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ORACIÓN DE

ABANDONO
Padre mío,
me abandono a Tí.

Haz de mí lo que quieras.

Lo que hagas de mí
te lo agradezco,
estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo.

Con tal que tu voluntad


se haga en mí
y en todas Tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.


Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí
amarte es darme,
entregarme en Tus manos
sin medida,
con infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.

2
Boletín Trimestral Enero – Marzo 2018
Asociación C. ÉPOCA IX – nº. 196
(2018)

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Editorial
El año pasado de 2017 dedicamos uno de nuestros
números a la Hermanita Magdeleine (1898-1989), fundadora
de la Congregación de las Hermanitas de Jesús (Cf. BOLETÍN
IESUS CARITAS, Octubre-diciembre 2017), como prolongación
del Centenario de la muerte del beato Carlos de Foucauld (1
diciembre 1916). Continuando con esta línea editorial
dedicamos ahora un número a René Voillaume (1905-2003),
fundador de la Congregación de los Hermanitos de Jesús
(1933) y Hermanos (1956) y Hermanas del Evangelio (1963)
además de ser el impulsor, junto a la Hermanita Magdeleine,
de varias asociaciones y movimientos sacerdotales y de laicos.
La obra y el pensamiento de R. Voillaume ha sido muy
difundida, sobre todo en los años que precedieron y siguieron a
la celebración del II Concilio del Vaticano, y ha influido en
generaciones de bautizados que buscaban vivir el Evangelio
con radicalidad al tiempo que hermosear el rostro de la
Iglesia1. Recientemente se ha reeditado su magna obra, «En el
corazón de las masas» (2011), traducida a lengua española.
Muchos de sus libros están en las estanterías de bibliotecas de
sacerdotes de mediana edad hacía arriba. No procedía, por
tanto, editar lo que con facilidad se puede hallar en páginas
web y archivos. El Consejo de Redacción pensó editar,
salvando las distancias que genera el paso del tiempo, una
carta que el P. René Voillaume escribió en Roma el 15 de
noviembre de 1958, a las puertas de la apertura del Concilio,
que tenía como destinatarios a los Hermanitos que lleva por
título «Al encuentro de Cristo» y cuyo contenido es la oración

1 Algunos libros de fácil acceso de R. VOILLAUME., ¿Dónde está vuestra fe?


(Madrid 1972); Cartas a los hermanos (Madrid2 1967); Charles de Foucauld et
ses premiers disciples. Du désert arabeau monde des cités(París 1998); Dejad las
redes (Madrid 1977); En el corazón de las masas (Madrid 1973); Oración en el
desierto (Madrid2 1972); Orar para vivir (Madrid3 1979); Por los caminos del
mundo (Madrid 1962); Ver a Dios en la ciudad (Salamanca 1976).

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y, más en concreto, la adoración ante el Santísimo Sacramento.
El P. Voillaume escribió, siendo válida la reflexión para las
Congregaciones fundadas por él, del siguiente tenor la
vocación de Hermanito o Hermanita: «Podemos por lo tanto
definir la vocación de las Hermanitas del Evangelio: que es una
vida contemplativa totalmente centrada sobre el misterio de la
presencia Eucarística, y a la vez dada, entregada sin reserva ni
repliegue sobre sí misma a la evangelización de los más pobres
o más alejados de la Iglesia» de tal suerte que «vivir una vida
eucarística no es sólo creer en este misterio y adorarlo, sino ser
configurado a Cristo».
El texto del que nos hemos servido para nuestra
edición fue publicado en agosto de 1960 traducido por R.
Navarrete como edición privada del Seminario de Málaga
(España). Como es normal en estos casos el lector se encuentra
con un texto propio de una época pretérita con pequeñas
modificaciones de estilo que nos hemos permitido en el
Consejo de Redacción en un intento de mejorar el texto y
hacerlo más inteligible.
Para aliviar la lectura del texto y, llegado el caso,
compartir la lectura del texto en el equipo de reflexión,
ofrecemos unas preguntas bajo el epígrafe «Reflexionar, orar y
compartir». Ciertamente que los laicos deberán hacer una
lectura actualizada a su situación concreta ya que, como
venimos diciendo, el texto se dirige a bautizados que han
optado por vivir en común su seguimiento de Cristo en una
Congregación Religiosa.
Nuestro BOLETÍN en muchas ocasiones ha recogido los
escritos del P. René Voillaume e incluso ha publicado números
monográficos sobre su persona y obra2.
MANUEL POZO OLLER,
Director

2Cf. RENÉ VOILLAUME «En el corazón del mundo» Boletín Iesus Caritas
144-146 (2003); «En que creyó C. de Foucauld» 4-5; «Vida de oración del
P. de Foucauld» Iesus Caritas (1978) 55-63; «Al encuentro de Cristo, la
oración escuela de vida» Boletín Iesus Caritas (1990) 6-46.
6
AL ENCUENTRO DE CRISTO
Roma, 15 de Noviembre de 1958

Queridos hermanitos: Después de haber oído de todos


vosotros la exposición sencilla de las dificultades encontradas
por cada uno en la oración, me parece que nos encontramos al
comienzo de nuestro quehacer. Este testimonio de
perseverancia en la oración, de veneración al Cuerpo de Cristo
en pleno mundo es lo que Dios nos pide. Para esto hemos
venido a la fraternidad. Ya habíais comprendido la importancia
de la Adoración en vuestra vida, pero ahora habéis
experimentado también sus dificultades. Y aunque ha sido la
buena voluntad la realidad de la mayoría, hemos sido, con
todo, torpes o inconstantes en el esfuerzo cotidiano necesario
para realizar nuestra misión de «perseverantes en la oración»3;
este cometido no ha sido aún perfectamente logrado. He aquí
por qué he dicho que estamos al comienzo de nuestro
quehacer, estamos en los cimientos; queda por levantar el
edificio de nuestra vida, que está lejos de ser algo acabado. No
admitamos, por tanto ningún sentimiento de plenitud en
nuestra vida, ni encontremos en esto, paz para nuestro
corazón, mientras no comprendamos haber hecho todo lo
posible para ser verdaderos «perseverantes en la oración».

Dificultades inevitables
Habéis descubierto cuán difícil es ser fiel a la Adoración
y comportarse como verdadero orante. Algunas de las
dificultades halladas son independientes de vuestra
generosidad, no dependen de vosotros. Hay en efecto

3 La traducción que empleamos usa los términos «permanentes en la


oración». En nuestra versión hemos creído oportuno adaptar la expresión a
«perseverantes en la oración» entendiendo al tiempo «constantes en la
oración»
7
circunstancias que no podéis modificar: la capilla es calurosa;
se oye la radio del vecino; se tiene el tiempo justo después de
trabajar; la vida de una fraternidad obrera es, a veces, una
especie de marcha contra reloj; las visitas vienen justamente en
el momento de colocarse la túnica para ir a la capilla; es
absolutamente necesario ir a comprar cualquier cosa para la
comida, o hay que interrumpir muchas veces la oración para
atender a la cocina. Existen otras dificultades más interiores,
contra las cuales tampoco podemos nada. Se tiene la cabeza
vacía, porque es tarde y se ha estudiado toda la jornada, o se
siente uno como embrutecido y lleno de sueño por el cansancio
de un pesado trabajo manual o de una noche desvelada; o bien
es el correr de la imaginación lejos del Señor, imaginaciones
que nos sumergen en la vaguedad, o en fin los cuidados, las
preocupaciones del trabajo, que invaden nuestra memoria,
cuando no son imágenes impuras las que intentan apoderarse
de nosotros. Todas estas dificultades son inevitables, y si
algunas son debidas a nuestra forma de vida, otras son
comunes a todos los hombres que pretenden orar. Estas
dificultades, interiores o exteriores, deben ser soportadas con
paciencia y superadas progresivamente en la medida en que
esto es posible al hombre.
Otras dificultades más voluntarias

Pero a estas dificultades se unen otras, de las cuales


somos nosotros más responsables y cuya causa debemos
procurar suprimir. Muchos de los obstáculos, señalados por
muchos de vosotros, provienen, ya de ideas inexactas sobre la
oración, la vida de fe y las leyes de su desenvolvimiento, ya de
una formación aun incompleta para la oración, ya por último,
hay que reconocerlo, de una obediencia imperfecta a las
prescripciones de las Constituciones y de las reglas de vida o a
las directrices que os han podido ser dadas.
Por lo tanto, debemos hacer un esfuerzo para orar
mejor. Para esto es necesario que os indique de qué naturaleza
debe ser este esfuerzo.
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Un proceso ordinario

Una experiencia general nos enseña que la hora de


Adoración es un trabajo duro y difícil; frecuentemente se
encuentra asaltada de distracciones, aún cuando se las rechace,
que no dejan de experimentar, sino un cierto vacío interior. Se
esfuerza uno entonces en mantenerse a toda costa el tiempo
que debe pasar en la capilla: termina así por aparecer la oración
bajo el aspecto de un sacrificio que hay que soportar y ofrecer
al Señor con valor. A la mayoría de vosotros, le parecía la
oración más fácil al comienzo de la vida religiosa, durante el
Noviciado. Después, con bastante rapidez, el vacío llegó. Se
hizo habitual. Primeramente se ensayó la forma de reaccionar,
después se terminó por tener el convencimiento de no poder
hacer nada mejor, pensado con todo lo que había que hacer
alguna cosa. ¿Pero qué hacer y cómo?

Doble fuente de sequedad

Algunos no saben discernir bien si este vacío doloroso


de la oración es querido por el Señor o si proviene de
negligencia por parte suya; quizás no saben qué camino tomar
para orar cuando por otra parte lo que hubieran debido hacer
es aprender a orar. Se preguntan entonces cómo es necesario
entender la orientación dada en el capítulo «La oración del
pobre». Algunos subrayan que una renuncia tal a las
condiciones y actividades normalmente necesarias para el
desarrollo de la oración no puede mantenerse, sino en un
estado de oración infusa, esto es, un estado de oración
extremadamente simple producido por la acción del Espíritu
Santo, en una zona profunda de nuestro espíritu y de nuestra
voluntad. Estado contemplativo que nos une a Dios más
profundamente que toda otra forma de oración más sentida.
Será como el aniquilamiento consciente de nuestros esfuerzos
de inteligencia, de imaginación y de corazón. Este estado de
oración contemplativa, producida por Dios casi no depende de
9
las condiciones exteriores, y deja como desocupado el campo
de nuestra imaginación y de nuestra conciencia; da una cierta
impresión de vacío, de sequedad interior, que pide generosidad
para ser soportada largo tiempo. No sabemos cómo distinguir
este estado que es verdadera oración, de esa otra suerte de
actitud pasiva de vacío experimental muchas veces al correr de
los años, cuando la oración sentida, fácil nos es negada.
Cuando este vacío está lleno de la presencia de Dios, se
manifiesta casi siempre por la conciencia de un cierto absoluto
y la seguridad vital de que la hora de adoración es el momento
más importante, el más eficaz del día. Se tiene la impresión de
que si no existiera esa hora de presencia de Dios en la jornada,
nuestra vida carecería de sentido. Esta certeza es sentida
frecuentemente en el curso de la jornada fuera de la oración,
más que en el momento mismo en que se entrega uno a ella,
porque entonces la oscuridad invade el alma, acompañada del
sentimiento doloroso de miseria e impotencia. Es un
conocimiento oscuro, un amor sin alegría pero fuerte y
acompañado, a su vez, de una aguda conciencia de miseria
moral y de falta de generosidad. Se tiene la impresión de que
no se puede juzgar la oración: Dios solo sabe lo que es. Hay
momentos de duda en que se pregunta uno si no valdría más
hacer cualquier cosa para salir de este estado de oración sin
imágenes y sin ideas, en que la imaginación continúa bien
frecuentemente su ronda, su cine interior. ¿Será conveniente
coger un libro, meditar un pasaje del Evangelio? Muchas veces
se comprenderá que vale más no hacerlo so pena de sustraerse
a una presencia del Señor en el fondo del alma. Pero ¿ y otras
veces?
¡Si, otras veces deberemos hacerlo! Porque, si en ciertos
días tenemos la seguridad de que el Espíritu de Jesús ora así en
nosotros; hay otros momentos en que Jesús espera de nosotros
una colaboración más activa. Este estado de vaguedad en el
cual nos encontramos muchas veces en el mejor momento de la
oración, no es ni una plegaria ni una presencia oscura de Jesús;
es simplemente consecuencia de que no sabemos orar o de que
10
no somos lo suficientemente generosos en nuestra
perseverancia.
Puesto de la oración en la vida
La oración juega un gran papel en nuestra vida. Es un
aspecto tan esencial de ella, que si no estuviéramos
convencidos de que ella sola es razón suficiente para abrazar
un género de vida como el nuestro, no tendríamos valor para
continuar viviendo así. ¿No sería la historia de un loco que se
embarca así, en plena juventud, en una vida donde no hará
nada útil jamás, a juicio de los hombres, y aun a veces, de su
propia razón? Esta ansia que nos domina en ciertos días, de
hacer algo más eficaz, más directo apostólicamente ¿es una
tentación? ¿No se encontraría mejor el propio equilibrio
entregándose al ministerio, consagrados en cuerpo y alma a
alguna cosa mejor, que hacer de peón de albañil, de pescador,
embruteciéndose, o de pastor de rebaños de cabras? ¿Para qué
puede servir esto? Y mirando a la oración y a la hora de
Adoración: ¿no sería mejor vivir solamente para esto? Sí, en
cierto sentido, porque sin ella nuestra vida no sabría ser vivida
con Jesús. Hay sin duda otros motivos para nuestra forma de
vida religiosa, los cuales son en sí mismos absolutos: amar a
los hombres, ser en medio de ellos testimonio del Invisible,
para que aprendan a conocerlo, a desear amarle a través de
nosotros. Esto es evidente y bien lo sabemos nosotros. Y
justamente esta locura inútil de vivir en medio de ellos, no
podemos ni aceptarla ni comprenderla sin la oración. Es en ella
donde aprendemos a conocer a Jesús y a mantenernos en unión
de intenciones y de sentimientos Con Él. Si Jesús nos ha
llamado a seguirle de esta forma, ¿no está Él obligado a darnos
las gracias necesarias para orar bien? Sí, pero estas gracias no
serán quizás para todos gracias de contemplación infusa.
Es necesario colaborar con Dios
Por otra parte, debemos tener confianza en que Jesús
nos dará siempre posibilidad de llevar nuestra vida de unión
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con Él y de entregarnos a la oración de adoración y de súplica
con Él. Pero Él no hará nada sin nosotros. Es necesario
aprender a orar desde los comienzos y continuar considerando
siempre la oración como la obra más importante en que
debemos poner todos nuestros cuidados. No sabremos jamás si
Jesús ha decidido darnos un día u otro este estado gratuito de
adoración contemplativa. Esta incertidumbre debemos
aceptarla. ¿Estaremos por tanto, como repartidos en dos
grupos: los llamados a recibir la gracia de la oración
contemplativa y los de aquellos que no estando destinados a
recibirla, deben perseverar llamando a la puerta? No, esto no
es tan simple: Jesús hace lo que quiere. Él va y viene, visita
tanto a uno como a otro; viene de pronto o se hace esperar toda
una vida. Y aún el decir que Jesús viene es también forma de
hablar. Se trata, en efecto de una presencia que se manifiesta
por un cierto conocimiento infuso; pero ¡Jesús tiene tantas
maneras de estar presente en el corazón de un hermano que se
esfuerza como mejor puede con todo su amor, en orar,
teniendo sin embargo la impresión de que jamás llega! Jesús
está por tanto allí también, pero de una manera quizás más
dolorosa.

