad y previendo el inminente es- –Creo que no –fue la respuesta–. ¿Para qué las quie-
tallido, alabé la comida y agradecí la oportunidad poco res abrir? Se va a salir todo el aire acondicionado.
frecuente de estar a solas y de compartir. Ella ablandó la –No, no, para nada –dije, sintiéndome como un ex-
mirada, pues me conocía lo suficiente para valorar aquel traterrestre–. Curiosidades de uno, ya sabes.
gesto en su justa dimensión; a veces no está tan mal eso de Esas mismas curiosidades mantuvieron el sueño vivo
acostumbrarse al otro por completo. Esa noche hicimos el en mi cabeza durante los días siguientes, en los que dedi-
amor despacio y con gusto, aunque ya no duráramos tanto qué preciosos minutos de trabajo a la contemplación del
como antes. Sabíamos en dónde tocar, y el resto era cor- recorte de prensa. Me sorprendí pensando en que si aquel
tejo por compromiso. Terminamos, ella primero y yo poco edificio fuese un poco más alto, y si la ventana diese hacia
después, y nos dormimos casi de inmediato. el lado contrario, probablemente podría ver al Desdémona
Durante la madrugada estuve soñando conmigo esperando por sus verdugos como una gran ballena coma-
mismo. Me veía en mi puesto de trabajo, sentado sobre tosa. Quizá, de tener más tiempo libre, habría incluso su-
el escritorio porque el suelo había empezado a inundarse. bido a la azotea a comprobar mi teoría. Pero por otro lado
En el más absoluto silencio, la oficina se convirtió en una confiaba en que, dado el interés que había demostrado por
pecera tranquila y apacible, en la que todo flotaba en su la noticia, Laura me informaría si llegaba a anunciarse el
lugar. Y aunque tuve todo el rato la respiración contenida, destino del pobre barco. De todas formas, y por si acaso,
en ningún momento sentí el apremio de huir desespe- decidí invertir algunas monedas diarias, durante mi viaje
rado. Por el contrario, caminé –¿por qué no nadaba?– de regreso a casa, en comprar el periódico competidor,
hasta el enorme ventanal frente a mi escritorio y abrí con leerlo de cabo a rabo y dejarlo abandonado en el asiento
calma el cerrojo. En ese momento la gigantesca presión del tren cual flagrante prueba del delito. Esa pequeña trai-
del agua hizo estallar en pedazos la ventana y arrojó la ofi- ción se repitió y repitió hasta hacerse costumbre, durante
cina entera hacia el vacío: mobiliario, papeles húmedos, cada día que pasaba de mi angustiosa espera.
sillas reclinables, teclados ergonómicos de computadora Confieso no saber cómo llegó a ocupar el Desdémona
e incluso yo mismo, todo salía despedido por los aires, un porcentaje tan amplio de mis pensamientos, pero an-
y mi única preocupación, a medida que me precipitaba tes del miércoles siguiente ya había pensado en dos o tres

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rutas posibles para ir a visitarlo en la ribera: quizás pu- ficiente para hacerme sentir lo que el primer cavernícola
diese organizar un viaje familiar –aunque a mi querido re- en lograr encender una fogata. Pero siempre hay vientos
toño costaría un mundo convencerlo–, o tal vez pudiese más fuertes, y a medida que el hilillo de atención de mi
fugarme de la oficina un par de horas antes y visitarlo primogénito era absorbido por los chillidos de su teléfono
a toda prisa; esto último requería algo más de tiempo y móvil, mi mujer me propinaba una mirada amorosa, car-
planificación, pues llegaría a mi hogar mucho después de gada de piedades. Al final, dejé morir mi anécdota sobre
lo acostumbrado, y no tenía ganas de lidiar con sospechas la mesa con asqueada resignación.
de infidelidad. Pero no era ese el principal inconveniente: –¿Quieres un té? –me ofreció mi señora a modo de
el viaje, por encima de todos los contratiempos, precisaba consuelo, llenando de agua la ollita acostumbrada. Yo
de algún tipo de propósito, algún punto cardinal que lo asentí en silencio, oyendo el eco de una sonrisa desvane-
orientara dentro de las acciones de mi vida. A partir de cerse. Y entonces añadió:
cierta edad uno no desaparece así nomás, sin tener una –No te pongas así. Algún día recordará tus historias.
excusa creíble –o increíble– preparada, pues ciertos impe- –… Si apenas las escucha, mujer.
rativos rutinarios, morales, familiares o no sé de qué tipo –Es un chico, Jonás. Tú también tuviste su edad.
terminan imponiéndose a la libertad y convirtiéndola, en –Yo a su edad amaba las historias de mi padre.
el mejor de los casos, en recuerdo de una antigua sensa- –Porque apenas si lo conocías.
ción. Al final estamos más atrapados en nosotros mismos –¿Y él sí me conoce a mí?
que en cualquier cárcel o prisión del universo. Anclado a –Ay, Jonás, no empecemos.
mis propios razonamientos, me convencí de seguir espe- –No, dime. ¿Me conoce?
rando un poco más. –¡Como si hubiera mucho de ti que conocer!
Y así lo hice, al menos hasta la noche. Después de la –Joder, mira lo que dices. A veces actúas como una bruja.
cena, en esos brevísimos minutos antes de que el chico –Mira, Jonás, no fastidies, ¿sí?
abandonara la mesa y se escabullera sagazmente hacia –¿Yo?
su cuarto, asomé la noticia del Desdémona, fingiendo –Sí, tú.
haberme enterado de ello esa misma mañana. Con una –Buf, ya comenzaste.
sonrisa ilusionada, le conté a madre e hijo el dolor que –Lo digo en serio, Jonás: no me fastidies. ¿Está claro?
aquella escena hubiera desencadenado en mi padre de Un amargo silencio da por terminado mi intento de
estar vivo, y repetí un par de frases suyas para acompa- aventura familiar. Añadir una palabra más a aquel duelo de
ñar mi performance, momentáneamente poseído por su espadas habría equivalido a hacer malabares con granadas.
espíritu de marinero sureño. Podría jurar que durante un Así que enterré el hocico en la taza de té durante los mi-
segundo, tal vez dos, hubo un chispazo de entusiasmo en nutos que tardé en quedarme a solas, y hallé de pronto
la mirada de mi familia: una llamita débil, quizá, pero su- en mí la determinación de los que han sido totalmente

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derrotados. Hurgué en el enorme revistero de periódicos Esa noche apenas si pude dormir. Una vieja angustia me
viejos y folletines de propaganda hasta dar con la guía revoloteaba entre el pecho y la barriga, y ni siquiera el
telefónica en el fondo; tendría un par de años de vencida, lento aguacero de la madrugada logró arrullarme por
pero era perfecta para mis fines. Abrí sus últimas páginas completo. Finalmente el cansancio pudo más: cerré los
y di con el plano sectorizado de la ciudad, en el que luego ojos un instante y al siguiente ya era de día. La claridad in-
tracé con el dedo mi ruta de huida hacia la ribera, consi- sinuada entre las persianas me dijo que aún era temprano,
derando diversos posibles escenarios. Con apenas tomar y que el despertador estaba aún por sonar: podía sentirlo
el subterráneo, o en su lugar un par de autobuses, podría tomar aire antes de dar el campanazo. Mi mujer también
llegar en más o menos cuarenta minutos al extremo este dormía, y de pronto esos minutos se me antojaron de una
de la ciudad, en donde nacía el río que la atraviesa, hijo calma pasmosa e inmortal, como si estuviésemos posando
debilucho de uno más amplio y caudaloso. Allí, justo en sin saberlo para alguna fotografía: esa idea fue de algún
ese cruce de intensidades, el Desdémona aguardaba im- modo reconfortante. Giré hacia ella con calma, minimi-
paciente mi visita. Viajaría solo, pues incluso así estaría zando el roce sobre las sábanas y le pasé un brazo por la
más acompañado que en mi propia cocina, y cuando vol- cintura, como solía hacer de novios, cuando dormíamos
viese de mi aventura personal, de esa ruta trazada por mis juntos en la estrechísima cama individual de un cuarto en
dedos sobre la guía, demostraría finalmente la enorme el centro de la ciudad, con sus padres fingiendo dormir
riqueza del mundo que sólo yo era capaz de contemplar del otro lado de la pared. Ella recibió la caricia sin desper-
y que ninguno de mis seres queridos se dignaba a compar- tar, con ese ademán dulce que aún conservaba, a pesar de
tir. Al contrario de mi padre, que escogió el camino del que la vida nos hubiera agriado poco a poco el carácter.
encallamiento, yo regresaría liberado de mí y de todos, Tal vez en sus sueños aún estuviésemos allí, en ese cuarto
aunque nadie más en el mundo lo supiera. Esta vez no es- abarrotado de sus cosas, soñando juntos el tramposo por-
tropearía la aventura, no dudaría en el momento preciso venir. Me pareció criminal arrebatarle esos instantes des-
de tomar a la vida por las mejillas –esas mejillas siempre pertándola a una realidad desgastada de tanto uso; más
rubicundas de Laura– y estamparle un beso, para después bien intenté dormir de nuevo y acompañarla en aquella
darle la espalda y continuar como si nada, porque así son fuga maravillosa. Alguien debería enseñarnos al nacer, re-
los valientes: inexplicables, incomprendidos, silenciosos. flexioné, a escoger con mucho cuidado los eventos que va-
Afiebrado por el ritmo de mis propios pensamientos, des- yamos a vivir: estaremos soñando con ellos durante el resto
prendí las páginas de la guía con sigilo y las inserté en un de nuestra existencia. No pude volver a dormir, pero per-
bolsillo de mi billetera. Ya tenemos un plan, amigo mío. manecí inmóvil hasta que el despertador inició su odiosa
Pase lo que pase, ya tenemos un plan. cantaleta. Entonces cerré los ojos, mientras un temblor
parecía sacudir a mi mujer, incorporándola por partes, y

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ella se libraba de mi abrazo sin apenas notarlo; me pare- a la impaciencia y decidirme a caminar: según mis cálcu-
ció que despertaba y que a la vez se quedaba dormida. los pocas cuadras me separaban del río mismo, y una vez
Esperé a solas un tiempo prudencial, como un niño retra- en el muelle, no sería difícil acercarme al coloso de metal
sando el momento de ir a la escuela, antes de levantarme lo más que me fuera permitido. De cualquier manera, me
y marchar a paso lento hacia el cuarto de baño. dije con cierta tristeza, el mejor de los casos me otorga-
Esa vez no perdí el tren de la mañana: mi plan exigía ría una visión lejana y aburrida del barco; una crueldad
puntualidad y destreza. Opté por el tren, luego subterrá- semejante a obsequiarle una postal a quien anhela via-
neo y finalmente un autobús, estrategia que me permitiría jar por el mundo. Tras minutos de caminata, la cúpula
fugarme y volver al trabajo justo en la hora de almuerzo. enorme del carguero apareció ante mis ojos. Al princi-
Llamé a la oficina desde un teléfono público en la es- pio el marrón oxidado de su casco se confundió con las
tación, para decirle a Laura que había amanecido indis- aguas pardas del río, como si en vez de una nave anclada
puesto y me reincorporaría en la tarde. Alegué dolencias a pocos metros de la costa se tratase de una ola enorme
intestinales: vómitos y mareos. Nada grave, algo me habrá y sucia que pretendiese la orilla. Pero a medida que me
caído mal. Menos mal, hombre. Sí, menos mal. ¿Llegarás aproximaba al amplio malecón turístico, sus letras blan-
a la reunión de publicidad? Seguro, en la tarde estaré en cas y lucidas lo recortaron del paisaje: el Desdémona me
mi puesto. Perfecto, yo le aviso al jefe, que te mejores. mostraba finalmente su inmensidad, sus múltiples tonos
Gracias, Laura. La ventaja de no faltar nunca al trabajo es de arcoíris ferroso, fraguados unos por el hombre y otros
que cuando por fin lo haces, nadie duda de la veracidad por el paso del tiempo. El espectáculo era enternecedor
de tus excusas. Colgué el teléfono público y me apresuré y lastimero, y desde la barandilla que finalmente sostuvo
hacia el andén, con el periódico de la competencia ya mi peso, muchos transeúntes lo escudriñaban con bino-
bajo el brazo; me sentí el protagonista de alguna vieja culares, lo fotografiaban o hablaban de él señalándolo a
película de espías, sentado en el tren con un periódico lo lejos. De todos los que nos hallábamos recostados de la
ensombreciendo mis facciones, atento a la remota posibi- baranda, pensé empapado de sudor que solamente yo veía
lidad de ser descubierto. Una genuina emoción de aven- en el Desdémona algo que me pertenecía. Mientras todos
tura me condujo de pronto a una sonrisa. observaban fascinados su aliento de barco fantasma, yo le
ofrecía una mirada tierna, de juguete recuperado; un gesto
dulce que había visto años atrás en la cara recién nacida
La enorme caverna del subterráneo me arrojó al aire de mi único hijo, heredero temprano y atolondrado de mis
denso cercano a la ribera, cargado del olor del diesel so- pocos relatos. Un hijo es un extraño desdoblamiento: un
bre las aguas. Me sorprendió orientarme con celeridad en espejo diminuto en el que empezamos a mirar la propia
un sector de la ciudad que hacía años no visitaba. Esperé vejez, como un catalejo dirigido hacia las estrellas; y esa
el autobús durante minutos interminables, antes de ceder es una visión que pocos soportan sin derramar al menos

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una lágrima por sí mismos, y por sus sueños que ya nunca ojos y respiré muy hondo: podía oler al Desdémona a lo
se cumplirán. En realidad empezamos a morir en cuanto lejos, con su invitación abierta a lo desconocido, a lo ab-
nace nuestro primer descendiente. surdo. Entonces sentí el primer manotazo de las olas, y
La brisa me trajo unas primeras gotitas de lluvia y su violencia me hizo entender que no había sentido en
pensé en volver. Estuve a punto de dar la espalda a la el viaje sino en el extravío propio de la aventura; así que
ribera, al barco abandonado y a la aventura sin sentido cogiendo el máximo de aire, di las primeras brazadas en
en la que me había metido de cabeza, esta cabeza abu- medio del rugido venidero de la tormenta.
rrida de sí misma y aburrida de su propio aburrimiento. En la orilla, sacudiéndose bajo el peso de cuero del ma-
Me dispuse a volver a la oficina, a dormitar despierto las letín, el diario de la competencia me aleteaba una despe-
reuniones los miércoles por la tarde, a decirme frente al dida. Sus páginas advertían la inminente y brutal sudestada.
espejo del baño que aún queda tiempo, que no debo pen-
sar en la muerte, a constatar el abismo entre las cosas y
yo, a las tibias caricias de mi mujer, a recordar con ironía
mis planes de vida a los veinte y a los treinta; pensé en
volver, sí, pensé incluso en el viaje de regreso, a sabiendas
de que no había ya retorno posible, de que todo regreso
es la parte visible de un espiral. Pero en lugar de retroce-
der, agucé la vista: dos figuras sombrías me distrajeron de
mis propios pensamientos. Dos pelícanos, enormes como
niños pequeños, parecían hacerme señales con su aleteo
marrón desde la cubierta del Desdémona. Casi lucían
como parte del barco, gárgolas oxidadas en vida, abani-
cando el aire con sus alas densas; pero también parecían
satisfechos, o esa fue la impresión que me dieron en la
distancia. Pelícanos: hacía décadas que no veía uno de
cerca, ni siquiera suele haberlos por estos lares.
La lluvia cobró densidad en cuanto di el primer paso
hacia la playa. Una pequeña escalera de concreto me
alejó del barullo de los turistas, conduciéndome poco a
poco hacia la arena negruzca del río. Sobre ella abandoné
el maletín, y me dejé la chaqueta puesta y los zapatos;
cuando sentí el agua chapotear a mi alrededor, cerré los

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2o l u g a r Los discos de mi padre
John Manuel Silva

Para Vanessa Mata,


“Claptómana” incurable

B usco la carpeta The very best of Cream en mi compu-


tadora, la abro, selecciono todas las canciones y las
agrego a la lista de reproducción. Hago lo mismo con Layla
and other assorted love songs; Eric Clapton, todos sus
discos como solista; The Yardbirds; Retail Therapy, y Co-
laboraciones y rarezas. Las reproduzco aleatoriamente
subiendo todo el volumen al sistema de sonido de la com-
putadora. Este Año Nuevo lo recibo con la música de
Clapton; siempre ha sido así desde mis catorce años.
Al artista lo conozco de toda la vida; en mi casa des-
pertábamos todos los domingos con el sonido de esa guita-
rra y con mi papá en la sala, aún en pijamas, escuchando
su música.
En la estantería del viejo estaba toda su carrera: los tres
discos de Cream; uno de The Yardbirds, que compilaba
las pocas grabaciones que Clapton había hecho con ellos;
el único disco de Blind Faith; el único de Derek and the down Sally”, “Sunshine of your love”, “Anyday”, “Tear-
Dominos; todos los discos como solista; una grabación pi- ing us apart”, “I shot the sheriff”, “Crossroads”, “After
rata que contenía su participación en el concierto para midnight”. En el lado B: “Wonderful tonight”, “Have you
Bangladesh; un disco de rarezas e incluso, si revisabas ever loved a woman”, “Cocaine”, “I’m so glad”, “It’s too
con cuidado el mueble, encontrabas varios discos que late”, “Keep on growing”, “Strange brew”, “Anyone for ten-
sólo estaban allí porque contenían una colaboración de nis”, y cerraba –no podía ser de otra forma– con “Layla”.
él con algún otro músico. Eric Clapton acababa de ser endiosado por la indus-
Nadie tiene una colección así, inocentemente. Guar- tria. Hacía poco tiempo había arrasado en los Grammys;
dar discos de cualquier artista, coleccionarlos y ordenarlos reconocían, no tanto el disco Unplugged, que ciertamente
cronológicamente, sólo puede ser producto de años de pa- era una belleza, sino a uno de sus genios redimidos. Clap-
ciencia y admiración. Quien colecciona una discografía ton había superado su adicción a la heroína y al alcohol.
completa es un discípulo, un iniciado, alguien que encon- Había dejado de ser el mujeriego que le tumbó la novia
tró en la obra de ese músico un mensaje, algo que lo invita al guitarrista de los Beatles, para luego montarle cachos
a seguir viviendo o que lo ayuda a morir lentamente. con decenas de mujeres. Se había divorciado de la exes-
Nunca supe cómo llegaron esos discos a casa, siempre posa de su mejor amigo y se había vuelto a casar, ahora
que le preguntaba a papá se excusaba porque no podía con una actriz y modelo italiana. Había tenido hijos, se le
recordar cuándo los había comprado. A veces me decía había muerto uno de ellos, y fiel a su tradición de artista
que los álbumes estaban allí en la estantería porque se torturado que convierte sus vivencias en poesía, escribió
los habían regalado; otras veces, que los había comprado en honor a él una de las más hermosas y desgarradoras
por error. Esto –siempre lo supe– era una gran mentira. canciones de su carrera.
Una patraña que nunca le reclamé. Supongo que algunos Clapton terminó cantando en vivo that dirty cocaine.
hombres tienen recuerdos inaccesibles para todos los que Así, reversionaba su versión del tema de J.J. Cale, des-
no forman parte de ellos. Yo también los tengo, hay una tilando la canción hasta convertirla en algo inofensivo,
historia sobre Clapton que nunca le he contado a nadie. poco dañino. El que escribió aquel graffiti que decía
Cuando cumplí catorce años ya me sabía de memo- “Clapton is God”, nunca pensó que de verdad, en sus
ria casi todas sus canciones. Ese año le pedí a papá que años postreros, Clapton se acercaría a Dios para arrepen-
me regalara un walkman. Siempre me gustó aislarme de tirse de su vida. Hace pocos años escribió una autobiogra-
la ciudad, caminar escuchando un concierto particular fía; las típicas memorias de un converso.
sonando a todo volumen en mi cabeza. Había grabado Los Grammys reconocían también a ese sublime la-
un cassette con una selección personal de mis temas fa- drón de música negra que había hecho una canción de
voritos. En el lado A: “White room”, “I feel free”, “Lay Bob Marley más popular que la original. Algunos músicos,

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sabiéndolo o no, representan la leyenda reaccionaria de situation, before I finally go insane. Please don’t say we’ll
Tarzán, el hombre blanco que llega al nido de los hom- never find a way, and tell me all my love’s in vain”, se
bres negros y, luego de pasar por una serie de pruebas lamentaba el cantante.
darwinistas, resulta mejor que ellos y se convierte en su lí- Bueno, en realidad no lo hacía. De repente la tristeza
der. Conozco gente que detesta al Rey del blues, así como y la rabia que habían inspirado sus letras más desgarradoras
a todo el rock and roll. Gente convencida de que el rock habían desaparecido. Este tipo que cantaba en el Unplugged
es una estafa, un robo de culturas y una domesticación era un señor mayor que ya había asimilado y procesado
de géneros realmente salvajes que le dieron forma. todos los coñazos que el tiempo pudo propinarle. Ahora
A todos nos gusta una estrella redimida. El mundo cantaba sus tristezas desde una sonrisa de hombre sereno,
cree en el perdón, en los arrepentimientos públicos y en bien tratado por la vida, que había sabido encapsular el
las estrellas que caen en desgracia y resurgen como ave dolor para sublimarlo y convertirlo en poesía.
Fénix. En el fondo, la historia del rock es la historia de Apagué el walkman y me le acerqué, él escuchaba un
María Magdalena, la puta a la que se le perdonan las pe- radiecito con bocina.
dradas porque se volvió decente. A las aves Fénix se les –¿Escuchas esa canción? –me preguntó–; es de mi to-
premia, se les aplaude y se les usa como ejemplos. El rock cayo gringo.
es una historia de manumisión constante. –Inglés –le corregí–: Eric Clapton es inglés.
Luego de sonrojarse por haber dejado ver su ignoran-
cia, me extendió la mano y me miró directamente a los
Cuando vi a Erik por primera vez, llevaba los audífonos ojos. Yo no pude evitar mirarlo directo hacia la cicatriz
puestos y, justo cuando terminaba “Layla”, me llegó nue- que le surcaba la cara. Luego de que estrechamos manos,
vamente el sonido de la canción, esta vez en la versión lo invité a colocarse los audífonos y oír mi grabación. Nos
unplugged. El sonido que se coló en mis audífonos era es- echamos en la grama de Los Castores, detrás del campo
pecíficamente cuando Eric dejaba de cantar y convertía de béisbol. Él escuchaba la música de mi cassette mien-
aquel enorme riff de guitarra de la versión original en un tras yo lo observaba.
solo de guitarra acústica, más dulce, más apacible. Acostado, con los ojos cerrados para captar con mayor
La versión de “Layla” en el Unplugged era buena, no precisión los acordes de la guitarra, afinando el cerebro para
tanto como la original, pero no estaba mal. La voz íntima maltraducir con su escaso inglés las letras, entregado a la
de Eric, la guitarra de Andy Fairwheater y las suaves lí- delicia de ser seducido por el sonido de un poeta maldito,
neas del bajo de Nathan East ralentizaban un rock veloz ya procesado por la industria pero con la fuerza intacta para
y carrasposo, que en esa versión sonaba limpio, desdibu- golpearnos, me decidí a robarle un beso. No fue algo pla-
jando la amargura de la letra. “Let’s make the best of the neado, en realidad fue la sensación que me produjo estar

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junto a él. He sido siempre un hombre solitario y cuando Teníamos una ética particular: si era muy vieja la de-
por fin conozco a alguien con quien congenio me viene jábamos pasar, si rondaba los 40 años le echábamos bom-
la misma sensación, la creencia –absurda, lo sé– de que bas, y si tenía entre 20 y 30 le tirábamos huevos o tomates
somos personas olvidadas, de que en ese momento el piches. Con los hombres no había diferencia, a todos y de
mundo ha desaparecido y sólo existimos nosotros, en un todas las edades les tirábamos lo que tuviéramos a mano:
universo paralelo, protegidos y olvidados. bombitas, huevos, vasos con tierra...
Podría jurar que sonaba “Cocaine” cuando, aún echado Cuando los policías de la Municipal nos vieron les
sobre la grama, levanté mi cabeza, la acerqué a la suya y pintamos una paloma y salimos corriendo en cambote ha-
toqué sus labios con los míos. Él me miró extrañado ape- cia el centro comercial Los Altos. En el camino, Erik su-
nas me separé de él, se sacó los audífonos buscando con su girió que les peláramos el culo para dejarlos estupefactos
mirada algo en la mía que lo hiciera sentirse tranquilo por un rato y así poder correr más rápido. Entrando al centro
lo que acababa de hacerle. Cuando lo encontró, sonrió. comercial lo hicimos. Nos paramos justo frente a la li-
Ladeó un poco su cara y se le cristalizaron los ojos. Yo sólo brería Atlantis, desabrochamos nuestros pantalones y les
pude acercármele, colocar mis manos sobre sus mejillas y mostramos las nalgas.
decirle: eres hermoso, ¿sabes? Nos vemos en La Arboleda a las cinco, dijo Raúl. Y
Aprendimos a besarnos esa misma tarde. nos separamos. Flor corrió hacia el Don Blas. Antonio
Le obsequié el cassette y lo acompañé a su casa. Erik hacia La Gonzalera. Raúl regresó hacia la OPS, pero antes
vivía en La Rosaleda Sur, en el edificio Aponwao. En La de llegar se desvió hacia el Bosque Tamanaco, saltó la reja
Rosaleda todos los edificios tienen nombres de ríos. Su y se les escapó escondiéndose en el parque. Erik y yo nos
papá era maestro técnico de tercera del Ejército y estaba tomamos de la mano y nos echamos a toda máquina ha-
esperando un ascenso en julio de ese año. Cuando lo co- cia La Arboleda. Como los de la Municipal se fueron tras
nocí, me extendió la mano y me dijo que le alegraba ver a Raúl, llegamos sin sobresaltos, pero sin dejar de correr.
Erik haciendo amigos en la zona, les acababan de asignar Subimos bien arriba, alcanzamos los apartoquintas y nos
ese apartamento y a su hijo le costaba adaptarse. metimos detrás de los arbolitos redondos donde hacen
Una semana después, ya éramos novios. Le pedí el em- campamentos vacacionales. Volvimos a besarnos.
pate cuando dejamos a los muchachos, de noche, en la Esa vez fue mejor, no sólo nos besábamos sino que
plaza Bolívar. Era la semana de Carnaval; por primera vez nuestras manos se descubrían. Sentía su espalda huesuda,
iba solo a la comparsa y ya había acordado con los chicos acariciaba su cuello, su papada, un poco atravesada por
del liceo ir en grupo. Yo llamé a Erik y le recordé que pequeños vellos que anunciaban una futura barba po-
llevara huevos y bombas de agua suficientes para mojar a blada. Por momentos dejaba de besarlo y me detenía sólo
las doñas justo cuando pasaran frente a la OPS. a verlo. Su rostro era bello, pero más lo era su miedo a ser

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descubiertos; en el fondo prefería cerrar los ojos y fundir su cabeza como idiotas en el riff de “Just”; la noche en que
boca con la mía antes que alejarse de la protección que le se quedó a dormir en casa –para hacer un trabajo, según
daban mis besos y arriesgarse a que nos vieran. pretextamos ante nuestros padres– y pasamos toda la no-
Al cabo de una hora llegaron los muchachos. Cuando che despiertos, traduciendo las letras de los Beatles. En
vieron las manos de Erik temblando –de la emoción o mis recuerdos, lo veo junto al otro Eric, como si fueran
del miedo, ¿cómo saberlo?– creo que todos supieron lo amigos, yendo siempre juntos.
que estábamos haciendo. Al finalizar la tarde, bajamos Un viernes fuimos a un concierto de La Nave en el
abrazados hacia la Perimetral, echándonos los cuentos de centro comercial La Cascada. Terminó el toque y fuimos
nuestra escapada. Que si viste como el policía güevón ese a mi casa; papá y mamá no iban a estar todo el fin de
peló los ojos cuando le mostramos el culo, que si casi semana porque estaban de aniversario y habían progra-
me corto con la reja del parque cuando la brinqué para mado una segunda luna de miel en Margarita. Luego de
esconderme, que si yo me fui para el Don Blas porque rogárselos, de jurarles que yo podía permanecer el fin de
allí te puedes meter en donde sellan cuadros del 5 y 6, un semana solo, aceptaron irse sin mí y sin dejar a alguien
cuartico con un truquito para abrirlo y esconderse allí... que me cuidara. Sólo pusieron como condición que los
Sólo Erik y yo permanecíamos en silencio, reíamos los llamara todos los días al hotel donde se hospedaban, cosa
cuentos de nuestros amigos, y a veces nos mirábamos uno que hice religiosamente, para que no sospecharan nada.
al otro. Yo trataba de hacerlo sentir seguro, pero era inútil: Íbamos a hacer el amor, él lo sabía. Apenas entramos
hasta el día antes de que muriera, Erik siempre tuvo esa al cuarto, apagamos la luz. Yo lo tomé de los hombros
mirada asustada. y comencé a besarle el cuello, le apartaba las hebras de
Toma, le dije luego de que aceptó que fuésemos no- cabello buscando que mi boca le rozara la piel de la nuca.
vios, se llaman Live, te grabé otro mezcladito para que los Le mordisqueé el pabellón de la oreja, pasando mi len-
oigas y me digas qué tal. Te iba a traer uno de Janis Joplin, gua por sobre las cavidades auditivas. Le arranqué la camisa
pero creo que no estás preparado para tanto. Sonreí y le desde atrás, descubriéndole el torso y pasando mis manos
di un beso de despedida. Desde su cara temerosa, él me por su pecho desnudo. Slowhand, le susurré al oído;
guiñó un ojo y se fue. Yo lo observé retirarse, como quien sonrió cuando lo hice. Jugueteé con mi índice sobre su
mira alejarse de las manos la oportunidad de ser feliz. ombligo, y poco a poco bajé mi mano hasta su sexo, lo
Ahora que lo pienso con calma, es raro que nuestra tomé suavemente y asiéndome de él, lo halé hacia mí,
relación se basara exclusivamente en intercambiar can- volteando a Erik. Me arrodillé y lo metí en mi boca.
ciones. Digo, no es que no tuviera otras cosas, pero siem- Por primera vez, desde que nos conocimos, tenía
pre que recuerdo a Erik, lo recuerdo con música. El día miedo. Me asustaba no saber hacerlo, y más que él huyera
en que bailamos salsa en la sala de mi casa; la tarde que después de esa noche, que se alejara de mí al descubrir
escuchamos a Radiohead por primera vez y movimos la realmente lo que era. Hasta ese momento éramos como

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niños jugando, pero en ese punto cruzábamos un umbral En ese momento le pregunté por la cicatriz en sus
que no permitía retornos, ni arrepentimientos. cachetes. Apenas le solté la pregunta me arrepentí; la son-
Termina de desvestirte, le dije, y lo empujé suave- risa confiada de Erik desapareció y volvió su mueca de
mente para que se sentara sobre mi cama. Yo me desnudé miedo; con la inseguridad clavada en el brillo de sus ojos
y fui hasta el equipo 3 en 1 que gobernaba mi chifonier. se dirigió a mí:
Saqué el disco All things must pass de George Harrison, el “Mira, mi papá tiene algo que lo hace único, cree que
pana de Eric, quien había sabido perdonar el que su no- el miedo es el motor que mueve a las personas y por eso
via se fuera con su mejor amigo, así, telenovelescamente. siempre se siente tranquilo luego de amedrentar a al-
Desplegué la carátula y le pregunté a Erik cuál de los guien. Hasta ahora hemos tenido suerte –me dijo–. Él no
tres discos quería oír. Sonrió y, por una sola vez, su rostro sabe nada, y creo que tampoco lo sospecha. Desde aquel
dejó de dibujar pavor. Creo que confiaba, se sentía libre y día dejó de sospechar…
seguro. Tal vez sea pedante que yo lo diga, pero creo que Yo no lo quería, de hecho apenas lo conocía, pero me
se sentía protegido por mí. El tercero, la última canción, gustaba. Un día nos jubilamos de la clase de Química y
me pidió Erik, y “Thanks for the pepperoni” empezó a nos fuimos hasta el Parque del Este en Metro. Yo había
inundar todo el cuarto. olvidado que a los militares los estaban poniendo a trotar
No sé si fue el animado acorde de Harrison o si sim- en la grama del parque, daban la vuelta completa, partían
plemente fuimos nosotros, pero desde ese momento y por desde la carabela de Colón y regresaban al mismo punto.
el resto de esa noche, Erik y yo nos hicimos el amor como Ese chico –ya hasta olvidé como se llamaba– y yo nos
gente grande. Él tenía catorce años, yo estaba llegando a metimos debajo de un árbol grande y nos besamos.
los quince, Eric Clapton acababa de cumplir cuarenta y La mano de mi papá agarrándome del cabello fue lo
nueve, y George Harrison luchaba contra un cáncer de primero que sentí, luego un vacío enorme en el estómago
garganta a sus cincuenta y uno. cuando vi al chico salir corriendo. Papá me soltó y me
La madrugada llegó a nosotros mientras echábamos dejó caer a la grama. Me dijo, ven, vamos al carro, esto lo
chistes crueles sobre Pattie Boyd, fumando y mirando la discutimos en la casa.
luna, que aún a las siete de la mañana se empeñaba en El trayecto hasta La Carlota fue largo porque el silen-
estar ahí en el cielo, rebelándose en sus funciones, ne- cio de mi padre no daba lugar a ignorar el tiempo. Apenas
gándose a que la noche dejara de ser. Tal vez ella sabía cerró la puerta del apartamento sentí que debía correr. Huí
que nunca seríamos tan felices como en ese momento y hacia mi cuarto y mi papá me persiguió como a un hámster
se había aliado con nosotros para tratar de eternizar ese en un laberinto. Yo logré encerrarme en mi habitación,
encuentro, ese espacio sublime en el que él y yo fuimos pero él buscó una mandarria y reventó la cerradura de la
un alma sincrética e indestructible. puerta, me haló de un brazo, me quitó toda la ropa y me

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puso frente al espejo del baño. Eres un hombre, maricón había que ponerles mano dura o si no se descarriaban y
de mierda, un maldito hombre, me gritó. Luego me llevó se volvían indisciplinados. Tal vez ahora no lo entiendas,
hasta la cocina, me amarró con su correa a una de las sillas me dijo, pero créeme que algún día me agradecerás esto,
de la mesa de almorzar y encendió la hornilla de gas, co- es por tu bien, chamo.
locó el filo de un cuchillo sobre el fuego y empezó a gritar. Semanas después me llevó a un burdel, hizo que una
Primero dijo que no era su culpa que mamá se hu- mujer me hiciera lo mismo que me hiciste hoy, y no se
biera ido. Me preguntó varias veces si lo hacía por rebel- habló más del asunto. Papá consiguió un informe falso
día, si era un grito de ayuda. Incluso, en algún momento de un forense amigo suyo que certificaba que lo ocurrido
pareció calmarse, bajó la voz y me dijo que estaba dis- conmigo había sido un desafortunado accidente domés-
puesto a hablar con el psicólogo del Fuerte Tiuna para tico. Los breakers de la cocina me habían estallado en la
que me ayudara. Pero al encontrar sólo lágrimas en mi cara dejándome así. Y esa fue la versión oficial, la que se
rostro y ver que no le respondía, simplemente me abo- le dijo a todo el que preguntó, y la que yo terminé creyén-
feteó. Luego volvió hasta el candil y tomó el cuchillo, dome para poder resistir las burlas de mis compañeros de
agarrándolo con un trapo para no quemarse. Con la iz- clase y el miedo que me daba todas las noches, cuando
quierda me agarró del mentón, y con la derecha dibujó cenaba con papá y lo veía ser cortés conmigo.
estas V en mi cara. Luego de unos meses pidió el traslado a Los Teques y
El calor de aquel cuchillo permaneció en mi me- le asignaron nuestro apartamento.
moria durante días. Sentía que mi cara ardía en las no- Y ahora te conocí”.
ches, antes de dormir. Solía palparme la piel cuarteada,
derruida; sentía cómo la carne se iba descomponiendo,
sólo le quedaba cicatrizar, hallar una nueva forma para Cuando Erik terminó de hablar yo sentía que algo se ha-
sobrevivir sobre los huesos de mi cara que se podían sentir bía terminado entre nosotros, de repente la vida ya no era
al tocarme los pómulos. divertida, cruzábamos un umbral mucho más amplio del
Papá actuó como si nada hubiera pasado. que habíamos cruzado esa noche.
Al día siguiente no fue a trabajar, consiguió, gracias El último día que lo vi llevaba entre manos su pri-
a un general que al parecer le debía algún favor, unos mer CD, me había gastado todo el dinero que tenía en
días de permiso. Me preparó un desayuno: panquecas un discman, el cassette estaba muriendo. El disco que le
con mantequilla y queso, café con leche y unas galletas compré fue Eric Clapton MTV Unplugged. Hubiese que-
que había comprado en la panadería. Me sentó a desa- rido regalarle otra cosa; en una tienda vi el único disco de
yunar, y cuando me vio comer animado, se rió. Me dijo Blind Faith, una auténtica joya para coleccionistas, y es-
que pronto sanaría, que lamentaba tener que hacerme tuve tentado a comprárselo, pero preferí regalarle su disco
eso, pero que a veces a las personas, así como a los países, favorito, junto al discman.

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Cuando se despidió de mí, luego de abrazarme y agra- al frente, nos volvemos precavidos y pragmáticos, comen-
decerme el regalo, me dejó en el bolsillo una carta, que zamos a hacer planes. Nos vemos viejos, solos, sin dinero
por fuera del sobre decía you’ve got me on my knees. Y tenía y descubrimos que es mejor no ser músico ni poeta, sino
al lado un dibujo de un muñeco sonriente que tocaba una que hay que ponerse la maldita corbatita que tanto de-
guitarra eléctrica. testamos de papá y ser, ¿cómo es que lo llaman? Ah sí,
adultos.
16 de junio de 1994 Yo no creo poder aguantar mucho tiempo, sé que me
iré un día de este infierno o lo aceptaré gustoso, y enton-
Hay algo poderoso en algunos momentos, no es obvio o ces, como me dijo papá antes de colocar su huella sobre
notable, más bien es una fuerza sutil e imperceptible que mi cara, seré un tipo “normal”, me buscaré una novia y
tienen algunos hechos, algo que convierte una pequeña me olvidaré de esta “desviación” que supuestamente es
intrascendencia en una cosa única y memorable que nos símbolo de mi inmadurez.
marca para siempre. Por eso te escribo ahora, porque hoy tengo el alma in-
Es extraño porque a veces la persona que vivió ese mo- tacta y nadie ha podido acabar con el fuego que me im-
mento contigo no tiene idea de lo que significó para ti pulsa a vivir cada día.
aquel hecho, en apariencia común y simple. Después de Todas las mañanas despierto pensando en ti, en tu
todo, ¿para quiénes es trascendental la persona con la que rostro negro, en tus ojos blanquísimos y grandísimos mi-
se dieron unos besos a los catorce años en una tarde cual- rándome con ganas de entenderme, de fundirse conmigo
quiera? Lo que para algunos fueron unos besos, para mí para siempre. Todos los días siento que conocerte ha sido
fue la vida entera. la única fuerza que me impulsa a seguir creyendo. Veo en
Pasarán muchas cosas en mi vida, eventualmente me es- tus ojos una esperanza, la felicidad que hasta ahora creía
caparé de la casa de papá y huiré a un sitio en el que nadie sólo un invento de escritores, poetas, cantautores y otros
sepa mi nombre ni tenga idea de que tengo un origen; vengo estafadores a los que les gusta hacernos soñar con cosas
de alguna parte, y por tanto, tengo gente que me extraña y imposibles.
necesita. No sé a quien se lo leí, pero alguien dijo que a veces
No sé cuando será, ni siquiera estoy seguro de que ocu- las cosas que más nos marcan llegan de manera inespe-
rra realmente. A veces creo que de un momento a otro rada. Tal vez no lo leí, tal vez sea un pensamiento mío
se terminará el sueño y aceptaré gustoso, como todos, la que noto demasiado inteligente para haberlo creado y
fuerza de la vida mediocre a la que parecemos destinados. por eso prefiero imaginarlo en la boca de alguien más
No sé si lo has notado, pero en algún punto todos deja- brillante. Sea como sea, espero que veas lo que viene y lo
mos de soñar, de mirar hacia arriba y empezamos a mirar que significa esta nota.

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Esto es una despedida. fantástica paradoja de ver a dos chicos haciendo el amor
Tú y yo no podemos vernos más, y creo que lo sabes. Si al ritmo de una canción religiosa.
decidí confesarte aquello esa noche es porque necesitaba Adiós, y espero que no me odies. Espero también que
decírtelo antes de seguir viendo ese amor absoluto con el entiendas que a veces despedirse es una forma de que-
que me miras. Esa noche, mientras me tocabas, mientras darse para siempre.
me llevabas al cielo con tu boca, mientras tu sexo se hundía Erik.
en mí haciéndome tan prisionero de tu cuerpo, y al mismo
tiempo tan libre de gritar, de sentir, de llorar sólo de emo-
ción, justo ahí, cuando nos hicimos uno, supe que debía Luego de leer aquella nota, no lo lamenté; lo prefería se-
alejarme de ti, porque me da miedo lo que él pueda hacerte. guro antes que a mi lado, y me preparé para seguir sin él.
Tú no conoces a mi padre, es una bestia, un hijo de Aunque, secretamente, también para esperarlo por siempre.
puta. Si crees que lo que me hizo a mí es malo es porque El cuerpo de Erik fue encontrado a los tres días de
no sabes lo que le hizo a mi madre. haber muerto. La conserje del edificio hacía su ronda se-
El otro día, cuando estábamos en la plaza comiendo manal por los cuartos de basura, cuando sintió un olor
helados con los muchachos, creí ver a lo lejos a un com- a podredumbre saliendo del apartamento 115. Rosaura
pañero de mi papá, era un flacuchento alto que creo es llamó a su esposo, y entre ambos abrieron el apartamento
asistente de alguno de los generales que despachan desde del ahora maestro técnico de segunda Aguirre.
el Fuerte Tiuna. Esa noche no dormí. Bueno, la verdad Erik estaba desnudo, colgaba atado de las muñecas
es que desde el día en que papá cambió mi cara para desde un gancho fijado con ramplug en el techo de la
siempre, nunca he dormido. El miedo es mi compañero y sala. Su cara miraba al suelo, estaba morada y la piel se
siempre está ahí para arruinarme la vida, recordándome había adherido al cráneo, dándole una apariencia gótica
que relajarme y ser feliz son lujos negados para mí. a su hasta entonces redondo y colorido rostro. En el lado
Tal vez algún día volvamos a encontrarnos, puede ser izquierdo de su cuello había una enorme cortada, de ella
que en algún momento crucemos caminos otra vez y nos salía un chorro de sangre que estaba ya tatuado sobre su
reconozcamos como aquellos carajitos que se besaban el pecho; sangre coagulada, ennegrecida y convertida en
día en que se conocían, que se tocaban como locos y se costra. Le habían cortado parte del pene.
entregaban la virginidad mutuamente, a escondidas, con La imagen de Erik me ha perseguido durante toda la
la música de un exbeatle sonando en un viejo equipo de vida: capado, gritando desesperadamente al sentir cómo le
sonido. Por cierto, ¿recuerdas cuando quitaste el tercer cortaban el sexo, girando su cabeza de un lado al otro, sin
disco, y te levantaste a colocar el primero? Cuando sonaba poder llorar de lo intenso del dolor, viendo el chorro de
“My sweet Lord”, yo pensé que Dios nos veía y se reía por la sangre salir de su yugular luego de ser abierto en el cuello,

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y dejándose morir, lentamente, viendo con sus ojos bo- con sus manos imitando a Clapton, a Hendrix, a Zappa, a
rrosos cómo la vida se convertía en una película que se Frusciante o a cualquier otro que le pusiera durante esas
iba saliendo de foco hasta finalmente fundirse a blanco, tardes en que la música nos alejaba de aquí y nos acer-
luego a negro, y luego a un color sobre el que no se puede caba el uno al otro.
escribir porque quienes lo han visto no están vivos para
describirlo.
No pude dormir durante semanas, me sentía culpa- Cuando terminé el bachillerato mi papá me preguntó si
ble. Siempre deseé que Aguirre volviera hasta mí a buscar quería irme a estudiar fuera; ni siquiera lo pensé antes
venganza, que me matara igual que a su hijo y me llevara de decir que sí. Me fui, como todos; tratando de olvidar,
junto a él. Pero no ocurrió. Yo jamás fui buscado por nadie. también como todos, fracasé.
¿Cómo se había enterado su papá de lo nuestro? Hoy, cumpliendo con el ritual de llamar a mis padres
Nunca lo supe. la última noche del año, saludaré a papá, quien pronto se
En el Aponwao nadie escuchó ni supo nada. Nadie nos va. Esa tos, cada vez más sucia y llena de flema, cada
vio a Aguirre huir en la noche, agarrar su camioneta ofi- vez más cavernaria, pronto se lo lleva junto con su nega-
cial y salir por la Panamericana rumbo a Caracas, y luego tiva de ir al médico. Lo lamento por él, pero no pienso
rumbo a quién sabe dónde. Los policías nunca supieron volver a Venezuela, ni siquiera a su funeral.
nada, ni siquiera se molestaron en interrogarme. Un día Tal vez en un rato, cuando termine esta canción,
leí en un periódico regional una noticia acartonada que cuando hablemos mi papá y yo, sí me atreva a pregun-
nombraba a medias el hecho, hablaban de una secta satá- tarle por qué compró esos discos de Eric Clapton; será
nica, de unos chicos que practicaban rituales, y de tantas una buena conversación para despedirnos.
cosas más que forman parte de la imaginería de cierto
periodismo de sucesos en Venezuela.
Luego de un mes, nadie comentaba lo acontecido.
El apartamento fue asignado a otro militar, general,
teniente, teniente coronel o subteniente, realmente no
importa. Y nadie se acordaba de aquello, el único que
siguió siempre con sus recuerdos fui yo. Pasaba las tardes
escuchando a Eric Clapton, fundiendo mis lágrimas con
el segundo acto de “Layla”, dejando que ese fade out de
piano triste acallara el sonido de la voz de mi Erik que ta-
rareaba esas canciones, que hacía una guitarra imaginaria

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3o l u g a r Los muchachos Karamazov
Carolina Lozada

¿P or qué tengo que volver a contárselo? Ya se lo he


contado más de una de vez. ¿Qué parte de la his-
toria no entendió? ¿Usted es policía o periodista? Tiene
cara de las dos cosas. Como ya le he dicho, yo no soy parte
de una asonada guerrillera. Ese día sólo iba a quemar el
santuario de José Gregorio Hernández, sólo eso, nada
más. Sí, José Gregorio Hernández, ese mismo a quien su
madre debe tener en el altar de sus devociones. Lo de su
madre no tiene connotaciones ofensivas; no me vuelva a
agarrar del cuello, eso duele. Suélteme, tengo mis dere-
chos, aunque usted se burle de ellos.
Todo tiene su porqué, el mío es personal, una vieja
deuda con un científico olvidado. José Gregorio nunca
fue santo de mi devoción; además, yo creo que está so-
brestimado. En todo caso, le tengo más cariño a Rafael
Rangel. Claro que usted no sabe quién fue Rafael Rangel,
la mayoría no lo sabe, le cuento que fue un científico más
importante que el Hernández, pero este último era más un fulano que estaba cavando un hoyo con sus patas en el
popular, aquí todo se lo lleva el más popular. El hecho patio de la casa y le saltó el chorro negro en la cara. Des-
es que Hernández se hizo el santo y el Rangel cayó en pués de esto vinieron los gringos y las torres petroleras y
desgracia, se volvió loco y se mató con cianuro. Mi ataque los reales, pero al perro ni una estatua. Es que este pueblo
contra el santuario de Hernández no fue más que un acto es malagradecido.
de justicia poética. Suena bonito, ¿no? Ah, ya lo veo en los Sí, es cierto, me desvié del tema, le estaba contando
titulares de prensa: “Terrorista se toma la justicia poética que esa madrugada me fui con el kerosene a la capilla y
en sus manos”. ¿Sus transcriptores por qué siguen usando cuando empecé a echar los primeros chorritos llegaron
máquinas de escribir? Deberían modernizarse, pero me la Lucinda y Ernestina; tremendo susto me pegaron esas
imagino que tienen el presupuesto recortado, suele pasar. viejas, las dos aparecieron como ánimas en pena. Fueron
Acá todo está recortado, hasta el humor. Está bien, voy a ellas las que me delataron con sus gritos histéricos que
seguir con el cuento del santo, pero le advierto que me hicieron despertar a todos los vecinos, y ahí, desgraciada-
molesta el ruido del teclado, ya sé que quejarme no está mente, comenzó todo. Lo mío fue error de cálculo, debí
contemplado dentro de mis derechos constitucionales, dejar el incendio para las 11 de la noche y no para las 4
pero qué vaina con el tlac, tlac, tlac. de la madrugada. Las viejas rezanderas son madrugonas
Yo crecí en el pueblo del Rafa y del Goyo; ya sé que como las gallinas. Al quedar descubiertas mis intencio-
esos no son sus nombres, los llamo así por abuso de con- nes, todo el pueblo se me vino encima, llevé más palo
fianza. Crecí viendo las largas colas de visitantes en el que gata ladrona. Los fanáticos religiosos y los lugareños
santuario. Y en la casa del científico, nada: bolas de paja en general estuvieron a punto de lincharme. En ese em-
y una placa en la entrada con un nombre olvidado; es barazoso momento tuve conciencia de la importancia
que la humanidad es tan desagradecida... ¿Que por qué de José Gregorio Hernández en el pueblo; antes de esa
le iba a echar candela al santuario? ¿Me va a seguir pre- situación no me había detenido a pensar que el pueblo
guntando lo mismo? Con todo mi respeto, y espero que entero vive del santo así no crean en él. Fíjese, los niños
no se moleste: usted es monotemático. Ya le dije, lo mío venden escapularios, las madres distribuyen velas, flores,
es pura justicia poética. Nada más quería desquitarme del rosarios, estampitas. Los más crápulas estafan a la gente
mito y por eso me fui con una garrafa de kerosene, ojo, vendiéndoles dizque pertenencias del santo, como som-
que no gasolina. El kerosene se vende en todas partes, es breros, pañuelos, batas de laboratorio autografiadas, qué
altamente combustible y no hay que hacer cola para com- sé yo. Con decirle que hasta hay consultorios particulares
prarlo. ¿Se ha fijado en las largas colas en las gasolineras? donde atienden iluminados que dicen sanar bajo la bata
La cosa es como ridícula si uno vive en un país donde se sagrada del venerable. Hasta hubo, alguna vez, un droga-
hace un hueco y sale petróleo. Así dicen que descubrie- dicto que se disfrazaba del médico y se dedicaba a atracar
ron petróleo en Maracaibo, cuentan que fue el perro de las farmacias, robando ciertos medicamentos que según

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el mito popular eran usados en los hospitales. Pero nada comunistas. Espero que sepa quién es Carlitos Marx.
más lejos de la verdad, el drogadicto se bebía los jarabes, Bueno, menos mal, ya empezaba a preocuparme. Los
y en pleno trance decía ser el mismísimo José Gregorio Karamazov eran como dos testigos de Jehová llevando la
Hernández. palabra de puerta en puerta, sólo que a ellos les dio por la
Es que en ese pueblo todos de algún modo somos José política socioeconómica y no por la religión, pero al fin
Gregorio Hernández; busque en las estadísticas nomina- de cuentas es la misma vaina. Ajá, está bien, trataré de no
les para que se cerciore. A toda madre con problemas de disgregar más la cosa. Los hermanos Karamazov vivían
parto no se le ocurre una mejor idea que encomendarse muy cerca de la capilla, y en términos políticos eran tan
al santo y prometerle que si su hijo nace vivo lo llamará religiosos como Lucinda y Ernestina. Su fanatismo los
José Gregorio, y que si es niña la rematarán con la infame despertaba como flores de madrugada, según se cuenta
combinación de Josefa Gregorina. ¿No es eso una mal- por ahí ellos se levantaban a las 4 a leer el Manifiesto,
dad? El mal es mayor cuando uno tiene, por desgracia, libro que se sabían de atrás para adelante y viceversa. Sí,
el mismo apellido del susodicho, como es mi caso. Sí, mi verdaderos fanáticos, como los krishnas. Usted sabe que
nombre es José Gregorio Hernández. los krishnas se levantan muy temprano, se dan un baño de
Anote bien mi declaración porque no quiero volver agua fría y listo, a fajarse a cantar mantras en lo que queda
a contar el mismo cuento: yo, José Gregorio Hernández, de la mañana. La religión y la política son dos primores,
nacido en el mismo pueblo del venerable, decidí tomar la ya ve usted. Perdone, no quería ofender sus creencias reli-
justicia poética en mis manos y quise quemar el santuario giosas, yo también soy católico. No, no lo estoy vacilando,
del médico. Lo hice por descontento frente a la indife- no se moleste. Hablo en serio, no atentaba contra la reli-
rencia del pueblo ante la venta de la casa natal de Rafael gión, únicamente quería quemar el santuario del Goyo.
Rangel a unos chinos que montarán allí una quincallería, Alertados por el escándalo de las viejas, los hermanos
seguro. Eso es todo, no hay ninguna otra posición polí- Karamazov salieron de su claustro, y ya la gente se empe-
tica en mis acciones. Anote que de morir linchado me zaba a amontonar a mi lado y yo sólo tenía para defenderme
salvaron los hermanos Karamazov, que esa, aclaro, es mi una garrafa de kerosene y una caja de fósforos que se mo-
única relación con ellos. ¿Que quiénes son los hermanos jaron con la llovizna que caía. Encaramado y abrazado al
Karamazov? ¿Usted no ha leído a Dostoiesvky? Está bien, busto del venerable esperaba mi suerte. Trataba de conte-
no importa, en realidad ellos tampoco se llaman así; yo ner la furia colectiva, la horda de cristianos enardecidos,
les puse ese nombre sólo por burlarme. amenazándolos con encender el fósforo, mientras los Ka-
Los hermanos Karamazov eran unos gemelos comu- ramazov intercedían por mi vida. “El hombre es el lobo
nistas que vivían en el pueblo y que se la pasaban calle del hombre”, exclamaba uno, y el otro respondía con otro
arriba y calle abajo con el Manifiesto de Karl Marx tra- axioma. ¿No le digo?, igualitos a los evangélicos. La masa
tando de evangelizar a la gente con las manidas teorías enfurecida se mantuvo al margen mientras supuso que

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lo que contenía la garrafa era gasolina, pero una vez que dicciones, están contra el Imperio pero aún así viven de
olieron el kerosene se abalanzaron sobre mí; sin embargo, los recuerdos de viejos imperios. En las mesitas de noche
a los gemelos comunistas les dio tiempo de bajarme del reposaban, como biblias sagradas, Las venas abiertas de
busto, ponerme una de sus chaquetas de jeans (hedionda América Latina y los poemas de Mario Benedetti. En un
y llena de parches de guerrilleros y héroes patrios) sobre cuarto pequeño y oscuro guardaban una máquina para
la cabeza y meterme en su casa. hacer propaganda con esténcil. ¡El esténcil ya no se usa!
Me salvaron, sí, pero usted no me va a creer lo que Estaba totalmente desfasado este “par de dos”. La mayo-
vi, ni tiene porque hacerlo, pero la casa de los Karamazov ría de las propagandas lucían fechas caducas, como esa
era un museo soviético, con un kitsch cubano y un toque convocatoria condenada al fracaso: “Todos juntos contra
criollo muy personal. Lo sé porque me dio tiempo de de- el Imperio. Marcha Mundial Comunista. Marzo, 1979”,
tallarla, pared a pared, mientras mis salvadores hacían las y la risible y paradójica “Camarada, alístate para la paz”,
negociaciones para mi entrega a la justicia. En principio escrita sobre un fondo en el que se veía a un combatiente
creí que los Karamazov me ayudaban porque estaban lo- guerrillero armado con un fusil que disparaba vistosos sím-
cos y nada más, pero después entendí que los gemelos bolos de paz. También contaban dentro del inventario
creyeron que mi situación podría ser beneficiosa para la un gran número de latas de pintura en spray, pasamonta-
promoción de su causa: liberar al mundo del capitalismo. ñas, discos de acetato de la nueva canción latinoameri-
Sí, uno no sabe en la que se mete hasta que se encuentra cana, pistolas de juguete y videos, en formato betamax,
encerrado en la casa de unos locos, con una horda afuera, de los discursos de los más famosos líderes comunistas del
bajo la égida de dos viejas rezanderas esperando por ha- mundo; pero lo que más llamó mi atención fue una li-
cer arder tu carne en un infierno improvisado, hecho con breta metida dentro de una gaveta. Era pequeña y de espi-
trozos de madera de huacales de frutas de mercado y unos ral y guardaba una lista de nombres públicos. En esa lista
inexpertos oficiales apostados alrededor de la casa bajo aparecían el Papa (el anterior) y todos los presidentes que
el mando del policía de Valera. ¿Que quiere saber cómo gobernaron este país a partir de la década de los 60 hasta
era la casa de los Karamazov? Un museo, definitivamente el final del milenio pasado; a los que ya están muertos les
un museo ideológico. Las paredes estaban forradas de pusieron una crucecita al lado. Es natural pensar que los
afiches con las figuras épicas de moda: hombres barbu- Karamazov no estaban de acuerdo con ningún presidente
dos, armados; oradores con el dedo en alto; mujeres verde y supuse que esa lista la crearon en su delirio de extermi-
olivo, con el pecho oculto tras las charreteras… era toda nar a los gobernantes que ellos consideraban responsables
una galería. Echándole un vistazo rápido a la biblioteca del fracaso del país, pero hubo algo que llamó poderosa-
se podía comprobar la inexistencia de libros de imperios mente mi atención: unas iniciales remarcadas con lápiz
modernos, los únicos libros imperialistas pertenecían a la de grafito, escritas con la punta muy roma, que hacía lucir
época romana y al stalinismo. Fíjese usted en las contra- la letra sucia. Las iniciales eran A. G., y a su lado tenían

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un asterisco con una nota explicativa entre paréntesis que ción es monótona y aburrida, como si se tratase de un
decía: “por cantarle al Papa”. Sí, esa misma cara de asom- canal evangélico pero con temas políticos, y todos sus in-
bro puse yo. El niño que le cantó al Papa estaba en la lista vitados parecen personajes salidos del museo de cera de
negra de los Karamazov. los próceres de la independencia, de los guerrilleros mon-
En algún momento dejé de revisar los trastos de estos tañosos; puro look año 68 es lo que se ve en esa pantalla.
locos porque el hambre me estaba rumiando en el estó- Mientras lo miraba pensaba si acaso el equipo de produc-
mago y era hora de buscar comida. Y lo que me encontré ción repartía las chaquetas de jeans y la barba marxista
fue otro hallazgo, le juro que nunca había visto tantas la- antes de entrar al lugar. ¿No digo yo?, eso es quedarse
tas de sardinas juntas en mi vida, ni siquiera en los super- anclado en otro tiempo. Puro carcamán, compadre, puro
mercados. Estaban en todos lados, en la despensa, debajo carcamán. Disculpe lo de carcamán, es una expresión
de la cama, en el botiquín de primeros auxilios, detrás popular para referirse a lo viejo y caduco. Y también dis-
de los libros, dentro de la nevera, en el clóset. Sardinas, culpe lo de compadre.
muchas sardinas. También había sopas, bebidas instantá- Sin más remedio dejé encendido el televisor y desde
neas y otras comidas ideales para sobrevivir en un estado la pantalla veía y escuchaba al intendente nacional hablar
de sitio, o en una guerra. Al ver tanta comida acaparada todo el tiempo. Su discurso y el blanco y negro daban la
sospeché que ese momento lo habían esperado toda la impresión de lo repetido y gastado. Al rato, escuché unos
vida, la posibilidad de quedarse atrincherados, aislados. pasos, como de botas en marcha militar. Era uno de los
Ellos contra el mundo, una guerrilla casera, plenamente gemelos que venía hacía mí y, con aire imperativo, me
abastecida para una lucha de clases. ordenó que empezara a acondicionar la habitación para
Muchas de estas sardinas eran tan viejas que supera- establecer en ella un comando de operaciones. Me cagué
ban en años su fecha de vencimiento y fue muy difícil ha- de la risa. Veo que usted también se está riendo, le di-
llar una lata que estuviera en buen estado; sin embargo, vierte mi historia, ¿no? Los Karamazov se habían vestido
en algún momento apareció una lata aún no caduca. Con con uniforme de camuflaje; me fue imposible contener
un plato de sardinas y galletas saladas me senté frente al la carcajada cuando uno de ellos se acercó a darme ór-
televisor, y al hacerlo me fijé que era un aparato tan viejo denes. “¿Cuál es la risa?”, me preguntó con tono severo.
que sus imágenes se mostraban en blanco y negro, tam- “Su traje… se ve muy ridículo, ¿dónde es la guerra?”.
poco tenía control remoto. Maldije, ¿cómo se puede vi- “Camarada prisionero, usted no está aquí para burlarse
vir en blanco y negro y sin control remoto? Así era todo sino para apoyar nuestra cruzada contra el capitalismo.
ese lugar. Tuve que levantarme para comprobar, luego De ahora en adelante será nuestro rehén, nuestro garante;
de darle vueltas a la perilla, que únicamente se podía ver luego pensaré en un castigo por burlarse de la autoridad,
la señal de un canal: el canal del Estado. Qué desgracia, pero por ahora véngase que lo necesitamos. Ha llegado el
¿puede haber algo más aburrido que esto? Su programa- momento”.

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“Ha llegado el momento”, ¿no le suena eso a evangé- gos militares de la operación “Cruzada anti Rico McPato”
lico? Es como decir que ha llegado la hora del Señor. Ni (que así llamaron a su guerra santa contra el capitalismo):
el golpe que me dio con un chopo viejo y abollado en una uno era el comandante en jefe y el otro su suplente, en
de sus partes laterales pudo acallar mis carcajadas. Le juro caso de que el primero falleciera en el cumplimiento de
que hasta su tono de voz había cambiado, antes hablaba su misión. Los cargos se los repartieron de acuerdo a la
como el canario de las comiquitas, ese que dice me pareció tradición de la mayoría de edad, que en su caso se definía
haber visto un lindo gatito; ahora lo hacía como el mismo por segundos de distancia entre el nacimiento de uno y
canario, pero intentado ser grave, me pareció haber visto otro. Durante mi secuestro-salvación nunca supe distin-
un lindo gatito. Ah, señor secretario, se la puse difícil, a guir quién era quién, así que a los dos les decía “mande
ver cómo transcribe los distintos tonos de voz. Yo pondría mi comandante”, con un tono cantinflesco que a duras
la voz grave en negritas. Ah, verdad que ustedes usan má- penas podía ocultar la burla. Pero ellos se habían tomado
quinas de escribir, ¿también usan esténcil? Era un chiste, tan en serio sus papeles que para seguirles el juego me
perdone, estaba impelable. Camarada prisionero, disculpe puse, como condecoración militar, la chapa de la botella
que me ría, oficial-periodista, pero no puedo evitarlo. Ca- de malta que me tomé con las sardinas. La malta y el
marada prisionero. Su secretario también se está riendo, agua de panela eran las únicas bebidas permitidas en el
fíjese. Hey, no me haga quedar mal delante de su jefe, Fuerte (que así empezó a llamarse la casa de los Karama-
ahorita se estaba riendo, se lo juro. Secretario, anote eso: zov: el Fuerte de Stalingrado), las gaseosas imperialistas
risas, ja, ja, ja. Tlac, tlac, tlac; cansa esa tecleadera, ¿no? lógicamente estaban prohibidas. Y yo con aquellas ganas
¿Le ayudo? No, las bolas no, no me apriete las bolas. Está de tomarme mi cola negra, qué desgracia. Al verme con
bien, yo sigo contando, pero basta de tortura. la chapa incrustada en la camisa se pararon enfrente, con
A los Karamazov se les subió su acción heroica a la porte militar, me saludaron con la mano puesta sobre la
cabeza, ellos creyeron que había llegado la hora de su sien y me dijeron: “Bienvenido a la causa, camarada pri-
asunción al poder y para esto necesitaban todo el arsenal sionero”, y me apretaron la chapa contra el pecho. Luego
mediático para mostrar al mundo el inicio de la batalla me dieron una cámara instantánea Polaroid y recibí la
por la liberación de los pueblos. Lo primero que exigie- orden de tomarles una fotografía. Los dos se mantuvieron
ron para mi entrega fue la presencia de las cámaras de erguidos; uno metió la mano en el pecho, dentro de la
televisión y reporteros gráficos, y la cobertura por parte de chaqueta, y el otro se volvió a acomodar la mano sobre la
la radio popular. Por no dejar, la radio popular envió un sien, en saludo castrense. Les pedí que dijeran “whisky”
reportero, y la prensa regional empleó a uno de sus fotó- y se negaron. Se los volví a pedir y sólo atinaron a decir
grafos para cubrir el inusitado acontecimiento, mientras “papelón con limón”.
que las cámaras de televisión brillaron por su ausencia. Este cuento es largo, ¿aquí no se almuerza? Usted me
Los imaginativos Karamazov se habían repartido los ran- va a disculpar, detective-periodista, pero tengo hambre, y

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cuento con hambre no dura. Espero que haya almuerzo El comandante en jefe preparaba un discurso-defensa
después de mi confesión, he cantado más que un pajarito para salir a establecer contacto con los policías. Entre los
profesional. Sigo, las hordas cristianas y sin oficio con- dos pensaban, escribían, corregían y se contradecían; so-
tinuaban afuera, también los policías; eso se volvió un bre todo esto último. Parecían los tres chiflados menos
circo, mi jefe. Disculpe que lo llame así, es por cariño, uno. O, en todo caso, el tercer chiflado miraba la televi-
el síndrome de Estocolmo le llaman, tantas horas ence- sión. Lo que escribieron fueron consignas aprendidas de
rrados juntos, usted sabe. El policía de Valera intentó co- sus lecturas cotidianas, “unidos venceremos” y cosas así.
municarse por un altoparlante, pero las pilas se gastaron Se tardaron mucho, tanto que las pilas del altoparlante se
pronto (seguro eran chinas no alcalinas) y pasaron un rato volvieron a gastar. Seguro volvieron a comprar pilas no
sin lograr transmitir nada. Después decidieron hacer una alcalinas, es que los policías la hacen a la entrada y a la
vaca para comprar las pilas. Los uniformados se quejaron salida. Está bien, no me golpee, era un chiste malo, no
porque tuvieron que poner dinero de sus bolsillos, pues la me pude contener. A ambos les costó ponerse de acuerdo
administración del cuerpo policial no tenía presupuesto en la redacción del documento de liberación de los pue-
para pilas nuevas. Una vez solventado el percance, el po- blos. A mí me obligaron a coser una bandera. Ya ve, te-
licía de Valera exigió que me entregaran a las autoridades, nían todo previsto menos la bandera, así que confiaron
que de lo contrario los hermanos Karamazov también es- en mi imaginación y en los recursos de la casa. Lo que
tarían cometiendo un crimen al amparar a un desadap- encontré fueron varios pañitos de cocina, viejos, sucios
tado social. En vista de que mi retención podía perjudicar y, sobre todo, hediondos. Cosí uno con otro, haciendo
a los camaradas, me ofrecí a entregarme y dejarlos libres un total de cuatro paños. Se los mostré y pusieron cara
de cualquier responsabilidad. Ojo, dije “camaradas” sólo de duda, me pidieron que me retirara, y luego me volvie-
para seguir el juego. En todo caso, mi culebra era con ron a llamar. “La bandera necesita un detalle, prisionero-
José Gregorio Hernández, no con los comunistas. Así se camarada, algo que nos represente como salvadores de la
los hice saber, pero uno de los comandantes me exigió humanidad”. Les pedí permiso para hablar y les sugerí
que me callara y me informó que antes de hablar debía que pusiéramos la imagen de ellos en el centro del estan-
solicitar derecho de palabra. ¿Qué más puede hacer uno darte. A ambos les pareció muy buena idea, tan buena
con par de locos sino seguirle el juego? Luego de que me que después me condecorarían, me lo prometieron; pero
dieron el permiso volví a sugerirles lo mismo, y lo que re- primero había que cumplir con el deber patrio.
cibí a cambio fue una arenga teórica sobre el abuso de po- No les bastó la bandera, también me pusieron de
der y el histórico papel pasivo de los oprimidos. Después carne de cañón cuando decidieron que era hora de salir.
de la reprimenda me ordenaron hacer cien lagartijas por Yo debía avanzar primero, con el chopo, como un sol-
desacato a la autoridad. No les hice caso y me puse a ver dado al custodio de sus patrones militares. Detrás de mí
televisión. Ajá, créamelo, el intendente seguía hablando. iba el suplente del comandante en jefe, con la bandera

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izada, y por último el Supremo, con el porte y el cami- capitalismo el que les pudre el corazón, pero ha llegado la
nar lo suficientemente ridículos para tan alta envestidura. luz, nuestra luz. Lo pensaban, sé que lo pensaban, lo veía
Los dos llevaban por charreteras unos cinturones anaran- en sus rostros imperturbables. Era la hora, estaba escrito
jados, de esos que usan los patrulleros escolares para de- en el plan divino de sus vidas. Los Karamazov libertado-
tener el tránsito cuando los niños salen de la escuela. Sí, res; así se lo decían sus charreteras, sus botas militares, su
créame, los hermanos Karamazov eran tan pequeños que mentón alzado, las miles de pajas que se habían hecho
los cinturones escolares les quedaban al dedillo. Sobre las pensando en este momento. Sí, dios. Sí, Carlitos. Sí, papá
charreteras tenían puestas algunas chapas de malta que Lenin. Sí, sí, sí, vamos que llegamos. Uf, Carlitos, uf.
me obligaron a tomar. Con tanta ingesta de malta estaba Ante la anarquía de las hordas, el comandante en jefe
que me hacía, usted entiende, y afuera todo el mundo, exigió a las autoridades que ordenaran silencio para leer
bajo el mando del Klan Lucinda-Ernestina, me insultaba su discurso, de lo contrario no habría negociaciones. El
y amenazaba con venírseme encima. Daba miedo, era policía de Valera casi pierde la voz dando gritos y órdenes
cagante. Los oficiales apenas podían contener a la masa. a su gente. Las axilas le sudaban y el sudor se le pegaba a
Imagínese usted, yo estaba doblemente cagado. Y todo por las mangas cortas y ajustadas al sobaco. Los pocos pelos
culpa de un mito y las locuras de los hermanos Karamazov. los tenía despeinados, y a cada rato debía subirse la cre-
Ya se lo he repetido tantas veces que la cosa se ha mallera que no le funcionaba bien. Después de un rato y
puesto fastidiosa: yo nunca estuve comprometido con de cansonas negociaciones con las líderes del Klan, que
ninguna causa militar-guerrillera-desestabilizadora. Yo se habían convertido en las representantes de la Inquisi-
sólo era un prisionero. Un prisionero-camarada. ción en el pueblo, el comandante pudo hablar. Yo debía
“Satánico”, “pescuezo del mal”, “diablo de azufre”, custodiarlo con el chopo y su hermano, al lado derecho,
“condón usado”, eran parte de los insultos que recibía; sostenía la bandera, ambos con las caras muy altivas, como
también me lanzaban agua bendita, y algunos niños me si tuvieran conciencia de próceres, de que sus imágenes
tiraban piedras con sus hondas. A los Karamazov les aco- serían acuñadas en monedas, emblemas y bustos en su tan
modaban burlas, carcajadas, apodos (“enanos siniestros”, mentado futuro proletario. El discurso me lo sé porque
“tacón de cotiza”, “anticristos patrioteros”). ¿No le digo me obligaron a memorizarlo. Lo ensayaron varias veces,
que era un circo? Éramos como pigmeos disfrazados que con los respectivos gestos y cambios de tono. Era de ver-
salían al ruedo en el Coliseo romano. Sin embargo, el los, lástima no haber tenido una cámara en ese momento:
semblante de los gemelos comunistas era épico. Era la el orador hablaba y miraba a la posteridad del espejo, el
hora patria para estos gladiadores del marxismo. Se creían otro lo escuchaba como si se tratara de la palabra de Dios.
Jesucristo y su álter ego apedreados por paganos ignoran- Cosas de loco, compadre, digo, señor detective-periodista.
tes. Ellos no tienen la culpa, están libres de pecado, es el Disculpe, es que me emocioné, usted sabe, ese discurso.

