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Anexo 2.

Ejemplo de la importancia del efecto Iceberg

Me gustaría profundizar más en el último ejemplo que aparece en el bloque 3 sobre el


efecto Iceberg, para que quede clara la importancia de conocer “lo que hay debajo” de las
conductas o comportamientos de nuestros alumnos, con el fin de mejorar nuestras
actuaciones en clase.

Presento este ejemplo porqué para mi fue un caso real. En el centro donde trabajo como
psicóloga infantil recibimos una consulta de una maestra de Primaria. Ésta estaba
preocupada por uno de sus alumnos. Comentaba que era un niño que constantemente
chillaba en clase. Ella creía que era para hacerse ver y llamar la atención. Basándose en
esa creencia, nos contó que lo que ella hacía normalmente era ignorarle, pues pensaba
que si el niño notaba que su conducta no llamaba la atención, dejaría de realizarla. Pero
eso no funcionaba; aunque ella llebara ya mucho tiempo ignorándolo siempre que el niño
gritaba, éste no cambiaba su comportamiento. Entonces la maestra decidió actuar de
forma distinta: en vez de ignorarle, pasó a avisarle, regañarle, e incluso algunas veces
castigarle haciéndolo salir de clase durante unos minutos, cada vez que el niño gritaba.
Aún no había obserado ningún cambio en la actitud o el comportamiento del niño. Sin
embargo, ella se sentía muy mal por tener que avisarle y regañarle continuamente.

Nos reunirnos con ella para recolectar más información acerca del niño. Empezamos
rescatando todo de detalles acerca de “lo que hay arriba”, es decir, sobre los gritos.
Anotamos cuándo se daban, en qué situaciones concretas, con qué compañeros o con qué
maestros, su frecuencia, si había días que se daban más que otros, cuáles eran las
circumstancias en las que se daban... Partiendo de toda esa información sobre lo que había
“arriba”, intentamos formular hipótesis sobre lo que podía haber “debajo”. Es decir, sobre
cuáles podían ser las causas que provocaban aquellos gritos. Si encontrábamos lo que
había debajo, entonces podríamos diseñar una forma de actuación lo más adecuada
posible para ayudar al niño a disminuir sus gritos.

Con toda la información que nos dió la maestra, y observando directamente al niño en
distintas situaciones reales de aula, llegamos conjuntamente a la siguiente conclusión: el
niño chillaba, sobre todo, cuando se encontraba en situaciones poco organizadas, es decir:
durante cambios de actividad, en las horas de recreo, en los ratos de juego libre dentro del
aula, en aquellas actividades donde los niños podían hablar y jugar libremente... en

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definitiva, en aquellas situaciones que no estaban del todo estructuradas y en las que había
más libertad de movimiento, más “alboroto”. Éste era el hecho: lo que había “arriba”.

De arriba pasamos a “abajo”. Nos preguntamos entonces cuáles podían ser las emociones
que tales situaciones despertaban en el niño. Parecía que el niño experimentaba una
sensación de falta de control, de ansiedad y de intranquilidad muy grandes, que se veían
acentuadas cuando el volumen dentro del aula subía. Ante tales situaciones que él percibía
como “amenazantes”, su comportamiento o conducta, su respuesta impulsiva (que
reflejaba a la vez una falta de control sobre sus emociones) era la de gritar.

Estaba claro que las técnicas de ignorarle y de regañarle o sacarle de la clase cada vez que
gritaba no funcionaban. El motivo es que en ninguna de ellas estábamos ayudando al niño
a aprender a controlarse.

Debíamos ayudar al niño a aprenderse a regular por si mismo. Es decir, que aprendiera a
gestionar de una forma adaptativa y adecuada las emociones de falta de control, de
ansiedad y de irritabilidad. Partiendo de ese punto, elaboramos con la maestra un plan de
actuación en el que propusimos las siguientes técnicas:

- Anticipar: para ayudar al niño a “prepararse” ante una situación que él percibía como
“caótica”, elaboramos un horario visual en el que aparecían, en dibujos y de forma
ordenada, todas las actividades del horario escolar, incluidos los descansos o cambios
de actividad. Nos interesaba sobretodo resaltar estos últimos espacios, para que el
niño supiera lo que se encontraría en cada momento, ayudándolo así a prepararse y a
que las situaciones desagradables no le pillaran por sorpresa. Eso le ayudaría a reducir
los niveles de ansiedad y de irritabilidad.

Ejemplo de horario visual

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- Ayudar al niño a identificar las “situaciones problema” de forma sistemática: cuando
el niño chillaba, la maestra se dirigía a él y le preguntaba de forma pausada, no
acusadora ni atacante, “por qué chillaste”? Según lo que el niño respondiera se podía
seguir de varias formas. Pero lo importante es que poco a poco él se diera cuenta de
cuáles eran las situaciones concretas que le hacían chillar (por ejemplo “porqué hay
mucho ruido”, “porqué todo el mundo se mueve”, “porqué no sé lo que tengo que
hacer”,...).
- Ayudarle a identificar las emociones que despertaban esas “situaciones problema”:
una vez encontarda la respuesta a la pregunta anterior, lo siguiente era preguntarle “y
esto, como te hace sentir?”. El objetivo sería que a la larga el niño pudiera identificar
por sí mismo que aquellas situaciones le provocaban sensaciones de rabia, o
ansiedad, o nervios, o frustración...
- Ayudarle a encontrar una alternativa al grito: en ese mismo instante, preguntarle al
niño qué es lo que podría hacer para calmar su ira, ansiedad, nervios, enfado (la
emoción que el niño identifique) que no fuese gritar. Podemos ayudarle a tomar
consciencia de ello haciéndole preguntas como “¿Te sientes bien cuando chillas?”
“¿Qué es lo que consigues chillando?”, para que el niño vaya percatándose que su
comportamiento no es funcional ni útil para él. La idea sería que él mismo pudiera
pensar en otras opciones que le fueran más beneficiosas para calmar o expresar su
nerviosismo: contar hasta diez, concentrarse en sus respiraciones, avisar a la maestra
de que se está poniendo nervioso, pedir a los niños de al lado que bajen el volumen
de su voz... (para llegar a este punto era muy importante que antes pudiera identificar
aquellas situaciones concretas que despertaban en él las emociones que provocaban
los gritos).

Como pueden ver, no fue una intervención rápida ni efectiva a corto plazo. Tuvimos que
dedicar mucho tiempo a intentar comprender al niño. Sabemos que no siempre
disponemos del tiempo necesario para pararnos a pensar, o para hacernos preguntas,
acerca de los comportamientos de nuestros alumnos. Nos falta tiempo o herramientas para
identificar cuáles son las emociones que subyacen a tales conductas o actitudes. Sin
embago, cuando encontramos ese tiempo (todo es cuestión de prioridades) nos
percatamos de la importancia que tiene el poder ir más allá de lo que se ve a simple vista,
y de cómo eso puede repercutir positivamente en nuestros alumnos.

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En el caso que les he presentado, hizo falta mucho esfuerzo por parte de la maestra,
muchos registros de los avances del niño, y sobretodo, muchas ganas de comprender cuál
era la raíz de su problema. A día de hoy aún seguimos con esta intervención, habiendo
pudido observar notables mejoras en el comportamiento del niño en clase y, lo que es más
importante, en su bienestar. Curiosamente, la maestra también ha notado una mejora en
sus nivel de atención y capacidad de escucha.

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