Вы находитесь на странице: 1из 77

ÉTICA Y CIENCIA:

LA RESPONSABILIDAD DEL
MARTILLO
MARIO HELER

Editorial Biblos
172 Heler, Mano
HEL Ética y ciencia: la responsabilidad del martillo.
la. ed. - Buenos Aires: Biblos, 1996.
96 pp.; 20x14 cm - (Filosofía)
ISBN 950-786-116-5 I.
Título - 1. Ética Social

Diseño de tapa: Horacio Ossani.


Armado: Mauricio Poyastro.
Impresión: Segunda Edición, Rivera 1066, Buenos Aires, en
mayo de 1996.
Coordinación: Mónica Urrestarazu.

© Editorial Biblos, 1996.


Pasaje José M. Giuffra 318, 1064 Buenos Aires.
Hecho el depósito que dispone la ley 11.723.
Prohibida su reproducción total o parcial. Impreso
en la Argentina.
ÍNDICE

Prólogo........................................................................................ 9

I. ¿Ciencia y ética?.................................................................. 15

II. El triunfo de la ciencia moderna...................................... 27

III. La superioridad del saber científico............................... 35

IV. La ciencia como práctica social:


la empresa científica............................................................... 47

V. Ética y ciencia: ¿culpabilidad o responsabilidad?......... 57

APÉNDICE

La Bella y la Bestia................................................................. 69

La utilidad de la ciencia y su financiación ......................... 79

Bibliografía............................................................................... 83

índice temático y de autores................................................. 89


PROLOGO

La confianza en la ciencia pertenece a nuestras creencias más acendradas, aun cuando se


manifiesten ciertas fallas y dificultades en su desarrollo y en las consecuencias so ciales que
acarrean sus aplicaciones. Forma parte de nuestro imaginario social. Predomina entonces un
discurso que da por sentado el valor indiscutible y las enormes posibilidades del saber científico
siempre en aumento.
Aquellas fallas y dificultades, sin embargo, señalan la necesidad de realizar una revisión crítica
de la imagen vigente de la tecnociencia (el uso de esta expresión para referirse a la ciencia moderna
será explicado luego). Pero tal necesidad remite a una vieja polémica entre los defensores y los
críticos de la ciencia, donde'éstos últimos parecen ser rápidamente desacreditados: objetan aquello
que disfrutan.
El discurso hegemónico tiende a calificar de retrógrado o reaccionario, y hasta de irracional, a
cualquier amago de revisión crítica. Las críticas a la ciencia aparecen como un peligro para la
supervivencia de la humanidad, en tanto que con su cuestionamiento, voluntaria o involuntaria -
mente, estorbarían el despliegue de la herramienta fundamental que poseemos para resolver
nuestros graves problemas. Los peligros que hoy enfrentamos, aun cuando sean resultado de la
"aplicación" de los avances científicos a la sociedad, para ser superados requerirían que no se
pusieran restricciones al desarrollo científico-tecnológico.
Planteadas así las cosas, la tecnociencia, en cuanto actividad humana, queda inmunizada
contra la crítica. Se anula así la posibilidad de responder a las demandas éticas que genera el
desarrollo científico-tecnológico, en su vinculación, interacción e integración con las demás acti-
vidades sociales.
La crisis en la que estamos inmersos y los riesgos para la supervivencia que enfrenta la
humanidad reclaman revisar la concepción predominante sobre la tecnociencia. En especial,
preocupa aquí una visión que deje lugar a la tematización de la dimensión ética de la actividad
científica. Aun cuando no eludiré la referencia a la polémica antes mencionada y la controversia
con la concepción hegemó-nica, se trata de abrir el espacio de la reflexión a perspectivas que
permitan ir más allá de los términos tradicionales en que se despliega tal polémica.
En esta línea, procuro entonces mostrar algunas inconsecuencias de la versión oficial sobre la
ciencia y favorecer la reflexión ética sobre la empresa científica. Para ello ubicaré la ciencia en su
contexto histórico. Me guiaré por la pregunta ¿por qué triunfó la ciencia?, teniendo en cuenta que
la ciencia moderna pasa de ser un saber marginal y perseguido en sus comienzos, a ser el
modelo prestigioso e influyente de saber racional por excelencia que hoy conocemos.
En forma de apéndice, se agregan dos escritos ocasionales que constituyen desarrollos
complementarios de esta temática.

Deseo expresar algunos agradecimientos: A aquellos que contribuyeron a la reflexión sobre la


ciencia: con quienes durante un tiempo, en la cátedra de Pensamiento Científico a cargo de Esther
Díaz (en el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires), construimos una red de
trabajo, conocimiento y afecto; ellos encontrarán entretejidos en estas páginas retazos de esa red.
Ahora, debo agradecer el apoyo y el reconocimiento de nuevos compañeros de ruta (de una ruta
espacialmente más larga), en la sede del CBC (Ciclo Básico Común) de San Isidro, en la cátedra
también de Pensamiento Científico a cargo de Marta López Gil, a quien agradezco su acogida.
A quienes contribuyeron a la reflexión sobre las cuestiones éticas: en especial a mi maestro y
amigo Ricardo Maliandi, y a los compañeros del Centro de Investigaciones Éticas (Universidad de
Buenos Aires) y de la Asociación Argentina de Investigaciones Éticas.
A los generosos lectores de los originales: Silvia Garda, Silvia Hoffman, Rosana Sansubrino,
Nidia Tagliabue, Jorge Casas (quien además ha tenido la gentileza de preparar el índice temático) y
Daniel López.
Finalmente, y sin retórica: a mis alumnos, porque me exigen mayor claridad con mayor
profundidad; y, en particular, a aquellos que además me brindan su amistad.