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“¡Hermanos…!”. Desde el inicio de la escritura del ambiente se distendió y ya caída la noche se establecieron
discurso hubo discusión entre las partes, el suplente que- vendedores de comida ambulante y también de bebidas
ría comenzar con “Hermanos camaradas latinoamerica- alcohólicas. La vigilancia policial se relajó y el policía de
nos”, pero el jefe le aclaraba que su movimiento debía ser Valera se puso a jugar dominó con otros oficiales y algu-
universal y no limitarse solamente a Latinoamérica. En nos hombres que improvisaron mesas de juego y apuestas.
la discusión por el alcance de su empresa pasaron mucho Los Karamazov continuaban arengando a la población,
rato, sudaron, se molestaron y casi se fueron a las manos mientras menguaban los deseos iniciales de venganza en
para defender cada uno su posición, pero una piedra con mi contra. Algunos de los asistentes se aburrieron de los dis-
una cruz de palma bendita amarrada irrumpió repentina- cursos; otros, por el contrario, se entusiasmaron tanto que
mente dentro del cuarto de operaciones y los Karamazov aplaudían y vitoreaban cánticos que hablaban de la libertad
entendieron que los ánimos estaban caldeados y había que de los pueblos. La madera que en principio estaba desti-
darse prisa. “¡Hermanos!”, el líder se miraba en el espejo nada a ser mi hoguera se convirtió en una fogata que alum-
y alzaba el puño en forma combatiente: “Durante mu- braba a los repentinos cantantes que irrumpieron, guitarra
chos años hemos sido esclavos”. En realidad ellos nunca en mano, cantando canciones del hasta cuándo Silvio.
fueron esclavos, todo el pueblo estaba consciente de que
eran unos vagos, de que la familia los mantenía con tal
de tenerlos alejados de sus negocios en la ciudad. Taras Ante el repentino cambio de planes iniciales (someterme
familiares, eso eran los Karamazov, suele pasar hasta en a un rápido juicio popular e incendiarme vivo), Lucinda
las mejores familias. “Ha llegado la hora de liberarnos”. y Ernestina, ya sin el apoyo general, decidieron acudir a
En realidad había llegado la hora de que yo fuera al baño, la iglesia para pedir la intermediación del cura, pero al
pero ¿cómo hacía con un chopo en la mano, dos locos al regresar se encontraron con la sorpresa de la presencia de
lado, rodeado de unos policías resentidos, mal pagados y un recién nacido Ejército de Liberación Popular que es-
un pueblo sediento de mi carne? “El capitalismo ha abu- taba dispuesto a amarrarlos y quemarlos juntos después
sado de nuestra nobleza y nos ha sacrificado en aras de su de escuchar los excesos de la religión en el mundo desde
ambición desmedida e inhumana…”. las épocas más antiguas. El acento gallego del sacerdote
Al principio la gente se burlaba del discurso leído por empeoró la situación cuando intentó invocar a la cordura
el Karamazov supremo, y como iba cayendo la noche hasta y asumir una defensa para detener a la horda que se ve-
encendieron yesqueros, jugando a seguir el ritmo, como nía sobre ellos. “El cura, su santidad, tiene la lengua del
en los conciertos. También hacían la ola, especialmente primer imperio esclavizador de nuestros ancestros, ¡que
cuando el supremo decía que el pueblo unido jamás sería nunca más salgan zetas de su boca!”, ordenó el Karama-
vencido. Todo parecía una gran humorada y la gente así zov supremo, que a estas alturas ya tenía los ojos enrojeci-
lo había asumido, hasta se fueron olvidando de mí. El dos y la voz afónica de gritar consignas y dar órdenes. Los

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antiguos feligreses, ahora adscritos al Ejército de Libera- ron a deliberar sobre su suerte. Mientras tanto, llegaba
ción Popular, fueron los encargados de encerrar al cura y más gente de los pueblos vecinos; algunos venían ya ar-
a las beatas más fanáticas. mados con cuchillos caseros, otros traían comida y enseres
Los altisonantes discursos de los Karamazov fueron para ser ofrecidos a la causa libertadora; todos marchaban
caldo de cultivo para la locura que se disparó a partir de alumbrados por el fuego de su recién nacido fanatismo
ese momento. Porque, déjeme decirle, a partir de su pri- popular. Así fue como los hermanos Karamazov se con-
mera intervención, los hermanos decidieron no parar de virtieron en los libertadores.
hablar y arengar a la población en contra del mundo opre- Los juicios sumarios y las ejecuciones quedaron para
sor. Hinchada de hervor antiimperialista, una comisión la madrugada, ellos lo decidieron tras una breve reunión.
de “Soldados de la Nueva Patria” se dirigió al pueblo a Satanizados y amarrados a un árbol murieron los consi-
buscar a los explotadore s que los tenían sumidos en la os- derados enemigos y explotadores del pueblo. Los conde-
curidad de la desigualdad. Es decir, salieron a la caza del nados ni siquiera tuvieron derecho a un último deseo,
carnicero, del bodeguero, del prestamista, del dueño de tampoco se les dio la oportunidad de las últimas palabras.
la licorería y del viejo boticario, este último se murió del Le confieso que nunca quise a esas viejas Lucinda y Er-
susto al ver irrumpir en su casa a un grupo comandado por nestina, pero tampoco estuve de acuerdo con que co-
un policía y varios hombres con machetes, cuchillos de rrieran esa suerte. Y en todo caso, después de sufrir su
cocina y palos de escoba. Los leales soldados no regresaron persecución yo sería el menos interesado en su defensa,
con el boticario, sino con todo lo saqueado de la farmacia. pero lo peor fue que sus antiguos compañeros de iglesia
Insisto en que yo nada tuve que ver con la histeria co- ni siquiera titubearon al ver cuando las colgaban de un ár-
lectiva que se desató a raíz de las vociferaciones de los her- bol. Nadie salió en su defensa, lo único que se escuchaba
manos comunistas. A mí, en todo caso, deben juzgarme eran gritos y proclamas de liberación. Olía a histeria, a
por mi intento de incendio, no por instigar a las masas. fundamentalismo épico, a carne chamuscada; en ese mo-
Yo era un prisionero, un testigo de cómo un pueblo con mento entendí que se había armado la podrida y ya no
pena y sin gloria se convirtió de la noche a la mañana había vuelta atrás. Debía huir.
en la égida de la libertad de los oprimidos, comandados Todo fue tan vertiginoso que cuesta detenerse a con-
por dos orates que tenían pretensiones militares. De mí se tarlo. El policía de Valera renunció a sus funciones ins-
habían olvidado gracias a la locura colectiva, ahora podía titucionales y se convirtió en el torturador de la causa.
ver las cosas como espectador, aunque usted insista en Sus primeras víctimas fueron algunos de sus propios sub-
acusarme de cómplice, pero nada que ver. Yo ni siquiera alternos que se negaron a seguir el juego de los Karama-
pude prender el fósforo. zov. Antes de que terminara la madrugada de ese día ya
Una vez traídos los prisioneros, acusados de explota- el pueblo montañoso estaba bajo el mando de dos orates,
ción del proletariado, los hermanos Karamazov se retira- a quienes hasta entonces se les tenía como los vagos del

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pueblo, nada peligrosos, y que ahora estaban henchidos ner el organismo libre de sustancias contaminantes; ahora
de poder. Era de verlos, parecían dos niños grandes y si- se habían convertido en unos grandes bebedores, en hom-
niestros jugando a ser fuertes y temerarios. El Ejército de bres dados a la gula, al sexo y al desenfreno. La disciplina
Liberación Popular se abasteció con el dinero y las joyas había quedado para otros.
que saquearon de los fondos del prestamista, lo mismo su- ¿Que yo qué hacía? Quedarme quieto y obedecer,
cedió con el resto de las posesiones de los ajusticiados. El pues estaba especialmente vigilado. El policía de Valera
saqueo serviría como abastecimiento para la guerra que se me tenía el ojo puesto y no tardó en ponerme en contra
avecinaba y que se libraría desde las montañas. de los Karamazov. Yo sólo esperaba la hora de poder es-
Algunos, presos de la euforia, se embriagaron con las capar. Y ese momento llegó cuando la tensión entre los
bebidas saqueadas a la licorería. Este fue el primer acto hermanos estalló en peleas, contradicciones y un horro-
de desacato a la autoridad, y por órdenes superiores los roso crimen que se veía venir desde el principio. Por re-
borrachines fueron puestos de espaldas a un muro, que en comendación del policía de Valera me relevaron y me
otros tiempos servía como baño público y para jugar a las quitaron la chapa, “por no estar comprometido con la
escondidas. A los borrachines se les leyeron unas idioteces causa”, alegaron; más tarde verían qué hacer conmigo.
sobre el decoro y la disciplina guerrillera, y sin que se pu- Ya sé lo que hubiesen hecho de no haber escapado. Ya
dieran mantener en pie por más tiempo, debido a la em- conocía su justicia divina.
briaguez que les tumbaba las piernas y les imposibilitaba Con el correr del tiempo y el aumento de la ambición
escuchar las acusaciones en su contra, fueron ajusticiados de ambos por el protagonismo los hermanos empezaron a
por los propios Karamazov. Su borrachera e indisciplina pelear muy en serio por el control del poder. El suplente
era mal ejemplo para el resto. “Que no se repitan estos se sentía desplazado y le recriminaba a su gemelo, casi al
excesos”, dijeron los Karamazov al unísono, después de la borde del llanto, que era él quien lo había iniciado en el
inauguración oficial del patíbulo. estudio del marxismo, que era él quien lo había puesto a
¿Usted recuerda al barón Ashler, el de Mazinger Z? leer la verdad y lo había sacado de ese vicio pornográfico
El tipo ese que era hermafrodita, con un rostro y una voz en el que se la pasaba. El otro negaba todo y le advertía
doble; bueno, así eran estos dos, sólo que su voz seguía que con sus discriminaciones estaba abusando de su lazo
sonando como la de Piolín, el canario, pero en negritas. sanguíneo, que entendiera que la paciencia se agotaba y
La cosa se puso siniestra, los Karamazov daban órde- que su misión libertadora estaba por encima de cualquier
nes de saquear y matar en los poblados cercanos. Las mu- circunstancia o afinidad, hasta la de los genes.
jeres, hasta entonces tan negadas a este par de enanos, de Sin consultar a su hermano, el supremo redactó un
pronto peleaban entre sí para entregárseles. Antes de la documento de independencia y lo firmó como el nuevo
toma los Karamazov eran conocidos como unos terribles presidente del pueblo tomado. A su hermano menor sólo
circunspectos que eventualmente ayunaban para mante- le dejó un espacio para firmar el acta como secretario sin

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voz ni voto. Cuando el suplente leyó el documento, ex- Sodoma y Gomorra en la montaña. Y en medio de ese
clamó conmovido: “Brutus, he sentido el filo de la trai- delirio logré escapar hasta la garita policial más cercana.
ción en mi espalda”. Y sin decir más palabras se retiró de Corrí toda la noche con el corazón saliéndoseme por la
la tienda de campaña. boca, detrás de mí venía la muerte, lo sé. Si continuaba
Esa misma noche, el supremo buscó entre los pro- en ese lugar, al otro día sería yo el hombre muerto. Yo, el
ductos saqueados la solución para librarse de su hermano. testigo presencial del asesinato político. Una muerte ne-
El poder siempre necesita una dosis de veneno, que lo cesaria, una muerte patria, como me trató de convencer
digan las noblezas europeas, que nunca falte el veneno el rey cuando me pilló con la cara descompuesta frente
en el armario de un rey. Al líder Karamazov no le tembló al cuerpo telúrico de su hermano agonizante. ¿Por qué
el pulso para poner la mortal pócima en la copa del her- no me mató de una vez? Porque me usaría para acusarme
mano, esa con la que brindarían por el nacimiento de una del asesinato de su hermano, pero escapé, logré hacerlo
nueva república. Le puso gramonzón, el veneno oficial gracias a la ebriedad colectiva que no dejaba a nadie en
de estos pueblos. Olvídese de las finuras de Shakespeare pie. Y aquí estoy, entreteniéndolos a ustedes, mientras en
para envenenar a sus personajes. Acá es veneno de veras, la montaña un rey fanático, loco, sangriento y asesino le
de efecto inmediato, espuma por la boca, órganos que se proclama la guerra al mundo. Anote, secretario, haga una
revientan por dentro, sufrimiento público, cara descom- nota a pie de página sobre lo predecible de la historia.
puesta. Nada de eufemismos ni muerte de a poco. Pronto Tlac, tlac, tlac. Es la historia del poder y la locura; una
padeció el líder Karamazov el mal de toda nobleza: la historia siamesa, completamente previsible. Ya ninguno
ambición del poder absoluto. Había nacido el rey, y así se ríe, ahora me miran con esas caras tan largas. Se acabó
se autoproclamó en medio de la borrachera, metido en la el cuento gracioso, se puso siniestra la cosa. Tlac, tlac,
tienda de campaña con dos mujeres desnudas y el cuerpo tlac, esa desgraciada máquina de escribir. Esa maldita his-
muerto del hermano a sus pies. toria vuelta a escribir.
Esa noche se desató una oscura locura. Lo que había
ocurrido hasta entonces no era más que un divertimento
previo, ahora se venía la verdadera carnicería. Lo anun-
ciaba el crimen del hermano, lo asomaba la gran orgía
que se armó alrededor de la fiesta de proclamación del rey
naciente. Las mujeres corrían desnudas y gozosas mien-
tras los hombres las perseguían. Otros lanzaban tiros al
aire, mientras que grupitos armados planificaban futuros
saqueos. Muchos hacían en público el sexo oral. Había
juegos, apuestas, ruleta rusa, truco, vuelta’e mano. Eran

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menciones especiales Cosas que nunca hice
Daniel Fermín

E l lunes voy a morir. Me quedan siete días de vida. Esta


enfermedad me venció. Acabó con mis ganas de se-
guir con esto. La quimioterapia, las pastillas, las consultas
cada semana. Ya tienes fecha de vencimiento, Alejandro.
Algo así me dijo el doctor esta mañana, como si yo fuera
un producto al que no se le puede sacar más provecho.
No sé cuál fue mi reacción cuando me lo dijo. Creo que
permanecí callado, resignado ante la confirmación de un
presagio. Sabía que iba a perder la pelea, pero tampoco
esperaba que fuera tan pronto. Fue como caer noqueado
en el tercer asalto.
Salí de inmediato de la clínica. Quería gritar, quería
llorar. Cualquiera que pasara a mi lado podría haber escu-
chado mi corazón. No podía mantenerme quieto. Me de-
tuve en el primer kiosco que encontré y pedí una caja de
Marlboro Rojo. Cuesta 25, me advirtió la señora. Deme
dos, le respondí. Le tiré el dinero sobre los periódicos y le librería. Nos levantamos y caminamos hasta el primer bar
dije que se quedara con el vuelto. Como para demostrar que conseguimos. La Tasca de Pepe, o como se llame, era
que no me importaba el precio, que tenía plata suficiente un pequeño local que tenía unas ocho mesas, no más.
para pagar. Sólo fumé medio cigarro. Caminé guiado por Imágenes de toreros españoles, de corridas y de toda la
mis piernas a ningún lugar. El olor a orines, los indigentes, parafernalia que ello representa. El mesonero le sonrió
la cara de alegría de un vagabundo al recoger un colchón a Carolina como si la conociera de toda la vida. Anoche
del basurero. Siempre hay alguien que está peor que tú. vine aquí con un amigo, me explicó. Pedimos dos cerve-
Quizás él también tenga sus días contados, pensé. Seguí zas. Nos las tomamos en un par de minutos, luego pe-
deambulando. El sol, las cornetas, la muchedumbre, la dimos dos más. Y luego otras dos. Y así estuvimos hasta
gente que te golpea y se va sin disculparse. Apenas ahora que dejamos de burlarnos de los que estaban en la mesa
me doy cuenta del mundo en el que vivo. Después de 25 de al lado y ellos se empezaron a burlarse de nosotros.
años, empecé a despertar. ¿Les traigo la del estribo?, preguntó el mesonero. Dale,
contestamos. Pagamos, nos llevamos las cervezas y cami-
namos en medio de la noche. Un martes a las tres de la
Sentí la vibración a un lado de la cama. Abrí los ojos, tan madrugada la ciudad está más sola que una oficina guber-
pesados que volví a cerrarlos. A veces despertarse cuesta namental los fines de semana. Avanzamos en zigzag, tam-
más que recuperarse de un nocaut, pero la vida te golpea baleándonos, uno apoyado al otro. Nos sentamos en uno
tantas veces que se hace rutinario levantarse. Ya estaba de los bancos de la Francisco de Miranda. Voy a vomitar,
pensando pendejadas. “Nos vemos en la plaza Altamira”, todo me da vueltas, le dije. Ella reía. Arrojé la botella al
leí al agarrar el celular que no dejaba de temblar en un otro lado de la avenida, en una construcción que estaba al
costado. Me había quedado dormido apenas regresé del frente. No llegué a escuchar su sonido al caer. Tomamos
consultorio. Me tendí ahí, sobre el colchón, como para un taxi y nos besamos. No lo hacíamos desde que ella
esperar la muerte. Al llegar allá la vi sentada en uno de terminó conmigo. Luego vomité.
los bancos cercanos al Obelisco. Tan linda como cuando Al despertarme estaba abrazado a ella. No sé cómo
salió en la portada de la revista de un periódico local. los dos llegamos ahí. Si la casera se da cuenta me bota de
La abracé como si no la fuera a ver nunca más. Hola, la habitación, pensé. Me levanté de un brinco. Carol, no
le dije. Me preguntó que cómo estaba y le respondí que hagas bulla, la señora está en la sala. Los dos teníamos la
bien. Nos quedamos ahí unos minutos hasta que se hizo misma ropa de la noche anterior. Ya mis pantalones rasga-
de noche. Los dos juntos, sin decir una palabra. Nosotros dos en las rodillas pedían cambio. Me bañé y me vestí en-
no tenemos que hablar estupideces para sentirnos cómo- seguida. Salimos del apartamento a escondidas, mientras
dos. ¿Quieres ir a beber?, le pregunté. Ella me miró ex- la vieja se entretenía con la televisión. La tipa ni se enteró
trañada. Fue como si un analfabeto le pidiera ir a una cuando pasamos detrás de ella. Nos reímos, respiramos.

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Desayunamos algo en la panadería de la esquina y cada es bonito, nos sugirió. Nosotros volvimos a reír. Y luego
quien partió a su trabajo. No sé por qué trabajo si ya me fue lo primero que escribí: ir al Jardín Botánico.
voy a morir. –¿Y si nos vamos de viaje? –preguntó Carolina.
–¿A dónde? No tengo dinero para viajar –le respondí.
–Gasta lo que tienes, ya te vas a morir.
Llegué al periódico, ningún jefe había llegado. Entonces Carolina sabía lastimar. Hice un esfuerzo para no llo-
pensé que ahí tenía mi nueva metáfora sobre la soledad. rar, pero fue imposible. Al sentir la lágrima me levanté
Esa noche nos volvimos a ver en otro bar. Ya no sabía para ir al baño. No sé si ella lo notó. Me lavé la cara y
cómo decirle que no iba a estar más con ella. Desmenucé me miré en el espejo, tan flaco que parecía un cerillo.
la etiqueta de la botella en mil pedazos. Mis manos tem- Estornudé y noté que quedaron ripios de sangre sobre mi
blaban y no era de frío. ¿Qué tienes?, me preguntó. Tomé mano. Me volví a lavar y regresé a la mesa. Ella ya había
un trago para agarrar valor. El lunes me voy a morir, le apuntado un par de cosas sobre la libreta. Lanzarnos en
dije –de una, sin prolegómenos–. Ella no reaccionó. Ah parapente era una de ellas. La otra no la entendí. Su letra
ok, dijo como si ya lo supiera. O como si no le interesara se asemejaba a la del médico que decretó mi muerte. El
saber más. Permanecimos callados un instante. Pensé que jueves vamos a La Victoria y nos lanzamos, le dije. ¡Más
el resto de mi existencia iba a transcurrir en medio del fino!, me respondió. De inmediato empezó a llover y nos
silencio. ¿Y ahora qué vas a hacer?, preguntó. Y yo que trajeron la cuenta. ¿Y ahora qué hacemos?, dijo ella. Lo
sé –le respondí–. Ni que fuera tan fácil organizar una vida mismo me preguntaba yo. Ya sé adónde te voy a llevar,
en una semana. Ella de inmediato sacó su libreta. “Cosas me contestó. Y al rato me vi entrar en un bar de ambiente.
que hay que hacer antes de morir”, escribió. Me la pasó Ella me tomó de la mano. Alejandro, no me sueltes, dijo
y yo me quedé con el bolígrafo en la mano y la página en con una risa forzada. Pendeja, no me sueltes tú, le res-
blanco, como si fuera un escritor. pondí al ver a los tipos que ya me miraban. Ya eran las dos
Las drogas que nunca probé, los libros que no leí, los de la madrugada y estábamos borrachos en aquel lugar.
cuentos que jamás escribí, las mujeres que no me cogí, Nos quedamos ahí hasta que volvieron a sacarnos. No-
todo el alcohol que no tomé, los viajes que no realicé. sotros siempre somos los últimos en irnos, me dijo Carol.
Creo que no podría llenar ni la primera hoja con las co- Yo sólo quería dormir. Agarramos un mismo taxi que nos
sas que he hecho. 25 años desperdiciados. No sé por qué dejó a cada uno en su casa, si es que se le puede llamar
apenas ahora empezaré a hacer todo lo que ya debí haber casa a una pensión en la que sólo tienes un colchón. Tiré
hecho con la excusa de la muerte. Ni que la vida fuera tan toda la ropa al suelo y me acosté de inmediato. Me le-
larga, ni que vivir consistiera sólo en esperar morir. Pana, vanté al mediodía y no fui a trabajar. Jefazo, me siento
dos azules más, le pedí al mesonero. El tipo las trajo y yo mal, escribí en un mensaje. La cabeza me iba a explotar.
todavía tenía la página sin rayar. Vayan al Jardín Botánico, Tranquilo, descansa, fue lo que recibí en el celular.

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Tercer día posdiagnóstico; sólo cuatro más. Encendí y Vicky. La primera lleva tres años que se metió a la pros-
el televisor que me había regalado Carolina unos meses titución. Las otras venden su cuerpo desde hace poco.
atrás. Pronto tendré que dárselo de vuelta, pensé. A esa Cuatro meses, creo que fue que dijeron. Ay, no sabes todo
hora, TNT pasaba El náufrago. Miré a Tom Hanks en lo que uno sufre en esto, dijo Ángel. Esos policías son
medio de aquella isla desierta, a la espera de que alguien unos desgraciados. Siempre nos dejan desnudas, botadas
lo rescatara, y me miré a mí mismo. Por lo menos él tenía en cualquier parte, contó. Y yo me la imaginé sin ropa
a Wilson, se hubiese burlado un viejo amigo. Me levanté abandonada en el Guaire.
a comprar el periódico. Lo leí y me tomé un café mientras Cerveza tras cerveza disfrutábamos la faena. Nos em-
pensaba qué hacer. Llamé a Pablo. pezamos a burlar de cualquier cosa. De un hombre que
–¿Qué harías si te quedaran siete días de vida? trataba de emborrachar a una mujer en la mesa del frente.
–Trataría de descubrir cómo voy a morir –me respon- Le quiere meter, dijo una de las carajas. Pero el que pa-
dió él–. A ver si puedo evitarlo. recía más borracho era el tipo. Más allá, dos chamos be-
–¿Y si es inevitable? bían. Pidieron chorizo con yuca para cenar. Y después
–Sacaría un tiempo para estar con las personas que dicen que los pargos somos nosotras, dijo Cheila. Todos
quiero. reímos. El carajo que trataba de emborrachar a la mujer
Entonces llamé a Carolina. Agarramos el Metro y nos se levantó al baño. La tipa aprovechó para vaciar media
bajamos en Sabana Grande. Caminamos el bulevar, nos cerveza en la botella de su acompañante. Con razón el
tomamos un café y nos sentamos en la Plaza Venezuela. que está rascao es aquel, pensé. En el otro extremo, dos
Me acosté en su regazo. De súbito escuché un silbato y… obreros compartían mesa con unas prostitutas. Bebían una
¡Eh, no te puedes acostar ahí!, gritó el de la Guardia Patri- botella de brandy. Estos van a gastar toda su quincena ahí,
monial. La noche nos corrió del lugar, también el carajo dijo Carolina. Una de las putas le pegó una cachetada al
con sus silbidos. Vamos a la Libertador, quiero visitar a de franela roja. ¿Qué coño hago en esta ratonera?, pensé.
una amiga, me dijo ella. Subimos hasta la avenida. Hola, Aquello fue lo último que recuerdo de esa noche. Des-
Ángel, saludó al llegar. Yo sólo vi a un grupo de transexua- perté con una inevitable resaca. Sentí náuseas, dolor de
les en una de las esquinas. Alejandro, ella es Ángel; Ángel, cabeza, hambre. Estiré el brazo para abrazar a Carolina.
él es Alejandro. Mucho gusto, sólo pude decir. Me quedé No estaba ahí. Miré el reloj: 9:10. El vuelo en parapente,
aferrado al brazo de Carolina. La apreté tan fuerte como pensé. Recordé a mi primo. Una vez le pregunté qué ha-
cuando entramos en el bar de ambiente la noche anterior. ría si supiera que se iba a morir. Me dijo que esa era una
Hola, flaco, dijo la mujer. ¿Qué haces por aquí, que- pregunta muy profunda para responderla en ese momento.
rida?, le preguntó a Carolina. Te vine a visitar, le respon- Que necesitaba pensarlo (pasamos la vida pensando qué
dió. Vine a invitarte unas cervezas. Y al rato estaba en una hacer y, al final, nunca hacemos nada, me dije a mí
arepera rodeado por todas ellas. Eran tres: Ángel, Cheila mismo), pero que no incluiría lanzarte en paracaídas ni

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ese tipo de clichés. Cuando me lo dijo supe que mi vida quierdo del pasillo, nos guió el encargado al que no le vi
era un lugar común, que yo era uno más del montón, la cara. Al tercer intento, abrí la puerta. Una cama con
que no era nada extraordinario. El tiempo se encarga de un viejo colchón, sabanas desgastadas, una mesa de no-
destruirnos a todos, pensé. che y un baño. La ventana daba a un pequeño patio. No
Me levanté de inmediato, me desnudé y me metí en quise prender el aire, temblaba de frío. Entré al baño y
el baño. No había agua. Me cepillé los dientes con me- vomité. Todo sangre, todo cerveza. Me enjuagué la boca
dio botellón que había quedado de la semana pasada. Me y me lavé la cara. ¿Estás bien?, preguntó Carolina. Sí,
miré en el espejo: mi cara tan chupada que parecía Sa- no es nada; vamos a la cama. Nos acostamos los dos, ella
ramago. Cada vez me sentía más flaco, debí pesar unos de espaldas a mí. La abracé fuerte, le besé la mejilla. Te
50 kilos. Me vestí con mis jeans rasgados en las rodillas y quiero, le dije, y cerré los ojos. Los abrí un instante y vi
una franela. ¿Qué hacemos hoy?, me escribió Carolina. el rostro de un hombre asomado por la ventana mirando
Necesito beber, le respondí. Tengo más ganas de beber hacia la habitación. Quizás era el mismo recepcionista.
que de vivir. Dale, nos vemos esta tarde en los chinos, me
contestó. Salí a Los Palos Grandes. Nos tomamos una tras
otra en una cervecería china. Sábado, 10:00 a.m. Me desperté e intenté levantarme. No
–¿Y después, qué hacemos?– pregunté. pude, mis piernas pesaban una tonelada. Me dolía la es-
–Siempre he querido ir a un hotel que está en Los palda, no podía girar el cuello. La cabeza me iba a explo-
Dos Caminos –me dijo. No recuerdo cómo se llama, tar. Tosí sangre, me senté en la cama y volví a acostarme.
pero se ve bien. Podemos ir más tarde. Cerré los ojos y volví a abrirlos al escuchar golpes en la
–Vale, respondí. ¿Y tú qué harás después? puerta. Pana, ya tiene que dejar la habitación, dijeron.
–Beber, vivir. Ya te lo dije: vivir no es sólo esperar morir. Era la 1:00. No tenía hambre, no quería comer. Vi tres
Bebimos más de diez cervezas, nos comimos unas llamadas perdidas de Carolina. Apenas sentí cuando se
lumpias y una tortilla de camarones. Otra vez fuimos los fue esta mañana. Salí, tomé un taxi que me llevó hasta la
últimos en salir de ahí. Ya no podía caminar, mis pier- casa. Ella volvió a llamar y no quise contestarle. Me pre-
nas estaban llenas de contracturas, como las de un fut- paré un pan con queso y luego me acosté a leer Cien años
bolista. Tomamos un taxi que nos dejó en un hotel que de soledad. Me quedaban poco más de dos días.
tenía apariencia de motel. Todo oscuro. Golpeé el vidrio No me sentí bien hoy, me dio flojera salir, le escribí
de la recepción. Nadie contestó. Volví a golpear. Ya estos ya tarde por mensaje de texto. ¿Y cómo sigues?, me pre-
carajos están durmiendo, dijo Carolina. Son las 3:00 de la guntó. Le dije que bien, que ya estaba por ir a dormirme
mañana. Dime, pana, habló alguien desde el otro lado de y me dio las buenas noches. Yo me fumé medio cigarro en
la oscuridad. Pedí una habitación. Son 140, me respon- la ventana de mi habitación. No puedes fumar aquí, me
dieron. Pagué y me dieron la llave. La siete, del lado iz- reclamó la señora al otro lado de la puerta. Al golpearla se

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abrió, la cerradura ha estado dañada desde que vivo aquí. estaba a tiempo. ¡No, no!, grité. ¡Sácame de aquí!, pedí
La casera fue incapaz de arreglarla, yo también. Dis- mientras mis manos golpeaban el vidrio y un centenar de
culpe, le dije. Empujé la puerta y tiré el cigarro al vacío. personas ansiosas aguardaban por llegar al lugar del que
También pensé en lanzarme tras él. Así, sin paracaídas ni no me atreví a lanzarme. Enseñé una risa nerviosa para
parapente. Sin nada. no llorar. No estaba listo para ello.
Me desperté a las 6:00 a.m. Quise cepillarme los Y ahí estaba otra vez. Delante del vacío, delante de
dientes y recordé que los fines de semana cortan el agua. la nada. Delante de todos mis miedos. Otra vez las du-
Volví a usar el botellón. Era lo que me quedaba. Me puse das, otras vez los nervios. Volví a temblar. Corre, pana,
los zapatos y bajé a comprar el periódico. Sentí mareos no vamos a esperar toda la vida por ti. Sólo serían unas
mientras bajaba las escaleras. Tuve que parar a descansar horas, pensé. Y corrí como si mi vida dependiera de ello.
en el tercer piso. Me tomé un café y desayuné un paste- El acantilado se veía cada vez más cerca, hasta que dejé
lito. Leí las noticias, fumé un cigarro, compré otro café. de sentir tierra firme. Empecé a caer antes de volver a
Aún me sentía como si hubiese corrido un maratón. El subir. Siempre quise saber qué se sentía volar. Te crees
reloj marcaba las 9:00. dueño del mundo que está a tus pies. Crees que hay
¿Ya estás listo?, escribió Carolina. Le dije que sí y salí libertad.
para el Metro. Nos encontramos en Plaza Venezuela, Allá arriba pensé que ya podía morir tranquilo. La
de ahí nos fuimos hasta La Bandera. Tomamos un auto- adrenalina, la excitación. Es como un orgasmo de quince
bús que nos llevó a La Victoria, llegamos directo a una minutos. Allá me imaginé que volar en parapente era la
montaña que hacía de zona de despegue. El instructor efigie de la vida: temes dar el salto, arriesgarte, lo haces y
nos colocó el arnés a cada uno y nos dio las indicaciones. estás ahí, arriba de todos, hasta que comienzas a caer. Fue
Corre, fue lo que dijo. ¿Cómo?, pregunté. Que corras. Al entonces cuando me desabroché al arnés.
frente estaba un acantilado de 300 metros de altura. Me
pareció un chiste escuchar que corriera al vacío.
Mi memoria rebobinó unos años. Tenía yo entre 10 u
11. Estaba en la atracción más alta de un parque acuático
de Estados Unidos. Por fin había llegado al aparato des-
pués de dos horas de espera. Un hombre abrió la puerta
del cubículo. Entra, me dijo. Avancé y me metí en una
pequeña pieza de piso retráctil. Miré abajo, 150 metros
de tobogán, 150 metros de miedo. ¿Ready?, preguntó el
señor. Volví a ver hacia abajo. Empecé a dudar, luego
a temblar. Lo miré a los ojos y en ellos leí que todavía

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El asesino del Metro
Carlos Patiño

Pero a mí llegó a obsesionarme.


Me perseguía por todas partes la frase hilarante:
¡Un hombre muerto
a puntapiés!

Un hombre muerto a puntapiés


Pablo Palacio

B ajó de incógnito por la Línea 3. Si quiero atraparlo


debo ser discreto. Ya evadió tres operativos sin que
nadie lo viera. Ni siquiera las cámaras de seguridad han
podido captarlo.
Todos los casos han ocurrido entre dos estaciones: La
Bandera y Plaza Venezuela. Al principio se creyó que era
una ola de suicidios y los clasificaron como Clave uno,
pero la forma de caer y el antecedente de las víctimas re-
vela homicidio. Además, la hora de muerte no concuerda
con el horario promedio de los suicidas del Metro.
La gente se aglomera en las grises e inservibles esca-
leras mecánicas. Avanzo en dirección a la taquilla entre
figuras cinéticas y piezas de metal cromado. Compro el
ticket, paso el torniquete y veo la multitud que se apretuja
en el andén.
Veinte años atrás el Metro de Caracas era ejemplo mun-
dial de orden y eficiencia. Hoy se encuentra al borde del
colapso. Le busco la lógica a unas franjas confusas en el duda de su existencia. Ya la broma que echó alguien in-
piso que pretenden indicar el orden de la fila para entrar sinuando que el Metro había cobrado vida para matar
a los vagones. criminales estaba siendo tomada en serio. Pero yo estoy
Veo la raya amarilla. convencido de que tarde o temprano lo encontraré. Sólo
Quizás fue lo último que vieron las víctimas, la señal debo seguir repasando cada caso.
de Peligro, no pase, antes de ser empujadas a los rieles del Víctima uno: hombre, veintinueve años. Hirió de
tren subterráneo. muerte a un compañero de tragos. Bebía con sus amigos
Espero en una cola que perdió su forma. Observo cuando surgió una discusión con el dueño de la casa, sacó
gente a mi alrededor multiplicarse cada segundo. Más de un revólver, le disparó en el cuello y huyó. Horas más
dos millones de personas se desplazan en Metro a dia- tarde apareció arrollado en los rieles del Metro con seve-
rio, lo que equivale a unas dos mil por andén. Puede ser ras mutilaciones. Murió en la ambulancia que lo llevaba
cualquiera. Para empujar a un desprevenido no hace falta al hospital.
tanta fuerza. Víctima dos: adolescente, diecisiete años. Habitual car-
Hay retraso. Le gente desespera. Trabajadores, estu- terista del Metro. Dos días antes de, supuestamente, ha-
diantes, mujeres, niños, un policía y quizás un asesino. berse lanzado drogado contra el tren (estoy seguro que lo
Al fin llega el Metro como una enorme bala de plata y lo lanzaron), asaltó un autobús junto a dos cómplices, ma-
cubre todo. tando a cuchilladas a un pasajero de cuarenta años que se
Los que salen se confunden con los que entran, se resistió al robo. Su arrollamiento causó tres horas de retraso
empujan, se gritan y yo en el medio, arrastrado por la co- en la Línea 1. Cayó justo en la zona electrificada del riel.
rriente. Suena la señal de cierre de puertas y quedo aplas- Víctima tres: mujer, treinta y seis años. Contrató a un
tado y sin aire entre la masa que llaman usuarios. sicario para asesinar a su esposo, un acaudalado empre-
El aire acondicionado no sirve; me asfixio con el olor sario que planeaba divorciarse sin cumplir con las aspi-
agrio del sudor comprimido. Se dispara mi mal humor. raciones indemnizatorias de la víctima. El plan falló por
Estoy preso en medio del vagón, justo frente a un güevón incompetencia del sicario; la mujer fue detenida y libe-
que me ve feo. No sabe con quién se mete. Aparto la cha- rada al mes siguiente, el mismo día que impactó con el
queta como al descuido y le dejo ver mi armamento. El Metro de manera tan violenta que la operadora del tren
tipo se caga todo y se voltea. “Otro que no llena el perfil”, aún no se recupera del trauma ocasionado por el descuar-
pienso riéndome por dentro. tizamiento ante sus ojos.
Cualquiera creería que el asesino elige a sus víctimas El Metro se detiene en Los Símbolos y contra todo pro-
al azar, pero no es cierto. Hay una conexión entre todas nóstico entra aún más gente de la que el vagón permite.
y es su pasado delictivo. Pero nada más. Cinco homici- Toco mi Beretta con disimulo para asegurarme de que sigue
dios en tan solo un mes y ningún sospechoso. Hay quien ahí. Intento despegarme de la gente, pero es imposible.

98 99
De pronto, siento un par de nalgas redondas y duras de varias horas de agonía. Otro caso de supuesto suicidio,
apretarse contra mi cuerpo. Es una estudiante de no más pero a mí este perro no me engaña.
de veinte años, hermosa, lleva una falda de flores y deja Víctima cinco: hombre, cincuenta y seis años. El caso
ver un piercing en el ombligo. Retrocedo a riesgo de pro- más desconcertante, pues la víctima no tenía relación
piciar una situación incómoda con el tipo de atrás. con homicidio alguno. Se llegó a pensar que no estaba
No soy un aprovechador, pero la carajita me sorprende vinculado a los otros. Sin embargo, descubrimos que se
acercándose de nuevo como si nada, ubicando su culo con- trataba de un estafador. Era el abogado de una anciana
tra mis jeans. La tela de su falda es delgada. Se me para el viuda a la que engañó durante años, apoderándose de una
loco; imposible evitarlo. Me muevo hacia la izquierda y ella pequeña fortuna hasta que fue atropellado por el Metro,
me sigue en un baile secreto, improvisado. Roza mi cuerpo, un martes por la tarde.
se separa, me vuelve a rozar. Tiene la mirada perdida, como Es decir, que si este asesino de verdad existe (y lo
si nada pasara. Decido seguirle el juego. creo) y sólo persigue criminales impunes, hasta yo podría
Me le acerco despacio, con más presión, consiguiendo ser una potencial víctima… Y todo por un lío de faldas.
recostar al loco, que intenta desesperado salir del panta- Esa noche encontramos al carajito en el barrio, con-
lón, justo entre sus nalgas. Sigue moviéndose de un lado sumiendo con sus panas, con la música de un carro a
a otro, me pongo duro, veo a los lados pero nadie parece todo volumen. Se cagaron cuando nos vieron llegar en
darse cuenta. Sudo, me acelero, me excito. la patrulla. Él sabía que había culebra porque la jeva que
El Metro llega a la estación Ciudad Universitaria. La estaba rondando era mujer mía, así que echó a correr y
carajita se baja de improviso y sin piedad, huyendo entre empezó el tiroteo. Le pegué dos, uno intercostal y otro en
la gente. La sigo con la mirada y justo antes de subir por la pierna derecha. La gente empezó a gritar y lo monta-
la escalera se voltea con una sonrisa cómplice que me mos en la patrulla. Al llegar al barranco que está frente al
desarma. Se cierra la puerta del vagón y sólo veo a través bloque cincuenta lo rematé con tres disparos y lo lancé.
de las ventanas las baldosas azules difuminándose con la Igual era una ratica, un jíbaro cabrón que quería cojerse
velocidad del tren. Mejor sigo mi trabajo. todos los culos de la zona. Pero no puedo quitarme la
Víctima cuatro: hombre, veintisiete años. Deportista imagen de la mamá llorando cuando lo subimos herido
y drogadicto confeso. Su esposa apareció golpeada y de- a la unidad. Me recuerda a la mía. A veces sueño con la
gollada en la suite de un hotel de lujo. El hombre huyó vieja esa y la muy puta no me deja dormir.
hasta aparecer en los rieles del Metro. No murió de in- Al fin llego a Plaza Venezuela. El altavoz advierte que
mediato, a pesar de las múltiples fracturas y el desprendi- es la última estación y se apagan las luces internas. Salgo
miento de órganos. Lo sacaron de la vía herido y sin un acalorado del vagón rumbo a la transferencia de la Línea 1.
brazo. Fue trasladado a una clínica donde falleció luego Algo me dice que el asesino está cerca, esta vez no se me

100 101
escapa. La avalancha humana me arropa de nuevo. Ace-
lero el paso y me ubico de primero en la fila. El ciudadano del Valley Car
Me quedo viendo los rieles del Metro color polvo. El Mario Morenza
andén termina en un túnel oscuro como una garganta. Una
fuerte brisa anuncia la proximidad del tren. Luego, el ruido
de avión cuando aterriza. La vía se enciende con el reflejo El ser humano, alguien ya lo dijo, aún está afectado
de sus luces y emerge veloz como un demonio de hierro. por todo aquello que le recuerda inequívocamente
Los parlantes se activan y se escucha un alerta: “Perso- su naturaleza animal. También dijeron ya que el hombre
nal operativo, actividad G en curso”. ¿Un posible suicida? es el único animal cuya desnudez ofende a quienes están
El tren se acerca a máxima velocidad. Observo las cáma- en su compañía, y el único que en sus actos naturales
se esconde de sus semejantes.
ras y me inquieta pensar que no puedan ver al asesino…
Rubem Fonseca
¡Eso es! En segundos logro entenderlo todo y descifro el
misterio. De inmediato siento la mano en mi espalda y el
empujón irremediable. Traspaso la raya amarilla.
I

O bstinado, le grité: “¡Ponte la camiseta de una vez, no


joda!, vamos a Mersifrica, no a un encuentro con el
rey de Suecia”.
Madrugamos sin escuchar las paredes de la cloaca sa-
cudirse. Muy temprano comienzan a agitarse por el peso
de camiones, carros, autobuses.
Franto se remendaba unos zapatos que encontró en la
Redoma de Coche. “Mi antiguo hogar”, siempre dice, y
continúa: “Esa plaza espera la llegada de un busto desde
hace años”.
En Coche hay dos plazas. Ninguna expone héroes en
sus pedestales. Se esperan candidatos.
Franto es un tipo meticuloso. Viste ropa de marca.
Usada, deshilachada, con parches y sin botones, pero de
marca. Nunca la comprará en las tiendas, aunque buscarla
en los containers ya lo hace un mendigo posmoderno.

102
Franto creía en teorías extrañas: sistema de vida. Habitamos aquí porque, irrevocable-
–A se deshace de un par de zapatos, de un reloj, de mente, hemos decidido vivir aquí. Nadie lavó el cerebro
lo que sea; no muy lejos, B necesita de ese objeto en una de nadie con campañas de adoctrinamiento y consignas
escala inversamente proporcional. baratas. No es descabellado pensar que con estas ideas
Muchos sostienen que la universidad enloqueció a algún día estaré en la cárcel o en la morgue.
Franto. Siempre he pensado que dice ese tipo de cosas Si la prisión me salva de morir tendré chance de me-
para ufanarse de su labia. “¿Ves?”, me dice señalándose ditar lo que Franto alguna vez me dijo: “Puede ser que
el pecho con su pulgar: “Yo soy esa persona necesitada”. algún día salgas de las cloacas, pero ellas nunca saldrán
Franto es un buen tipo, mitómano, pero buen tipo. de ti”. Para eso existen las cárceles, para darle vueltas a las
“¡Estos Nike están del carajo!”. Mirar los zapatos de ideas, para pensar y volver a pensar, para huir de la cárcel
Franto me hizo repasar mi vida primero con desconfianza, y refugiarse en las ideas.
luego con nostalgia y, por último, descansé mi confusión Seguramente los peatones sienten repugnancia por
en una exagerada alevosía. Huellas abandonadas como ho- nosotros. Los locos, los perros, los malolientes, nosotros.
jas en las aceras que ahora forman parte del aire y del smog. La nariz repele el olor extraño, una vez que te acostum-
Esta madrugada conmemoro cinco años de ese des- bras, hasta Benetton Cold te parece intolerable. Y si lo
prendimiento. Con absoluta propiedad afirmo que soy un pensamos bien, por algo los peatones se perfuman. Admi-
ciudadano de las cloacas de Caracas. Ni más, ni menos. ten que empezarán a oler mal en algún momento del día.
Somos el punto ciego que se fugó de capitalismos y so- Me he convertido en un náufrago de las alcantarillas.
cialismos, esos que se devoraron el uno al otro, sin saber Con lo poco a nuestro alcance hemos sobrevivido. Mi me-
dónde terminaba el otro y comenzaba el uno. moria está hecha de lo que me sorprende y mi estrés de
Mientras tanto, nos conformamos con nuestro cielo, lo que me hace esperar. Astillo mis ojos en la espalda de
el piso de seis millones de peatones. La civilización se Franto y lo imagino pulverizado por mi mirada. Pero la rea-
fue a la mierda. No es para alarmarse. Ocurre a menudo lidad es otra: lo veo ensimismado con esos malditos zapatos
en la historia. Ya nos toca a nosotros deslizarnos por el y tiemblo. Pasan sobre mí carros y camiones de ansiedad.
retrete de las Eras. Así poco a poco curtiremos nuestro “Tranquilo, no te digo que seas paciente, porque yo
ADN para lograr la receta del superhombre. El hombre tampoco me ando con eufemismos de revistas domingue-
químicamente puro y perfecto, que no esté estornudando ras”, me dice mientras anuda los cordones de sus zapatos.
por alergias porque aspiró el humo de un tubo de escape. Mi padre me llamó Edward. “Y será abogado”, pro-
Dejémonos de necedades. Nuestra historia ni siquiera clamó mi madre con aquel tono enfático que la acompañó
se escribe en minúsculas. Es entrelíneas. Anónima. Al hasta el día en que enviudó. Me llamaron Edward y, des-
margen. Nosotros los citizens nunca nos propusimos sa- graciadamente para ellos, no fui abogado sino arquitecto.
lir a la luz pública para contarle y venderle al mundo este Mi nombre se hizo oficial a los dos años.

104 105
“Tus padres eran unos irresponsables –me decía mi media docena de primas en el más absoluto silencio y
abuela–. Cuando cumpliste diez y estabas bien mangan- recato. Su primera esposa, al enterarse, mandó a la primo-
zón, finalmente decidieron bautizarte. Diez años con el génita de mi abuelo a vivir con una tía en México.
diablo metido debajo de la piel. Desde que tu padre se Mis abuelos se sentaban a ver El Zorro. Esperaban
metió a estudiar esa carrera se olvidó por completo de a que mis padres llegaran del trabajo. Pero esta historia
las costumbres que le enseñamos tu abuelo y yo. En la familiar ya ocurrió hace mucho tiempo. Docenas de tem-
universidad conoció a tu madre y empezó a frecuentar blores de 5 grados la han arrimado hacia el olvido. La
esa secta y escuchar esa música satánica, fumar quién sabe objetividad heredada en mis cromosomas herejes vigila
qué, e ir de un lado a otro descalzo, medio desnudo y me- mis palabras. Y esta objetividad me sentencia: no fui abo-
dio drogado”. gado ni tuve hermanos, pero soy capaz de juzgarme. Las
Siempre escuché a mi abuela con un supremo sentido cloacas han sido un tribunal ejemplar.
del decoro, sabía que en algún momento se le agotaría su Cuando llegué a esta comunidad me apodaron El
asmática respiración y concluiría la descarga: “Asentaron ciudadano de Valley Car. The Valle-Coche Citizen, me
cabeza con un horario que cumplir y recibos que pagar, dice Jethro Tull, el gringo hippie que desde hace un mes
eso no se les puede negar, pero dejaron de creer en Dios lidera nuestra comunidad. Para ese entonces, él se encar-
por culpa de esa secta”. gaba de entrevistar y de aceptar o rechazar a todo aquel
Mis padres eran primos hermanos. Combinación de que llegara. Un ministro del exterior en la más amplia ver-
caja fuerte y común en el interior del país para proteger ticalidad del cargo. Con él tuve mi primera conversación
las tierras de la familia. Cada cierto tiempo la palabra he- larga en el subsuelo. No percibieron en mí rasgos de infil-
rencia es la más temida para algunos y la más esperada trado que tramara una redada sorpresa, como le ocurrió a
para otros. Los Gómez Gómez, mis padres, fueron pe- la aldea pionera en Antímano. Mi acceso a las cloacas de
cadores genealógicos. La gracia sí era reprochable lejos Caracas ya era un hecho. Mi pasantía a la intemperie en
de la provincia. Si vivías en el campo y te tocaba casarte parque Los Caobos fue una buena preparación. Allí borré
con la prima más fea para evitar compartir riquezas con cualquier pestaña burguesa.
extraños, pues ni modo: la familia te recompensaría con Dos horas para concederme la visa. Los gringos y sus
un trozo de la herencia, una medalla de honor al mérito mañas.
y deseos tan sinceros como este: “Si tienen otro hijo, Dios –Esta tarjeta es una lata de sevenó planchada –dije
quiera y les nazca con rabo de cochino”. sin entusiasmo.
“La carne de primo se exprime”, sentenciaba mi abuelo –¡Voltéala! ­­­–acotó Franto efusivamente; se mostraba
y terminaba de colar sus palabras en el café. Él no era muy vehemente conmigo, casi con el mismo trato optimista
conversador, pero tampoco conservador, pues estuvo me- con el que reciben a los recién llegados a Herbalife o a un
tido de lleno en el incesto: había tenido relaciones con templo pentecostal.

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En el reverso de la lámina leí: 2005.23.04 / El Ciuda- una pelea inauguró un campeonato conyugal de trapitos
dano del Valley Car. al sol: Vivian y yo le hicimos un tributo a Newton, y con
–Lo escribí con este clavo –lo sujetaba con el dedo columnas y todo se vino abajo. Cada taller se ubicaba en
gordo y el índice. Lo miré con grima de lo oxidado que las esquinas de nuestro “patrio trasero”. Les llamábamos
estaba–, Jethro Tull te bautizará. Twins Ranchs. En la puerta de cada uno había un carte-
–Y serás nuestro arquitecto –dijo Jethro Tull colocán- lito de bienvenida: “El que no sepa algo de arquitectura
dome una mano en el hombro. que no entre”.
Maldición, esto es una secta, pensé. Rocié mi taller con gasolina. Las maquetas de mis
–Con él creceremos –Jethro Tull se dirigió a todos. siete proyectos gigantescos estaban empapadas de espeso
Abriendo los brazos como los políticos cuando desatan y maloliente combustible. Con ellos se suponía que iba
promesas a mansalva. a desplazar a Villanueva a un agrio segundo lugar en el
Hoy que lo pienso en retrospectiva es comprensible. hit parade de arquitectos venezolanos. Vivian me había
Jethro Tull es el nuevo líder desde la muerte de Ulises plagiado los planos de mis proyectos para vengarse por
Peña, El Gran Citizen. Cinco años atrás, yo llegaba y Uli- mis infidelidades recién destapadas.
ses Peña alternaba una sonrisa de aprobación con una tos Mi primer objetivo fue el rascacielos de 120 pisos que
rara e insistente; por su parte, Jethro Tull administraba iba a ocupar cuatro cuadras llaneras en Malasia. Yo tenía
con sagacidad sus posibilidades de ocupar la vacante que que alzar los pies para poder ver el helipuerto de anime.
Ulises Peña dejaría1. Encendí un yesquero y lo acerqué a la maqueta.
Por culpa de los edificios me oculté en las raíces de El espectáculo fue lo más cercano a la película The
la ciudad. Una noche, antes de confesarle a unos cole- Towering Inferno. Escuché cómo el cartón, el papel, el plás-
gas mis intenciones de dejarlo todo, perderme del mapa tico, crujían y se carbonizaban. El fuego alcanzó la segunda
y desaparecer completamente, pasé por mi taller. Tenía maqueta: un complejo turístico a todo dar para Ciudad
dos talleres. Yo diseñé el de Vivian. Ella diseñó el mío. En Ojeda y el resto de la Costa Oriental del Lago. Estaba se-
aquellos tiempos las columnas de mi matrimonio eran só- guro de que sustituiría al puente como icono zuliano y que
lidas como la basílica Santa Sofía de Estambul. Hasta que inspiraría un alto porcentaje de las futuras gaitas.
Ni me molesté en incendiar el taller de Vivian. No
1 Ulises Peña murió a causa del virus A (H1N1), mejor conocido como era mucha la diferencia entre su taller y una exposición
el virus de la gripe porcina. Cabe destacar que Ulises Peña es el primer de maquetas de bachillerato. Fui directo al garaje. Abordé
deceso causado por la gripe porcina en la literatura venezolana. El caso mi camioneta, la arranqué y me largué de esa sede del
de aquel personaje de la novela de Fedosy Santaella, Las peripecias descaro y la vanidad. Estaba oficialmente libre.
inéditas de Teofilus Jones (2009), fue descartado y diagnosticado como Escuché las sirenas de los bomberos cuando condu-
simple catarro por el investigador y crítico literario Carlos Sandoval. cía por la Francisco Fajardo. Reí al imaginarme a Vivian.

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Ella estaba a pocas horas de exponer en inglés todo su El refugio eran las venas de la ciudad, que no están
genio creativo ante un grupo de holandeses estúpidos. La ni abiertas ni bañadas en sangre, sino obstruidas de tanta
imaginaba mostrando mis planos y en lugar de escucharla mierda que fluye por el río que la atraviesa como una
en mi mente, lo que oía eran las sirenas. Mi Vivian ima- daga. Mis últimos clientes exigían un búnker. El espacio
ginada y su quórum escuchaban el chillido de los bombe- de estas estructuras es suficiente para que los altos jerarcas
ros en lugar de palabras. Puse a todo volumen la canción de tal empresa puedan sobrevivir allí durante meses, hasta
“Cat People (Putting Out Fire)” y reí, reí como loco. que la guerra nuclear acabe. Los demás que se jodan.
Mis colegas estaban tan borrachos que al escucharme –¿Por qué tan grande? –preguntó alguno de estos je-
decir “mis maquetas están ardiendo en fuego”, pensaron rarcas, de la Unicef de Perú, por cierto.
que padecía otro ataque de pedantería. “La creatividad –Si nos vamos a morir con este rollo del fin del mundo,
de tal arquitecto está en llamas” significa lo mismo que que sea con nuestros colegas –dijo otro jerarca que lo
la frase “un pelotero está caliente” en el argot deportivo. acompañaba.
Para nosotros el fuego es genialidad. –¡Usemos ese espacio para un bar! –dijeron ambos
Bebí media docena de cervezas y fui incapaz de con- sincronizadamente.
fesar algo sobre mi pasado inmediato, pero sí sobre mis –Señor Edward, ¿podría apurarse? Para el 2012 vienen
planes futuros. De eso sí hablé, de lo que haría en las los Annunaki, un portal interestelar se está abriendo en el
próximas horas y en los próximos años. Simplemente les canal de Yemen, y aquí en Perú otra raza alienígena habita
dije en un monólogo agrio y fugaz que quería desapare- en el interior de la cordillera, ¡apúrese, por favor!
cer. Dejé unos cuantos billetes que duplicaban la cuenta Los refugios se buscan antes de que sea demasiado
de mi consumo. tarde. Son lugares comunes. Y la obviedad llama. Las cloa-
Bebí de pie y a fondo blanco la última cerveza. Co- cas de Valle-Coche son un secreto a voces. Pasé dos me-
mencé a marcharme sin despedirme. “Venía borracho ses viviendo en parque Los Caobos, como ya dije antes.
otra vez... Hay que hacer algo”, dijo alguno con la jactan- Franto me convenció de hacerme cloaqueño, perdón, de
cia del mesías, otrora mi mejor amigo. Al escucharlo, me hacerme citizen, antes de que las lluvias se desataran.
devolví, me detuve frente a la mesa, muy cerca de él, casi Hoy cumplo cinco años en las alcantarillas. A mis
rozándolo, y me despojé uno a uno de mi reloj Citizen, compañeros poco los he hecho crecer en territorios. Sin
de mi cartera y de mi celular que empezó a repicar sobre embargo, he decidido celebrar por todo lo alto mi vida
la mesa. Nadie dijo nada más. Yo me fui cantando “… por todo lo bajo. La verdadera libertad se vive en las raí-
and I’ve been putting out the fire with gasoline. Putting out ces de Caracas. Los lunes, miércoles y jueves, el citizen
fire with gasoline”. teacher de turno es responsable de incrementar los cono-
Fue el primer paso para desvanecerme, y dejarle al cimientos de nuestra población: habla de lo que sabe. Y
viento y al smog lo que me sobraba. el conocimiento es libertad.