Etapa normal en la oración

Es frecuente y aún normal, que nuestra vida de


relaciones conscientes con Jesús pase por una etapa de
adoración fácil, llena de alegría y sentimiento de amor, llena de
un conocimiento de Jesús que nos facilite, todos los
desprendimientos. Es esta una etapa normal, yo diría clásica.
Es deseable que la hayamos atravesado durante un tiempo más
o menos largo. No es necesario buscar abreviarla, ni
desprendernos de ella antes de tiempo: estas alegrías, estas
felicidades, vienen del Señor y están destinadas a hacernos
salir de nosotros mismos a fin de estimular nuestro amor por
Él, por la Virgen y por los Santos. Solamente debemos
ponernos en guardia para no dejarnos llevar de las
imperfecciones y defectos a que entonces estamos expuestos.
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Tenemos entonces necesidad de saber que es bueno descubrir
así, a través de los pobres medios humanos, el conocer y amar
la inmensa belleza del Señor Jesús y de los sentimientos de su
Corazón. Hasta es muy posible que hayáis experimentado
algún sentimiento de desprecio hacia estas facilidades o que
hayáis creído más generoso desprenderos, no haciendo nada
para recibirlas o no facilitando su aparición en el momento de
la oración. He dicho que esta etapa es normal. ¿Qué pensar, si
no la hemos atravesado? Si no hemos jamás gozado de esta
iniciación a la alegría de Dios, toda improvisada por Él, ¿será
por culpa nuestra? No siempre; pero puede en efecto suceder,
que seamos más o menos responsables de esta ausencia de
alegría y que hayamos descuidado aprender bien a orar.
Alguno de vosotros ha sentido vivamente la ausencia de
formación y la falta de dirección en el esfuerzo hecho para orar
bien.

No sabemos cómo es nuestra oración

Sin embargo puede también haber alguna ilusión en


atribuir toda la responsabilidad de las dificultades encontradas
en la oración a falta de formación o a la ausencia de un método.
Jamás hay un resultado satisfactorio en la oración, y es ésta la
primera conclusión a retener, cualquiera que sea, por otra
parte, el fervor de la misma. Estaremos tanto menos
satisfechos de nosotros en la oración, cuanto ésta nos acerque
más a Dios. Este sentimiento de insatisfacción es parte de la
oración; es la prueba de un deseo no colmado, que no puede
sino aumentar con la caridad y que no cesará sino en el
momento en que veamos a Dios cara a cara. La oración, lejos
de apaciguar esta sed, no hace sino aumentarla más aún. Es
necesario, por tanto, aceptar, no estar nunca satisfecho de
nuestra oración: decidirnos a buscar siempre sin jamás
encontrar: ya que se puede siempre ensayar hacerla mejor,
estando convencidos de que esto depende de nosotros, al
menos, en parte, hasta que Dios se encargue de llevar nuestra
oración a una total simplicidad.
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Sin conocer a Jesús es imposible la oración

«Orar es pensar en Jesús amándole». En la oración


aprendemos a conocer a Dios y a amarle mejor; aunque este
conocimiento no es aparente, sino oscuro, la oración es siempre
como un camino invisible por donde pasa el amor. Conocer y
amar. Pero ¿no es esto precisamente lo que raramente tenemos
impresión de hacer en la capilla durante esos ratos con
demasiada frecuencia, llenos de fatiga, de sueño y rutina,
instantes que nos llevan con todo diariamente a los pies del
Sagrario? Existe una tendencia muy general a descuidar esta
búsqueda de conocimiento de Dios, sin el cual no se puede
tener oración. ¿Esta negligencia, no será por lo común el
origen de ese estado de vaguedad, del cual muchos se quejan,
con el sentimiento de ser responsables en parte? ¿No es
normal en estas condiciones, que la hora de oración parezca,
cada día más, como un rato duro que hay que soportar a los
pies del Crucificado? Este momento de nuestra jornada no nos
inspira ningún atractivo natural y tenemos que esforzarnos en
mantener en nosotros la convicción de su utilidad. La
adoración nocturna acentúa aún más esta impresión de
sacrificio ofrecido a Dios: levantarse de noche es duro, la hora
de adoración se pasa luchando contra el sueño, no vuelve uno a
dormirse y, para alguno, será todo el día siguiente el que lo
sentirá; estará tentado de dormirse a cada momento o por lo
menos estará de menos buen humor. Estamos persuadidos no
obstante de que es necesario conservar este acto gratuito, el
único que nos aparece hecho total y únicamente por Jesús
como la ofrenda de nuestro tiempo, de nuestras fatigas,
perseverancia en la oscuridad. No percibimos, por lo regular,
ningún resultado tangible experimentado poca satisfacción
profunda. ¿No es ésta la impresión dominante expresada por la
mayoría de vosotros? La hora de adoración es un acto de
valentía, de amor, de presencia delante de Dios. Es un
sacrificio. Cierto que la oración encierra aspecto de sacrificio
pero debe ser algo más que esto. A la larga estos actos de
energía en puro esfuerzo de sí mismo, si no son sostenidos por
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un conocimiento de Jesús, constantemente renovado en una
búsqueda amorosa de fe nos conducirán al desánimo. Una
actitud demasiado voluntaria durante la oración, nos pone en
riesgo de pasar de largo las condiciones requeridas para una
ofrenda de nosotros mismos a Dios; ofrenda que debe ser, no
un acto aislado de valor en el vacío, sino un verdadero
ponernos nosotros mismos, por amor, en manos de Jesús
crucificado. Para esto, nuestra generosidad debe ser dirigida
mediante la luz de la fe, hacia la persona misma de Jesús. Es
con todo muy natural que la oración, sobre todo la oración de
unión con la Eucaristía, revista en ciertos días y horas, este
aspecto doloroso de sacrificio sin contrapartida, en una espera
oscura de la presencia divina tan deseada.
No podemos olvidar que nuestra hora de Adoración,
sobre todo la de la noche, es al menos un ensayo de respuesta
personal a la queja de Jesús: «¿No habéis podido velar
conmigo una hora?» Esta hora de vigilia es, de nuestra parte,
una tentativa para proporcionar compañía a un Hombre que
agoniza para salvar a los otros hombres, sus hermanos y a
nosotros personalmente los primeros; y este Hombre ha
querido llamarnos a participar de sus sufrimientos a través del
signo de la Hostia en la realidad de la presencia Eucarística. La
adoración prolongada a los pies de la Cruz y del Tabernáculo
debe, por tanto, revestir el aspecto de un sacrificio, y puede
suceder entonces que sea la nota dominante el acto de voluntad
dolorosa. Hay por lo tanto que admirarse de que la oración
sacrificio sea una realidad, y de que le tengamos miedo ciertos
días. Pero la oración no puede ser únicamente este acto de
voluntad oscura. Por otra parte tenemos conciencia de que este
estado vago de pasividad espiritual del cual hemos hablado, no
nos permite conseguir el valor necesario para participar en la
cruz de Jesús. Estamos demasiado apegados a nosotros mismos
y comprendemos claramente que en nuestro vacío falta una
luz, por tenue que sea, para dirigir nuestro acto de voluntad,
penetrado de amor a Jesús, consiguiendo así una verdadera
comunión con su sacrificio. Sin esta luz nuestro esfuerzo nos
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parece estéril, nos agota, nos deja enseguida pasivos y
desanimados. Felizmente no sucede siempre así, pero yo
quisiera poneros en guardia contra una ilusión posible y
ayudaros a salir de aquí.
El ejercicio de la fe previo al del amor

Lo más necesario, en el momento de la oración, es


conformarnos a las leyes del desenvolvimiento de la fe y del
amor de caridad. La oración no es otra cosa sino un rato
especialmente consagrado a poner en actividad nuestra virtud
de la fe, con el deseo de encontrar a Dios a través de este
conocimiento oscuro y, a fin de amarle aún más: «pensar en
Dios amándole».
No podemos pensar en Dios sin conocerle, y este
conocimiento íntimo está totalmente contenido en la fe divina
que nos lleva a través del descubrimiento de Jesús, hasta el
misterio de Dios en tres personas. Si insisto en la importancia
del acto de la fe, es porque éste es previo al del amor de
caridad; nuestro error frecuente es querer ejercer la caridad sin
cuidar de alimentar suficientemente nuestra fe. Creemos con
frecuencia que la fe puede existir y crecer sin ser alimentada, o
ejercida por un esfuerzo activo de nuestras facultades de
conocer. Este es, quizás, nuestro mayor fallo, que hay que
remediar necesariamente para aprender a orar mejor.
¿No existe en nuestro espíritu un equívoco al hablar
constantemente de “vida de fe”? Esta expresión tiene un
contenido vago. Encierra sin duda una voluntad de ser fiel a
Jesús, pero sin la preocupación suficiente de procurar un acto
preciso de inteligencia. Los espíritus, actualmente, están
inclinados a la imprecisión, a falta de objetividad; se contentan
fácilmente con frases hechas, cuyo contenido intelectual es
muy poco preciso, pero que evocan una actitud sentimental.
Existe la tendencia a despreciar toda disciplina, toda ayuda
exterior, so pretexto de ser auténticos, de no perder la propia
personalidad. Esta preocupación por salvaguardar la

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espontaneidad, sobre la cual fundan el valor esencial de la
oración, les impide comprender bien la naturaleza de la
verdadera libertad. Este miedo a lo artificial, a la forma
exterior, a la rutina, hace rechazar instintivamente todo
método tradicional de oración: todo medio de disciplinar la
oración o el espíritu. A fuerza de querer simplificar el cuadro
de la vida espiritual se puede llegar a privar a las potencias
naturales del conocimiento, su punto de apoyo normal. Se
tiene sed de realismo y a fuerza de querer evitar todo riesgo de
quedar en el camino, no se quiere tomar ninguno, quedando
expuesto a perderse en un vacío prematuro de donde existe el
peligro de ser incapaz de salir. El vacío no es el desierto del
Absoluto, donde no hay ya ningún camino; no se llega a éste
último, sino después de haber escalado un sendero largo,
estrecho y escabroso. Esta necesidad que experimentamos de
vivir en unión con lo real, nos empuja muy frecuentemente a
los cristianos de hoy a insertar nuestros esfuerzos de oración,
en la misma vida humana que nos rodea, hasta el punto de
buscar aún alimentarlos y expresarlos a través de los contactos
exteriores y sentidos con los hombres, donde queda, con
frecuencia, poco lugar para un diálogo directo con Dios.
Diálogo que no puede entablarse, sino en proporción al grado
de nuestra fe divina alimentada por Dios mismo, por su
Revelación y a luz de su gracia.
¿No hemos experimentado más o menos la influencia de
esta mentalidadambiente conscientemente? Todos nosotros
somos, y en buena hora, hijos de este tiempo y las mismas
causas han producido sin duda en nosotros, algunos indicios de
las mismas tendencias. De ellas debemos utilizar las que son
buenas y rechazar las erróneas.
Es conveniente estar alerta frente al vacío sentimental
que debilita la disciplina de la voluntad; frente a la tendencia a
lo real que nos lleva paradójicamente a alejarnos de la oración
haciéndonos rehusar medios exteriores, quizá muy simples,
pero normales para hombres; frente a la necesidad de
espontaneidad, que nos conduce a olvidar el valor de la
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disciplina y de la obediencia, si no a rechazarlo; en fin a esa
actitud de desprecio hacia todo lo que puede conducir a crear
un hábito, porque se confunde el hábito con la rutina. Sin
embargo, no hay amor posible fuera de la voluntad, ni
posibilidad de educar y mantener la fe sin recurrir a les medios
de conocer más humildes, ni en fin, virtudes perfectas aunque
sean teologales, sin el hábito adquirido por la repetición de los
actos.

PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR


«No os perdáis en imaginaciones, en investigaciones silenciosas
Jesús está a vuestro alcance si tenéis fe. No existe nada más concreto
ni más cierto que la fe, puesto que llega hasta la realidad presente...
Reparad en la fuerza de la fe en el Padre de Foucauld es porque se
apoyaba de continuo en el Evangelio» (R. VOILLAUME, En el corazón
de las masas)
1. ¿Qué dificultades encontramos para llevar a la práctica la
oración contemplativa de adoración eucarística? ¿Qué
dificultades son de orden interno y cuáles son del ambiente que
nos envuelve?
2. ¿Practicamos la adoración al Santísimo? ¿Cómo preparamos
el encuentro con el Señor? ¿Cómo serenamos nuestro cuerpo y
disponemos nuestros afectos?
3. ¿Cómo ser perseverantes en la oración? ¿Qué medios hemos
de emplear para alcanzar la constancia en la oración?
4. ¿Consideramos la oración como el momento más importante
de nuestra jornada?
5. ¿Cómo ejercitar la fe que nos sostiene en la oración? ¿Cómo
educar nuestra voluntad?