M. H. Buenos Aires, marzo de 1996.


I
¿CIENCIA Y ÉTICA?

Las innovaciones tecnológicas irrumpen contra nuestras formas de vida y nuestras creencias,
sumergiéndonos en una actualidad donde lo viejo aún no se ha disipado y lo nuevo no termina de
definirse. Sumidos en la crisis, buscamos pautas que nos guíen en este presente confuso frente a
un futuro incierto y amenazante. Si a ello se agrega el riesgo de destrucción que significa la situación
ecológica (incluida la nuclear), nuestra actualidad nos obliga a afrontar graves problemas. Las
demandas éticas que atraviesan nuestra sociedad —incluso con sus ambigüedades y las
particularidades de cada caso— se generan en nuestras especiales circunstancias de fin de siglo.
Las aplicaciones sociales de los desarrollos científicos son factores fundamentales en la
génesis de nuestra actualidad. Sin embargo, ello no parece acarrear una tematización de la
dimensión ética de la tecnociencia. 1 Por el contrario, la concepción predominante excluye tal
dimensión en las reflexiones sobre ella.
La imagen vigente de la ciencia nos brinda la siguiente visión.
Debemos tener paciencia y esperar que la ciencia encuentre las soluciones que nuestros
problemas reclaman. Lamentablemente, los avances científicos tienen un tiempo de gestación que
no siempre coincide con nuestras urgencias. Algunos de esos avances irrumpen aceleradamente
trastocando nuestra cotidianeidad, otros se hacen desear sin disminuir nuestra ilusión. Suponemos
que sólo se necesita liberar la marcha de la investigación científica de todo tipo de interferencias y
limitaciones para que paulatinamente se tengan los elementos para construir un Paraíso Terrenal.
Esta confianza y esperanza en el desarrollo de la ciencia moderna se instaura ya en el siglo
XVIII El ideario ilustrado estableció las bases para la fe en el progreso a través de la
contribución de la ciencia moderna. El saber científico se muestra entonces prometiendo la
satisfacción de los anhelos humanos de seguridad y confortabilidad en una existencia prolongada.
La moderna preocupación práctica por este mundo encontrará, se nos afirma, caminos
racionales de solución en las respuestas científicas: el dominio de la naturaleza y la organización
social asegurarán la felicidad humana. El siglo XIX consolida este imaginario con el positivismo.
Por su parte, nuestro siglo recicla en diferentes versiones, más o menos explícitas, la concepción
positivista. Sin embargo, la hegemonía de la racionalidad científica nunca llega a ser total frente a las
alternativas. Otras formas de saber pretenden hacer oír su voz. Surgen incluso críticas al desa-
rrollo científico-tecnológico.
Auschwitz e Hiroshima son dos contrajemplos contundentes del imaginario hegemónico. Se
patentiza entonces la dialéctica perversa que conduce del dominio de la naturaleza al dominio de
los hombres.2 El poder de manipulación de la naturaleza que la ciencia provee también ha
generado sufrimientos y esclavitudes para los hombres. No obstante, nuestro imaginario quedaría
indemne si pudiésemos separar consecuencias negativas y dialécticas perversas de la dinámica
científica propiamente dicha.
Las calamidades y la perversión no son en realidad resultados de la ciencia, sino productos de
su mal uso. En todo caso, son sólo ciertos desarrollos tecnológicos los mal usados. Incluso se llega a
considerar que aquellos que se construyen para la destrucción, como los armamentos, no son
utilizados por decisión de sus creadores. La ciencia moderna es entonces inocente y carece de
responsabilidad frente a los inconvenientes actuales.
1 1. La expresión "tecnociencia" alude a la unidad e integración de la ciencia y la tecnología. Pero esta unidad e
integración no es usualmente atendida. Por el contrario, en la versión predominante se las diferencia, aun reconociendo su
interrelación. Se afirma que "el objetivo de la ciencia es el progreso del conocimiento, mientras que la tecnología tiene por
objetivo la transformación de la realidad dada" (J. Ladriére, El reto de la racionalidad. Salamanca, UNESCO, Sígueme, 1977,
p. 52). Veremos luego (ep el cap. rv) por qué es válido hablar de tecnociencia. Por ahora, esta expresión y "ciencia" serán
utilizadas corno sinónimos.
2 Cf. M. Horkheimer y Th. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, y M. Horkheimer. La
crítica de la razón instrumental, Buenos Aires, Sur, 1973.
La objeción al desarrollo de la ciencia moderna, sobre la base de tales efectos adversos, no
toma en cuenta otro aspecto de la cuestión: la ciencia es capaz de resolver los aspectos negativos
que acompañarían al progreso, la denominada "tragedia del desarrollo".3 Pero los enemigos de la
ciencia, siempre al acecho, se aprovechan de esta situación. Critican entonces a la ciencia,
dificultando su avance e impidiendo así sus respuestas a los problemas que esas críticas señalan.
Las objeciones no son entonces más que reacciones retrógradas, irracionales, que pretenden
anular la herramienta más eficaz que el hombre ha desarrollado. En su absurdo, desearían que la
humanidad regresara a la época de las cavernas, donde ya no habría que sufrir los benefi cios ni los
servicios de la tecnociencia.
En estos términos queda encerrada la discusión acerca de la ciencia. Se dividen entonces las
aguas entre la versión acorde con el ideario hegemónico y los críticos de la ciencia. La primera es la
versión oficial y como tal puede calificar a los miembros del segundo grupo, en el mejor de los
casos, de románticos imprudentes y, en el peor, de reaccionarios e irracionales.
En la Argentina, hace años que la polémica se mantiene en esta polarización, sin avance
destacable.4 No existe un diálogo que haga posible ponderar los aspectos fuertes y débiles de cada
posición, modificando e integrando elementos a la discusión. De llevarse a cabo, probablemente
permitiría acercar las posiciones y, sobre todo, dar cuenta de los problemas éticos que surgen en
relación con la ciencia. Veamos entonces cómo se plantea esta cuestión de la ética y la ciencia, desde
la versión hegemónica.
La historia oficial cuenta el triunfo de la ciencia moderna contra el prejuicio y el error, contra el
dogmatismo y el autoritarismo, para disminuir, hasta hacer desaparecer, la irracionalidad en la
vida humana.
Los intentos actuales de reflexión crítica se presentan todavía como conspiraciones de los viejos
enemigos de la ciencia, dado que éstos —como el diablo— poseen el don de la ubicuidad y de los
innumerables disfraces. Esta analogía con el diablo vincula la ciencia con su viejo contrincante: la
ciencia medieval regida por la teología y respaldada por el poder de la Iglesia. Recordemos que
Galileo (1569-1642) tuvo que optar entre sostener las primeras verdades de la ciencia moderna y
la hoguera. Y esas hogueras contra la herejía y la brujería siguieron prendiéndose aun durante el
siglo XVIII.
Se da por sentado que el triunfo de la ciencia moderna fue posible gracias a la conquista (si bien
nunca definitiva)