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Sostenemos la premisa de que los seres humanos so- Estoy rodeado de supersticiosos. Nunca creímos que
mos ignorantes. Conocemos algo del mundo a fondo, pero Esteban sería capaz de volver a pisar las aceras de Nie-
jamás mucho de todo. Saber algo es liberarse. Cada citi- meyer, mucho menos que regresaría a su apartamento en
zen nos nutre con la especialidad que desarrolló en lo que La Candelaria, que tocaría sostenidamente el timbre, que
arriba llaman carrera; así integramos un cerebro social, irrumpiría como un resucitado al hogar del que huyó en
un mismo pensamiento que nos conviene y nos hermana. parte decepcionado y en parte para salvar el pellejo. Para él
“Una anatomía de la reflexión”, como una vez dijo Franto. sus fracasos pesaban lo mismo que la ciudad entera. Prefi-
Últimamente y arriesgándose, Franto ha realizado pa- rió esconderse como quien echa el polvo bajo la alfombra.
seos nocturnos por el cementerio del sur, su abasto: allí Doce años le bastaron para purgar el alma de recon-
busca sus materiales para ejemplificarnos gráficamente comios. Lo sometimos a terapias grupales del subsuelo.
lo que nos quiere explicar. Siempre he confiado en él a El bálsamo de aguas sucias y los desperdicios de la ciudad
pesar de su mitomanía. ¡Cómo no creerle! Franto es el abandonada le hicieron comprender que con cuarenta
ingeniero del cuerpo, el que estudió Medicina en el Ana- años podría recuperar lo que la coalición conformada por
tómico de la UCV. su exmujer, su exsuegra y su examante le arrebataron a
Sólo confío en Franto. Él sabe de formas. Tenía razón dentelladas.
al advertirme que a mi maqueta de la ciudad ideal le falta- Le organizamos una ceremonia de despedida. Franto y
ban más edificios para ciertos propósitos. A decir verdad, yo le dimos un riel del Metro de Caracas que zafamos con
desde hace mucho tiempo no confío en nadie. A él sólo dificultad del tramo Plaza Venezuela-Sabana Grande, lo
le falta la m al final de su apodo para llamarse igual que el que se considera el máximo galardón para un poblador de
crítico de arquitectura. las alcantarillas. Con un rostro anegado de lágrimas con
Nacemos, crecemos, traicionamos, nos reproduci- más sal que agua, propia de los ojos con mucho tiempo
mos, nos traicionan y cuando nos aburrimos de reprodu- sin llorar, se quitó el collar de balas, lo desenrolló y nos lo
cirnos y de seguir en el juego de los descaros, decidimos puso en nuestras manos. Como era tan largo –le llegaba al
extirparnos de la faz de la Tierra. Así se mueve la burocra- ombligo–, lo dividimos en tres. Franto y yo lo sostuvimos
cia del cuerpo. En las cañerías no te queda otra opción como una culebra recién lapidada. Esteban lo cortó con
que hacer de la confianza otra variante de la inercia. su tijera en tres puntos equidistantes, ató los extremos de
En las cloacas se puede estar seguro. Aquí solamente los collares y nos los colgamos con solemnidad olímpica.
llegan las balas ya disparadas. Las barre el viento o las llu- Esteban se marchaba. Regresaba a la ciudad de pobres
vias, las tuberías rotas a veces se les adelantan. Esteban corazones. Era un coronel del Hades. El viejo Jethro Tull,
llevaba un collar con cientos de esas balas. “Me protegerá hostigado por la partida de Esteban, no se presentó para la
en la superficie”, decía como un gurú de la televisión. ceremonia. Se despidió de él unos días antes diciéndole:

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–Hijo mío, piensa, piensa bien lo que vas a hacer, la Incluso, dejaba de recuerdo el instrumento homicida,
ciudad esconde a sus muertos, aquí los honramos. Lo de como pidiendo a gritos que lo capturasen. En la crónica
abajo tiene que quedar abajo. se detallaban más de ocho pistas que se amarraban a sus
A punto de marcharse, Esteban dijo con un nudo en talones como una cadena invisible. Lograr atraparlo era
la garganta: cuestión de días.
–Díganle a Jethro que fue un padre para mí.
Nos hizo prometer que nos despediríamos por él, pero,
al menos, yo no lo hice. Nunca fui amigo de esos comple- La operación Mersifrica de esa fecha transcurrió sin con-
jos de orfandad de Esteban: “Me siento en familia”, “Uste- tratiempos.
des, mis hermanos”, y otras frases de telenovela mexicana. –El azar y la suerte fluyen con poca luz –fue lo pri-
Semanas después, supimos que Esteban apuñaló a su mero que se le ocurrió decir a Franto.
exmujer y a su exsuegra con las mismas tijeras que usó Estábamos a punto de destapar una alcantarilla y sa-
para nuestros collares. Al leer la crónica roja sentí un es- lir. Frente a nosotros cruzó una patrulla del Cicpc, dando
calofrío. El arma homicida fue abandonada entre las dos coletazos de luces rojas y azules.
hienas. Abierta en cruz. Una nueva esvástica underground –Franto, Frantico. Creo que para mañana mi collar
de la venganza. tendrá más balas –dije y nos devolvimos escaleras abajo.
Sabíamos que se trataba de él. Y también sabíamos, de Esperamos un poco.
la manera en que los profetas callejeros de Chacaíto pre- Mersifrica es un tumultuoso, desordenado, ajado y
dicen las tragedias del fin del mundo, que la próxima sería nauseabundo espacio comercial al que llega una buena
su examante. Nacía un asesino en serie que posiblemente cantidad de los productos agrícolas cultivados en el país.
iba rumbo a Yaracuy a ponerle el punto final a su obra. Esta pequeña parroquia dentro de otra parroquia tiene un
“Picoteadas por el Verdugo de las Tijeras” tituló Mi Dia- idioma oficial: el mayor y el detal de los reinos alimenti-
rio Internacional a uno de sus reportajes amarillistas. Coche cios. Las cebollas, ajos, tomates, pimentones, zanahorias,
TV le dedicó un especial: “El asesino Manos de Tijera”. granos, remolachas, piñas, cambures se surten mayorita-
A Esteban lo consideraban bajo tierra, y no estaban riamente a los supermercados donde los lavan, perfuman,
tan equivocados. Llevaba a cuestas una década de exilio etiquetan y empaquetan como propios.
absoluto en las cañerías de la ciudad. Esteban comenzaba A las cinco de la mañana es la mejor hora para que co-
así una promisoria carrera de serial killer. mencemos nuestra recolección. Los fleteros, cargadores y
Después de todo, matar no era lo difícil, sino ocultar conductores de carretillas, todo el elenco de la plana me-
los cuerpos y evitar dejar que los mínimos detalles te im- nor del comercio al por mayor se encuentra obstinada. La
pliquen. Como ya habíamos leído en el reportaje, Este- situación es propicia para echarse la primera cerveza con
ban no era muy reservado en eso de limpiar evidencias. los primeros rayos de sol. Si se les caen dos o tres cebollas,

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cuatro o cinco zanahorias, son incapaces de reincorporar- La torre de la UCV en la Zona Rental, para su época,
las a los guacales. ¿Para qué si hay miles en sus camiones? iba a ser el edificio más alto del mundo. El acuario de la
Justo en ese momento debemos actuar. Cada dos días, Carlota. Un palacio de justicia ideado por mí y en el lugar
una pareja de citizens se dedica a esto. Durante la bús- que ocupa el verdadero, que parece una chivera.
queda de cebollas encontré una pieza metálica en forma
de obelisco que encajaba perfectamente en mi maqueta II
de la ciudad de Caracas. La guardé en uno de mis bolsi-
llos. Franto me miró con recelo. Una mañana volvió a fastidiar Yuri, el estudiante de So-
A media mañana, organizamos los alimentos entre ciología que se cree la reencarnación de Marx. Su estilo
toda la comunidad. Sin refrigeradores nos convertimos en calzaba con la juventud inquieta políticamente: flaco,
vegetarianos. Siempre sospeché que Franto comía gatos o desteñido, con una joroba en pleno, lentes de la moda
ratones o perros, es una duda razonable cada vez que me nerd más genuina y una cabellera tan rebelde que se re-
topo con su anaquel lleno de huesos. Él sostiene que se sistía a cualquier tentativa disciplinaria del gel.
tratan de huesos humanos. Le creo. ¡Cómo no creerle! –¿Y tú otra vez? –fue el saludo de Valle-Coche.
Cocinamos con el televisor encendido para escuchar –Lo sé, lo sé, lo siento... Pero no tenía alternativa
las noticias. Luego del almuerzo lo apagamos, pues ya –respondió.
está en las últimas. La ciudad se agitaba con protestas uni- Franto esperó esta oportunidad para intervenir:
versitarias, guarimbas y autobuses que ardían en llamas. –Mira, peatoncito, aquí tenemos muchas preocupa-
Mientras apilaba las parchitas en pirámides, le confesé a ciones. Tú nos provocas urticaria. No nos jodas más –Yuri
Franto mis intenciones de reanudar mi proyecto: algo de ignoró a Franto y se dirigió a Valle-Coche:
lo que no he escrito hasta ahora: continuar con la cons- –Te conseguí algo –dijo con temple. Yuri sabía que
trucción de la maqueta. ese era su pasaporte. Que jamás tendría una lata de se-
Mi maqueta de la ciudad de Caracas está construida venó–. Tengo varias fotografías de ella. Muchas, quiero
con sus desechos. Tiene diez metros cuadrados. Mi ma- decir. Como treinta. En eso estuve la última semana.
queta tiene todo aquello que alguna vez se planificó cons- –¿De qué hablas, mariquito? –volvió a interferir Franto.
truir. Una historia secreta de nuestra arquitectura quedó –¡Déjalo tranquilo! –Valle-Coche se dirigió con autori-
engavetada como un crimen pasional. La ciudad museo, dad a Franto, lo tomó del hombro, lo apartó y volvió a Yuri:
o el museo ciudad que haría de Caracas la capital de la –A ver, ¿qué tienes?
arquitectura moderna. –Necesito sacar 20 en mi proyecto. Ustedes me ayu-
La cascada de agua de Cruz Diez. El proyecto de dan y haré lo que esté a mi alcance para protegerlos. Si
Niemeyer para edificar el Museo de Arte Moderno: una quieren títulos de propiedad, les prometo gestionar títu-
prodigiosa pirámide invertida a la orilla de una montaña. los de propiedad, si quieren agua potable directa y luz,

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prometo gestionar la instalación de tuberías y cableados. camisa de Jethro Tull. No, del Imperio, no, ingleses. Si-
Un tío mío, un chivo de la Guardia Nacional, será mi- gues equivocado, el rock no ha muerto, el rock huele así.
nistro dentro de poco. Recuerden que el Gobierno está Saúl: ¿Por qué coño me miras con esa cara? Con tu
buscando estos escondites por toda Caracas. cara de mierda. ¿Has oído hablar de la Vieja Guardia
En ese instante llega Jethro Tull: Punk? ¿No, verdad? Deberías acercarte más para darte un
–¿No te habíamos dicho, peatón, que no te queríamos pellizco en las nalgas. Caraegüevo. O caerte a peinillazos
por aquí? como hacía la Guardia Nacional cuando yo era estudiante
–Sí, Jethro Tull, ¡espera! –Valle-Coche se interpuso de Química. Me sabe a culo que tu tío sea coronel, no
y lo alejó para susurrarle–, he negociado con él unos necesitamos ayuda de nadie. Tú y la gente me repugnan.
asuntos. Lo guiaré. Si pasa algo, será mi culpa. Él nos re- Pensar que sus caras llenan las calles me dan ganas de vo-
compensará. Ya tenemos muchos años aquí. Este lugar es mitar. Millones de combinaciones, cada una más repul-
nuestro. Tiene metido en la cabeza que hemos creado un siva que la anterior. Habría que matarlos a todos y se acabó
sistema político, algo más allá de la democracia. Quiere esta salvajada infinita. Pronto llegará el día en que todo lo
entrevistarnos. Ya sabes, la juventud comecandela. Él nos que conocemos como mundo arderá en llamas, será una
ayuda, y nosotros le damos motivos para que siga con sus señal divina, pregúntale al evangélico, ese tipo sabe. El sol
utopías. Me promete confidencialidad. crecerá a tal magnitud que sus llamas acariciarán las costi-
–No lo sé, Valley Car, tengo mis dudas, desde la pri- llas de la Tierra, y no habrá ni edificio ni potencia mundial
mera vez me pareció un chapucero repugnante que se la que valga. ¡No hay futuro, no hay futuro!
quiere dar de Gran Activista Comunitario. Valle-Coche: Una mañana mi padre y yo veíamos las
Hacia el final de esa tarde, Yuri entrevistó a todos los noticias en RCTV. Estábamos en casa. En Coche. En
citizens. He aquí algunos testimonios2: nuestro bloque diseñado por Carlos Raúl Villanueva. Mi
padre estaba desempleado o de vacaciones y yo aún cur-
Jethro Tull: No, hijo de mi Dios, no… Esto no es ni saba el liceo. Yo me dedicaba a terminar una tarea sobre
un kibutz ni una comuna hippie. Es casi clandestino, creo Historia de Venezuela. Para aquel entonces quería estu-
estás confundido. Me llaman así porque el día que decidí diar Comunicación Social y mi entretenimiento predi-
refugiarme con Ulises Peña y otros compañeros tenía una lecto era preguntar quién fue el primer venezolano en
realizar tal proeza. Muchos me decían que lo mío eran
inquietudes de historiador, que recordara que mi voca-
2 Cinco años después, Yuri Estanislao Chacón Medina estrenaría en la ción era la abogacía, que con eso me iba a volver rico. Esa
pantalla grande el documental. Parte de los testimonios que aparecen
mañana le pregunté a mi padre cuál había sido la primera
aquí fueron recitados por algunos actores, entre ellos Paul Gillman que
obra de Carlos Raúl Villanueva. “Hacer guisos con los
hizo dos voces.

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militares. Firmar y firmar contratos. Quién sabe si eran ganancias. Un día mi mujer me dijo que se iría con el niño
o no obras de él. Uno nunca sabe en realidad cómo los al parque Italoamericano, que el niño andaba agresivo y la
militares cuadran esos negocios”. “¿Por qué dices eso?”, le psicóloga del preescolar le metió en la cabeza que estaba
pregunté. “No se trata de que yo diga o no. Hay que leer abrumado por verme así. En homenaje al negocio Voy y
entre líneas. La historia como la conocemos está hecha vuelvo, nunca regresó y, de paso, lo vendió para pagarse
con teorías de la conspiración. Un rumor por aquí, una el pasaje y vivir cómodamente por dos meses en Bucara-
especulación por allá y poco a poco uno va atando cabos”. manga. Por eso estoy aquí. Simplemente nunca fui feliz
Mi padre pasaba por una depresión que lo arrastraría en la ciudad ni en el campo. Y todo se trata de buscar un
al alcoholismo, y seguidamente al subsuelo. Mi madre espacio para vivir. Por eso necesitamos un título de pro-
vendía tortas. Ella mantenía a la familia. A cada rato ella, piedad, ¿cierto? Poco a poco surgí de nuevo. Así que reuní
enojada, me reiteraba que el periodismo y, luego, que la una plata y monté un negocio. Le llamé Recochapas.
arquitectura, eran carreras de mujercitas. Me gradué de Un buen día hubo un operativo sorpresa de la Di-
arquitecto y me casé con Vivian. Mi madre pensó siempre sip para desmantelar una banda del Estanque. Tuve que
que mi relación con ella se trataba de un parapeto para ocultarme debajo del carrito de Recochapas para que una
disimular mi “mariconería”. Cuando me veía diseñar y ar- bala mal disparada no me volara la cabeza. A un hampón
mar maquetas decía: “Razón tenía tu abuela, que cuando le clavaron un tiro justo al lado del carrito. Se le resbaló
te parí naciste boca arriba”. Nunca se apareció en la boda. de las manos una AK47 que rápidamente agarré y me
Murió mi padre y nunca más la volví a ver. Supe de ella metí con ella en el depósito de las masas. Allí me quedé
años después. Se había ido a Carúpano, había perdido su hasta el amanecer. Un buen día, de esos en los que uno
tono enfático y cazaba algún tajo de una herencia. siente una energía insólita, de hambre de mundo, y de
Franto: Preferiría no hacerlo. quincena, vinieron unos malandros a asaltarme, y sabes,
Richard: Yo tenía un negocio de cachapas en Coche: esta vez la historia iba a ser un poco diferente. Con esta
Cochapas. Todas las quincenas me asaltaban. Un día me AK47 que tengo en mis manos los acribillé a todos. Yo soy
les enfrenté y me dispararon. Me quitaron medio hom- el ejército de un solo hombre de los citizen.
bro. También con los pedazos de huesos que patearon Luis: Dios hizo la luz el primer día. Nosotros al año.
se llevaron el carrito de las Cochapas y las ganancias de Más o menos nos damos cuenta del poder del Todopode-
ese día, que no eran muchas, por la crisis, ya sabes. Mis roso. Él le dio luz a todo el Universo. Y para ese entonces
clientes se dispersaron. Regresaron cuando los malandros no existía ni Tomás del Alba, ni General Electric ni Cor-
se habían ido. Me llevaron al Periférico de Coche. No poelec. Nada de eso. En fin, logramos instalar un sistema
pude trabajar por unas semanas mientras me recuperaba. eléctrico. Yo fui el que tuvo el honor de subir los breakers y
Tenía también otro puesto, uno de patacones. Se llamaba dije: “Dios hizo esto el primer día; nosotros en un año. La
Voy y vuelvo. Lo tenía medio descuidado, pero daba sus distancia entre un ser humano y Dios es humillante: es de

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un año luz”. Yo sé lo que quise decir. Nadie me entendió con un abierto cinismo y su “bien por ti, te felicito” que
y creo que tú tampoco. ¿Has leído la Biblia? me aguijoneaba. Abandonó por unos meses la arquitec-
tura y se puso a dar clases de inglés a viejas millonarias y
a hacer bisutería por encargo. Su padre, al verla en esas,
Yuri, agradecido, le dio a Valle-Coche un sobre y después corrió a donde un amigo suyo dueño de una agencia de
un abrazo. viajes, la premura surgía de la necesidad de mandarla al
–Nos vemos la semana siguiente, el lunes –dijo uno. consultorio de un psicólogo cubano en Miami que estaba
–El lunes, el lunes sin falta –dijo el otro. de moda por haber tratado a Jon Secada y a Gloria Este-
En la noche, Valle-Coche y Franto conversaron e hi- fan cuando la fama se les desinfló.
cieron las paces. Franto le manifestó la incomodidad que –¿Y se recuperó?
le emanaba Yuri. Valle-Coche optó por no discutir con –¿Que si se recuperó? ¡Pues claro!, a ella lo que le
Franto sobre eso. Quería hablar de otra cosa. Desahogarse. faltaba era ir a ver a Mickey Mouse y hacer compras en
Le mostró el contenido del sobre que Yuri le había dado. K-Mart. Después volvió a ser la misma. Empezó a hacer
–¿Por qué te traicionó tu mujer? –preguntó Franto. proyectos por su cuenta. Pero aún así, veía la envidia que
–No fue traición. Fue plagio. anidaba en sus ojos. Ese brillo que refleja la llama ajena.
–Bueno, sé que el recuerdo de tu exmujer te pone Un día discutimos. Encontró unas pantaletas en mi ta-
sensible. Pero eso fue traición. ¿Acaso ella no era buena ller. Unas pantaletas varias tallas menores que las de ella.
en sus cosas? Siempre la pillaba en mi taller con un plomero para disi-
–Lo era. Era correcta más bien. De las alumnas que mular que limpiaba y se preocupaba por la pulcritud de
les gustaban a los profesores de la facultad. Tanto que, al mis trabajos. Husmeaba en mis maquetas para ver si se
graduarse, salió de encendida a quemada. Yo era un poco inspiraba, ¡era eso! Uno de los proyectos que había conse-
más lanzado con mis diseños. No sé cómo me enamoré guido con una alcaldía de Honduras estaba relacionado
de ella si vi antes uno de sus trabajos: se trataba de un con algo que yo producía para un museo infantil en Suiza.
edificio de siete pisos, que en lugar de enumerarlos, los –¿Por qué no la ayudaste?
musicalizó con las notas: do re mi fa so la si do, se abrían –Nunca aceptó. No hay otra carrera en la que el orgu-
las puertas del ascensor en el piso cuatro y se campaneaba llo profesional esté tan cimentado como en Arquitectura.
un fa sostenido. Así era su maqueta. Un verdadero templo –Así que un día vio unas pantaletas…
kitsch miniatura. –Exactamente. Una alumna imbécil que yo tutoreaba
–¿Y entonces? y se había enamorado de mí dejó las pantaleticas con toda
–A los pocos años empezó a envidiarme. Nunca me la intención de ser descubiertas. ¿Cuál sitio estratégico
lo dijo, pero lo notaba claramente. Después de muchos te imaginas?, pues el estacionamiento de un centro co-
triunfos en mi profesión, Vivian se limitaba a felicitarme mercial para Puerto Ordaz. La niña quería más horas de

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consulta, quería más notas en sus proyectos, que eran in- nos queríamos. El archivo se titulaba “Ojo por ojo”. De
fames. Quería más de todo. Y yo no podía hacer nada. Era inmediato me llamó la atención y lo doblecliqueé. Vivian
peligroso que esta fulana estuviera algún día diseñando muy ranciamente justificaba su cólera: “Encontré la pan-
planos para puentes, según ella, su pasión. “Nada tan taleta que ahora he guindado encima de tu rascacielos
maravilloso como unir dos territorios que se encuentran de mierda. Eres un maldito rascaculo. Me apropié de to-
separados por la naturaleza”, decía en su anteproyecto de dos los planos de tus maquetas. Los registré a mi nombre.
tesis. ¡Me da náuseas! Hace dos semanas los envié a un concurso en Holanda.
–Las mujeres son una perdición. Casi todos los citi- Y ¿sabes?, he ganado. Eres un maldito. Yo te saqué de
zens en realidad huimos de una mujer, decir que huimos abajo. Si no hubiera sido por mí y por mi papá estuvieras
de la ciudad o del sistema es una excusa barata. diseñando planos para viviendas populares del Gobierno.
–Vivian descubrió la maldita pantaleta, pero jamás Ya sabes por dónde meterte la antenita de tu rascacielos.
dijo nada y siguió actuando con naturalidad. A veces se le Razón tenían mis amigas cuando me decían que eras un
iban puntas que en retrospectiva pude entender. Así que, puto miserable”.
una tarde en la que mi abnegada y fiel esposa se fue de –Por Dios, Valle-Coche. Nunca perdonaría algo así ni
viaje, llegué a casa después de almorzar con los dueños que me plagiaran en Lego.
de una constructora canadiense. La observé bajar las esca- –He pensado en aparecérmele. Darle una sorpresa.
leras con todas sus maletas. Tenía el mismo rostro pálido –Se lo merece, la muy zorra. Estamos inspirados por
que siempre predecía sus llantos o sus furias. Su mejor Esteban, ¿verdad?
amiga le iba a dar la cola a Maiquetía, tenía una reunión –Pero yo no llegaría a esos extremos de terrorismo.
de trabajo en Holanda. Me extrañé y en mis entrañas –Ojalá y regrese, aquí siempre estará a salvo.
sentí los celos que, imagino, ella también alguna vez sin- Ambos citizen salieron a dar una vuelta por el ba-
tió por razones laborales. Nos despedimos fríamente. Su rrio. Consiguieron limosnas para un par de cervezas. A
amiga me miró con odio, situación que me descolocó, las siete de la noche ya veían el noticiero de Coche Te-
pues no hacía una semana que me coqueteaba cada vez levisión. Franto hizo un comentario xenofóbico sobre la
que Vivian no estaba cerca. Vivian se mostró distante. Di- colonia portuguesa de la parroquia. En condiciones nor-
simulaba algo, un pesar. Ese mismo día, hacia la noche, males, Valle-Coche le hubiera dado un parao, pero en
supe que su carácter, su rostro pálido y su sorpresivo viaje esos momentos sólo tenía cabeza para ventilar el silencio
a Holanda se debían a la maldita pantaleta. Encendí mi que lo envolvía.
laptop para revisar el correo. En el desktop encontré un Aquella conversación, la última realmente seria que
archivo Word en todo el medio de la pantalla, justo so- mantuvo con Franto, le dejó por unos días una pesadez
bre los ojos de Vivian, que se abrazaba a mí y sonreía en el estómago, sentía en sus tripas una máquina oxidada
luminosamente por el flash y porque en aquella época de mezclar cemento.

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Valle-Coche tragó en seco y salió una tarde, decidido, con talento para ser detective: Vivian tenía amoríos con un
a espiar a Vivian. Y la siguió a todas partes. Más que ser compañero de trabajo; una semana después otro hallazgo
un espía en una ciudad llena de chismosos, caía en la impío: amoríos con un antiguo amigo de la familia. Más
ridiculez de asumir esa actividad como un pasatiempo. tarde, lo más bajo: diseñaba planos para viviendas popula-
Fue muy sigiloso. Se ayudó con el compendio de fotos res del Gobierno: el ministerio del que hablaba Yuri era el
que Yuri le dio. Las treinta fotos relataban la agenda se- de Infraestructura. Había goteras en la entrada.
manal de Vivian. También se apoyó en su maqueta de –Ey, tú no eras así –le reclamaría Franto a Valle-Co-
Caracas para establecer una táctica para sus acechos. Una che y añadiría–: tenemos tres semanas sin ir a buscar li-
foto correspondía a un punto de la ciudad, a una esquina mosnas para beber.
que condensaba la Epifanía orgiástica de un mediodía –Soy abstemio, Franto. Antes era carnívoro y me metí a
caraqueño. Otra foto retrataba una plaza que Vivian cru- vegetariano. Tarde o temprano me iba a volver abstemio –al
zaba para ir a McDonald’s si no gestaba la gastritis. Así escuchar la claudicación alcohólica de su amigo, Franto
pasaron los días. Colocaba las fotos en las avenidas de se rascó la cabeza con furia:
su maqueta. “Ella está casada pero le va terriblemente –¿No te habrás metido a pentecostal? Ahora te la pa-
mal. Su esposo es un aburrido. Lo salva que es dueño sas más arriba que abajo, no estarás visitando ningún tem-
de una clínica”, sentenció Yuri, dando esperanzas con plo de esos, ¿eh?
diagnósticos emocionales. Valle-Coche, de todas mane- Valle-Coche negó apenas moviendo la cabeza, dio un
ras, detalló al Sr. Aburrido: participó en varias escenas suspiro como si acabara de salir de una sesión con Brian
de sus persecuciones y canceló la hipótesis de Yuri: el Weiss para controlar la ansiedad.
marido de Vivian no se conformaba con ser aburrido, era –Siempre llevo las cloacas conmigo, viejo. Mañana
profesionalmente detestable. Una vez lo observó espantar nos toca Mersifrica. Así que a madrugar.
con un periódico a unos niños de la calle. “Ella es una La rutina de Valle-Coche se simplificó a tal punto
actualización sudamericana de Madame Bovary”, dijo que descuidó sus clases de arquitectura y se limitó a re-
Yuri, que acababa de leer la novela para Sociología de la cordar sus días como peatón. Pasó a ser el Sr. Aburrido de
Literatura, y continuó: “Lo que sí me parece raro es que los citizen, menos para Franto:
pregunté en su edificio por una oficina de arquitectura, –Muy buena tu clase –le diría.
o algo así, y una recepcionista me dijo que allí no había –Siempre hace falta alguien que escuche, Franto, te
nada de arquitecturas, sino un Ministerio, un instituto de recuerdo que fuiste el único asistente hoy.
inglés y una feria de comida rápida”. –Deberíamos ir a celebrar con un par de cervezas.
Valle-Coche, por su parte, se tropezó con unas reve- ¡Tengo dinero! –la respuesta que escucharía Franto lo de-
laciones que le estropearían la autoestima y lo ratificaban jaría como un perdedor ante una chica que corteja:

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–Mejor otro día. Haré algo afuera y me veré con Yuri. ¿De pana, Edward, no serás tu hermano gemelo? ¿Están
Valle-Coche salía en la mañana para espiar a Vivian y detrás de alguna herencia por casualidad?, ya me acuerdo
regresaba para terminar su maqueta con una metodología de los cuentos que me echabas de tu madre...
que rayaba en lo compulsivo y en lo neurótico. “La ter- –Por Dios, mujer, ya te he dado detalles íntimos que
minaré y buscaré de nuevo a Vivian”, se repetía. Para el sólo tú y yo conocemos.
Museo de Arte Moderno utilizó la tapa de un perfume en –… si quieres te doy una ropa de mi marido que la
forma de pirámide. Para el edificio más alto del mundo, pensamos donar a los damnificados de las lluvias.
aquel de la UCV imaginado en el cerebro de Villanueva, –Sabes que siempre me gustó vestirme como indigente.
tres cajas de Maizina Americana, una sobre la otra. –Cierto, sí, el sexto mandamiento.
El reencuentro entre Valle-Coche y Vivian no pudo A Valle-Coche pensó preguntarle a Vivian cómo lo ha-
ser más traumático. Él conocía su itinerario como el decá- bían declarado muerto. Prefirió dejar para otro momento
logo del arquitecto. Se le apareció en su casa. No hace falta esa duda. Antes de marcharse, casualmente, o sin el casual,
describir el grito que Vivian arrojó al aire. Ni tampoco los ella le dijo que nunca lo habían declarado muerto:
auxilio, me muero, estoy muerta, un muerto, un muerto, –Siempre te estuve esperando.
que vociferó durante cinco fatigosos minutos. Valle-Coche –¡Ah!, ¿sí? ¿Cursaste un taller de autocontrol y pa-
la atenazó por la espalda y retomó el tono de voz que años ciencia sin decirme?
atrás le resultaba para reconciliarse con ella: “Tranquilí- –De hecho, aún no cumples siete años.
zate, coño, ni tú ni yo estamos muertos. He regresado. No –¿Siete años qué? ¿Siete años perro?, ¿siete años gato?
aguantaba ya más tiempo sin hablarte. Siempre te he vigi- –De desaparecido, bobo. No soy una experta en le-
lado desde lejos y hoy sabía que pasabas la tarde sola”. yes pero es la cantidad de años mínima para que alguien
Dos horas después, Vivian, ávida de aventuras, aceptó que se esfumó de buenas a primeras se nacionalice como
visitar la nueva morada de Valle-Coche. Prometió no decir muerto. No vuelvas a venir sin avisar.
nada y le pidió que le hiciera otro té de sales de litio. –Mejor admite que no quieres que me de la vuelta y
–Durante cinco años he trabajado en una maqueta desaparezca para siempre… –Edward respiró profunda-
de Caracas –dijo, circunspecto, elegante, para cambiar de mente y culminó la frase–: …sin avisar.
tema.
–Espera, no entiendo, ¿cómo si vives en una cañería? III
–Precisamente, la construyo con desperdicios de la
ciudad. Jethro Tull, a la hora de la cena, se paró y dijo:
–No, no, tú’ tás loco. Vives seguro en una plaza. ¿Quie- –People, this is an intervention!
res dinero?, toma…, ya te hago un cheque, no te vuelvas a Los citizen, sorprendidos, se miraron la cara unos a otros.
aparecer por aquí. ¿Comida? Llévate todo lo que quieras… En la última intervención, Jethro Tull amonestó a Luis, el

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evangélico; este, cumpliendo funciones de orador de or- sino que sus alumnos prendieran los celulares al entrar a
den, desvirtuó hacia terrenos metafísicos y religiosos el clases y se olvidaran del español por dos horas y, sobre todo,
pasado Día del citizen, lo que atrofió el verdadero espíritu había evitado la mirada de Edward cuando le falsificaba su
de la fecha. Hoy le tocaba el turno a Valle-Coche. “Franto curriculum vitae. La conversación transcurrió de manera
dirá unas palabras”, informó Jethro Tull. Franto se puso de agradable. De viejos amigos, de pausas silenciosas, de es-
pie y leyó en voz alta: carceos de miradas y guiños cómplices. Se asomaba como
–Buenas noches a todos los presentes, disculpen que un mosquito a medianoche la palabra reconciliación.
interrumpa el momento de la cena, pero seré breve. Las –Mira, Edward, me tengo que ir. Tengo mi clase a
circunstancias recientes que se han venido suscitando la una –dijo Vivian mientras le daba la espalda y abría la
ameritan que esta intervention sea así. Valle, estas pala- maleta de su Corolla.
bras resumen la preocupación de todos. No lo tomes a –¿Tu clase? –Vivian cayó en cuenta de su descuido.
mal. Es por tu bien. De un tiempo para acá ya no sonríes. Mientras se daba tiempo para pensar algo y rectificarlo,
De un tiempo para acá ya no eres el mismo. Eres más sacó con toda la parsimonia del mundo una bolsa negra
peatón que citizen… de la maleta. Se llevó las manos al rostro para taparse del
La intervention no logró conmover a Valle-Coche, su sol que la fustigaba. Se colocó frente a Edward:
sentido de la docilidad era concreto armado. Valle-Coche –Sí, doy un taller de capacitación para los pasantes.
ya había trazado sus planos y no daba síntomas de que Estas nuevas generaciones, si saben usar una escuadra,
usaría el borrador. Vivian, por su parte, como hacía dos es pedirles demasiado. Toma, te traje la ropa que te dije
días había acordado, solicitó la mañana entera en su ofi- anteayer –le entregó una bolsa negra a Edward, sacó de
cina para encontrarse con Valle-Coche; un chequeo mé- su bolso unos lentes de sol estrafalarios y se los puso–.
dico fue la excusa. También te traje unos cestatickets.
–Aún no me has dicho a qué te dedicas –le preguntó Vivian se despidió con un tímido aleteo de sus dedos
Valle-Coche con saña una vez que se saludaron. en el aire. Ambos fueron en direcciones opuestas, ella ha-
–Soy supervisora de la ONU para Latinoamérica. Yo cia su carro, él hacia su alcantarilla. Ella prometió volver.
decido si un proyecto de cierta magnitud es riesgoso o Valle-Coche compartió la ropa con los citizens. Los ces-
no en una determinada zona. Recientemente evité que tatickets se destinaron a una actividad menos filantrópica:
se construyera la espada de Bolívar en el Ávila, más por se los gastó en cervezas y platos de chopsuey en el Buda de
estética y ecología que por las condiciones topográficas, Oro. Invitó a Richard, a Saúl y a Franto. Con la ropa recién
iba a ser un mamotreto; créeme, me costó convencerlos. estrenada lucían más hippies que indigentes, así que nunca
Son todos unos idiotas. se activaron las alarmas del derecho de admisión en el res-
Lo último que Vivian, ciertamente, había evitado con taurant chino, que por cosas de la posmodernidad también
relativo éxito no eran pomposas siluetas arquitectónicas, era pizzería y heladería.

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Pasó la tarde y llegó la noche. Con tanto exceso de bocinas son nuestro himno! Y los peatones apenas unos
lumpias y alcohol, Valle-Coche padeció un ataque de fantasmas en el limbo de las aceras. Nosotros, los citizens,
nostalgia. La diluyó en un suave e impostado monólogo, estamos al margen de eso –(una vez más) nadie entendió
como improvisaba en los congresos a los que era invitado qué había querido decir. Franto, al sólo recibir como res-
en su época universitaria: puesta puro silencio, continuó con sus cavilaciones–: Los
–No hay mejor sitio que un restaurante chino para animales son mejores que nosotros. ¿Saben por qué? Se
pasar el guayabo arquitectónico... Los dragones y las si- necesitarían tres generaciones de habitantes subterráneos
metrías laberínticas empotradas en las paredes…, la pe- para recuperar la nobleza del hombre primitivo. Cabalga-
cera gigante y los cuadros de una Shanghái procesada por mos caballos, alimentamos loros y los perros lamen nues-
Photoshop custodian este desaliento. Aquí no encontrarás tras manos. Y por si fuera poco, cometemos el desatino de
ni un relieve parecido a nuestra arquitectura.... No hay llamar a los malandros, ratas; a los infieles y mujeriegos,
peor despecho que el de un arquitecto, fíjense, te puede perros. ¿Recuerdan aquella canción de Emmanuel?, la
dejar la mujer, tu novia te puede montar cacho con tu del perro fiel, así se refería a las mujeres fieles.
hermano, ya no se te para más, lo que sea, pero nada es –¿Sabes una cosa, Francisco Torres…?, a veces no te
comparable a que tu obra, la que te costó tanto crear, entendemos.
la pateen, la caguen y la invadan. En las siluetas de la –Sí, Saúl tiene razón –dijo Richard.
ciudad se reflejan los picos, los sótanos y las ventanas de –Yo soy un moralista, compañeros citizens. Lo que
nuestra alma. ¿Cómo sería Caracas si nos hubiéramos pasa es que ustedes no han agudizado este instinto.
comportado como ciudadanos? Esto no lo resuelven ni –¿Instinto? –intervino Valle-Coche.
todas las actualizaciones de Autocad del mundo y las que –¡Vaya!, ¿y ahora desde cuándo la moral es un ins-
están por venir. tinto? –dijo Saúl, llevándose las manos a la frente.
Saúl, Richard y Franto se miraron las caras y pidieron Franto no se amilanó:
otra ronda. De ellos fue Franto el que tomó la palabra: –Sí, un instinto como la animalidad, la supervivencia,
–Tengo una teoría sobre eso, Valle, y es esta: vivimos el deseo sexual por una hembra, la moral es un estúpido
en una sociedad y estamos involucrados a un sistema en instinto. Y desde este instinto llamado moral quiero ata-
el que todos peleamos por un pequeño pedazo de ciudad. car la hipocresía. Necesitamos más perversión para mora-
Este sistema te garantiza la tristeza, un desgano que te lizar la sociedad. ¿Qué te parece esta teoría, Valle-Coche?
obliga a aceptar todo. En las autopistas y carreteras encon- Franto mareaba a todos con sus reflexiones más de
tramos los últimos vestigios de libertad que nos quedan. lo que el alcohol había logrado. El convencimiento en
Son los semáforos los que administran nuestros avances. sus propias palabras repugnaba. No era aquel convenci-
Es sentir tras el volante una nueva forma de diván. ¡Las miento de los vendedores de productos de belleza que de

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buenas a primeras te ofrecen la posibilidad de cambiar penoso para la institución. Rumbo a la jefatura, el chofer
tu vida. Franto tenía el verbo de un gurú de fin de los de la camioneta perdió el control y se volcó. Saúl recordó
tiempos, de aquellos que presagian calamidades sísmicas sus días de punk y aquella ocasión en la que fue dete-
y el paso de la humanidad a dimensiones de la conciencia nido en circunstancias similares en la extinta discoteca
superiores. Su verbo también empalagaba, pero Saúl, Ri- Acero. Con un poder de persuasión tan curtido como la
chard y Valle-Coche lo escuchaban sin gestos visibles de mejor técnica de hipnosis, con una manipulación de ma-
rechazo. Más bien su estímulo receptivo se sostenía para sas digna de Steve Jobs, les dijo a todos que de un envión
buscarle las caídas argumentales y burlarse con saña. se abalanzaran para el lado derecho de la camioneta, así
A pocas mesas de su charla teórica empezaron a volar esta perdería su eje y escaparían sin otro obstáculo que
botellas en el local. Un plato se estrelló en el pantalla policías con costillas rotas y moretones. Mientras la ca-
plana, otro platillo volador agrietó el vidrio de una pe- mioneta se tambaleara, él, con su fervor bélico, con su
cera, la cascada de agua hizo que un mesonero resbalara arrebato de venganza, asaltaría con sus puños los enclen-
estrepitosamente y lloviera chopsuey sobre unos comen- ques y fofos cuerpos de los policías.
sales que mantenían una actitud neutral. Los citizens, El plan dio resultado. Todos huyeron, esposados y con
cada uno con su cerveza, huyeron del local. Ya afuera, algunos rasguños, pero libres de nuevo. El chofer de la ca-
advirtieron que uno de ellos permanecía dentro del Buda mioneta y su copiloto sufrieron heridas y fracturas como lo
de Oro, atrapado en la trifulca. había previsto Saúl. Los otros tres policías, menos maltra-
A Saúl le impactaron un portaservilletas en la es- tados, los ayudaron a salir de la camioneta. A otro le tocó,
palda y motivó su inscripción en la pelea. Se fue con un más por compromiso que por vocación, una tarea que cum-
promedio decente considerando que era únicamente él plir: “Persigue a los fugitivos para que no digan que somos
contra unos cuantos más: recibió unos cinco golpes y pro- unos inútiles”. Pese a la falta de entusiasmo y el sobrepeso,
pinó otros siete. Llegó la policía. Richard, Franto y Valle- su esfuerzo se recompensó con un descubrimiento valioso
Coche le gritaron que saliera de allí, pues podría, como para su hoja de vida: atinó con el escondite de los citizens.
buen indigente, terminar de chivo expiatorio. Cuando le Una cuadra separaba sus pasos de las suelas carcomidas de
volvieron a gritar, Franto estaba esposado. Franto, Saúl, Richard y Valle-Coche. Observó sus siluetas
entrando en las alcantarillas en ese orden.
–Nos escapamos de vaina –dijo Saúl y apagó el televi-
“El zafarrancho en el Buda de Oro”, tal como lo reseñó sor después de escuchar la noticia al mediodía siguiente.
Coche TV al día siguiente, dejó un saldo de quince dete- –Ese chofer como que venía borracho –agregó Franto.
nidos, incluyendo a los indocumentados citizens. Pero la –¿El policía dejó de perseguirnos a qué altura? –pre-
policía, en sus declaraciones a la prensa, obvió un detalle guntó Richard.

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–Por el edificio de la Cantv, creo –dijo Valle-Coche. –Eduardo Galeano dice que la caridad es humillante
–Espero que todo quede como un zafarrancho –aña- porque se ejerce desde arriba, la solidaridad, en cambio,
dió Franto–, al menos nos dimos cuenta de que estamos es horizontal e implica respeto mutuo. Camaradas, lo mío
sincronizados, que casi no nos hacen falta las palabras fue un gesto de solidaridad con ustedes, mis iguales.
para comunicarnos en situaciones de riesgo. Franto, entre envidioso y soberbio balbuceó:
“Para la próxima llevaré mi AK47”, pensó Richard y –Sí, claro, todos somos iguales, sólo que unos son más
después de toser por el brío de articular palabras que le iguales que otros. Es una teoría vacía, superficial. Hasta un
pesaban como el plomo, dijo: niño sabe que no se resuelve el problema de un mendigo
–Llevaré mi AK47 para la próxima. (no de un citizen) con 20 bolívares para un desayuno, si
–Iré a abrirle a Yuri. Debe estar por llegar. Hoy traerá acaso se resuelve el problema psicológico y espiritual del
enlatados –dijo Valle-Coche. Luego se detuvo, giró sobre que da la limosna solidaria o como quieras llamarla. Su
sí para encarar a Richard–: Buena idea, viejo, pero deja de tranquilidad mental y su ratificación de generoso.
decir esas cosas. Todos sabemos que cargas esa pistola para Yuri, notablemente incómodo, hizo ademanes de
arriba y para abajo sólo por disimular tu brazo mocho. querer iniciar un debate, un debate con frases y gestos
–Te acompaño –propuso Franto. practicados con antelación, pero Franto picó adelante:
–No te preocupes –respondió Valle-Coche. –Mira, chamo, siempre he creído que uno no en-
–Te traje una camisa. La diseñé yo –dijo Yuri. tiende realmente algo a menos que sea capaz de explicár-
–¿Valle CoChé? –la miró extrañado. selo a su abuela, lo dice Einstein, ¿te suena? Y a mí nadie
–Tu foto en síntesis gráfica se parece al rostro esperan- me ha sabido explicar esas ideas raras. La próxima vez que
zador de Ernesto Ché Guevara. Hice un juego de pala- vengas a hablar de comunismo te meteré un cachuchazo
bras y la mandé a imprimir con tu rostro de líder: te tomé –compulsivo, le dio la espalda a todos, retirándose. Luis
una foto sin que te dieras cuenta. Tengo un amigo al que el evangélico se limitó a decir:
le dicen el Chimpanché, por su agilidad escalando árbo- –Lucas 16:3 contigo.
les y por su idolatría al Ché. A él también le obsequié una –¡¿Perdón?! –exclamó Yuri.
franela así. Con otra idea, claro. –… que el tiempo de Dios es perfecto.
Valle-Coche y Jethro Tull llamaron a todos los citi- El fin de semana llegaría. Valle-Coche sufrió otro ata-
zens para darle las gracias a Yuri por los donativos. Luis, el que de nostalgia que esta vez fue expansivo, se asumió
evangélico, fue el primero en hablar, pues quería reivin- en sus gestos y le invadió el sistema nervioso. Sintió la
dicarse por la cómica que puso el Día del citizen: urgente necesidad de altas dosis de su dieta universitaria,
–Ha sido un ejemplo de caridad, Dios te bendiga, Yuri. el cuarto mandamiento: limonada con azúcar, un marrón
Yuri tuvo una reacción repelente. Frunció el seño y oscuro y dos aspirinas con Coca-Cola. Quería escucharse
dijo a modo de sermón: llamar Edward. Franto le dijo que se dejara de tonterías.

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Saúl le dijo que las mujeres no saben lo que quieren y Valle-Coche forcejeó con sus secuestradores. “¡Quieto,
que no se enrollara por esa. Richard pensó que no estaría quieto!”, le balbuceaban. De un instante a otro, de una
mal que hubiera más chicas entre los citizens, a razón de llave judoka a un puntapié, sintió una aguja que se hundía
una por cada uno, aunque soltó un diplomático “así esta- fríamente en su muslo derecho para sacarle sangre. Sintió
mos bien”. Franto trató de levantarle el ánimo con otra otra inyección en las nalgas, tibia, que lo relajó hasta sentir
de sus teorías: “No estés triste, Valle-Coche, yo cuando los huesos como una goma espuma ósea y los latidos de su
me pongo así hay un pensamiento que me ayuda a no corazón como una turbina que aireaba sus venas. Tuvo ga-
sentirme como un fracasado. ¿Sabes cuál es? Pienso en nas de echarse a dormir una semana entera. Lo último que
mi vida, la cual comenzó con un gran triunfo, yo solito recordó antes de desvanecerse fue el rostro de Vivian aca-
contra miles de millones de espermatozoides que lucha- riciándole el cabello y la mirada perturbadora, esa mirada
ban para llegar a una meta. Cincuenta años después, mi llena de gratitud hacia Edward por haberla complacido en
cuerpo celebra esa medalla de oro. Mi vida comenzó con alguna petición de sexo sadomasoquista.
un gran triunfo, y todos, al nacer, no necesitamos de más Edward soñó en una época en la que era llamado
nada. Nuestro cuerpo apenas es el eco de esa hazaña, la Edward por todos. Su subconsciente se fajó en una ac-
celebración de la carne”. tividad aeróbica capaz de hacer trabajar horas extras a
Valle-Coche siguió en sus cavilaciones hasta bien en- Rafael López Pedraza y James Hillman en sus buenos
trada la mañana del sábado. Aceptó un paseo con Franto tiempos. “Ahora soy Valle-Coche”, dijo en un congreso
por la redoma. Sus cavilaciones lo acompañaron hasta de arquitectura en la selva venezolana, leía una ponencia
que dos tipos encapuchados lo secuestraron. Después del y espantaba mosquitos gigantes que le aguijoneaban el
primer puñetazo directo a la nariz, “al carajo las cavila- muslo. Compartía mesa con Fernando Báez, este lucía
ciones –se dijo– voy a necesitar una rinoplastia callejera”. una corbata que era una cascabel con atuendos iraquíes
Valle-Coche pensó que se trataba de la policía cazando y dos voluptuosas mujeres cosidas a su traje. Valle-Coche
chivos expiatorios o que lo habían reconocido de la tri- se soñó en modo “acabadera de trapo” en una discoteca
fulca en el Buda de Oro. Franto, ya en las cloacas, in- en la que sacaban cédulas después de la sexta cerveza. Se
formó a todos sobre la tragedia: soñó registrando objetos en un barril de basura de Mersi-
–… eran amigos de Yuri… Ese comunista es un infil- frica, allí encontró una botella y la examinó: “Occidente
trado… Lo agarraron entre esos tipos en mi antiguo hogar y Oriente unidos por una misma sombra. Esta va para
y lo metieron dentro de una Blazer negra. uno de los obeliscos sostenidos por los arcos escarzanos”.
Richard pensó: “No me apartaré de mi AK47”. Edward o Valle-Coche les siguió dando vueltas a los ca-
–Tenemos que estar atentos y reforzar la seguridad lendarios y se soñó vestido de toga y birrete, recibiendo
–ordenó Jethro Tull. un golpe seco en la cabeza: Vivian le había lanzado el

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diploma de graduación. Y apareció fantasmal el padre al- a un recogelatas. Edward, que no llevaba el cinturón, gol-
cohólico de Vivian con una botella de whisky sujetándola peó su frente contra el parabrisas y provocó en el vidrio
como a un bebé. Le entregó a su hija un sobre. Vivian lo una grieta idéntica a la silueta de Venezuela. Después
tomó y su padre la incitó a abrirlo. Dentro, halló la foto del golpe, atisbó que el recogelatas era Jethro Tull con
de una casa enorme. El padre le guiñó un ojo a Edward: una guitarra que aventaría repetidas veces contra el capó.
“Ven hijo”, la embriaguez le disparaba un sentimiento de Vivian empezó a dar gritos, retiró sus manos del volante,
paternidad irritante y era lo que más detestaba Edward volvió a reubicarlas, temblorosas, sobre él, trató de arran-
del suegro. Pobre viejo. Se infartó con la noticia de la car y lo que encontró a sus pies fue una pecera en lugar
casa incendiada por Edward. Aguantó dos días en terapia de palancas. Con estas imágenes terminó el intranquilo
intensiva. Dos infartos más le descuadraron los diagnós- sueño de Valle-Coche, con guitarrazos coléricos en el
ticos a los de Cardiología y poncharon sus válvulas co- capó, en los retrovisores, en los cauchos, reventando vi-
ronarias definitivamente. “Es para ustedes”. Vivian casi drios, faros, parachoques. Vivian gritaba indignada: “Pero
lloró en la realidad, en el sueño vomitó cemento. Edward si tú eres Jethro Tull, no Pete Townshend”.
no podía creer lo de la casa. O puso cara de que no se lo
podía creer. Se dijo mentalmente lo que su padre gritaba
si pegaba el 5 y 6: “Se armó un limpio”. Edward o Va- Vivian conducía hacia Choroní. Al volante estaba capa-
lle-Coche soñaban episodios ya idos, con la naturalidad citada para aprobar todos los test de la autoescuela Ros-
objetiva de un documental. Vivian, en el Malibú, con- sini. Digirió kilómetros como gelatina hasta que Edward
ducía hacia un restaurante de carnes brasileñas. Vivian despertó por aquel frenazo tan brusco como el provocado
besó en los labios a Edward y le dejó la cara oliendo a por los guitarrazos de su sueño inextricable. Edward
cemento. Edward se lo hizo saber: “Tu lápiz labial sabe pudo jurar que se trataba de un mismo impacto. Rozó
a acera”. Vivian arrugó el rostro y preguntó: “¿Que mi su asiento cuando sacudió la cabeza. Se deshacía de un
lápiz labial sabe a cera?”. Le hizo señas para escaparse a dolor que le iba de un lado a otro como el aleteo de una
un hotel después del almuerzo. Le pellizcó el muslo justo corriente eléctrica. Sentía ese malestar arcilloso en su
ahí, donde le hincaron la inyección. “¡Mejor vámonos ya piel, y por dentro, por sus entrañas, se sentía vacío, como
a un cinco letras!”. Edward reclinó con cuidado su asiento si hubiera expulsado sus vísceras en su última defecación.
de copiloto, hasta lograr un ángulo de diván. Se soñó ato- Se restregó los ojos para aclararse la realidad y buscó los
sigando con preguntas a sus padres. “Cuántos pisos tiene de Vivian. Aquietó su cabeza en el asiento. La vio sonreír,
la torre Británica, papá”. “Cuántos Parque Cristal, mamá, de perfil y duplicada ante el parabrisas.
sí, esa, esa, la del hueco”. Era apenas un niño y sus padres Vivian cruzaba a la izquierda y se le atravesó un ca-
temían que las inquietudes del pequeño no eran las leyes. mión a metro y medio de distancia. Le abanicó una brisa
Vivian se desconcentró. Frenó bruscamente. Casi arrolló metálica. Ella gritó histérica: “¡Loco de mierda!”. Sus lentes

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cayeron sobre la palanca de cambio. El conductor la oyó, –Yo lo que hice en mi vida fue trasplantar un árbol,
retrocedió lentamente hasta acercarse a la Blazer de Vivian, malcriar a un niño y regalar mi biblioteca. En tres etapas
bajó el vidrio y le imprecó: “Más respeto, señorita. No por me resumo: en lo vegetal, en lo traumático y en mis libros
lo de loco, si no por lo de mierda. A la que pueden volver de César Pelli y Calatrava.
mierda es a usted que tiene luz roja y está toda atravesada”. –¿Estabas en las alcantarillas o estudiando filosofía en
Edward permaneció en silencio unas cuantas curvas más. Europa?
–Casi nunca salgo de Coche.
–No lo sé, Edward, pero haber estudiado en un cole-
–¿Qué has hecho en la vida? –le preguntaría Edward a gio salesiano me ha hecho siempre duplicar mis errores.
Vivian. Él ya lucía bañado y afeitado. Las inyecciones de Soy un saco de frustraciones que se renuevan cada año.
algún modo lo habían vuelto sumiso a las peticiones higié- –Necesitas un terapeuta, siguen los temores con los
nicas de Vivian. Ambos caminaban por la orilla de la playa. que te conocí.
Recién almorzaban y querían sentir la arena húmeda bajo –Busqué ayuda profesional, una y otra vez, una y otra
sus pies. A los segundos, meditando una respuesta casi in- vez. El último que tuve se enamoró de mí y no lo pude
telectual, casi misteriosa y cínica, Vivian respondió: rechazar cuando me hipnotizó.
–Nada, casarme por aburrimiento. Vivian y Edward buscaron una posada. Los hospedó
–¡Qué divertido! ¿Un deporte o quieres batir un ré- un holandés que coleccionaba collares de colmillos de
cord Guinness? tiburón que obsequiaba a sus clientes. Los colmillos esta-
–¿Qué querías escuchar?, ¿que había escrito un libro, ban pintados de naranja. Edward, ante tal excentricidad
plantado un árbol y tenido un hijo? y atención, le fue imposible no pensar en Esteban y se
–No precisamente –dijo Edward, desangelado. Sin em- preguntó qué habría sido de él. Por su parte, ella, más por
bargo, después de una bocanada de aire agria, recuperó el la nacionalidad que por otra cosa, recordó su viaje a Ho-
ánimo y arremetió con afilada ironía–: ¡Adopta un animal landa cuando vio una colección de cervezas que exhibía
salvaje y mata a un hombre!, me parece más cercano a ti. el dueño de la posada. Minutos antes de irse a la cama, o
–Realmente lo que hice fue secuestrar a un animal al chinchorro para ser exactos, Vivian recibió un mensaje
salvaje por un fin de semana –replicó ella. de texto: “La sangre es compatible”. Apagó su celular y
–¿Por qué me secuestraste?, ¿acaso no existen las nor- apretó en sus labios una sonrisa maliciosa.
mas de cortesía? Vivian y Edward se emborracharon con Coco Anís.
–En realidad pensé que no aceptarías. Te noto muy La bebida se la compraron a unos surfistas que acampa-
arraigado a tu comunidad. Enviciado, es la palabra, envi- ban en la playa. Con el primer sorbo, a Vivian le dio por
ciado a tu comunidad. las confesiones:

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–Mi mejor amiga, ¿te acuerdas?, intentó seducirte para biana hace poco y su ex, su primera y espero que última
ver si caías, ¿cierto? Nunca me dijiste nada, quiero que se- exlesbiana, quiere hacerle una exposición a su marido, el
pas que yo la obligué a eso. Me debía un favor parecido. arcángel. Todo el catálogo de fotos porno que se tomaron
Ella tuvo la iniciativa de hacer que yo sedujera a su ma- juntas. Son miles. Pueden tapizar todas las paredes de la
rido para ver si a este se le iba la mano conmigo. GAN y Bellas Artes. ¡Qué desastre!, ¿no?
–¿Y se le fue la mano contigo? –¡Sí, qué desastre! Olvidar, vivir, lo inútil. Buscar
–Pues seré sincera: se le fueron las dos manos, las venganza es la mejor cura para alguien a quien han he-
dos directo a mis nalgas. Inesperadamente me gustó, me cho daño.
desaté y lo dejé ir un poco más allá y un poco más acá. –Al menos en el caso de mi amiga nadie incendiará la
Empecé a calentarme tanto que lo dejé hacer todo lo que casa de nadie.
quiso conmigo, un poco más allá y acá. Para mi mejor –Y a mí me está comenzando a hervir la sangre. En
amiga su esposo sigue siendo un arcángel de la fidelidad. dos minutos haré combustión espontánea.
Para esa época ya había descubierto tus traiciones, fue Sorbos de Coco Anís más tarde, Edward, entre ce-
parte de mi venganza. Hoy quiero que lo sepas. loso, furibundo y excitado por la historia de su exmujer
–Debiste haberme dicho –ella lo miró a los ojos–, nos con el arcángel de la fidelidad, amasaba las caderas de
hubiéramos ahorrado muchos dolores de cabeza –los ojos Vivian como si moldeara una columna dórica. Ella be-
de Vivian se tornaron cristalinos, cenizos, impedían con bió lo necesario para demostrarle lo que había aprendido
alguna extraña fuerza magnética que dos lágrimas se es- con el Chinchorro Sutra, un libro que su jefe le obsequió
caparan. Tomó un sorbo de Coco Anís. Derramó unas esperanzado en que usara esas técnicas con él: “Tú eres
gotas que le humedecieron la camisa, transparentándola un hombre casado”, Vivian se lo sacudió, con mucho
justo allí, donde el pezón crujía debajo. Buscó un ciga- orientalismo y tácticas zen: después de rechazar a su jefe
rrillo que guardaba en un bolsillo de sus bermudas. Lo prendía un incienso todas las mañanas con devoción mís-
encendió. Lo chupó como si se tratara de un calmante tica. Apenas su jefe entraba a su cubículo empezaba a
para la rabia. Volvió a mirar a los ojos a Edward. Los de él estornudar. Era alérgico al humo.
eran pálidos, calcinados de tenacidad, de nostalgias que Vivian y Edward subsidiaron sexualmente cinco años
sobrevivían. Ella tomó la palabra: de no lamerse la piel. Edward fue virgen de nuevo. Ella
–Alguien dijo alguna vez que la mejor venganza era ejercitó y recordó un par de veces lo que era un orgasmo,
el olvido. Hace años en una película escuché que la me- escasos en los últimos meses como la leche, la carne y el
jor venganza era seguir viviendo. Ayer por casualidad, ha- respeto a la luz roja del semáforo en la Urdaneta: sus or-
blé con mi mejor amiga. Paradójicamente, me dijo que gasmos o los estaba acaparando inconscientemente, o la
la venganza es inútil. Anda desesperada. Se metió a les- oferta y la demanda no eran las indicadas. Sus regresos a

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los placeres del cuerpo se comparaban al de ver al cometa –¿De dónde carajo vienen los citizens?
Halley: una experiencia por la que esperaste mucho y te –¿Que de dónde carajo venimos?
hace mirar al cielo para deslumbrártelo. –No se te quita la mala maña de repetir la pregunta
Vivian gemía a su máxima potencia, raspaba sus nal- para dar tiempo de pensar tus mentiras. Sí, Edward, uste-
gas en la arena y bendecía el sudor ajeno que le chorreaba des, los citizens, ¿de dónde vienen?
sus senos, su vientre, su abdomen. –De las cloacas somos y hacia las cloacas vamos.
A 99 kilómetros del apogeo sexual una situación muy
grave ocurría. Significativamente grave para Valle-Coche,
que en ese momento se había olvidado del mundo: era Del allanamiento a los citizens Edward se enteraría al re-
Edward y descomponía la geometría de su pasado sen- greso, el lunes en la mañana, por un titular de Últimas
timental. La policía allanaba las cloacas de Coche. En- Noticias que hojeó en una arepera llegando a Los Valles
frentaba a los citizens en otro hiperviolento capítulo de la del Tuy: “Cloaqueros pillaos. Traficaban drogas y viola-
torpe policía de la ciudad. A los citizens, desde luego, no ban menores en las alcantarillas”.
les quedó otra alternativa que defenderse. Vivian solicitó la mañana entera nuevamente. Adujo un
–¡Dame así, Edward, duro, duro! resfriado con una tos indiscreta que le impediría pronunciar
Jethro Tull suplicaba que no le partieran el brazo con cualquier sílaba anglosajona.
una llave que le aplicó un agente encapuchado. Edward y Vivian se dirigieron a las cloacas. Vivian re-
–¿Te gusta así, Vivian, por detrás? ducía la velocidad exclusivamente en las curvas y cuando
Luis, el evangélico, alzaba los brazos y gritaba ora- se le atravesaba algún cachicamo impertinente. Promedió
ciones de memoria. Dos policías lo atacaron. El primer 120 kilómetros por hora y tres fiscales le llamaron la aten-
efectivo le lanzó una patada en la boca del estómago. ción, aunque sólo se limitaron a pitarle, a hacerle señas
–Así, rico, ¿verdad? de lejos. Entretanto, Edward, ensimismado, empuñaba el
El segundo le abanicó un rolazo certero en la ceja periódico con obstinación, lo arrugaba, como si al mismo
izquierda… tiempo quisiera deshacer la realidad, arrugar la realidad,
–¡Me gusta, me gusta! plegarla hacia una imposible mentira, que en parte lo era.
…y le abrió una ventana de sangre que le empapó el Con la misma frecuencia de los huecos de la carretera,
rostro. desplegaba las hojas del periódico y sentían en ellas todo
–¡Ay, sí, sí, muérdeme la nuca! el viento que las abanicaba, las abría como una mariposa
Richard apretaba el gatillo de su AK47, se disponía a muerta para volver a leer el indigno titular y revolver su
defender a su pueblo. bilis. Su sien carburaba un sudor gaseoso. Musitaba pala-
Vivian y Edward quedaron exhaustos. Luego de las con- bras inarticuladas, gangosas. “Debí estar allí, debí estar”,
fesiones, ahora le tocaba el turno a las preguntas y al humo: se reprochaba, conmocionado, combustionado.

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Vivian, antes de sumergirse en las cloacas de la ciu- desconfiado justo hasta los pies de Vivian y Valle-Coche,
dad, sintió un vértigo extraño. Una emoción nefasta que a ver si debajo de ellos encontraba una mínima huella
no se reproducía en ella desde la adolescencia. Aquella de esperanza, o de felicidad. Yuri descubrió que todo se
vez se volcó con el primer automóvil que le regaló su papi. había desvanecido, que sus sueños ideológicos morían
Tenía una semana de inducción al manejo con la Autoes- una vez más, poco antes de alcanzar la madurez reflexiva,
cuela Rossini y esa noche había batido dos récords perso- poco antes de convertirse en teoría, en ciencia aplicada.
nales: los 200 kilómetros de velocidad y 16½ botellas de Su rostro jamás aparecería en un diccionario Larousse, y
Polar Pilsen. La alcantarilla al descubierto, tenebrosa, hos- peor desgracia: jamás harían una síntesis gráfica de su re-
til, la enmudeció. Sintió un trompo en su memoria que le trato con pose inspiradora. “Su lamento pecaba de ser tan
revolvía esquirlas de parabrisas. Edward afinó su voz para inacabado como el Helicoide”, habría dicho el mismo
espantarle el susto. Él sabía cuáles tonos usar para las emo- Edward Gómez.
ciones oscuras de Vivian. Ya era la tercera oportunidad Vivian, Valle-Coche y Yuri volvieron a leer el artículo.
desde el aparatoso reencuentro. Esta la valoró de manera La foto que lo acompañaba mostraba el hueco de la cañe-
especial: comprobó que sus oídos seguían calibrados. ría destapado, y justo al lado la oxidada tapa. En la página
Ya dentro de las alcantarillas, ¡vaya sorpresa!, Yuri to- siguiente, les llamó la atención una nota de prensa que les
maba fotos del desastre que había dejado la policía. empujó a trazar un plan.
–Hasta el televisor reventaron –los recibió Yuri, y le –En este país el papel lo aguanta todo –dijo Vivian.
tomó una foto más al aparato que recordaba a una pelota –Menos el agua que se le derrama –dijo Valle-Co-
arrugada de papel aluminio. Apagó la cámara, la guardó y che–, en lugar de estrellas hay que coserle palancas a la
del suelo, con rabia, con pesadumbre, alzó por ambas an- bandera, o sellos fiscales.
tenas lo que restaba de televisor. Alguna pieza se despren- –Se me parece más al logo del Día de la alimenta-
dería y aterrizaría sobre uno de sus pies. Añadió mientras ción, no un símbolo patrio –dijo Valle-Coche.
se sobaba–: Algún día estos payasos con uniforme la paga- –Las secretarias en los ministerios no te agilizan nada
rán caro, acribillaron al mago de la cara de vidrio –apenas por una manzana; los tequeños y pastelitos son el aceite
diría esto, lanzaría el televisor hacia una esquina. Inme- de la administración pública –intervino Yuri.
diatamente, si se quiere, con amargura y desesperanza, –Somos carnívoros. Nadie en 20 años le hizo caso a
y obstinados movimientos, observó el periódico de Valle- Penzini Fleury –añadió Valle-Coche.
Coche. Ya con las pestañas humedecidas dijo–: Y sí, yo Valle-Coche debía fragmentar su maqueta para trans-
también me enteré por la maldita prensa –Yuri le sostuvo portarla y sacarla de allí. Era el primer paso del plan. Vi-
la mirada a Valle-Coche, intentó sostenérsela, pero se ex- vian trató de convencerlo de que no podía seguir viviendo
tenuó a los pocos segundos. La arrastró como un reptil así, que ya era suficiente con lo ocurrido:

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–Mira nada más esta maqueta, es digna de un Nobel. Los estantes donde los citizens guardaban los equipos
Fruto Vivas es un comemierda al lado tuyo. de trabajo habían sido destrozados, apenas lograron dar
–No me compares con Fruto Vivas, sabes que nunca con una vieja linterna que iluminaba precariamente los
he soportado eso. espacios. El sistema de iluminación que instaló Luis, el
–Después de ofrecerte un apartamento en Árbol para evangélico, estaba averiado. Yuri llamó a su tío, mano de-
vivir prefieres más que nunca este lugar. Y deja la envidia, recha del alcalde de La Pastora. Le prestaría un camión
hablas mal de Frutín desde que se ganó el premio ese en de carga y dos correveidiles de su confianza. Nunca le
Hannover. dijo para qué necesitaba esa clase de vehículo ni qué iba a
–Vivian, por favor, no sabes lo que dices. Mira mi ciu- transportar. Su tío era un hombre de pocas preguntas y sí
dad, el edificio más alto del mundo, aquel que nunca pudo de muchas respuestas. Por eso llegaría a ocupar el puesto
construir Villanueva. El Museo de Arte Contemporáneo, de alcalde, al menos eso se le habían prometido.
el sueño alucinante de Niemeyer. La fuente y la cascada –¿Crees que la policía regrese? –preguntó Vivian.
de doce metros de Cruz-Diez. La Caracas perfecta, la que –Es mediodía, ya deben sellar cuadros en el Buda de
debió ser realidad hecha con sus propios desperdicios. Oro –intuyó Valle-Coche.
–No me jodas, Edward. Es una Caracas de mentira. Justo en ese momento, unos policías visitaban a sus
De cartones y hojalatas. Y de paso huele a mierda. compañeros heridos en el Periférico. Les llevaron arroz
–¿Acaso en la que vives tú no huele así? Siempre ha chino y lumpias para celebrar el duro golpe encajado a la
habido algo podrido en esta ciudad… delincuencia subterránea. En la sala de Heridas de Bala
Valle-Coche optó por evitar discusiones. Ya Vivian hubo un minuto de silencio por sus cinco colegas caídos.
empezaba a contradecirse. Era habitual en ella cuando la Después, destaparon las bolsitas de salsa agridulce y de
atacaban los nervios. Y ante cualquier eventualidad siem- soya.
pre estaba nerviosa. La desesperaba su falta de capacidad –Nunca me imaginé que nos darían una limpieza es-
para dominar la situación. Su soberbia era frágil. Su pa- pacial –dijo indignado Valle-Coche.
ciencia quebradiza como un trozo de cartón sumergido en –¿Limpieza espacial? –preguntó Yuri.
agua. Valle-Coche nunca cursó estudios de cuarto nivel, –No le pares, son vainas de arquitectos –le explicó
pero podía jactarse de tener un Ph.D. en contradicciones Vivian con tono desacreditador y se anudó con garbo al
de Vivian: conocía la arquitectura de sus desesperos. Du- brazo del estudiante para alejarlo tiernamente de Edward.
rante su matrimonio y hasta un día antes de la ruptura, Seductoramente le dijo–: Vamos, pequeño ñángara, sa-
tenía un promedio de 7,49 contradicciones por día. quemos cuanto antes esta maqueta de aquí.
Yuri ayudó a Valle-Coche. Fue complicado desarmar Vivian dio un alarido que hizo eco en las paredes de
la maqueta en pedazos. Las condiciones eran hostiles. la cloaca: sobre la autopista de Tazón de la maqueta había

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sangre fresca3, en el trozo que iban a ubicar en el interior sen. Vivian gritó desde su ventana: “Les dejaré la puerta
del camión militar. abierta, los espero. No tarden y no se olviden del vina-
Valle-Coche, ya más Edward, se dedicó a calmar a gre”. Correveidile Dos le lanzó un piropo a Vivian. Ella
Vivian. Cuando los nervios de la mujer se disiparon, Yuri le correspondió simulando una arcada.
limpió la bajada de Tazón con saliva y un pedazo de tela En el primer cruce a la izquierda, Valle-Coche miró
impregnado de mugre y grasa. Ese fue uno de los últimos directamente al espejo retrovisor que se tambaleaba con
fragmentos de la maqueta que faltaban por ubicar en el ca- el mismo descaro de un mango a punto de caer. Contem-
mión. Los dos correveidiles del tío de Yuri se ofrecieron a pló tras de sí la maqueta. La advirtió fragmentada. Los
ayudar en lo posible. Correveidile Uno, sin querer, abolló peatones se detenían extrañados y observaban la parte tra-
la pirámide invertida del CCCT, de anime comprimido. sera del camión. Valle-Coche detenía su mirada en ellos,
Correveidile Dos le recriminó por eso, sin embargo, su los contemplaba viendo el simulacro de su ciudad como
trabajo no sería menos torpe: dañaría el Rascacielos de la si avanzara su propio sepelio; los miraba a través del vidrio
Prensa, un edificio completamente transparente. de su ventana, estáticos, con sus bolsas de plástico llenas
El segundo paso era ir a casa de Vivian. de verduras y canillas, callados, estresados, sudorosos, in-
–Mi marido anda de viaje con su mamá –Vivian capaces de revelarse, de ser libres y, sobre todo, incapa-
abordó su Blazer. Edward y Yuri acomodaron los últimos ces de huir, de escamarse “la tristeza condicionada por
fragmentos de la maqueta en el camión de carga. Ella el sistema”, como decía Franto. Los peatones eran raros,
arrancó. Yuri le ordenó a los correveidiles que la siguie- y eran así, temerosos de que la policía atinase con sus
pensamientos, se rumoreaba últimamente que contaban
3 Esa sangre podría haber pertenecido a Saúl o a Richard, o a ambos. En un con una especie de dispositivo telepático para incautarles
intento por defender a su pueblo, el ejército de un solo hombre, Richard, a distancia su deseo más profundo, aquel que ni siquiera
se enfrentó en fuego cruzado, y trenzado, a los policías. Su AK47 detonó tenían idea de cuál era, ese secreto que los llevaría a sen-
los 39 proyectiles: dos impactaron en cráneos de efectivos policiales, tres tirse plenos, felices, la llama que atesoran en su corazón
en tórax de efectivos policiales, los 34 proyectiles restantes se perdieron
todos los citizens, o al menos así él lo creía. Valle-Coche
en el abismo de las alcantarillas. Apenas se le agotaron las municiones,
pensó en Saúl sin sospechar que ya brincaba en el cielo de
Richard, vehemente, con el arrebato de los héroes y la alevosía final de los
los punketos. También pensó en Jethro Tull y en aquellas
mártires, corrió hasta alcanzar a los invasores que, cobardemente, se gua-
recían detrás de una tubería de gas. Al encontrarlos, les lanzó su metralleta.
palabras que le dijo apenas se adaptaba a las reglas de la
Richard, armado apenas con sus puños, no pudo evitar que lo agujerearan comunidad: “El simulacro no es lo que oculta la verdad.
a tiros. Saúl, preso de la impotencia, gritó: “¡Por la vieja guardia punk!”. Su Es la verdad la que oculta que no hay verdad. El simu-
destino fue similar al de Richard. Los citizens se entregaron y vinieron a lacro es verdadero”. Nunca la entendió del todo, pero le
parar en un calabozo. Allí fueron molidos a golpes. De la muerte de Saúl y sonaba bien y por eso nunca la olvidó. También recordó
Richard la prensa nunca hablaría. aquella vez que transcribió una frase en un Post-it 3M y

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que conservaría por años pegada en su escritorio, justo a diles. Una de esas funciones era quedarse callado ante co-
un costado de una de las cornetas de su computadora. A sas raras. Otra: contarlo todo sin contemplaciones. En la
diario la leía. La frase pertenecía a un intelectual venezo- anónima heroicidad de los correveidiles reposa el destino
lano. Ya la había olvidado4. del mundo.
–En esta calle dejamos tu maqueta, Valle-Coche. Yuri les entregó unos billetes para que se almorzaran
¿Estás de acuerdo? –preguntó Yuri. un shawarma en cualquiera de la docena de puestos de
–¿Aquí estarán las cámaras de Coche Televisión? comida árabe que hay a lo largo de esa avenida:
–No, viejo, estarán las cámaras de canales de verdad, –¡Ey!, pero antes me acomodan el CCCT, que está
con mayor cobertura, así que nos conviene más. ¿Acaso torcido.
no te acuerdas ya de la noticia que leímos en el periódico? –Tranquilo, Yuri, no nos pongas a buscar un transpor-
¡Despierta, Valle-Coche!, hoy es tu día de gloria. tador de ángulos en pleno mediodía –le aconsejó Valle-Co-
Los dos correveidiles, Yuri y Valle-Coche rearmaron che–, a esta hora la geometría del sol nos vuelve obtusos.
la maqueta en una calle aledaña hacia la mitad de la ave- –Bueno, chicos, está bien, muchas gracias, los citizens
nida Victoria. Valle-Coche hizo algún comentario sobre se los agradeceremos– Yuri se cuadró como un cabo pri-
el otro nombre con el que es conocida esta vía: avenida mero ante la llegada de un coronel y se despidió de ellos
Presidente Medina, y que ya era hora de olvidar esa op- con un saludo militar. Valle-Coche lo imitó.
ción y quedarnos con nombres positivos para nuestras Poco a poco empezaron a llegar jóvenes con pancar-
calles, no de políticos que promovieron la construcción tas y pequeñas maquetas de edificios. Allí se iniciaba una
desenfrenada de aceras y aceras para los peatones. marcha de estudiantes de Arquitectura de todas las uni-
Yuri le dijo a los correveidiles que ya podían retirarse, versidades del país. Yuri se encontró con algunos conoci-
y que le agradecieran a su tío por la ayuda. Correveidile dos y les presentó a Valle-Coche:
Uno dijo que nadie sabría nada, pero que de todos mo- –Damas y caballeros, él es un citizen, estudió arqui-
dos no había mucho que ocultar, que todos andaban en tectura en la UCV, pero se dejó de eso de estar haciendo
algo. Correveidile Dos agregó que todos por aquí y por edificios para construir una nueva sociedad. Él me enseñó
allá tenían el rabo de paja y que nadie le echaría paja que de qué nos valía una ciudad infestada de rascacielos,
a nadie. Ellos sabían muy bien su función como manos aceras y elevados si no tenía espíritu –los compañeros de
derechas de manos derechas. Su función como correvei- Yuri se acercaron a Valle-Coche. Lo saludaron con eufo-
ria y sumisión. Los que llevaban gorras, se despojaron de
4 El escritor era Enrique Bernardo Núñez. Y esta era la frase: “Cuando sus gorras; los que no tenían gorra, juntaban sus palmas
recorro la ciudad me encuentro con edificios mutilados o descabeza- como si estuvieran ante un Dios resucitado, un Dios de la
dos o algún reloj al que le arrancaron los ojos”. mugre, o de la verdadera limpieza espiritual.