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MEDIOS DE ALIMENTAR LA FE
Quizá me he dejado arrastrar un poco lejos del asunto,
pero era necesario para conseguir situar mejor el esfuerzo que
se os pide en la vida espiritual.
La preparación más directa para la oración es
alimentar la fe y ejercitarla por medio de actos precisos y
concretos. La oración es un hábito del espíritu, fortalecido y
elevado por la gracia: es el hábito de mirar a Jesús, a Dios y al
mundo, como Dios lo mira. Este hábito se adquiere, como todo
hábito, por actos repetidos, y éstos, en nuestro caso, como todo
acto de conocimiento, deben tener el objeto preciso que nos ha
sido dado por la Revelación. No se puede prescindir de él.
Ningún sentimiento, subjetivo podrá suplir ni ninguna
oración podrá alcanzar a Dios sólo por un esfuerzo de buena
voluntad o de sentimiento, fuera de la luz de la fe.
Quizás el hecho de hablar constantemente de
Adoración delante del Santísimo Sacramento, puede hacer
olvidar un poco que se trata de verdadera oración, oración
centrada en la adoración de la presencia real de Jesús en el
Santísimo Sacramento, pero oración sometida a todas las leyes
de preparación del espíritu y del corazón; de esa colaboración
activa, que nos ha sido enseñada por todos aquellos que antes
que nosotros, dirigidos por la Iglesia e iluminados por el
Espíritu Santo, nos han mostrado el camino a seguir para orar.
Este es el camino, que quisiera indicaros, adaptado a la
situación particular de las Fraternidades y de vuestra vocación
de servidores de la Eucaristía.
La oración no se improvisa: está demasiado ligada a
nosotros mismos. Nuestra oración es la resultante de nuestro
estado interior y está estrechamente ligada a nuestra situación
general respecto a Dios. Nuestra fe despertará en el momento
de la oración, siguiendo su misma intensidad de fuerza y de
vida. Para permitir a la fe esta libertad de expresión en un
trato amistoso y cordial con Dios, es necesario que nuestros
19
conocimientos de fe hayan sido suficientemente alimentados
fuera de la oración. Nuestra fe puede debilitarse hasta tal
extremo que no pueda dar frutos por falta de alimento. La fe es
una realidad viviente que se nutre de los conocimientos que
Dios le proporciona y que se fortalece por actos que ella
suscita en la caridad. Todo ser viviente, desprovisto de
alimentos y de ejercicio, perece, porque no asimila. Faltamos al
buen sentido y a la lógica si nos dejamos descorazonar a la
vista de la debilidad de nuestra vida de fe, sin tomar la decisión
de alimentarla antes de ejercitarla. No ejercitamos mas la fe, de
verdad, si no nos concentramos en un esfuerzo de pura
voluntad, buscando a Dios en las acciones de nuestra propia
vida a través de nuestras relaciones con los otros ¡No es con
todo de nosotros mismos, de nuestro propio fondo, de donde
sacaremos la vida de fe y la oración contemplativa, cualquiera
que sea, por otra parte, nuestro ánimo!
Debemos, es verdad, aprender a presentarnos delante
del Señor tales cuales somos, débiles, sin verdadero ardor, sin
renuncia suficiente. No hay por qué temer presentarnos así a
Jesús. Pero esta forma simple y verdadera de existir delante de
Dios no es suficiente, ni podemos quedarnos ahí. Debemos
elevarnos sobre nosotros mismos recibiendo la ciencia que
Jesús nos da para conocerlo. Es necesario llevar con nosotros,
al momento de la oración, este conocimiento de fe con avidez
de recibir aún más.
Alimentar la fe es descubrir, al leer u oír, las
enseñanzas de Dios sobre sí mismo y sobre su Vida entre
nosotros. Esta ciencia divina no puede penetrar en nosotros,
sino por nuestros medios de conocimiento que son la
imaginación y la inteligencia. Se descuida con demasiada
frecuencia este aspecto de la fe. Se quiere simplificar
demasiado, recibir este conocimiento, no sé yo de qué manera,
fuera de imágenes y de ideas, sin esfuerzo de imaginación o de
reflexión, y esto es un error. Es verdad que, hablaré
insistentemente, dada su importancia, de otra manera de
enseñarnos, de la cual sólo el Espíritu Santo tiene el secreto;
20
pero si es cierto que debemos preparamos a esta enseñanza por
el Espíritu Santo y esperarla confiadamente, no tenemos
derecho a abandonar, por otra parte, alimentar nuestra fe con
los medios normales, hasta tanto sea necesario; y lo será
siempre en un cierto grado, fuera de los momentos en que
Dios supla por Sí mismo. Por tanto, la mejor manera de
prepararnos bien a oír la voz del Señor, que nos enseña
directamente en el fondo del corazón, a la hora de la plegaria
consiste en ejercitar fuera del momento mismo de la oración,
las actividades necesarias para el desenvolvimiento del
conocimiento de la fe. Estas actividades, comprenden esfuerzos
de reflexión, de meditación y de memoria. Entonces, nuestra
oración podrá evolucionar hacia una forma más simple, más
silenciosa y en un corazón mejor preparado. Sentiremos en
nosotros mismos la paz que da el sentimiento de haber hecho
todo lo posible para que Jesús pueda venir. Entonces la oración
podrá revestir, sin preocupación, la sencillez del deseo y de la
espera.
Nuestros instrumentos de conocimientos utilizados por
la fe, son, ya lo he dicho, la inteligencia y la memoria. Cuando
digo la imaginación, quiero referirme a todos los sentidos en la
medida en que ellos son medios de conocimiento, puestos al
servicio de la inteligencia.
Conocer la persona de Jesús, mediante la
meditación del Evangelio
Desde que la Palabra Eterna de Dios ha tomado un
Cuerpo del seno de la Virgen María para vivir entre nosotros,
para hablar nuestro lenguaje humano y realizar acciones
humanas, nuestros sentidos juegan un importante papel en el
conocimiento de Dios. Jesús tiene un rostro humano que
debemos descubrir y amar. Es necesario haberlo visto, en las
situaciones sucesivas de su vida terrena, haberlo visto nacer,
amar a los hombres, curarlos y alimentarlos. Es necesario
haber escuchado sus palabras y conservar todo esto en la
memoria, imprimiendo en ella la figura de Jesús como la del

21
ser objeto de todo nuestro amor. «María conservaba con
cuidado todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón»
(Lc 11, 19).
Pero esto no es suficiente. El espíritu de Jesús también
ha hecho vivir, y hablar a su Iglesia y a los santos. La Historia
de los santos, su fisionomía humana, sus acciones, sus palabras,
son un lenguaje que se dirige a nuestra inteligencia, muchas
veces a través de nuestra imaginación. Ellos contemplan,
esclarecen el Evangelio, le hacen revivir, en hombres más
cercanos a nosotros, de muchos de los cuales quizás poseemos
hasta fotografías. Son como una luz y una invitación a
hacernos como ellos.
La Teología fuente de oración
El Espíritu de Jesús también ha producido la reflexión
de los Apóstoles y de los Doctores en su Iglesia, desde el día de
la Ascensión hasta ahora, desde san Pablo hasta Pío XII y Juan
XXIII, pasando por todos los teólogos. Uno tras otro han
acumulado en la Iglesia todo lo que la inteligencia, robustecida
por la fe, podía descubrir en la Revelación y en las confidencias
de Dios a la Humanidad. He aquí en un plan más intelectual,
un alimento más sólido para nuestra fe; alimento sano,
garantizado por la Iglesia. Esta alimentación por medio de la
Teología es base indispensable. Por eso todos debéis aprender
a conocer los misterios de Jesús y de la vida divina a través del
estudio teológico. Es necesario no solamente comprenderlas y
asimilarlas, sino aún aprenderlas de memoria, retener estas
verdades, a fin de que en el curso de la vida, el espíritu de Jesús
pueda servirse de estos elementos iluminándolos y haciéndolos
revivir desde el interior con su luz.
La meditación del Evangelio y de la Eucaristía, la
lectura de la vida y de los escritos de los hombres de Dios, el
estudio teológico según a las posibilidades de cada uno, son
base indispensable para la oración.
Es imposible, según el curso normal de la prudencia
sobrenatural, fuera de casos de gracia excepcionales, llegar a la
22
vida de oración contemplativa en medio del mundo, sin esta
condición indispensable y previa, sin una alimentación
suficiente de la fe por el Evangelio, los escritos de los santos y
la reflexión teológica. No se puede andar sin comer.
Otros medios
La meditación del Evangelio no es suficiente, debe ser
completada por la de los otros libros del Nuevo Testamento, la
lectura espiritual y la Teología. La meditación del Evangelio,
sobre todo si es diaria, tropezará, al cabo de algún tiempo, con
dificultades análogas a aquellas que encontramos en la oración.
El texto del Evangelio, a causa de su brevedad y de su estilo
seco, no se deja penetrar sin una luz interior de fe. Pronto se
llega a saber el Evangelio de memoria pareciéndonos en
ciertos días, no poder sacar nada más por nosotros mismos. Es
necesario que la meditación del Nuevo Testamento sea diaria,
perseverante, que preceda y prepara la oración, que vaya
acompañada de un esfuerzo por grabar en la memoria del
corazón, las acciones y las palabras de Jesús. Debemos
capacitarnos para comprender el texto evangélico de una
manera tan objetiva como sea posible, para lo cual es
indispensable sobre todo en los principios, estudiar este texto
con ayuda de buenos comentarios, que nos permitan hacernos
una idea bastante exacta en cuanto es posible, del medio
evangélico, a fin de poder dar una interpretación adecuada a las
palabras y a los gestos de Jesús.
La lectura espiritual
La meditación del texto de las Escrituras puede
llevarnos a experimentar los mismos sentimientos de vacío e
insuficiencia de vida de la fe que la oración. La lectura
espiritual es por esto indispensable, hasta tal punto que si no
pudiéramos encontrar en el curso de la semana ningún rato
para hacerla, sería entonces mejor tomar dos medias horas por
semana del tiempo de oración para lo cual nos sentimos
insuficientemente preparados. Esta necesidad de lectura
meditada, es una de las razones de la importancia dada al
23
medio día de recogimiento a que estamos obligados en virtud
de las constituciones, una vez a la semana. Este medio día debe
tener dedicado, al menos, tres cuarto de hora o una hora entera
a la lectura espiritual.
El estudio teológico está como concentrado en algunos
años y debe tener por fin, no sólo formar el espíritu por la
adquisición del sentido teológico, sino también enriquecer el
contenido de nuestra fe. Debemos hacer un esfuerzo para
retener los conocimientos que serán renovados de tiempo en
tiempo a fin de permanecer capacitados para alimentar de una
forma vital, nuestras relaciones íntimas con Dios.
Se ve, por tanto, el error que existe en considerar la
vida de fe simplemente como una cuestión de ánimo y de
generosidad. Un esfuerzo para vivir conforme al Evangelio que
prescinda de la luz de una fe renovada, no proporcionará con
frecuencia, sino una especie de tensión de voluntad en el vacío.
Por esto hay que reaccionar también contra la tendencia a
deshumanizar bajo pretexto de desprendimiento y de pobreza
de espíritu, nuestros medios de conocimiento. Se trata de
alimentar en nosotros el conocimiento de Jesús, de sus
Misterios y de reavivar sus recuerdos.
No despreciar lo medios humanos
No tenemos por tanto derecho por pereza, ni menos
aun por principio, a prescindir de los medios sensibles, para
evocar la realidad de las personas y de las cosas del mundo
invisible. El mismo Jesús no ha querido prescindir de ellos y
nos lo ha indicado al instituir los sacramentos, uniendo a estos
medios sensibles la importante misión de alimentar nuestra fe.
Obispos, monjes, y numerosos cristianos han muerto por
defender la legitimidad, reconocida por la Iglesia, de la
veneración de las Imágenes en el culto. La misma liturgia es
un lenguaje querido por Dios. El altar, el Sagrario, el conopeo,
signos de presencia escondida, la lámpara que brilla, la cruz, la
imagen de la Virgen María, el Vía-Crucis, son signos que crean
un ambiente al cual debemos abrirnos. No hay ninguna
24
perfección en dejar pasar estos signos y estos símbolos y
puede, al contrario, que haya cierta imperfección en
abandonarlos, sobre todo si esto procede de ciertos criterios.
¡La vista de Jesús crucificado, en nuestra habitación o
sobre nuestra mesa, nos ayuda en los momentos difíciles,
cuando pasamos de nuestra mirada al recuerdo de la realidad
del sacrificio de Jesús! ¡La imagen de la Virgen María nos
recuerda tantas cosas! Y si no sentimos esta necesidad es
posible que debamos reavivarla en nosotros, acordándonos que
debemos amar a Jesús, a la Virgen y a los Santos, con todo el
corazón, con la ayuda de nuestros pobres medios humanos, con
nuestros gestos de hombres. La evocación no puede ser
demasiado abstracta. El mirar una imagen, debe conducirnos al
recuerdo de Aquél que representa; la imagen nos permitirá
además en los momentos de pena o en el día de fiesta, traducir
nuestros sentimientos en humildes gestos, de los cuales
debemos sentir vergüenza. Así depositar flores a los pies de la
Virgen, del sagrario, besar los pies de Jesús crucificado,
reanimar la lamparilla que arde, quemar incienso delante del
Cuerpo de Cristo; son gestos que, ejecutados con corazón
sencillo, encierran una verdadera oración. Expresar así
nuestros sentimientos nos hará bien. ¿No tenemos el peligro
de considerarnos como por encima de estas manifestaciones
exteriores quizás porque no tengamos un corazón bastante
sencillo? Es bueno recordar cómo Jesús defendió el gesto de la
Magdalena contra las observaciones, demasiado razonables, de
los hombres que estaban allí.
Es verdad que no tendremos todos la misma forma ni la
misma necesidad de expresarnos; ni digo que todos aquellos
que no se expresen así no tengan el corazón sencillo; pero os
pido que no seáis negligentes ni partidistas y que comprendáis
que en ciertos países las capillas deben ser más expresivas en
su decoración, sin perder, por otra parte, su belleza hecha de
sencillez. Esforcémonos en encontrar el sentido de los
símbolos de la liturgia y busquemos servirnos más aún de los

25
gestos y de los ritos para expresar nuestra oración y
conformar nuestros sentimientos interiores.
Comprendo, sin embargo, que se puede reaccionar
muchas veces contra los abusos o malas interpretaciones de
ciertas manifestaciones exteriores del culto, por hallarlas faltas
de adaptación al estilo de expresión más sobrio y más viril de
nuestra época.
Puede con todo existir aquí el peligro real -
especialmente en nuestros días, cuando hieren constantemente
a los sentidos las formas, los colores, el sonido, la música, el
cine, la televisión, la publicidad - , de pretender abandonar toda
evocación sensible del mundo invisible, al cual debemos
permanecer presentes con toda nuestra fe. Comportarse de
otro modo sería una actitud inhumana y contraría a la manera
constantemente utilizada por Dios con nosotros.
No creo haberme apartado del asunto de la preparación
para la vida de oración: la mayoría de vosotros ha
experimentado la importancia que tiene el ambiente para
facilitar el recogimiento.
Vivir la fe facilita su ejercicio
No es suficiente alimentar la fe: es necesario hacerla
pasar a los actos. ¿No habéis comprobado qué difícil es ponerse
en la presencia de Dios al principio de la Adoración, si se ha
faltado durante el día al silencio interior, a la obediencia, a la
caridad, o si se ha rehusado abrirse con toda claridad al
hermano? Ya Jesús nos lo ha advertido claramente al
proponernos la parábola del publicano diciéndonos que no
podemos presentar ante Él nuestra ofrenda antes de
reconciliarnos con nuestro hermano.
Si nuestra fe no está ejercitada durante la jornada, no
hay que por qué extrañarse de encontrarla como anquilosada
en el momento de la Adoración.

26
PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR
«Hace un instante, cuando iba por el camino que conduce hasta la
cumbre del Monte de los Olivos, pensaba en los Apóstoles, cuando
pidieron a su Maestro les enseñase a orar. Me parece que esta tarde
comparto con vosotros todas vuestras dificultades en el camino de la
oración y me parece escuchar la confesión de vuestras impotencias,
de vuestros temores, en el presente o por el futuro, a causa de las
difíciles condiciones de vida en las que tan a menudo tendrá que
integrarse vuestra oración (R. VOILLAUME, En el corazón de las
masas, 27 de julio 1951 Jerusalén, en el Jardín de los Olivos).
1. ¿Es importante el ambiente y la preparación para facilitar el
recogimiento que nos introduce en la oración? Justifica tu
respuesta.
2. ¿Cómo crear el hábito de la oración constante? ¿En qué
medida influye nuestro ánimo? ¿En qué medida las virtudes
teologales de la fe, esperanza y caridad?
3. ¿Qué lugar ocupa en nuestra oración la lectura y meditación
del Evangelio?¿En qué medida la reflexión teológica y la
lectura espiritual nos ayudan a comprender el Evangelio y nos
estimulan para ponerlo en práctica?
4. ¿Ocupa lugar importante en nuestra preparación a la
oración, y en nuestra oración misma, los medios sensibles? ¿En
qué medida estos medios nos ayudan a vivir con mentalidad de
pobre que vive la fe más con el corazón que con la cabeza? ¿No
será esta sensibilidad una forma de vivir con los pobres y
hacernos pobres?
5. ¿En qué medida el contacto con la gente y nuestros
compromisos facilitan o dificultan nuestra oración? ¿A mayor
compromiso evangélico más y mejor oración?