4. El video "Sábato y los amantes regresivos de la oscuridad" (guión y dirección de G. Balbuena, O. Cuervo, H. Fenoglio, L.
Hayes, Buenos Aires, Taller de Pensamiento, CBC, UBA, 1995) es una buena muestra del estado de la discusión en la
actualidad.

3 Cf. M. Berman, Todo lo sólido se disuelve en el aire. La experiencia de la modernidad, Buenos Aires, Siglo XXI-Catálogos,
1989.
de un desarrollo libre, sin interferencias ni obstáculos. En compensación, la ciencia prolonga la
vida humana, una vida saludable y confortable. Pese a los graves perjuicios para la humanidad y el
planeta que acarrean ciertas aplicaciones de los resultados científicos, el saldo seguiría siendo
favorable para la humanidad. En consecuencia, nada debe afectar el libre desarrollo científico.
¿Quién podría racionalmente, al mismo tiempo que disfruta de las contribuciones científicas,
negar la libertad de investigación que la ciencia requiere para así continuar aumentando ese saldo
favorable?
Por otra parte, la cuestión de la libertad es fundamental en el ethos5 moderno. En él, la
moralidad exige fundamentalmente que cumplamos con normas compartidas que regulen nuestra
convivencia. Tales normas limitan nuestra libertad en tanto eliminan algunas de nuestras opciones.
La medida de esta limitación está dada en el ejercicio de la libertad de todos. Esto es, la restricción
debe posibilitar que todos puedan actuar con libertad. Cada uno por sí mismo, autónomamente,
debe reducir su libertad. De esta manera, entre todos se define un espacio de interac ción libre pero
voluntariamente delimitado. La limitación debe ser entonces igual para todos, y su trazado se
realiza atendiendo al desempeño de la libertad en la convivencia. La obediencia al mandato moral
se justifica, por ende, en