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Qué les habrás dicho de mí, pensó Valle-Coche; miró tamente a él qué entendía por construcciones graciosas
extrañado a Yuri y este le sostuvo la mirada con ingenui- si viéramos el museo acuático que diseñó para la Ciudad
dad. Valle-Coche no dijo nada y se limitó a saludar, a per- Delta quince años atrás. Escucharon otra serie de gritos
mitirse unos vanidosos instantes. y palabras exaltadas, enloquecidas, poseídas por la sin-
Valle-Coche y Yuri condujeron, estacionaron y entra- razón y distorsionadas por argumentos tan necios como
ron a la casa de Vivian. Vivian se tomaba unas copas de un adornito de Navidad en agosto. Valle-Coche y Yuri se
vino con su marido en la cocina. Se notaba intranquila. acercaron más a ellos, se asomaron a la cocina, dejando
No permanecía más de dos sorbos en el mismo lugar. El al descubierto parte de sus cabezas y parte de sus sombras.
marido, el Gran Sr. Aburrido, intentó apresarla entre sus Aún podía decirse que era mediodía. Las tripas de Valle-
brazos. Su torpeza seductora y la ebriedad se transaron a Coche sonaron más fuerte que sus murmullos o pisadas.
favor de ella. Vivian lo esquivó con agilidad y elegancia. Valle-Coche y Yuri lograron atestiguar cómo Vivian
Sin embargo, lanzó al aire un leve quejido, pastoso, de caía al suelo, desmayada. Yacía inerme en la alfombra.
una ansiedad fermentada. El Sr. Aburrido intentó asirla El marido la contemplaba con ansiedad. Transpiraba sus
de nuevo, por la cintura. Atrapó un trozo de tela, arrugó el intenciones libidinosas, cada gota de sudor emanaba una
vestido de Vivian. Ella dio un giro estratégico que torció morbosidad sódica.
los dedos del marido. Estos perdieron fuerza, desistieron. ¿Cuántas veces habrá ocurrido esta escena?, Valle-
La copa la sostenía con la otra mano. Derramó vino sobre Coche se preguntó. Le recordaba a aquellos vecinos que
la alfombra. El Sr. Aburrido refunfuñó desairadamente, tanto reñían. Su niñez se acostumbró a compartir las tar-
como una bestia burlada con un pedazo de carne. De des de Tom y Jerry con el espectáculo de violencia que se
pronto iniciaron una discusión. producía en el apartamento contiguo, un escenario per-
Valle-Coche y Yuri se acercaron más a la pareja. Se fecto para cualquier campaña de Amnistía Internacional.
ocultaron en un pasillo de la mansión cercano a la cocina. “Esas peleas deben estar patrocinadas por alguna marca
Desde allí podían escucharlos con claridad. Una pared de vajillas”, siempre comentaba su abuelo cuando estas
muy delgada, posiblemente de cartón piedra, los separaba. empezaban a romperse.
La casa, obviamente, no debía estar habitada por más El marido posó sobre la mesa la copa de vino. Se co-
nadie. La acústica era estereofónica, observó Valle-Co- rrió hacia abajo la bragueta. Desajustó su correa.
che, cualquier suspiro podía delatarlos. Con un gesto, le Valle-Coche y Yuri invadieron la cocina sin mediar
indicó a Yuri permanecer en silencio, que lo jalaba por el palabras ni gestos.
hombro para informarle de algo. El marido, con los pantalones colgando como un rep-
Esta casa está hecha con un criterio muy gracioso, til que recién muda la piel, se paralizó al verlos. Logró
pensó Valle-Coche, aunque habría que preguntarle direc- controlar un poco los nervios y atinó a encararlos:

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–Vaya, vaya, ¿qué es esto? ¿Una comisión de herma- contacto de la botella con el borde de la copa. “¡Dios, qué
nos al rescate? No sé qué tanto les puede preocupar una maleducado!, ¿dónde he dejado mis modales?”, con voz
mujer como Vivian. Ella es una basura, una inmundicia, afeminada simuló lamentarse. Les ofreció servirle una
un plato podrido de segunda mesa. No vale la pena, vá- copa a cada uno. Sin esperar respuesta y ademanes dosifi-
yanse de aquí –les ordenó sin que le temblase tanto la voz cados de sommelier, buscó un par de copas en el fregadero
como sí el pulso cuando se arremangaba los pantalones. de la cocina. Como si deseara bajar la columna de mer-
Valle-Coche y Yuri se quedaron de pie, sin expresar la curio de un par de termómetros, las agitó para despojarlas
más mínima ira, fobia o desaprobación. de los residuos de agua. Retomó su discurso:
–Ya veo que no les interesa en nada lo que yo piense –Sé que esto te dolerá, querido Edward. Pero es pre-
de ella, como dicen por ahí: “El que calla otorga”, pero ferible saber lo que en realidad pasa. Ella planeaba ma-
sí hay una historia que puede llegar a interesarles, y que tarme y culparte a ti, por eso te citó precisamente para
incluso los pondrá de mi lado. Tú, por tu cara, debes ser hoy, a este lugar, mi propia casa. Ahora, como sabrás, está
Edward Gómez, mi antecesor como marido oficial. Y tú de moda que los indigentes maten a las personas honestas,
no sé quién carajo serás, pero igual escúchame, para que o los agarran de chivos expiatorios por tal o cual robo.
luego consueles a tu amiguito que quizás no entienda, o –No te creo, mientes –intervino Yuri. Valle-Coche lo
le cueste aceptar el plan que la retorcida mente de Vivian contuvo y lo miró a los ojos como diciéndole: “Esto lo re-
estaba llevando a cabo. Vivian quería usar a Edward para suelvo yo”, y le gritó al Sr. Aburrido:
una simple actividad: matarlo. Ella tiene un amante, y –¡Eres un enfermo! ¡Un loco psicópata!
con él se irá fuera del país –intervino el marido. –Dejemos de lado las consideraciones de forma. Pues
–¡Te equivocas! –le gritó Valle-Coche–, tú la maltra- lo que les interesa a ustedes es el fondo del asunto.
tabas, querías deshacerte de ella, ¡por eso la envenenaste! El Sr. Aburrido vertió cuatro dedos exactos de vino en
–Ordena mejor tus ideas y no seas exagerado, pareces las tres copas, bebió de la suya, saboreó el licor:
andaluz. No la envenené, Edward, la dopé –sacó de su –¡Fantastique! ¡Fantastique! ¿Continúo?, ¿sí?, ¿me de-
bolsillo una pipa y la encendió–; ya volverá en sí en unas jan continuar? Les decía que, de paso, tu adorada ex que-
horas, no se alteren de ese modo –aspiró y echó una bo- ría quitarte el hígado. Y yo muerto, mi clínica, tararán, se
canada de humo al aire, una cortina gaseosa envolvió su queda Vivian con ella. Qué genial sería vivir sin compartir
rostro estirado por las cirugías plásticas–. Cuando ella des- ganancias y abandonar ese mediocre trabajo de profesora
pierte, sólo tendrá la sensación de una fuerte resaca por la e irse pal carajo, ya la pensión de su papá no le daba para
ingesta irresponsable de un whisky de cantina barata. Con mucho, únicamente para un viaje a Europa al año. En
un cafecito se le asentará el tracto digestivo. el fondo no la culpo, en una economía hormonal como
El marido inclinó la botella de vino para servirse otra la que hoy padecemos, que lo diga el mismísimo Eddy
copa, pero anuló la operación en el momento justo del Chapman, a veces tan metafísico como Conny Méndez

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y psicomago como Jodorowsky, todos las mujeres recién veas allí, desamparada, te ha quitado los derechos de autor
divorciadas e histéricas del mundo querrán internarse en de tus obras, de tus grandes homenajes a la arquitectura.
una clínica regentada por una mujer de la calaña de Vi- Me atrevo a afirmar que empecé a odiar empecinadamente
vian. ¿Algo qué opinar, queridos invitados? a la humanidad cuando Vivian se quitó su careta de buena
Yuri hizo su acostumbrado ademán para iniciar discur- esposa. Desde ese momento desprecio a los hombres, los
sos, tal como lo había aprendido en el taller de oralidad veo sucios, espantosos, un saco de órganos en constante
al que asistió, dictado por un excomunista, exalcohólico putrefacción, en parte es lo único que tengo que agrade-
y exguerrillero: cerle a Vivian. Me enferma tanta mezquindad en cada uno
–Ya va, ya va, no entiendo. Tenemos que corregir este de sus actos. Por eso después de este evento decidiré que-
error histórico. Él, Valle-Coche, renació y creció en un darme solo, como una gesta de orgullo, el triunfo de mi
poro de la sociedad. En una cavidad minúscula en la que superioridad. Estabas apuntando alto, y pronto, de haber
jamás penetraba el sol. Durante años vivió allí con sus continuado cosechando éxitos en tu carrera, Carlos Raúl
camaradas. Reconozco, compañero, que me he dejado Villanueva iba a ser una minúscula referencia, un antece-
llevar por ideas retrógradas ya superadas en el tiempo y dente necesario en nuestra arquitectura. Estoy enterado,
en el espacio. Pero escúcheme bien, señor, escúcheme: muy enterado, y no te lo advierto para sacarte en cara
siempre he pensado que una mentira progresista vale más nada, ni manipularte, lo digo para que compruebes que
que una verdad reaccionaria. tengo conocimiento de toda esta conspiración que se ar-
–¿A dónde quieres llegar, muchacho? De verdad no maba para destruirnos, sacarnos del juego, o sacarme del
te entendí nada –dijo el Sr. Aburrido–, ¿no podías ser más juego a mí usando a alguien que ya daban por muerto
breve y claro? Además, tu amigo no vivió toda su vida en y que ha perdido toda credibilidad pública. Y si quieres
esa fétida alcantarilla. te doy pruebas de lo que ella quería hacer contigo. ¿De
El estudiante de sociología dijo otra frase, esta vez acuerdo? ¿Sí? Prosigo entonces: te faltan dos años para
más inconexa y bebió un poco de vino, pero, por error, que te declaren muerto, ¿verdad? Vivian planificó todo
de la misma copa de Vivian. Cayó al suelo a los pocos para que los allanasen. Ella me habló de la maqueta de
segundos. la ciudad de Caracas que hiciste, la quería para ella. Por
–Los comunistas siempre bebieron de la copa equi- eso te digo que quiero negociar contigo, que hagamos un
vocada en la fiesta equivocada –dijo el Sr. Aburrido paro- trato. Y es el siguiente: tú me ayudas a desaparecer a esa
diando una cara de admiración y profundo respeto. Giró víbora, y yo te ayudo a recuperar tu vida, con mis contac-
hacia Valle-Coche y continuó con desprecio–: Ahora tos puedo hacerte famoso de nuevo.
quedamos tú y yo. ¿Se te ofrece otra copita? Veo que en –Yo no quiero desaparecer a nadie, además, Vivian
momentos delicados bebes muy rápido, ¿no?, pues te sigo y yo tenemos un plan –dijo Valle-Coche casi sin convic-
contando: Vivian es una persona muy perversa, aunque la ción, abatido. Luego agregó–: ¿Y qué carajo hizo con el

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dinero de las ganancias de mis obras? ¿Se esfumaron? que siga jalando caña hasta que cumpla noventa años, o
¿Por qué sigue dando clases de inglés entonces? al menos hasta que compre al Ajax de Ámsterdam y se de-
–Ese dinero lo malgastó en juguetes: un yate que cida a incluirla en el testamento. Ese viejo no tiene hijos,
chocó contra un muelle en Oranjestad con el alcohólico no tiene familia. Su dinero, al morir, irá a una institución
del holandés, joyas que nunca se pone, vehículos que de beneficencia. ¿Quieres más pruebas? Tu adorada Vi-
choca cuando abusa del whisky, gigolós de todas partes del vian me mandó a secuestrar. Sus gorilas me golpearon,
mundo. En cuatro años se esfumaron, como bien lo dices, me sacaron la sangre para ver si yo era compatible con el
miles de dólares. Vivian es una alquimista del despilfarro. puto maricón tulipán. Gracias a Dios que mi sangre no
–Si le dábamos un mes más hubiera terminado como va con él. ¡Y tú sí que debes tener bastantes anticuerpos,
indigente –dijo Valle-Coche lo necesariamente bajo querido amigo vegetariano! –el Sr. Aburrido hizo gárgaras
como para escucharse a sí mismo. con el vino y miró a Valle-Coche. Esperaba su reacción:
–Amigo, los primeros indigentes son los millonarios, –¡A mí también me sacaron sangre!, ahora que re-
los segundos indigentes son aquellos que quieran dárse- cuerdo… Cuando me invitó a la playa. Me llevaron dos
las de millonarios: siempre cargan una maleta encima tipos. Todo es muy confuso.
de aquí para allá, dándole la vuelta al mundo hasta ma- – Los agentes de El Cuerpo le llaman a eso modus
rearse. De todas maneras, hay que ser justos. Vivian al operandi.
menos hizo una buena inversión: sus viajes a Holanda –Ella me dijo que lo hizo así porque aún no confiaba en
para chuparle el pipí al viejo y tener allí su caja chica que mí del todo. Mientras yo paseaba con ella por la playa, o ce-
ahora busca con desesperación mantener viva, o buscaba. nábamos, alguien muy cerca siempre nos miraba de reojo.
No puede dejar morir al viejo. El viejo necesita un hí- Al menos tenía esa sensación. ¡Maldita sea!, estoy jodido.
gado urgentemente. Y está allí, justo dentro de tus tripas. –“Estoy jodido”, la frase favorita de los dictadores
–No entiendo nada. No entiendo nada. unos segundos antes de que los linchen.
–Si no lo haces, ella lo hará contigo, tarde o tem- Al decir estas palabras, Valle-Coche, sacando fuer-
prano, habrás desaparecido como los billetes de Tinoco. zas del interior de su alma y de sus fracasos, aturdido, sin
Ella aprovecha el poco poder que tiene para moverse. Se saber muy bien qué hacer, sin la posibilidad de estable-
acuesta con el ministro de la Defensa, según me cuenta mi cer una lógica entre ese amasijo de intrigas y sospechas,
detective privado, aunque en realidad creo que se acuesta reaccionó con un puñetazo directo a la nariz del marido,
con un correveidile del ministro de la Defensa, mi detec- le desgarró el tabique, le quebró alguno que otro hueso.
tive sale con esas cosas para cobrar primas por riesgos, ya Este cayó al suelo, muy cerca de Vivian, desmayado. Va-
saben. De todas maneras, Vivian, no conforme con eso, lle-Coche, para evitar que se reincorporase, le partió en
tiene a su amante oficial: el viejo millonario holandés al la cabeza la botella de vino. Lo empapó y le arañó la cara
que le quiere importar un hígado del trópico, apto para con las esquirlas. Extenuado, con la rabia crepitándole en

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la sien como una cachapa que se deja freír más tiempo allí en su horizonte más cercano, el asfalto, las aceras, las
de lo requerido, observó los tres cuerpos tendidos, como avenidas. Se lo tomó como una alegoría de la crueldad en
si necesitara reconocer cuál era cuál. Tenía una resaca de estado puro. La crueldad se llamaba asfalto. Se llamaba
realidad. Esta se le hacía borrosa. calle. Allí todos éramos iguales y no existía ya la misericor-
Se echó al hombro a Yuri y huyó de la mansión. dia. Si acaso alguna vez existió un parapeto de esta.
En la calle, la sola visión del camión de carga lo hizo Encendió el motor. Arrancó.
confiar un poco en sí mismo y en el plan que tenían. Arrancó el vehículo torpemente. Pisó el acelerador.
Una difusa como desoladora idea de seguridad. Colocó a Condujo. Yuri empezó a roncar.
Yuri en el asiento del copiloto, le ató el cinturón. Intentó
encender el vehículo y recordó que no manejaba desde Epílogo
aquella vez que incendió los talleres de su casa y huyó.
Conducir tenía como reflejo la huida para él. Pensó en Entre algunos estudiantes, Yuri y yo instalamos la ma-
regresar, y buscar a Vivian. ¿Qué tantos minutos podía queta de Caracas de la forma más incómoda posible,
perder? Algo muy dentro de él le repetía con la frecuen- así quien pasara la confundiría con una guarimba. Allí
cia del coro de una canción de pop cristiano, de esas que la colocamos, en mitad de la calle, atravesada, que es-
cantaba Luis, de que ya la historia había terminado. Que torbara y replegara a los sumisos a tomar otro camino y
ya no daba para más. Que forzar un tercer encuentro era que terminara por volver histéricos a los estresados. La
activar neciamente un mecanismo de la destrucción. Más maqueta era una Caracas reducida a cartones y paletas
valía la posible mentira que le había suministrado el ma- de helado. Aunque en cierto modo, sabíamos que por allí
rido que futuras explicaciones, justificaciones, pretextos nadie pasaría. Yuri suspiró y se alejó un poco de nosotros.
que Vivian podía argumentarle. Esa, para él, sería la his- De pronto, nos dio la espalda. Subió la pasarela y, desde
toria oficial. arriba, tomó varias fotos cenitales de la maqueta y los ma-
Empezó a cachetear a Yuri hasta despertarlo. Él, de nifestantes. Pensé que regresaría, pero, por alguna razón
algún modo, volvía a la superficie de la razón. Y su razón que en ese momento desconocía, bajó por el otro extremo
estaba tan agrietada como las carreteras de Caracas, mu- de la pasarela, hacia la acera del frente. Desapareció por
cha grasa y cauchos la habían deteriorado. unos minutos. Me quedé allí junto a varios estudiantes
Frente al volante reconoció el techo de lo que había de arquitectura que gritaban consignas. Nos llegó un co-
sido su mundo subterráneo. Ese asfalto febril que brillaba municado de un líder de los intelectuales que estaba de
con el mediodía. Ahora toda la ciudad era un desecho. visita en el país. Parte de sus palabras las convertimos en
Se sintió débil, lleno de estupor y atestado de cobardía. Se una frase que pintamos en una pancarta: “Hoy nos hemos
sintió vil, negaba su infame confianza, pero esta persistía dedicado a gritar; desde el amanecer no se ha oído nada

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más en la ciudad. Otros mil años no nos harán desistir”. –No me llames camarada, por el amor de Dios, dime
Ya varias cámaras de televisión grababan mi maqueta. Al- hermano citizen.
gunos estudiantes les informaron a los periodistas que yo Yo agarré la fotografía en mis manos y pude notar que
era el autor. en el reverso había una especie de adhesivo.
–Sí, yo la hice, con los desperdicios de la ciudad cons- –Estamos aquí, justo en esta calle –Yuri señaló la ave-
truí la Caracas que nunca fue. nida Victoria en la maqueta. Lo miré, creo que sonreí
–¿Cómo hizo para diseñarla? –preguntó otra periodista. como la vez que recibí mi título de arquitecto. Coloqué
–Di la vuelta al mundo, me perdí innumerables ve- la fotografía de mi maqueta en el lugar en el que nos ubi-
ces, ni la muerte conoce todas las calles y plazas y carre- cábamos. Así la terminaba de armar con los desechos de
teras de Caracas. Eso me ayudó mucho para construirla. la ciudad y el punto final era una fotografía de todos los
–¿Cómo se siente aquí? –dijo un periodista. que estábamos allí.
–¿Es usted estudiante? –insistió otro periodista. Minutos después, la estampida. Llegaron los gases la-
–¿Profesor? –apostó otro periodista. crimógenos. La ballena de la policía nos disparó un agua
–Soy un citizen. furiosa. La ballena aplastó la maqueta. Todos corrimos
–¿Un qué…? –intervino alguien más. y la ballena siguió detrás de nosotros. Los perdigones, el
Como ya estaba aburrido les respondí con una frase agua, los gases. Nos desplazamos hacia los callejones de
de Franz Fanon que me atribuí. La había leído en un Las Acacias. Laberínticos, calles con nombres de países
libro que el mismo Yuri me había prestado: “La arqui- centroamericanos. Qué pena con esos países.
tectura de esta obra echa sus raíces en lo temporal. Todo El Ávila de cartón y papel periódico crujió como un
problema humano debe ser considerado desde el punto niño debajo de las pedregosas ruedas de la ballena.
de vista del tiempo”. Caracas siguió bajo el fuego. Yo la vi de lejos cuando
Los periodistas se miraron desconcertados y se disper- todo había pasado; cuando apenas quedaban cenizas.
saron para buscar a otra persona potencialmente entrevis- Cuando volví a desaparecer.
table, y potencialmente menos profunda.
Instantes después, un bullicio a nuestras espaldas.
Volteamos. Se acercaba otro grupo de estudiantes de la
facultad de Arquitectura de la UCV. Muy cerca de noso-
tros estaban los de la LUZ y los de la ULA. Los estudian-
tes gritaban con furor contenido. De pronto, sentí que
alguien me tocaba el hombro. Era Yuri, que me entre-
gaba la fotografía de mi maqueta.
–Para que culmines tu obra, camarada.

166 167
Final de telenovela
Arturo Serrano Álvarez



Mi madre hizo con nosotros, sus hijos,
lo que se suponía que debían hacer las señoras
de entonces: dejarnos al cuidado de unas mujeres
humildes, las empleadas domésticas a su servicio,
y no permitir que fuésemos un estorbo o una traba.

Y de repente, un ángel
Jaime Bayly

1983

T reinta y cinco, treinta y cuatro, treinta y tres, treinta


y dos, treinta y uno, treinta... Los ojos azules de
Máximo estaban clavados en el reloj. Faltaban treinta
segundos para que sonase el timbre del último recreo y
el rito diario se repetía una vez más. Máximo contaba
mentalmente esos pocos segundos que lo separaban de
su casa. No, no, no, no. Empezamos mal. Dejemos las
imprecisiones. No era de su casa que lo separaban esos
30 segundos. El ansia que las manos sudorosas delataban
no era por la lejanía de su casa, sino por la lejanía del
televisor. Pero de nuevo estamos cayendo en vaguedades.
No era de la televisión en general que Máximo se sentía
alejado, sino de las telenovelas.
Veintinueve, veintiocho, veintisiete, veintiséis, veinti-
cinco, veinticuatro...
Máximo no era como los demás niños. Mientras todos tido en un ser tan peculiar y lejano a las posibilidades de
soñaban con Mazinger Z, Transformers y otros programas comprensión de sus compañeros de séptimo grado, que
de televisión, él tenía otra obsesión. ¿Vieron qué fácil es simplemente habían optado por ignorarlo. Sencillamente
no divagar? Ahora sí estamos usando las palabras correc- no estaba allí.
tas. Porque ese es el nombre de lo que Máximo padecía: Diecinueve, dieciocho, diecisiete, dieciséis, quince...
obsesión. Pues como decía, su obsesión era por esas his- Natalicia había sido contratada por su madre para
torias contadas de manera fragmentada, y un capítulo a limpiar la casa. Pero claro, limpiar la casa no quiere decir
la vez: las telenovelas. Le gustaban todas: las largas, las simplemente limpiar la casa. Entre sus labores se encon-
cortas, las buenas, las malas, las originales, las basadas en traba la de cuidar a ese niño al que llamaba “mi catirito”, y
novelas, las culturales, las de mediodía, las de la tarde, las a quien amó desde el primer momento en que lo vio. Ella
de la noche. siempre había querido tener un niño; por eso, cuando la
Veinticuatro, veintitrés, veintidós, veintiuno, veinte... madre le informó del laxo sentido en el que se tomaba la
Para Máximo el colegio no era sino ese desagradable frase “limpiar la casa” y que incluía labores tan disímiles
hiato que había entre la hora en que se despertaba y la como cocinar, lavar, atender el teléfono, ir al mercado y
hora en que regresaba a casa a ver televisión. Esa edifica- cuidar al niño, no se molestó. Entre Máximo y ella hubo
ción pintada de azul y blanco no era sino una cárcel dis- una inmediata complicidad que se agudizó cuando des-
frazada. Era un espantoso lugar donde reinaba la ley de la cubrieron que compartían la afición por las telenovelas.
selva y en el que sólo los más aptos sobrevivían. Cualquier Máximo dominaba con soltura la trama de varias tele-
palabra fuera de lugar, cualquier atuendo que saliese de novelas y no pasaría mucho tiempo antes de que, con la
la monótona normalidad a la que estaban todos ya acos- ayuda de su nueva cómplice, esta pericia se extendiera
tumbrados, cualquier gesto que indicase miedo podía hasta los nombres de actores y actrices, cantantes que in-
significar una burla que duraba semanas o en ocasiones terpretaban los temas de las telenovelas, canales donde
hasta una buena golpiza. las transmitían y cualquier otro detalle por minúsculo que
Para sus compañeros, Máximo era una especie de pudiera parecer.
marciano. Nadie lo entendía y nadie hacía el más mí- Catorce, trece, doce, once, diez...
nimo esfuerzo por entenderlo. Si bien toda diferencia era Lo de las libretas comenzó muy pronto. Uno de esos
enfrentada por los muchachos del colegio con la violen- raros días en que su mamá podía tomarse el tiempo de
cia que se origina en la incomprensión y la intolerancia, estar con su hijo, ambos pasaron por una librería para
Máximo había tenido mucha suerte. Su manera de ser, escoger un regalo. Ella había ido con la idea de que el
su silencio ya mítico, pero sobre todo su costumbre de niño escogiese algún libro de cuentos, pero se sorprendió
llevar siempre consigo una libreta en la que escribía y al ver que llevaba en sus manos una pequeña libreta ne-
escribía sin parar durante los recesos, lo habían conver- gra y un lápiz Mongol número 2. Este sería el primero de

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cientos y cientos de libretas que Máximo usaría para es- Máximo se transformaba en una cara rabiosa y plena de
cribir y escribir y escribir. La verdad es que la curiosidad frustración que hacía juego con esos ojos que, de un azul
materna nunca llegó al punto de averiguar qué escribía el sorprendente, pasaban a un rojo delirante.
niño. Simplemente se alegraba de que tuviese una afición Natalicia era de Puerto Cabello, hija de un marinero
que lo convirtiera en un niño que no diera problemas. holandés del que había heredado los ojos verdes, y de una
Nueve, ocho, siete, seis, cinco... muchacha perteneciente a una humilde familia porteña.
Cada año la afición fue creciendo hasta el punto en Debido a que era blanca, y gracias al color de los ojos, las
el que la madre tomó la decisión de prohibir que Máximo demás madres la habían aceptado en esa pequeña cofradía
viese telenovelas. Pero esta prohibición, así como tantas que se formaba todos los días frente a la puerta del colegio,
medidas disciplinarias que había tomado en el pasado, bajo la falsa suposición de que era la madre de Máximo. Si
tenía el propósito de demostrar ante quien estuviese pre- ellas hubiesen sabido la verdad, jamás habrían cruzado una
sente en ese momento (la maestra, los vecinos o la misma sola palabra con esa mujer que hablaba poco y las miraba
Natalicia) que, a pesar de que la evidencia dijese lo con- extrañamente. Ella tampoco se había molestado nunca en
trario, a ella le importaba mucho su hijo. Pero la reali- sacarlas de su ignorancia, no porque disfrutase particular-
dad fue que Máximo vio todas las telenovelas que quiso, mente esas sesiones de chismes, sino por vergüenza ajena.
por lo que a los diez años era la persona que más sabía Siempre había intuido la vacuidad de las cabezas de
del “espectáculo del sufrimiento”. Porque eso es algo que esas señoras que abandonaban sus vidas para convertirse
Máximo entendería muy rápido. Sin sufrimiento no hay en una especie de representantes artísticas de sus hijos.
telenovelas, que es lo mismo que decir que no hay vida Los llevaban al violín, a las clases de karate, de ballet, de
sin sufrimiento. No importa cuán feliz sea el final, lo que flamenco, de guitarra, de fútbol y de tantas otras cosas.
predomina es el sufrimiento. Pero esa intuición se había convertido en una certeza el
Cuatro, tres, dos, uno... riiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiing. día en que le tocó presenciar una de las profundas conver-
Sus compañeros eran lo suficientemente inteligentes saciones de las que generalmente se abstenía de participar
para evitar cruzarse en el camino de Máximo a la salida. con la excepción de un ocasional asentimiento.
La velocidad, fuerza y decisión con la que se impulsaba No podía evitar que se le notara el nerviosismo a la
fuera del pupitre hacia la puerta lo convertían en un arma hora de compartir esos minutos con las madres de los
temida por todos, inclusive por su maestra. Afuera, en la compañeros de Máximo. Por eso había logrado desarro-
calle, detrás de la reja, lo esperaba Natalicia. llar la capacidad de calcular el tiempo de tal manera que
Ella intentaba llegar al colegio cinco minutos antes nunca tuviese que pasar más de cinco minutos con estas
de que sonase el timbre, pues sabía perfectamente lo que mujeres y a la vez no tener que hacer esperar a Máximo.
significaba llegar tarde. En esas raras ocasiones en las El colegio quedaba a cuatro calles de la casa. Máximo,
que eso había ocurrido, la tranquila y angelical cara de seguido de cerca por una cansada y sudada Natalicia, las

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recorría en cuatro minutos exactos. Los días en los que pre presente felicidad del final feliz de toda telenovela y
todo salía bien era posible no perderse ni un minuto de la el éxtasis y emoción que producía el comienzo de una
novela de la una de la tarde. nueva, estos eran los días en los que el humor de Máximo
El niño había desarrollado un sistema que le permitía estaba en su mejor momento.
hacer las actividades que su madre exigía antes de que la Siempre decía que la vida debería ser como una tele-
novela comenzase. Quitarse la camisa, ponerse una lim- novela. En la vida real las personas son impenetrables. Es
pia, quitarse los blue jeans, ponerse otros, quitarse los za- muy difícil distinguir a los malos de los buenos. En cam-
patos y las medias, ponerse cholas... Antes de salir para el bio, en las telenovelas los malos eran muy malos y además
colegio dejaba preparada la ropa que se pondría cuando se les notaba y los buenos eran muy buenos y además se
regresase a casa. Asimismo, dejaba una bandeja plegable les notaba; lo cual, unido a la música y a los acordes estri-
que le permitía almorzar delante de la televisión. Esta dentes, hacían que fuese muy sencillo entenderlas.
también servía para colocar su libreta negra y su lápiz Poco a poco Máximo fue convirtiendo las telenovelas
de tal manera que, si era necesario, podría anotar lo que en su mundo. La absoluta lógica interna de estas obras
considerase significativo. hacía que se le facilitase encerrarse en ese microcosmos
Máximo veía muy poco a su madre. Ella llegaba des- y lo llegase a convertir en el lugar donde pasaba la mayor
pués de las 10 p.m, hora en la que él ya estaba acostado. parte del tiempo. De este modo, la delgada línea que se-
Ella trabajaba en un ministerio y su marido había desapa- para realidad y ficción fue desapareciendo, y así se percató
recido del panorama antes de que Máximo naciera, por lo de que en cada persona de la vida real hay un personaje y
que nunca conoció a su padre. en cada cosa que pasa, una telenovela.
La relación con su madre se caracterizaba por ser El almuerzo de hoy consistía en sopa de espinaca, mi-
cordial. Si bien ninguno de los dos era particularmente lanesa y puré de papas. La verdad es que hubiera dado
cariñoso, tampoco se llevaban mal. Era más bien una re- lo mismo servirle un trozo de cartón; igual se lo hubiera
lación basada en la no agresión. Él suponía que ella tenía comido, ya que toda su atención estaba dirigida a un solo
una vida fuera de casa, y ella sabía que él tenía la suya. sitio: la pantalla del televisor. Aún así, a Natalicia le en-
Ambos intentaban mantenerse alejados para no molestar cantaba cocinarle las cosas que a él le gustaban. Uno de
al otro. Hasta ahora había funcionado muy bien. los mejores premios que podía recibir era que Máximo
La telenovela que actualmente veía Máximo se lla- abandonara por unos segundos la pantalla, se volteara y
maba El dolor de ser tuya y ya estaba llegando a su final. con los ojos brillantes le dijese ¡Ummmmmm, qué rico!
Si bien pudiéramos imaginarnos que para él era doloroso Si bien esto no ocurría a menudo, ella sabía que la
el final de una telenovela, no era así. La emoción de la competencia era difícil y se lo perdonaba. Las propagan-
llegada de una nueva siempre opacaba la tristeza de la das eran los momentos que aprovechaba Máximo para
culminación de otra. Entre la nada sorprendente y siem- escribir. Tenía calculado el tiempo de tal manera que

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ninguna información relevante quedara por fuera. Sabía Hacía cinco años que la madre trabajaba en el Mi-
exactamente la duración de la publicidad y eso le permi- nisterio. Las cosas estaban muy difíciles en el país y tener
tía distribuir su tiempo sabiamente. lo suficiente para poder criar a su hijo había implicado
La hora de la tarea era cualquier momento que estu- convertirse en secretaria.
viese entre las tres y las nueve. Ese era el bloque en el que Desde el primer día se dio cuenta de que iba a necesi-
no se transmitían telenovelas, y por tanto se lo dedicaba a tar ayuda y es así como una vecina le dio los datos de esta
los estudios. Por sorpresivo que pudiera parecer a algunos, muchacha cuyo nombre era difícil no recordar: Natalicia.
Máximo era muy buen estudiante. Sabía que obtener ma- “Me llamo así porque nací el día del natalicio del Liber-
las notas hubiera significado un castigo que se traduciría tador”, le decía a todo aquel que ponía cara de sorpresa a
en no ver televisión. Esto, por supuesto, era algo que él la hora de oír ese peculiar nombre.
nunca hubiese permitido.
La confusión de las otras madres del colegio con res- 1963
pecto a la verdadera relación de Máximo con Natalicia se
debía, en gran medida, a una complicidad a simple vista. Natalicia vino al mundo el 24 de julio del año 63. Poco
La relación era muy familiar (mucho más familiar que la después de dar a luz, la madre de la recién nacida fue a
que tenía con su madre). Pero esto no molestaba a nin- casa de su hermana con la niña en brazos. Tocó la puerta
guno de los tres. Más bien facilitaba las cosas. del rancho, la empujó y entró. Al fondo, detrás de la cor-
Su madre agradecía que la atención del niño se diri- tina que separaba la habitación del resto de la vivienda, se
giese a cualquier cosa que no fuese ella. Prefería no ave- adivinaba la figura de alguien planchando.
riguar mucho acerca de lo que él hacía, pues comenzar Para muchos, planchar es una actividad rutinaria y
una labor de investigación maternal hubiera significado aburrida. Pero para Rosalía era todo lo contrario. Se con-
intervenir, lo que se habría traducido en romper el deli- centraba en su trabajo de tal manera que el resultado
cado balance de la convivencia. siempre era de primera calidad. Una camisa planchada
Hacía ocho años que su padre había desaparecido sin por ella permanecía intacta por muchas semanas.
dejar rastro. Por lo visto, el nacimiento de Máximo preci- –Me voy. Te dejo a la niña. No vuelvo.
pitó su locura. Después de unos gritos bien dados y unos –Ok, déjala ahí sobre la cama. ¿Cómo se llama?
rudos manotazos salió por la puerta sin decir adiós y más –Me da igual. Ponle el nombre que quieras.
nunca se supo de él. Para ser exactos, debemos decir que Unos minutos después, cuando ya no había rastro de
su participación en la educación del niño, así como en las su madre, la niña aún yacía sobre la cama. La tía dejó la
labores del hogar, era inexistente, razón por la cual la vida plancha sobre la tabla, se dirigió hacia ella, la tomó en sus
no sufrió grandes cambios. brazos y mirándola fijamente a los ojos le dijo:

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–Naciste el mismo día que Simón Bolívar, el Liber- Esta complejidad llegó al punto de incluir posibles
tador. Debes sentirte orgullosa. Te voy a poner Natalicia. predicciones acerca de los finales e inclusive sobre lo que
pudiera pasar a los personajes más allá de ese capítulo final.
Las libretas
1983
La biblioteca de la habitación de Máximo sólo estaba
compuesta por libretas negras. Cada una tenía una banda Pero este delicado balance que se había establecido en
elástica que permitía cerrarla cuando no se estaba escri- la casa de Máximo, y para el cual eran indispensables los
biendo sobre ella. Hasta el momento tenía 52 libretas nu- tres personajes, fue roto una mañana de domingo. Desde
meradas y organizadas de manera cronológica. que se levantó, el niño había notado un ambiente pecu-
Si alguien hubiese intentado leerlas todas se hubiese liar en la casa. Tanto su madre como Natalicia estaban
dado cuenta de que la complejidad de estos escritos era inusualmente calladas y cabizbajas. No fue sino hasta
ascendente. La primera estaba compuesta de una serie mediodía que el misterio fue develado, cuando Natalicia
de tramas de cada capítulo, pero a medida que Máximo le dijo a Máximo:
aumentaba su conocimiento de los datos también au- –Catirito, tenemos que hablar.
mentaba su capacidad de relacionarlos. Por eso inventó Por su amplia experiencia en tramas novelísticas,
un sistema en el que no sólo anotaba la trama, sino que Máximo sabía que esta frase era simplemente el preludio de
además conectaba unas novelas con otras. malas noticias. Estaban sentados en la mesa de la cocina,
Estas anotaciones podían ser textos tradicionales o grá- uno frente al otro. Por respuesta, Natalicia sólo obtuvo un
ficos, o flujogramas o cualquier otro sistema que sirviese silencio desgarrador, pero le bastaba con entender lo que
para facilitar la clasificación de la información. En las tele- revelaban esos ojos abiertos de Máximo para darse cuenta
novelas más complejas había árboles genealógicos que le de que tenía toda su atención.
permitían seguir la relación que cada uno de los persona- –Tú sabes que José, el vigilante, y yo somos muy ami-
jes establecía con los demás, y gracias al uso de líneas de gos. Y bueno, nos vamos a casar.
colores era posible distinguir entre los parentescos que la –¿Quiénes?
novela anunciaba y aquellos que en realidad tenían. –José y yo.
Si, por ejemplo, un personaje era hijo de otro, pero –Pero no hay espacio para los dos en esta casa. ¿Dónde
esto era sólo conocido por la audiencia, entonces la línea van a dormir?
que unía a esas dos personas era de un color distinto que De nuevo, el silencio. Se miraron y la cara de duda
la que unía a personas con el mismo parentesco cuando del niño se fue convirtiendo poco a poco en cara de cer-
este era conocido por la audiencia y los personajes. teza. Ya lo entendía. La causa de que su mamá y Natalicia

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estuviesen tan raras era que esta última se iría de la casa –Esto es tuyo y mío, pero ahora es sólo tuyo. Ábrela
a vivir con José. cuando estés lejos.
–¿Cuándo te vas? Ella lo abrazó y en contraste con la tranquilidad del
–Mañana. niño, rompió en sollozos que no pudo evitar hasta estar
–¿A dónde? montada en el carro.
–A Colombia, donde viven los padres de José. –¿Qué pasa? –le preguntó José.
Máximo se levantó, caminó lentamente hacia su –Nada. Maneja.
cuarto y cerró la puerta. De nada sirvieron los ruegos y sú- Con cuidado desenvolvió la caja para descubrir con
plicas de su madre y de Natalicia para que saliera para po- gran sorpresa que lo que había dentro eran tres cuader-
der hablar. No quería saber nada. Entendía perfectamente nitos de los que usaba Máximo para tomar sus apuntes.
lo único importante: que su vida nunca sería la misma. Empezó a leer…
Al llegar la noche salió de la habitación para ir al baño,
pero rápidamente volvió a entrar y cerró la puerta. Ambas 12/03/1980
decidieron que lo mejor era dejarlo tranquilo hasta el día Hoy llegó Natalicia a casa. Es flaca, blanca, alta y tiene los
siguiente. ojos verdes. Me cae bien. Sería buena para un papel de
–No le hagas caso –le dijo la madre de Máximo a Na- hija abandonada. Lo primero que hizo al llegar fue salu-
talicia– es un niño y eso se le pasa rapidito. darme y darme un beso. Mi mamá se fue y nos dejó solos.
Pero Natalicia sabía que eso no era así. ¿Cómo era Ella me preguntó si quería ver televisión. Estaba empe-
posible que no se diera cuenta de que su hijo no era un zando la telenovela. Creo que seremos buenos amigos.
niño como otro cualquiera?
Natalicia no pegó el ojo en toda la noche. Ya tenía su Cuando terminó de leer las libretas, llevaban más de
maleta hecha, pues saldrían muy temprano a la casa de cuatro horas de camino. Al final de la última página la
los padres de José. Pensó que el niño estaría dormido y letra cambiaba. Por la fecha se dio cuenta de que había
por eso usó la llave que tenía de su habitación para entrar sido escrita durante la noche.
sigilosamente y darle un beso de despedida.
Cuando entró su sorpresa fue mayúscula. Máximo 14/04/1983
estaba sentado en la cama con el uniforme del colegio Toda buena novela termina con una boda. Esta novela
puesto, bañado y peinado. Su cara ya no era de sorpresa ni tiene un buen final. Natalicia se casa con José, se alejarán
de tristeza. Ahora una sonrisa ocupaba toda su cara. Sobre en su carro. Sin duda serán muy felices. Ella, al igual que
sus piernas había una caja de zapatos que se notaba había toda protagonista de una novela, será feliz. Se lo merece.
sido envuelta por unas manos inexpertas con papel azul. Todo final de novela tiene su cara triste y su cara alegre.
Se levantó de la cama y le entregó la caja a Natalicia. La cara triste es que esos personajes dejan de formar
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parte de tu vida, pero la cara alegre es que siempre habrá
una telenovela nueva. Estoy emocionado. ¿Qué nuevas Guisantes y gasolina
aventuras tendré? ¿Cómo seguirá esta novela? ¿Habrá María Dayana Fraile
una nueva Natalicia? Sólo queda esperar a mañana.

Sleeping on your belly


You break my arms
You spoon my eyes
Been rubbing a bad charm
With holy fingers

Pixies

L e dije que leer un buen libro era como encontrar un


sixpack de cervezas heladas en una isla desierta y ca-
lurosa, una isla remota, de arena blanca, parecida a la
isla de la película esa en la que Tom Hanks se la pasa ha-
blando con una pelota de voleyball. Le dije que cuando
leía un buen libro dejaba de sentirme tan náufraga, tan
llena de arena, tan picada de mosquitos. También le dije
que me resultaba maravillosa la idea de abandonar por
un momento la manía de andar hablando siempre con
nuestras respectivas pelotas, y que entonces todo empe-
zara a ablandarse a nuestro alrededor, a ceder terreno, a
dejarse andar.
Meche, mientras buscábamos la salida del museo, dijo
que las canciones y los libros mediocres eran como bo-
tellas vacías lanzadas al océano, y seguramente hubiera
resultado poética, ella, delgada como el filo de un cuchi-
llo de claridades, inexpugnable como los ideogramas en

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los letreros de los restaurantes japoneses, si esa afirmación y más perdida). Somos niñas entonces, niñas acostadas en
no hubiese respondido a una lógica automática derivada la hierba celebrando cada uno de nuestros átomos.
de esa insistencia, tan suya, tan tembleque, de asumir el Y otros días sufre, simplemente, como un poema de
vacío como una prótesis verbal: llevarlo en la boca como si Vallejo. Sueña que vive de nada y, más aún, que muere de
se tratara de un caramelo pinchado, el último vestigio de todo. Se dedica a ponerle acentos lóbregos al día mientras
aquella época dorada en la que los secuestradores todavía se sienta borracha sobre ataúdes imaginarios en algún ce-
regalaban caramelos en la entrada de los colegios. Siem- menterio parisino. Entonces siento la naturaleza del do-
pre le gusta imaginar que se come al lobo, caperucita pá- lor, el dolor dos veces.
lida, ojeras sucias de macramé. En todo caso, Meche dijo Ella parece balancearse, de un extremo a otro, sobre
que no le gustaba esa película: es demasiado lenta. El sali- la tela de una araña que de vez en cuando no resiste otro
tre desgasta la fotografía y los primeros planos del océano cuerpo, este cuerpo que se desbarranca por sus cambios
terminan por marearla. También están sus inclinaciones bruscos de humor hasta que la física se apiada de él.
fatalistas de por medio: no soporta los finales felices. Nunca estamos de acuerdo en nada.
Nunca estamos de acuerdo en nada. Ayer después del museo, Meche me acompañó al mé-
Nunca la veo de la misma manera. dico. Últimamente, la gastritis me hace morder el cielo y
Algunos días me parece demoledora, casi tan demole- maldecirlo todo. Ese cielo, despedazado por mis dientes,
dora como un poema de Bataille: oscura, desgarrada por tiene el color de las aletas de un delfín mutante y agó-
la inmensidad, viviendo cada día como si se tratara de un nico, un color de animal medio muerto flotando en las
alegre suicidio. Se viste con todos esos trapos negros y se aguas del Guaire. En la sala de espera, escuchamos a dos
dedica a arrancar las estrellas del cielo, una a una. Durante enfermeras comentar, emocionadas, los resultados del
esos días puedo escuchar el ruido que producen sus uñas Miss Universo. La mujer venezolana, definitivamente, es
cuando arañan el vacío y, entonces, yo también me pongo la más bella del mundo, sentenció en voz alta la enfer-
intensa y sólo deseo que sus uñas se claven en mi espalda mera del traje estampado con motivos de Mickey Mouse,
hasta convertirnos en una postal grotesca de chicas siame- la más enjuta, la más fea.
sas en el jardín de un hospital para enfermos terminales. El médico me obligó a tragarme un tubo y luego me
Otros días me recuerda a un poema de Walt Whit- despachó sin grandes explicaciones. Me recetó unas pastillas
man, un poema fervoroso y meridiano. Canto de pájaros para la acidez y me dio cita para la próxima semana. Meche
venidos de Alabama, ondas de ríos invisibles, vientos mís- se despidió de mí en la entrada del Metro. Estaba hermosa,
ticos y dulces, cubriendo el cielo, la tierra y esta ciudad evocaba una belleza dramática y destructora, un tipo de be-
brillante (esta ciudad pequeña que titila como un aviso lleza que, a mis ojos, sólo ella y las grandes actrices del cine
luminoso desde la quijada rota de otra ciudad más grande de principios del siglo XX logran encarnar. Besó una de

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mis manos con gestos medievales y me quedé allí, de pie, En teoría, estoy contratada como periodista. En la
como una tonta, viéndola perderse entre la multitud hasta práctica, me veo obligada a repartir mi tiempo entre la
que se convirtió en una mancha borrosa. redacción de contenidos para nuestro portal web y la co-
Cuando llegué a casa continué con mi lectura de La rrección de estilo de las cartas, los memos y los discursos
tercera mujer. Pasar las páginas y sentirme encapsulada en que escriben los directivos de la institución. Estoy rodeada
las filosofías de tocador de siempre, una misma cosa. Me de ingenieros. Ingenieros de todos los tamaños y todos
sentía incómoda y apretada allí adentro. El discurso de los colores, que creen que personas como yo estudian pe-
Lipovetsky se fracturaba y dejaba de sostenerme… el muy riodismo porque quieren aprender a escribir bonito. No
tarado se atreve a afirmar que la mayoría de las mujeres puedo negar que esta reducción simplista ocasiona en mí
que compran pornografía sólo lo hacen para establecer estados cercanos a un rapto violento y monstruoso. Siento
cierto tipo de complicidad con su pareja masculina. Su que unos dedos inmundos tiranizan mi caja torácica hasta
tercera mujer es como la Robotina de Los supersónicos: dejarla sin aliento y me transportan a comarcas distantes,
profesional, emprendedora y de un plomo pesadísimo. despobladas de estatuas y de héroes corajudos que ganan
Me quedo dormida pensando que sus postulados teóricos, el Pulitzer. Sin embargo, lo que más detesto de los inge-
ciertamente, hubiesen dado un giro importante de cono- nieros de la oficina es esa creencia vulgar y casi religiosa
cer a mi ex: Diana cultivaba una mejor relación con su de que Rómulo Gallegos ha sido el único escritor que ha
vibrador que conmigo. caminado sobre este jodido país.
Meche dice que soy claustrofóbica. Cuando ella llama
y dice que no puede venir, me siento encerrada y a oscu-
No me gustan los ascensores. Me ponen nerviosa. Por eso ras, atascada entre un piso y otro, sin botones de emergen-
detesto tener que ir la oficina, subir dieciocho pisos ente- cia. Empiezo a sentir que me asfixio. La certeza de que
rrada en uno de esos ataúdes, resucitar ante un rebaño de en ninguna sala de emergencias pueden compensar esta
burócratas que no saben escribir cartas. A veces, prefiero sensación, me obliga a vagar por allí con el corazón entre
ir por las escaleras aunque la resurrección termine por los dientes y los pulmones de turbante, como uno de esos
resultar más penosa: cuando finalmente alcanzo el escri- faquires que protagonizan, por accidente, crónicas de pri-
torio, mi apariencia no tiene nada que envidiarle a un mera plana en los periódicos amarillistas.
clon de Linda Blair en El exorcista cruzado con células Sé que Meche se burlaría de mí si se lo digo. Ayer
de Michael Jackson. Por lo general, mi piel toma un color estuve a un paso de decírselo, pero al final no me atreví.
amarillento, mis músculos convulsionan y se retuercen. Me quedé acostada, a su lado, con las manos dobladas
No vomito cosas verdes, ni me clavo tijeras en el coño, sobre el pecho como se las doblan a los muertos. Tenía
pero tengo que aceptar que doy la impresión de haber ganas de llorar, imaginaba un calambre en las palabras,
pasado la noche enterrada en el jardín. un calambre que las retorcía hasta dejarlas postradas en

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sillas de ruedas. Cerré los ojos y conté hasta diez como destellos del arcoíris iluminaban a la humanidad entera,
cuando era niña y jugaba a las escondidas o a la gallinita y que al final de los colores encontraríamos al enano más
ciega. Cuando desperté, ella ya no estaba. Mi cabeza se maricón del séptimo anillo del universo, santo patrono de
convirtió en un paisaje árido, caluroso, con cientos de las lesbianas, los maricos, los travestidos, y transexuales
obstáculos que me impedían andar y algunos puñados con una inmensa olla de monedas de oro para darnos por
de ramitas quebradas de las cuales no podía sujetarme. el culo a todos por igual.
Mientras me peinaba frente al espejo, pensé en Meche Estuvimos juntas durante ocho meses y nuestra rela-
y en todos aquellos discursos magistrales que siempre se ción se convirtió en una pancarta, en una eterna protesta.
monta sobre la filosofía zen del desapego y el amor libre Estaba harta de meterme mano con ella enfrente de la
de los anarquistas. Sentí ganas de pegarme un tiro. Asamblea Nacional. Sentía que los besos que constante-
mente me prodigaba en esas aceras del centro no eran
más que recursos políticos para reforzar las gloriosas lu-
No me gustan los locales de ambiente. Diana hizo que chas del colectivo. Terminamos el día de la Marcha del
terminara odiándolos. Me arrastraba todos los viernes por orgullo gay. Estaba agotada y decidí no ir. Un avance
la noche hasta alguno de esos antros y no me quedaba del noticiero interrumpió la película que estaba sintoni-
más que imaginarme en el interior de una melancólica zando, mientras esperaba que la lavadora terminara uno
burbuja capaz de conjurar el tecnomerengue y la borra- de sus ciclos. Era extraño que una televisora cubriera el
chera general. Luego, me dedicaba a ocupar esa burbuja evento y me alegré de que estuviéramos alcanzando cierta
como quien ocupa un búnker en tiempos de guerra. visibilidad. En primer plano pude detallar a un reportero
Con Diana todo pasó demasiado rápido. De ignorar por con cara de terror, en segundo plano distinguí a Diana
completo la existencia del clóset en donde ella, irreme- besándose con una camionera desconocida.
diablemente, me visualizaba, pasé a engrosar las filas de
los colectivos que se la pasan protestando a favor de los
derechos gays enfrente de la Asamblea Nacional. Fue ra- Meche encontró un mensaje de su hermano en la con-
rísimo. Sin haber estado nunca en el clóset, me encontré, testadora. Estática, ruidos indescifrables y luego la voz de
de pronto, saliendo de él. Tomás, tiránica y despechada, cayendo como un tronco
Diana era una férrea militante. Estaba tan chiflada sobre su conciencia. ¡Papá está en terapia intensiva y tú no
por la militancia que si la hubiesen secuestrado los ex- apareces! Otro giro de tuercas para una historia familiar
traterrestres para estudiar nuestra raza, la devuelven, de sin reveses, papá está en todas partes y ella no aparece.
inmediato, y todo por la tremenda confusión que, segura- Decide no contestar más el teléfono. Sabe que la al-
mente, causaba en ellos: no se consideraba ser humano, cahueta de Tomás intentará practicar paracaidismo sobre
sino lesbiana. Lo único que le faltaba decir era que los los territorios más inhóspitos de su psique, que intentará

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desenroscar la culpa, el deber filial y otras culebras pe- homenajear a Valie Export, la célebre artista austríaca que
rentorias amparado en su posición de hermano mayor, a se dejaba tocar las tetas en las calles de Viena. Claro, le ex-
pesar de que ella le ha repetido hasta la saciedad que no plico a mis amigos, hay todo un rollo feminista de por me-
le interesa la vida, obra y milagros del gran inquisidor de dio. La cámara enfoca su espalda descubierta y sólo pienso
Tumeremo, oficiante del más cruel oscurantismo y dino- en darle vueltas como a la gallinita ciega que, quizás, ella
saurio redivivo, escapado de una película de Spielberg. también es. Y no sé de dónde me viene este tonito infame
Meche, mientras editamos un video de su último per- de bolero, pero pienso que necesitamos desorientarnos,
formance, me pregunta si aquello nunca va a acabar. Algo sólo para intentar rozar, al menos con los dedos, las espal-
le dice que ni aunque se muera el viejo aquello se acaba, das de las personas que nunca llegaremos a ser.
y eso lo sabe porque cuando finalmente logró irse de casa Más allá de las teorías Queer que son un verdadero
el nombre del padre la confinó durante años a largas se- rollo, no termino de entender por qué ser lesbiana es tan
siones de terapia con su vecina, psicoanalista amateur. difícil. ¿Se trata de un caso de sonambulismo teórico? Sin
El nombre del padre estaba en todas partes, como un que me quede nada por dentro, puedo decir que lo único
símbolo mohoso de aquel parque jurásico que fueron su verdaderamente complicado de ser lesbiana es aquello de
infancia y su adolescencia, delimitadas por el comisariato equivocarme con las mujeres que me atraen. Tengo que
moral y las redadas que el viejo planificaba para decomi- aceptar que mi GPS está chueco, desubicadísimo, como
sar sus brillos labiales, sus revistas y otras naderías. pavo asado en fiesta de vegetarianos: siempre intento enre-
Su psicoanalista, lacaniana ortodoxa, durante las lar- darme con la más férrea y obstinada hetero de toda la fiesta.
guísimas sesiones a través de las cuales pretendían atrapar
a aquella niña triste que Meche había sido, le explicaba
que el ser humano se estructuraba en la mirada del otro y Meche, al mejor estilo de Corín Tellado, dice que odia
ella, hundida en el diván, sintiéndose como una apestada, a su padre porque durante su adolescencia el miedo que
pensaba entonces en que no había cura posible porque se sentía por él había superado cualquier clase de respeto, y
había torcido en la mirada de su padre, en su bizquera fi- porque se había hallado, de pronto, borrando cualquier
siológica y concreta. La leve bizquera de su padre en esos pista que pudiera ayudarlo a descifrar sus verdaderos pen-
momentos se le revelaba como la evidencia del inconmen- samientos: aquello era peor que las dictaduras del Cono
surable estrabismo mental que la nombró y le otorgó una Sur durante la década del setenta y peor, incluso, que el
identidad. Sintió mucha rabia al comprender que había mundo distópico del big brother de Orwell y sus telepan-
crecido en las pupilas del monstruo y que quizás estaba tallas. Lo odia porque el viejo con sus sermones había
condenada a permanecer encerrada de por vida en ellas. desintegrado su personalidad, porque en las fotos de esa
En la pantalla de la computadora puedo ver a Meche época sólo aparecían fachadas de ella, coartadas cuida-
sacándose la camisa y preparando los últimos detalles para dosamente elaboradas. Y porque en un plano muchísimo

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menos complejo, no la dejaba salir y le decía que tenía jóvenes, esos que nos criamos viendo elefantes volar en las
cara de puta. Lo de la cara de puta el viejo lo atribuía al películas de Disney, intentamos alcanzar: la libertad.
parecido físico de Meche con su mamá. Pura y dura comiquita.
Lo odia porque el viejo era un misógino y un verda- Desde hace tres días no sé nada de Meche. No contesta
dero degenerado que la obligaba a sintonizar todas las tar- mis llamadas. Cuando marco sólo escucho ese tono tan
des programas repetidos de Los tres chiflados, a aprender desagradable repicando en el vacío. Pongo a todo volu-
piezas para guitarra clásica compuestas por Aldemaro Ro- men el primer disco de The Strokes. Escucho la canción
mero y a leer las obras completas de Arturo Uslar Pietri. número cinco, una vez detrás de otra. Si volviera a nacer
Además, me sé de memoria la historia de cómo el viejo quisiera ser esa canción.
aterrorizó a su único amigo del bachillerato amenazán- Meche dejó sus zapatos deportivos aquí. Sé que es
dolo con una escopeta. Pero yo nunca le creí. Siempre totalmente ridículo, pero los acaricio con la mirada como
pensé que lo que más la afectó, si es que aún pudiera si a través de ellos pudiera tocarla. Me gustan esos zapa-
existir una cosa peor que estar rayadísima en tu liceo por tos. Los compró en una tienda de artículos deportivos y
ser la hija del bizco psicópata de la escopeta en tiempos muestran varias L y varias T que se concatenan en colores
de Madonna, Tropi Burger y los patines en línea, es que grises sobre el cuero negro. Las extremidades de las le-
luego de que el viejo se ensañara tanto con ella, en nom- tras parecen estar siempre tironéandose de una manera
bre de su amor paternal, no saliera corriendo a buscarla violenta, sin perder por ello la postura estilizada de los
cuando se puso a vivir en un barril con Mugre, el men- yoguis. Las piernas de las L y los brazos de las T permane-
tecato con el cual terminó fugándose. Ciertamente, to- cen rígidos, imbatibles, recreando una proeza gimnástica,
dos cuando chicos nos escapamos de casa alguna vez y y al mismo tiempo, una estampa de amor tántrico.
volvimos, moqueando, al día siguiente. Lo increíble del Acostumbra dejarlos en la entrada de la habitación,
caso es que Meche, cual personaje de una de esas novelas al lado de la puerta. Yo los observo desde la cama con
de huerfanitas decadentes que me hicieron tragar en el aire triunfal. Ella se quedará dos horas más. Mis piernas de
bachillerato, quedó sumida en la más aplastante y feliz L, sus brazos de T, permanecerán entrelazados, desaten-
indigencia. Wild thing, pensarán. diendo toda estética, en medio de un caos de almohadas y
Mugre no era feo, lo juro. Pero era flaco, desgarbado edredones hasta que llegue el momento de ir a la oficina.
y pálido como un cadáver. Era un imbécil redomado y un Me gustan esos zapatos al lado de la puerta. Es como
personaje pintoresco de la fauna underground caraqueña, si dijeran nos vamos, y luego se quedaran allí, con los
acólito de la escena del punk y el metal del Distrito Capital. cordones desatados, y la lengüeta encorvada, sin poder
Meche dice que cuando lo conoció el tipo no estaba tan dar un paso. Me gusta cuando ella los deja al lado de la
quemao, pero olvídate. Al escaparse con él, intentaba alcan- puerta, porque entonces entra a la habitación en puntillas
zar desesperadamente esa utopía degenerada que todos los con el respeto de quien penetra en un recinto sagrado. Va

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en puntillas sólo por no ensuciarse las medias (son mis no había lugar para pajaritos ni para descripciones panteís-
ojos los que inventan la reverencia). Una procesión pere- tas de la naturaleza. Sobre la grama, dispersos, estaban los
grina y de rodillas, la manera en que un pie adelanta al diez barriles de madera. Eran barriles de los que se usan
otro, y las manos que buscan sujetarse del aire antes de para almacenar vino y tenían unas proporciones nunca an-
alcanzar finalmente la cama. tes vistas en un país caliente y caribeño. El terreno parecía
Durante las últimas semanas no he podido dormir. Lo un monumento a Baco, la escenografía de una fiesta de
mismo da que Meche duerma junto a mí o no. Los eter- polifemos borrachos, un lugar de culto, tan inexplicable
namente olvidados hermanos Grimm renacen desde las y misterioso como Stonehenge. Los barriles, por supuesto,
cenizas de mi infancia para recomendarme una marca de estaban vacíos desde hacía mucho tiempo, y tumbados en
somníferos: el verdadero amor, como en los cuentos de la grama, podían albergar a varias personas de pie.
princesas, es un guisante debajo del colchón de la cama. Mugre heredó uno de los barriles de un malabarista,
Es un guisante que te jode la espalda y hace que te des- medio faquir y medio timador, que se ganaba la vida es-
piertes en mitad de la noche porque una voz fluyendo cupiendo fuego en los semáforos y robando carteras en el
desde tus sueños, una voz extrañamente parecida a la de Metro. Al malabarista lo atropelló una ambulancia mien-
Billie Holiday, te dicta que no puedes perder el tiempo, tras hacía morisquetas en el semáforo y ninguno de sus
que debes besarle el cuello a esa persona que duerme vecinos lo extrañó. Mugre conservó algunas de sus per-
a tu lado, que debes meterle la mano por dentro de los tenencias: un mechero de gas para cocinar y una revista
pantalones. El amor es un guisante que se te queda me- Playboy, pero también se robó algunas cosas de la casa
tido en el ombligo como un puto cordón umbilical y te de sus viejos y convirtió el barril en uno de los más con-
ayuda a respirar, aunque no lo digas mucho, aunque casi fortables de aquella chifladísima vecindad y casi escuelita
no lo digas. Los hermanos Grimm, vistiendo unos traje- de supervivencia del Chavo del ocho. Meche empezó en-
citos bucólicos sacados de un comercial de mantequilla tonces a pasarse los días metiéndose mano con Mugre e
danesa, me alcanzan una pastilla y un vaso de agua: el intentando descifrar los rayones que había dejado el ma-
amor es un guisante, una cosita frágil y nimia, en apa- labarista en la madera del barril: pulsiones ágrafas y post
riencia. Por eso es que muchos lo aplastan, sin querer adolescentes. La típica calavera trazada en grafito, con ojos
queriendo, hasta dejarlo a ras de suelo, como un chicle huecos y exorbitantes, le sonreía siempre, intimidándola.
viejo. Algunos, incluso, se acuestan sobre él, le sacan al- Sin embargo, se adaptó pronto a la atmósfera que se
gunos quejiditos y lo revientan. Allí quedó todo. El amor respiraba en el terreno. Buena parte de sus vecinos eran
no es infalible, no es tan poderoso como para redimir a muchachos excéntricos que intentaban vivir allí por bre-
cierta clase de cabrones. ves períodos, impulsados por lecturas mal digeridas de
El terreno de La Trinidad recordaba a una lejana arca- Bakunin, Kropotkin y las canciones de Johnny Rotten.
dia coronada por un cielo sucio, manchado de smog. Allí Todos ellos se declaraban ácratas radicales e, incluso,

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recibían la visita de anarcos extranjeros con los que se la empezó a considerar este género como un género menor.
pasaban en grande sembrando papas. Los demás eran sal- A los pocos meses, harta de comer papas y de pedir dinero
timbanquis y titiriteros que vivían en un eterno peregrinar en los vagones del Metro, se fue a vivir a la Libertador con
por el subcontinente. En este sentido, las caras se renova- un pintor que, de vez en cuando, visitaba el terreno. Se
ban de manera constante. Los ácratas a veces protagoni- animó a inscribirse en la Universidad de Artes Plásticas en
zaban motines con el fin de sembrar papas en el espacio donde el tipo dictaba clases.
que los saltimbanquis habían destinado para practicar Lo demás, también, es pura y dura comiquita.
sus números circenses pero, en general, no había mala
vibra. Más adelante el terreno se putearía, todo se iría a la
mierda y la comunidad adquiriría el mote de Piedradura, A Meche no le gusta decir que trabaja en un museo. Le
pero Meche se fue antes de que ocurriera eso. parece poco inspirador. Últimamente le ha dado por de-
Ella recuerda su estadía en el terreno como una int- cir que trabaja vendiendo seguros de vida y parcelas del
ensísima Epifanía por medio de la cual se le reveló, por Cementerio del Este. Lleva siempre vestidos negros. La
supuesto, erróneamente, que la verdadera clave de la vida gente la mira como si viniera de otro planeta. Yo les digo
tenía forma de pene. Tuvo también la oportunidad de ce- que estoy enamorada de la novia muerta de mi mejor
lebrar, aunque con evidente retraso, el advenimiento de amigo para no quedarme atrás y entonces empiezan las
los grandes sucesos que transformarían para siempre la risitas nerviosas. A los pocos segundos, estamos solas, de
historia del arte: la certeza de que las guitarras no tenían nuevo. Los que se quedan obtienen el derecho a dar una
porqué limitarse a emitir sonidos armónicos y la convicción vuelta en nuestra nave espacial.
de que no sólo los fósiles arqueológicos tenían la potestad Meche tiene un sentido del humor divino. Tiene más
de hacer literatura. Su espíritu ascendía más allá del Tao y sentido del humor que el cantante aquel que se inmoló
finalmente hallaba respuestas. Alucinaba con la comuni- en un suicidio ritual y dejó una nota en que se discul-
dad, a pesar de que sus vecinos amenazaban con expulsar- paba por haber manchado la pared de sangre. Si mal no
los argumentando que armaban unas trifulcas horrorosas, recuerdo su nombre artístico era Dead, el de Mayhem,
en medio de las cuales se caían a puñetazos y se amenaza- la bandita noruega de black metal que trascendió en la
ban con objetos contundentes. Al final, los dejaron tran- historia musical más por ser un hatajo de desquiciados,
quilos porque descubrieron que sólo estaban tirando. que por la creativa composición de sus piezas. Dicen que
Estos maravillosos momentos no impidieron que se Euronymous, miembro fundador de la banda, se comió
fuera aburriendo de Mugre y de sus bizarros toques en las los sesos de Dead después de tomarle una fotografía a
plazas públicas. Después de un curso intensivo de esos su cadáver para, posteriormente, imprimirla en franelas,
toma y dame de sincronía catastrófica, que intentaban tazas de café y diversos artículos de merchandising. Esos
emular el sentido primigenio y más anárquico del punk, noruegos me matan de la risa.