27
TRES ACTITUDES PARA COMUNICARSE CON DIOS
Me parece que las tres actitudes del alma más
necesarias para acercarse a Dios son: desprendimiento de todas
las cosas y de sí mismo, caridad con el prójimo y obediencia.
Ninguna de estas actitudes puede ser espontánea: son hábitos
adquiridos lentamente en nosotros por medio de actos
conscientes.
Vivir es obrar. Vivir de la fe es voluntariamente
obligarse a unos sentimientos, a unos actos que no
corresponden a nuestras acciones humanas ordinarias, pero
que son consecuencia lógica de realidades invisibles que sólo la
fe puede despertar. Para sobreponerse a nuestras tendencias
naturales hace falta un motivo claro, presente al espíritu, al
menos de forma latente, pero suficiente para provocar una
reacción sobrenatural. Este esfuerzo es siempre difícil en los
comienzos y es imposible si la fe no está alimentada de una
manera suficientemente explícita. Es necesario tener presente
en nuestra memoria a Jesús Crucificado o escuchar sus
palabras sobre la necesidad de negarnos, para consentir en el
sacrificio voluntario que se presenta de improviso durante el
día.
1. Obediencia
¿Cómo podremos adelantar en la obediencia a nuestro
hermano responsable, amar la sumisión, cuando todo razona lo
contrario y se resuelve, en nuestro interior, si no tenemos en el
corazón el ejemplo de Abraham y de Jesús obediente hasta la
muerte, o de aquel Santo que nos es aún más cercano? Poner la
vida de acuerdo con la fe supone que el contenido de ésta, está
bien vivo en nuestra memoria siendo capaz de traducirse en
obras.
La oración, por estar ligada a nuestra vida, no puede ser
mejor que nosotros mismos. Ella es un acto de nuestro ser
cristiano; los mismos hábitos, las mismas virtudes nos hacen
obrar en la soledad de nuestra oración o en el bullicio de la
28
vida ordinaria, mezclados con los hombres. Sólo el objeto y la
dirección de la actuación son entonces diversos.
2. Dejarlo todo
En este sentido es como se puede afirmar que hay
unidad entre nuestra vida y nuestra oración. Una depende de
la otra. La verdadera oración es siempre parte de la vida. Es un
error pretender conseguir vida de oración, esforzándose
artificialmente en darle motivos y orientación con respecto a
las otras preocupaciones humanas. Cuando vamos a orar
vamos a visitar a Dios; estamos en su casa. Es verdad que Dios
reside en medio de los hombres y que habita en cada uno de
nosotros. Nos unimos a Él cada vez que obramos con
verdadera caridad. Por otra parte, Dios queda transcendente a
toda criatura y para conversar con Él y estar junto a Él
debemos forzosamente dejar todo lo demás, aún a los mismos
hombres, a los ángeles y sobre todo, nuestro propio yo. Es esto
condición tan necesaria que Dios no la suele dispensar. No es
suficiente dejar con gusto los trabajos, sino que es aún más
necesario dejarnos a nosotros mismos interiormente, de tal
manera que no quede nada entre Dios y nosotros, lo que
supone que estemos desprendidos de todas las cosas y de
nosotros mismos por Dios. Esto quiere decir también que en el
momento de la oración debemos ser capaces de preferir
conscientemente a Dios a todas las demás cosas. Este
sentimiento no se improvisa. Debe adquirirse en la vida
mediante el ejercicio de la fe.
3. Tratar íntimamente a los hombres
¿No es verdad que el trato frecuente con los hombres,
sobre todo con aquellos que sufren o padecen o con aquellos
que están lejos de Dios, nos empujan a orar y a fortalecer
nuestra oración? ¿El contacto con el mal, no nos hace tomar
conciencia más clara del deber de reparación y de la urgencia
de nuestra misión de «perseverantes en la oración»? ¿Muchos
de vosotros no habéis experimentado haber sido llevados hacia
una oración de súplica, a través de la vida de trabajo de una
29
fraternidad obrera? El amor a los hombres nos hace descubrir
mejor la necesidad de reparar, suplicar, adorar en nombre de
tantos hombres que no han recibido aún la buena nueva. «A la
vista de las turbas Jesús tuvo compasión, porque aquellas
gentes estaban abandonadas como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los
operarios muy pocos. Rogad al Señor de la mies, que envié
operarios» (Mt 9, 36-37).
En la oración estamos cargados de almas. Jesús ha
querido que en su Iglesia el crecimiento de la gracia este
supeditado a la oración de algunos más particularmente
escogidos para ello. Nuestra misión de «perseverantes en la
oración» es verdaderamente una vocación de Dios. La oración
de Jesús, la que llenaba sus noches solitarias, la del desierto en
la tentación, la que precedió a la elección de los Apóstoles,
aquella del diálogo con el Padre en el Tabor o en el momento
de resucitar a Lázaro, la que siguió a la Cena, su queja a la
vista de las muchedumbres abandonadas, sus súplicas
acompañadas de lágrimas en Getsemaní, oraciones de Jesús
como Hijo del Hombre, en nombre de los hombres, eran
necesarias para instauración del Reino de Dios entre nosotros.
Él las continúa todavía, pero deben también seguir en sus
miembros. Debemos orar no sólo como Jesús, sino con Él.
Advirtamos bien cómo Jesús se ha mezclado
profundamente con todas las miserias humanas, para
presentarse ante su Padre cargado de nuestras faltas y
debilidades. Era a su Padre a quien hablaba, a quien buscaba
cuando huía de los hombres para sus largas oraciones
nocturnas. Jesús veía a su Padre. Por esto, nuestra oración no
puede parecerse a la suya, sino desde muy lejos. La forma más
perfecta de nuestra oración es presentar a Dios un corazón tal
que Jesús pueda venir para hacer en él su propia oración.
¿Cómo pueden contribuir a mejorar nuestra oración el
contacto íntimo con los hombres y el amor que les
profesamos? Primeramente, porque volveremos de nuestra

30
vida entre los hombres, más desprendidos de nosotros mismos,
más humildes, menos egoístas. Para amar a Dios y a los
hombres como Jesús los ama, son necesarias las mismas
disposiciones del Corazón de Cristo. Las condiciones de vida
dura y pobre, nos ayudan también a desprendernos. La
imposibilidad de remediar las miserias morales y evitar el mal
de que somos testigos, nos arrojará con más fuerza a la oración
en un sentimiento de abandono, no porque sea una solución
fácil, sino porque habremos medido mejor la importancia de
nuestro deber. Conoceremos también el deber de gritar a Dios,
suplicarle, y sobre todo de ofrecerle este sufrimiento de la
visión del mal y de la imposibilidad de remediarlo. La oración
será, por tanto, para nosotros el momento privilegiado de
ofrecer ese sufrimiento de reparación.
El recuerdo de estos hombres que Dios nos ha confiado,
o que han puesto su confianza en nosotros, debe reavivar la fe
en nuestra vocación de redentores del pecado con Jesús y
empujarnos a arrojarnos a los pies del Señor. Hay que estar en
guardia para que nuestra sensibilidad no sea arrastrada por
esta preocupación, procurando quedar totalmente libres para
Dios y para acoger en nosotros a todos los hombres.
Evitar exageraciones
Querer participar de una manera demasiado sensible en
el sufrimiento de cada uno, produce en nuestro corazón el
mismo embarazo que una amistad demasiado humana. El
corazón quedaría imposibilitado tanto para una amistad tan
atenta para con todos y cada uno, como para el amor de
Dios. Jesús ha llevado el sufrimiento y los pecados de todos
los hombres en su alma, pero no en su sensibilidad. Nuestra
oración no será verdaderamente perfecta y agradable al Señor,
sino cuando nos hayamos olvidado de todo al postrarnos ante
Dios con la mirada puesta en Él solo. Por cargados que
estemos de cuidados y de preocupaciones de nuestros
hermanos, no podemos apegamos más que a Dios. No podemos
entrar en verdadera oración, en esa oración que obtiene todas

31
las cosas, sino arrancándonos de todo para no ver más que a
Dios. ¿No es sobre todo en la oración cuando debemos
acordarnos de las recomendaciones, de Jesús de que dejemos
todas las cosas, pero sobre todo a nosotros mismos, para ser
capaces de seguirle? No es sino en la fe y en la luz que ella nos
proporciona, donde podemos ejercitar la oración. De nuestras
relaciones con los hombres, podemos sacar una preparación
más perfecta para la oración, motivos renovados, más
inmediatamente experimentados, capaces de excitar nuestra
generosidad y situarnos en una oración ferviente de súplica.
Pero todo aproximamiento a Dios en su intimidad
sobrenatural, toda adoración, todo diálogo verdadero con El,
no puede en modo alguno ser el resultado directo de nuestras
relaciones con las criaturas puesto que sólo las virtudes
teologales son el camino de acceso al Corazón de Dios.
No perder de vista a Dios
La oración de adoración de un hermano aislado en una
fraternidad del desierto, y la de un hermano obrero metido en
medio de los pobres, son esencialmente de la misma
naturaleza. Eso no impide que haya diferencias notables entre
el camino de la oración y el estado psicológico de aquel que
ora; las dificultades encontradas no serán las mismas, tampoco,
la preparación. Por otra parte, la oración no puede permanecer
en un plano psicológico, aunque su realización dependa
siempre más o menos de él. Salvo en ciertas formas de oración,
absolutamente despojada, siempre expresamos en nuestra
oración sentimientos variados de adoración, de súplica, de
acción de gracias, de reparación o de compasión. Lo esencial es
que sea Dios a quien miremos, sin dejarnos arrastrar lejos de él
por el recuerdo de los hombres, por quienes queremos
interceder. Esto quiere decir que un hermanito debe estar
marcado, hasta en su oración, por el amor que le une a los
hombres, con los cuales, por vocación, debe compartir las
preocupaciones y los sufrimientos, pero sin perder de vista a
Jesús, pues Él debe ser amado por encima de todo.

32
La oración se prepara en ejercicios de generosidad
El momento de la oración, debe estar, por tanto,
preparado por la generosidad práctica de las otras actividades
del día. Estamos unidos a Jesús en la medida en que le amamos
de verdad: este lazo íntimo que nos une con Él es el mismo
cuando nuestro espíritu le está enteramente dedicado en el
acto de la oración, que cuando nos entregamos a cualquier otra
actividad de trabajo o de relación. Es así cómo encuentra
unidad nuestra vida. En el momento de la oración, todas
nuestras posibilidades de conocer y de obrar están
directamente dirigidas hacia Jesús y exclusivamente absortas
en Él. Cuando llega este momento debe operarse un cambio
radical en nuestra actitud: la autenticidad de nuestra oración
dependerá de la perfección con que logremos esta vuelta a
Dios.
Para dirigir únicamente hacia Dios nuestra potencia de
conocer y de obrar, es absolutamente necesario que las
desprendamos antes de nuestras otras actividades cotidianas.
Es por tanto necesario, suspender nuestras actividades físicas,
interrumpiendo todo trabajo, todo movimiento, y orientar
hacia Dios todo lo que sirva para conocerle: sentidos,
imaginación, memoria, inteligencia. Este paso es indispensable
y faltando él, la oración no es buena.
Cuidar el comienzo de la oración
El comienzo de la oración es el momento de más
importancia. Santo Tomás llega a decir que en nuestro poder
está sólo empezar bien la oración, ya que es muy difícil, si no
imposible al hombre, aún ayudado de la gracia, perseverar en
ella largo tiempo sin ser turbado de distracciones. Pero
comenzarla bien, casi siempre está en nuestras manos.
Cuando llegue la hora de la oración, es cuando
comprendemos mejor cuán necesario es el desprendimiento
para serle fiel. Sin un cierto hábito de desprendimiento
difícilmente llegaremos a esto, porque no es suficiente

33
arrancarse materialmente de las cosas o de los hombres; hay
que dejarlos de corazón y de espíritu. Si hay un instante en que
debemos proponernos seguir a Jesús, es el momento de entrar
en la capilla. Ser totalmente de Él durante unos momentos;
Jesús nos advierte claramente que no podernos seguirle sin
dejarlo todo, hombres y cosas, pero sobre todo a nosotros
mismos. Necesitamos aceptar, perdernos nosotros mismos,
perder nuestra vida, lo que quizá nos será pedido aún más
directamente durante nuestra oración. Desprenderse de sí
mismo es un acto consciente del alma: es necesario buscar
tiempo para encontrarse a sí mismo, ponerse en calma,
sosegarse. No debemos dirigirnos precipitadamente a la capilla
bajo pretexto de que llegamos tarde. El fin no es hacer algunos
minutos más de adoración, sino hacerla bien durante el mayor
tiempo posible.

PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR


«Para aprender a orar es preciso, pues sencillamente, orar, orar
mucho y saber volver a comenzar a orar indefinidamente, sin
cansarse» (R. VOILLAUME, En el corazón de las masas)
1. ¿Entra en nuestra vida la negación y el sacrificio voluntario
como dominio de nuestra persona y entrega abnegada a los
demás?
2. ¿Cómo entender hoy la virtud de la obediencia?¿Somos
capaces de preferir conscientemente a Dios a todas las demás
cosas?
3. ¿Cómo pueden contribuir a mejorar nuestra oración el
contacto íntimo con los hombres y el amor que les
profesamos?
4. ¿Con qué ejercicios de generosidad preparamos nuestra
oración? ¿Cuidamos el comienzo de la oración?