5. "En el lenguaje filosófico general, se usa hoy ethos para aludir al conjunto de actitudes, convicciones, creencias
morales y formas de conducta, sea de una persona individual o de un grupo social, o étnico, etc. [...] El ethos es un
fenómeno cultural (el fenómeno de la moralidad), que no suele estar ausente en ninguna cultura. Es [...] la facticidad
normativa que acompaña ineludiblemente a la vida humana [...) El ethos tenia en el griego clásico una acepción más
antigua, equivalente a «vivienda», «morada», «sede», «lugar donde se habita» (...) Esta significación no es totalmente extraña
a la otra: ambas tienen en común la alusión a lo propio, lo íntimo, lo endógeno, aquello de donde se sale y adonde se
vuelve, o bien aquello de donde salen los propios actos, la fuente de tales actos", R. Maliandi, Ética- conceptos y
problemas, Buenos Aires, Biblos, 1991, p. 14.
la necesaria restricción de la propia libertad que garantice la de todos.
La cuestión del límite a la libertad de la investigación científica es entonces una cuestión ética,
puesto que esa investigación influye directa o indirectamente en la libertad de todos, afecta la
convivencia entre los hombres, y también su hábitat. Sin embargo, en la versión oficial, en la
versión predominante, tales límites resultan inadmisibles; no parece captarse el riesgo para la
sobrevivencia de la humanidad que la falta de tales límites ocasiona.
Resulta entonces que la actividad científica es neutral Los perjuicios que se le imputan no son
producto de la acción de la ciencia y, por lo tanto, no son responsabilidad de los científicos.6 Son
provocados por las aplicaciones de la ciencia, que son responsabilidad de los "decididores" (los
políticos, los funcionarios, los detentadores del poder económico, etc.). Quienes tienen el poder
para resolver cómo han de ser utilizados los avances científico-tecnológicos son por consiguiente los
que deben responder por los efectos perjudiciales de dichas aplicaciones. Además, la actividad
científica es la que suministra luego las soluciones a los problemas causados por tales
implementaciones.
Enrique Mari llama a esta postura el modelo de la "ciencia martillo".7 Ésta sostiene que, como el
martillo, los productos científicos pueden ser utilizados para fines positivos (la construcción de un
mueble, por ejemplo) o para fines negativos (la violencia contra otro ser humano). La bondad o
maldad resultante no corresponde al instrumento, sino a la decisión de hacer uno u otro uso.
La ciencia no es, entonces, responsable de los resultados negativos, y hasta destructivos del
planeta, que sus desarrollos provocan. En la versión oficial de la ciencia, la

6. En tanto no se indique lo contrario, hablaré de "científicos" sin dife


renciar entre ellos y los "tecnólogos".
7. E. Mari, "Ciencia y ética. El modelo de la ciencia martillo", en Doxa,
10, 1991.
práctica científica queda así inmunizada contra la crítica ética
Las únicas objeciones aceptables son aquellas que se dirigen contra un desempeño en el que
no se hayan cumplido con las exigencias de la honestidad intelectual. Ésta se conforma básicamente
por la virtudes de la veracidad, la lucidez, la objetividad, la prudencia en el uso de los recursos, la
lealtad en la competencia, etc. 8 Tales virtudes dependen de la observancia de la reglas de
comportamiento que exige la metodología científica (y que —como veremos— son requisitos internos
de la producción científica).
Dicha inmunidad puede matizarse si se recurre a una división de la actividad científica en
tareas que avanzan en la posibilidad de contaminarse con el juego de intereses y poderes
involucrados en las decisiones acerca de las aplicaciones científicas. Las tareas de la ciencia pura,
que dan las bases del desarrollo científico, son separadas de las de la ciencia aplicada y de las de la
tecnología, para salvar su neutralidad. Por la proximidad con las decisiones acerca de los usos
sociales de los resultados científicos, sólo la tecnología estaría cercana a la fatalidad de aquella
contaminación, y consecuentemente cabría adjudicarle alguna responsabilidad por los problemas
actuales.
De cualquier manera, se declara que la ciencia moderna, como la antigua, es un saber
desinteresado, un saber por el saber mismo. Si la ciencia posee una dinámica totalmente
independiente de su utilidad social, las aplicaciones de sus conocimientos no son entonces de su
incumbencia. El científico en tanto científico es ajeno a esos problemas. Su tarea es,
precisamente, continuar con aquello para lo que está capacitado y proveer a la humanidad de más
conocimiento científico. La preocupación ética del científico qua científico queda por consiguiente
excluida.