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Hoy planeaba decírselo todo a Meche. Planeaba ha- acusará de tener el cerebro cortado por la tijera de los
cerle una declaración de mi amor, sensiblera como un valores patriarcales de los que no para de hablar. Cuando
bolero y, seguramente, tan tétrica como la discografía de llegué a casa y me vi en el espejo, sentí que merecía que
Mayhem. Planeaba decirle que cuando no contesta mis mi habitación fuera invadida por una pandilla de neona-
llamadas siento ganas de cortarme con botellas rotas y zis del Cono Sur y que, además, merecía que me tortu-
desangrarme ante la mirada impávida de los vecinos del raran obligándome a observar cómo arden en una pira
edificio, de la misma forma en que lo hacía Dead, ante mis discos de Ella Fitzgerald y mis libros de Guillermo
cientos de personas, en sus conciertos. Sé que Meche me Meneses. Sentí ganas de que, con el bisturí perdido del
amaría para siempre si me pusiera en una de happening doctor Mengele, me practicaran una lobotomía.
con animales muertos en la entrada del edificio. Aún re-
cuerdo cómo andaba de emocionada por el performance
de una muchacha que consistía en revolcarse, semides- Hace unos días soñé que Meche se besaba con la camio-
nuda, sobre una montaña de grasa de vaca en el hall del nera desconocida que mi ex estuvo manoseando, en vivo
Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos. y directo, durante la Marcha del orgullo gay. Como no
Pensaba que era muy sexy. La gente que estudia Artes es le pude ver la cara, debido a que mi ex parecía estársela
siempre gente muy rara. arrancando de un mordisco, mi inconsciente eligió susti-
Y es que cuando la veo me provoca hasta comerme tuir esa ilusión óptica con la cara del ilustrísimo, y para
sus sesos, no importa todas las barbaridades que diga. Esta nada atractivo, Rómulo Gallegos. Evidencia, clarísima,
tarde su gran afición por los lugares lúgubres nos colocó de que los ingenieros están afectando seriamente mi vida
en un banco del parque Los Caobos. Estábamos sentadas emocional. El sueño tenía una atmósfera pesada y lenta,
en ese banco maloliente del parque, las nubes parecían casi plagiada a una escena de un resumen escolar de
berenjenas quemadas, trinchadas por un tenedor de ma- Doña Bárbara. Me desperté sobresaltada y me colgué a
teria cósmica y aunque por el simple hecho de estar allí, llorar como si fuera una bibliotecaria extraviada en aque-
junto a ella, me sentía resplandeciente, mucho más eu- lla escalofriante pesadilla.
fórica que cuando conseguí las obras completas de Anaïs Como era de esperar, pasé toda esa mañana inten-
Nin en un remate del puente de las Fuerzas Armadas. No tando llenarme de valor para hablar con Meche. Quería
pude reunir el valor de decírselo. Lo confieso, me para- decirle que la amaba, quería decirle que cuando ella son-
lizó que pudiera pensar que soy demasiado convencional. reía yo sentía que todo a mi alrededor se volvía más nítido
Lejana del budismo zen y el anarco-progresismo, en- y que, por ella, sería capaz de pasarme el resto de la vida
tusiasta insalvable de la propiedad privada y el amor bur- con una pancarta enfrente de la Asamblea Nacional. Que-
gués. Lo sé. Me acusará de querer convertir su cuerpo ría decirle que cuando estamos juntas nada más importa.
en un condominio con estacionamiento y maleteros. Me Pero, de nuevo, no pude.

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Mamá me regaló un boleto para ir a visitarla y mien- del novelón que era la vida de Meche. El viejo se había
tras viajaba en el autobús paladeaba el sabor de la derrota: muerto. Meche no habló durante toda la mañana, ciertas
la derrota sabe a café. Mamá me recogió en el terminal. imágenes definían y habitaban su cuerpo como si fueran
Se alegró con eso de que estuviera trabajando con los in- los fantasmas de las casas embrujadas de las películas de
genieros. Dijo que pronto, si me concentraba en ahorrar, Hollywood. Al principio pensé que Meche era una de esas
podría operarme las tetas. Mi hermano menor luego de casas, pero ella tenía unas ojeras gruesísimas y se veía mu-
mucho hacerse rogar, accedió a cenar con nosotros. Lle- cho más estropeada. Entrada la tarde, le encontré cierto
vaba los benditos audífonos del iPod del que jamás se se- parecido con el niño rubio y adorable de la película Sexto
para, y daba la impresión de que no estaba, de que se había sentido: estaba viendo gente muerta a su alrededor. Aun-
quedado en casa mientras nosotros arrastrábamos el moni- que aún no abría la boca, yo podía captar la nitidez de esas
gote de su cuerpo físico. Aceptaba o negaba con la cabeza imágenes que la perseguían, en alta resolución. Y tal vez
para despistar a papá que, como está medio sordo, no es- por eso me quedé allí con los ojos clavados en sus pies des-
cuchaba la matraca que se propagaba desde los audífonos calzos, invadida por un sentimiento de solidaridad agreste
y martirizaba a los comensales de las mesas cercanas. y elemental, preguntándome si la vida no se trataba, pre-
Mi hermano es uno de los peores vagos que he cono- cisamente, de mantenernos en esa negociación constante
cido. Congeló sus estudios el día en que obtuvo el puesto con la muerte. Entonces sentí que no había cielo abierto
número 1714 del ranking mundial de Counter Strike. Su que pudiera redimir esa necesidad de tomarle la mano a
plan era dedicarse el resto del semestre a jugar como des- Meche, de decirle que todo estaría bien, que no había
aforado para obtener el puesto número 701. Después se da- camino a casa que pudiera redimir esa necesidad de sal-
ría por satisfecho y volvería a clases. Pero sus planes pronto varme, y de salvar a Meche y al dinosaurio, era una necesi-
vinieron a dar por tierra, pisoteados por millones de ratones dad ciega y acuciante de salvarnos no sé de qué demonios.
en los cuales media humanidad, en red, clickeaba; hasta la
mismísima mano de Dios, en red, clickeaba, exterminando,
una y otra vez, a su equipo de combate virtual. Después No me gustan los cementerios. La grama es tan verde que
de 3 años no ha logrado pasar del puesto 912. Es patético. me provoca llorar y siempre los de la funeraria terminan
Cuando me preguntan por qué soy lesbiana digo que mi por confundirme con la viuda del difunto. Para sorpresa
hermano me arrebató toda la esperanza que podía poner de todos, Meche quiso ir a despedirse del viejo. Estaba
en un hombre. La gente siempre termina por creérselo. vestida de negro, como todos los días, pero las personas
que no la conocían interpretaron sus trapos como el sím-
bolo de un duelo profundo. Por uno de esos extraños
Cuando despertamos el dinosaurio ya no estaba allí. azares que rigen nuestro paso por los autobuses de esta
Pero no se trataba de un minicuento de Monterroso, sino ciudad, cuando nos dirigíamos al Cementerio del Este,

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una señora histérica que gritaba y sacudía un crucifijo, Rubem Fonseca, en Agosto, le dice a su amante que los
nos entregó esta tarjeta: hijos nunca quieren a sus padres. Ese razonamiento me
pareció entonces desmesurado, algo que sólo se le podría
ocurrir a un matón de cuello blanco, algo que sólo podría
Si usted muere hoy, ¿dónde pasará la eternidad? decir, sin que le temblara la voz, un personaje de ficción.
Si usted no está seguro, sintonice la emisora VVN 1920 AM, Tal vez por eso quise colgar y salir corriendo a buscar a
Emisora totalmente cristiana. Meche, pero no lo hice. Le pregunté si aún vendían ga-
¿Quiénes van al cielo? Lea: Juan 1:12, 5:24 lletas de guayaba. Me contestó que no.
¿Quiénes van al infierno? Esa noche cuando nos disponíamos a preparar la
Lea: Salmos 9:17; Apocalipsis 21:8 cena lo solté todo. Le dije que la amaba. Me ahogué
en un océano de palabras absurdas, mis manos eran de
gelatina, sentía que necesitaba un salvavidas para no
Meche miró la tarjeta con ojos inexpresivos, estaba naufragar en medio de la sala, para no asfixiarme debajo
casi catatónica. Yo no pude evitar responder mental- del sofá. Casi le grito que el enano más maricón del uni-
mente. Como nuestro dinosaurio, y como sus sucesores verso nos esperaba detrás de los colores del arcoíris para
de toda especie en este valle petrolero, resucitaría bajo la bendecir nuestro amor y permitirnos la entrada al paraíso
forma de un galón de gasolina. Me pasaría la eternidad eterno de las cachaperas. Contra todo pronóstico, Meche
ardiendo como aceite de motor. no dijo nada, su boca parecía el trazo torpe de un niño
Volvimos a casa de Meche cabizbajas y en silencio. que apenas aprende a dibujar. Se limitó a mirarme como
Ella dijo que quería caminar un rato. Yo me hundí en el quien mira a un cachorro arrollado. Los colores del arcoí-
sofá y marqué el número de mi padre cuando entendí, ris se entremezclaron, lo empecé a ver todo muy negro.
por el ruido de sus pasos, que ya estaba lejos del aparta- La derrota era viscosa, oscura, eterna. Sabía a gasolina.
mento. Quería estar segura de que mi padre aún estaba Entonces me fui a la cocina a pelar calabacines y a espe-
allí, de que no se había esfumado como lo había hecho rar la próxima glaciación.
el dinosaurio. Una paranoia rara. Él contestó y no sé por
qué pensé en galletas de guayaba. Siempre comíamos
esas galletas, eran nuestras favoritas. No sabía qué decirle.
Iniciamos esa dinámica tan conocida por ambos, una re-
tórica de ping pong que jamás pasaba del simple saludo.
Repetíamos lo mismo, una y otra vez, con distintas pala-
bras. Un abismo nos separaba pero no había resquemo-
res, ni mala conciencia. Recordé que un personaje de

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La tienda de muñecos
Jorge Gómez Jiménez

A mediados del año 1973 una serie de crímenes captó


la atención pública a la manera de un clásico cine-
matográfico. Es cierto que las personalidades asesinadas
gozaban de alguna relevancia en la pequeña sociedad ci-
tadina, pero fueron las extrañas pistas dejadas por el ase-
sino, y la sorpresa posterior de su identidad, lo que levantó
tal revuelo.
Acababa de divorciarme y los días transcurrían grises;
casi agradecí expresamente haber sido designado al caso
correspondiente al primer asesinato. Intuí que había sido
un crimen de rápida consumación: la víctima era una jo-
ven actriz de teatro cuyo corazón estalló al ser alcanzado
por una bala desde la espalda. El asesino había entrado
con ella; lo denunciaban las llaves y la cartera puestas so-
bre la mesa de la sala, así como el impoluto orden del resto
de la casa. Los interrogatorios a las personas que mante-
nían relación con ella no arrojaron mayores indicios.
Las pistas recogidas en la escena del segundo crimen, de datos que nos permitirían dar con el asesino. Compro-
además de hacerme suponer que se trataba del mismo metido por las dificultades que afrontaba para resolver el
asesino, me condujeron a reparar en un detalle que había caso, y por la presión que ejercía, no sin sorna, la prensa
pasado por alto en el primero. Se trataba en este caso de local, decidí darle crédito al inesperado testigo.
un oficial del ejército asesinado por la espalda, como la La dirección apuntaba a una vieja librería de los su-
joven actriz, cuando llegaba a su casa. Pero la presencia burbios. Al entrar me golpeó el olor del encierro, la pátina
de un soldado de plomo a pocos metros del cadáver me atmosférica que caracteriza los lugares solitarios. Una
recordó que en algún lugar de la casa de la joven había mujer sin alma me recibió sin fijar sus ojos en los míos.
visto una muñeca de porcelana. Ambos muñecos, a pesar No pareció importarle el motivo de mi visita ni el rango
de que parecían muy viejos, estaban en perfecto estado. que ostentaba mi identificación; al contrario, quizás ali-
Así que cuando ocurrió el tercer crimen, un sacerdote viada al no tener que hablar más conmigo, se perdió entre
asesinado en similares circunstancias, me fue fácil supo- los anaqueles repletos de volúmenes descoloridos que ya
ner que en la escena hallaríamos un pequeño colega de a nadie interesaban.
la víctima. Ya había algo parecido a un modus operandi. Un momento después la mujer emergió entre los libros.
Se multiplicaron los interrogatorios, pero en igual me- Sombría y sin hablar me señaló con el dedo una puerta
dida la incertidumbre; no había rastros del culpable, y la oscura que se agazapaba tras aquel abandonado tremedal
prensa, ya entonces en conocimiento de que cada crimen de papel quebradizo. Al abrirla me invadió la sensación de
era acompañado por un muñeco, empezaba a darle más estar ante un espejo de feria: del otro lado había más ana-
cobertura de la que hubiéramos deseado. queles, aunque el recinto era más pequeño y caluroso. Un
Pero lo que hallamos en el cuarto crimen realmente hombre viejo estaba de pie ante una ventana a través de la
nos desconcertó. Era en este caso un maduro abogado sol- cual, por todo cielo, se veían las formas innumerables que
terón asesinado en las mismas circunstancias. Sin embargo, sugerían los ladrillos del edificio de al lado.
no hallamos al esperado muñeco en aquella sobria estancia El hombre me invitó a pasar al fondo de esa réplica
plena de ceniceros con forma de búhos y pequeñas balan- en miniatura de la vieja librería. Me ofreció un pequeño
zas de bronce. En lugar de eso, y demasiado evidente como asiento: “Este es más cómodo”, me dijo, mientras él eligió
para no ser vista, encontramos sobre un montón de libros un banquito de madera, contra la escasa luz de la ven-
de jurisprudencia una vieja pelota de goma. El análisis pos- tana. Su pelo blanco, el rostro claro, atento. Un saco os-
terior la ligó a los muñecos por lo único que tenían en co- curo y la corbata roja; maneras cuidadosas, discretas. Me
mún, aparte de su dignidad de viejos juguetes: la absoluta dijo que tenía 75 años; igual habría podido declarar más
carencia de huellas dactilares. Y nada más. de cien y le habría tomado en serio. La casualidad puso la
Fue entonces cuando llegó la carta. El remitente era historia de este hombre al alcance de mis manos, y yo me
un anciano que vivía con su hija y que aseguraba disponer apresuro a transcribirla tal como la recuerdo:

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“Enterrado en esta vieja librería por más de tres dé- muñecos de chistera y levita, que apenas sabían levantar
cadas, y predispuesto a que la naturaleza humana es baja con mucha gracia la punta del pie elegantemente cal-
y falaz, me he acostumbrado a leer la prensa no como el zado; en cualquier caso, a unos y otros evitaba mi padrino
relato de cosas y sucesos reales, sino como la descripción dispensar más trato que el imprescindible para mantener
incierta de simples fantasías. Pero, al enterarme de que la limpieza en los estantes donde estaban ahilerados, sin
en la escena del tercer crimen usted había hallado un permitirse familiaridad alguna con ellos.
sacerdote de juguete, me asaltó un golpe de realidad que Empecé a sospechar que mi padrino había perdido la
trajo a mis ojos el recuerdo de épocas pasadas, y seguro de razón. Imponía a los muñecos el principio de autoridad,
poder ayudarle resolví escribirle. el respeto supersticioso al orden y las otras estrictas cos-
En 1927 heredé de mi padrino una tienda de muñecos tumbres establecidas desde antaño en la tienda. Juzgaba
que él, a su vez, había heredado de mi abuelo. Allí había que era conveniente inspirarles temor y tratarlos con du-
nacido yo, que así, aunque hijo legítimo de honestos pa- reza a fin de evitar la confusión, el desorden y la anarquía,
dres, podía considerarme fruto de amores de trastienda, portadores de la ruina que solía acabar con los grandes
como suelen ser los héroes de cuentos picarescos. imperios como finalmente ocurriría en el humilde tendu-
Así que a mis ojos poseía esta tienda el encanto de los cho años más tarde.
recuerdos de familia; y así como otros conservan los retra- Ya entonces trabajaba en la tienda un mozo al que
tos de sus antepasados, a mí me bastaba, para acordarme mi padrino despreciaba por diversas razones. Le equipa-
de los míos, con pasear la mirada por los estantes abarro- raba a los peores muñecos de cuerda y le trataba como a
tados de viejos muñecos, con los cuales, bajo prohibición los maromeros de madera y los payasos de serrín, muy en
expresa de mis mayores que pretendían con eso forjar mi boga entonces. A su modo de ver, el mozo no tenía más
carácter, nunca jugué. Más que juguetes, aquellos mu- sesos que los muñecos en cuyo constante comercio había
ñecos eran el reflejo de una tradición centenaria que mi concluido por adquirir costumbres frívolas y afeminadas.
padrino, y antes mi abuelo, solía resumir en una frase: A tal punto subían en este particular sus escrúpulos,
‘¡Les debemos la vida!’. que desconfiaba de aquellos muñecos que habían salido
Imbuido de aquel grave espíritu, mi padrino some- de la tienda alguna vez, llevados por el amanerado mozo,
tió a los muñecos a una estricta jerarquía, clasificándo- sin ser vendidos en definitiva. A esos desdichados acababa
los en sus estantes bajo un riguroso orden que impedía por separarlos del resto, sospechando que en su compañía
que ejemplares de distintas condiciones se codearan en- habían adquirido hábitos perniciosos.
tre sí; de esta manera, los plebeyos andarines de cuerda Pero un día mi padrino se sintió mal. Desde hacía
que caminaban sobre el mostrador, para maravilla de los algún tiempo tenía dificultades para recorrer sin fatiga la
pequeños clientes, nunca conocieron los espacios donde corta distancia que separa entre sí los estantes. Supo que
descansaban con prestancia los lujosos y aristocráticos iba a morir cuando los ojos se le nublaron y se echó en

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su cama de la trastienda. Me senté a su lado y empezó a Fue entonces interrumpido por el llanto del mozo,
hacerme extensas recomendaciones acerca del negocio. quien se hallaba en un rincón de la trastienda, la cabeza
Lanzó una última mirada a la tienda en la que sin duda entre las manos, y no podía escuchar sin pena los últimos
abarcaba el vasto panorama del presente y del pasado, acentos de mi padrino. Lo llamó a su lado y le dijo con
dentro de los estrechos muros tapizados de figurillas que severidad: ‘No tengo más que repetirte lo que tantas veces
hacían sus gestos acostumbrados y se mostraban en sus antes te he dicho: que no atiples la voz ni manosees los
habituales posturas. muñecos’. Sus sollozos resonaron de nuevo, cada vez más
En algún momento fijó su mirada en los soldados que altos y más destemplados.
ocupaban un compartimento entero en los estantes y me Poco después de pronunciar aquellas palabras expiró
advirtió que a tales guerreros se debían, en gran medida, mi padrino. Cerré piadosamente sus ojos y enjugué en si-
las largas horas de paz disfrutadas por la familia. Vender lencio una lágrima. Me mortificaba, sin embargo, que el
ejércitos es un negocio pingüe, agregó. mozo diera mayores muestras de dolor que yo. Sollozaba
Viendo que realmente se acercaba su muerte, insistí ahogado en llanto, mesábase los cabellos, corría desolado
en llamar a un médico. Se limitó a mostrarme una gran de uno a otro extremo de la trastienda. Al fin me estrechó
caja que había en un rincón de la trastienda y me reco- en sus brazos y con sus desviadas maneras me gritó: ‘¡Es-
mendó encerrar allí a todos los sabios, profesores, doctores tamos solos, estamos solos!’.
y otras eminencias de cartón y profundidades de serrín, a Me desasí de él sin violencia y, señalándole con el dedo
fin de que se quedaran sin venta y en la oscuridad que el sacerdote, el feo doctor, las blancas enfermeras, muñe-
les convenía. En cambio, debía albergar la esperanza del cos en desorden junto al lecho, le hice señas de que los
provecho material en las siempre deseables muñecas de pusiera otra vez en sus puestos. Mi padrino –como antes
porcelana, así como en las de pasta y celuloide, y hasta en mi abuelo– había convertido su discreto oficio de tendero
las de trapo, todas ellas de segura venta. vendedor de muñecos en una analogía de la realidad, una
Ya convencido de su agónica demencia, entendí per- analogía plena de las más sesudas profundidades filosófi-
fectamente a lo que se refería cuando me pidió traerle un cas, y había muerto con la grave convicción de que me
sacerdote y dos religiosas. Alargando el brazo, los tomé en daba en herencia todo un mundo para ser regido por mí.
el estante vecino al lecho y se los di. Los palpó con sua- Pero nunca tuve suficiente pensamiento para remon-
vidad y me dijo: ‘Hace ya tiempo que conservo aquí estos tarme a las especulaciones elevadas de la filosofía, por lo
muñecos, que difícilmente se venden. Puedes ofrecerlos que lejos estaba de seguir el destino prefijado por mi pa-
con el diez por ciento de descuento, lo cual equivaldrá a drino. Harto de vivir entre muñecos y ansioso de recuperar
los diezmos en lo tocante a los curas; en cuanto a las reli- entre seres de carne y hueso el tiempo perdido, abracé la
giosas, hazte el cargo de que es una limosna que les das’. comedia humana y dilapidé en asuntos banales la pequeña

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fortuna de que se constituía mi heredad, en la creencia de entendido el mensaje de mi padrino, que a su juicio no
que tendría una duración eterna y no la exigua para la podía ser más claro. La moral, la justicia, el claro devenir
que finalmente alcanzó. de los hombres rectos había sido plenamente delineado
Un mal día del año 35 cerré para siempre las puer- en el régimen que mi padrino había impuesto a aquellos
tas de la tienda de muñecos. Como ante una segunda inanimados seres de madera, porcelana y tela. ‘Hay que
muerte, el amanerado mozo lloraba y repetía a gritos la recuperar la tienda’, me decía, ya sollozando, impúdica-
tragedia de su soledad. Por toda respuesta puse en sus ma- mente, delante de varias personas que se encontraban en
nos la caja con los muñecos que mi padrino, con descon- la librería. Cuando sugirió que debíamos imponer el es-
fianza de místico, desterraba de los anaqueles cada vez tricto orden de los muñecos a sus homólogos humanos,
que el mozo volvía de una venta infructuosa. Se trataba terminé echándolo sin mayores contemplaciones.
de alguna forma de desprecio; en su naturaleza equívoca Ese mozo, transfigurado en un cincuentón delirante
y desviada, el mozo pensó lo contrario y me agradeció el de ridículo atuendo, fue el último dueño de los muñecos
obsequio con lágrimas en los ojos. que ahora acompañan al autor de los crímenes. Es allí
No volví a verlo en años. La pobreza templó mi carác- donde debe usted empezar su búsqueda”.
ter; contraje un tardío matrimonio que me dio a destiempo
esa hija, quizás demasiado seria y quizás ya demasiado
soltera, que le recibió hace un rato. Empecé a trabajar en Una vez que terminó de contar su historia, me dio algu-
la librería como empleado y, un tiempo después, con al- nos datos puntuales que me ayudarían a encontrar al pre-
gún dinero en el banco producto de la venta de la tienda, sunto criminal. Antes de marcharme, sin embargo, quise
y aprovechando la bonhomía del antiguo propietario, saber si el anciano podía despejar la única duda que me
quien se marchaba del país en busca de mejores horizon- quedaba: la presencia de una pelota de goma, y no de un
tes, la adquirí a un precio francamente irrisorio. muñeco, cerca de la última víctima, el abogado.
Cierta mañana, al abrir la librería, recibí a un hom- –Ah, una pelota de goma. Eso lo pone más claro –dijo,
bre maduro ridículamente vestido a la usanza de hombres bajando la mirada como si hiciera un esfuerzo extraordi-
más jóvenes y de más viril apariencia. Era el mismo mozo nario para recordar con exactitud–. Mi padrino solía decir
que había trabajado en la tienda de muñecos, aunque que, en su jerarquía, los abogados no podrían estar nunca
ya no era más un mozo, pues habían pasado casi treinta por encima de las pelotas de goma.
años. Conservaba, sí, la voz atiplada y las maneras. El asesino fue apresado la noche del 29 de julio de
No puedo decirle que fue un encuentro feliz. La nos- 1973. Los vecinos declararon que llevaba una vida apaci-
talgia, y quien sabe qué escandalosas vivencias, habían ble, tenía un ánimo jovial y quizás algo locuaz para su
terminado por enfebrecerlo. Me recriminaba, debo reco- edad, y que era impensable suponer que aquel sexagena-
nocer que con algo semejante al respeto, el que no hubiera rio, a quien solían ver en el jardín atendiendo sus geranios,

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hubiera llevado a cabo los crímenes. Pero ante la presen-
cia de los agentes del orden confesó sin demora; mientras Pájaros
lo conducíamos hacia la patrulla, mesaba su cabellera Ricardo Ramírez Requena
plateada y sus sollozos se hacían cada vez más altos y más
destemplados.

A mi padre

El pájaro es el resumen del aire.


Roberto Juarroz

H e amado siempre el vuelo de los estorninos. Un vuelo


amplio y en bandada, que es un espectáculo y un res-
guardo contra lo que nos pueda acechar. Así lo entendí
desde que escuché el tercer movimiento del Concierto
para piano número 17 en sol menor, de Mozart. En un cua-
derno de apuntes, el músico indicó que le enseñó a can-
tar la melodía a un estornino que adquirió como mascota
pocas semanas después de componer la pieza. Estuvo con
él durante tres años.
Estas aves suelen ser cercanas a sus dueños. No de
otra manera he podido entender el arte de volar: ense-
ñamos al avión a llevar con suavidad los movimientos en
el aire, a curvarse con sensualidad, a destilar elegancia
y rudeza. Lo llevamos melodiosamente entre las nubes,
junto al resto de los pájaros, de los aviones que surcan con

214
nosotros en el aire. Que se hacen rayos. Que trazan líneas buscaba la nube oscura de los estorninos en bandada,
blancas en el firmamento. danzando como un trompo en el aire.
Lo sé bien por varios motivos. Por ahora, mencionaré En poco tiempo entendí el segundo de los motivos:
el primero: tuve una de estas aves en un tiempo sin carga que no debía tener ninguno en jaula. Ni debía permitír-
de carbón en el año 26, a las orillas del Támesis. Lo tenía melo a mí. Me marché a casa entonces. En San Cristóbal
en una jaula pequeña de estaño reforzado que encontré me presenté ante papá. Ya tenía 16 años. Me había fugado
en un basurero. Pude arreglarla. Pasé por la tienda de a los 14 sin dejar rastro alguno. Me cruzó el rostro de un
aves, en Whitechapel, cerca de Bishopsgate. Vi su plu- cuerazo. A los días, me recibió en su despacho.
maje oscuro, su brevedad, por varios días, siempre al pa- –Usted no sirve ni para el estudio ni para el trabajo.
sar, en mi camino hacia la Hanbury Street, donde logré Si fuera a misa lo mandaría al seminario de una vez, pero
alquilar una pieza por algunas noches. Quise uno, y la seguro ya es ateo. Así que se me va para la Academia Mi-
providencia me fue favorable al encontrar la jaula. Un litar. Ya envié despachos y lo esperan en Caracas. Usted
par de semanas después, era mío. Se adecuó a mi escueta sabe el camino para salir de aquí. Y también para salir de
morada. Fue mi única compañía en los meses que pasé la ciudad. Se me va en menos de tres días.
en Inglaterra, mientras lograba embarcarme de nuevo. –Le escribiré, papá.
Tuve que dejarlo, con pesar, al retomar mis labores –A mí no, escríbale a su madre. A mí mándeme una
en el carbonero. Nuestro destino era Massachusetts, y no foto de subteniente o no me busque más.
podría sobrevivir al viaje enjaulado. Lo obsequié a una Claro que sabía llegar a Caracas. Se toma una mula,
joven muchacha del mercado del barrio, quien compla- por la vía de Trujillo hasta el sur del lago de Maracaibo.
cida me extendió su mano para besarla. Vea usted, cosas Luego se debe tomar un vapor hasta Curazao, y de ahí
de mujeres inglesas. Ni siquiera sonrió. Sí supo regalarme otro hasta Caracas. Cuando mi fuga, abrumado por el has-
una mirada gris, pero viva, y entendí que sabría tratar al tío del silencio y calles chatas, me ofrecí como grumete en
pájaro. Las gentes del Norte centran todo en la mirada un barco noruego que transportaba carbón y lo hice por
y las maneras, y yo, bárbaro de los Andes, pero mustio y un par de años mi oficio. Ahora, el camino sería otro: un
silencioso, supe darme a entender ante ellos. vapor hasta La Guaira, y luego en bestia hasta la capital.
Al llegar a Norteamérica vi la primera bandada. Como Al llegar a la ciudad, el paso corriente hacia Caracas
una mano oscura y sutil bailando en el firmamento. Un estaba obstaculizado. Buscaban gente. Prófugos de la jus-
ciclón de alas de caoba dispersándose en el cielo ante el ticia. Dicen que eran estudiantes que trataban del llegar
ataque de las águilas, y volviéndose a hacer uno en su mar- al mar para marchar al exilio. Tenía dos opciones: o espe-
cha. Quedé maravillado. Así, en cada viaje, fuera al norte raba unos días, pernoctando en el litoral, o acometía mi
o al sur (en donde introdujeron estas aves con el tiempo), ruta por el Camino de los Españoles. Impaciente, escogí

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la segunda. Dos viajeros, comerciantes que regresaban a darle paso o no. Ante la traición, escucha los cañones re-
la ciudad, me acompañaron. tumbar adentro del pecho.
Subiríamos en mula. Antes de la primera hora, al re- Desde el momento de salir, noté la desconfianza de
montar el sol en su camino hacia el mediodía, uno de estos hombres ante los andinos, por lo que hice bien en ca-
ellos se quejaba de la abolición de la esclavitud. llarme y nunca hablar. Nada mejor que resguardarse de los
–Humboldt pudo subir este camino porque tenía es- que tienen miedo. Ya casi llegábamos, pues empezamos a
clavos que le llevaban las cosas. Uno no. ver las faldas de la ciudad. Entrando por La Pastora, pude
Se notaba una ciega amargura en el rictus de su boca, hacerme de un transporte que me llevó cerca del Nuevo
en los ojos y en la mayor parte del semblante. Circo, y de ahí, en una pensión por noches, pude reposar.
–Ellos subieron por Cotiza, nosotros lo tendremos un No me despedí de los señores. Ya estaba en Caracas.
poco más fácil. Mis años en la Academia Militar fueron cuatro en
Yo callaba, no era parroquiano. Antes del Fortín del plenos tiempos de mi general Gómez. Egresé en el año
Salto, vimos una hacienda, hermosa, llena de años y silen- 31. Le escribía cada mes una carta a mi madre, y al gra-
cio. El segundo de mis compañeros se notaba incómodo. duarme, dejé una foto para que fuera enviada a mi papá.
–Aquí hay ánimas, así que mejor seguimos. “Don Ismael, aquí tiene su retrato”, le escribí por detrás.
Desde abajo ya veíamos la cumbre del Fortín de Cas- Volví pocas veces al pueblo; era complicado ver a papá.
tillo Negro. Ahí reposamos. Pude ver el mar desde esa al- Me ofrecieron como destino Maracay. Acepté.
tura, el litoral pleno y hermoso; observaba las olas en un
ritmo ascendente y descendente, elevando los barcos. Pude II
ver turpiales y cristofués, colibríes y gavilanes. Una ventisca
trajo nubes del Ávila y borró de nuestra vista la imagen Las cenizas me las enviaron en una caja de zapatos por
del mar. Como si tragara sueños y salitre. Entonces apa- Aerocav. Hasta muerto vino a echar lavativa. Toche. Si le
recieron los gavilanes, dueños del cielo y los zamuros, del contara. Vino un coronel, a quien le pedía que me man-
averno. A la hora, percibimos un olor a lluvia y seguimos dara al muerto, y me dijo que eso era complicado. Era el
la marcha. Cerca estaban el Fortín de la Cumbre, Castillo jefe de alistamiento militar del estado Apure. No lo tengo
Blanco, y más allá San Jorge de la Cuchilla. Ruinas de un muy claro en la memoria. Deme unos minutos y seguro
pasado que no existe. El eco de las montañas retrataba ese me acuerdo. Usted, Enrique, merece conocer la historia
pasado. Un compañero contaba que la presencia de piratas bien. Las vainas con ese muchacho siempre fueron raras.
se anunciaba con cañonazos de fortín en fortín hasta Puerta Era nuestro hermano por parte de papá, el primero de sus
de Caracas. La ciudad se enteraba enseguida de su llegada. hijos parece. Desconozco el nombre de su madre. Me
–Parece que Gómez ensalmó estos lugares. Sabe llevaba como diez años, estimo. Lo vi alguna vez, creo,
quién entra y quién sale a estas tierras, y su mano decide con esa cara de alzao. Apenas era yo un tuso cuando me

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saludó una vez: “Buenas tardes, don Pancho”. Llevaba su Aquí en el Táchira tuvimos suerte: muchos se fueron.
cuota de ironía, pero aunado a eso me regaló un juego de Castro, Gómez, López Contreras, Medina Angarita, Pérez
soldados de plomo, que aún conservo. Con eso se ganó Jiménez. Todos se enamoraron de esa señorita: Caracas.
mi afecto. Sería a comienzos de los años 30 cuando lo vi Nos dejaron tranquilos en nuestras montañas, aunque por
por acá. Vivíamos por la casa del centro, cerca de la cate- supuesto que la resolana de ese mediodía nos tocó. Hoy
dral. Papá llevaba una ferretería, vainas. Mamá mostraba en día recorrer el Táchira es recorrer los lugares en donde
gallardía, coraje. Tu abuela Ernestina era curiosa. Dulce nacieron los andinos del poder. Aquí hasta se aprovecha
y con un carácter de monja cartuja. Por algo mi hermana de eso. Gente que no volvió nunca. Quedamos nosotros.
Griselda salió monjita. Cristo siempre por delante. Ignacio fue como tu padre: libre, aguerrido, peleón.
Me distraigo por los años, Enrique, disculpa. Enterra- Y esos no suelen encontrar su lugar entre estas montañas.
mos las cenizas en el Cementerio Viejo de San Cristóbal, No saben beber lentamente el café en el pocillo: se lo
al lado de las de tu papá, quien se le parecía en el carácter. tragan. Y además, no duran tantos años. No saben de sere-
Ese temple de indio atravesado que parece tiene el mayor nidades. Recuerdo cuando tu papá se fregó la pierna. Lo
de tus hijos, según me cuentas. Él, que había hecho tan- mandaron a Nueva York. Me enviaba cartas murmurando
tas cosas, nunca fue celebrado por acá. En el Táchira, o de todo, pero extasiado con la ciudad. Eso sí era mundo,
usted toma el poder en alguna parte, o es un pendejo que me decía. Así tenemos varios en la familia.
merece ser olvidado. Si se sale de esta ciudad, que queda A mí me quedan pocos años, lo sé. Pero aún así somos
tan lejos, tiene que ser para lograr algo importante, si no longevos. He aprendido a tomar con calma las cosas; las
mejor ni vuelva. ¿Te acuerdas de Nogales Méndez? Tanto decanto, saboreo, contemplo. Bebo una botella de vino o
rodar por el mundo, tanto generalato con los turcos, bus- de champaña al día y eso mantiene sano mi corazón. No
car oro en Alaska, cualquier zoquetada con armas, tanto me trasnocho, no abuso de la carne, hago siesta y reposo.
librito publicado y amenaza de echar a tiros al general Gó- Llevo a paso de mula mis negocios, pues ya los mucha-
mez, y ahí tiene, nunca ha sido recordado. Apenas uno lo chos están grandes. En este año, este nuevo milenio, este
lleva en la memoria. Como lo haces tú, Enrique, que en año 2000, brindo contigo sobrino, hijo mío tan querido.
eso sí saliste a mí. Ambos hemos sido, somos, militares. No invoquemos más el pasado. Dejemos atrás a Ignacio.
Yo me hice médico también. Y no le hacemos el feo a las
palabras. Pero si no hay poder de por medio, somos despre- III
ciados. Y por eso la familia se ha encontrado tan extraña
desde hace años. Una ciudad fregada, vea, San Cristóbal; Al llegar a Maracay, estaban buscando pilotos, don Pancho.
engreída pero callada, llena de soberbia. Serena, sí, pero Me enrolé enseguida. Sabía qué era lo que quería hacer. Nos
acostumbrada a enviar a los hombres a desbastar los go- sumamos su sobrino y yo, que veníamos de la Academia,
biernos de la tierra. y éramos de la misma promoción. Competíamos mucho,

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pero al tener ambos la mejor vista logramos muy pronto nía ya competencia con la muchacha. Era de Caracas.
el puesto de piloto. Decir que veníamos de la Academia Se llamaba Mónica. Era de una hermosura que para qué
Militar quiere decir que nuestra educación era prusiana, contarle. Brillaba cuando andaba por la plaza Bolívar, o
usted lo sabe. Nos instruyeron alemanes. Eso le contentó por toda Altagracia. Me sonreía, pero tenía competencia.
a él siempre, pues con ellos, los austríacos y los turcos fue Muchos la soñaban. Esto fue ya en el último año de la
que peleó Nogales Méndez. Tenía sus libros. Un nuevo Academia. Estábamos por graduarnos. No soportaba la
(entró un año después que yo), Vargas Ortiz, le ayudaba idea de que ella no podría ser mía. Así que agarré mis
a leerlo en inglés, pues aunque hablaba el idioma, apren- alas y me fui a Maracay, con Ignacio y los demás. Éramos
dido no sé donde, le costaba un mundo leerlo. Nogales era pocos, nos conocíamos; algunos, paisanos; otros, tan solo
el más grande tachirense para él, pero nos cuidábamos de hermanos de armas, pero con el fuego de la amistad que
comentarlo pues mi general Gómez era paisano. Y eso po- las armas llevan. Sí, éramos hermanos. Usted que es tam-
día significar desde la Rotunda a algo peor, si se enteraba bién un hombre de armas, aunque esté por jubilarse, lo
de lo que leíamos y pensábamos. sabe. ¿Cuántos años es que tiene usted ya?, ¿52? Bueno,
En la Aviación, nos recibieron unos franceses. Él se su sabiduría como médico y coronel lo marca. Aunque
molestó. Ignacio, quiero decir. He aprendido que nos usted se asimiló al ejército, no vivió los años de formación
molestan los ganadores. Quizás por eso muchos andinos de la Academia. Hay cosas que desconoce. Su sobrino,
salimos de nuestras montañas, don Pancho. Eso usted lo Enrique, sí lo sabe. Y siendo apenas un capitán, tan cer-
sabe. El afán de ser triunfador no concuerda con noso- cano todavía a los recuerdos de la Academia, más.
tros. Amamos el mando, pero nos friega la paciencia, el Sigo contándole. Comenzamos entrenando con mo-
optimista. Los franceses no duraron mucho, para alegría nomotores, y luego bimotores, hidroaviones que aterrizá-
de Ignacio; estaban de salida. Pronto los alemanes y los bamos en el lago de Valencia. Me gustaban los Farman
italianos vendrían en su reemplazo. F-40 pero los principales eran los Curtiss. Dominaron los
Yo recuerdo estos sucesos y me da un gran pesar. Fui- cielos por algún tiempo. Me gustaba volarlo, pues podía
mos como hermanos. Pero las cosas del poder son com- hacerlo solo, pero no había suficientes como para hacer
plicadas don Pancho. Si lo sabrá usted. Vea, para decirle virajes en el aire y variaciones acrobáticas. Los primeros
la verdad, yo no quise realmente ser aviador, pero me Macchi hacían aparición por esos tiempos, al igual que
enamoré locamente de una muchacha, y sólo pensé en los Salmsons italianos.
eso para conquistarla. Tenía que ser alguien, pues era de Yo me hice piloto especializado en los Curtiss. Enton-
buena familia. Y usted sabe cómo se derriten esas mu- ces fue que empezaron las diferencias con Ignacio. Él fue
chachas por un uniforme. Se vuelven locas. Sólo pensar siempre un militar anárquico. Disciplinado, sí, y amante
en contarle que yo volaba un avión, era ya bastante. A del uniforme, pero lleno de una rabia contenida en silen-
los andinos nos gusta el uniforme desde siempre, y te- cios semejantes al silbar del viento entre los árboles. Un

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silencio nunca mudo, pero apenas encubierto. Ambos ha- del país. ¿Qué más no me has dicho? Qué vaina, tío. Tie-
bíamos egresado de la Escuela de Aviación en el 35, en su nes tres meses en cama; seis meses desde nuestra última
segunda promoción. Perdone que me repita, pero llevo ya conversación. Ya yo me estoy poniendo viejo. Tengo el ca-
muchos tragos. Ya desde comenzar los estudios se notaba bello plateado de la familia, el uniforme ya colgado, los
un brillo de ojos malsano e insolente en su mirada. Nunca hijos grandes. Esta parquedad de nosotros los andinos, este
diría que por desgracia, lo apreciaba, pero el hecho de que reconcomio quién sabe con quién. Al final, llevamos mu-
a ambos al año de egresados nos nombraran pilotos de es- cha rabia por dentro, mucha hiel. Pero hay que empezar a
cuadrillas del Grupo de Reconocimiento, me pareció de serenar a los demonios, a callarlos. No, mejor no hable, no
mal agüero. Ignacio competía, quería ser siempre el me- tiene fuerzas. Tanto tubo y cable que tiene conectado al
jor, y tenía una rebeldía insana. Nunca fui un prusiano, cuerpo, no ayuda. Yo quisiera que volviera, y me contara
me identifiqué más con los franceses en mi formación, y más cosas. Heredar su memoria. Sé que siempre me ha
eso lo rabiaba. Tenía en alto siempre a la figura de Nogales considerado un hijo, por la sangre y por las armas. Pero
Méndez, como le decía, ese bullero antigomecista. Por también sé que nuestro vínculo está en las palabras que se
supuesto, lo callaba. Si sabían algo de sus pensamientos, lo cuelan entre el café cerrero de la mañana y el vino de la
mandarían a arrestar. Y yo no era ningún soplón. Al final, cena. Nuestras conversaciones, tío. Nuestras charlas. Esas
ambos éramos oficiales profesionales, y la camaradería y la maneras de encauzar el silencio.
solidaridad militar privaban ante todo. Pero órdenes eran Recuerdo cuando venía de cadete a su casa. Me que-
órdenes. Y la larga mano del general Gómez vivía entera daba los fines de semana en Caracas en casa de mi tía
todavía, a tres años de su muerte. Elena y mío tío Juan, pero cuando venía a San Cristó-
Tan raro que era Ignacio. Con su tonada de Mozart bal siempre pasaba por acá. Ya Gloria, su hija, estaba más
en los labios, sus libros sobre Francisco José, sobre Viena, grande y me miraba firmemente, en especial cuando leía.
sobre Estambul y Alemania. Tan raro. No podía entender Era lo que más quería hacer. En la Academia, en el monte
por qué me mandaron a investigarlo. buscando a la guerrilla, en mi casa, leer. Este hijo mío he-
redó eso, más no las armas. Ninguno de mis varones quiso
IV el uniforme. Tiempos de cambio, tío, de metamorfosis.
Ya esta ciudad tampoco es lo que era. Ya no vivimos en el
Uno de mis hijos me anda preguntando por Ignacio. Le centro, las corridas de toros son cada vez peores, la Feria es
inquietan los secretos de la familia, los silencios. Y ahora una extensión de las vacaciones. Estamos dejando, al fin,
contigo en cama, es a mí a quien le inquietan. ¿Cuántas a la Colonia atrás. No sé qué tan bueno sea eso. Extraño
cosas te llevarás contigo, ahora, después del ataque que cosas. Pero las cosas han cambiado y hay que acoplarse.
sufriste? ¿Qué no me dijiste nunca de papá? Sé como lo ¿Qué más puedes decirme de tu hermano Ignacio?
trajeron escondido hasta San Cristóbal, desde el Centro ¿Por qué murió como murió? ¿Por qué así? Pedroza Araque

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y yo estuvimos conversando en el Ipsfa allá en Caracas, y vergüenza lo invadió y pensó en estrellarse, en sobrevolar
luego en el Círculo Militar. Nos tomamos unos whiskys el lago de Valencia y sepultarse en el fondo, como tan-
hace un par de semanas. Fue siempre afín al alcohol. Hi- tos. Tumba de los aviadores ese lago. ¿Qué tumba tendrá
cimos memoria de una infancia en el Club Táchira, allá, ahora, sin honor?
cerca de la iglesia de San José y de la Gobernación. De Pero yo encontré otra veta de la historia. Revisando
cómo nos robábamos tus soldados de plomo y planeába- los papeles y las cosas de mamá, encontré pertrechos muy
mos batallas. Yo lo hacía. Él no. Me confesó cierta aver- viejos, que parece que ella guardaba. Eran de mi padre.
sión a las armas. Me dijo que se hizo militar pues era su Mamá los conservaba. Vainas de mujeres. Apenas un re-
única opción. O eras médico, o eras abogado, o eras cura. loj viejo, una cadena, un pisacorbatas, cosas nimias. Pero
El Bagre hace la Academia Militar, y era la oportunidad encontré cartas de Ignacio. Por qué las guardaría mamá,
de salir de ese ostracismo que era San Cristóbal. Que su no lo sé. Pienso que no sabía que estaban allí, pues esta-
aversión a las armas siempre fue cierta, y que lo único ban escondidas en un frasco, lleno de periódicos arriba,
que lo mantuvo en ellas, fue la vergüenza. Ni siquiera junto con un diario. Al fondo, limpiándolo, estaban las
los aviones. La vergüenza. El haberse dejado deslumbrar cartas. Mamá seguro conservó el frasco, pues es hermoso,
por los enemigos de López Contreras, por los hijos del para servir agua caliente para el té. Y ayudó a que la poli-
Bagre. Sí, yo lo llamo el Bagre. No me da pena. Lo llamo lla no se comiera ni el diario ni las cartas.
el Bagre pues dejó una marca, una impronta de los tachi- Deseché la lectura del diario, ya se lo daré a mi hijo
renses que no me he podido borrar por nada del mundo. para que mate su curiosidad. Parece que eran varias las
Menos a partir de Pérez Jiménez. Esa forma de ensuciar cartas, pero el moho, los años, el polvo hacen ilegibles la
el uniforme, de llenarle de sombras la espalda a uno. La mayor parte de ellas. Sólo una se entiende a través de la
vergüenza, me contaba Pedroza Araque. Venga usted a luz de una vela. Es una carta de amor. Una carta de amor
ver; me dijo que hace años, en los setenta, estando yo en de mi tío Ignacio a una tal Mónica Contreras. Se mues-
el monte buscando guerrilleros, ustedes conversaron. Y tra correspondido y contento. No sabía que escribía tan
que le contó las cosas con Ignacio. Pero, por lo que usted bien, que tuviera ese hálito de poeta. Pero, más que eso,
y yo hemos hablado, hay algo que no le dijo. Quizás, ya revela una cosa terrible que es mejor que nunca sepas. Y
con los años, no tiene miedo de soltar la lengua. Me dijo tampoco lo sabrá mi hijo, el que pregunta tanto por tu
que se dedicó a pasar informes de Ignacio, a declararlo hermano. Mejor dejar las cosas así, ya con los años. Hay
rebelde, conspirador y cuantas cosas más sólo porque era historias que mejor es imaginárselas.
distinto. Sólo porque había visto el mundo que los demás Mi tío Ignacio. Tu hermano. Ya pronto lo verás, al
sátrapas no habían visto. Sólo porque llevaba libros. Me igual que mi padre. Diles que he procurado ser un buen
dijo que lo dejó caer, y que lo miró desde lo alto. Pero hombre, honrado, amante de sus hijos. Diles que yo tam-
que al verlo en el suelo, en esa inmensidad, la culpa y la bién leo sus libros, incluyendo los de Nogales Méndez,

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y que ahora tengo los míos. Que el uniforme lo respeto, Ya el mundo empezaría realmente a cambiar. Aún así, era
pero lo olvido. Que ellos, como tú, nunca serán olvidados. el héroe de todos los pilotos y las conversaciones en los
botiquines de los oficiales, entre ron y ron, giraban alre-
V dedor de sus hazañas. Yo pensaba que podía hacer algo
semejante, cruzar el Atlántico, reconocer las cumbres de
El 30 de agosto de 1938, según Orden General, fui ascen- los Andes venezolanos, surcar las tierras de Guayana. Los
dido a teniente y pasé a ocupar el cargo de comandante de demás se burlaban. Pedroza Araque era uno de ellos. Me
la Escuadrilla número 13 de Bombardeo. Estaba eufórico. decía que me dejara de soñar pendejadas, que me quedara
Me encomendaron los célebres terrenos de la familia Lui tranquilo, que ya los tiempos eran otros. Entendía el doble
en Maiquetía, para hacerle ver a la gente de la Compagnie sentido político en sus argumentos, y me molestaba.
Générale Aéropostale, a Panamerican, a KLM, que eran Así que un día decidí probar suerte y volar a través
resguardados y, además, que nosotros también podíamos del Arco de Carabobo. No fue sencillo. Sentía que me
volar. Y solos. Emprendí el vuelo acompañado de dos espiaban. Tuve que quemar algunos libros, papeles. Con-
aviones más, dimos una pequeña vuelta hacia el mar y, de servé algunas fotos, un par de cartas de Nogales Méndez
regreso, saludamos desde arriba, moviendo el avión de un cuando estaba empezando la Academia Militar y nada
lado a otro. Pequeñas casas y minúsculas personas se avis- más. Cada día sentía que me separaba de esta tierra, que
taban lejanas en el suelo, ese lugar donde todo termina, me unía más al aire. Un aire denso, pero mío, en donde
acabando con la perfección de surcar los cielos. Pedroza poder respirar. En la Base había miedo y en la calle el país
Araque volaba conmigo desde que nos graduamos, y ese no encontraba camino ni lugar. La incertidumbre por do-
día al desembarcar, se acercó a mí y me miró de forma quier. El desasosiego. Yo encontraba mi lugar en el aire,
siniestra. Yo estaba consciente de la existencia aún de la libre, y me sentía el mayor de los esclavos en tierra. Sólo
mano negra del gomecismo, de que debía cuidarme, res- me salvaba Mónica y sus risas, su vestido bailando con
guardar las cartas que me llegó a enviar Nogales Méndez. la luz de la tarde en Caracas, esa luz que nos amarra a
Pero eso ya era pesado. Se había muerto hacía un año don los andinos a su vera y que nos hace extrañarla apenas la
Rafael. No tendría que temer nada. conocemos. No he dejado de enviarle cartas nunca. Más
En nuestros reconocimientos por Maiquetía, no de- que a mi madre, desde que la conozco. Le revelo todo:
jaba de pensar en Lindberg. Cómo vino a Venezuela, mi identificación con Nogales Méndez, mi desprecio al
cómo sobrevoló Maiquetía buscando terrenos para Pa- gomecismo, a sus continuadores, a la ceguera ante tanto
namerican en el 27. Todos queríamos ser como Lind- dolor de la gente, ante la indolencia generalizada. Sé que a
berg, de espíritu alemán, aunque los sucesos acaecidos ella se le hace difícil escribirme, pero me deja notas con su
en Alemania desde el 33 nos habían hecho alejarnos de chaperona, que valen más que cualquier palabra. Yo le re-
ese espíritu. Sabíamos inminente la invasión de Austria. galé una postal con una bandada de estorninos ilustrando

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las notas de la pieza de Mozart. Así que fue a ella a quien desde el estado Cojedes hasta Portuguesa. Pedroza Ara-
le comenté que iba a cruzar el Arco de Carabobo. Esperé que se desvió hacia Apure y lo seguí, pues no podemos
unos días por su respuesta. Mientras, fui hasta allá a tomar regresar sin nuestra pareja de vuelo. Me extrañó el desvío,
medidas, para calcular mi paso a través de él. No pude ha- no estaba dentro de las órdenes pautadas. Sobrevolamos
cerlo. Me detuvieron prácticamente al llegar. el sur de San Fernando y más allá, cerca de Barinas. Nos
Estuve preso dos semanas. Me trataron bien, pero me desviamos y sobrevolamos el río Capanaparo. Fue en-
ignoraron por completo. Al salir, le expliqué a mi mayor tonces cuando escuché el ruido en el motor. Un goteo
que sólo quería hacer una hazaña criolla, hecha por ve- extraño. Decidí aterrizar en el margen izquierdo del río,
nezolanos, para demostrar que nosotros teníamos pilotos cerca del poblado de Arichuna. Le indiqué señales a Pe-
buenos, que no había nada que envidiarle a nadie. Su mi- droza Araque y bajé. El terreno no era el más indicado
raba reprobatoria decía todo. Me despachó sin palabra. pero no tenía dónde más aterrizar. Estábamos en invierno
Los siguientes tres meses (era septiembre), me dejaron en y la sabana estaba anegada de agua. Las ruedas golpea-
tierra a manera de castigo. Tuve que conformarme con ron suelo correctamente pero se enterraron. Tuve que ba-
mirar a los demás volar. Y eso para mí era el infierno. jarme. Revisé el goteo; lo arreglé. Intenté despegar pero
Recibí el año en San Cristóbal. Compartí con mi ma- no pude hacerlo. El avión no tenía la fuerza suficiente
dre, le regalé unos soldados de plomo a mi hermano Fran- por el suelo arcilloso. Pedroza Araque sobrevolaba mi po-
cisco y dejé allá unos papeles para que me los guardaran. sición, pero sin intensiones de aterrizar o volar a Maracay
Regresé el 2 de enero a la base. Encontré a Pedroza Araque a dar el parte. No sabía qué hacer.
jurungando en mi cuarto y eso me sorprendió. Me dijo que Entonces el avión bajó lo más que pudo y soltó unos
buscaba una afeitadora y una crema para zapatos, pero sus papeles en el aire. Eran las cartas que le había enviado
nervios revelaban más. Le increpé duramente qué bus- a Mónica en tantos años, decenas de cartas. Entendí mi
caba. Lo empujé. Amenacé con denunciarlo ante nuestros sospecha de semanas anteriores, ahora que lo compro-
superiores y se puso mansito. Toche. Provocaba golpearlo. baba: las cartas fueron interceptadas desde el principio
Ofuscado, lo dejé salir de la habitación. Algo se quebró por inteligencia militar. Y el espía en la Base del que to-
entre nosotros a partir de ese momento. Fue, para mí, el dos hablábamos y nadie sospechaba era Pedroza Araque.
comienzo del final. Pude comprobar quién era Pedroza Me llené de ira. Empecé a patear la tierra, el avión, lo
Araque. Hace apenas unos días lo sospechaba, lo anoté en que tenía enfrente. En el firmamento, en los árboles más
mi diario estando en San Cristóbal. Y no podía creerlo. altos cercanos a las pequeñas montañas, vi el planeo de los
El 24 de enero de ese nuevo año, 1941, fuimos envia- gavilanes. Sentí un escalofrío. Sentí la presencia de las
dos a hacer un reconocimiento de terrenos en los Llanos. ánimas. Metí las manos en la cazadora y pude sentir una
Como signo fatal, a Pedroza Araque y a mí nos envia- suerte de cartulina, una tarjeta. Pedroza Araque la co-
ron juntos. Despegamos a media mañana y reconocimos locó, seguramente cuando entró a mi cuarto. No tenía

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palabras. Sólo la ilustración de unos estorninos volando,
con los acordes de la pieza de Mozart que tanto me gustaba.
Me dio por recordar a la muchacha inglesa a quien le
regalé mi pájaro, a la bandada entera de estorninos que vi
al llegar a Massachussets, arriba, en lo alto y, por último,
a la jaula que compré en las calles de Londres.
En el bochorno del mediodía, viendo al avión hacer
movimientos de burla en el aire, junto a un cielo de za-
muros rondándome, me di el primer tiro en el pecho, ya
de rodillas en la sabana húmeda. Con el segundo de los
tiros, los vi apenas alejarse.

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vI edición
2012
Veredicto

N osotros, Victoria De Stefano, José Luis Palacios y


Luis Yslas, miembros del jurado de la VI edición del
Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóve-
nes Autores, reunidos en la ciudad de Caracas con el fin
de emitir el veredicto de dicho certamen, una vez leídos
todos los cuentos participantes, hemos decidido, de forma
unánime, lo siguiente:
Conceder el primer lugar al cuento “Evocación y elo-
gio de Federico Alvarado Muñoz, a tres años de su muerte”,
firmado bajo el seudónimo Ana la Alemana, por tratarse
de un cuento que articula con acierto diversos tiempos
verbales de la narración, manteniendo una eficaz tensión,
a la vez que hace uso de imágenes poéticas que enrique-
cen una prosa sin estridencias que es también la elegía de
una experiencia fracasada.
El segundo lugar al cuento “Mondadientes”, firmado - “Cómo cae un poderoso”, de Juan Carlos González
bajo el seudónimo Salvador Bouvie, el cual posee un Díaz.
ritmo narrativo que no decae en ningún momento, de-
bido al empleo de un lenguaje sencillo pero efectivo que - Sin título, 2010, de Martha Durán.
recrea una historia de atípicas soledades que se encuen-
tran en la singular figura de un antropófago, logrando una
anécdota acertada desde el punto de vista personal.
Y, por último, el tercer lugar al cuento “A medio ca- En Caracas, a los 28 días del mes de abril de 2012.
mino”, firmado bajo el seudónimo Calaf, ya que se trata
de un relato en el que priva una escritura sobria, depurada
de ornamentos, que recrea la historia de un desvío geográ- Victoria De Stefano José Luis Palacios
fico y psicológico, a través de una narración fluida y con-
vincente que incorpora diálogos de lograda efectividad. y Luis Yslas

Abiertas las plicas, los ganadores resultaron ser: María


Dayana Fraile, Delia Mariana Arismendi y Miguel Hi-
dalgo Prince, respectivamente.
De igual manera, hemos decidido otorgar menciones
especiales a los siguientes cuentos (listados sin orden de
preferencia):

- “Las propiedades curativas del fuego”, de Dacio


René Medrano Arreaza.

- “Hacia una metodología del desecho”, de Nora


Edén Mora.

- “La visión de los lobos”, de Enza García Arreaza.

- “Érika y Berenice”, de Katy Civolani.