34
ALGUNOS CONSEJOS PRÁCTICOS
PARA ANTES DE LA ORACIÓN

No hay que buscar mucho tiempo para calmarse o para


relajar el espíritu; algunos instantes de marcha silenciosa son
una suficiente preparación; el mismo asearse, cuando se viene
del trabajo, por respeto al Señor, revestirse sin prisas la túnica,
preparar los objetos necesarios para la exposición del
Santísimo Sacramento; todas estas actividades, pausadamente
hechas y en silencio, sirven de preparación para la adoración.
Si hay tiempo, una lectura espiritual de cinco o diez minutos,
hecha con preferencia fuera de la capilla, ayuda interiormente a
hacer la transición. No es éste el momento para leer el
periódico; después lo leeréis. Procurad guardar silencio y
obligaros a hablar en voz baja en la fraternidad desde el
momento en que se prepara la adoración.
A los hermanos que estudian filosofía, teología, o
lenguas, les es conveniente interrumpir el estudio alrededor de
diez a quince minutos antes de la hora de adoración, y si es
posible, dar un paseo sin pensar en nada o recitando una
decena del rosario.
Al entrar en la capilla, ya debe estar conseguida esta
transición. Es útil completarla mediante un acto en que nos
esforcemos en ser fieles. Esto siempre que el hábito interior de
oración no sea tal que nos absorba en presencia de Dios, hasta
el punto que nos distraiga todo acto preparatorio exterior
demasiado buscado. Puede suceder, en efecto, que alguno se
encuentre en un estado tal de simplicidad interior que las
preparaciones activas no le sean posibles, porque se encuentre
ya junto al Señor en el fondo del corazón. Es evidente que si
estamos ya donde Él, en el interior de su casa, no podemos
obligarnos a salir para disponernos a entrar y aprender a
llamar a la puerta con respeto. Pero esta situación particular
no debe impedirnos contribuir, con los otros hermanos, al
silencio y a la paz que deben reinar en la fraternidad en el
momento de la oración; una negligencia habitual en este punto
sería la señal de que quizá vivamos de la ilusión.
35
El comienzo de la oración
Una vez en la capilla, lo menos que podemos hacer es
traducir en nuestros gestos y actitudes, la fe que tenemos en la
presencia de Jesús, el respeto infinito y el amor que
experimentamos hacia Él. Seríamos inexcusables, de no
hacerlo.
Somos con frecuencia ilógicos cuando se trata de la
oración. Nos quejamos de ser incapaces de orar y al mismo
tiempo no hacemos ninguno de los actos que están en nuestra
mano, los cuales son ya un comienzo de oración bien hecha.
Me temo que la omisión de estos humildes medios de
de expresión, no sea solamente efecto de negligencia más o
menos voluntaria, sino que provenga además de una posición
de principios más o menos procurada. Temo, asimismo, que
bajo el pretexto de escapar al formalismo de las actitudes y la
rutina de los ritos, vengamos, y sería más grave, a privarnos de
los medios elementales pata orar bien. La negligencia en las
cosas pequeñas, conduce necesariamente, a la negligencia en
las grandes. Una falta de respeto en la actitud exterior no
corresponde a la actitud interior de infinito respeto debida a
Dios. Porque somos hombres, la unidad de nuestra naturaleza
es tal que nuestros sentimientos más profundos están ligados a
las actitudes del cuerpo, no sólo para expresarlos, sino aún,
con frecuencia, para sentirlos de verdad. Por otra parte, la
manera de expresar interiormente estos sentimientos y la
necesidad que se experimenta varían según la raza y las
civilizaciones. Esta unidad que existe entre la oración y los
gestos es tan profundamente humana que el Hijo del Hombre
la aceptó. Jesús expresó su oración retirándose a la soledad,
levantando los ojos al cielo, postrándose en la tierra; suspiraba
y lloraba o experimentaba alegría, manifestando los
sentimientos de que estaba animado durante su oración. (Cf.
Mt 11, 25; 14, 23; 26, 30; 27, 46; Mc. 7, 34; 14, 35; 15, 34; Lc. 4,
16; 6, 16; 6, 12; 10, 21; 23, 44; Jn. 10, 22; 11, 41; 12, 27; 17, 1.)

36
Ante todo debemos saludar la presencia de nuestro
«Bienamado Hermano y Señor» de la manera que lo prescriben
nuestros ritos, poniendo en nuestro gesto mucho amor y
respeto.
Importancia de nuestra actitud exterior
La actitud externa que mantengamos en la oración debe
a la vez expresar nuestro contacto con Dios y hacernos más
fácil el recogimiento interior. Desde el momento en que el
estar de rodillas llega a ser tan molesto que absorba nuestra
atención, debemos cambiar, quedando en libertad de volver a
adoptar la misma postura algunos instantes después. La
actitud que se guarde en la capilla debe ayudarnos a orar y no
debe concebirse como mortificación, al menos de una manera
normal. Puede, sin embargo, haber algunos instantes muy
duros en que no podamos aparentemente ofrecer a Dios nada
más que la actitud de nuestro cuerpo. No podemos decir que
hemos hecho lo que está en nuestras manos para orar bien, si
no hemos hecho esfuerzos para mantenernos bien. Es útil
cambiar de actitud muchas veces en la oración, evitando así
permanecer demasiado tiempo sentados.
La oración, cuando es difícil, debe ser constantemente
renovada, y ya que sólo está en nuestras manos, el comienzo de
la oración, verdaderamente, debemos de tiempo en tiempo,
cuatro o cinco veces a la hora, renovar el ofrecimiento a Dios
y recomenzar como si acabáramos de entrar en la capilla por
primera vez.
Una actitud respetuosa del cuerpo es como una
garantía dada a Dios de nuestra atención interior a su Divina
presencia.
La oración de Jesús modelo de la nuestra
Los apóstoles fueron muchas veces testigos de la
oración prolongada de Jesús, durante la noche o al amanecer,
en el desierto o en la montaña. Ellos desearían probablemente
imitar a Jesús orando como Él y poniendo su buena voluntad
37
en seguirle, pero no lo consiguieron. En el Tabor y en
Getsemaní, los dos momentos más graves de la oración de
Jesús sobre la Tierra, se durmieron. No llegaron jamás a orar
como Jesús. Desanimados quizá, le pidieron un día que les
enseñara a orar: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a
sus discípulos» (Lc 11, 1).
No sabemos nada de la forma en que Juan enseñó a orar
a sus discípulos. Debía tratarse sin duda de una oración común,
quizás compuesta de salmos, y no da una larga oración
silenciosa e interior; de otra forma los apóstoles no hubieran
hecho esta pregunta a su Maestro. Jesús responde simplemente
recitando delante de ellos el Padrenuestro.
El Padrenuestro nos hace penetrar en la oración de
Jesús
Esto es todo. Las peticiones sucesivas de esta oración
debían traducir los sentimientos que animaban la oración
misma de Jesús. Él se dirige al Padre. Todas las
preocupaciones reflejadas por esa oración son de adoración y
de venida del Reino de Dios sobre el corazón de los hombres.
Más tarde dirá que los suyos deben orar en su nombre. El
Padrenuestro es la oración de Jesús y nosotros, hermanitos de
Jesús, más que otros, estamos obligados a entrar en la oración
de Jesús. ¿Ante la respuesta de Jesús, los apóstoles no
quedarían decepcionados? Algún consejo para orar bien, algún
método, algún secreto. ¿No volverían a dormirse como otras
veces, mientras Jesús velaba en oración?
Si Jesús no les dijo nada sobre este punto era porque
dejaba a su Iglesia y a los maestros espirituales suscitados en
ella por el Espíritu Santo, el cuidado de enseñar la manera de
orar, según la diversidad de tiempos, de lugares, de
mentalidades y temperamentos. No son únicamente las
actitudes humanas de los que oran las que cambian con el
tiempo, existe, a la par que el desarrollo de la vida espiritual en
la Iglesia, una penetración más profunda en la naturaleza de la
oración, de sus relaciones con el avance del Reino de Dios
38
sobre la tierra, y una participación más consciente en la
actividad que Jesús ejerce en el seno de su Cuerpo Místico
mediante su oración y su sacrificio. El desarrollo de la vida
religiosa, primeramente sólo monástica, hacia formas nuevas
más directamente apostólicas, la toma de conciencia de
problemas misionales, las revelaciones del Sagrado Corazón, la
penetración de la devoción eucarística, han hecho comprender
mejor, hasta qué punto la oración de los cristianos es, como la
oración misma de Cristo, y a causa de ella, una actividad de
adoración, de intercesión, o de reparación en nombre de la
humanidad entera.
En nuestros días, esta conciencia es más viva que nunca
hasta el punto de suscitar una necesidad de concretar esta
delegación permanente para la oración en representación de
los hombres, aún por medio de una participación efectiva en las
condiciones de vida. Esta nueva manera de imitar la vida de
Jesús en Nazaret, esta invitación a unirnos a la oración de este
Hombre-Dios, que a la vez era obrero de su pueblo natal,
expresa exactamente la evolución que está en esa misma línea.
«Somos la voz de los pobres, su liturgia», me escribía uno de
vosotros.
Las condiciones de la vida moderna exigen
especiales precauciones
Esta concepción nueva de la oración, que encuentra su
punto de partida y, en cierta manera, su misma forma en el
cuadro despojado que impone la condición de pobre, unida a
una mentalidad modificada por el ritmo nuevo de la vida
actual, hace que algunas formas de oración enseñadas por los
maestros espirituales de siglos pasados, hayan perdido parte
de su eficacia. Más aún, han llegado a ser imposibles
psicológicamente para un cierto número. Es quizás una de las
razones de la dificultad que experimentan muchos actualmente
en llegar al recogimiento y mantenerse en él. El hombre que
sigue a lo largo del año el ritmo de una ciudad moderna,
experimenta ciertamente gran dificultad en dominar su

39
imaginación y pensamiento. La fatiga nerviosa, la tensión
continua, el hecho de estar obligado a recibir a lo largo del
día y de una manera semi-inconsciente esa barahunda de
imágenes, de luces, de sonidos, dificulta grandemente la
atención y concentración interior. Los que habéis
experimentado después de la infancia, la influencia continua de
un ambiente tal, experimentaréis más que otros la dificultad de
recogeros. Esta debilidad que a su vez es causa de pobreza de
medios para la vida contemplativa, aunque no la podemos
remediar completamente, existe el peligro de que nos aprisione
y nos arrastre.
Dos cosas debemos procurar: ante todo, reaccionar en
la medida de lo posible presentándonos a la oración como
hemos indicado. Sólo cuando hayamos hecho todo esto
generosamente, tendremos derecho a ofrecer esta debilidad
como un humilde sacrificio a Dios, suplicándole quiera servirse
de ella como un medio para hacernos penetrar en una oración
de simple mirada y ofrenda de nosotros mismos, que sólo el
Espíritu de Jesús es capaz de producir en nosotros. Los dones
del Espíritu Santo han sido depositados en nuestra alma como
una promesa de su asistencia, cuando el trabajo exigido por
Jesús está a todas luces por encima de nuestros medios. Es por
tanto necesario hacer todo lo humanamente posible para
realizar bien la oración suplicando al Espíritu Santo que venga
en nuestra ayuda, pero al mismo tiempo prepararnos, con un
gran deseo, una espera paciente y confiada de esta visita en
nosotros de la oración misma de Jesús. Cuando hayamos hecho
todo esto, no nos queda, sino perseverar en la confianza con
respecto a la oración, sin dejar de prepararla bien ni de
comenzarla bien cada día, poniendo cada vez nuestro corazón
como si fuera el primer día, estando ciertos entonces de que en
esta oscuridad, Jesús está presente y que nuestra oración es
eficaz. Lo que nos faltará entonces será sólo sentir esta eficacia
y alegrarnos de ella. Pero lo que importa, más que el
sentimiento, cuando Dios está aquí, es la realidad: Esta es la
ley de la fe, en ella permaneceremos sumergidos y a veces
40
tristes hasta la muerte. ¿No es sobre todo hacia el fin de su
vida, cuando el hermano Carlos de Jesús escribía que no veía
nada, que estaba en la oscuridad, que no sentía ser amado que
necesitaba agarrarse a la fe?
Esto es exactamente lo que he querido explicar en el
capítulo «La oración del pobre»; por esto sería falso apoyarse
en esta enseñanza para quedar pasivos sin aprender a orar, sin
reaccionar contra las dificultades exteriores de la oración,
dificultades propias de nuestra vida que no podemos evitar
totalmente: la fatiga debida al trabajo, la capilla demasiado
pequeña, quizás poco silenciosa, la pesadumbre del sueño. Pero
todo esto no será medio de purificación, espera de una gracia
de unión y ofrenda de un sacrificio agradable a Dios, sino con
esta doble condición: que hayamos hecho todo lo posible para
ordenar nuestra oración haciéndola una acción tan perfecta
como sea posible y reduciendo al mínimo las dificultades
materiales y exteriores que estorban normalmente la oración.
Este es el peligro que tenemos: la pereza espiritual que
engendra, por falta de reacción, una actitud de pasividad de la
cual se intenta solamente salir ofreciendo a Dios el que de ella
resulta.
He aquí lo que yo quería deciros concerniente al fin de
vuestra hora de oración.
No despreciar las prácticas externas
Es bueno comenzar la Adoración con una oración vocal
muy lentamente recitada en el interior, o mejor, a media voz,
si se está solo. El P. Foucauld lo hacía con frecuencia. Se
pondrá en esta oración toda la atención necesaria para
mantenerse bien, fijando la mirada ya en el libro, ya en una
imagen de Cristo o de la Virgen, ya en el Santísimo
Sacramento. Así expresamos con toda sencillez nuestro deseo
de ofrecer todo nuestro ser al Señor, uniendo nuestro respeto a
la resolución de orar bien. Podéis hacerlo aun cuando estéis
habitualmente entregados a una oración de simple presencia.
Existe el peligro constante de que se mezcle a nuestra oración
41
la pereza. Por esto es bueno prevenir el libertinaje de la
imaginación, terminando la preparación de la que he hablado,
por este acto de atención física. Es propio de lo que somos, de
hombres, esforzarnos ante nuestro Dios, y ello es más una
ofrenda que una oración vocal bien hecha. ¿No será normal
comenzar invocando al Espíritu Santo recitando una oración
como el «Veni Creator»? ¿No tenemos necesidad de su ayuda,
ya que deseamos la contemplación? Es el momento de
acordarnos también de los Ángeles y de la Virgen María, su
Reina, porque ellos han sido especialmente designados por
Dios para ser los mensajeros de nuestra oración y para
ayudarnos eficazmente en nuestro débil esfuerzo para dirigir
la mirada de nuestro espíritu hacia la Faz que contemplan.
Es útil, para evitar la rutina, variar las oraciones,
aunque no hay que confundir la rutina con la costumbre.
Algunos tienden a veces, bajo pretexto de evitar la rutina, a
suprimir de su vida espiritual toda oración regular y toda
expresión sensible. Pero si se adquiere el hábito de no hacer
esfuerzo espiritual, este camino conduce al vacío y a la tibieza.
No está la cosa en suprimir el ejercicio que en un principio nos
era una ayuda comprobada, medio de conseguir llegar a ser
más fervorosos, sino en hacer cada día el esfuerzo necesario de
atención y de amor para devolver a este ejercicio todo su
sentido. No es que nuestra sensibilidad esté desgastada por
una oración vocal o un ejercicio que debamos abandonar; todo
lo contrario: debemos continuar sirviéndonos como de un
signo que exprese los sentimientos que quisiéramos
sinceramente sentir y ofrecer a Dios. Estos ejercicios sobre
todo cuando nos son impuestos por la obediencia o cuando
forman parte de la expresión normal de nuestra piedad, no
deben suprimirse bajo pretexto de poder engendrar la rutina.
Se debe ensayar la lucha contra la gula espiritual, renovándose
interiormente, pero no hay que suprimir ciertas oraciones
vocales o ciertos gestos rituales que conservan toda su
significación y razón de ser, aun cuando nuestra sensibilidad se
haya embotado por la costumbre. Así, la liturgia de la Misa, el
42
Oficio, el Evangelio, el Rosario, el Vía-crucis, el culto del
Santísimo Sacramento. ¿Tendríamos el deber de abandonar
sucesivamente todas estas formas de oración? Es una ilusión
buscar un remedio para la rutina suprimiendo toda expresión
susceptible de engendrar un hábito. Se puede ensayar la
variedad, pero vale más aún, elevarse al plano superior del
espíritu y de la fe, que, aunque es verdad que no se alimenta de
lo sensible, puede servirse de él como de medio de expresión.
Esta fue la actitud adoptada por el Hombre-Dios frente a los
diversos medios humanos de expresión y frente a las cosas que
para Él tenían valor de signos.
El camino a seguir
Después de estos principios es necesario un esquema
para dirigir la oración, sobre todo si ha de ser prolongada. Se
trata de mantener la mirada de la fe en Dios, a fin de dirigir
hacia Él los sentimientos que deseemos expresarle: adoración,
acción de gracias, alegría de su gloria y de lo que es Él,
intercesión, súplica.
Así mismo se debe mantener el desprendimiento de
otras cosas, procurando, por otra parte, no ser invadidos por
las distracciones, imaginaciones o preocupaciones. Estas
distracciones son más o menos inevitables. Lo esencial es
esforzarse en guardar la paz porque cuando hayamos hecho
todo lo posible y lo que sepamos, ya no somos responsables de
nada más. Es un error luchar directamente contra la
imaginación y las distracciones. No podemos luchar contra las
distracciones. Sería enervante e ineficaz. Al contrario, debemos
simplemente esforzarnos en volver de nuevo, sin turbar la
imaginación y la inteligencia, dirigiéndolas hacia Dios y hacia
Jesús. No se lucha por tanto directamente contra las
tentaciones, sino se las evita o se las abandona sin prestarles
atención. No existe método alguno por el que puedan hacerse
desaparecer totalmente las distracciones en el momento de la
oración.