8. Cf. la lista de deberes del científico propuesta por K. Popper, "Tolerancia y responsabilidad intelectual", en Sociedad
abierta, universo abierto, Madrid, Tecnos, 1984, pp. 155-8.
La tecnociencia suele ser defendida recurriendo a todos los beneficios que la ciencia ha
brindado, brinda y puede seguir brindando. Entonces, la actividad científica posee los méritos por
los resultados benéficos. Pero nada tendría que ver con los perjuicios, dado que éstos serían
resultado de decisiones extrañas. Paradójicamente, no posee responsabilidad sobre los efectos
negativos, aunque sus productos los ocasionen, y reivindica simultáneamente para sí la
responsabilidad por la seguridad y el confort obtenidos gracias a sus aplicaciones. La paradoja es
una inconsistencia que no puede sostenerse. Por consiguiente: o bien es responsable por ambos
tipos de consecuencias o bien no lo es por ninguno.
Ser responsable quiere decir que "se puede responder" por las propias acciones y por las
consecuencias de éstas. Si tales consecuencias son en parte benéficas y en parte perjudiciales, no
es correcto atribuirse la responsabilidad exclusivamente por una de esas partes. Se es responsable
por ambas, o bien no pueden considerarse ninguna de ellas como efectos de la actividad
científica.
A pesar de la crisis en la que estamos inmersos, nos podemos percatar de que cualquier
actividad humana plantea cuestiones éticas. La ciencia es una actividad humana y sin embargo, si
nos guiamos por la concepción vigente, parece admisible defender su neutralidad al respecto.
Junto a los beneficios innegables que nos ha proporcionado la tecnociencia, se manifiestan los
problemas. Al lado luminoso de los avances científicos se le opone el lado oscuro. Los perjuicios
ocasionados por las "aplicaciones" de la ciencia en la sociedad se presentan hoy con suma
gravedad. Amenazan la supervivencia de la humanidad. La crisis ecológica (incluidas las secuelas
de la tecnología nuclear) nos desafia a revisar las tendencias operantes; incluso aquella tendencia
que presenta como obvia la independencia del desarrollo científico con respecto a la ética.
He aquí entonces el problema: al desconocer la dimen-
sión ética de la actividad científica, la concepción predominante impide la reflexión ética sobre la
tecnociencia. Al mismo tiempo, empero, se demanda una acción responsable por parte de los
científicos frente a las consecuencias que generan sus conocimientos para la sociedad.
Para abordar este problema y comprender la relación entre ciencia y ética, propongo una
perspectiva de interpretación que rompa con las obviedades que impiden ver la actividad científica
en su contexto histórico y social. Iniciaré el análisis respondiendo la pregunta: ¿por qué triunfó la
ciencia?
II
EL TRIUNFO DE LA CIENCIA MODERNA
La ciencia moderna es una Cenicienta reivindicada y triunfante. Como ella, sufrió humillación, maltrato
y hostigamiento. Como ella, logró convertirse en una reina, la reina de los saberes. Pero en su victoria no
hay nada de mágico. Fue obra de una lucha contra el saber hegemóni-co: la ciencia medieval. Reina
después de haber destronado a la reina vieja. Como en la fábula, su éxito estaría justificado en sus
méritos, y también se espera que reine haciendo sólo el bien.
La historia oficial se enorgullece de contar el triunfo de la ciencia como un combate contra sus enemigos:
los dogmas, los prejuicios, la arbitrariedad, el autoritarismo, el oscurantismo; en suma: la
irracionalidad. En esta narración queda entonces del lado de la actividad científica, y como su arma primordial,
la razón (en realidad, su racionalidad).
Si en sus comienzos, entre los siglos XV y XVII, fue una herejía y un sacrilegio, pudo con el tiempo
convertirse en el saber capaz de ofrecer una verdad racional. Desde aquí, pretendió extender su poder
erigiéndose en el único saber válido. Sus categorías, conceptos y procedimientos se presentan como
garantía de objetividad y verdad, sirviendo como parámetros de evaluación para actividades teóricas y
prácticas.
Hoy el calificativo de "científico" representa un preciado valor que otorga prestigio. Concedemos
tanto crédito a la ciencia que la actividad científica parece haber recuperado para sí la
incuestionabilidad del saber teológico y su capacidad de decidir acerca de la validez de todo
conocimiento.
En este estado de situación, no seria necesaria la pregunta sobre las razones del triunfo de la ciencia.
La respuesta sería demasiado obvia. No puede ser otra que la superioridad del saber científico frente a
los otros tipos de saber. No sólo se trata de una superioridad teórica, como forma de conocimiento,
sino también práctica: la ciencia además es útil. Pero este segundo aspecto no es el principal.
La concepción hegemónica identifica la actividad científica con la búsqueda desinteresada de la
verdad, y declara que tiene utilidad sólo secundariamente. La ciencia entonces responde
esencialmente al afán humano por saber. Sus potencialidades prácticas están supeditadas a ese
afán, si bien la actualización de tales potencialidades impacta fuertemente en la vida cotidiana,
haciendo posibles y aun necesarias nuevas formas de sociedad humana.
La peculiaridad del saber científico reside en la búsqueda de las leyes que regulan los fenómenos;
esto es, se dedica a enunciar las relaciones invariantes entre ellos. Su indagación es metódica y
sistemática, puesto que sigue procedimientos explícitos y repetibles, así como organiza los conoci-
mientos obtenidos en teorías, donde éstos son integrados e interrelacionados, mostrando el
fundamento de su verdad.
La ciencia refiere a los fenómenos; no es una mera elucubración fantasiosa sin correlato en la
realidad. Por el contrario, contrasta sus hipótesis con los hechos. El conocimiento científico se
estructura sobre la base de relaciones lógicas con referencias empíricas precisas.
La ciencia moderna es entonces un saber objetivo en dos sentidos: por un lado, por referir a la
realidad, al objeto del conocimiento; por otro, porque —a diferencia de un saber subjetivo que varía
con cada uno— es posible que cualquier sujeto racional concuerde con sus afirmaciones. Es un co-
nocimiento intersubjetivo, es válido en tanto es posible el consenso sobre su verdad: el acuerdo
entre los sujetos basado en las razones que muestran su validez.
Reconoce además la falibilidad humana. En contraposición con el dogmatismo de la ciencia
medieval, que tomaba sus verdades como incuestionables, asume que nuevos elementos pueden
modificar los conocimientos ya adquiridos. Es un saber provisorio, y en consecuencia requiere que la
investigación no se detenga.
En su peculiaridad de ser un saber de leyes, se descubre el lado práctico de la ciencia. Al
enunciarse las relaciones invariantes entre los fenómenos, la ciencia adquiere un poder muy particular:
el poder de predicción. Si conozco que tal relación se repite siempre entre determinados tipos de he-
chos, sé qué va a ocurrir cuando se produzca esa relación: puedo decir con antelación lo que va a
suceder. Tal posibilidad permite la contrastación con los fenómenos mediante la experimentación,
esto es, provocando en la realidad esa relación para determinar la correlación con mi hipótesis.
Pero, además, la capacidad de predicción hace posible actuar sobre la realidad, según la propia
voluntad. Capacita al hombre para intervenir en la secuencia de los hechos, produciendo la relación
que la ley especifica, o bien evitando que suceda. En un ejemplo trivial: la construcción científica de un
dique se realiza prediciendo la relación de fuerzas necesaria para detener la corriente de agua del río.
Sabiendo que una fuerza se detiene con otra de sentido inverso y de igual o mayor magnitud
(relación invariante), puedo diseñar la resistencia que debe tener el dique para cumplir con su
cometido, y evitar así, vg., las inundaciones indeseables.
La ciencia moderna, por ser un conocimiento de leyes, proporciona el poder de predicción que
habilita al hombre a enseñorearse de la naturaleza. Asimismo, el conocimiento de las relaciones
humanas que las ciencias sociales estudian debería permitir una organización racional de la sociedad.
La maravilla de la ciencia se encuentra precisamente en que, preocupada por conocer el mundo,
convierte ese cono-
cimiento en un instrumento capaz de dominar los fenómenos. La ciencia de la antigüedad buscaba
conocer el cosmos para acomodarse a su orden. La ciencia moderna busca también ese saber. Pero
la forma en que se propone ese saber y su modalidad de conocimiento brinda una posibilidad
impensada para los griegos: hacer del mundo un lugar que responda a los deseos de los hombres.
Todas estas cualidades de la ciencia moderna muestran su superioridad, tanto teórica como
práctica. Explican su triunfo.
Sin embargo, estas obviedades dentro del imaginario hegemónico plantean algunas dudas.
Llama la atención el vínculo accesorio, y hasta casi azaroso, que se establece entre el aspecto
teórico y el práctico en la ciencia moderna. La desconexión de la actividad científica con las
necesidades prácticas y los intereses sociales se transforma sorprendentemente en una
extraordinaria producción de recursos para transformar el mundo humano conforme a esas
necesidades y esos intereses.
Bertrand Russell, por ejemplo, después de caracterizar "la ciencia en primer lugar, como
conocimiento", reconoce que "gradualmente, sin embargo, el aspecto de la ciencia como conocimiento
es desplazado a segundo término por el aspecto de la ciencia como poder manipulador", es decir, por
la consideración de la ciencia como técnica.l
La separación en ciencia pura, aplicada y tecnología muestra diferentes tareas que hacen
posible la transfiguración del saber teórico en saber práctico. Pero esta separación sirve para
mantener la caracterización de la actividad científica como un saber desinteresado, y no da cuenta
de la metamorfosis del saber "puro" en un saber