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1o l u g a r Evocación y elogio
de Federico Alvarado Muñoz,
A tres años de su muerte
María Dayana Fraile

para Renato Rodríguez


in memoriam

E nsayamos la lluvia. La indolencia de dejarnos arras-


trar por la belleza: sentimentales y estúpidos. Tarde
lenta y pesada. Caemos uno dentro del otro como gotas
de agua sucia. Las nubes tienen formas de columpios ro-
tos. Federico tiene forma de columpio roto. Forma de nube.
Federico hojea una novela de Enrique Vila Matas. No
morirá sin haber leído a Vila Matas, pero lo enterrarán
vestido de marrón, un color que detesta. El saco no será
de su talla y le quedará fatal. Aún ninguno de los dos sabe
esto. No podemos imaginar que en el futuro, de tanto
revolcarse en su tumba, él terminará por convertirse en
un zombi (condenado a deambular por los escalofriantes
pasillos de la historia de la literatura nacional).
Por las noches vendrá a pedirme bolígrafos y yo me
desvelaré contemplando sus manos que parecerán mol-
deadas en puré de guisantes. Su voz también cambiará, la
escucharé siempre lejos, como si se tratara de una llamada
de larga distancia. Sentado en el borde de mi cama, sacu- autor norteamericano, el porqué de ese firme propósito
dirá las briznas de hierba y los pétalos de flores adheridos de mutilar su voz, de restarle fluidez (en este sentido, me
a las solapas de su camisa, hablará sobre sus relecturas tomó años comprender que mi amigo era un hombre va-
de la novela de la tierra. Se interesará particularmente liente y honesto, cuya más elevada aspiración consistía en
en Peonía de Manuel Vicente Romero García, una no- ser un impostor y un travestido: cosas de la literatura y sus
vela pionera en la introducción de la figura del zombi en extraños caminos).
nuestra literatura. Luisa, el personaje femenino, muere Hago entonces vanos esfuerzos por concentrarme; mi
en el penúltimo capítulo y revive en el último, nada más cabeza es terreno estéril para el pensamiento práctico. Sin
que para reanudar la agonía sin solución de continuidad. salir de la cama, observo a la tarde ejecutar maniobras
Se irá de mi habitación siempre con el amanecer y a la desastrosas, me conformo con ser testigo de su entrega,
distancia cobrará un aspecto vagamente ridículo: se tam- esa manera que tiene de estrellarse contra los edificios
baleará de un lado al otro como un personaje de La noche cuando cae sobre la ciudad. Borro totalmente a Federico.
de los muertos vivientes. Oh piojo de pupilas torcidas. Mi Por primera vez me tomo el tiempo de buscar palabras
mejor amigo. Mi enemigo íntimo. Pero no nos adelante- para describir aquella imagen y, de súbito, esas maniobras
mos, aún ninguno de los dos sabe esto. Estamos ahora en abandonan su estado de realidad de facto y levitan en el
su apartamento de Bello Monte y faltan aproximadamente horizonte del lenguaje como psicodelia pura: casi puedo
doce años para que él muera como un imbécil mientras ver cómo las antenas parabólicas le perforan el corazón: los
intenta jugar al alpinista en Mérida. Ensayamos la lluvia. bucares, tan encendidos, parecen la manifestación visual
La indolencia de dejarnos arrastrar por palabras antiguas de esas heridas o simples metáforas, rodillas que sangran.
y pasadas de moda. La música que brota de los pequeños Después de algunos minutos de escueto silencio, Fede-
amplificadores nos mantiene despiertos. Repaso la figura rico resurge detrás de un biombo de aire, está de nuevo
de mi amigo cuando se incorpora para cambiar el CD. en escena. Se atribuye a sí mismo el derecho de palabra y,
Primero, su cabello claro y pajizo, creciendo sobre la lí- bastante satisfecho, se larga a disertar sobre la plataforma
nea del atardecer como un amasijo de algas electrificadas. digital más adecuada para “nuestro proyecto”: una revista
Luego su ampulosa silueta, jorobada por el peso del tedio literaria online. Camina hasta el reproductor y, con solem-
y los malos poemas publicados en el pasado. nidad, gira la perilla del volumen hasta llevarlo a un nivel
Su voz impostada, fracturada de tanto leer los cuentos casi inaudible, acto seguido se explaya en demostrar las
de Raymond Carver a todo volumen, me anima a hablar ventajas de trabajar con Wordpress. Continúo sin poder
sobre “nuestro proyecto”. Sus palabras suenan como ra- concentrarme. Ha bajado tanto el volumen que Pescado
mas secas deslizándose en el interior de una batidora in- rabioso parece estar interpretando los acordes iniciales de
dustrial y me obligan a reconstruir mentalmente, aunque Cantata de puentes amarillos en el interior de una cesta
no venga a cuento, el porqué de sus lecturas obsesivas del de basura; Spinetta canta envuelto, de pies a cabeza, en

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pliegos de papel periódico (ha quedado como una mo- Lo interrumpo. Oye, cuéntame otra vez ese sueño, el de
mia). La percusión se torna imperceptible… “vi la sortija anoche. Rayos y centellas, al más clásico estilo cómic,
muriendo en el carrusel, vi tantos monos, nidos, platos de convulsionan su frente. Está disgustadísimo. Le sube vo-
café, platos de café”. Nada más desconcertante que un pu- lumen a la música y se queda callado. Insisto. Oye, cuén-
ñado de sustantivos entremezclados con verbos al azar. El tame otra vez ese sueño, vale.
tiempo pasa como algodón de azúcar entre los dedos, con-
fiere al tacto una sensación pegajosa, insoportable.
Federico camina alrededor de la cama mientras habla, Siempre recordaré esa llamada telefónica. Mi memoria
me recuerda a un samurái: comanda un grupo de gue- tembló y una ciudad construida de recuerdos se desplomó
rreros de trajes brillantes, hermosos y dispuestos a todo lo sobre mi cuerpo. No hubo quien recogiera los vidrios ro-
terrible. Resulta imposible no notar que está poseído por tos. Mis estados anímicos se arrugaron como hojas de pa-
esa sobrecogedora facultad que sólo le sirve para empren- pel llenas de anotaciones sin sentido: líneas inservibles,
der metas cuya realización entraña absurdos peligros, esa con severos errores ortográficos. Durante semanas no
que invariablemente lo condena a terminar boqueando, pude dejar de pensar en su muerte, quizás, por exceso de
tendido sobre una atmósfera irreal, apenas delineado so- amor a mi propia vida y, apesadumbrada, me entregué a
bre un charco de sangre. Su exquisito y lacerante sentido arrastrarme entre los escombros con bastante libertad.
de la disciplina me mueve a abrigar el deseo de que un Después de esa llamada, los días corrieron en círculo
golpe accidental le borre el disco duro y, en consecuen- detrás de la triste nueva, simulando esos cachorros tier-
cia, logre sepultar por el resto de la eternidad ese odioso nos y un poco estúpidos que intentan morder su propia
proyecto. Me pregunto si el acto de escribir no es acaso cola. Entonces, pude comprobar sin asombro que los
una concesión exagerada a nuestra vanidad. Me pregunto suplementos culturales de los periódicos de circulación
si la vanidad puede instalarse en este desastre perpetuo nacional optaron por pasar de largo ante la noticia de su
que es el apartamento de Federico. Sólo el balcón vale muerte. Y si bien es cierto que algunas notas escuetas cir-
la pena con sus nubes aplastadas y grises, desde allí los cularon por Internet, sobre todo en los blogs y las redes
árboles se ven distintos (el cují, por ejemplo, deja de inti- sociales, no es menos cierto que muchas de ellas estaban
midarme, y aquella titánica sensación de realidad que me plagadas de imprecisiones y de informaciones erradas so-
sobreviene cuando lo observo de cerca, empieza a desdi- bre su vida y, más aún, sobre su obra. El silencio de los
bujarse lentamente. Es como si una fina llovizna lavara medios operó en él una transfiguración de carácter sim-
sus hojas y atenuara su presencia, adelgazándolo). bólico: lo convirtió en un cadáver sin sepultura. Otra cifra
Su parloteo me aturde. Me importan bastante poco, roja para las estadísticas.
por no decir nada, Wordpress y los pajaritos pintados del Bien enraizado en la tradición, Federico era el más
Twitter. Su piel brilla como en un comercial de jabón. fantasma de los escritores vivos (insisto en proponer la

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imagen de él como barco fantasma, condenado a vagar, a lan por toda Caracas. La calavera es una almohada y la
arrastrarse, flemático y torpe, sobre el océano gris, en la pelota simboliza el mundo. El mundo termina desinflado
búsqueda eterna de un espejismo: un puerto que aparece por la cuchilla del niño que duerme sobre la calavera.
y desaparece entre la niebla. Ese puerto está hecho de pa- El mundo desinflado rueda por la avenida Lecuna, for-
labras. Ese puerto es un libro, pero no cualquier libro. Es mando parte de una composición general que da miedo”.
el libro que se insinúa en cada nuevo boceto de historia y Sin embargo, del presentimiento a la interpretación
que finalmente logra sustraerse del proceso de escritura. clarividente hay largas e insalvables distancias. Y aunque
Es el libro que siempre intenta escribir. El que siempre estas oscuras construcciones de su imaginación poética
está a punto de escribir. El que jamás logra escribir). Y si pusieron a temblar los cimientos de mi teoría personal del
seguimos esta línea de sentido, resulta evidentísimo que barco fantasma, los términos aún me resultan crípticos en
Federico continúa bien enraizado en la tradición porque exceso, hasta el punto en que prefiero no precipitarme a
es el más zombi de los escritores muertos. establecer débiles conjeturas. A fin de cuentas, Federico
Es por esto que quiero dibujar con estas palabras una sólo intentaba describir sus estados de ánimo.
pistola y una bala sobre el papel. Es por esto que quiero
que estas palabras me ayuden a liquidarlo al viejo estilo
de los zombis de George Romero. Sobre el papel dibujo Nos conocimos en un taller de escritura creativa que coor-
un osario, una hoguera, un ataúd. Si Federico no se hu- dinaba el poeta Agustín de Iturbide en el Centro Cultural
biese ido a morir como un imbécil en Mérida, me hubiera Las Mercedes. Me había inscrito en el taller sin abrigar
seguido el juego; diría ahora, como tantas veces, que él no demasiadas expectativas, sólo porque estaba desempleada
era un barco fantasma a la deriva sino, apenas, un pobre y tenía mucho tiempo libre. Durante los primeros diez mi-
barco de papel hundido. La verdad es que nunca me pare- nutos de la sesión inaugural quise alejarme corriendo de
ció que hubiese una gran diferencia entre ambos. esa maldita sala. Contando al coordinador, éramos doce.
Creo que solo logré presentir el verdadero sentido de Doce personas que, a simple vista, no tenían nada –pero
su observación al leer un correo, fechado el 7 de julio de absolutamente nada– que ver la una con la otra. Esa vez,
2004, que me escribió durante su estancia en Roma y que De Iturbide nos propuso un ejercicio que consistía en que
comienza de esta manera: “Barquito de papel a la deriva, todos los asistentes nos presentáramos en tercera persona.
recubierto de calcomanías siniestras. Santo Niño de la Sus ojos rasgados vacilaban en el alféizar y caían como
Cuchilla durmiendo en el parabrisas, o bien, en la losa de pájaros muertos en medio del tráfico, mientras el resto de
un sepulcro recreado en el parabrisas. Imágenes religiosas su persona dilucidaba acerca del carácter ineludible de
flotando, descabezadas, ausentes, colgadas de las venta- emprender ese aprendizaje en la fase inicial del taller. Sé
nas como sórdidos ahorcaditos de tinta circulando por la que parece poético por la manera en que lo cuento pero
avenida Lecuna. Igual que en los autobuses que deambu- la situación real dista bastante de eso.

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En realidad, De Iturbide asustaba mucho con aque- tina. Cuando estuvimos en el café del Centro Cultural, se
llos ojos atrapados en algún punto del paisaje; asustaba tomó la libertad de darme consejos para estimular mi crea-
con esa mirada perdida que tampoco alcanzaba a convali- tividad. Aunque sus consejos me estaban cayendo como
dar la conclusión de sus explicaciones: el ejercicio exigía patadas de karate, permanecí en silencio y me regocijé
desdoblarse en narrador y, al mismo tiempo, en personaje; pensando en que llevaba un corte de cabello atroz. Inme-
el truco estaba en reflexionar objetivamente sobre los de- diatamente, se atrevió a pronosticar que en breve las cosas
talles que definían nuestra manera de estar en el mundo. caerían por su propio peso. Pues sí, si tienen o no peso,
Nos dio quince minutos para planificar nuestra pre- de todas formas caen, le contesté bastante escéptica, seña-
sentación y sentí que se elevaban mis niveles de ansiedad. lando hacia el suelo con la mano bien recta y haciendo un
Formas indefinidas se movían lentamente en mi cabeza. ruidito con la boca como de avión que planea en el aire y
Me había inscrito en ese taller con la idea de pactar con se estrella e, incluso, me animé a hacer la pantomima de
la ficción y había creído que las sesiones nocturnas eran las volteretas del avión cuando cae a tierra, y sonaba así
la excusa perfecta para estar lejos de casa, para borrarme como puff cuando chocaba con una pequeña montaña y
de mi vida durante unas horas. Y ahora estaba allí, con la paaff cuando alcanzaba la carretera, y puuff cuando final-
agobiante misión de excavar y remover mi interior con mente estalló en pedacitos que saltaron en todas las direc-
un bulldozer. Todo en quince minutos. Realmente no de- ciones acompañados de un chisporreteo leve, medio siseo
seaba analizarme ni, mucho menos, tener ideas sobre mí y medio chasquido. Y fue en ese momento cuando algo
–de todas las ideas había regresado humillada; nadie se hizo click en mi interior; fue en ese momento, mientras él
había tomado la molestia de ponerme en autos y la rabia rescataba a los pasajeros de mi avión y los embarcaba en
era un pequeño sol, artificial, inflado de helio, que ilumi- su mano, que parecía haberse convertido en un Boeing
naba ese súbito despertar–. Terminé por decir una estu- 747 de pronto y se disparaba como un cohete hacia el cielo
pidez: mi personaje se llamaba Anabella, era filósofa y no (sólo que a los pocos segundos detuvo la pantomima por-
podía realizar el ejercicio porque no estaba en el mundo que los ruiditos no le salían tan bien como a mí y porque,
de ninguna manera, porque se limitaba a flotar a su alre- además, estaba consciente de que un avión que no se es-
dedor como un satélite. El poeta De Iturbide me miró a trella no resulta especial ni divertido).
los ojos por primera vez y me contestó que, incluso, los Sin embargo, su fracaso no importaba porque ya algo
satélites debían trabajar en su taller. había hecho click en mi cabeza y el avión se borraba en
Minutos más tarde, Federico me interceptaría cerca el cielo de esta historia: un cielo recompuesto con cinta
del ascensor para invitarme a tomar un café. Acepté por- adhesiva, un cielo-colador, resaca de mil balas perdidas,
que le había escuchado decir que el corazón de su per- saldo estético de un fin de semana de muertes violentas.
sonaje era una pelota de playa de colores brillantes que El cielo que empezó a doler en la parte baja de mi es-
rebotaba contra la ausencia de una mujer llamada Agus- palda cuando nos despedimos en la parada del metrobús.

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Nos hicimos amigos. Él se aprendió de memoria mi cyberpunk para disgusto de Federico, que creía que la no-
teléfono, empezó a prestarme sus libros y a relatarme sus vela de su sueño llegaría a ser un hit si algún día yo me
sueños, unos sueños raros e intensos. Esa etapa de su vida sentaba a escribirla.
onírica estuvo signada por los caballos: caballos salvajes A decir verdad, en un principio, la decisión de escribir
en las pampas borgeanas del Martín Fierro; caballos que, estuvo impulsada por mi voluntad de reducir la cantidad
en 1987, caminaron junto a él y Jack Kerouac en el Lower escandalosa de horas muertas que conformaban mi agenda.
East Side de New York; caballos azules que sobrevolaron Me sentaba ante la computadora para pedirle a la tarde, en
Caracas con el tiránico propósito de secuestrar al poeta silencio, que se desplomara sobre la ciudad, que se colgara
De Iturbide. Yo admiraba su natural propensión a recor- de un árbol, que se asfixiara con una bolsa de plástico. Le
dar de manera nítida esas retorcidas composiciones por- pedía cualquier cosa. Tenía la sensación de que el día no se
que era una virtud de la que yo siempre había carecido. acababa jamás y eso me hacía sentir desorientada.
Yo no soñaba o, al menos, no podía recordar lo que so- Pronto llegaron las sesiones de clausura del taller y,
ñaba. La fase REM en el cerebro de Federico era mi gran aunque yo no había alcanzado sino a garabatear unas es-
vendetta: durante uno de sus sueños me fui de gira con los casas páginas de mi supuesto libro, estaba tan excitada
Pixies y escribí una novela cyberpunk, cuya protagonista como Federico por la inminente presentación de nuestros
era una especie de cyborg creada con el improbable ADN trabajos ante el círculo del poeta De Iturbide. Lo cierto es
de María Lionza, la diosa criolla que cabalga la danta y que nunca nos detuvimos a pensar en que podíamos estar
domina las serpientes; la historia transcurría en la Caracas del lado de los perdedores. Nuestros turnos de lectura fue-
del 2050, una era en la que la polarización y los desacuer- ron sucedidos por críticas encarnizadas que demarcaron
dos políticos se habían intensificado hasta tal punto que el primer fracaso literario de ambos. El cineasta, un hom-
todos los sobrevivientes decidieron olvidar la ciudadanía bre bastante entrado en años, el mismo que insistía hasta
para formar pequeñas comunidades anarquistas esparci- el bochorno en calificar mi rostro como “virginal” (pro-
das por el Ávila. grama que constantemente estimulaba en la concurren-
Nos empezamos a encontrar por las tardes con el fin cia chistes verdes y otras agudezas), opinó esta vez que
de emprender largos paseos por la ciudad. Él hablaba a la estética de Remolinos de retracción: baños de sonido e
menudo de un libro que estaba escribiendo, una reco- imagen –el manuscrito de Federico– era sencillamente as-
pilación de cuentos bastante siniestra que, si mal no re- querosa. La intervención del cineasta fue extensa y alcanzó
cuerdo, trataba sobre una serie de experimentos llevados distintos picos –una gradación del rechazo que principió
a cabo en un grupo de seres humanos y sus células fami- con el repudio moral y culminó en una sobreactuada com-
liares: método de Pavlov, orgasmos, incestos y ondas elec- pasión por las generaciones venideras (definitivamente, el
tromagnéticas. Decidí escribir un libro también; aunque viejo estaba disfrutando de ascender hasta la cumbre para
la historia no estaba inscrita formalmente en la corriente clavar sus banderitas en la vapuleada prosa de mi amigo)–.

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La guinda del postre fue la conclusión: esos cuentos es- Estar en el lugar del testigo fue como retroceder en
tablecían correspondencias insólitas con las tarjetas de una máquina del tiempo hasta el año 1900 porque, a ve-
los Garbage Pail Kids, muy populares en la década de los ces, llegué a sentirme profundamente identificada con los
ochenta y significativas en tanto ilustraciones repulsivas de primeros espectadores de Explosion of a Motor Car, esa
la imaginería contemporánea, cifradas en una estética de la película muda dirigida por Cecil M. Hepworth en la cual,
basura y la deformidad. luego de una espectral explosión, partes mutiladas de
Cuando el viejo regresó a su pose habitual –la de dor- cuerpos humanos llueven en pantalla. Al igual que esos
mitar en la mesa de trabajo–, pude visualizar a mi pobre espectadores, pronostiqué el desastre desde mi butaca,
amigo temblando en una esquina del salón. Parecía una sólo que esta vez se trataba de presenciar el descuartiza-
cucaracha aplastada por un zapato cósmico. Mi caso defi- miento ontológico de mi mejor amigo, en esta pantalla
nitivamente fue menos dramático. El profesor de ingenie- llovían sus pulsiones más oscuras e, incluso, algunas par-
ría se limitó a preguntarme si había escrito mis textos bajo tes de su cerebro (lo que revestía la función de un matiz
el efecto de drogas duras. Nunca entendí si debía tomarlo significativamente más sangriento).
como un halago o como un insulto. Entregado a la separación y al exilio interior, Federico
La derrota, a menudo, viene acompañada de sentimien- engavetó el manuscrito en el que había estado trabajando
tos muy oscuros. Como era de temer, la desesperación, en con implacable vehemencia y se entregó al tétrico oficio
el sentido más romántico del término, tomó posesión del de realizar una autopsia del cuerpo literario de Vadim
cuerpo de Federico. En el plano físico empezó a desarro- Maslennikov, el protagonista de Novela con cocaína de M.
llar un asombroso parecido con los personajes de Tim Bur- Aguéev. Lo sedujo el misterio que rodeaba a esta obra: la
ton, estaba tan demacrado como Edward Manos de Tijera. historia alrededor de la historia.
En el plano mental continuaba siendo el mismo nerd de Durante años la crítica había pensado que detrás del
siempre, el mismo que cultivaba manías incomprensibles seudónimo M. Aguéev se escondía, nada más y nada me-
como coleccionar distintas ediciones de un mismo título. nos, que Nabokov. Lo cierto fue que nadie pudo com-
No obstante, su visión de la literatura pareció quedar irre- probarlo. Durante los ochenta, la gente de Seix Barral
mediablemente trastocada e inició su apostolado en las fi- puso anuncios en los periódicos intentando rastrear al
las de los que intentan transfigurar esta parcela del arte en auténtico M. Aguéev con la intención de extenderle un
un barranco desde el cual desmadrarse, esos tipos sufri- contrato editorial pero nadie se presentó. A mediados de
dísimos que escriben poemas sólo para demostrarle a los la década del noventa, vaya a saber cómo, se empieza a
demás que sus vidas son una verdadera mierda. Esta nueva correr la bola de que este seudónimo encubría a un tal
faceta vino de la mano con genuinos síntomas de biblio- Mark Lázarevich Levi, profesor universitario de idiomas.
manía. Leía sin orden ni concierto, sin objetivo alguno. De este tal Levi se sabe muy poco. Al parecer, era de as-
Leía fugazmente y con igual velocidad olvidaba. cendencia judía. Había nacido en Rusia pero a lo largo

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de su vida se estableció en distintos países, como Alema- una eternidad enfrascado en el duelo. Pero luego, no sé
nia, Francia y Turquía. Suponen que escribe Novela con ni cómo, fui calmándome. Volví a ser Federico y salí dis-
cocaína en 1934, durante su estadía en Estambul. Luego, parado a esconderme en la casa, antes de que me agarrara
simplemente, se lo traga la tierra. esa vaina otra vez en la calle.
De este cúmulo de intrigas, surge de una manera casi Hoy me siento como si nada hubiera ocurrido, sin
accidental el primer libro de Federico en ser publicado: embargo, me he trazado el firme propósito de ser más
Vadim Maslennikov, silencio mineral, tintineo de la pa- responsable con mis horas de sueño. Ese Vadim es un
rálisis. A propósito de esto, transcribiré un fragmento de cabrón. La literatura rusa me resulta de una tristeza inso-
un correo que conservo en mis archivos personales. Está portable. Leer a los rusos siempre me deja con los cables
fechado el 3 de febrero del año 2000 y recoge un episodio cruzados, es como si todas mis partes se interconectaran
curioso suscitado durante el proceso de redacción del en- de una manera diferente al terminar cada libro. ¿Te pare-
sayo y que, en mi humilde opinión, esclarece las condicio- cería demasiado excéntrico si comprara un samovar? ¿Po-
nes en que se gestó la original lectura de Federico: “Ayer drías venir a visitarme hoy en la tarde, por favor?”.
la acumulación de tantos trasnochos causó estragos en mi La publicación de Vadim Maslennikov, silencio mine-
percepción de la realidad. Mientras caminaba por Plaza ral, tintineo de la parálisis por un respetable sello editorial
Venezuela experimenté un acceso epifánico rudísimo, nacional, estimuló la vocación de Federico. La reconquista
de pronto, yo era Vadim, el rusito drogadicto de 1919. Po- de su dignidad lo animó a desempolvar su primer manus-
bre y acomplejado, moría en la indigencia más absoluta, crito. A los pocos meses del lanzamiento del ensayo, Re-
aplastado por el consumo y el delirio. Te lo juro. Estas molinos de retracción: baños de sonido e imagen, la muestra
impresiones eran muy vívidas, una vaina arrechísima. Mi narrativa, estaba circulando también en las librerías.
cara eran unas líneas de cocaína que se borraban, que as- Además, alcanzó a publicar dos poemarios, Pautas me-
cendían a través de los orificios nasales del gran dios: esta tálicas del silencio y Fragmentos de fotomontaje; y una
energía violenta que mueve al universo. yo, Vadim, atra- novela, La máquina de viajar por la luz, considerada a me-
vesaba las calles congeladas de Moscú. yo, Vadim, rata de nudo por la crítica como su mejor obra. Definitivamente,
cartón, pato de hule, flotaba en las cañerías subterráneas la concreción de su proyecto estético; en ella cristalizan su
de la capital rusa durante la Primera Guerra Mundial. sed de exploración y su voluntad inconforme.
Estaba al borde del desmayo y me senté en un banco a La obra está, de cierta manera, adscrita a la corriente de
esperar a que se me pasara el malestar. El pánico me en- la autoficción. Esta vez Federico elige tramar con maestría
tró durísimo. Me puse a llorar como un carajito cuando una máquina de delirios en torno a la figura de sí mismo,
internalicé que Federico había muerto, porque de otra entablando un juego de correspondencias lúdicas, paródicas
forma yo no podría ser Vadim. Estaba en un infierno de que desafían su posicionamiento subalterno en el sistema
hielo y siendo Vadim, lloraba por mí, por Federico. Pasé cultural dominante. Federico, el personaje principal, es un

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escritor que plagia las historias que su gato redacta en una está casi desierta. El heladero haitiano continúa hablando
vieja máquina de escribir. Las temáticas del doble y el pla- por su celular en la esquina. Un niño está intentando en-
gio parecen arrastrarse por campos minados, saltan por los caramarse en el cují, lleva un disfraz de los Power Rangers,
aires protegidos con trajes blindados y chalecos antibalas. otro niño disfrazado no-sé-de-qué intenta ayudarlo con una
pata de gallina. Parecen cáscaras de luz, grillos de lycra con
espadas de plástico y pretensiones heroicas.
Gimnasia de la memoria: describir a una persona: domes- Oye, cuéntame otra vez ese sueño. Federico se ha acos-
ticar los leones del recuerdo. tado a mi lado. Spinetta canta sobre las hojas, el viento, la
El látigo de papel: describir a una persona es hablar muerte y el sol… las únicas cosas que pueden importar en
en el vacío, dibujar un circo de tinta en donde eres el una tarde como esta. Federico duda, de nuevo, ha tenido
único payaso. un sueño apocalíptico. Ha soñado con el futuro (el futuro
Por eso sé que todo lo que pueda decir de Federico siempre es terrible por incierto). Federico dice: fue una
sonará hueco. Las personas son el color de sus ojos y los pesadilla, no un sueño. No importa: digo. Cuéntamelo
volantines que flotan en sus ojos. Los ojos de Federico otra vez. ¿No te asusta hablar del futuro aunque sea hipo-
eran de color negro y sus volantines eran apenas una hue- tético?, pregunta. No: digo. Federico me fastidia, a con-
lla, una ausencia prolongada. Creo que sólo vale la pena ciencia, con sus metáforas deportivas: a mí me asusta. Lo
mencionar cuatro detalles: que más me asusta del futuro son las patadas que te sacan
1. Presumía de no tener libro o escritor preferido y, del campo de juego que conoces y te dejan más allá de to-
también, de no practicar ningún ritual a la hora de escribir. das las estúpidas rayas blancas que te habías concentrado
2. Su canción era “Killing an Arab” de The Cure. Le en pintarrajear, dice, y entonces, cataplum, ya ni sabes
fascinaba el hecho de que fuera una canción y, al mismo dónde está la línea de córner y eres como un futbolista
tiempo, un puente, porque conducía a un libro (El extran- ciego, trocado en pelotica de goma de eso que llaman fu-
jero de Albert Camus). Una vez me dijo que el libro y la turo y que, al parecer, es otro plano del tiempo. Ok, digo,
canción conducían, ambos, a un desierto. Y eso le parecía creo que entiendo, el futuro es un punto y seguido, des-
hermoso y, también, horrible. colocado, sordo, en una frase de cuello azul quebrada por
3. Durante su adolescencia se enamoró de un perso- la lluvia. Federico: no dije eso, no inventes. No invento:
naje de ficción: Anna Karenina. digo. ¿Por qué intentabas salvarte si sabías que era el día
4. Todos sus gatos se llamaron del mismo modo: Micifuz. del fin del mundo? Por histérico, supongo, o por desinfor-
mado, o por ambas razones, dice, puede ser que no fuera
el día del fin del mundo, que nada más lo pareciera.
El cielo está encapotado. Resulta difícil comprender el re- Me habla entonces desde el fondo del lago: barco
gistro de las nubes, sus trascendentales desalojos. La calle hundido y tripulado por los espíritus de todas las focas

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muertas. Me habla desde el avatar de una voz inmaculada, más mi negativa. Empuño ese no con violencia, como si
una voz pura que habla sin cuerdas vocales, sin lenguaje. se tratara de la cacha de un revólver. Federico comienza a
Finalmente accede a contarme el sueño. Estamos los dos llorar cuando, tomándolo de la mano, lo obligo a caminar
en un hotel alineado frente a una majestuosa bahía. El hacia el estacionamiento, en donde nos espera el carro.
lugar, a ratos parece Caracas, a ratos, New York. El hotel La tensión de la escena onírica trasciende al plano de la
se está quemando. La gente corre desesperada intentando realidad cuando se cae de la cama. Y así acaba todo, con
salvarse. Los más impacientes se lanzan por los ventana- su cuerpo tendido en el piso de la habitación simulando
les. Observamos dos o tres caballos corriendo por la azo- un costal de papas.
tea hasta caer en el vacío. El mar es una pecera de cristal, Se manifiesta una extraña sincronía cuando pronun-
atestada de bultos de colores oscuros que sobresalen del cia esta última frase: los niños disfrazados se caen del cují.
agua rojiza y recuerdan espaldas humanas. Pesadillas in- Es muy gracioso verlos intercambiar pescozones mientras
crustadas en el reflejo del cielo de la pesadilla. Nosotros se masajean las piernas y los brazos. Yo corono las pa-
tomamos el ascensor y abandonamos el edificio por la labras de mi amigo con una sonrisa, amplia y humana,
puerta principal, calmados y ligeros. Ya afuera, notamos como el aplauso de una multitud. Lo que más me intriga
que el incendio del hotel es un asunto menor. Se ha ini- del sueño es la fascinante presencia de un cordón umbili-
ciado un gran cataclismo que, sospechamos, borrará a la cal que lo une, de alguna manera, al canon que el princi-
humanidad entera de la faz del planeta. Caminamos por pal baluarte de la poesía nacional representa; un cordón
las calles de la ciudad hasta que decidimos regresar al ho- umbilical que, al mismo tiempo, sólo puede existir como
tel con el fin de rescatar nuestras maletas y entonces nos máscara, como pantalla de sombras chinescas, que oculta
perdemos en los pasillos de la planta baja, hundidos en la la imposibilidad verdadera de esa relación escritural. No
ceniza. Después de algunos minutos que parecen eternos, obstante, elijo reservarme este análisis. Prefiero agrade-
encontramos el ascensor y nos dirigimos a la habitación cerle con un beso por permitirme practicar en sus sueños
que tenemos reservada. Estamos empacando cuando Fe- ese ejercicio simbólico, determinante y liberador. Llevar
derico recuerda que el principal baluarte de la poesía na- al principal baluarte de la poesía nacional con nosotros, a
cional está hospedado en el hotel. Lo ha visto, por azar, nuestra nueva vida como supervivientes del día del fin del
en el lobby. Propone buscarlo y llevarlo con nosotros. mundo hubiese sido como arrancarte los huevos, digo.
Cree que se trata de un deber de orden moral aunque
es capaz de admitir que el principal baluarte de la poesía Al final, después de mucho discutir y planear, nunca lle-
nacional es antipático, pretencioso y, en líneas generales, gamos a lanzar la revista literaria online. Elegimos escribir
insufrible. Yo manifiesto estar en rotundo desacuerdo, en el aire, como lo hacían sus gatos.
no tenemos tiempo que perder, mejor olvidarse de ese
vejete. Cada argumento de Federico a su favor, acicatea

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2o l u g a r Mondadientes
Delia Mariana Arismendi

Y la cocinera tiene órdenes de freírme la carne


hasta que esté negra. Pero, sabe lo que pasa,
es que la masco, la masco, la masco,
y la masco y la masco más todavía y no puedo tragar.
Simplemente no me pasa.
Tres tristes tigres
Guillermo Cabrera Infante

“A llí está, en la penitenciaría, asomando por entre las


rejas su cabeza grande y oscilante, el antropófago1”,
se lee en el cartel que está en la entrada de la comandan-
cia donde tienen al Comegente, y adonde las personas
vienen a ver a Salvador Martínez, que así se llama, y le
toman fotos y lo ven desde lejos, pero nadie lo ha recla-
mado, nadie se ha presentado a decir que Salvador es fa-
milia de él o amigo o vecino. Es una pena, es como morir
y que nadie vaya a la morgue a reconocer tu cuerpo. Este
hombre debe sentir una desolación impresionante. Si un
día me muero, ojalá a uno no le tocara morirse nunca,
pero si un día muero, quiero que me canten rancheras y
pasen frente a la casa de Belisa para ver si la condenada
me llora o qué. Debe ser bien arrecho uno morirse y ni un

1 Este entrecomillado pertenece al inicio de un cuento de


Pablo Palacio titulado “El antropófago”.
vallenato pues, ni una ranchera. Cuando papá murió, por mi hermano dice que no les pare. Y no les paro, pero me
cierto, no se le puso música, llevamos la urna por toda la pongo a inventar vainas para ver si dejan de joderme; por
cuadra. Mientras ayudaba a cargarla recordé cuando fui a ejemplo, les digo que el policía de la tarde es muy pana y
la morgue a reconocerlo: estaba en una camilla, arropado, una vez me dejó entrar al pasillo de enfrente de la celda
y se le veía el dedo gordo del pie, de donde le guindaba del Comegente, y noté cómo se saboreaba cuando me
un pedazo de cartulina rosada, mal cortado, y que mar- vio, y me dio miedo al principio, pero no salí corriendo ni
caba un serial de números. Un enfermero le quitó la sá- nada, pues ni que el Comegente fuese Superman y tal, y
bana y apareció el rostro de mi padre, medio pálido, pero fuese a dañar los barrotes de la celda para comerme, nor-
no tanto, con la boca abierta y una herida de bala en la mal, me dijo, épale chamo, y le contesté qué más. Cuando
frente, con expresión de sorpresa, así como cuando a uno le cuento esto a Belisa o a los muchachos, no me creen,
le dicen, por ejemplo, Belisa te está buscando, o cuando nunca se comen la coba. Provoca llevarlos un día a la co-
le avisan que el Comegente está preso en la comandan- mandancia y sentarlos en el banquito tejido con mimbre
cia. Dije que sí era él y lo volvieron a cubrir, y uno de los que está cerca de la celda del tipo y decirles ya vengo, es-
enfermeros me miró con lástima, pero sin mucho afán, tal pérenme aquí, voy a hablar un rato con mi amigo Salva-
vez por el hecho de estar acostumbrado a destapar mon- dor, y que escuchen al tipo decirme épale chamo, y yo
tones de muertos a diario. Me hizo llenar unas planillas, contestarle cómo andas, porque es más fino decir cómo
pero yo no estaba triste, pues el viejo no fue muy apegado andas a decir qué más, para que Belisa se dé cuenta de que
con nosotros y a uno si la gente no lo quiere tampoco soy más culto, que yo sí hablo fino, y no como el montón
uno los quiere a ellos, ¿entiendes? Yo a quien quiero es de idiotas que le dicen mi amor, sí estás buena.
a Belisa, pero ella no me para, todo lo contrario, se anda Me gustaría saber qué pensará el Comegente cuando
burlando de mí, como esa vez que la desgraciada se puso se queda viendo desde las rendijas al policía, seguro lo ve
a gritar en la calle que yo me había dado los besos con el con morbo, capaz y se lo quiera comer, y lo imagina así,
Comegente, y después llegaron las amigas a corear: “Pa’ guisado o en sopa: sopa de policía, o una vaina así, un
verte la boquita roja que te besó...”. plato con nombre importante. Este tipo debe tener un es-
Humberto, mi hermano, dice que soy así porque de tómago de hierro para haberse comido a tantas personas.
pequeño me caí de la cama, pero normal, que no les pare. Qué asco, y pensar que come y caga gente, que entre la
Humberto es el más grande de la casa, y cuando bebe se mierda ve pedazos de dedos, o trozos de hígados o pulmo-
vuelve como loco y pelea con la gente, y hay que traerlo nes o cualquier parte del cuerpo, y cuando eructa, debe
a la comandancia hasta que se le pase la vaina. Él siem- ser como eructar el alma de los muertos. ¿Le dará asco?
pre me defiende cuando los carajitos se meten conmigo Imagínatelo, escondido entre el monte esperando a que
y gritan que soy un miedoso y que el Comegente me va pase alguien y zas, le da con un tubo o un palo y después
a comer… Y a veces provoca caerles a coñazos, entonces lo lleva a su casa y empieza a separar las vísceras de la

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carne. Seguro la deja con mucho adobo en una taza, por mi amigo. Es mejor venir solo, hasta le traigo comida,
una hora, y después la fríe. O no, la prepara a la plancha como a Humberto, que otra vez está preso. Debería com-
porque el Comegente tiene que ser un tipo bien centrado prar carne y decirle a mamá que es para un amigo en el
con la salud, pero nada de ponernos exquisitos, tampoco es hospital, que el doctor lo mandó a comer mucha carne,
que el tipo hace una ensalada de lechugas con tomate y ce- pero tiene que estar medio cruda porque es una dieta.
bolla, sólo carne, y eso sí, tiraría las vísceras a la basura para Capaz y me cree. ¿Te imaginas? Yo llegando a la coman-
no envenenarse el organismo con cualquier porquería. dancia y caminar hasta la celda del Comegente y decirle
Un día le dije a Belisa: “Si yo fuese el Comegente ha- cómo andas, y que él me conteste, aquí, pasándola. Y sen-
bría vendido el pelo de las personas a las que mataba y tarme en el banquito ese, cerca de su celda, y pregun-
así me ganaba unos realitos extras”, y Belisa dijo: “Tú sí tarle, ¿qué cuentas, hombre? Y él empiece a echar todas
eres cochino, deja la vaina, mira que esa gente que mu- las historias de cómo mató a la gente y se la comió. Ah,
rió tiene familia, hay que tener respeto”. ¿Dónde vivirá la pero es arrecho chico, ¿no te daba asco? No. Eso es carne
familia del Comegente? ¿Será que tiene parientes o ya se y ya. No, es diferente. Diferente nada, carne es carne. Y
murieron todos? Porque de pana, nadie ha venido a verlo sorprenderlo: por cierto, te traje comida, es carne de res, a
nunca, aparte de los periodistas y la gente esa que viene ver si quieres. Y yo pasándole la taza por entre las rejillas
a tomarle fotos. Pero ni la mamá pues, si es que está viva. de la celda y, ¿te imaginas que me agarre la mano? Ahí sí
Belisa dice que seguro se comió a toda su familia y­­por eso es verdad que pego el brinco. O a lo mejor, como somos
no aparecen, pero yo no creo, por lo menos hubiese sa- amigos, pues no me hace nada, sino que normalmente
lido la noticia. ¿Te imaginas? Verga, debe ser jodido dor- agarra la tacita y le va entrando a la carne, y buen prove-
mirse todos los días con tanta gente en la barriga, y que cho, mañana te traigo más. O capaz y no la acepta, sino
desde ahí le torturen a uno la mente. Eso dijo él en una que me dice, chamo, me da asco, yo sólo como gente, a
entrevista, que lo molestaban los espíritus cuando se iba mí la carne de res no me pasa porque me da pena con el
a dormir, pero qué quiere, con el montón de gente que animal. Coño, ¿y no te da pena con la gente? Pues no,
se comió es arrecho vivir en paz: “Comegente, mi mejor además, la gente sabe rico, deberías probar. ¡Guácala! Esa
riñón te lo comiste guisado, yo que lo iba a donar”. “Pana, vaina no, prefiero morir comiendo pasto a probar un pe-
frito no soy tan bueno como en sopa”. “Comegente, có- dacito de carne humana…
mete a mi mujer que es una desgraciada…”.
A pesar de que es un asesino, a veces me da lástima y
quisiera venir todas las tardes a visitarlo, de vez en cuando ¿Por qué le tendré tanta lástima al tipo? Belisa dijo que
que me acompañe Belisa, o mejor no, pues le tiene miedo seguro me da pesar porque tampoco nadie me visita, pero
a toda vaina y es capaz de ir y armar un escándalo y qué ni que yo estuviera preso, chica. No estás preso, pero es
vergüenza con el Comegente y segurito ya no querría ser como si lo estuvieras, te la pasas metido en la comandancia

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todo el santo día, ahí, solo, como un loco, vale. Tú no que comía personas y que ahora come zanahorias como
entiendes, Belisa, el Comegente es mi amigo, lo visito y castigo…”. Es cierto que se comió a un gentío, pero ponte
hablamos mucho. Ella nunca me cree, pero ¡para lo que a pensar que él también tiene sentimientos, coño, medio
me importa! Normal, ando solo porque andar en grupo sí raros, pero sentimientos al fin. ¿Ves? Hasta llorará en las
que me arrecha, adonde va uno tienen que ir todos, ima- noches y uno sin saber nada, o se querrá suicidar o alguna
gínate a diario oliéndole los peos a un poco de tipos, no, vaina. No es que uno se las dé de santo, pero la pinga, no
yo no sirvo para esa vaina, ni perro tengo, pero para qué... se va a formar una guachafita con el tipo... Eso es, siem-
pre está con una soledad tan arrecha, ¿tú me entiendes?
Creo que le falta una mujer. Un día me puse a pensar
Belisa confunde estar solo con la soledad, que son cosas qué sucedería si llevara al Comegente a mi casa y se lo
diferentes, y oye, el otro día escuché en la televisión a presentara a mamá, ella también está sola, y es igual de
un hombre que decía: prefiero morir solo a morir en una triste. Primero que nada le diría a Humberto que hiciera
completa soledad. Suena igual, fíjate, pero si le pones el favor de no emborracharse ese día, y al otro que no le
atención no es lo mismo… Y para qué le explico, igual dé por comerse a mamá, porque esa tampoco es la idea.
Belisa es tarada y no lo va a entender. Yo sí prefiero irme ¿Y si se dan los besos? Si lo hacen, me arrecho y le caigo
a la comandancia y sentarme un rato allá y hablar con el a patadas a los dos, y te juro que saco al tipo de la casa y
policía de la tarde. Lo que me arrecha es ir por la cuadra le busco al policía para que lo encierre de nuevo, porque
y que empiecen a decirme vainas, y si siguen así, un día después quién lo aguanta, merendándose a todo mundo,
les caigo a coñazo para que sean serios, y más a la Belisa y a uno mismo, mira que el carajo hasta se me aparece en
cuando anda con esas carajitas y empiezan a decir y que los sueños. Qué risa. Una noche soñé que el Comegente
allá va el novio del Comegente, ay, que se lo va a comer, me estaba comiendo. Yo iba bajando por la cuadra por
uy, le tiene miedo… Es que me provoca regresar a darles ahí y tal, y de pronto ¡zas!, me dio con una silla que había
un tatequieto, pero no lo hago porque Humberto siem- afuera de una casa y me llevó al patio. En el sueño, la casa
pre dice que no les pare, que normal. Son esos los mo- de Belisa era la misma del Comegente. Aunque él estaba
mentos para sentirme triste, pero rapidito se me quita la cortando mi piel, no me dolía cuando pasaba el cuchillo,
cosa si voy donde el Comegente, y es que yo lo entiendo más bien me hacía cosquillas, y llegó Belisa y dijo: no lo
y hasta lo estimo al pobre, allí, encerrado, soportando a cortes, espera que le dé un besito, y el Comegente se rió
los curiosos que lo van a mirar como si el tipo fuese un y contestó: bueno, chica, pero apúrate que tengo hambre.
fenómeno de circo y, si pudieran, serían capaces de lle- Sí, bien loca la vaina, y Belisa se acercó y me dio un beso
varlo a la plaza, amarrarlo y obligarlo a comer vegetales pero no sentí nada, quizá porque el hombre me había
frente al público: “Venga y vea al Comegente, el hombre dejado medio muerto con el golpe. Después Belisa agarró

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otro cuchillo para cortarme las manos mientras él se reía y Comegente, quien se comió a ese poco de personas por-
me mordía la nariz, y aquel sangrero loco, y el carajo abría que no quería morir solo y ahora los lleva en la barriga y
la boca para soltar tremendas carcajadas y yo le veía entre le hacen mente, chico. Estoy peor que papá, que tuvo que
las muelas pedazos de carne, entonces le pasé un monda- quedar tan feo después del disparo, con la boca abierta,
dientes, chico, límpiate las muelas, y cuando él lo iba a él que siempre mandaba a callar a todo el mundo. A mí
recibir, ¡zas!, allí fue que me desperté, como a las dos de mejor y me hubiese comido el Comegente o me hubiese
la mañana. Me quedé un rato en la cama, asustado, pero arrollado un carro por salir a la calle sin mirar a los lados,
con unas ganas de que el beso de Belisa fuese verdad, pre- o que por encaramarme en el techo de la casa me hubiese
guntándome, ¿a qué sabrá un beso? Porque a mí nunca resbalado y ¡zas!, me hubiera caído y dado contra el as-
me han besado, ni un piquito, ni uno de medialuna por falto. Que si me muero, seguro que ahí sí se arrepienten
accidente, nada. Estuve bastante tiempo en la cama, sa- y me llevan mariachis o vallenatos y pasan la urna frente
boreándome, intentando dormir para soñar otra vez con a la casa de Belisa para verle la cara de llorona, si es que
Belisa acercando su boca a la mía, pero no soñé. Des- me llora. Pero capaz ni lo hace, capaz que cuando pasen
pués sentí vergüenza por lo que pensaba y me eché a reír. la urna empiece a reírse, tapándose la boca con las manos
Coño, ojalá un día Belisa me diera un beso como el del y grite: El Comegente te va a comer, le tienes miedo..., y
sueño, pero qué va, la condenada no lo hace ni nada, sino ese poco de pendejadas, y los que vayan en la procesión
más bien cuando paso cerca de su casa empieza a reírse empiecen a reírse de mí y hasta los mismos músicos se
como una boba y siempre se lleva las manos a la boca, en burlen y nadie me tome en serio, y mamá se eche unas
serio, parece retrasada. Yo quiero casarme con ella, pero carcajadas que provoque salirse de la urna para caerle a
la chama ni pendiente, le mando señas, pero se la pasa puño limpio. Ojalá que con sólo tocarlos ya pudiese des-
todo el santo día encompinchada con las carajitas de la truirlos. Una vez escuché el cuento de un tipo que tenía
cuadra y no le para bolas a más nadie. Eso me hace sentir tanta fuerza que podía mover casas con sólo empujarlas
desgraciado y la arrechera contra mamá crece porque me y hacía de todo; seguro era muy popular. El tipo se lla-
dejó caer de la cama, como dice Humberto, y por eso yo maba Sansón, creo. ¿Por qué era tan fuerte? De eso no
estoy así, medio chiflado. Si fuese amigo del Comegente me acuerdo, o bueno, me acuerdo de una parte, de que
el resto me respetaría y dejarían de decir que es mi novio, la fuerza de él se concentraba en el cabello. Un día una
o que le tengo miedo, ni que yo fuese quién, no joda, desgraciada le cortó el pelo y le jodió la vida. Se volvió
aunque viéndolo bien, Belisa tiene razón, ni porque lo un hombre normal encerrado en una cárcel... como el
niegue pues, sinceramente estoy más solo que el policía Comegente. Y yo que lo tenía como un ídolo, en lo alto,
de la tarde al que lo dejó la esposa hace dos semanas para ahí, soñando con el carajo, el más grande carnicero de la
fugarse con el policía de la mañana. Estoy peor que el historia, ni de mi papá hablé tanto como de él.

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Ayer, cuando fui a la comandancia y le pedí al policía que dijo más nada, y tuve esa sensación de tristeza y arrechera,
me dejase entrar para ver al fulano, contestó que no. Le peor que la que sintió Sansón cuando vio en el piso el
rogué que desde lejitos, que yo no me dejaba ver, y repitió montón de pelo como una montañita. Fue como si des-
que no. Seguí jodiéndole la paciencia, hasta que el carajo cubrieras que tu cantante favorito no canta nada, sino que
dijo bueno, pasa rápido, y fue cuando vi a Salvador sen- mueve los labios y la voz es de otro. Entonces entendí: se
tado en un banquito, encerrado en su celda. Mi primera había redimido; ahora era un asesino de lo más vulgar;
decepción: darme cuenta de que el tipo no tenía barba seguro no se siente solo nunca, lo visitan siempre y tiene
como yo creía y, comparado con Sansón, era calvo. No un montón de novias… Hay gente que va a la cárcel y allí
le paré muchas bolas al asunto y pensé: Bueno, esa vaina dentro empieza a creer en Dios, y cuando sale libre va de
no es tan importante, no todos los comegentes son así, casa en casa, predicando la palabra de Cristo, contando
no el nuestro. Más tarde, el tipo me clavó una mirada de su historia. Las personas los miran con desconfianza y no
odio que casi me tumba. Pero las ganas de llorar me asal- les dejan entrar a su hogar, pero se alegran de que estos
taron cuando vi que estaba comiendo lentejas, ¡lentejas! hombres hayan sido salvados. Ahora es como si ese plato
Por Dios, ¿qué clase de comegente es este? ¿Por qué no de lentejas fuese el Cristo del Comegente. Sin embargo,
se está comiendo la cabeza de alguien? ¿Por qué no está no estoy feliz del arrepentimiento de él, más bien me
mirando con morbo al policía? Este tipo no es serio, no arrecha. El tipo mató a un coñazo de personas porque
es un comegente de verdad. Dije cualquier cosa: épale, tenía hambre, porque no quería estar solo nunca, y eso
chamo. Y no habló. Chamo, ¿qué comes? Y era como si era lo que me atraía de él, no esas semillas que se traga
no me escuchara. Me acerqué un pelín más a los barro- ahora. Es por él que algunas veces me despierto con ganas
tes de la celda y el policía ni pendiente, estaba afuera, de comer gente, se me hace agua la boca y todo. Dicen
echándole los perros a una carajita. Insistí: qué cuentas, que uno siempre imita a sus héroes. Los carajitos de por
hombre. Y me dijo, los números. Y la vaina me dio risa, acá se disfrazan de Supermán o de las Tortugas Ninjas.
me cagué de la risa y pensé, bueno, los amigos siempre Si vendieran un disfraz de Comegente me lo compraría,
echan chistes. ¿A cuántas personas te comiste? Y no me y con él puesto, me sentaría en la comandancia para que
hablaba. Dime, pues, a cuántas personas te comiste. Y el la gente se asustara y para que Belisa me empezara a res-
coñoemadre como si no escuchara, sólo estaba pendiente petar y dejara de burlarse de mí. Es que da para pensar,
de zamparse sus lentejas. Me estaba aburriendo, así que así como qué coño, será hasta buena la carne humana.
grité: ¡Comegente maricón!, pero el maldito no me paró Además, el Salvador está en forma, buen color, rosadito.
bolas, era como si yo no existiera. ¿Qué es más sabroso, la Se debió comer a mucha gente rosada. Belisa es morena,
mujer o el hombre? ¿Epa, y tu familia? ¿Te los comiste? parece un pan tostadito, y lo que más me gusta de ella
Échame el cuento. Entonces por fin habló: “¿Tú eres son los brazos. Yo siempre decía: cuando me coma a Be-
güevón o qué? Fuera de aquí, mocoso del coño…”. Y no lisa, empiezo por los brazos. Primero la duermo, para

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que no le duela, porque si no, empieza a darme golpes, uno quiere a alguien, Belisa, no se burla de él, ni le dice
o a llorar, porque todas las mujeres siempre lloran por que le tiene miedo al Comegente ni que está loco porque
cualquier cosa. Mamá llora porque se murió papá, Belisa se cayó de la cama. Uno lo que hace cuando quiere a otro
llora porque me la quiero comer. La duermo y agarro un es que le regala los brazos morenos y cocina mucho arroz
cuchillo y le corto el brazo. La cosa es que no sé si habrá para que coman el Comegente y el policía. El corazón
que cocinarlo. Mejor que sí, no sea que me dé una indi- de Belisa lo hago puré, y seguro que sabe a guayaba, y me
gestión esa vaina. ¿Cómo se cocina un brazo? Lo corto en pongo a cantar que me gustan tus ojos y tu boca, que si
pedacitos, como corta mamá la carne de res, lo echo en te acercas te como toda… Cuando uno quiere a alguien,
agua y lo dejo hervir hasta que se ablande. Después me lo desayuna el corazón de esa persona y no le da a probar
como con arroz y jugo de guayaba. Belisa debe saber rico. a nadie. Cuando uno quiere a otro, se come los brazos
¿A qué sabrá? Seguro que a patilla. Los ojos me los hago hervidos y el corazón en puré. Qué rico que sabes, Belisa,
guisados, que deben ser muy buenos. El resto lo guardo como a patilla, en serio. Es que cuando yo era pequeño
en la nevera. Antes, mi mamá ponía mucho una canción me comí una patilla y ese es mi sabor para siempre. Y
que decía que te voy a comer, niña, te voy a comer… era tus brazos saben a pan dulce, están ricos y el Comegente
algo así. Yo quiero aprendérmela para cantársela a Belisa quiere que le des un poco. Regálale una de mis piernas.
el día que le esté arrancando los brazos. Le digo, Belisa, Eres una puta, Belisa, deja de regalarte, nada de eso; el
tienes que quererme, la gente que se quiere se come, se carajo, si quiere, que te coma un pedazo de oreja, que las
arranca pedazos de piel. Tienes que quererme mucho y tienes feas y grandes, seguro queda satisfecho. No te mue-
darme un montón de besos en la boca, como se los daba vas, Belisa, a ver… Y me despierto. Coñoelamadre, siem-
el policía a la mujer que se le fue. Y nada de besarle la pre me despierto en la mejor parte del sueño: cuando le
calva al Comegente, nada de hacerle cosquillitas a él, no voy a comer el corazón o le voy a dar un beso.
te le puedes ni acercar porque te caigo a patadas, en serio.
Es más, no quiero verte en la comandancia, mira que ese
tipo se las da ahora de vegetariano, pero seguro que si te La última vez que vi al Comegente ahí, encerrado, aso-
ve se le hace agua la boca… Hola, traje a Belisa y me la mando la cabezota por los barrotes y mirándome de vez en
voy a comer. Hola, yo me voy a comer a mi mujer que cuando con cara de vegetariano-matagente me di cuenta
me dejó. Hola, yo voy a comer lentejas. Y ñan, nos senta- de que cada vez que justifico que se haya comido a un
mos todos frente a una mesa, y el Comegente se pone a montón de tipos, a su familia, a su esposa, lo hago por jus-
orar, y gracias Señor por la comida y la bebida que vamos tificarme a mí mismo. Me acerqué a la celda y sin que el
a consumir, y yo, antes de comerme a Belisa, la mando policía me viese, saqué del bolsillo del pantalón un hueso
a preparar arroz y jugo de guayaba, y después que sí se de gallina delgado y pequeño, y se lo lancé para tratar
venga y me dé los brazos para ponerlos a hervir. Cuando de engañarlo: toma, Comegente, es verdad, Belisa sabía a

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patilla. El carajo no recogió el hueso sino que le dio una la comió y yo hable de Belisa como si fuese mi mujer, y
patadita y me lo regresó. Quien come mujeres se vuelve el Comegente me pida un pedacito de carne y yo le diga
mujer, y se echó a reír. Avergonzado, recogí el hueso y lo bueno, chico, agarra un pedazo de nariz, y el policía le dé
guardé: maldita sea, Comegente, con Belisa es distinto, un pedazo de oreja y él se la coma con aquel gusto y nos
no es cualquier mujer. Mariquito triste, me dijo. Lo iba haga saber que una parte de nosotros está en su barriga, y
a insultar, le iba a decir comelentejas, miedoso, marico yo empiece a contar chistes y el Comegente y el policía
triste serás tú, pero apareció el policía y me quedé callado. se rían y que seamos tremendos panas y la gente vaya a
Me voy, repuse, y como Salvador ya no me paraba bolas, la comandancia y nos tomen fotos y lleguen periodistas y
salí de la comandancia con una arrechera tan grande que, nos entrevisten y la vaina, y el Comegente esté feliz, que
si hubiese podido, yo mismo lo hubiese amarrado en la el policía se encuentre a otra mujer y yo me coma la boca
plaza frente a un montón de zanahorias. Pero al ratico se de Belisa como en el sueño, y cambien el cartel de la
me pasó la rabia, porque además, aquello no era un hueso entrada por uno que diga: Allí están, en la Penitenciaría,
de mujer, y aunque él no lo supiese, me sentí ridículo al asomando por entre las rejas sus cabezas grandes y oscilan-
defender el hueso de una gallina. Tal vez se saboreó y se tes, el Comegente, el policía y el hermano de Humberto.
molestó porque no le di a probar un poquito de los brazos
de Belisa. Y yo que pensé que hablar con Salvador me iba
a poner contento, que comerme a Belisa, aunque fuese
en sueños, me iba a dejar más alegre, pero ya ves que
no. Más bien, desde entonces tengo como unas ganas de
llorar y no sé por qué. Recuerdo a Belisa y quiero llorar, y
recuerdo a papá en la morgue y quiero llorar, y recuerdo
al Comegente y quiero llorar: pedirle al policía de la tarde
que me abra su celda para pasar y decirle ven, chico, ven
para darte un abrazo, no te preocupes, seguro tu familia
no sabe que estás acá. Y que él me diga gracias, chamo,
y yo le conteste de nada, tú sabes que soy tu amigo, mira
que yo también a veces me siento triste, tú sabes cómo es
todo. Y que él me diga que sabe cómo es todo, y venga el
policía de la tarde y se meta en la celda con nosotros y nos
cuente que él también se siente solo a veces, que la mujer
lo dejó hace dos semanas y por eso está triste y entonces
el Comegente explique que él tenía una mujer pero se

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3o l u g a r A medio camino
Miguel Hidalgo Prince

M ariana y yo nos habíamos hecho adictos a la tele


después de quedarnos sin empleo. Teníamos un
montón de tiempo de sobra, y para no salir y ahorrar la
plata que se nos evaporaba nos aferrábamos al aparato
como si no pudiéramos entender la vida sin él.
Un día sonó el teléfono. Pasaban un bang bang en
blanco y negro de cowboys contra cherokees. Yo le iba a los
pieles rojas porque tengo familia guajira.
–Atiende tú –le dije a Mariana, pues estaba entecado
con la escena.
Ella arqueó la ceja y me miró como a un problema
de polinomios. De inmediato me di cuenta de que no le
había gustado el tono con el que se lo había dicho. En el
camino de la convivencia, algo nos sobrevino. Llevába-
mos días con el humor desalineado. Cualquier tropiezo
se transformaba en una bomba de tiempo. Era mejor an-
darse con cuidado cuando Mariana tenía el software así.
No quité la vista de la pantalla y Mariana se levantó ha- que a la larga empezáramos a compartir nuestras vidas de
ciendo una exhalación muy fuerte que sonaba a “qué asco horarios al revés. Hasta que nos botaron.
lo que tengo contigo”. No podía ser el más indicado para A mí por culpa del sindicato. No quisieron cancelar la
juzgarla, porque si al cabo vamos, yo también recurría al deuda de los contratos colectivos y nos fuimos a huelga.
mismo teatro cuando me daba por ahí. Descolgó el telé- Pasamos meses sin cobrar. Al final la empresa prefirió des-
fono y dijo aló. Lo hizo con mucha calma. Como alguien mantelar todo y dejarnos sin trabajo antes que pagarnos.
que no tiene prisa y se mueve y habla por inercia. Lo de Mariana fue distinto. Una noche de luna llena,
Era su papá. Su mamá acababa de morir. Paro car- un malandro al que dos policías habían descosido a bala-
díaco fulminante. Tenía sesenta y tres años. zos, gritaba de dolor en una camilla. Ella comenzó a pre-
Mariana comenzó a llorar. Decía que no podía creer pararlo para ingresarlo a emergencias, pero de pronto el
que eso estuviera pasando. Yo la abracé y seguí viendo a los malandro gritó, la agarró muy fuerte por el antebrazo, la vio
vaqueros disparar sus rifles contra la tribu. El gran jefe del directo a los ojos y le dijo “Te quiero mucho, bebé”, antes
penacho fue abatido y se desplomó sobre su caballo aún en de morirse vomitando coágulos. Mariana era una criatura
galope. Los indios perdieron la batalla y también la guerra. frágil. Ese episodio la devastó. Tuvo una crisis nerviosa y
no paró de temblar en semanas. No quería saber nada rela-
cionado con su profesión. Tuve que esconder su uniforme
Compramos los pasajes al día siguiente. Mariana era de por miedo a que recayera. Dejó de ser útil para la unidad y
Curarigua, un pueblo olvidado en algún rincón de Lara. le enviaron un comunicado donde la recomendaban como
Primero tuvimos que ir a Barquisimeto para después mon- maestra suplente en una guardería de Guatire. Lo que que-
tarnos en otro bus que nos dejaría cerca. Hay polvo y chivos. rían decirle era que ya no requerían de sus servicios.
La brisa llega, se aburre y se devuelve. Así me lo describió Partimos desde La Bandera muy temprano en la ma-
el día que la conocí. Fue en los 15 años de la hija de un ñana. Mariana no había dormido ni un segundo. Tenía la
colega del trabajo. Entonces era enfermera en el Clínico cara hinchada de tanto llorar. Noté que algunas personas
Universitario. Yo trabajaba como vigilante nocturno en un se me quedaban viendo, quizás pensando que yo la había
almacén frigorífico. Me iba bien en ese trabajo porque po- golpeado o que al menos era quien la hacía sufrir de esa
día pasar toda la noche leyendo tranquilamente. Historias manera. Por mi parte, tampoco había descansado mucho.
de intriga y de crímenes. Mi turno empezaba a las 10:30. Permanecí con los ojos cerrados, escuchando el llanto de
Me acomodaba lo mejor que podía, abría de par en par el Mariana en la oscuridad. De vez en cuando le ponía una
libro y me hundía cada vez más profundo en ese mundo mano por la espalda y la deslizaba suavemente de arriba
solitario, conocido solamente por aquellos que vigilan al- a abajo. Ella parecía no saber que me encontraba ahí. En
macenes desiertos hasta que llega la primera luz del día. algún momento dejé de escucharla, pero sabía que seguía
Mariana también hacía guardias de noche. Era inevitable igual, soltando lágrimas en silencio.

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En el autobús la temperatura era glacial. Además de Cuando salí, me recibió un manto cálido de sol que
Mariana y yo, sólo iba un viejo sin dientes que tenía una resultaba muy agradable, viniendo del frío polar. Me acer-
toalla que decía Cancún y estampado un ocaso del caribe qué a la parte de enfrente del autobús y vi la vaca. Estaba
mexicano. Intenté leer un relato de policías, pero el con- tirada de costado, mugiendo de agonía. Un cuerno había
ductor puso una película de Steven Seagal a todo volumen salido disparado de raíz y estaba algunos pocos metros
y no pude concentrarme. Mariana se había tomado un más allá, en el medio del camino. De su hocico colgaba
Lexotanil y estaba entrando en coma. Le iba a dar un beso una lengua babosa que convulsionaba. No me había dado
en los labios, pero en el último momento me arrepentí y cuenta de que el viejo sin dientes estaba a mi lado.
se lo di en la frente. Escondí mis brazos debajo de la ca- –Pobrecita, ¿no? –dijo.
misa. Parecía un tipo sin brazos. Imaginé que el mundo se Volteé a mirarlo.
resumía en aquel autobús. Era como un sueño en el que –Sí –dije–. Pobre.
sólo aparecía gente a la que le faltaban cosas. A mí, los bra- –Aunque si te pones a ver, igualito iba a terminar así,
zos; al viejo, los dientes, y a mariana, su madre. Me quedé ¿no? –dijo el viejo.
quieto, tratando de borrar esas boberías de mi mente. A los Dejé escapar un suspiro irónico. El conductor ha-
pocos minutos, Seagal no dudó dos veces en quebrarle los blaba por el celular, caminando de un lado a otro y mi-
brazos y las piernas a todo miembro de la mafia rusa que se rando su reloj. Su ayudante estaba agachado, revisando
interponía en su camino. Traté de dormir en vano. el parachoques del autobús. Me acerqué y le pregunté si
Cuatro horas después, chocamos con algo. Primero íbamos a arrancar.
vino un frenazo que nos mandó contra el espaldar de los –Hay que esperar a que recojan a la víctima –dijo el
asientos de adelante. Después un golpe en seco, como ayudante concentrado en su trabajo.
encajonado. Luego se liberaron los frenos. Seguidamente –¿Víctima? –pregunté yo.
el motor se apagó. El viejo sin dientes descorrió la cortina El ayudante se puso de pie. Escupió al piso y limpió
y miró afuera. Una brecha de luz me encandiló. Mariana el gargajo con la suela del zapato. Sacó una maraña de
recién despertaba. Preguntó qué había pasado. estopa de su bolsillo trasero y se limpió el sudor del cuello.
–No sé –dije–. Creo que le dimos a algo. –La res, paisa. ¿No ve? –dijo.
Se abrió la puerta de la cabina. Entró el conductor y La vaca mugió muy fuerte y se paralizó. El viejo sin
explicó que una vaca se le había atravesado. Mariana no dientes le dijo al ayudante que era necesario acabar con
se alteró. Preguntó cuánto íbamos a tardar. El conductor su sufrimiento. El ayudante miró la vaca. Le dio un to-
hizo un gesto que podía interpretarse como “mucho” o quecito con la punta del pie. La vaca se retorció de dolor
“bastante”. El viejo sin dientes se despojó del crepúsculo y volvió a mugir horriblemente. El ayudante movió la ca-
maya, se paró y se bajó del autobús. Mariana comenzaba beza de lado a lado como un hombre muy cansado.
a dormirse de nuevo. Me fui detrás del viejo. –Se hace lo que se puede –dijo.
Me puse una mano sobre las cejas para taparme del una calle ciega. Caminé casi hasta el fondo cuando vi
sol y miré la carretera. De un lado se veía un pueblo. una ventana abierta. En el marco de la ventana había una
Del otro había un campo con surcos de arado donde una radio pequeña encendida. Intenté distinguir algo dentro
niña en bicicleta arriaba un burro. Mientras observaba el pero estaba muy oscuro.
lugar, el ayudante me explicaba que no tardaría en llegar –Buenas –dije hacia el interior de la casa.
gente para picar la vaca y llevarse la carne. No era la pri- Miré a los lados. No había nada más abierto, sólo
mera vez que eso les pasaba. aquella ventana. En la radio sonaban merengues de los 80.
–¿El chofer está hablando con la central? –pregunté. –Buenas –volví a decir más alto.
–¿Cuál central? Está hablando con su esposa –res- De la sombra, muy lentamente, apareció una señora.
pondió el ayudante. No sabría decir qué edad tendría. Bien podía tener la
Volví al autobús. Se sentía mucho más frío que an- misma que yo, pero el tiempo le había hecho trampa y apa-
tes. Mariana estaba profundamente dormida. Le moví el rentaba mucho más. Usaba una roída franela de AD tres o
hombro para despertarla. Entreabrió los ojos y murmuró cuatro tallas más grande, como si fuera una bata. Cuando
algo. Le dije que la vaca seguía viva y que teníamos que se acercó, escuché el sonido inconfundible de unas chan-
esperar. Le dije que caminaría hasta el pueblo para com- cletas de plástico rasguñando el piso de cemento. Traté de
prar algo de comer. imaginarla en su juventud. Debió haber sido muy bonita.
–Ok –dijo, y recostó la cabeza en la ventana cerrando Tenía los ojos atigrados y en la nariz trazos de pecas dimi-
los ojos. nutas. La señora me miró como si me conociera.
Entré al pueblo por la calle principal. Sólo había ca- –Buenas –volví a decir.
sas y bodegas que parecían cerradas desde que descubrie- –¿Sí? –respondió ella bajándole volumen a la radio.
ron petróleo en el país. Llegué hasta el centro de la plaza, Miré el fondo de la calle. Me tragué mi saliva seca.
pendiente por si había alguien a quien preguntarle dónde Disculpe –dije–, ¿dónde puedo comprar algo de co-
comprar empanadas y jugos. Vi el busto de Bolívar y leí mer por aquí?
el nombre del pueblo en la placa. Estaba en San Carlos La señora me examinó. Tenía una paciencia genética.
de Palmira, fundado en 1889 por fray Bartolomé del Su- Se rascó una axila y el movimiento hizo que uno de sus se-
plicio. Fijé la vista por encima del busto y divisé la cruz y nos, el que estaba del lado de la A, se abultara más, debajo
el campanario de la iglesia. Me acerqué hasta la puerta. de la franela.
Tenía el cerrojo puesto. Toqué dos veces y esperé treinta –Hoy no hay nada abierto –dijo.
segundos. Volví a tocar y esperé otros treinta segundos. Puse cara de derrota. Me miré las puntas de los zapa-
Pegué la oreja al portón y no oí nada. Crucé la plaza de tos como si en ellos realmente hubiera podido encontrar
vuelta y doblé hacia la izquierda por una calle que no una respuesta reveladora.
había visto antes. Me asomé y me di cuenta de que era –¿Nada? –pregunté.