43
Hay que tomar, entre tanto, todos los medios que se
juzguen útiles para fijar la atención imaginativa e intelectiva
en Dios.
Debemos atajar las causas. Las distracciones dependen,
en efecto, frecuentemente, de causas anteriores a la oración:
impresiones sensibles, recuerdos, imaginaciones malsanas,
lecturas, cuidados, preocupaciones impropias del trabajo,
inquietudes, en una palabra, todo lo que nos trae el recuerdo de
nuestra vida diaria. Hay que advertir que en el momento de la
oración es cuando el campo de la imaginación se encuentra
más libre de toda otra actividad. Como la madre de familia que
se retira a una habitación para leer o recogerse, si ha
descuidado proporcionar una ocupación muy absorbente a sus
hijos, en cuanto se retire, existe el peligro muy probable, de
que se organice la barahunda infantil a que están
acostumbrados los niños cuando se juntan muchos sin ninguna
ocupación. Esta es la historia de nuestras preocupaciones
imaginativas. Estas se encuentran libres cuando nuestra
actividad consciente se retira a la zona superior del espíritu,
para buscar allí la unión con Dios.
La sola cosa que podemos entregar totalmente a Dios
es nuestro deseo de amarle, pero no todo nuestro pensamiento.
Como conseguir el recogimiento
El mejor remedio contra las distracciones consiste en
ser fiel en preparar bien la oración: esfuerzo de
desprendimiento de ocupaciones, que acaban de dejarse; vuelta
a la calma exterior e interior; y transición todo lo más
completa posible, de la agitación de actividades múltiples, a la
inmovilidad de la oración. Debernos purificar la memoria
haciendo examen más tarde de nuestros cuidados proponiendo
solución a las cuestiones que nos preocupan.
La forma de conducirse para mantener fija en Dios, la
fe, la atención de la imaginación o del espíritu, variará mucho
de un hermano a otro: esto depende sin duda del
temperamento, del estado físico, del género de ocupación, de la
44
costumbre más o menos grande que tengamos de recogernos
en la oración, pero sobre todo depende de la acogida que
hagamos a la actividad del Espíritu Santo en nuestro corazón.
Unos se servirán principalmente de su imaginación, fijándola
en Cristo, su Pasión, los Misterios de su Vida, en la Virgen o,
en fin, en los ángeles y los santos que contemplan ya la Faz de
Dios. Otros podrán llegar más fácilmente a un recogimiento
del espíritu más simple y más despojado. La simplificación de
la oración es, en parte, obra del hábito de recogimiento, pero
sobre todo es efecto de la acción del Espíritu Santo. No hablo
ahora de la oración de recogimiento ni de aquella que no tiene
camino, porque en estas circunstancias no tenemos nada que
hacer, sino dejarnos conducir generosamente. Os pido
solamente que no confundáis la luz oscura que viene de Dios,
Con esa vaguedad que proviene sobre todo de negligencia o de
pereza espiritual. Hay que evitar el peligro de permanecer en
una representación intelectual o imaginativa, sin buscar
expresar a Dios, en un diálogo íntimo del corazón, los diversos
sentimientos de amor, recogimiento, de infinito respeto, que
debemos expresarle.
Algunos procedimientos
Cada uno debe conseguir encontrar la forma de oración
que más le convenga. Le aconsejaría inspirarse en el ejemplo
de Carlos de Foucauld. Los dos esquemas de que se sirvió
para ordenar su oración son muy simples y al mismo tiempo
son ejemplo de lo que podemos hacer a imitación suya. He aquí
los métodos sencillísimos que empleó el Padre Foucauld y la
descripción que ellos hace. Primero: Toma conciencia ante
todo en la fe del acto que vas a realizar: ¿de qué se trata?
Después de leído un texto del Nuevo Testamento o algo a
propósito de un misterio, a) ¿qué tenéis Vos que decirme, Dios
mío?, b) Y yo, ¿qué tengo que deciros?, c) No hablar más,
mirar al Bienamado.
Segundo. «Otra manera de orar consiste en dividir el
tiempo consagrado a la oración en varios apartados,

45
consagrando cada uno de estos momentos a los actos que Dios
espera de nosotros en la oración: a) Adoración y admiración; b)
alegrarse con Jesús y sufrir con Él (comunicación de
sentimientos); c) tomar conciencia de la propia miseria, pedir
perdón, reconocer la necesidad propia de redención; d) dar
gracias por sí y por los otros; e) pedir para sí y para los
demás». Para comprender bien estos métodos, es suficiente
haber leído algunas de las meditaciones escritas por el Padre,
que le servían como de preparación a la Adoración. Ahí
tenemos un ejemplo típico de la actitud de su alma y de la
manera de que se servía su fe, animada por el amor, de la
imaginación y demás sentidos para comunicar a las realidades
invisibles una fuerza de presencia casi perceptible, suficiente
para captar la atención y para empujar la voluntad a obrar.
Aquí hallamos todos los elementos de una verdadera oración
que quizá no debamos imitar a la letra, puesto que no tenemos
probablemente el mismo temperamento que el Padre
Foucauld, pero en ellos debemos a inspirarnos para encontrar
nuestro propio camino, que corresponda mejor a nuestras
aspiraciones, a nuestras dificultades y a la forma concreta por
la que Dios nos haya conducido hasta aquí. Hallaremos además
en la actitud del alma del Padre Foucauld ciertos elementos
constantes que deben inspirar siempre la oración de un
Hermanito.
Nuestra actividad durante la oración
Nuestra mirada interior hemos de dirigirla con
preferencia a Jesús, apoyándonos en su presencia eucarística,
ya en la meditación del Evangelio. Esto es lo que debemos
conseguir después de la oración vocal del principio. Es
necesario renovar nuestra fe en la presencia real de Jesús en el
Santísimo Sacramento, recurriendo a la ayuda de una plegaria
en su honor. Si estamos delante del Sagrario empleemos
algunos minutos en adorar a Jesús en la Eucaristía, amarle,
ponernos delante esta realidad. Mientras que la gracia de
Jesús mantenga en nosotros viva esta mirada de adoración y de
amor, debemos prolongarla sin ocuparnos de otra cosa. Pero
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si esto no persiste, si el vacío se introduce en nosotros, un
vacío lleno de distracciones que no puede confundirse con el
vacío lleno de presencia divina oscura, es el momento de
colaborar activamente en nuestra oración. Esto no podremos
hacerlo, si no estamos preparados para seguir un esquema
fijado de antemano. Este esquema tiene por fin ayudar a
nuestra atención sensible y espiritual a dirigirse hacia las cosas
de Dios en una mirada de fe. En los comienzos esto será
necesario por lo común; más adelante tenderá a convertirse en
más simple, a transformarse en un hábito interior de atención a
la presencia divina. Pero no se podrá prescindir sin negligencia
de un método, adaptado a nuestra manera de orar.
Es conveniente, ya desde el Noviciado, que cada uno
escoja con el asesoramiento del maestro de novicios, el método,
a utilizar habitualmente para hacer de su Adoración una obra
bien hecha, verdaderamente ofrecida a Dios. Más tarde será
muy útil que en el curso de los Ejercicios anuales examine si
ha sido fiel y si es conveniente modificar el método de oración,
ya para hacerlo más exigente, ya para adaptarlo o simplificarlo
según una nueva etapa espiritual.
Consejos prácticos
Para fijar este método es necesario tener en cuenta
algunos principios muy sencillos. No olvidar que la fe supone
la atención, y que ésta, por regla general, a menos de estar
sostenida por fuertes impresiones procedentes del exterior, no
podrá mantenerse fija sobre el mismo objeto. Fijar la atención
interior más de algunos minutos en un objeto invisible, es cosa
difícil. Debemos estar dispuestos a recomenzar frecuentemente
nuestra oración, por ejemplo, cada diez o quince minutos. No
temamos arrodillamos de nuevo, renovar los sentimientos de la
presencia de Jesús en la Eucaristía, releer algunos renglones
del Evangelio.
¿Debemos usar algún otro libro durante la adoración?
Sí, siempre que constatemos tener necesidad de esa ayuda para
volver a ponernos en presencia de Dios. No, cuando tengamos

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la impresión de que esta lectura, en el fondo, es una cobardía,
como una huída de este acto de abandono, de pérdida de
nosotros mismos, de la cual necesitamos para aceptar esa
presencia de Dios oscura, pero real, en el fondo de nuestra
alma. No debemos dejar de tomar el Evangelio por pereza
espiritual, o por el principio inexacto, de que el
desprendimiento en la oración debe estar por encima del
esfuerzo por conocer a Dios en la fe. La lectura meditada debe
ser corta, sobre un texto sobrio, donde se hable directamente
de Dios, de Cristo o de la Virgen, debe hacerse, no para
meditar propiamente, sino buscando enriquecer nuestro
espíritu con vistas a provocar en nuestro corazón un nuevo
diálogo con Dios, donde el sentimiento del amor quede por
encima de meras consideraciones del espíritu.
No descansar en resultados sensibles
Y dicho esto, no queda, sino recomendar que cada uno
haga con la mejor voluntad lo que esté de su parte, con
paciencia, sin inquietarse por los resultados obtenidos;
resultados que escapan a nuestra apreciación. Dios solo conoce
el valor de nuestra oración. Nuestro esfuerzo debe recaer sobre
la manera de ser fieles en prepararla y llevar a ella las
disposiciones del corazón y la colaboración activa que nos
corresponde. Si hemos hecho todo lo posible no queda, sino
perseverar sin desanimarnos jamás. La más perfecta oración no
es aquella en que tengamos conciencia de recibir más. Jesús ha
insistido tanto sobre la perseverancia en la oración como
actitud esencial de ésta, que hay que considerar como normal
no encontrar en ciertos días otro motivo de perseverancia, sino
esta recomendación del Señor y la fe confiada en las promesas
de Jesús. Seremos escuchados. Debemos creerlo. Pero no
podremos comprobarlo salvo en casos muy raros. Además, si
nuestra oración es ante todo, como una ofrenda gratuita de
adoración, de total entrega de nosotros mismos en la fe, sobre
todo en ciertos días de sacrificio doloroso no podrá ser otra
cosa, ya que esto mismo será para nosotros fuente de luz, de
conocimiento de Dios, de fuerza y de amor. Toda oración bien
48
hecha nos obtiene estas gracias. Por nuestra parte debemos
aspirar de todo corazón a conseguir a través de este ejercicio
de fe, que supone toda oración, un conocimiento de Jesús más
profundo, y, como esperamos, una gracia auténtica de
contemplación.
Experimentamos, no sólo en el plano espiritual, sino
aún en el mismo psicológico, la necesidad de la oración, de
largo tiempo de oración, para aprender a mirar la vida y sus
vicisitudes a la luz de la fe.
Siempre tendremos dificultades para orar. En ciertos
días estas dificultades se nos harán más grandes y entonces
necesitaremos de gran ánimo para soportar la oración,
transformándola en comunión real con la oración dolorosa de
Jesús en Getsemaní.
Debemos, a veces, hacer a Jesús el don de una oración
totalmente gratuita, oración en pura fe, donde todo es
sacrificio y abandono del propio ser en Dios sin buscar nada
más, ni aún espiritualmente. Una tal oración se sirve, por así
decirlo, de nuestra absoluta debilidad para transformarnos por
entero en adoración viviente. Si no se puede orar siempre así,
es bueno, por otra parte, que nuestra vida esté señalada de
tiempo en tiempo por semejantes actos de adoración: es lo que
nos sucede con frecuencia en nuestras adoraciones por la
noche. Para casi todos, éstas son duras, y presentan raras veces
las condiciones favorables para la oración, pero para todos son
al mismo tiempo un verdadero acto de adoración, de unión con
la inmolación de Jesús. Nuestra oración de la noche es sobre
todo gratuita. El mundo está en silencio, toda actividad está
paralizada, mientras nosotros obligamos a nuestro cuerpo a
levantarse para realizar la oración en un gesto de amor al
Señor que nos aguarda. Es sin duda fatigosa, pero de ninguna
manera inútil. No hacemos la oración de la noche únicamente
para encontrar las mejores condiciones para el recogimiento,
sino porque este acto reúne quizás las condiciones necesarias
para ser una verdadera oración.

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Eliminemos dificultades
Por nuestra parte debemos hacer todo lo posible para
eliminar de la oración las dificultades exteriores que crean
condiciones desfavorables al recogimiento: ruídos, fatigas,
somnolencia. Cuando hayamos hecho todo, en la medida en
que las exigencias legítimas de nuestra vida pobre y mezclada
con los hombres, nos lo permitan, entonces, pero sólo
entonces, tendremos derecho a contar con el Espíritu de Jesús
para transformar estas condiciones aparentemente poco
favorables, en medios de purificación de nuestra fe, en vista a
una unión contemplativa con Dios más oscura, pero al
mismo tiempo más total. Vuestra vocación a la oración tiene
unas exigencias propias que no podemos descuidar; como decía
el hermano Carlos en una meditación sobre Nazaret hablando
de la Sagrada Familia: «Vivían en el mundo como sin ser del
mundo». Eran dos obreros ¿pero eran obreros ordinarios?

PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR


«El Evangelio seguirá siendo siempre el código por excelencia de la
oración de las pobres gentes, ya que todo lo que en él está indicado
permanece a su alcance» (R. VOILLAUME, En el corazón de las masas)
1. ¿Qué se puede hacer para calmar nuestro espíritu antes de la
oración? ¿Cómo conseguir recogimiento? Compartimos
experiencias.
2. ¿En qué momentos concretos la oración de Jesús ha sido
modelo para nuestra oración?
3. ¿Tenemos experiencia de ser acompañados en nuestra vida
de oración? ¿Qué lugar ocuparía la revisión de vida en nuestra
vida de oración? ¿Qué hacer para no abandonar la oración en
momentos difíciles?
4. ¿Qué dificultades encontramos en nuestro entorno para
orar?