1. B. Russell, La perspectiva científica. Barcelona, Ariel, 1969, p. 109 (el subrayado me corresponde). La técnica puede
definirse como un saber hacer (know how), un saber sobre los procedimientos para controlar y dominar los fenómenos. En
tanto la tecnología es una técnica que aplica conocimiento científico. Por ejemplo, las técnicas cotidianas para cocinar se
transforman en tecnología cuando se trata de la industria alimentaria.
acerca de procedimientos prácticos de control y dominio, de manipulación de fenómenos. Ya hemos
señalado que sin embargo tal transformación es posible gracias precisamente al tipo de conocimiento
que distingue a la ciencia moderna: la búsqueda de leyes que regulen los fenómenos y su con-
secuente poder de predicción.
No obstante, se insiste en identificarla con la idea antigua de un saber por el saber mismo; una
idea que había sido generada para explicar las prácticas cognitivas de una sociedad esclavista como
la griega. En el contexto de una sociedad igualitaria como la moderna, para caracterizar su ciencia
se conserva la idea de una sociedad donde los problemas prácticos no sólo eran secundarios, sino que
además la preocupación por ellos se desvalorizaba por su vinculación con el trabajo manual de los
esclavos. Este anacronismo está en discrepancia con la génesis histórica y las prácticas efectivas de la
ciencia moderna hasta nuestros días.
En este punto, la separación entre historia interna e historia externa de la ciencia es crucial en
la defensa de la concepción hegemónica. Se afirma entonces que la primera —es decir, el desarrollo de
la formulación y puesta a prueba de las teorías científicas, su fundamentación y crítica, in-
dependientemente de las circunstancias sociales, políticas, económicas y culturales de cada momento
— define la actividad científica. En cambio, la historia externa, que ubica las prácticas científicas en
su interacción con tales circunstancias, nada aporta a la comprensión de la ciencia como lo que es,
conocimiento teórico, y a su evolución presuntamente impulsada con exclusividad por la crítica de las
ideas y los argumentos.2
De esta manera, un práctica social, la científica, pretende ser entendida en forma
descontextualizada, como si su existencia, reconocimiento y evolución respondiera únicamente a
su propio dinamismo, en una especie de creación ex nihilo de sí. La autonomización de la esfera de
valor de la