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Hizo un no con la cabeza y se acercó más a la ven- No sabía qué hacer. No podía rechazar su amabili-
tana. Pude verla mejor. Empezaba a cultivar canas y tenía dad. Tomé la bolsa y el pote de arroz chino.
un bigotico muy fino, como pelusa. Agarró los barrotes –Muchas gracias –dije–. ¿Cuánto le debo?
de la reja con las dos manos. Había una línea de mugre –¿Van para las procesiones? –me preguntó la señora
oscura debajo de sus uñas. sin responder a mi pregunta.
–Le puedo preparar algo, si quiere –dijo. No comprendía de qué me estaba hablando.
–No hace falta –dije–. Gracias. –Las de Curarigua. Mi esposo nació allá, ¿sabe? Hoy
–Aquí no hay nada abierto hoy. Le cobro barato. son las procesiones de muertos.
Vi la hora en mi celular. –Nunca he ido. Esta sería mi primera vez –dije.
–Se me hace tarde. El autobús donde venía le dio a –Como me dijo que se murió su suegra, pensé que…
una vaca y está parado ahí en la carretera. No terminó la frase. Despejó un mechón de cabello
Estaba a punto de irme, pero algo hizo que me quedara. de su frente. Se limpió el sudor del bigote con el cuello
–¿Usted es de la capital? –preguntó la señora. de la franela.
Hice un sí con la cabeza. –No sé nada de ningunas procesiones –dije yo aún sin
–Mi papá era de Urica, donde murió Boves –agregué. poder moverme del lugar.
No pareció oír mi comentario. La señora volvió a subirle el volumen a la radio. Luego
–¿Adónde va? –me preguntó de una manera que me intentó sintonizar una emisora distinta.
hacía sentir en confianza. –Pues son hoy –dijo–. Mi esposo me cuenta que todos
–A Curarigua. Se murió mi suegra. los años, en este día, la gente del pueblo sale en procesión
–Mmm –dijo la señora–. ¿Su mujer está en el autobús? hasta el cementerio después de la misa. Los que van de
Hice otro sí con la cabeza. último son los hombres más viejos porque son los de más
–Espere y le doy unos bollitos –dijo perdiéndose den- fe. Los muertos van diciéndole cosas al oído, pero ellos no
tro de la casa. se pueden voltear porque capaz y se reencuentran con un
–No, no hace falta –respondí, pero ya se había ido. ser querido y se pueden pasmar.
Miré de nuevo la hora en el celular. Era pasado el La señora se santiguó. Yo me había quedado ahí, con
mediodía. Escuché a un perro ladrando en otra calle. Al el cerebro hecho un revoltillo. Hice todos los gestos que
fin otro ser vivo en aquel hoyo perdido en el medio de estaban a mi alcance para demostrar que no creía en fan-
la nada. La señora volvió corriendo, haciendo sonar sus tasmas. Me sonreí. Ella me miró como si fuéramos a cru-
chancletas. Traía un paquete envuelto en papel aluminio zar un río.
y un pote arroz chino con jugo de guayaba. –Ya deben haber picado la res, ¿sabe? –dijo de pronto.
–Tenga –dijo–. Para su mujer. Fue lo que me quedó Era la señal que estaba esperando. Sostuve como pude
del desayuno. el paquete de bollitos y el jugo de guayaba con la misma

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mano. Maniobré con la otra y logré sacar un billete de que dejó el autobús. De veras lo intenté. Puedo decir con
veinte bolívares. Se lo extendí a la señora y le dije muchas toda seriedad que de verdad lo intenté. Y estuve tan cerca.
gracias. Ella enrolló el billete y se lo guardó debajo de la Tan cerca como para estirar mi brazo y no dejarla ir. Pero
franela, supongo que en el sostén. el conductor hizo un cambio de velocidad y ya no pude
–Hasta luego –dijo, y se perdió entre las sombras de hacer nada. A medida que se alejaba, dejé de correr y co-
la casa. mencé a caminar. Luego me detuve. Mis pulmones me
Quise decir algo, pero no sabía qué. Busqué en lo más exigían oxígeno. Aspiré grandes bocanadas de aire. Tenía
profundo de mi soledad y no conseguí ninguna palabra. la cara, el cuello y el pecho perlado en sudor. Las ma-
Indagué en otros lugares pero sólo logré recolectar valor y nos también, pero en todo ese tiempo no había soltado el
fuerza de voluntad para volver al autobús. Hice mi camino paquete de bollitos y el jugo de guayaba. Le eché un úl-
de vuelta en completo silencio. No quería desentonar con timo vistazo al autobús y volví a atrás. Ahora era el tramo
el pueblo, que parecía haberse congelado para siempre. de la carretera donde Mariana y yo nos habíamos distan-
Dentro de mí, germinaba una sensación extraña mientras ciado. Las personas en bicicleta me miraban. Era todo
volvía a cruzar la plaza. Era como si hubiese estado antes un espectáculo. Me sentí como en una de esas películas
en ese lugar otras muchas veces. O como si nunca me de cowboys que me gustaban. Como un forajido. Alcé el
hubiese ido. Salí por la calle principal y vi el tramo de la mentón para saludarlos. Quería lucir muy calmado. Me
carretera donde mi viaje con Mariana se había detenido. acerqué al sitio donde había estado la vaca. Sólo quedaba
Desde lo lejos, distinguí el autobús. También alcancé a un gran charco de sangre y una familia de moscas alimen-
distinguir a algunas personas en bicicletas, cargando con tándose de la humedad. Me quedé de pie, en ese punto y
inmensos trozos de carne sobre sus espaldas. momento justo, como si esa fuese una parada regular de
Entonces el autobús arrancó. autobuses. Como si en cualquier momento pudiese llegar
Ocurrió como en una pesadilla de la que no se puede otro y pudiera montarme para continuar el viaje solo. Re-
despertar. Nada tenía sentido. Es decir, el conductor, el cordé la historia que me contó la señora desde la ventana.
ayudante, el viejo sin dientes, sabían que yo debía subir Si Mariana fuese en la procesión y volteara a ver hacia
a ese autobús. ¿Cómo podía estar pasando? ¿Y Mariana? atrás, ¿vería a su madre muerta o me vería a mí? Una de
Sólo bastaba con que ella se diera cuenta de que me ha- las moscas se acercó a mi ojo buscando beber de mi lagri-
bían dejado atrás. ¿Era tan difícil esperar por mí? ¿Era mal. La espanté de un manotón. El autobús era un punto
demasiado pedir? Instintivamente comencé a correr. que desaparecía en el horizonte. Entonces me invadió la
El autobús aceleró. Llegué a la carretera con todo mi sed. Destapé el pote de arroz chino y de un trago bajé el
esfuerzo concentrado en no dejar que se escaparan sin jugo de guayaba entero. Estaba tan dulce…
mí. Pasé junto a las personas que habían desmembrado
la vaca. Todos me miraron atravesar la estela de humo

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m e n c i o n e s e s p e c i a l e s Las propiedades curativas
del fuego
Dacio René Medrano Arreaza

A l despertar y abrir los ojos en medio del silencio, a las


ocho de la mañana, supo que no sería un buen día.
Afuera encontraría a su padre acostado en el sofá de la
sala, viendo televisión, pasando la borrachera de la noche
anterior con una cerveza matutina. Su madre encerrada
en la habitación durmiendo hasta las dos o tres de la tarde
por el efecto de los ansiolíticos y los antidepresivos. No
tenía mucho tiempo antes de que llegara el transporte
escolar a recogerlo. Debía preparar rápidamente el de-
sayuno y meter algo de comer en la lonchera. Jugo, unas
rebanadas de pan y queso, eso era todo. No había leche
para el cereal ni mermelada o salsas para un sándwich.
Decidir y resolver pronto, si acaso disponía de diez mi-
nutos. Comió un poco de cereal seco, se tomó dos vasos
de agua y guardó el jugo, el pan y el queso para la hora
del almuerzo. El autobús llegó tres minutos tarde, y por
esto al detenerse frente a su casa él ya lo esperaba con la
cabeza pegada a la puerta para escuchar el motor aproxi- general se desplomó hasta menos cincuenta. Entonces se
mándose. Al montarse nadie lo saludó ni se arrimó para obligó a escribirle una carta a Claudine Fournier (la niña
ofrecerle un puesto, el chofer tuvo que llamarle la aten- más hermosa de la clase y, para Honoré, del liceo entero)
ción a uno de los niños para que se hiciera a un lado y declarándole lo que sentía sin ningún tipo de restriccio-
él pudiera sentarse. Sin embargo, nada de esto le impor- nes; revelarlo todo esperando que sucediera lo mejor.
taba demasiado, cada mañana era una réplica exacta de la La carta, que abarcaba cuatro páginas de un cuaderno
anterior. Era capaz de anticipar cada movimiento y cada cuadriculado, fue entregada en un sobre mal sellado con
oración, incluso, las pequeñas variaciones eran repeticio- saliva que pasó por las manos de cinco mensajeros cu-
nes. Se llamaba Honoré Babin y tenía trece años. Hacía riosos en plena clase de matemáticas. Finalmente llegó
mucho que había dejado de contar los días como este; en hasta Claudine, quien con una hiriente indiferencia la
su lugar, se entretenía con elaborados juegos premonito- metió en su bolso después de verificar su nombre escrito
rios de un futuro que parecía destinado a repetirse. en el exterior del sobre. Había cumplido su penitencia,
El sistema de Honoré era el siguiente: una predicción ahora sólo quedaba la espera.
correcta valía cien puntos, setenta y cinco si se cumplía Horas más tarde, durante el segundo receso, Josette
con variaciones importantes. Los intentos fallidos res- (la mejor amiga de Claudine) convocó a una reunión en
taban cincuenta puntos. Por ejemplo, si predecía que el patio y esperó a que los veinte o veinticinco estudian-
Antoine Gillete (el niño que más lo odiaba en todo el co- tes que atendieron su llamado formaran un círculo alre-
legio) iba a llamarlo “jorobado” como usualmente hacía, dedor de ella. Sin más demoras, procedió a leer la carta
pero al verlo le gritaba “tu padre es un inútil borracho”, en voz alta y clara para que todos pudieran escucharla.
sumaba setenta y cinco porque ambos contaban como in- Honoré Babin los observaba temblando en la distancia
sultos. Pero si lo pateaba o escupía dentro de su morral sin (desde donde se oían las carcajadas), intentando asimilar
decirle nada perdía cincuenta puntos. La cuenta se reini- lo que tendría que soportar. Lo peor había ocurrido nue-
ciaba al alcanzar los mil, y tenía derecho a un premio que vamente.
regularmente consistía en un buen helado de mantecado En su casa fingió estar enfermo y logró ausentarse una
acompañado por un brownie cubierto de sirope de cho- semana, pero en las noches no podía dormir. Cuando lo
colate, o en acostarse muy tarde mirando algo divertido conseguía, soñaba que lo humillaban y lo torturaban sin
en la tele o las películas para adultos que transmitían los que pudiera escaparse. Los conocía demasiado bien, sabía
jueves después de las doce. Por el contrario, si la pun- que el olvido no era una opción. Era más probable que
tuación total descendía hasta un número negativo debía un volcán hiciera erupción en medio de la escuela a que
imponerse un castigo. ellos lo dejaran pasar y olvidaran el incidente para siem-
Una vez, durante días extraños que no han vuelto a pre. En algún momento tendría que volver a enfrentarlos,
repetirse, falló cuatro predicciones seguidas y el conteo era inevitable.

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Por supuesto el día llegó, pero simplemente digamos diera tomarlo si no se apresuraba. El último pupitre, en
que desde entonces las penitencias no volvieron a rela- la primera fila, junto a la pared, del lado izquierdo, va-
cionarse con niñas o personas. Las predicciones fueron cío, esperándolo. Tanta ansiedad, miedo al cambio. El
suspendidas por varios meses y lloró más noches de las sudor en las manos, en las sienes, y las venas pulsando
que quería recordar, de pura rabia y una descomunal im- al ritmo de un tic nervioso. Su silueta en el reflejo del
potencia. Le tomó un tiempo recuperarse, volver a ser vidrio, el cielo gris; nubes, va a llover. Ideas imposibles,
el mismo, hecho que aprovecharon los demás y acaso el absurdas y fantásticas, divagando. Millones de piezas se-
propio Honoré para poner distancia (como si fuese posi- cretas que deben ser encontradas, dispersas en el mundo y
ble aumentarla) y levantar un muro gigante con aquellas en el tiempo, contienen todas las respuestas y las llaves de
diferencias irreconciliables. Desde entonces, el mejor es- todas las puertas. La vida es un rompecabezas, si no fal-
cenario posible era el anonimato, que lo ignoraran sin taran piezas, todo tendría sentido. Sus pies, uno delante
molestarlo, pero generalmente era más de lo que podía del otro, la tierra bajo sus suelas, inagotable, la velocidad
pedir. Para Antoine y algunos otros era fascinante estar y el ritmo, el viento que seca los ojos, el horizonte que no
pendientes de él, del extraño Honoré, feo y anticuado, se acerca, el cielo naranja o violeta o de colores que no
con su piel grasosa y el cabello engominado, con los pan- existen; la puesta del sol, un lugar oculto…
talones demasiado cortos y los zapatos marrones fuera de –¡Honoré!, ¡Honoré Babin! ¿Se le ha perdido algo en
moda, el tono irregular de la voz: nasal, temblorosa, y su la ventana?
inclinación al caminar, enteco y ligeramente encorvado. –No, señor.
Al bajar del autobús escolar no pensaba en ninguna –¡Preste atención!
de estas cosas, pensaba en su madre y en su padre, dormi- –Sí, señor.
dos en pleno día, sobre sábanas viejas, junto a los platos “… como les decía, sus teorías eran muy distintas a las
con restos de comida, en el olor agrio y de sudor ence- que hoy aceptamos como ciencia. Algunos de estos filóso-
rrado que siempre había en la casa, en las paredes agrieta- fos griegos consideraban al fuego como uno de los elemen-
das y el techo lleno de filtraciones, en las despensas vacías tos más nobles porque era capaz de consumir la materia
y las puertas descuadradas, en el ventilador dañado, en el inferior y densa, y de transformarla a través de un proceso
espejo enmohecido del baño y en todas las mañanas en de purificación y cambio, convirtiendo las cosas en algo
que se había levantado para ir al colegio. Se preguntaba si más. Las llamas se elevan y ascienden al cielo, mientras la
sería así siempre, si nada cambiaría, si era posible. materia se desintegra y desaparece en la tierra. Para Herá-
Aunque no había puestos fijos, los alumnos elegían clito, nacido en el año 535 a.C., el fuego era un gran mis-
el mismo lugar, sin excepción. A pesar de esto, Honoré terio, representaba el origen y el final de todas las cosas,
aceleraba el paso en el pasillo que conducía hasta el el gran creador y destructor. En nuestros días, todavía en-
salón, como si alguien, por error o para fastidiarlo, pu- contramos algunos residuos de estas creencias, asociadas

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con el alma y ciertas propiedades curativas del fuego que funda Honoré descubrió que había bebido. No se saluda-
limpian el espíritu, pero esas supersticiones no son parte ron, él caminó hacia ellos y preguntó qué había de comer.
de nuestro tema. Dubois, regrese a su sitio... Otros filóso- –Le estoy preparando un sándwich al niño –Honoré
fos se ocuparon de los demás elementos: agua, aire y tie- no dijo nada, sólo lo observaba.
rra. Anaxímenes, nacido en el quinientos ochenta y cinco –Puede compartirlo conmigo, ¿no? Compartir el pan
antes de Cristo, pensaba que el aire era la substancia…”. con su padre. Y no es un niño ¿eh? –silencio. Cuatro,
Una enorme fogata en medio de la noche con mamá cinco segundos.
y papá; cantaría una canción y tocaría la guitarra. Le gus- –Ven acá –le dijo a Honoré–, vamos a sentarnos a es-
taría aprender a hacer eso, sería divertido hacerlo. Tal vez perar a que tu madre termine –lo tomó del brazo brusca-
a Antoine también le gustaría su guitarra, había visto a al- mente y lo condujo hasta la mesa.
gunos niños llevarlas al colegio. Aprendería una canción –Bernard –dijo ella.
y le mostraría un par de cosas. El poder del fuego. –¿Qué? –contestó–, sólo quiero hablar con él, no pasa
Cuando llegó a casa, su madre seguía acostada. Es- nada. ¿Dime muchacho, cómo te sientes, te sientes bien?
taba despierta, tenía los ojos abiertos, pero en ellos no ha- –la voz exaltada parecía deslizarse hacia la irritación con
bía expresión alguna y por un instante creyó que dormía. cada segundo; Honoré lo miraba paralizado por los ner-
Honoré se acercó, la besó y la abrazó. Permanecieron así vios y se esforzaba en elegir las palabras correctas para su
por un rato. Sin mirarla, con el rostro escondido entre la respuesta lo suficientemente rápido, no quería agotar su
almohada y su cuello, le dijo: escasa paciencia.
–Mamá –ella contestó sin separar los labios. Al escu- –Sí –dijo con un hilo de voz apenas perceptible,
charla continuó: acompañado por un movimiento afirmativo de la cabeza.
–¿Las cosas van a ser así siempre? –silencio. Tres, cua- Pensó en contarle lo que había sucedido en el autobús esa
tro segundos. mañana, pero se arrepintió por miedo a molestarlo.
–¿Vamos a vivir siempre así? –las manos tomaron su –Cuéntame cómo van las cosas en el colegio. ¿Lo pa-
rostro y lo colocaron frente al de ella, que ya estaba llo- sas bien ahí, te diviertes? Yo a tu edad no estudiaba mu-
rando. cho pero tenía miles de amigos –al decir esto su padre
–No hijo, yo no quiero que sea así… pero a veces es comenzó a mover la pierna apoyándola sobre la punta
muy difícil, perdóname –se abrazaron. Ella le preguntó si del zapato: arriba, abajo, arriba, abajo, de forma frenética,
tenía hambre y él contestó que sí, entonces le dijo–: Voy a como si anticipara la respuesta de Honoré y se estuviera
levantarme y te preparo algo –el fuego convierte las cosas aguantando para estallar.
en algo más. –Soy el primero en clase de matemáticas –contestó Ho-
Mientras preparaban unos sándwiches en la cocina, noré. Y cuando apenas había terminado de pronunciar la
llegó su padre. En los ojos húmedos y la respiración pro- última “ese” su padre golpeó la mesa y respondió enojado:

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–¡No te pregunté por las calificaciones! ¡No me inte- como un imbécil! –lo tiró al suelo como un trapo y co-
resan tus malditas calificaciones!”. menzó a quitarse la correa del pantalón.
–¡Ya basta Bernard! –gritó la madre desde la cocina, –Tú vas a ser normal, ¡yo te voy a hacer normal, ya vas
dando un par de pasos en dirección a ellos. Bernard se a ver! –repetía el padre.
levantó sin dejar de mirarla, como si hubiera estado es- La madre cayó al suelo apoyada sobre sus rodillas, y
perando aquella intervención para decir lo que en verdad en medio del llanto ahogado repitió dos veces:
quería decir, lo que había venido a decir. –Esto es un infierno, mi vida es un infierno.
–Tú no sabes las cosas que tengo que escuchar sobre Las llamas se elevan; la materia se desintegra y des-
este muchacho, lo que otros padres dicen, lo que hablan aparece en la tierra.
en sus casas. ¿Sabes quién es Pier? –preguntó volteando
por un instante hacia donde se encontraba Honoré, per-
plejo e incrustado en su silla. Aquella noche Honoré soñó con un pequeño montículo
–No, no sabes, por supuesto que no lo sabes porque en medio de una llanura inmensa. Él se encontraba pa-
¡no hablas con nadie! ¡No tiene amigos! –gritaba desqui- rado justo en el centro, contemplando la unión del cielo
ciado, enardecido. y la tierra en el horizonte. No había nubes y el amanecer
–El padre de Pier –continuó–, un compañero que ha se había teñido de un azul pálido con etéreos trazos mo-
estudiado con él desde el tercer grado, me aconsejó que rados. Un viento tibio y seco soplaba con fuerza hacia
hablara con mi hijo porque Pier le ha dicho que Honoré el Sur, en dirección opuesta. Estaba solo, no había ves-
siempre está solo, que aún lleva lonchera y camina por la tigios de una humanidad existente. De pronto, empezó
escuela con el morral en la espalda ¡hasta en los recesos! a oscurecer con una velocidad artificial y tosca, enton-
¡En los recesos! ces comprendió que se estaba haciendo de noche y no de
–¡Ya cállate Bernard, te lo suplico! –pero él no le hizo día. Divisó sombras en la distancia, masas gaseosas que
caso, fue como si no hubiese dicho nada. se arrastraban como escurriéndose entre la hierba y que
–Y que nadie le habla porque es el más extraño de la rápidamente cubrían la tierra. Se reproducían y se acer-
escuela, que espanta a las mujeres y reprueba la clase de caban como serpientes deformes, convirtiendo la llanura
gimnasia pero los profesores lo aprueban ¡por lástima! ¡Tu en un abismo de oscuridad insondable. El pequeño mon-
hijo da lástima! –golpeó de nuevo la mesa con todas sus tículo era el último punto de claridad en aquella maraña
fuerzas y tomó a Honoré con ambas manos, una por el negra que amenazaba con desaparecerlo todo. Honoré
hombro y la otra por el cuello de la camisa. La madre le temblaba, ahora hacía tanto frío, el viento cálido era una
gritó que se detuviera, pero no se acercó para impedirlo. tormenta helada y esparcía diminutas partículas viscosas
–Te voy a enseñar a no avergonzarme –le cruzó la de oscuridad que intentaban penetrar los orificios de la
cara con el revés de la mano– ¡No me vas a hacer quedar nariz y los oídos. No quedaba mucho tiempo, no podría

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resistir demasiado. Entonces pensó en el fuego, y una cir- necesitaba era estirarse. No obtuvo consuelo. Al caminar,
cunferencia descomunal de llamas ardientes se alzó con el mero roce del pantalón sobre los golpes era suficiente
violencia como un anillo de luz impenetrable. Las brasas para hacerlo llorar y tenía que disminuir el paso para po-
incandescentes calcinaron las diminutas partículas de os- der soportarlo. De todos modos, era mejor que volver al
curidad que desaparecían como motas de ceniza y polvo. insufrible tedio de la clase. Decidió dar una vuelta, más
Las llamas se elevan y ascienden al cielo, el eterno res- adelante inventaría una excusa relacionada con un ma-
plandor en medio de la noche más negra. lestar y una visita a la enfermería, nada que no hubiera
hecho antes. Los pasillos le parecían incompletos al es-
tar vacíos, sin Claudine y sus amigas yendo al comedor,
En la mañana su madre fue a despertarlo y lo ayudó a sin los intercambios de barajitas y sin los empujones y
levantarse de la cama porque los moretones, o más bien las peleas que nunca echaba en falta. Conseguía olvidar
los coágulos de sangre en forma de cinturón, no le permi- el dolor por minutos, pero sin darse cuenta andaba más
tieron mover las piernas. Tardó unos minutos en acostum- encorvado y endeble que nunca, palpando con la mano
brarse al dolor y se arrastró al baño renqueando. Frente al las paredes como si se sostuviera de ellas. A escasos me-
espejo decidió que sería un portador del fuego. Durante tros un niño de siete u ocho años sacaba y metía cosas en
el desayuno meditó sobre la mejor forma de llevarlo siem- su casillero con una expresión de seriedad ensimismada
pre consigo, y antes de marcharse al colegio tomó una que Honoré observó con detenimiento; creyó verse a sí
caja de fósforos que encontró en una gaveta de la cocina y mismo. Se vio acostado boca abajo sobre la alfombra de
también un envase de bencina que su padre utilizaba para su habitación siguiendo las instrucciones de su padre
recargar su encendedor Zippo. Ahora se sentía seguro; sin mientras le enseñaba a jugar ajedrez. Las manos largas y
importar dónde estuviera, el fuego siempre podría prote- delgadas, llenas de venas y cientos de pecas acumuladas
gerlo. En el autobús nadie le ofreció un puesto, pero el sobre todo en el centro del dorso, señalando las piezas,
penúltimo asiento del lado derecho estaba vacío. Mien- dibujando jugadas y estrategias en el aire. Significaba el
tras caminaba, Benoit Girard, un niño de sexto grado y mundo comprenderlo, llegar a ser tan bueno como él, o
dos años menor que él, notó que cojeaba y le puso una mejor todavía, y que pudiera verlo. Entonces pensó que
zancadilla al pasar. Honoré tropezó y sin equilibrio cayó los logros sólo tienen valor cuando los padres pueden
hacia un lado sobre uno de los asientos ocupados. Desde presenciarlos, cuando están vivos y los comparten con-
allí lo empujaron y terminó con la cara pegada al piso del tigo. No pudo recordar en dónde había guardado el ta-
transporte. “¡Jorobado, se cayó el jorobado!”, cantaron en blero, quizás lo había perdido, lástima.
coro. Consumir la materia inferior y transformarla. Sonó el timbre anunciando el receso e inmediata-
Las piernas lo estaban matando, le pidió permiso al mente se dio cuenta de que no llevaba el bulto en la es-
profesor Simon para ir al baño, pero en realidad lo que palda, lo había olvidado en el salón. Le preocupó que

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alguien hubiera descubierto la bencina y los fósforos, que Se despidió con una leve inclinación de cabeza y se
le hubieran robado el fuego; apenas era el primer día y marchó hacia los cubículos docentes. La mochila estaba
ya lo había abandonado. Volvió rápido esperando que intacta y obviamente no la había abierto, pues no men-
no fuese demasiado tarde. Cuando llegó al salón todos cionó los fósforos ni la bencina.
se habían ido. Salvo un par de papeles arrugados y un Aún quedaban algunos minutos de receso pero prefi-
lápiz roto no encontró nada en el piso, el morral había rió regresar al salón y esperar sentado. Caminaba despa-
desaparecido. Antoine, tuvo que haber sido Antoine. En- cio, con la vista en el cemento pulido, meditando sobre
frentarlo o reportarlo. Se imaginó el bolso enterrado en la mejor manera de transportar el fuego: en los bolsillos o
el parque y su rostro ensangrentado tendido en la arena. en un pequeño bolso amarrado en la cintura, que tendría
Se dirigió a la sala de profesores, tenía ganas de llorar. que comprar pues nunca había usado uno. Estaba tan dis-
Al entrar distinguió la espalda del profesor Simon quien traído que no notó a Antoine y Josette conversando junto a
conversaba con una mujer, probablemente la represen- los casilleros, pero ellos sí se dieron cuenta de inmediato.
tante de un mal alumno. Antoine es alumno muy malo, –Mira al jorobado, está más feo que nunca. ¡Jorobado!
pensó. Decidió esperar, de seguro sería algo rápido. Tuvo ¿A dónde vas? –gritó Antoine cuando Honoré pasaba justo
suerte, Simon la despidió enseguida y al voltearse sus ojos frente a ellos. Él lo escuchó pero se hizo el sordo y siguió
se encontraron. caminando.
–Babin, ¿qué sucedió con usted? Se ha ausentado de –Babin –habló Josette– ¿Cuándo vas a escribir otra
la clase sin autorización, voy a tener que reportarlo –dijo carta? Nunca me había reído tanto, hazla para mí, ¿quie-
sin mucha convicción el maestro alto y delgado que com- res? –silencio. Tres, cuatro segundos, no se inmutó, con-
pensaba una incipiente calvicie con un espeso bigote. tinuó con su paso.
–No me siento muy bien, señor, estuve en la enfer- –¡Jorobado respóndele!, te está hablando una mujer,
mería y... no puedes dejarla con la palabra en la boca –gritó Antoine.
–¿Qué le duele? –preguntó apurado el profesor. Nada. El cemento pulido no tiene el brillo de otros
–Las piernas, tengo unos... años, el bedel de la escuela debe estar viejo y cansado.
–Que no se repita, espere aquí un momento. Pasos, cada vez más cerca los pasos. “¡Aprende a respe-
No le dio tiempo de acusar a Antoine, el profesor se tar!”. Las palabras sonaron en su cuello empujadas por el
dio media vuelta y entró en una de las oficinas. Al regresar aire de un movimiento brutal. Punzante, como una aguja
tenía el morral en la mano. o un bate con clavos, sintió que la pierna izquierda se do-
– Tome, estaba tirado en el piso, vaya con cuidado y blaba a la altura de la rodilla. Mientras se desplomaba dio
compórtese. un alarido de dolor. Alcanzó a mirar la pierna de Antoine
–¡Gracias, señor! Pensé que alguien lo había rob… que se recogía para lanzarle otra patada. Duro, en la base
– Ya ve que lo tenía yo, lo veo en la clase. de la espalda, el impacto recorrió todo el cuerpo, pero

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no hizo daño. Antoine se detuvo y se quedó ahí parado, soledad, fiestas (–¡Abre la puerta! –¡No!), las llamas, una
sin hacer nada, esperando. Honoré lo miraba arrodillado cortina de llamas, se elevan, consumen y envuelven, bra-
intentando descifrar el próximo movimiento. Cuando sas, muchas brasas, humo negro, dolor. Silencio…
comprendió que no iba a volver a pegarle, le pareció un
cobarde y antes de pensarlo se levantó y arrojó un escupi- Honoré temblaba; ahora hacía tanto frío... El viento cá-
tajo que se estrelló entre el pecho y el brazo de Antoine. lido era una tormenta helada y esparcía diminutas partícu-
Las miradas se encontraron y ambos echaron a correr. No las viscosas de oscuridad en medio de la noche más negra.
había tiempo para decidir, el destino lo escogería el ins-
tinto. “¡Te voy a matar jorobado!”.
Puerta azul, cerradura cromada, el seguro puesto. Es-
taba a salvo por ahora pero no era suficiente. Al contrario,
era tan poco, tan ajeno a sus expectativas… Detrás de la
puerta siempre estarían las horas, las cartas devueltas y
las invitaciones que nunca llegarían, las zancadillas y los
sándwiches aplastados, la estúpida lonchera y los almuer-
zos que tenía que prepararse él mismo, los muebles viejos,
las medias con huecos, el olor de su padre, los puntos
sumados y los puntos perdidos, no sabía el total, ya no
llevaba la cuenta, los días repetidos, las predicciones, la
cara de Antoine, la bencina en el piso –había que trazar el
círculo perfecto para protegerse–, la voz de Josette, los za-
patos de deporte, los balones de fútbol, tres a cero, cinco
a cero, perder siempre, a casa solo siempre, los exáme-
nes, buenas notas, malas notas, mamá feliz, mamá triste,
ojos cerrados –la bencina quema en la piel como un ardor
frío–, las vacaciones en el parque, sin viajar, en el cuarto,
en ninguna parte, promesas y decepciones, nuevas prome-
sas y nuevas decepciones, días repetidos, las horas, infini-
tas, predecibles –cuatro, cinco fósforos, la lija está gastada
pero finalmente se encienden–, insultos, golpes, vibra
la puerta, se acaba el tiempo pero quedarán las horas, la
enfermedad, camisa azul, camisa beige, diplomas, bailes,

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Hacia una metodología
del desecho
Nora Edén Mora Méndez

La investigación

L a primera vez que trabajé como recolectora de basura


no pensé que las cosas llegarían hasta este punto. Fue
muy rápida la adaptación al oficio. Le tomé más amor a la
basura que a la investigación. Recuerdo mi primera bolsa,
negra como la mayoría, olor ácido, unos 10 kilogramos de
peso –por suerte, compacta– y aunque estaba húmeda,
no chorreaba. Con la experiencia que tengo ahora, creo
haber visto casi todas las posibles bolsas de desperdicios.
Debí pensar en una tesis para obtener mi título de
doctora en Ciencias Sociales. Hace dos años por estos
mismos meses, un motorizado se estrelló contra la puerta
del lado del copiloto de mi Chevrolet. Estuve casi un año
a pie. Sentí un cambio estructural, una conexión con lo
callejero.
Hay patrones de basura en las vías públicas que sólo
eres capaz de notar si eres una detallista de lo urbano.
Descubrí que las bolsas se acumulaban por tres días hasta No fueron tan mezquinos y me dieron un mapa con
que los trabajadores del aseo las recogían. Dejaban una horarios para saber dónde y cuándo pasaba el aseo. La pri-
estela agria como de conchas de naranja junto con una mera semana seguí tres rutas. Cada camión llevaba seis
marca mojada en la acera y el asfalto. trabajadores, uno que maneja y cinco recolectores. Sólo
Me inquietaba pensar en mi predilección por las observé. La siguiente semana escogí solamente dos camio-
ciencias sociales y no cualquier otra cosa en su lugar; un nes. Una vez más, sólo observé. Me decidí por uno. Alguna
oficio, por ejemplo. Con eso surgían todas las preguntas intuición predecía que con esos seis la cosa funcionaría.
posibles: ¿Por qué alguien escogería ser recolector de
basura? ¿Será un acto de abnegación? ¿Una cuestión de 4.3 Tipo de investigación: Investigación-acción.
tradición familiar? Quizás no hay otra opción. ¿Pagarán
bien? ¿Tendrán mejores beneficios? ¿Serán basurofílicos? Me les acerqué directamente. Traté de identificarme
Concretamente, el planteamiento era algo como: ¿Qué como una investigadora y les expliqué mi estudio, ellos
sería aquello que podría conducir a una persona a la co- se rieron, pero en el fondo fantaseé que se habían sen-
munidad organizada de la suciedad, al club de los que se tido halagados. No tenían tiempo. ¿Cómo no van a tener
deshacen de lo innecesario? De aquí partió el estudio: tiempo para una investigación sobre ellos? Esperé nueva-
mente tres días y volví a insistir. Finalmente, dijeron que
Objetivo: describir el conjunto de situaciones, circuns- para hablar solamente tenían los mediodías, a menos que
tancias o motivaciones que pueden llevar a los recolectores me quisiera montar en el camión con ellos, y se rieron.
de basura a incluirse en dicho trabajo.
Día 2 - Diario de campo: Realizado un segundo in-
Me acerqué a la sede principal del Aseo Urbano y tento de contacto con los recolectores (los identificaré
pedí permiso para hacer mi investigación; me esmeré en por sus nombres cuando los tenga), han permitido que
explicar mi objetivo y las diversas hipótesis planteadas. No les haga entrevistas durante su hora de almuerzo en un
les interesó. Dijeron que si quería trabajar con recolec- espacio ubicado en Los Dos Caminos. Mencionaron en
tores de basura tenía que contactarlos directamente. Me un tono sarcástico que podía montarme en el camión de
molestó un poco que sugirieran que tratara de asociarme basura. Probablemente intuyen que una persona como
con algún hombre que apoyara mi investigación, decían yo no lo haría. Me pregunto si lo dirán por ser una mujer,
que quizás se mostrarían más abiertos con alguien de su por parecer de otro nivel social, o quizás por los dos.
mismo sexo –eso sin contar con que no notaron un emba-
razo de tres meses y medio–.
Sin apelar a las millones de teorías feministas, encon- Acepté verlos donde ellos indicaron, incluso entendí sus
traba esta sugerencia vulgarmente ofensiva. risas. Me vi a los seis años en un lugar de comida rápida,

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quizás Tropy Burger, recogiendo todos los removedores sabe que la gente depende de uno. A nadie le gusta vivir ro-
de café, pitillos y vasitos para colocar la salsa de tomate. deado de basura. Menos nosotros, tú me entiendes (se ríe).
Los tomaba y los ocultaba en mi carterita, pensaba usarlos
como indumentaria teatral de mis muñecas, quizás unas Al terminar la primera semana de trabajo de campo,
ollas de cocina o unas sillas. Cuando mi familia se dio uno de ellos me preguntó si yo estaba embarazada. Con-
cuenta de que yo había acumulado todo eso, se burlaron testé que sí. Pensé que diría que este no era lugar para
de mí. Me empezaron a decir Fospuca. En ese momento, una embarazada pero sólo preguntó si era niño o niña y
esa era la compañía de Aseo Urbano. La basura podría cómo lo llamaría. No supe responder ninguna pregunta.
ser entonces un estímulo discriminativo social, un castigo Los entrevisté a los seis muchas veces. Preguntaban qué
en la cadena de aprendizaje más reduccionista; una cosa iba a hacer con esas grabaciones, si al final podría dárselas
que, ni mis padres ni los suyos, hubiesen querido para sus en un CD para mostrárselas a su familia. Supongo que se
hijos, algo vergonzoso. podría hacer un remix de salsa con las grabaciones o crear
El local donde almorzaban era bastante concurrido. todo un proyecto donde el intro de cada canción fuese
Había unas treinta mesas y una gran pizarra que anun- un pedazo de cada grabación. Sería un hit con su grito:
ciaba el menú ejecutivo y que al final decía ¡Buen Pro- “Basura pa’ gozá”.
vecho! Sonaba salsa y tecnomerengue de los noventa. La siguiente semana me invitaron a montarme en el
Atendían dos gorditas y una flaca que mientras hablaban camión y hacer una ronda con ellos. Fui adelante con el
con los clientes hacían que la comida llegara increíble- chofer por un tiempo, pero luego dijeron que para vivir la
mente a tiempo a las mesas. Seguro en diciembre tendrían experiencia completa debía ir guindada atrás. Realmente
el cochinito para los aguinaldos y cuando la gente dejara lo deseaba. Me había adaptado al olor ácido y podrido que
sus monedas, la que cobra diría: “Comió el cochino, gra- se acumula en el compactador. Terminaron convencién-
aaacias”. Allí almorzaban todos los días. ¿Les provocaba dome de que no era tan peligroso y de paso el chofer iría
comer? Quizás simplemente luego de ver tanta basura más lento por mí, para que no pasara nada con el menor
cualquier cosa lucía apetitosa. (así le decían a mi barriga). Fue como ir en el Titanic con
cinco Leonardos Di Caprio diciéndome que me agarrara
Grabación 1: Juan Pablo Muñoz fuerte de los tubos del camión. Le hacía honor a Fospuca.
Investigadora: ¿Por qué elegiste ser recolector de basura?
Juan Pablo: ¿Mi amor, tú crees que uno elige eso así? Grabación 16: Andrés Martínez
Yo tenía un primo trabajando aquí y me dijo que estaban Investigadora: ¿Qué significa la basura para ti?
pagando más o menos y me metí. La gente como usted Andrés: La basura son los desechos, lo que la gente no
cree que es feo meterse a trabajar con basura. Al final uno quiere. Si tú no sirves para nada te dicen ¿cómo? Basura.
Pero la basura también sirve para conocer a este poco de hacernos las entrevistas. Yo pensé que ibas a ser como esa
gente. Nosotros sabemos lo que las personas botan, lo que tipa, pero al final menos mal que no. La jeva me pedía que
gastan, lo que no les gustó y lo botaron, lo que dejaron la tocara con los guantes y que no me los quitara. ¡Qué co-
podrir. A veces siento que puedo conocer la mente de la china! Ellos dicen que era de pinga, pero yo me volví como
gente por su basura, me siento como un psicólogo, no sé. loco también. Al principio estaba fino porque la tipa estaba
buena, pero luego me pedía cosas raras, que le metiera ba-
Al mes de trabajar con ellos me invitaron a tomar algo sura tú sabes dónde. Empecé a tener problemas con mi
un viernes. Una tasca de unos amigos de Junior en Cha- mujer. No voy a decir qué tipo de problemas porque ellos
cao, para que no me espantara en otros sitios más feos, di- se burlan. La vaina es que la tipa me empezó a perseguir y
jeron, y de paso dan comida gratis. Llegamos a la Sardina yo pedí cambio de ruta. Fue una mierda.
Firenze, un lugar que conocía por mi círculo de amigos
(que dicen conocer tascas arrabaleras). Regalan sardina Parecía que ellos no exigían nada, lo soltaban todo. A
frita y ponen cumbia, es el sitio al que van los pelabolas veces tenía la imagen de ser una terapeuta sexual emba-
intelectuales y los del aseo urbano. Aquí se cruzaban los razada que los obligaba a hablar acerca de la basura. Creo
cables entre mi mundo y la investigación. Pidieron un que los fetichizaba.
jugo Yukerí para mí, mientras ellos le daban duro con
Polar. Tenía seis amigos recolectores de basura. Esto era Diálogo transcrito sin grabación 16: Carlos Brito
mucho más interesante que la academia, el doctorado, la Investigadora: ¿Qué ha sido lo mejor que te has en-
maternidad. Eran seis hombres que contaban su basura. contrado en la basura, Carlos?
Carlos: Nosotros tenemos una competencia semestral
Diálogo transcrito sin grabación 21: Daniel Castro de quién se consigue la mejor vaina por ahí. El año pasado
Investigadora:¿Qué es lo mejor que les ha pasado ganó Yahir, que se encontró el anillo de un militar. Todos
siendo recolectores de basura? pensamos que era oro. Se ganó las frías, pero el anillo no
(Todos se miraron las caras y luego miraron a Daniel). era oro nada. Yo me he encontrado de todo, licuadoras,
Recolectores: Que responda Daniel (al unísono). muebles, cauchos, cuadros, fotos familiares, de todo. Me
Daniel: (se ríe) Bueno, no se vaya a ofender. acuerdo que una vez me encontré un álbum de matrimo-
Investigadora: Ahora me dices usted de nuevo. nio completo y al final tenía unas fotos sueltas de la mujer
Daniel: Bueno mi amor, no te vayas a ofender. Pero en en babydoll en la luna de miel, creo yo. Me imagino yo
una época me estuve cogiendo –y me disculpas la palabra– que se habrían divorciado. Igual lo agarré.
a una tipa de Altamira todos los miércoles. Ella decía que Empezaba a entender la basura más allá de lo que
le encantaba un hombre todo sucio. La tipa estaba loca, me había planteado. Era un arte que me llegaba como
me había estado cazando como cuando tú nos cazaste para ninguna vanguardia podía.

310 311
Diálogo transcrito sin grabación 16: Junior Lamas amigos del camión dejaron de incluirme en las cervezas
Investigadora: ¿Hay diferencia entre las basuras de la o jugo de los viernes. No les gustó que yo estuviese ahí.
ciudad?, ¿hay rutas preferidas? Traté de explicarles que ya la investigación se había aca-
Junior: Claaaro, la basura del Este huele peor. Noso- bado y ahora era una empleada más del aseo, como ellos.
tros creemos que nos toca la ruta más difícil. En los ba- Lo tomaron como una traición de mi parte, como si todo
rrios la gente no deja podrir tanta comida. Hay demasiada lo que me hubiesen contado lo hubiese tomado con poca
basura porque hay mucha gente, pero la basura no huele seriedad.
tan mal. Nosotros creemos que la comida cara da un olor Dejé en el cubículo un calendario de Basquiat con
muy malo cuando se pudre y hace que la gente cague, los turnos marcados que me tocaba hacer y la fecha del
disculpa, defeque con peor olor que en otros lados de Ca- parto. Tampoco recogí una colección de 22 lápices de
racas. Para que me creas, acércate un día a un basurero museos, varios blister de pastillas para el dolor de cabeza,
de un restaurante de sushi. Si la gente viera eso, jamás un taco de papel, una agenda y mis guantes. El resto del
comiera el pescado así crudo. uniforme aún lo conservo.
Fue feo cómo terminé saliendo de allí. Mientras tra-
Toda esta maquinaria con intención teórica que yo taba de hacer más fuerte mi punto de que éramos compa-
había querido construir alrededor de la basura, no podía ñeros de causa, mi banda de amigos buscaba deshacerse
ser sólo palabras, no quería quedarme guindando con mis de mí. Preguntaban si me había vuelto loca, o si me hacía
deseos. Me hice recolectora –como dije al principio–. falta un buen polvo para que los dejara tranquilos, que si
Para ese momento, sólo éramos tres mujeres que trabajá- yo no tenía mi propio trabajo, mis estudios, mis amigos,
bamos directamente con la basura en el Aseo Urbano de que me dedicara a ser mamá, que si quería usara las graba-
Caracas. Un orgullo, sin duda. ciones como material masturbatorio, pero que parara todo
Tuve que pelear para entrar. Primero dijeron que es- esto. Yo era una mujer fuerte y estaba dispuesta a defender
taba muy por encima del perfil que buscaban allí, luego mi nuevo trabajo. Luego de pocas semanas dejé de ir.
no querían dejarme trabajar porque era mujer, también
por estar embarazada, y por último simplemente no La teoría
creían que era un trabajo que yo pudiera hacer. Baja-
mente, apelé a una denuncia por discriminación si no me Hay una parte del cuento que no está del todo clara. En
aceptaban. Acabaron ubicándome en un cargo adminis- un punto, pareciera que Ana –porque hay que ponerle un
trativo y luego de dos semanas allí, logré negociar dos tur- nombre– no tuviera vida. No queda claro qué es lo que la
nos a la semana de trabajo en la calle. hace sumergirse tan abruptamente en la basura. A veces
Al concluir las entrevistas, tuve que reincorporarme parece una mujer vacía y en una búsqueda demasiado
a las labores administrativas en las oficinas del aseo. Mis ingenua. Hace falta un poco más de ella.

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Me pides que te ayude a llenar el espacio entre que preguntó un día quién era el papá de mi hija, que si me
Ana se vuelve loca por estar cerca de la basura, decide tra- había abandonado. Se puso a decir que a veces los hom-
bajar en el Aseo Urbano y cuando definitivamente aban- bres son así y dejan sola a una mujer preñada, pero que
dona todo, se resigna y tiene una hija. Quieres que yo sea luego vuelven cuando el chamo tiene como once años y
Gordon Lish y tú Carver. No te voy a decir que no tuve ya es inteligente o sale bien en el colegio. El papá viene
la tentación de decírtelo cuando me mostraste este relato, y quiere firmarle la boleta y sentirse papá, regalarle unos
ya yo te había dicho que la solución estaba en ella, en la colores buenos o algo así. Yo era muy gafo y a mi primer
oscura Ana. No te voy a decir algo tan estúpido como eso hijo no le paré como hasta esa edad, y lo primero que le
que te dijo aquel muchacho que hacía el taller contigo, llevé fue un reloj con calculadora que él quería, me dijo.
que mientras ella investigaba sobre la basura, se terminó Carlos también me preguntó si ya tenía los padrinos para
encontrando a sí misma. Olvídate de eso. Esto es otro tipo la barriga. Le fueron dando vuelta a la idea de que yo es-
de ocaso. taba sola, de que necesitaba ayuda.
Está claro que la cumbre de lo que ocurre no la has Quise sorprenderme con mi flexibilidad y los invité a
dicho. Sabemos poco de ella en todo el transcurso, como mi casa. Todos trajeron a sus esposas, menos Junior que
si quisiera encarnar esa investigadora que no dice nada de se trajo a una de sus hijas. El camión lo pararon en el es-
sí. Lo que hace la diferencia aquí son sus recolectores de tacionamiento del edificio, al lado de la Cherokee de los
basura, ellos no dejarían esa distancia intacta, sin alterarla. del piso seis. El estacionamiento quedó oliendo muy mal,
La solución a este cuento es otra parte que subtitularás: pero todos ellos olían a perfume y a ropa recién lavada.
Me gustaba la idea de recibirlos en mi espacio, ofrecerles
Antes de la conclusión algo mío luego de haber sido una garrapata que engor-
daba de sus vidas. Evidentemente, también me aterraba
No debí haber finalizado mi historia sin detenerme en que vinieran, pues ese misterio alrededor de mí seguía
dos detalles importantes. Volveré a pensar en términos in- intacto y quizás generando expectativas ruidosas.
vestigativos porque así empezó todo. Para ser exhaustiva No preparé nada de comer, como las mujeres de mi
tendría que hablar de las grietas que surcaron la relación familia me habían enseñado, tenía unas cervezas y ha-
entre los recolectores y yo. bía comprado cuatro pollos en brasas con yuca y ensa-
Antes ya había contado que la tesis de doctorado la lada mixta. Cuando bajé a recibirlos, ellos venían con dos
había abandonado pero, en principio, esa era mi excusa cavas, una con la comida y la otra con la bebida. Entre
para acercarme a ellos. Por eso hice un documental infi- Juan Pablo, Andrés y la esposa de Carlos hicieron un mu-
nito, con registros cada vez menos ordenados. Yo debía chacho redondo al horno y retocaron esos pollos que yo
mantener más o menos ese semblante de investigadora había comprado. Hicieron una ensalada rusa y otra de
y de delegada de la Academia, por ellos y por mí. Yahir berro. Los demás picaron el pan y sirvieron ron, whisky,

314 315
y un batido de mango para mí; las cervezas se quedaron mi familia y que me gustaba ver las cosas desde un punto
frías, congeladas. elevado, por eso lo de estudiar, por creer poder ser mejor.
Habían llegado al mediodía, eran las dos de la mañana En esta versión, se pudiese haber mencionado el
y todavía estaban aquí. Me pidieron ver fotos de una fami- oficio de la basura como un buen ejemplo de todo esto,
lia, la mía. Cuando la esposa de Andrés fue al baño, pre- como una bonita metáfora o un creativo tema de investi-
guntó que si algún hombre vivía en esta casa, para que le gación. Quizás llegase a decir que me gustaban las cosas
prestara una franela a su esposo que se le había manchado raras, que ellos eran eso para mí: lo exótico. La imagen
con la salsa de la carne. La hija de Junior me preguntó podría parecerse a la policía de Fargo, con la pistola en las
si de verdad yo todavía era estudiante y dijo que cuando manos y los recolectores en la nieve, congelados. Puede
tuviese mi edad esperaba ya estar trabajando, que quizás que sonase como la necesidad de contemplación y escru-
iba muy lento. La comida superó una cena navideña de mi tinio para luego hacerme una de ellos y vivir la basura
familia, en cantidad y probablemente en calidad. desde adentro como un viaje de ácidos del que se vuelve
Si esa noche les hubiese llevado las pocas fotos que siendo otra, pero no siendo ellos.
tenía, les habría dicho que existía un concubino que tra-
bajaba demasiado pero que era bueno conmigo, que yo
quería ser mamá y estudiar para luego compartir el co-
nocimiento; pudiese haber sido todo una alucinación.
Además, si ellos finalmente querían tenerme como com-
pañera de trabajo para completar nuestra intimidad, les
habría dicho que sus vidas eran mejores que la mía, que
me sentía en familia y que haría exactamente eso, trabajar
con ellos. Esto hubiese sido sólo un intento de redondear
el hilo de un sueño, toda una aceptación en su rebaño,
un llamado correspondido a la basura y a la calle.
Pero si, por otro lado, me hubiese cansado de las pre-
guntas sobre mi vida, de la cercanía, de la familiaridad y
quizás me encontrase ebria de una ráfaga de molestias de
embarazo (no de alcohol), pudiese haber respondido a sus
peticiones con una certeza de que mi vida era mejor que
las de ellos. Una especie de retaliación por haber asumido
que yo necesitaba ayuda. Habría quedado explícito que
quería tener un hijo sola, que no me sentía muy cercana a

316 317
La visión de los lobos
Enza García Arreaza

Escribo porque no consigo ser feliz


Orhan Pamuk

Tú eres el fuego
estás vestido de negro
Sayat Nova

“T rágatelo y no vomites”.
Nunca imaginaste que aquellas palabras de tu
madre se repetirían en la habitación de un hotel, con tu
única pantaleta de encaje enrollada en el pie y el agu-
jero místico todavía seco, mientras Jorge hacía presión
sobre tu cabeza. Pensaste en lo que dijo tu amiga más
experimentada sobre el sabor del asunto en cuestión, y de
pronto volviste a una tarde borrosa, tú enferma de algún
catarro infantil y Julia apresurada con el frasco de jarabe
en la mano, furiosa ante la posibilidad de perder cita en
el salón de belleza. Entonces te erguiste para tomar una
bocanada de incienso y decirte a ti misma que pronto aca-
baría la rigurosa voz en tu cabeza, que mejor pensaras en
los escritos que tu padre guardaba en el fondo del cajón.
Pero fue mentira. Trágatelo y no vomites.
Son las once de la mañana y ya son varios los mo- –Pero anoche vi a Julia cortarle la cabeza a un pichón.
narcas difuntos. Caben tantos vértices y tantos hielos en –No la llames por su nombre. Le molesta.
el pensamiento, y país se dice en minúsculas, porque es- –Mató un pájaro. ¿Por qué?
tamos en sexto grado y todo es transparente: la maestra –Tu madre te quiere.
que adoptó a sus niños favoritos (siempre los varones de –¿Por qué lo mató?
ojos grandes), el portero que te miraba saltar la cuerda o –Ella trabaja con eso.
el papá corrupto de tu mejor amiga. Luego el cansancio –Si Dios es armenio no creo que le guste ese trabajo.
enturbia a quien se asombra. Me dieron este cuerpo para –Dios no es solo armenio.
sobrevivir, me digo entonces. Tener a los lobos entre las –¿Dios es como tú?
piernas. Jurar, como ellos, que la lluvia es mucho más que –¿Cómo?
un pensamiento blanco. Me callé. Casi me resbalo con un mango, pero Aram
Cada domingo, Dalila (es decir, yo) padecía el ser- lo impidió.
món del padre Dikran, cuyo gargajo ortodoxo resonaba –¿A qué te refieres? –insistió, aminorando la marcha.
entre los muros de la iglesia armenia San Gregorio Ilumi- –Siempre estás distraído.
nador. Estos eran los únicos momentos en que ella y su
padre podían estar juntos en paz, gracias a que la madre 3
de Dalila no era armenia y, por supuesto, no exhibía el
ánimo para tragarse las dos horas de servicio. Además, las Su nombre es Julia. Nació en abril. Cuando empezaste a
viejas matronas siempre la veían por encima del hombro rasurar tu sexo (“cuando empecé a rasurarme la cuca”, dice
y murmuraban que cómo era posible que ese muchacho una voz desde el sur), lo tocabas por la noche porque la
tan bueno, tan noble, tan sano, Aram Garoghlanian, hu- piel contra la piel te distraía, pero después la imagen del
biera escogido para casarse a una mujercita como ésa, in- sexo de Julia, visto por primera y única vez, te atormentaba,
dia, caderúa y pare usted de contar. velludo y condimentado. Abril significaba muchas cosas.
Pueden preguntarle a Eliot al respecto, pero Eliot no sabía
2 de qué hablaba. Mi padre escribió lo siguiente a propósito
del cumpleaños treinta y uno de esta mujer:
–Papá, ¿matar un pájaro es malo? –me atreví después de “En el infierno alguien recuerda los pájaros. La gran
pensarlo un poco. Bajábamos a Sabana Grande desde el amenaza de pronto hallar el paraíso. Lo que sucede a una
templo y debimos esquivar una cantidad considerable de flor puede verter sobre ti sus alas; como si la flor naciera
mangos podridos. culpable de ese fuego que en ti razona, la furia doméstica
–Sí. de querer aroma y sombra, dulce apogeo vertical: recuerda

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tu lacerante oficio de polvo, olvidar oblivia obsidiana o al todo matar al abuelo, aunque diera tanto miedo matar a
menos morir en el intento. La flor te culpa de odiarla y no la sangre, porque era quien más le tentaba el precipicio,
te asomas. La flor tiene la culpa de que fueras hecho para a veces despacio y por debajo de la bata, y la obligaba a
la carne y no para un rito. Así, en el desierto hay pocas servir tragos cuando algún caballero venía a visitar la casa
flores y mucho tiempo, infierno y paraíso comparten el de bahareque.
asedio de un solo espejismo: pájaros muertos que acaricié Tenía catorce años, y catorce años siguió teniendo
en tu casa cuando les daba de comer, memoria. para siempre, cuando una noche en vez de tomar la al-
Un día se detona el alma. Surge la ceniza y la pre- mohada, metió los dos vestidos que le quedaban buenos
gunta que interroga por la naturaleza de nuestros víncu- en un saco, junto con el cepillo y algunas monedas, y de-
los. Luego hembra y mar se juntan en el discurso de lo jando el café listo, decidió coger la calle hasta que el mar
humano, como lo hacen las piedras y la muerte, o el agua quedó lejos, como si el mar no quedara hacia adentro, y
fría y los remordimientos. Julia debía cuidar a sus abuelos tuvo que abrir la boca y tragar para que un camionero la
porque ellos la alimentaban. Una vez le abrieron la ca- dejara más allá de todo, donde ya no era Oriente ni los
beza con un tizón: por suerte un vecino la llevó a tiempo patos ni el maíz podrido.
al puesto de socorro para que le hicieran algunas suturas. Trágatelo, no vomites, le dijo.
Por estar mal de salud, los viejos imponían a la nieta Julia García, catorce años y dos vestidos, pero sobre
el comercio de empanadas y algún eventual ejercicio de todo, Julia García, dos fosos y el agua que se empoza en
costurera, pero no estaban demasiado moribundos los fi- el medio.
nes de semana ni durante las ferias de la Virgen. La ma-
dre de la niña se había largado años atrás con el padre de 4
su segunda barriga y por eso Julia emergió como heredera
de una casa de bahareque en Vidoño, durante la época La primera noche durmió en el terminal. La segunda se-
ardua en que era bueno y necesario tener carácter, por- mana comió en una iglesia. Después logró que la adop-
que se era pobre pero orgulloso, porque el país no tenía taran en una residencia de La Pastora donde podía pedir
tamaño, porque se iba a la iglesia y se ofrendaba coraje, cama y dos comidas a cambio de fregar platos y pisos. La
porque se era un poco indio y un poco negro y quizás dueña de la casa se encariñó con ella, por eso la peinó
un poco blanco, como Julia, blanca, india, con el cabello y le dio zapatos nuevos. Pero Julia ensanchó las caderas
largo en trenza, y unos senos con piel de fruta, y unos y los senos con piel de durazno pronto le brotaron: eso
ojos rasgados, compás del asedio, mecánica del magma, alebrestó al señor de la casa y a los hijos, de modo que la
el eco y el escenario, lobo en los ojos. A veces Julia se buena señora la mandó a vivir con una vecina. Esto no
despertaba y caminaba por la habitación con una almo- hizo feliz a Julia, que se entusiasmó con haber aprendido
hada en las manos, soñando con el gran sacrificio: sobre a leer y a escribir (quizás un día llegues a algo, puede que
a secretaria o a maestra), pero el cielo es sabio cuando Los muchachos de buena familia suelen tener pecas.
junta la ola contra la roca: la vecina, una barloventeña Pero él era extraño, no actuaba como los jóvenes arrogan-
negrísima como la insinuación de la muerte pero con tes que se paseaban por los centros comerciales, hijos de
nombre aristócrata, Isabelle-Marianne Duvalier, enseñó españoles o italianos que habían conseguido despegarse
a Julia a maldecir con puntería a pesar de la distancia, gra- la miseria. Tenía los ojos subterráneos, tallados en la pa-
cias a las labores de Obatalá, rey de todas las cabezas. La ciencia de un cedro, aunque Julia nunca hubiera visto
llenó de collares y encajes, le dijo que cuando encontrara un cedro, y tenía las manos fuertes, aunque incapaces de
al otro Rey, el que tuviera real y una casa, se entregara a matar ninguna criatura. No sonreía sin pedir perdón, sa-
los santos armados, para que le concedieran un beso fértil bía todo del dolor y la plegaria, porque había llegado en
y un destino de reina. barco, en la barriga de una madre que se había ganado su
lugar en las estadísticas como tantas mujeres de su país
5 imaginario, sólo que esta vez el soldado que le puso la
mano encima nunca mostró su cara ni su acento, y bien
Julia caminaba por las calles de El Paraíso buscando el pudo ser turco o azerí (nadie niega que incluso haya sido
apartamento donde la esperaban para recibir un recado armenio), pero poco importaba si dentro de ella todavía
cuando tropezó con mi padre. El muchacho no tiene más quedaba algo vivo, y así se subió al barco y pidió a un mu-
de veinte años, adivinó, y un dejo de vergüenza contrajo su chacho que se quedara con ella, porque ella ya hablaba
rostro inesperadamente, al verse reflejada en la ventanilla español, y al menos eso haría más fácil la vida en Amé-
de un carro y reconocerse demasiado curtida, a pesar de rica: quédate conmigo, por favor. (Después de pedir algo,
tener dos años menos que él. Pero es hora de no dar crédito se hace silencio un momento, se procede a saborear esa
a los presagios, se dijo a continuación, esta vez me sentaré derrota florida de nunca bastarse a uno mismo). Si mejo-
en la cabeza de todos los muertos y reiré tan alto como ramos, podremos tener una casa y un jardín para sembrar
pueda. (A veces estos pensamientos manaban desde lo más albaricoques y granados. Y el muchacho dijo que sí, por-
insondable de su ser, gracias a que el pantalón le apretaba que tarde o temprano se buscaría mujer e hijos y mejor
y el reflejo en la ventanilla del carro de su sexo embutido si era una paisana. No preguntó de quién era la semilla.
le animaba). Aram, mientras tanto, no encontraba las pa- Lo llamaron Aram.
labras para disculparse, al mismo tiempo que recogía sus Tienes que soñar una vida antes de representarla. Pero
bolsas y las de Julia, que estaban esparcidas por la acera. ¿qué pasa si al cerrar los ojos suspiras y pides, simple y lla-
–¿De qué color son esos ojos? –pensó–. ¿De verdad namente, estar muerto? Alguien me apuntaba detrás de las
son negros? piedras, podía sentir la mirada ferviente sobre mi cuello, el
–¿Y qué son esas manchas? –inquirió ella. aliento del horizonte que es ceniza y conmemoración, no

324 325
sé por qué, será una cosa de la tribu y el desierto. Luego pensando que había encontrado la solución a sus proble-
pasas el resto de tu vida deseando estar muerto, balan- mas: un baño de semen durante la noche de luna llena
ceando la mirada al borde de un precipicio, al borde de la bastarían para sellar el pacto. El hombre bueno, además,
casa astuta y negra, donde tus ardillas son devoradas por vive en una actitud permanente de penitencia, especial-
negros lobos imaginados. En el fondo todas las casas son mente si fue criado por un padre cuya alma quedó asida
negras: la luz es un mito, detrás de la gran montaña que a una patria lejana (ficticia, más bien, como todo lo des-
nunca más tendremos. prendido del panteón soviético); si fue criado por una
Julia pensó en Aram el resto del día y durante la noche mujer que supo convertir su dolor en pequeñas hecatom-
caminó por la habitación que compartía con la barloven- bes habituales. A las mujeres les gusta enamorarse de su
teña y su altar, sobándose el cuello y arremangándose el dolor, el dolor siempre es más grande que la patria.
sudor que le bajaba por el estómago. Nunca había escu- Mi madre empezó a viajar diariamente hasta El Pa-
chado un nombre como ese, se decía. Después de discul- raíso, tenía la excusa de atender a los clientes de Isabelle-
parse como un loco, Aram recogió las bolsas y dijo que la Marianne que vivían en la zona. Se paseaba por la plaza,
dirección no estaba tan lejos. La escoltó, con gesto inge- compraba dulces o leía, sin interés, alguna revista olvidada
nuo pero orgulloso, y dudando, quiso emprender la despe- en un banco. Y mientras esperó a Aram también se pre-
dida. Julia lo tomó por el brazo y le preguntó si vivía cerca. guntó por el estado del mar que había dejado atrás. Uno
–Sí, junto a la plaza Madariaga. no aprende solo la idea de su país. La idea nos alcanza
El sol postraba los ruidos. Los fenómenos del cielo y por gajos y dentelladas, a través del olor que adquiere la
la naturaleza en general parecían tener un odioso carác- noche, porque lo verdadero solo tiene lugar en la noche,
ter, independiente de las necesidades de los poetas. Julia al Sur, siempre al sur del cuerpo, mirando hacia el Este,
pensó “será fácil, me tiene miedo”. Y Aram pensó que donde el corazón brota de la arena: puede venir con el
no sabía qué decir para que el tiempo no fuera jamás esa aroma de una picadura fina o con el indiscutible olor de
sucesión de instantes que no se repiten. la sangre que nos acusa de pudrirnos por dentro una vez
–¿Trabajas? –detonó ella. al mes. La idea del país aparece porque tenemos un padre
–Sí –respondió con el pecho firme, seguro de que ga- y una madre o la sonora ausencia de sus nombres.
naría puntos–. Tenemos varias tiendas, entre los tres las
atendemos. 6
–Ah, tienes padre y madre.
–Y un gato. Cuando Aram finalmente apareció, un mes después de
Supuso que debía darle un reino: un castillo, un he- que Julia se atrincherara en la plaza para darle cacería,
redero y un dragón a veces invisible y a veces demasiado una tormenta tropical hizo tales estragos sobre el valle
próximo, para que se ocupara y se creyera grande. Siguió que apenas al cruzarse los ojos corrieron tomándose de

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las manos para guarecerse en una cafetería que además bre bueno, pensó mi madre. Me tiene miedo. Fui elegida
era la entrada de un hotel. Estuvieron en silencio un rato, para sobrevivir; el cuerpo de la mujer, con sus coágulos,
mientras la calle se inundaba y el alboroto de los comen- leches y orificios, fue hecho para sobreponerse al com-
sales dentro de aquel minúsculo lugar no daba espacio bate entre ella y sus propósitos. Acto seguido, comentó
para albergar demasiados pensamientos. que ya empezaba a hacer calor, y poniendo su mano so-
–Aram es un nombre diferente –dijo ella, un poco bre la de mi padre, le preguntó si querría pasar el resto de
cansada de la parsimonia de la situación. la tarde con ella.
–Mi abuelo se llamaba Aram. Es el nombre más co- –Claro, podemos ir al cine.
mún en Armenia. –Nunca he ido al cine. Pero no es eso lo que te es-
–¿Qué es Armenia? taba preguntando. Podríamos pedir una habitación, aquí
–Un país que está cerca de Rusia. mismo.
–¿Rusia? Tampoco sé dónde queda Rusia. Aram suspiró. Vio que la gente fumaba, se reía y an-
–¿Y Turquía? daba por la vida con una estrategia debajo del brazo. Ape-
–¿Turquía? ¿Como el viejo de los panes planos? nas podía respirar con prudencia y pensó en las palabras
Aram dejó salir una carcajada risueña. Que Julia ig- de su padre cuando lo llevaba en hombros a través del
norara y confundiera las cosas lo enternecía. Pero además mercado de San Martín. Antes de hablar sobre esas cosas,
le intrigaba la franqueza con que reconocía sus vacíos. el muchacho de aquel barco recordaba su imagen cami-
–No, esos panes los hace un libanés. Los libaneses no nando sobre la nieve del Este remoto siempre al borde del
tienen nada que ver con los turcos. desierto, escuchando a los pastores cantar. Al final decía
–Mmm. Ya. Armenia queda lejos. Ahora que lo pienso al niño, mientras le arreglaban el saco de verduras:
también pareces turco. Digo, libanés. –Hijo, el mundo es una huella de la eternidad, mi-
–De aquel lado nos parecemos, es verdad. ¿Y tú, de núscula, como tus manos. Piensa en nosotros como un
dónde eres? síntoma salvaje. Somos una resonancia que no halla
–Como me ves. Yo soy del Puerto. cómo quedarse aquí, pero recuerda que Dios está detrás
–Todavía tienes el cabello mojado. de todo, esperando que encontremos su nombre en nues-
Entonces se dio la mirada y la eléctrica constatación tra nada. Nunca sabremos por qué nos hizo de la nada,
de los cuerpos. Julia suspiró o bufó cuando apartó los ojos pero a ella iremos, con suerte, pronunciando Su nombre.
y se concentró en los carros que pasaban con dificultad Fue el bramido triste del duduk al principio. Des-
bajo el aguacero. Despacio, se quitó el suéter y dejó al pués la algarabía de los comensales se deshizo cuando
descubierto el escote que ofrecía sus pechos con piel de escampó. Y el tiempo es una dimensión intocable, es mi
durazno, y Aram, que hizo su mejor esfuerzo por disimu- vida o una ficción que invento para justificar el movi-
lar el asombro, de inmediato se endureció. Es un hom- miento de las cosas que sólo nos conduce a una pantalla

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blanca e inerte, como cuando éramos niños y tratábamos –Es precipitado, quiero decir. Uno no invita a una
de imaginar qué había antes de que cualquier cosa estu- muchacha a hacer esas cosas.
viera. Aram, que ya notaba la impaciencia de Julia, tam- –No seas gafo. Estoy invitando yo.
bién pensó en aquella historia sobre el santo que convirtió –…
en cristianos a los armenios: Gregorio (Krikor) el Ilumi- –¿Quieres o qué?
nador, encarcelado por descender del asesino de un rey, –¿Cuál es la prisa?
logró sobrevivir gracias a una mujer que le llevaba pan –Mira, chico, yo me voy.
cada mañana, pero que según el relato de su madre, se Julia recordó la primera vez que vio a un hombre
trataba de un ángel que faltó a la entrega de pan el día desnudo. Fue la noche que el abuelo llegó entonado y
que Cristo subió a los cielos. Y luego fue liberado para poseyó a su mujer sin mediar palabras, en el cuarto que
que curara al rey Tirídate, llevando a cabo el milagro que compartían los tres. Mi madre tenía siete años la primera
convencería a aquel pequeño país de volverse cristiano. vez que vio a un hombre desnudo, y la primera vez que
Nosotros creemos que el mundo está sucediendo. Sin comprendió que una mujer es capaz de no negarse a
embargo, para Dios no acontece nada. nada. Mientras el viejo desenfundaba sus razones semi-
–¿Qué te pasa? ¿No quieres? nales, Julia cerró los ojos y como no supo nunca qué era
–No es eso, perdóname. rezar, simplemente deseó estar muerta.
–¿Entonces? –No te enojes, por favor.
–¿Lo has hecho antes? –Deja la guachafita entonces. ¿Me quieres coger o qué?
–¿Tú no? –No me hables así.
Aram tenía un rezo encajado en la garganta. Rezar era –Musiú cagón y marico.
el indulto. Una noche, después de una pesadilla en que –Julia…
una bruja desdentada lo invitaba a hundirse en un río, –Ni sé para qué molesto. Me voy.
emprendió la huida hacia el cuarto de sus padres. Pero
una luz rutilante entró por el balcón y lo distrajo. Era 7
una procesión que pasaba por la calle, llevando a Santa
Bárbara en hombros. Con la visión del fuego y los bra- La primera en notar que mi madre estaba embarazada fue
midos del tambor vino una inquietud más ponzoñosa y Isabelle-Marianne. El descubrimiento se dio durante una
prefirió volver a la cama con el gesto de juntar las manos, sesión a favor de una doctora de Prados del Este, urgida de
tratando de recitar las oraciones matutinas de su madre, los oficios yoruba para cobrarle con intereses a la secreta-
pero el terror confundía las frases penitentes con las de ria que le había sonsacado al marido. Mi madre pensaba
viejas y dulces canciones de cuna. en cómo eran las hembras, mientras el ritual sucedía entre

330 331
rezos y chorros de sangre animal. Todas, por igual, gritan 8
y se sueñan devoradas, ungidas, como el mejor sueño de
alguien. Y mientras más débiles se sienten, más necesi- Pero mis ojos se parecen a los suyos y me llamo como su
tan creer que se han educado en el adorno de fuerzas abuela. Soy Dalila Garoghlanian, tengo veinte años. Ano-
sobrenaturales, creyendo que dominan el futuro a su al- che fui a un hotel y pensé en la forma en que mi madre
rededor, inventando un pasado con fábulas y espuelas dice las cosas, agitando las piedras turquesas que le cuel-
que les redima la pudrición que llevan por dentro. Las gan en el pecho. Turquesas, como el cielo de Neyshabur,
mujeres saben primero que nadie que vinieron a estar so- como las notas de mi padre a final del cajón, con pájaros
las. Y mientras más solas e incapaces de lo bello, más le y lobos que nos sobreviven.
atribuyen fe a los cuentos que las asustan o las eximen. Pronto llegó la sensación de que Julia me consideraba
Por supuesto, Julia, que no pronunciaba la d al final de enemiga del reino, porque apenas supo mi padre que es-
“soledad”, no pensó nada de esto con mis palabras exac- peraba un hijo, se opuso a la familia e incluso a la Iglesia,
tas, pero lo cierto es que yo estaba dentro de ella, cuando que no miraba con buenos ojos que un armenio ortodoxo
se desvaneció y tuvo que correr a la cocina para pedirle se desposara con las mujeres de este país. Se casó deprisa,
un vaso de agua con azúcar a la señora de servicio. Al re- compró una casa grande con jardín y balcón, incluso
gresar, el humo apenas dejaba una huella marchita en el sembró albaricoques y granados. Aram amó muy pronto
aire. Isabelle-Marianne de inmediato la increpó. a la criatura y la llamó Dalila. Mientras tanto, Julia quiso
–Tú te preñaste, mija. Prepárate. tenerlo todo: un carro, comida, techo, vestidos, zapatos.
–Pero es que… Aram… No… Pero también quería que ese hombre le rindiera tributo, le
–¿El panadero? rezara con la misma devoción que al Iluminador, y sobre
–Ajá. todo, que le pidiera perdón en nombre de todas las veces
–¿Pero le diste a Aram también? que le tocaron las tetas cuando ella no quería, por las veces
–Sí, pero creo que no me lo echó adentro. Y al libanés que su abuelo le restregó la cara contra el plato de arvejas,
no pude decirle que no porque ya se lo debía mucho. y por las que le dijeron que era india y pobre, puta y mala,
–No importa. Todos esos turcos se parecen. Todos sucia y lenta, por todas las veces que otra mujer la miró de
son narizones y están forrados de billete. Usté llore un arriba abajo y le negó el cielo. ¿Hay algo peor que un sol-
poquito y dígale que se entregó por amor. No sea pen- dado al acecho? Una mujer, creyendo que pudo ser bella.
deja. Aproveche. Y después de que llore, se lo mama bien
mamao, mire que hombre no perdona. Y se lo sigue ma- 9
mando hasta que se case, que seguro lo hará antes de que
se note la barriga. Pídale a los santos, mija, que la mitad –¿Por qué lloras, hijita?
del trabajo ya está hecho. –Mi mamá me pegó.