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¿CONFLICTO ENTRE ACCIÓN Y ORACIÓN?
Por esto no tenemos derecho, aunque vivamos
presentes en un medio desfavorable, a aceptar un horario o
unas condiciones de trabajo que no nos dejen habitualmente la
posibilidad de ser fieles a las obligaciones que nos prescriben
las Constituciones. Esto sería perder de vista el fin mismo de
nuestra vida religiosa y a pesar de nuestros esfuerzos y buena
voluntad, no podríamos evitar el desánimo, la tibieza y aun el
tedio de nuestra vida religiosa. Los Hermanos responsables,
sobre todo los regionales, deben estar muy atentos a esta
cuestión del horario del trabajo. Es este un punto muy
importante de la Regla y es frecuente la tentación de ensayar
o al menos querer conciliar un horario de trabajo demasiado
pesado, con las obligaciones de las Constituciones. De una
parte, el deseo de compartir hasta lo último la situación de los
trabajadores, el temor de no encontrar trabajo, el atractivo por
un oficio que se ama, la necesidad de guardar contacto con los
amigos, y, de otra parte, las exigencias ineludibles de una vida
de oración, el cumplimiento de las obligaciones de una vida
consagrada, hacer olvidar, quizás con frecuencia, la fidelidad a
una promesa solemne de obediencia a la Iglesia, a las
Constituciones, al superior de la fraternidad. Sí, es verdad, el
conflicto existe y es frecuente.
Se pregunta con frecuencia si no debería el Espíritu
Santo, para resolverlo, dejarnos más libres en el ejercicio del
amor, poniendo en nosotros, en lo profundo del alma, una
gracia tal de contemplación permanente que pudiéramos
dejarnos conducir sin estorbos por las exigencias de la caridad.
Lo que hicieron los santos, ¿por qué no lo podremos hacer
nosotros? ¿Por qué el ejemplo de san Bernardo, del Cura de
Ars, no podríamos dejarnos devorar por los hombres, ser
comidos por ellos, sin cesar al mismo tiempo de contemplar el
Rostro de Jesús con la certeza de que nuestra oración vela en
el fondo de nosotros mismos, no como un fuego de rescoldo,
sino como una pequeña llama muy viva y activa, llena de luz y
de la fuerza del Espíritu Santo? Sí, esto es verdad, y es posible
51
algunas veces. Sería en efecto paradójico que la profesión
religiosa, profesión para alcanzar perfección, fuera obstáculo
para la libertad superior de la conducta del Espíritu Santo y
para los excesos sugeridos por el Evangelio, a los cuales no
podríamos entregarnos más que bajo el impulso de este mismo
Espíritu. No, la perfección religiosa no podrá ser obstáculo a
estos últimos toques cuyo Autor es Dios en la vida de los
Santos. Más aún: ella misma aporta a esta disponibilidad, la
condición indispensable sin la cual no sería más que ilusión, la
obediencia. En la obediencia nos podemos atrever a todo,
mientras que fuera de ella estamos ciertos de no seguir al
Espíritu Santo, porque Él no se puede contradecir. El
Espíritu Santo no puede sugerir a un religioso que se desligue
de esta fidelidad al precepto de Jesús: «El que a vosotros oye,
a Mi me oye». La confianza de que Dios no pueda dar dos
directrices opuestas, la humilde sencillez, el desprendimiento
del propio juicio, pueden permitir, en la obediencia, traspasar
la prudencia ordinaria para seguir la locura de la sabiduría del
Espíritu Santo.
Fuera de este caso extremo, es normal que, con el
afianzamiento espiritual en la fe y en la caridad, un Hermano
más antiguo pueda tomarse más libertades y obrar con mayor
flexibilidad que un novicio o un Hermano profeso más joven,
que tiene necesidad para su equilibrio espiritual, bajo pena de
faltar a la generosidad, de una fidelidad más estricta y
constante a las reglas exteriores de la oración.
No establezcáis comparaciones entre vosotros ni os
juzguéis unos a otros. Tened en cuenta la ley de evolución de
la vida espiritual y aprended a conoceros bien. No os creáis
demasiado pronto libres de ciertas condiciones absolutamente
necesarias, al primer estadio de la vida espiritual. En este
campo, todo aquello que se haga fuera de la sencillez y de la
obediencia, debe ser considerado como ilusión o falta de
generosidad. Una actitud de humilde obediencia es la mejor
preparación para recibir la luz de Dios en la oración: «Yo te
alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has
52
escondido estas cosas a los sabios y prudentes y las has
revelado a los pequeños» (Lc 10, 21).
El amor que no duerme
Antes de seguir adelante creo será bueno recordar las
señales cómo reconocer que ha llegado el momento de tomar
estas libertades de las que acabamos de hablar y que pide, a
veces, el amor; libertades en cuanto a las prescripciones de las
Regla sobre el tiempo de oración, libertades, que quede bien
claro, que no deben tomarse sino con la obediencia. Es
necesario para solicitar esas libertades, ser capaz de
permanecer en estado de oración, no solamente por la
intención de una voluntad habitualmente obediente a Dios, que
es el estado de gracia, sino por una especie de vigilia del
corazón. Es ésta un estado real de contemplación, estado
compatible con las actividades de trabajo o de relación que
subsiste en nosotros sin actividad de nuestra parte, sin que sea
fruto de un esfuerzo voluntario de atención simultánea a Dios
y a lo que hacemos. En efecto, un tal esfuerzo de atención
simultánea no es posible, excepto durante algunos cortos
instantes y no debemos aspirar a ello como a un ideal, pues
terminaremos en tensión nerviosa o en decaimiento. Sólo Dios
tiene poder de depositar en nosotros este hábito de mirada
contemplativa oscura, que es una verdadera atención del alma
a Dios, sin actividad de nuestra parte, dejándonos, no obstante,
libertad de acción. Cuando se interrumpe la acción para oír,
aún después de largo tiempo, se tiene como la certeza de no
haber perdido a Dios de vista. Al dejar la acción para
disponerse de nuevo a orar sucede como si se descorriera
simplemente un velo que ocultaba un estado ya existente en lo
profundo de la conciencia que pasa o primer plano de forma
explícita; pero en realidad no se tiene impresión de un cambio
esencial. De aquí proviene esta seguridad, esta libertad y esta
paz que demuestran su origen divino, sea lo que sea, lo que nos
pidan hacer. Un estado tal no debe suponerse, sino
comprobarse. Está acompañado de un deseo constante de
soledad y de oración si bien únicamente por caridad o por
53
cumplimiento del deber, toma estas libertades respecto al
horario de la oración. Pero en cuanto se halla libre desea
volver en seguida. Puede suceder así mismo que este estado de
oración habitual se pierda por culpa nuestra o simplemente
porque Dios así lo haya querido. Conviene entonces pedirse
cuenta y someterse de nuevo, por algún tiempo, a una
disciplina.
La oración pura, la que supone la interrupción de toda
otra actividad, permanece siempre como una necesidad y una
obligación para todo cristiano y con mayor razón para un
Hermanito. Jesús, que más que cualquier otro contemplativo
estaba en relación constante con su Padre en la Visión, se
escapaba siempre que podía para ir a orar a su Padre en la
soledad y en el silencio de la noche.
Matices en la oración
La Oración puede revestir diferentes aspectos
correspondientes a los momentos y a las gracias otorgadas por
Dios. Puede ser contemplación apacible del Rostro de Dios o
estar marcada por el sacrificio de la oración de Jesús en
Getsemaní. Así mismo, cuando se realiza delante del Santísimo
Sacramento, en especial expuesto solemnemente, puede
revestir el aspecto de un culto de la Eucaristía. Tenemos una
misión, y esto por parte de nuestra profesión religiosa, en
nombre de la Iglesia y de los hombres a quienes estamos
consagrados, de Venerar la Presencia de la Humanidad
Gloriosa de Jesús en el Santísimo Sacramento, rindiéndole
adoración. Cuando el Hermano Carlos de Jesús oraba en su
pobre capilla, su oración tenía como punto de partida una fe
muy viva en la Presencia sacramental. Esta presencia era
entonces como el lugar de su oración. El signo sensible de las
apariencias bajo las que reside realmente la Humanidad de
Jesús, es una ayuda poderosa para suscitar y orientar nuestra
adoración. Pero no podemos contentarnos con mirar la
presencia Eucarística en nuestra capilla con relación a nosotros
como un medio, comportándonos en su presencia únicamente

54
en función de la ayuda que allí encontramos para aumentar
nuestra vida de fe. Existiría entonces el peligro de no ver en la
Exposición del Santísimo Sacramento más que un medio
exterior de sostener el fervor de la oración. Se apreciará de
diferente manera siguiendo las circunstancias especiales: para
unos la Exposición del Santísimo Sacramento es un factor
indispensable de fidelidad a la oración. Para otros, ésta aparece
como una especie de compromiso comunitario en orden a la
oración y a la guarda del silencio en la fraternidad. Para otros,
en fin, que quizás tienen una oración más despojada, no es la
Exposición Solemne una verdadera ayuda. Algunos llegarán a
decir que la Exposición les molesta, que el tiempo pasado en
preparar la capilla para la Exposición es tiempo robado a la
verdadera oración. Y no faltan quienes piensan cuando se
acostumbran a ella, que sería mejor tenerla sólo de tiempo en
tiempo. Todas estas consideraciones, aunque son verdaderas,
dejan reflejar un conocimiento defectuoso de un aspecto
esencial del culto eucarístico como es rendir homenaje de
veneración al Cuerpo y a la Sangre de Cristo. Este culto debe
ser exterior y expresarse de una manera sensible y visible so
pena de abandonar el valor esencial de signo que posee el
Sacramento. Jesús, al decidir quedarse visiblemente entre
nosotros solicita por el mismo hecho un culto visible de
adoración y respeto. No hace falta repetir de nuevo lo que he
dicho más arriba sobre la necesidad que experimenta el
hombre de expresar por medio de las actitudes sus
sentimientos internos. Es suficiente hacer aquí la aplicación al
culto eucarístico tal como lo tiene ordenado la misma Iglesia.
Bajo este aspecto totalmente gratuito de veneración, de
culto de adoración, es como debemos considerar ante todo, la
Exposición Solemne del Santísimo Sacramento o la
solemnización de la oración ante el Sagrario. Es por esto por lo
que conserva este culto toda su razón de ser, aunque nos
moleste un poco y nos parezca que podríamos prescindir de
esta manifestación exterior, en nuestra plegaria y oración.
Podría existir la pretensión –cuando en una fraternidad el
55
culto eucarístico es casi la sola manifestación exterior que
caracteriza nuestra vida sumergida en la vida diaria de una
sociedad materializada, de creer que podemos prescindir
impunemente del signo que Jesús ha querido para nuestra
vida terrena. Existen algunos, aunque pocos, que no han
experimentado las gracias del fervor obtenidas mediante una
fidelidad atenta, respetuosa al culto eucarístico. Una actitud de
humilde docilidad a las recomendaciones de la Iglesia, y a
aquellas tan insistentes del Hermano Carlos de Jesús, las
directrices de nuestra Regla, nos puede grandemente disponer
a todas las gracias de nuestra vocación. Es verdad que el Padre
Foucauld, para permanecer fiel a una llamada excepcional de la
caridad, no dudó en sacrificar durante muchos meses, no sólo
el culto, sino aún la misma presencia del Santísimo Sacramento
y la celebración de la Santa Misa, pero no se decidió a este
extremo sin sus dudas y sus sufrimientos, no cesando, por otra
parte, de suspirar por el día en que le fuera otorgado encontrar
de nuevo esta Presencia Bienamada; de la cual había recibido
tanto y que había sido para él siempre, el camino conducente
al Padre.
Por obediencia a nuestra vocación, también nosotros
podemos vernos privados ciertos días de la Misa, y aún a veces
de la presencia eucarística. En este caso el Señor suplirá las
gracias que ordinariamente nos vienen a través del Cuerpo de
Jesús y por medio de su culto. Pero por lo que respecta a
nosotros, es entonces cuando debemos estar más deseosos que
nunca de venerar el Cuerpo de Cristo y de recibirlo. No
creamos con demasiada facilidad que aunque lo único esencial
de la vida de unión con Dios mediante la gracia y las virtudes
teologales, que el culto eucarístico es algo secundario. No, el
culto eucarístico es para nuestra debilidad un alimento y un
sostén indispensable y jamás debemos privarnos de él por
negligencia y sin orden de la Obediencia. Este culto, aunque
exterior, está en la simple lógica del amor, porque todo amor
profundo experimenta la necesidad de manifestarse. Existen

56
otras razones para venerar el Santísimo Cuerpo de Cristo,
razones del corazón que la razón no comprende.

PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR


«Iremos a la adoración, al trabajo y al servicio de los hombres, con la
misma pureza de intención y en el mismo movimiento del amor.
Entonces habrá unidad en toda nuestra vida». (R. VOILLAUME, En el
corazón de las masas)

1. ¿Cómo conciliar trabajo y oración? ¿Qué hacer para reservar


los momentos diarios de oración en medio de las actividades y
trabajos?
2. ¿En qué medida ayuda la comunidad a la perseverancia en
nuestra oración? ¿Cómo acompañar el ritmo de oración de
cada uno?
3. ¿Entendemos la oración como un acto de caridad y servicio a
las gentes con las que habitualmente tratamos?
4. ¿Cómo llevar a otros al descubrimiento de la adoración
eucarística? ¿En qué medida nuestra devoción se asienta en los
sentimientos de nuestro corazón?
5. ¿Qué hacer para vivir la celebración de la eucaristía
dominical? ¿Tenemos conciencia de que muchos cristianos no
tienen acceso a este gran don? ¿Cómo construir la comunidad
sin eucaristía?