2. Cf. K. Popper,Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos, 1972, Apéndice.


ciencia y la técnica,3 su desenvolvimiento específico y especializado a partir de sus propios imperativos,
no puede hacer olvidar que surge y no deja de estar inmersa en los mundos de la vida moderna (en
relación con las acciones de los hombres concretos, con su visualización de los problemas y con la
clase de soluciones que proponen), y que su supervivencia depende de las condiciones históricas de
posibilidad que en la sociedad la sustentan. 4
Una vez disociada la actividad científica de las otras prácticas sociales y concentrada en sus
propio dinamismo como si fuera generado por sí misma (presuntamente, por el afán de saber), no es
de extrañar que se pueda concebir su neutralidad frente a los problemas éticos que suscita la
interrelación e integración de las distintas prácticas en las sociedades modernas.
La perspectiva de la concepción oficial de la ciencia, adelantemos, se preocupa por las
exigencias internas del desarrollo de la misma, esto es, por las condiciones y los procedimientos
que hacen factible su desenvolvimiento como una actividad social peculiar. Pero no toma en cuenta
que tales exigencias están al servicio de su finalidad como práctica social. Son las reglas que han de
cumplirse para que la actividad sea eficaz en el cumplimiento de sus objetivos. A su vez, el sentido
de la práctica, definido precisamente por su finalidad, determina sus interrelaciones e integración
con las otras prácticas sociales. Esta forma de comprender la ciencia significa un cambio de
perspectiva.
Antes de explicar con más detalle la forma de pensar la ciencia que propongo, me dedicaré a
revisar la idea de su superioridad teórica, como conocimiento, y el papel suplementario que se
otorga a su utilidad social.
3. Cf. J. Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus,
1987, t. I, pp. 216-218 y 306 y ss. La denominación "esfera de valor"
pertenece a Max Weber.
4. Un problema que no se vincula con la cuestión que aquí se discute
consiste en el modo en que la "autonomización", en tanto implica desarro
llos teóricos independientes y alejados de la vida cotidiana, luego pueden
ser traspasados a la cotidianeidad para ser utilizados por los ciudadanos.
III
LA SUPERIORIDAD DEL SABER CIENTÍFICO
Nuestras experiencias cotidianas desmienten una vieja creencia acerca de un nexo causal entre
el castigo y la culpabilidad, entre el éxito y el mérito. Sabemos de la construcción de reputaciones
y prestigios. Pero confiamos todavía en el tiempo, que dejaría en pie sólo lo válido y disolvería los
simulacros.
El triunfo de la ciencia moderna tiene ya un largo recorrido y ha dado muestras cabales de sus
méritos, lo que hemos llamado su "lado luminoso". Nuestras convicciones parecen entonces
confirmarse, al menos en este tema. Pero el "lado oscuro" de la ciencia ensombrece nuestra certi-
dumbre. Como el balance entre ambos lados hasta ahora es favorable, no se altera nuestra
confianza. Si el saldo fuera negativo, de conformidad con esta creencia, seria culpable. En esta
alternancia de blanco o negro, sin matices, no parece haber otra opción. Pero no es esta cuestión la
que ahora interesa (será tratada en el último capítulo).
Los méritos que hacen superior a la ciencia se atribuyen primariamente a sus características
internas, al tipo de conocimiento que produce y a la forma en que lo hace. Características que la
convierten en el saber racional por antonomasia. En segundo lugar, su valor se reconoce en
su aplicabilidad, en las posibilidades que ofrece para una vida saludable, confortable y duradera.
En comparación con otros saberes, el conocimiento científico es un saber racional, objetivo,
provisorio, y además provechoso. Brinda garantía de verdad. Pero, también, garantía de utilidad,
gracias a que permite el desarrollo de la tecnología. Analicemos entonces la verdad científica.
Las leyes y teorías científicas son hipótesis, conjeturas, que son aceptadas como válidas en tanto
no se demuestre lo contrario (provisoriedad). Surgen como respuesta a problemas, como intento
de solución a ellos. Pero su admisibilidad depende de sus relaciones lógicas, al mismo tiempo que
de su capacidad de dar cuenta de los fenómenos. Podemos hablar entonces de un nivel lógico y un
nivel empírico de la verdad científica.l El primer nivel asegura su consistencia y fundamentación; el
segundo, su conexión con los hechos. Juntos y en correlación dan validez al conocimiento
científico.
La garantía de verdad que la ciencia brinda no está únicamente limitada por su carácter
provisorio. Plantea problemas tanto desde el punto de vista lógico como del empírico.
Las hipótesis científicas son enunciados universales, abarcan innumerables o infinitos casos.
Se afirman para todo tiempo y lugar; para todos los ejemplos del mismo tipo. Refieren al pasado, al
presente y al futuro de la relación entre los hechos que enuncian.
La verdad de los enunciados universales de este tipo no tiene, sin embargo, confirmación alguna.
Pero sí puede mostrarse su falsedad. Basta con encontrar un solo caso particular que no coincida
—que entre en contradicción con lo que el enunciado universal afirma— para que deba ser
rechazado por falso.