332 333
Entonces Aram volvía a callarse y se concentraba en cuyo nombre seguía cantando la tribu de Hayk, el pri-
el olor del café con cardamomo, como si hiciera un in- mer rey. Pero yo deseaba estar muerta y mi papá no ha-
ventario de tribulaciones pasadas. (Siempre pensaré en cía nada. A Julia no le importaba restregarle las tetas en
los ojos de mi padre frente a los ruidos: las detonaciones el cuello cuando servía el desayuno. Él se incomodaba,
del barrio adyacente, el redoble de las bocinas en disputa pero permanecía inerte. Nosotros creemos que el mundo
con las guacamayas: los ojos de mi padre dentro de la está sucediéndonos, pero Dios no sucumbe ante nada.
ciudad en la que va a morir. De niña yo miraba a otros
padres, fuertes, pobres, hermosos, ignorantes, poderosos,
negros, ateos, impúdicos. Aram siempre ganaba porque Fue el 5 de mayo de 1977. Al principio dudó de la enco-
había sido el primero: no huía, no hablaba y era el padre mienda, pero consintió, cuando Julia emprendió la reti-
de la historia y de las flores. Por algo siempre me rescataba rada y metió el pie en un charco.
en el peor de los escenarios, cuando soñaba, desde una Está bien, vamos. Y le puso una mano en la espalda y
edad temprana, con cierta clase de paraíso del que nadie fingió que ya había hecho eso antes.
me habló pero del que muy pronto tuve sospechas. Me Julia ordenó la habitación. El dependiente exigió las
arrastraba túnel abajo y de pronto mi cabeza se asomaba cédulas de identidad, y se sorprendió de que la mujer, con
a un mundo que olía a plástico y a canela, donde el amor su aplomo, fuera menor que el muchacho que la acompa-
resultaba anulado por el placer: había hombres y mujeres ñaba. A este carajito le tocó una zángana, se dijo, y quiso
toqueteándose, libando los unos de los otros, chillando palmearlo para animarle.
como aves felices y sedosas, sin ataduras ni contriciones, Seguir a una mujer no es lo mismo que seguir su
una simple y bella fraternidad, un país donde no existía la cuerpo. Para seguir el cuerpo basta con subir las escale-
presencia de ningún juramento valiente y abnegado, un ras del hotel, meter la llave y dejar afuera la carga de los
país sin una bestia llamada amor. Cuando me acercaba días, junto a la mesita que sostiene un jarrón barato y olor
a los lechos regados por el valle, no tardaba en encontrar del cloro que apenas puede disfrazar los residuos de la
a mi madre postrada con dos hombres en cada extremo, contienda. Pero seguir a la mujer, como quien acata una
mientras que Aram se deleitaba con la puesta en escena. resolución originaria, se parece a atravesar el desierto.
Pero cuando se daba cuenta de que yo estaba ahí, corría La abuela de Aram tenía 5 años cuando caminó hacia
desesperado, se arrastraba conmigo a través del túnel y me Der-Zor. Al padre lo habían fusilado por hacer propaganda
depositaba de nuevo en mi cama. Entonces abría los ojos a favor de los intelectuales que estaban encarcelados en
y me decía a mí misma que todo estaría bien). Estambul. Por ser tan joven ignoraba que podía desear
A veces Aram creía que habíamos tenido mucha estar muerta, pero no podía, como su hermana mayor,
suerte por nacer lejos del desierto, lejos del Ararat, por tomar la ruta del suicidio. Así, no tuvo opción. Ella y la

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madre caminaron, tragando deseos y la sed que viene con –Yo no quería hijos, estaba fresca todavía –vociferó,
los deseos, y fue largo, porque largo era el desierto, y ahora mientras se delineaba los ojos. Esa noche se había enca-
mismo, si estuviéramos en medio de él, no podríamos ver prichado con una película que pasaban en el cine de San
las luces de la ciudad. La vida es un deseo largo. Lo único Bernardino.
más largo es el miedo, largo como el lomo del monstruo- –Además, a ti te irá mal.
montaña en la noche sobre la ciudad. A la niña la salvó ser –¿Por qué dices eso?
tan pequeña. Unos sirios se apiadaron del cuerpo sucio y –Es difícil querer a una mujer. Y estoy segura de que
seco que lloraba mientras la madre exhalaba su última dig- serás la más estúpida de todas, con esos libros encima y
nidad, y la bañaron y le dieron pertenencias. Luego crece- siempre detrás de tu papá. ¿Tú crees que te van a que-
ría para ser entregada a su marido que demasiado pronto rer por hablar bonito? Ni sabes parar el culo cuando
moriría, pero no sin antes dejarle varios hijos, entre ellos caminas. Las mujeres como tú se creen muy dignas so-
Hayk, el padre de Aram, mi abuelo, el que llegó en barco lamente porque no son capaces de llenarse la boca con
a La Guaira con una mujer embarazada de un soldado un buen pedazo de carne. Pobre hija mía. Pobre, pe-
desconocido, y que se preguntó si ese sol de verdad era tan queña y estúpida.
bueno; si de verdad era tan bueno que el mar estuviera
cerca. Por el invierno hay que hacerlo todo, hay que nom- 10
brarlo. En cambio, por el largo verano sólo debemos re-
costarnos a la sombra de un sentimiento y respirar bajo esa Finalmente, empecé las clases en la universidad y Julia
luz pudiente, cubierta de cenizas de troncos calcinados logró que Aram me comprara un apartamento. El reino
en la montaña, aun si en el fondo se piensa en el Ararat, sería para ella sola. Mi primer ejercicio para el Taller de
pero no importa porque el largo verano no pide nombre, expresión fue escribir unas cuartillas sobre la historia fa-
no pide fábula. En el trópico cualquiera sobrevive. Aquí la miliar. Adrede, dejé una copia de la composición en la
gente sobrevive a su fuerte juventud, a sus días fortuitos. cocina, durante mi visita de domingo, antes de que Aram
Aram le hizo el amor a mi madre porque él se ena- y yo fuéramos a la iglesia. Al regresar, Julia me pidió un
moró de ella desde el momento en que la vio. Pero ese día momento a solas en mi cuarto.
no la fecundaría, no como otras veces en que mi madre –Lo sabes todo. Te felicito.
prefirió deshacerse del encargo. –Pero no sé por qué te obedece tanto.
–¿Qué debo hacer para gustarte? –pregunté a Julia –¿No?
el día de mi cumpleaños número 12, el mismo día que –No te acuestas con mi papá desde hace tiempo. No
pregunté a Aram por qué ella mataba pájaros. Me miró puede ser eso.
quedamente un segundo, como si dudara de la daga que –¿Segura? ¿No crees que tu santo padre prefiera la
tenía en las manos. cuca de tu madre antes que cualquier otra cosa?

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–…
–No bajes la cara. Ya llegamos hasta aquí. ¿Quieres ver? Érika y Berenice
Julia me agarró de la mano. Nunca antes me había Katy Civolani
tomado de la mano. La sostuvo fuerte y me llevó hasta el
baño de la habitación matrimonial. Sacó una taza y ahí
puso un coágulo de la sangre menstrual que tenía amon-
tonada en la toalla sanitaria. La ventana de mi cuarto
estaba muy lejos y me repetía que la asonancia de “le-
jos”, “desierto” e “invierno” no era azar. Luego volvió a
tomarme por la mano y caminamos a la cocina.
Entonces sirvió café en la taza y entramos en el estu-
dio de papá. El olor de la picadura, los papeles amontona-
dos en la mesa. Mi padre con esos ojos, unos ojos donde
los lobos jamás entrarían.
–Mira, tu café.
Y se le sentó en las piernas. Aram lo bebió encantado,
luego nos contó lo que había leído en las noticias. B erenice estaba sentaba en el sofá de su casa. En la
televisión pasaban un juego de fútbol. Eran las cuatro
y media de la tarde.
Mientras miraba la pantalla –el reloj marcaba el mi-
nuto 28 de partido–, Berenice llevó sus pensamientos hasta
la imagen de Porfi Jiménez. Pensó en el mapa de Repú-
blica Dominicana, una isla siamesa lanzada a su suerte
en medio del Caribe. También pensó en Venezuela, pero
esta vez el mapa tenía más tierra. Tenía a Colombia, tenía
a Guyana y una cola que llegaba hasta la Patagonia. Be-
renice soltó una risita al recordarse en medio de la pista
bailando Culucucú baila/ lalalalá goza, en la boda de Yo-
landa. Se acordó que Porfi Jiménez había fallecido hacía
poco. Qué bolas, pensó, las veces que escuché Mereque-
tengue aquí para usted imitando la voz de la hija que le
cuenta a su madre cómo le fue en la fiesta:

338
–A ver, mija linda, cuéntame ¿cómo te fue en la fiesta? ban mejor ese cruel destino. Los suizos no tocaban cor-
–Fíjate mami, me fue divinamente. neta cuando su equipo iba perdiendo. Bueno, los suizos
–Cuéntame, cuéntame… no tocaban corneta casi bajo ninguna circunstancia, pero
–Bailé pasodoble con Billo’s, eso era otro asunto, distinto a la alegría por el mal ajeno.
–¡Ay qué bueno! Faltaban 10 minutos para el final del partido. Sonó el
–Bailé cumbia con Los Melódicos. celular de Berenice, tenía un nuevo mensaje. Nos vemos a
–¡Ay qué bueno! las 6 en el café Jamaica de Rambla Cataluña. Besos, Érika.
–Bailé salsa con Willie Colón. A Berenice le gustaba el fútbol. Pero más que el fútbol
–Ay qué sabrosón. le gustaba el Barça y le gustaba Xavi. No le gustaba Puyol.
–Bailé merengue con La Gran Orquesta Le gustaba la selección española, ese juego de niños que
–¡Ay, pero ese fue una tronco de fiesta! se divierten estando juntos, subiendo y bajando, presio-
–Y también bailé Merenquetengue con Porfi Jiménez. nando, adivinando lo que quiere el otro. Me gusta Xavi,
–¿Cómo? Tú eres una sinvergüenza, recoge tus coro- volvió a pensar, me gusta cuando sonríe, me gusta porque
tos y te me vas de la casa. esconde el balón con ese centro de gravedad tan bajito
–Pero ¿por qué mamá? que tiene, con esa visión para el pase al espacio donde
–Yo te voy a contar por qué. ¿Tú te acuerdas cuando sólo está Messi, o donde a veces también aparece Érika.
tu padre, que Dios lo tenga en su santa gloria, se echaba Berenice apagó el televisor, agarró las llaves de su
sus traguitos y venía por la madrugada diciéndome Mere- apartamento y cerró la puerta. Caminó por el pasillo hasta
quetengue aquí para usted? el ascensor, lo marcó y esperó que llegara. Alcanzó a escu-
char el tintineo nervioso de las pulseras que llevaba en su
muñeca izquierda. Todo lo demás era silencio y soledad.
Se descubrió Berenice tarareando la canción mientras En los dos años que llevaba en el edificio, Berenice sólo
recogía su cabello con una cola. En la tele seguían pa- conocía a una pareja de vecinos que vivían en el mismo
sando el partido. No se había dado cuenta, pero ya era piso. Ella era de Cabo Verde y él uruguayo. Cada vez
el segundo tiempo, España perdía con Suiza y en la Vía que se encontraban hablaban del tiempo y sonreían, pero
Augusta se escuchaban uno o dos cornetazos de algunos una noche Berenice les escuchó discutir, un soy yo la que
exaltados fanáticos suizos (o antiespañoles, que para el paga las cuentas, mientras tú sigues aquí encerrado con
caso de algunos catalanes era casi lo mismo). Berenice tus sueños de escritor, y luego sólo supo que se habían
se preguntaba ahora por España y por Suiza, países me- separado y él había vuelto a Montevideo.
dianos, suma de países más pequeños; países que juraban Bajó los seis pisos en el ascensor, abrió la puerta del edi-
odiarse pero que no tenían más remedio que vivir juntos. ficio y comenzó a caminar calle abajo por la Vía Augusta.
Y según entendía Berenice, al menos en Suiza disimula- El café Jamaica hacía esquina con Córcega. Sabía que aún

340 341
tenía tiempo para llegar caminando aquel 16 de junio de Una voz, que bien podía tratarse de su conciencia, le
paro, de desempleo brutal, pero nunca triste de la España dijo a Berenice que ya no era posible volver atrás, que se
post boom de la construcción, post pluff de burbuja especu- olvidara de las conductas civilizadas, que en el centro de
ladora, post clash de liquidez bancaria y post chucuchucu Caracas no serviría de nada escribir advertencias en los
del gobierno a los contribuyentes, y también la España-es- pasos de cebra y en los apartamentos de Caracas tampoco
peranza del Mundial de fútbol, de la Eurocopa y del Señor serviría de nada tratar de convencer a las abuelas maternas
Patata (Mr. Potato) convertido en director técnico. que una mujer tiene todo el derecho de ser cachapera.
Berenice vio un pequeño parque con bancos de ma- Berenice sonrió y se sintió en paz. Cruzó Travessera de
dera donde dos abuelitos silenciosos miraban los carros Gracia y bajó por la calle Neptuno. Envidió la discreta
pasar. También miró un cielo azulísimo contrastado en el vida de la calle, el poder de un café, la dignidad de unos
verde oliva del Tibidabo. Respiró la humedad de la calle churros con chocolate y la despreocupación de una mesa
en verano. Paró su andar en el primer semáforo. Era el de ping-pong que esperaba la llegada del siguiente par de
momento de los carros, los autobuses, los camiones pe- raquetas. Faltaban cinco minutos para las seis de la tarde.
queños, las motos, los taxis y las bicicletas. Berenice miró No sé cómo me recibirá Érika, pensó Berenice. Si me
cómo a su lado empezaban a amontonarse los otros pea- recetará una bofetada o me amarrará con una doble Nelson.
tones. En el piso, justo en el paso de cebra, estaba escrita Compró una caja de chicles y se metió dos pastillas al
una advertencia: “1 de cada 3 muertos en accidentes de mismo tiempo. Necesitaba que su boca supiera a mento-
tránsito iba a pie”. Sabía que era una campaña formativa lado. Miró un grafiti, que más que grafiti era un inmenso
del Ayuntamiento de Barcelona. Sintió un amago de ali- mural en medio de una calle poco transitada. Tenía es-
vio que enseguida se le antojó picante. Se permitió sentir crito las palabras frontera, igualdad, odio y tolerancia. Es-
tristeza. Tenía razones muy parecidas a un despecho pa- taba pintado en rojo y negro, con algún toque de azul y
trio. Como si de repente descubriera que bailar merengue distintas tonalidades de grises. Resaltaba el rostro de un
en una boda era lo verdaderamente importante, aunque niño africano, niño con ojos tristes y a punto de soltar las
el matrimonio durara unos pocos meses o veinte años y lágrimas. También resaltaba una balsa llena de inmigran-
un montón de cachos de parte y parte. Extrañó un buen tes que apostaban su suerte a las mareas y a un navegante
vaso lleno de hielo y güisqui, extrañó besar a su abuela con mínima experiencia. A todas luces los hombres de la
materna y hasta extrañó el miedo juvenil de ser descu- balsa buscaban tocar algún punto de Algeciras o Canarias.
bierta mientras tenía su primera novia, una niña aún más Berenice lo miró con atención, pero no sintió nada. No
tímida que ella pero que se sacudía como una auténtica sintió pena, ni fastidio, ni rabia. Después, en un arranque
diabla entre las sábanas mientras mantenía el secreto y de culpa, les deseó suerte a los inmigrantes, les deseó que,
hasta la vergüenza de ser llamada cachapera. al menos en el mural, llegaran a Algeciras o a las Canarias.

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Al llegar a la Rambla Cataluña, Berenice vio salir un Atlántico en mitad de la noche, cómo los funcionarios
carro de lujo del estacionamiento de la Diputación de Bar- de todas las áreas de la Xarxa levantaban sus teléfonos
celona. Atrás iba un hombre que creyó era José Montilla, para llamar a las asociaciones de vecinos, a las oeneges de
pero no estaba segura. Pensó de nuevo en los pasajeros acogida al inmigrante, a las casas de retiro, a los colectivos
a bordo de la balsa, luchando con el sol, agarrados a la de defensa de los derechos de lesbianas, gays, bisexuales y
baranda que se movía con cada golpe de las olas. Qui- transgénero, para decirles que su lucha tendrá que seguir
zás Montilla tuvo una reunión de manos atadas, reunión por otros caminos distintos, que desde la Diputació ya no
donde anunciaba recortes en los programas sociales. podrían apoyarlos, al menos no por este año, y si todo va
Cinco días sin probar bocado, dos días sin agua potable. bien, tampoco el próximo.
Señores, tenemos que recortar el gasto. No más dinero A las seis y cuatro Berenice vio a Érika caminar des-
para gastos suntuarios, menos recursos para los colectivos prevenida hacia donde ella se encontraba. Quería decirle
de gent gran, de inmigrantes y de minorías sexuales, un que había algo en ella que la volvía loca y no la dejaba ni
muerto que tuvieron que tirar por la borda, pido aplicar el siquiera ver en paz un partido de Copa Mundial, aunque
máximo criterio de austeridad en esta época difícil, la os- el partido estuviese perdido y en la calle sonaran corne-
curidad de una noche en el mar que dice: mañana todos tas de tontos inútiles. Quería decirle que le gustaban esos
estaremos muertos, por favor comuniquen esta resolución cabellos que parecían una carne mechada, con ese par
a todo el tejido asociativo de la Xarxa de Municipios. de teticas, chiquiticas, puntiagudas y propias, esas piernas
Berenice miró al punto de encuentro y aún Érika no más bien regordetas que a Berenice se le antojaban per-
llegaba. Sus manos empezaron a sudar. Hacía tiempo que fectas. Berenice quería disculparse por su conducta del
no le sudaban las manos antes de ver a alguien. Creía otro día, en aquella fiesta de apartamento pequeño, por
haber superado todos sus miedos desde el día que reunió beber unos vinos de más, mezclar con cerveza caliente y
a su papá, a su mamá y a su abuela materna en torno a un par de rones mal servidos, todo para darse un poco de
la mesa del comedor y les dijo que se iba de la casa, que valor y decirle a Érika que tenía unas ganas incontrolables
tomaría un avión hasta Barcelona y ahí se instalaría a vivir de besarle el cuello, y besarle detrás de las rodillas, y el
y a estudiar un posgrado, y que además le gustaban las huesito que sale de la cadera por su lado derecho. Pero
mujeres hasta para criar muchachos. Berenice sabía que había un trecho largo entre lo que
“Pero hija, nosotros siempre supimos que ti te gusta- pensaba y lo que finalmente terminaba haciendo, como
ban las mujeres”, fue la respuesta de su padre en aquel pasó aquella noche, noche en la que Érika parecía incó-
recuerdo que a Berenice ya empezaba a hacérsele lejano. moda y algo desprotegida sin su caparazón de mujer de
Habían pasado tres minutos luego de las seis de la treinta y nueve años, divorciada y sin hijos, también en
tarde. Érika nunca llega tarde a ningún lado, pensó Be- el paro, desesperada por un alguien que le mostrara un
renice, y enseguida sintió cómo la balsa volcaba en el camino. Fue la noche en la que Berenice se sentó junto

344 345
a ella en el sofá verde de aquel apartamento de paredes
blancas y rodapiés azules, y le dijo a Érika “me gusta Cómo cae un poderoso
Xavi”, y Érika preguntó “¿qué Xavi?”, y Berenice “el Xavi Juan Carlos González Díaz
del Barça”, y Érika la miró como diciendo “¿y a mí que
coño me importa?”, y luego Berenice apostó todo con un
“tú también me gustas mucho”, y ahí sí la cara de Érika
cambió de la indignación a la sorpresa, del me agarraste
fuera de base, no lo esperaba, coño Berenice, cómo me
dices eso chica, no sé qué decirte, pero no pasa nada, yo
no te pido respuesta, sólo quería que lo supieras. Y punto.
A las seis y cinco Érika se acercó a Berenice, la miró
de frente y le estampó un beso que sonó a teléfonos sin
responder en toda la Xarxa de Municipios, que sonó a
Merenquetengue aquí para usted, pero que sobre todo se
escuchó como un salvavidas golpeando el agua de un El mastimelo de El Raval nació en Cagayán

B
océano frío y oscuro. uenos días damas y caballeros, mi nombre es Galwin
Douglas Martínez. No estoy aquí montado en esta
unidad de transporte para fastidiarlos un lunes por la ma-
ñana, cuando a todos nos pesa el ánimo, sino para pedir-
les que me regalen cinco minutos de su tiempo. Vengo a
contarles cómo cae un poderoso.
En efecto, voy a darles esa joya que suena a brisita fresca
espantasueño y aligerameldía, pero antes aprovecharé la
atención recién ganada para solicitarles una colaboración
monetaria. Como ven, soy vendedor de mastimelos.
–¿Mastimelos? –preguntó una señora que iba de pie,
agarrada a la baranda.
–Así es, mi doña. Los mastimelos son a cien, y que le
vaya bien. Estos caramelos masticables fueron creados por
el señor Antoni Portabella, aunque luego se corriera un
rumor sin fundamento que aseguraba que la idea había
sido de un libanés de Higüey.

346
–¡Dame dos y echa pa’ fuera! –exclamó la señora. mezcló la consistencia del sacamuelas con el sabor del
Antoni Portabella nació en Barcelona. Se crió en un flan de Celestino. Y así nacieron los mastimelos.
barrio llamado El Raval donde, según contaba, se pa- –Joven, pero qué historia tan amena.
saba demasiada necesidad. Creció junto a los gitanos de Aguante su felicitación que todavía me falta la parte
la zona, al lado de los andaluces, de los marroquíes, de de Higüey.
los chinos y de los catalanes arrabaleros, que por aque-
lla época eran muchos. Para asegurarse los tres golpes
diarios, aprendió desde pequeño el oficio de panadero. Ella quiere ser presidenta
Luego se especializó en la repostería, haciendo dulces Gabriela se gana la vida como camarera. Para ella no es
para los ricos de Saint Gervasi, los únicos que podían pa- difícil hacerlo. Sólo echa de menos las horas de sueño,
garlos. Trabajaba en la cocina junto a un filipino llamado esos momentos de cobija y de cinco minutos más, porque
Celestino Apolinares. Celestino le contaba de la belleza aunque servir tragos y regalar alegría en vasos de 50 cc es
tostada de las mujeres de su natal Cagayán, de sus viajes un trabajo bien pagado en Menorca, el esfuerzo demanda
en barco, de cómo había llegado a Barcelona luego de la mayor parte de sus huesos y articulaciones.
años navegando por los puertos del mundo, y de cómo Gabriela nació en la misma Menorca. Allí ha vivido
cansado de tanto bamboleo decidió echar raíces donde siempre junto a su madre. A sus veintidós años sólo quiere
mejor le pareciera al mar. estar cerca del mar, pero a los treinta quiere ser presidenta.
Celestino enseñó a Antoni cómo preparar el flan de Así se lo confesó al chico de cabello ensortijado y ojos
su país, muy parecido al flan que se come en España y color café que una noche entró en el bar. El chico se
que nosotros conocemos como quesillo. acercó a la barra y pidió una cerveza.
–¿Y qué tiene que ver todo eso con este caramelito? –Dame una birra, por favor.
–preguntó la señora que todavía se agarraba de la baranda. Y Gabriela detectó su acento al instante.
Déjeme y termino el cuento. El señor Portabella –Eres de Matiguás –dijo ella, en ese tono que pre-
se hizo un experto en la preparación de dulces, pero la gunta y afirma al mismo tiempo. Él contestó que sí.
panadería no pudo mantenerse ni con la compra de los –Yo quiero mucho a Matiguás –dijo Gabriela– aun-
ricos. Eran tiempos muy jodidos como ya dije, así que que nunca he ido. Tengo familia que es de allá.
el señor Portabella se vino a estas tierras a probar suerte Él le preguntó por qué nunca había ido.
con su maleta y un cuadernito lleno de recetas. Aquí en –Quizás no te va gustar que te lo responda –dijo ella–,
Matiguás trabajó en una panadería de la plaza Montero, pero tampoco tengo por qué ocultarlo. ¿Te suena el nom-
donde unos abuelitos napolitanos hacían sacamuelas de bre de Nicanor Ovando Páez?
regaliz. No le gustó el sabor del regaliz, pero sí su con- –¿Nicanor Ovando Páez, el dictador-presidente?
sistencia. Por pura unión de puntos, el señor Portabella –preguntó él.

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–Ese mismo. El flaco de nariz aguileña e impecable morenas sentadas sobre sus piernas que le decían al oído
traje militar –respondió ella–. Era mi abuelo. “Papi, bríndame un trago”, o “¿cómo se llama tu amigo?”,
–No mames –dijo el chico con la cerveza en la mano. o “mi vidita, yo me llamo como tú quieras que me llame”.
–No mamo –dijo Gabriela. Esa noche de morenas y camas desarregladas, de lenguas
–Pero, ¿lo conociste? afuera y jadeos cortos, el señor Portabella me contó la
–Claro, y le acompañé en sus últimos años de vida. historia del mastimelo. Entre güisqui y güisqui me dijo
–Ahora su nieta sirve tragos en un bar –pensó él. que su imperio de caramelos masticables se había ido pu-
–Yo sé que él hizo mucho daño, continuó Gabriela. driendo en el barranco de Higüey, donde hoy se siguen
Sé que jodió la vida de muchos. haciendo estos paqueticos que hoy traigo en la mano.
–Tu abuelo mandó a torturar gente… –Este muchacho es un mentiroso –dijo el pasajero de
–Sí. bigote que iba sentado en el fondo del autobús.
–Mandó a desaparecer gente… –Perdone caballero, pero si viene a prender su vela en
–Probablemente. este entierro para llamarme mentiroso, entonces se per-
–Mandó a matar… derá la mejor parte de la historia.
–Seguramente lo hizo. Pero él sólo me trataba como
su nieta.
–¿Y nunca has querido conocer la tierra donde nacie- Por qué Gabriela tiene posibilidades ciertas
ron tus padres? –preguntó él, tratando de quitar el dedo de alcanzar la Presidencia
de la llaga. –¿Lanzarte a la Presidencia?
–Mi papá no era matiguaseño. Es mamá la hija de mi –Así mismo. Si vuelvo a Matiguás es para ser presi-
abuelo Nicanor. denta.
–Es lo mismo. ¿Nunca has querido conocer Matiguás? –¿Presidenta como Violeta Chamorro?
–Claro. Iré algún día, cuando me lance a la presidencia. –Sí.
–¿Como Margaret Thatcher?
–No tanto como Margaret.
Yo soy la muerte –Bola. ¿No quieres tener hijos?
“Yo soy la muerte”, así se presentó el señor Antoni Porta- –¿Qué tienen que ver los hijos con la Presidencia?
bella cuando lo conocí en un puticlub de Villa Consuelo. –Yo tendría hijos contigo –pensó el chico del cabello
Para esa época, y aunque apenas pasaba los cuarenta ensortijado. Luego dijo–: Esta conversación merece un ron.
años, Portabella ya era un hombre arrugado y cansado, –La casa invita el chupito –dijo Gabriela.
con cara de haber sido jodido muchas veces, pero tam- –¿Cómo es eso que quieres ser presidenta? ¿O por
bién de haber jodido muchas veces, como esa noche de qué presidenta y no otra cosa?

350 351
–Por la memoria de mi abuelito. en el Congreso. Las élites verán mis avances y apoyarán
–Espérate un momento. Primero, no fue tu abuelito, con más dinero mis esfuerzos. Poco a poco me ganaré el
quien gobernó Matiguás. Fue Nicanor Ovando Páez, el cariño del pueblo. Mi cara empezará a aparecer en más
jefe de los Escuadrones de la Muerte, el capataz de los vallas y más carteles. Conseguiré cada vez más minutos
matones –dijo el chico con voz a medio camino de la en la tele. Los líderes de los otros partidos me llamarán
firmeza. aparte: intentarán ofrecerme alianzas, y cuando me nie-
–Lo sé, lo he pensado. Pero tengo un plan –dijo ella. gue, amenazarán con hundirme. Dirán que no tengo ex-
–¿Un plan? ¿Cuál plan? periencia de gobierno. Dirán que soy la nieta del dictador
–Pediré perdón por los pecados de mi abuelo. más sanguinario que ha tenido Matiguás en su historia. Yo
–¿Pedirás perdón? les recordaré a Zacarías Alvarado. También les recordaré
–Es justo y necesario. sus vínculos con la Restauración Moral, con la Revolución
–¿Cómo harás para que los matiguaseños te escuchen? Escarlata y con la larga transición de los Guardianes de las
–Iré a la tele. ¿No te parece buena idea? Costumbres. Llegará el año de las elecciones presidencia-
–No sé si sabes de lo que hablas –dijo él como que- les, y esos mismos líderes que abandonaron a los centristas
riendo decir te estás volviendo loca. cuando la fuerza de los Guardianes de las Costumbres se
–Puede ser. Pero mamá siempre me dice que para hizo indetenible, esos que patearon el culo de los escarla-
que exista un tirano hace falta quien se deje tiranear. tas, cantaron fraude y llamaron a la abstención para luego
–Ahí sí estoy de acuerdo contigo. vestirse de leguleyos, de corderitos y de yo no fui me ve-
–Entonces yo también les voy a dar látigo a los que rán pasarles por encima y erigirme como favorita. Faltarán
se dejen –dijo Gabriela–. Buen látigo. Pediré perdón por pocos meses, y trabajaré aún más duro. Besaré más recién
los pecados cometidos por mi abuelito, el general Nica- nacidos, abrazaré más abuelitos, me dolerá la panza de
nor Ovando Páez. Luego tocaré la puerta de las élites. tantos asopados. Convocaré a los mejores profesionales,
Al principio me verán con desconfianza. Poco a poco los que se quedaron y los que se fueron. Les pediré que
comprobarán mi temple. Prometeré seguridad jurídica vean Minas Gerais y Nueva York; más Perú y más Panamá,
para las inversiones. Después iré a la calle. Allí pasaré tres Cuba y Aruba, y a Trinidad y Tobago que a Miami. Y que
años caminando de puerta en puerta, de barrio en barrio. si pueden, vean a Filipinas y Japón. Sólo si pueden. Por
Comeré muchos asopados y tomaré centenares de cafés ahí saldrá algún ahogado a dar patadas recordando que
negros, bien calientes. Abrazaré viejitas, cargaré recién soy mujer, y que una mujer nunca ha sido presidenta de
nacidos y besaré niños sudorosos y llorones. Me pondré Mataguás, porque a Mataguás sólo la gobiernan los vivos
un vestidito de indiecita. Crearé un partido político que y los militares. Ya será tarde. Ganaré con el cincuenta y
se llame Nuevo País Soberano. Ganaré un par de escaños cuatro por ciento de los votos.

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Higüey es el depósito de los gusanos El señor Portabella y su esposa tenían la vida por de-
con hambre lante. Con todo el dinero, el poder y la aprobación del
Como muchos de ustedes podrán recordar, señoras y se- general, que mandaba con fiereza en cada rincón de Ma-
ñores, los mastimelos fueron caramelos muy famosos du- taguás, la familia Portabella-Ovando Páez navegaba en
rante muchos años. Y lo fueron porque el señor Portabella los mares tranquilos de una extraña felicidad, culminada
se partió el lomo hasta comprarse su primer galpón en la con la llegada al mundo de Gabriela, su primera hija, una
avenida Sánchez, pero también porque el señor Portabe- niña sonreída que tenía la virtud de no llorar mientras
lla supo estar donde se pica el queso, se cuecen las habas las mujeres de los ministros del general se la pasaban de
y se bate el cobre. Y no sólo estar, sino quedarse. Un hom- brazo en brazo.
bre como él en un país como Matiguás hizo fama y for- Pero pocos meses después del nacimiento de Gabriela
tuna rapidito porque era un vividor, pero también porque comenzaron los problemas para el general, mientras el se-
era blanquito y tenía acento extranjero. Las familias de las ñor Portabella intuía que su suegro no duraría en el poder
zonas altas lo detectaron y comenzaron a invitarlo a sus mucho más. Llamó a algunos amigos que no eran tan ami-
fiestas. El señor Portabella decía que sí, repartía zalame- gos del general. Comenzó a filtrar información para varios
rías, recibía cariño y se metía a la audiencia en el bolsillo grupos políticos que vivían en la clandestinidad y que le
con sus historias de penurias españolas y abundancias ma- habían prometido conservar sus privilegios en la venidera
tiguaseñas. Fue una de esas noches de fiesta cuando co- (aunque ellos dijeron inminente) transición. Luego supo
noció a una muchacha que no pasaba de los veinte años, que tres militares querían dar un golpe de Estado. Des-
una muchacha que lo dejó babeando y que resultó ser pués supo que esos mismos militares habían fallado. Fue
la hija del general Nicanor Ovando Páez. Él la cortejó testigo de todo un mes de protestas y de un paro general,
sabiendo quién era, ella se dejó cortejar, se enamoraron hasta que una tarde le dijo a su esposa: “Mi amor, es mejor
y convencieron al general para que los dejara celebrar su que hagas la maleta. A tú papá lo van a tumbar”.
boda en el Salón Azul del Palacio Nacional. Cuando en la madrugada siguiente lo invitaron al
Para ese momento las puertas del señor Portabella se aeropuerto para subirse en el Indestructible, el avión del
habían abierto de par de par. Su modesto negocio de cara- general, el señor Portabella dijo que él no iba para ningún
melos ahora era una potente fábrica ubicada en Higüey, el lado. Dijo: “Yo me voy a quedar”. El señor Portabella me
eje industrial del país en ese entonces. Los contactos, los contó que al oírlo su esposa lo miró con ojos que decían
proveedores y los puntos de distribución se habían multi- pero qué coño te pasa, y luego con ojos de traidor, y luego
plicado como panes. Los mastimelos eran los caramelos con ojos de no me vas a ver nunca más, ni a tu hija tam-
más vendidos y con más propagandas en la televisión. El poco. Le dio la espalda y comenzó a subir las escaleras
señor Portabella supo aprovechar sus influencias. ¿Ni que hacia el Indestructible con su papá y el resto de la familia.
fuera pendejo, verdad? También iba un edecán y el piloto del avión, y a pesar de

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los ruegos a pie de pista de algunos personajes grises que –No. Fue un hijo de puta. Prefirió dejar a mi mamá
nunca tuvieron un plan B a la mano, el general no permi- al pie del avión por sus caramelos de mierda.
tió que se subiera nadie más. –Quizás tuvo miedo –dijo él.
Antoni Portabella se quedó parado junto a los grises –¡Y mis cojones! –gritó ella– -. ¡Claro que tuvo miedo!
viendo como despegaba el Indestructible. No tuvo miedo, Miedo de dejar su vida acomodada, al lado de los chupa-
o no tuvo tanto miedo como los grises, porque ya sabía medias que se enamoraron de su dinero. Mi mamá siem-
que a él no lo iban a tocar. Y no lo tocaron. Siguió ha- pre me ha dicho que Matiguás está repleta de aduladores
ciendo mastimelos en Higüey hasta el día de su muerte, vestidos con pantalones grises, americanas grises, corbatas
veintiséis años más tarde. grises, párpados grises y dientes grises. Los grises jodieron
a Matiguás.
–Yo creo que Matiguás se jodió el día que dejamos de
En qué momento tuvimos miedo de los grises tomar cerveza fuerte –replicó él. Gabriela rió, no espe-
–Imagino que todo comenzó el día que dejó de mirar a raba la ocurrencia. Pero él hablaba en serio–: Matiguás
los ojos de la gente –dijo ella–. Quizá abuelito se sintió se jodió el día que algún director de marketing decidió
solo y se cagó, ¿no es así como decís vosotros? –preguntó que al matiguaseño le gustaba la cerveza ligera. Entonces
Gabriela. todos los miedos y fracasos que la gente ahogaba en cerve-
–Si quieres ser presidenta de Matiguás no puedes ha- cita fuerte y bien fría dieron paso no al ron, que es vehe-
blar así –dijo el joven de cabello rizado mientras le mos- mencia, alegría y dolor de huesos al día siguiente, sino al
traba una media sonrisa. whisky, que es una vaina carísima, o el aguardiente, que
–¿Cómo así? –interrogó Gabriela. tiene 80% grados de alcohol para destruir hígados, fami-
–No puedes aspirar a la Presidencia si hablas con el lias y el bolsillo de una sola vez.
decís y el vosotros. –Seguro ese director de marketing va de gris a todas
–Tienes razón –respondió ella. partes.
–¿Y alguna vez viste de nuevo a tu papá?
–Mi madre no lo permitió. Nunca más volví a verlo.
Pero muchas veces soñé con él. Era un sueño recurrente Al final, cronología de la caída de un poderoso
donde los dos nadábamos en la piscina de un lujoso ho- Bueno, señoras y señores, antes de abandonar esta unidad
tel. Hacíamos competencia para ver quién aguantaba más de transporte y dirigirme a la siguiente, lo prometido es
tiempo bajo el agua. Allí abajo abríamos los ojos a pesar deuda, compartiré con ustedes la secuencia de cómo cae
del cloro y la picazón, y mi padre me veía, se quedaba un poderoso. No sé cual es el extraño mecanismo que nos
viéndome largo rato. atrapa cuando tenemos poder. El señor Portabella creía
–Ya. ¿Pero nunca intentaste buscarlo? que el poder es una “energía vital que te permite lograr

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cosas que nunca habías imaginado”. Así lo dijo hasta el que en realidad se quiere poder por el poder. Llegar al poder
día que murió haciendo mastimelos, con 49 años entre no es tan difícil, pero tiene que ver con el tipo de poder que
pecho y espalda. El señor Portabella nunca tuvo el valor se elija.
suficiente para ir a buscar a su hija, y así se le fue la vida, Una vez conseguido esto, revise su aspecto exterior,
entregado al gusto amargo de los puticlubs y confinado muy pocos toman en serio a los mendigos. Al menos no
por la competencia al barranco maloliente de Higüey, para emprender proyectos que signifiquen compromiso.
donde la fábrica no pagaba impuestos y los empleados no Y el poder requiere compromiso, mucho sufrimiento, so-
tenían sindicato. ledad y fantasmas que todo el tiempo te susurran al oído:
Pero a pesar de eso, el señor Portabella tenía todo ‘Tú también eres loco y mendigo’.
previsto. Al día siguiente del entierro, su abogado me Cuando mejore su aspecto exterior, practique su ex-
llamó para decirme que había dejado un paquete para presión oral y su poder de convencimiento. Esto sólo se
mí. Cuando fui a buscarlo, descubrí que dentro del pa- logra si se tiene muy claro el tipo de poder que quiere ha-
quete había un cofrecito de madera con 15 mil dólares cer suyo, porque el poder de convencimiento no es sino la
y un cuaderno lleno de anotaciones. La primera página traducción real de su propio deseo de ser poderoso.
decía: “No sé que harás con tu vida y esta platica que te Luego, cuídese de los grises, ellos serán su ruina se-
estoy dejando. Ese es tu problema. Pero lo único que te gura. Al principio, no creerán en usted porque los grises
pido es que, cada vez que puedas, subas a cualquier auto- son escépticos por naturaleza. Pero luego verán en usted,
bús con una caja de mastimelos bajo el brazo y cuentes y sobre todo en el poder que sueña alcanzar, la mejor
cómo cae un poderoso”. manera de garantizarse el pan que nunca supieron hor-
Damas y caballeros, en honor a la verdad les diré que near. Para entendernos: los grises no tienen sueños sino
ya me parrandeé esos 15 mil dólares, y que lo único que ambiciones, ansias de acumulación y derroche. Son pe-
queda después de esa resaca es la cartica del señor Porta- ligrosísimos. Nunca se miraron en el espejo. Están des-
bella, que ahora cito para ustedes, que han sido tan pa- esperados. Viven, caminan y respiran desesperados. Esa
cientes de escucharme hasta aquí, sólo por la curiosidad desesperación será usada en contra del poderoso, porque
de saber cómo coño cae un poderoso: cuando las cosas vayan bien, mientras todo sea dinero y
“Un poderoso no cae por sí mismo. Lo primero es popularidad lo alabarán, dirán que su proyecto o idea no
soñar con el poder, querer el poder. Luego, escoger entre tiene competidor, mientras en la sombra le chupan toda
poder para el cambio y poder por el poder. Si se elige poder la sangre posible.
para el cambio, el aspirante a poderoso debería pensar en Como dije, ser poderoso es una suma de sufrimientos.
el cambio antes que en el poder. Si eso puede dejarse para Al final, el poderoso perderá la noción de sus propias
después, entonces el aspirante a poderoso deberá admitir debilidades, cometerá errores que sólo podrán explicarse

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por su arrogancia y su deseo de mantener el poder, huirá
hacia adelante, encontrará enemigos donde antes habían Sin título, 2010
incondicionales, les acusará de vendidos y traidores. In- Martha Durán
tentará, en un último esfuerzo, recuperar el amor perdido
de sus seguidores, pero al darse cuenta de que ya es tarde A Félix Suazo
y de que pocos siguen queriéndole en el poder, acabarán
El arte es trascendente porque es vía de
con lo que quede con la excusa de los servicios prestados penetración hacia lo irrevelado
a la patria, o al partido, o al pueblo, porque su contribu- Alejandro Otero
ción ha sido decisiva y porque de algo hay que vivir en
esta vida. La cama para mí es la arena fundamental donde ocurren
Su salida del poder será celebrada en las calles con los eventos más importantes del ser humano.
bombos y cohetes, alcohol y risas, disparos al aire y un También es el espacio del sueño. Yo pienso los objetos
como prótesis, como extensiones del cuerpo humano,
muerto que habrá caído por pendejo. El nuevo poderoso
y la cama es la más cercana.
prometerá cambios, prometerá hacer las cosas de forma Javier Téllez
diferente, y así será por un tiempo, mientras el poderoso
se acomoda en su puesto y los grises vuelven a salir de sus
cuevas, confiados en volver a comer seguro y caliente”.
Damas y caballeros, muchas gracias por su atención,
y que pasen un feliz día.
D esde la parte alta de su litera, cerca, muy cerca del te-
cho, podía ver cómo se iba engordando poco a poco
el globo de agua que, finalmente, terminaba de caer sobre
su hombro derecho. El de abajo, los de abajo, se habían
acostumbrado a quedarse dormidos mirando las pequeñas
palabras que estaban pegadas en la pared de toda la sala.
Tenían apenas un par de días viviendo ahí, compartiendo
con otros el mismo espacio que era ajeno para todos ellos.
Germild no dormía casi nada durante la noche gracias
a esa pequeña gotera que había justo arriba de su cama.
Había cambiado varias veces de posición, pero las gotas,
las diminutas gotas, molestaban más en sus pies que en su
hombro o pecho. Tampoco podía arroparse entera, pues
el calor era insoportable, era como una suerte de vapor
encerrado –como el que salía de la olla cuando hacía un
hervido– en la pequeña sala. Casi todos los de arriba se

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reconocían insomnes gracias al techo que desprendía gotas la reubicación en otro lugar donde cada familia pudiera
por todos lados. Tanto huirle a la lluvia para terminar dur- tener más privacidad. Se mantenían ocupados jugando
miendo con el agua encima, con la necia sensación casi dominó, cartas, haciendo comida de fácil preparación,
cronometrada de una gota tras otra, cayendo como si con- pues no tenían un lugar ni los utensilios necesarios para
taran el tiempo, demostrando su irritante debilidad de no cocinar mayor cosa.
poder sostenerse del techo como sí lo hacen las telarañas. Aunque compartieran el mismo espacio, al principio
Algunos ya se conocían antes de llegar ahí, otros ve- sólo mantenían contacto entre sí los grupos formados por
nían de lugares diferentes, pero todos tenían en sus rostros familias enteras, parejas todavía sin hijos, y uno que otro
la tristeza del que ha dejado su casa, la angustia del quién solitario que siempre disfrutó de la soledad, como el se-
sabe dónde quedó el reloj de papá, se perdieron completi- ñor Efraín, que ahora, renegaba por todos lados lanzando
cos cuatro kilos de harina, no me dio tiempo de traer más maldiciones y mandando a callar a todo el que hablara,
ropa, y cientos de preocupaciones que iban recordando aunque nadie le prestara la más mínima atención. Era
a medida que pasaban los días. Porque eso era lo único como si una delgada pared los separara, como si esos pe-
que hacía la mayoría de ellos, recordar, hablar, comentar queños territorios hubieran sido divididos por una suerte
sus pequeñas tragedias y compartir la mayor de sus mise- de plásticos transparentes que dejaban ver las sombras de
rias: la lluvia que todo lo borra, que todo lo daña, que lo los demás, dejando pasar también sus voces, sus conver-
sumerge todo dejando a la vista sólo la mitad superior de saciones susurradas o una que otra pelea entre parejas o
lo que hay, techos de casas, edificios sin plantas bajas ni padres e hijos. Pero, poco a poco, cada grupo fue necesi-
primeros pisos, árboles de troncos cortos, desproporcio- tando algo del otro, una almohada de más, una pastilla
nados, y los pasos de ellos borrados del cemento ahora para el dolor de cabeza, una sábana para un bebé, y tantas
cubierto de agua. otras cosas que sólo la carencia extrema es capaz de pedir
Germild había escogido –como muchos de ellos– la a otra carencia.
parte alta de la litera para no sentirse encerrada, pero Germild tenía sólo 15 años; su hermana mayor, Yoelmi,
aquellas benditas goteras y el llanto de uno que otro había tomado la parte de abajo de la litera. Yoelmi salía
niño, hacía que sus noches fueran muy parecidas a lo que temprano todos los días a trabajar en casa de los Sánchez,
puede ser la eternidad. No sabía cuánto podía extrañar era de las pocas que tenía un trabajo, mientras que su her-
ese pequeño rectángulo que era su cuarto, pero que era mana se quedaba por ahí sin hacer nada, pues había dejado
sólo suyo. la escuela hacía tiempo. Se había hecho amiga de los de las
Durante el día procuraban mantenerse ocupados literas más cercanas, sobre todo de Santos, un muchacho
mientras esperaban el cumplimiento de la promesa, mien- de unos 20 años que trabajaba en un puesto de llamadas a
tras llegaba la casa nueva, el apartamento, o simplemente una cuadra de donde estaban. Santos se escabullía en las

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tardes para ir a hablar con Germild o jugar cartas con estaban cuando se acostaban a dormir. “¿Y los de abajo?
ella y con la señora Zulay, hasta que llegaba su padre y Bien, gracias”, salió otra voz. Todos seguían riendo. “¿Los
lo sacaba casi a empujones de ahí para que volviera a su de abajo? A nosotros nos toca dormir con estos papelitos
trabajo. El padre de Santos era de aquellos que iban todos pegados en la pared con palabras raras, quién sabe qué
los días a entregar cartas al Ministerio, de los que protesta- significan”, soltó una voz en defensa de los de abajo. “Sí,
ban por la casa que les habían prometido, por las goteras sí. A mí me tocó una que no sé ni cómo se pronuncia:
en el techo, por el calor, por la poca ayuda que recibían, pi-si-cho-ro-mie”, dijo Santos participando en ese juego a
y por tantas otras cosas que casi podían elegir un tema media luz. Todos rieron como hacía tiempo no lo hacían.
nuevo de protesta para cada día. Los demás se quedaban “¿Y qué me dices de esta?: jer-trud Goldsss-chii- mit, ¿Ah?
simplemente esperando a que uno de esos días fuera di- Te gané, ¿no?”, expresó una voz gruesa, áspera. “Debe
ferente a los de los dos meses que llevaban ahí, y a que ser un nombre, por lo menos la primera. Yo me llamo
un día Raúl, el padre de Santos, llegara con los otros tra- Germild porque mi papá se llamaba Gerardo y mi mamá
yendo una buena noticia. Pero nada ocurría, ni siquiera Mildred. Y Yoelmi se llama así porque su papá se llama
podían estar seguros de que el ministro revisaría las cartas Yoel, ¿verdad Yoelmi?”, comentó Germild queriendo en-
que ellos enviaban. “Igual tenemos que seguir yendo to- trar en el juego. Las voces comenzaron a surgir una tras
dos los días, aunque sea por fastidio nos tendrán que pa- otra entre risas, burlas, incluso desde literas más lejanas,
rar alguna vez”, decía Raúl a todos mientras veía sus ojos donde no se distinguían sino los tonos graves, chillones o
incrédulos. “Hay que tener fe, hay que seguir esperando roncos entre la débil oscuridad de la sala.
a ver qué pasa”, decía la señora Zulay para apoyar a Raúl –¡Dígame ésta! Y que “re-ti-cu-la-rea”.
y darle –darse– una esperanza por más lejana que fuera. –¿Reti qué?
La convivencia, aunque transitoria, ya había tomado –Pues habrá que ir a decirle al ministro que se meta
matices de rutina. Los muros ficticios que dividían los la re-ti-cu-la-rea esa por donde le parezca, a ver si así nos
grupos de literas se iban desvaneciendo cada vez más, y da las casas.
también, poco a poco, las cosas dejaban de tener dueño –¿Y este “muro óptico”? No joda, lo que necesitamos
para pertenecer a todos. Lo primero que hizo que esa son muros de verdad señor Soto, como dice aquí.
pared invisible comenzara a disolverse fue el escape de –¿Será que esa pared tuya es de ese señor Soto?
un pensamiento de Germild, que salió de su boca en voz –Ya quisiera yo tener aunque sea una pared como ese
alta casi sin darse cuenta: “¡Dios mío! Prefiero un palo tal Soto.
de agua a esta bendita gotera; ya me está haciendo un –¡En mi pared también dice “Jesús Soto”!, pero tam-
hueco en el hombro”. Todos rieron un largo rato, sobre bién dice “ser-kles ro-u-jes”.
todo los de arriba. “A mí me está haciendo un hueco en –¡Ahora sí, pues! Vinimos entonces a aprender fran-
la rodilla”, dijo otra voz entre esa semioscuridad en que cés, o alemán, o no sé qué idioma es ese.

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Todos reían y comentaban, se burlaban también de Ella se quedó un rato mirando el suelo, pensando en la
sus propios nombres, de sus voces, del almuerzo del día, tonta excusa de él, hasta que se atrevió a preguntar: “¿Y
del guardia del Ministerio que ya los saludaba como si para qué tienes la pistola?”, él sonrió como si una niña le
fuesen todos los días a trabajar ahí y no a exigir lo que hubiera preguntado por cómo llegan los bebés. Calló un
les habían prometido. Habían decidido –como si fuese rato, se levantó de un salto de la cama y dijo haciendo un
una reunión de condominio– que los que iban al Minis- guiño: “Para cuidarte a ti princesa, para cuidarte”, y se fue
terio todos los días o los pocos que trabajaban temprano, rápido antes de que llegara su padre a reclamarle su falta
dormirían en las camas de abajo para no despertar a los en el centro de llamadas.
demás al intentar bajar de las literas. Así que Germild se La señora Zulay había conseguido que le prestaran
quedó en la cama de arriba un poco triste, quizá por la go- una cocina a dos casas de ahí para poder hacer pastelitos y
tera, quizá también porque en su pared no había uno de empanadas, entre todos ponían dinero para que las prime-
esos papelitos con palabras extrañas, sintiéndose un poco ras que hiciera se las diera de desayuno a los que iban al
excluida del juego nocturno de intentar pronunciarlas, de Ministerio, las demás las vendía en una esquina a cuatro
inventar unas nuevas a partir de ellas, o de adjudicarles cuadras de la sala. Germild la ayudaba a venderlas en la
significados que se pareciesen a la palabra, haciendo con- mañana para no quedarse haciendo nada, y luego se veía
jeturas sólo por la manera en que estas sonaban. en las tardes con Santos un rato en la sala o en la plaza
Santos era uno de los de abajo, así que a veces –cuando que quedaba cerca de ahí. La sobrina de la señora Zulay
se escapaba del trabajo– Germild y él se sentaban en su estaba embarazada cuando se mudaron a ese sitio, y ahora
cama y trataban de pronunciar lo que decía su papelito todos la cuidaban como si formara parte de la familia.
en la pared. “Ad-di-ti-on-cho-ro-ma-ti-ke”, decía ella mien- Cuando finalmente le tocó dar a luz todos se fueron con
tras reía al mismo tiempo. “¿Qué crees que signifique?”, ella al hospital, todos menos los que tenían que estar en
preguntaba Santos para quedarse más tiempo con ella, el Ministerio, pues no podían dejar de ir, no podían faltar,
y no tanto por verdadero interés en el significado de las aunque en el fondo ya ninguno recordara la razón que los
palabras. “No sé, no me suena a nada”, respondía ella hacía ir a allá todos los días. Simplemente se les había ol-
un poco ruborizada, advirtiendo en Santos una mirada vidado, pero tenían que ir. “Ustedes váyanse tranquilos al
diferente, como si quisiera acercársele, como si quisiera Ministerio, que no pueden faltar, recuerden que todavía
darle un beso. Ella, nerviosa, salía corriendo a otra cama estamos esperando”, les dijo la señora Zulay cuando estos
para leer los demás papelitos y evitar la mirada cercana quisieron acompañarla al hospital. Unos fueron al hospi-
de Santos. Él la seguía de litera en litera. “¿Por qué llegas tal, los otros al Ministerio, mientras que el señor Efraín
tan tarde en las noches? ¿Qué es lo que haces tan tarde?”, dormía –por primera vez– plácidamente en la parte alta
preguntó ella con un tono serio y un poco inquietante. de su litera celebrando la ausencia de casi todos los que
“Nada, salgo con mis panas”, respondió despreocupado. ocupaban esa sala. Germild se quedó cuidando a la bebé

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de Nidia y a Mateo, un niño de cinco años que Zulay quitárselo de encima, tumbarlo de la cama, soltarse de él
había asumido como suyo, desde que su vecina se lo dejó y salir corriendo, pero ¿a dónde podía ir?
cuando aún era un bebé sin haber regresado nunca más. “¡Estás borracho!”, le dijo mientras forcejeaban. Él
Se estaban tardando mucho, no llegaban los del hos- le tapó la boca, sacó su arma del bolsillo enseñándosela
pital ni los del Ministerio, y Santos tampoco había ido antes de ponerla en el suelo. Ahí se dio cuenta de que no
esa tarde. Las horas pasaban hasta que se hizo de noche y había nada que pudiera hacer, y que, además, no quería
ella intentaba dormir al bebé, pero este lloraba sin parar y despertar a los niños. Prefirió entonces no mirar el rostro
Mateo no se quedaba quieto en ningún lugar. Decía que de Santos, no verlo a los ojos, pues esos que veía no eran
quería ir al hospital a ver a su mamá, ella le explicaba que los de él, ahora eran otros, unos ojos desconocidos, brus-
Zulay estaba muy ocupada allá y que ya era muy tarde cos. Volteó su cara hacia la pared, intentó distraerse mi-
para ir, que igual no lo iban a dejar entrar. Así que luego rando los papelitos, viendo cada una de las letras, leyendo
de un rato Mateo ya se había dormido y la bebé ya estaba en su mente in-cli-né ble-u-et no-ir, reconociendo úni-
acostada en la litera de Zulay. camente la primera palabra: “inclinar, inclinarse, incli-
Germild esperaba en la cama de su hermana la lle- nada”, pensaba para olvidarse de lo que estaba pasando, y
gada de alguno, suponía que –como otras noches– Yoelmi entonces se sintió inclinada, esquinada, torcida al antojo
se quedaría a dormir en casa de los Sánchez, así que sabía de Santos. Tampoco quería pensar en eso que la palabra
que no tenía que preocuparse por ella. En esa tranquili- la forzaba a sentir, y entonces volteó la mirada hacia su
dad, donde sólo se escuchaban los ronquidos del señor mano que apretaba con fuerza la barra de metal de litera.
Efraín, se sentía como si de nuevo estuviera en su cuarto, No quiere escuchar sus jadeos, los de Santos. No
recordando con nostalgia un par de zapatos casi nuevos quiere ver tampoco su sudor, ni sentirlo sobre su cuerpo,
que ahora debían estar enterrados en el barro, recordando pero una gota de él –otra gota más, una terrible gota– cae
sus afiches pegados en la pared, el olor a hervido de gallina y rueda sobre su pecho. Él se mueve violentamente de
que tanto le gustaba, las fotos de su madre por toda la casa, arriba abajo, como un columpio. La cama chilla, el óxido
mientras –entre uno y otro recuerdo– entrecerraba los ojos se escucha, habla, grita lo que ella no puede. Le agarra
a punto de quedarse dormida, luego los abría sobresaltada la cara y la obliga a mirarlo, se ríe torcido, con la boca in-
para mirar a la bebé y a Mateo acostados en su camas. clinada, es más una mueca, un rostro contorsionado que
De nuevo despertó angustiada, pero esta vez era por está entre la risa y el placer. Ella sin querer se mueve con
el cuerpo que estaba encima de ella, por el olor a ron que él, repite exactamente sus movimientos. Se odia por per-
le soplaba la cara. Santos le hizo un gesto de que se ca- mitirlo, por no haberlo evitado, por permitírselo aunque
llara poniéndose el dedo índice sobre sus labios, mientras fuese por miedo, por resignación, o por no despertar a los
ella advertía los ojos enrojecidos, inyectados de rojo, que niños. Se niega a sentir placer, pero lo siente. Se odia por
la miraban de una manera diferente esta vez. Ella intentó sentir placer.

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Se limpia las lágrimas con la otra mano que perma- rada la dejó inmóvil, aterrada, mucho más sacudida que
nece libre, medianamente libre. Cuenta mentalmente los lo que había pasado. Santos se levantó de la cama queján-
segundos para evadir el momento, en diez vuelve a em- dose, con el hombro chorreado de rojo, miró fijamente
pezar pues se ha perdido, no puede pasar de diez. Cuenta a Mateo, extendió la mano para que le devolviera la pis-
de nuevo, uno, dos, tres… deja de hacerlo, pues parece tola. Mateo lo miró con rabia, sin miedo, y le entregó la
que contara el ritmo de los movimientos de Santos. Ella pistola. “Empezaste muy joven carajito –dijo Santos con
no habla, no grita, pero sigue luchando, sigue intentando voz despreocupada– pero empezaste”. Guardó su pistola
quitárselo de encima. Efraín escuchaba todo desde arriba, entre el pantalón y salió rápidamente de la sala.
se asomaba un par de veces para verificar lo que pasaba, lo Sabía que igual tendría que verlo todos los días, que
que sabía que pasaba. Escuchaba en silencio, sin moverse él iba a seguir ahí y que ella tendría que soportarlo sin
mucho para no hacer ruido, apretando los dientes para contarle a nadie lo ocurrido. Sabía también que nadie pre-
aguantar la rabia, la impotencia, la cobardía de no ha- guntaría por el vendaje en el hombro, pues todos tenían la
cer nada. Estar arriba tiene sus beneficios, le otorga cierta certeza de que en cualquier momento una bala tendría que
invisibilidad, lo hace menos cómplice, menos culpable ir a parar a algún lugar de su cuerpo. Además, la llegada
de indiferencia, pues perfectamente pudo haber estado de una nueva bebé a la sala los tenía a todos distraídos, des-
dormido mientras lo de abajo ocurría sin advertir su pre- atentos a lo que ocurría a su alrededor. Nadie había notado
sencia. Pero no lo estaba, y escuchaba todo con la ira del el cambio, la distancia entre Santos y Germild.
que nada puede hacer, del que sabe cómo se manejan las Él no volvió a acercársele, y ella lo evitaba siempre.
cosas en su barrio o en esa sala, que a fin de cuentas pa- Pero ahí tenían que seguir, ahí tenían que estar mientras
recían ser la misma cosa. Desde arriba, Efraín rogaba que esperaban en la sala de un museo que ya no era refugio,
llegaran todos, o por lo menos alguien más para que todo que ya había dejado de ser transitorio; un sitio donde a
terminara. De repente, un estruendo hizo que Efraín se todos se les había olvidado qué era lo que estaban espe-
sentara de golpe por el sobresalto, miró hacia abajo y vio rando. ¿Qué otra cosa aguardaban, aparte de ese niño que
a Mateo con una pistola en la mano. crecía en la barriga de Germild?, ese niño cuyo padre era
Abajo, Santos se tapaba el hombro cubierto de san- desconocido para todos menos para Efraín, ese niño que
gre, el hombro donde había ido a parar la bala que Mateo aceptaron sin preguntas, sin explicaciones. ¿Qué era lo
había disparado, la bala de la pistola del mismo Santos, que esperaban?
aquella que había dejado en el suelo. Germild advirtió “No sé –decía la señora Zulay–, pero igual desayunen
de inmediato la mirada nueva de Mateo, una mirada que rápido, pues van a llegar tarde al Ministerio”.
nunca antes le había visto, una mirada fría, impávida, la
que suelen tener los hombres que usan pistola. Esa mi-

370 371
ÍNDICE

Prólogo...........................................................................7
Héctor Torres

V Edición - 2011

Veredicto........................................................................13

Sudestada......................................................................17
Gabriel Payares

Los discos de mi padre..................................................41


John Manuel Silva

Los muchachos Karamazov......................................... 61


Carolina Lozada

Cosas que nunca hice.................................................. 85


Daniel Fermín

El asesino del Metro....................................................97


Carlos Patiño

El ciudadano del Valley Car.............................................. 103


Mario Morenza
Final de telenovela..................................................... 169 La visión de los lobos..................................................319
Arturo Serrano Álvarez Enza García Arreaza

Guisantes y gasolina ...................................................183 Érika y Berenice......................................................... 339


María Dayana Fraile Katy Civolani

La tienda de muñecos................................................ 205 Cómo cae un poderoso.............................................. 347


Juan Carlos González Díaz
Jorge Gómez Jiménez
Sin título, 2010............................................................361
Pájaros......................................................................... 215
Martha Durán
Ricardo Ramírez Requena

Vi Edición - 2012

Veredicto..................................................................... 237

Evocación y elogio de Federico Alvarado Muñoz,


a tres años de su muerte.............................................. 241
María Dayana Fraile

Mondadientes.............................................................261
Delia Mariana Arismendi

A medio camino......................................................... 277


Miguel Hidalgo Prince

Las propiedades curativas del fuego................................... 289


Dacio René Medrano Arreaza

Hacia una metodología del desecho.......................... 305


Nora Edén Mora

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