57
UN MEDIO DE CONTACTO CON DIOS
No puedo terminar esta carta sobre la oración, sin decir
siquiera una palabra sobre los días de desierto. En efecto, son
éstos esenciales para nuestro afianzamiento en la oración.
Los días de desierto ofrecen algunas condiciones
particulares muy favorables para la misma, que no pueden
hallarse en otro lugar. Estas condiciones hay que mantenerlas
y saberlas utilizar. En nuestra vocación los días de desierto son
unos cortos descansos en el camino, pero hechos con
regularidad: son imitar de lo que hacía Jesús, lo que no impide
que en la vocación particular de algunos hermanitos existan
intervalos de desierto más prolongados. No hay que oponer las
condiciones del “día de desierto” a nuestra vocación habitual
del culto eucarístico; es cosa diferente. La fidelidad al culto de
la Eucaristía y a la oración ante el Santísimo Sacramento
constituye la trama habitual de nuestra vida en tanto que los
días de desierto no son, sino días pasajeros. La presencia
eucarística no es en sí misma incompatible con las condiciones
de un verdadero desierto; pero si por conservar la presencia
eucarística o la Misa, fuera necesario salir del desierto, sería
mejor privarse de ellas durante algún tiempo y permanecer en
el desierto.
No es suficiente estar en el desierto con sólo el cuerpo
para beneficiarse de sus ventajas espirituales: debemos en
efecto, saber estar espiritualmente con el ánimo de encontrar a
Dios. Esta actitud espiritual es esencial, pero no la conseguirá,
en general, la mayoría de los Hermanitos, sin la ayuda de
ciertas condiciones exteriores que constituyan “el cuadro
desértico”. Como en muchos casos no será posible retirarse a
un verdadero desierto, deberemos, generalmente ensayar,
fabricarnos los elementos principales del cuadro eremítico cuya
realidad deberá suplir.
Qué buscar en el desierto

58
Antes de hacer un día de desierto debemos saber lo que
buscamos en él. El desierto lleva en su misma realidad el signo
del aislamiento, no sólo de los hombres, ha sido también de
toda actividad puramente humana. Lleva consigo el signo de la
aridez, del despojo de todos los sentidos, de la vista, como del
oído; así mismo significa la total impotencia del hombre que
descubre sus habilidades, ya que el hombre no puede hacer
nada por sí mismo para subsistir en el desierto.
Por último, el desierto encierra en sí la idea de pobreza,
de austeridad y de extrema sencillez. Es Dios quien conduce al
desierto ya que el espíritu no puede mantenerse en él sin ser
alimentado directamente por Dios. En esto se diferencia un día
de desierto de un día de retiro, donde es bueno, por el
contrario, buscar todos los medios posibles de renovar y
mantener la fe: conferencias espirituales, lecturas prolongadas,
cuadros monásticos, ambiente de una capilla, oficio litúrgico,
oraciones en común, entrevista con un director espiritual.
Estos retiros son necesarios y pueden suponer siguiendo el
grado de nuestra oración, diversos estudios de vida más o
menos solitaria.
El desierto es una tentativa de avanzar desnudo, débil
desprovisto de todo apoyo humano, en ayuno total de alimento
terreno, aún espiritual, al encuentro de Dios. Es verdad que no
podemos ir lejos si Dios no nos envía por Si mismo el alimento,
como un día lo hizo con Elías, tendido, agotado, hastiado.
Aunque nuestra oración supone nuestra actividad
teologal personal, es siempre además una respetuosa espera del
alimento divino.
El día de desierto es un ensayo, un test, algo así como
una tentativa, llena de confianza, para hacer que Dios venga a
buscarnos por Sí mismo, en nuestra impotencia, a fin de
conducirnos a Él. Lo más esencial en el día de desierto es el
desprendimiento total y la espera de Dios, simple, apacible y
silenciosa en una cierta inactividad de nuestras potencias. Esta
espera apacible, sin respuesta de Dios, sería nociva, si fuera
59
prolongada, mas como por el contrario es corta, está llena de
provecho. Es como un grito de socorro lanzado a Dios el cual
tenemos necesidad de lanzar tiempo en tiempo, en nuestra vida
de oración.
No deben tomarse “días de desierto” prolongados así
porque sí, sin el asesoramiento de la dirección espiritual. De
todos modos, conviene saber comportarse de tal manera que
consigamos, siguiendo la respuesta de Dios, mezclar la espera
silenciosa y el despojo, al alimento espiritual necesario para no
desfallecer ni dejarnos morir de inanición, por la pretensión de
querer conseguir con nuestras fuerzas la Montaña, que Dios
solo puede hacernos coronar.
Cuando vamos al desierto debemos creer, por tanto,
que Dios puede venir a nuestro encuentro en la oración, siendo
necesario al mismo tiempo para alcanzarlo, desear esta visita
divina con confianza y alegría. El “día de desierto” viene a
recordarnos regularmente la necesidad de esta espera. Nos
recuerda así mismo las condiciones de preparación necesarias
para recibir esta gracia: la humildad de corazón, no apoyarnos
en nosotros mismos, aceptar la ausencia de consolaciones
sensibles y la austeridad de esta forma de encuentro con Dios.
Cuando el mismo Espíritu Santo suscite en nuestra alma esta
mirada hacia Dios, será algo imperceptible, silencioso y
despojado que nos deje en paz, pero que no podremos recibirlo
sin perdernos de vista. Elías, acurrucado en el hueco de la roca,
cubierto el rostro con el manto, cuando oyó pasar a Dios no
fue en el torbellino o en la tempestad, sino en el silbido
imperceptible.
El día de desierto, debe, por tanto, suponer una especie
de ayuno espiritual consistente en la privación de la forma
habitual de vivir, la pobreza de vivienda y alimento, ausencia
total de todo contacto humano, de toda conversación,
abstención de toda lectura, fuera del breviario y de la Biblia.
Hablo siempre aquí de un solo día. Para períodos de tiempo
más prolongados habría que dar otras normas. Conviene tener

60
lo necesario para escribir algunas notas. Hay que llevar las
propias provisiones y prepararse la comida uno mismo. No es
conveniente que haya dos juntos a no ser que puedan aislarse
totalmente uno del otro. Es más eficaz el día de desierto si
puede unírsele la noche precedente para comenzar por la
mañana en soledad total del corazón. No es necesario buscar
asistir a la Misa o celebrarla, si para esto tenemos que romper
la soledad del desierto, dejarla aunque solo sea por un
momento, bajar al pueblo o ver a otras personas.
Hay que procurar olvidar toda preocupación de nuestro
deber, del trabajo, de cualquier cosa que sea, olvidarnos aun de
nuestra perfección. El día de desierto no es una revisión de
vida, aunque la prepare. Conservando la libertad de espíritu
debemos imponernos un mínimo de reglamento que
comprenda tres o cuatro espacios largos de oración de rodillas
postrados o sentados. Debemos cortar estos momentos por
paseos en silencio: un poco de actividad manual durante la cual
se procurará no pensar ni meditar, permaneciendo en paz. Una
naturaleza apacible y desprendida ayuda a esta actitud de alma.
Algunos ratos de lectura de la Biblia, recitar el rosario. Se
puede también meditar por escrito: quede bien claro que esto
no sustituye a la oración, pero para algunos es un excelente
medio de ponerse en paz y en orden a sí mismos. Repito que no
es el momento de examinarse, sino de mirar a Dios, de pensar
en Él, de amarle. Un vía-crucis hecho siguiendo un camino
permite una larga oración en unión de Cristo que sufre. No
tener miedo a aburrirse, y si llega el aburrimiento, aceptarlo
con sencillez, teniendo conciencia de nuestra impotencia, sin
buscar llenar este vacío pensando en todas las actividades cuya
falta sentimos. Todo el día debe estar marcado por una espera
interior, apacible sin buscar estar demasiado ocupados.
Debemos dejar que el aburrimiento nos purifique, mostrando
claramente lo que somos y lo que puede hacer Dios y cuán
poco preparados estamos a morir para encontrarlo.
He aquí por qué es muy importante para cada
fraternidad tener una ermita o un lugar que reúna todas estas
61
condiciones de silencio y soledad. En cuanto sea posible, debe
estar protegida tanto del excesivo frío en el invierno, como del
sol en el verano, ya que esto impide la libertad del espíritu para
una oración prolongada.
La ermita de Assekren es para nosotros el lugar ideal
que recuerda a todos los Hermanos los dos valores esenciales
de su vocación: la espera de Dios y la oración de intercesión.
En este valor de la intercesión, que tan profundamente
distinguió la oración de Cristo en el desierto, hallaremos uno
de los aspectos más importantes de los días prolongados de
desierto que hagan los Hermanitos en compañía de Jesús en la
Eucaristía.
Cómo ayudarnos mutuamente a orar
Aún queda por decir una palabra sobre el modo de
ayudarnos mutuamente a ser fieles en la oración. De hecho,
este asunto se aborda muy rara vez en la revisión de vida y
cuando se trata se hace de manera bastante superficial. Existen
otras razones además del olvido o la negligencia. Es un hecho
muy general que no se hable casi nunca entre los Hermanos de
la manera de orar. Y no se hace, porque no se sabe a punto fijo
sobre qué materia podría recaer esta revisión o porque no
vemos en qué podrán ayudarnos otros que tienen nuestras
mismas dificultades. Evidentemente, si se piensa que es
suficiente comportarse de una manera pasiva en la espera de
Dios, se creerá que no hay por qué acusarse, sino de manera
general, de faltas de valentía y de generosidad, lo cual, en
realidad, no conduce a nada.
Si ha faltado valentía es porque había que hacer algo
que por desgana, se ha dejado de hacer. ¿Pero qué deberíamos
haber hecho? Si esto no se ha precisado, nos esforzaremos en el
vacío sin poder cambiar nada. Todo es susceptible de cambio
cuando se ha comprendido exactamente lo que debe hacerse
para preparar la oración, comenzarla rectamente y continuarla
con fe y perseverancia. En verdad que hay en este punto
materia de revisión de vida aún sin entrar en esa zona más
62
secreta del fondo del alma, donde tiene lugar el diálogo con
Dios. No pienso que haya que hablar habitualmente del acto
mismo de la oración que siempre guarda secretos, por ser cosa
íntima y a menudo inexplicable. Pero podemos hablar de todo
lo que debemos hacer para prepararnos al encuentro de Dios.
No es suficiente animarse a la fidelidad, es necesario
haber visto claro el método a emplear. Sobre todo en los
comienzos se tiene necesidad de ser dirigido, aconsejado sobre
la manera de aplicar a la oración, en cada caso, las directivas
generales señaladas en esta carta. No es normalmente en la
revisión de vida donde puede realizarse esto, sino mucho mejor
en la conversación con un Hermano capaz de aconsejarnos. No
se puede pasar en este asunto sin dirección, al menos de tiempo
en tiempo. En principio debemos hacer esto en el noviciado,
con ocasión de los Ejercicios Espirituales y cada vez que se
experimente un cambio en nuestra vida espiritual y veamos
que nuestra oración no puede seguir siendo la misma.
En conjunto no hemos llegado aún a romper el
individualismo que rodea y cerca nuestra vida personal y, a
pesar del nombre de fraternidad, no hemos conseguido aun
compartir en común entre nosotros mismos la cosa más íntima
que es nuestra vida con Jesús. Que esta carta sea la ocasión de
una nueva revisión de vida entre vosotros, con lo que
conseguiréis salir del vacío. No conseguiréis esto de una sola
vez. Prepararse a orar bien, lleva consigo muchas cosas en su
origen, prácticamente toda nuestra vida. No hay que
demorarse en pedir consejo sobre la manera de orar si
sentimos necesidad de ello. Cada uno debería estar en relación
con un Hermano capaz de dirigirle, con preferencia con su
antiguo Maestro de novicios, su Regional u otro Hermano que
conozca mejor y en quien tenga confianza. Es muy conveniente
que releáis esta carta una y otra vez, recurriendo a ella como a
un directorio de oración.
No olvidéis la lección de la parábola del Sembrador: no
dejéis que los pájaros del olvido y de la falta de atención roben

63
este grano que acaba de ser arrojado en vuestro corazón, ni
permitáis que las hierbas locas de los cuidados materiales, de
todas las preocupaciones del trabajo o de las relaciones
humanas, ahoguen el lento crecimiento del germen de la
oración en vuestra alma.

PARA REFLEXIONAR, ORAR Y COMPARTIR


«Todos los métodos son buenos en la medida en tienen éxito, y el
más sencillo será siempre el mejor. El que recomienda el Padre
Foucauld, el que él mismo siguió, parece el más adaptado a nosotros,
parte simplemente, de la presencia de Jesús en el Evangelio o en la
Eucaristía, para iniciar un coloquio con su Maestro, en el curso del
cual adora, da gracias, pide, suplica, repara, pero, sobre todo, oye
hablar a Jesús». (R. VOILLAUME, En el corazón de las masas)

1. ¿Tenemos experiencia de hacer desierto? Comentar


experiencias.
2. ¿Qué nos ayuda para encontrar a Dios en la soledad y
quietud de nuestro corazón? ¿Compartimos nuestras vivencias
con hermanos más experimentados para ahondar en esta
experiencia de soledad y desierto?
3. ¿Tenemos un acompañante espiritual a quien abrir nuestro
corazón y mostrar nuestros avances y retrocesos en la vida
espiritual? ¿Tenemos la suerte de poder hacer revisión de vida
y tratar este tema?
4. ¿Qué quiere decir René Voillaume cuando habla del desierto
en la ciudad? ¿Es posible acallar los ruidos interiores insertos
en el bullicio de la ciudad y el quehacer diario?
5. ¿Podrías resumir en breves palabras lo que ha supuesto la
lectura de esta lección de espiritualidad y a qué te
compromete?

64
Temas para los
próximos números
El equipo de redacción del Boletín, recuperando una antigua
tradición, irá publicando con antelación los números previstos para
que puedan colaborar quienes lo deseen, ajustándose al tema y al
formato del Boletín. Las colaboraciones pueden hacerse llegar a las
siguientes direcciones de correo: (redaccion@carlosdefoucauld.es)
o (maikaps73@gmail.com).
La dirección del Boletín se reserva el derecho de publicar o no el
artículo enviado así como de adaptarlo, con el visto bueno del
interesado, al momento más oportuno y conveniente.

Año 2018 Abril – Junio n. 197


BÚSQUEDA DEL SILENCIO INTERIOR EN LA RUIDOSA CIUDAD.
«El que cree en Mí de su interior correrán ríos de agua viva»
(Jn 7,38)

Año 2018 Julio - Septiembre n.198


JÓVENES Y VOCACIÓN CRISTIANA. «Jóvenes, os he escrito
porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en
vosotros» (1ª Jn 2,14 ).

NOTA DE ADMINISTRACIÓN

El BOLETÍN se sufraga con los donativos de los


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En estos últimos años se está haciendo un gran esfuerzo en
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modesta del BOLETÍN es imprescindible para ofrecer este servicio
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65
UN LIBRO… UN AMIGO
AUTORES: Ahmed Benallal, Jordi Giró.
TÍTULO: Les parelles mixtes
islamocristianes. Un amor transgressor que
posa a prova prejudicis i fronteres.
FECHA DE EDICIÓN:
LUGAR: Barcelona
EDITORIAL: Claret.
PÁGINAS: 342

Los autores, miembros del GRIC-Barcelona


presentan en su libro una problemática
actual de modo original en su formato y contenido. Se trata de un
conjunto de doce textos que abordan desde distintos puntos de vista
el fenómeno cada día más extendido y frecuente de las parejas
mixtas islamocristianas. El libro está concebido como un manual que
recoge las principales problemáticas actuales y se dirige a los
principales protagonistas de enamorados que viven su noviazgo o
comparten su vida; también va dirigido a sus familiares y amigos que
se interrogan ante este hecho singular; asimismo se dirigen a los
agentes de pastoral y animadores socio-culturales (sacerdotes,
imanes, jueces,..) que serán los llamados a acompañar, aconsejar y
hacer cumplir las leyes; y, en definitiva, a todas las personas
interesadas que se interpelan por esta realidad.
El libro no pretende estudiar el fenómeno islamocristiano
sino más bien pretende iniciar un debate sobre «mixtidad» en
nuestra sociedad y conocer cuantas parejas mixtas viven a nuestro
alrededor formadas por personas de creencias distintas pero que
conviven en estrecha relación familiar (creyentes y no creyentes;
creyentes de diversas tradiciones y confesiones). En el respeto y la
estima mutua entre personas de distintas ideologías, formas de
concebir la vida, nos jugamos buena parte de nuestro futuro como
sociedad. El libro, en fin, ofrece a los lectores elementos de reflexión
que estimula y provoca siendo de gran interés para un público
diverso y amplio.
MARÍA DEL CARMEN PICÓN SALVADOR

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