1. A la matemática y la lógica corresponde sólo el nivel lógico, por no tener referencias empíricas.
Para mostrar su verdad, en cambio, deberíamos poder mostrar, en todos y cada uno de los
hechos que abarca, su coincidencia con el enunciado universal: alcanzaría con que uno solamente
de ellos lo contradiga, para que no lo sea. Pero la tarea de confrontar con cada caso es imposible;
como ya dijimos, tales casos son innumerables o infinitos. Por consiguiente, tendríamos garantía
de la falsedad, pero no de la verdad de una hipótesis científica. Si se redujera arbitrariamente el
universo de ejemplos a un número verificable, es decir, contrastable efectivamente con la
experiencia, la hipótesis perdería entonces probablemente interés o dejaría de ser científica.
Sin embargo, se nos dice que las teorías y leyes científicas son verdaderas. Incluso en los medios
de comunicación se nos anuncia, con grandes titulares, la confirmación o verificación de hipótesis
científicas en discusión.
Este problema no es independiente del nivel empírico. La garantía de falsedad, única que
poseeríamos, depende de la interpretación de los hechos particulares. Las hipótesis permiten
deducir consecuencias observacionales, esto es, enunciados singulares acerca de fenómenos
observables o experimentables. 2 Éstos son los que nos permiten remitirnos a la empiria, a la
experiencia.
Podríamos pensar entonces que las consecuencias observacionales, a diferencia de las
hipótesis, entran en contacto directo con la realidad, refieren directamente a los hechos en bruto,
sin interpretación. Pero ello no es así.
Cualquiera que haya observado el resultado de una ecografía o de fotos satelitales, sabe que su
lectura requiere de elementos teóricos de interpretación. Los hechos no se revelan allí por sí
mismos, sino a partir de los supuestos conceptuales que permiten que se los comprenda, como
sexo del feto, estrellas fugaces, etc. Además, los enunciados científicos incluyen términos que
carecen de referencia

2. En la experimentación se provoca un fenómeno bajo condiciones controladas. En la observación, se atiende a la


aparición del fenómeno.
empírica; son términos teóricos. En consecuencia, no tienen correlato alguno con los hechos.
Toda observación, cotidiana o científica, supone necesariamente teorías de diferentes grados de
elaboración y abstracción. Si pudiera ser distinto, no podríamos ver más que manchas informes
ininteligibles. Aun en los casos más elementales en que decimos, por ejemplo, observar el blanco de
la página de este libro, se requiere una teoría mínima del color y de lo que es una página.
Sin embargo, los científicos consideran que determinadas observaciones hacen a una hipótesis
falsa o no. Las consecuencias observacionales resultan verdaderas o falsas en función de una serie
de presupuestos que comparte la comunidad científica. Y estos presupuestos, que no siempre
están explícitos, ¿serán verdaderos? La pregunta no tiene sentido. Puede hablarse de verdad o
falsedad solamente en relación con ellos, inmersos en la red de significaciones de nuestro mundo de
la vida que los provee, y, en el caso de la ciencia, de su paradigma.
Resulta entonces que la verdad o falsedad de las consecuencias observacionales depende del
paradigma de la ciencia que los formula. Kuhn utiliza este término, "paradigma", para referirse al
conglomerado de conceptos, categorías, métodos y procedimientos a partir del cual se desenvuelve
una teoría científica.3 El paradigma constituye el modo de ver y comprender la realidad desde el que
se investiga y fundamenta, desde el que se perciben los problemas.
El telescopio de Galileo Galilei dejaba incrédulos y desconfiados a los sabios de la ciencia
medieval, porque no veían, por ejemplo, las manchas del sol. Su visión estaba determinada por un
paradigma diferente que no podía registrarlas. Cuando Gregor Mendel (1822-1884) propuso

3. T. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, México, Siglo XXI, 1985, y Segundos pensamientos sobre
paradigmas, Madrid, Tecnos, 1978.
sus leyes de la herencia fueron rechazadas por la comunidad científica de su época. El paradigma
vigente era otro, y en él no había ningún lugar para tales hipótesis. Hizo falta un cambio de
paradigma (una "revolución científica", en la terminología de Kuhn), para que su propuesta fuera
recuperada y sus ideas tuvieran la importancia que hoy poseen en la biología. La desconfianza de
Albert Einstein (1879-1955) hacia la teoría cuántica se basaba en que presuponía la imposibilidad
de que Dios jugara a los dados en la creación. El azar, precisamente, recién se incorpora en un
paradigma actual, que rompe con la idea determinista de un tiempo reversible.4
¿Por qué, entonces, las hipótesis científicas son aceptadas y admitidas como verdaderas, al
menos provisoriamente?
Ni existe modo de abordar los hechos sin presuponer teoría, ni confirmación de las hipótesis
mediante los hechos así observados. Todo depende entonces de la decisión de la comunidad
científica.5
"Ha resistido la prueba de la experiencia" sería la fórmula que utiliza la comunidad científica
cuando decide que una hipótesis es aceptable. Ello quiere decir que, pese a los intentos de
refutarla, la hipótesis en cuestión ha quedado en pie (no se ha podido falsar).6 Pero ello significa que
los parámetros con que se interpretan los hechos no suscitan oposición, no desentonan con los
supuestos y presupuestos que se están poniendo a prueba.

4. Cf. I. Prigogine e I. Stengers, La nueva alianza, Madrid, Alianza, 1983.


5. La comunidad científica está constituida por los investigadores for
mados a cargo de la actividad científica. También se incluye a los que
están en formación, y por ende a los encargados de formarlos, los docen
tes. Constituyen una comunidad unida en la tarea de desarrollar la
ciencia y por las normas que regulan la actividad científica. Hay jerar
quías, reconocimientos y prestigios; así como descalificaciones y des
prestigios.
6. Cf. K. Popper, La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos,
1971.
La comunidad científica carece de elementos inequívocos que sustenten sus decisiones acerca
de la admisibilidad de las hipótesis. Encerrada entre los presupuestos de su paradigma, la
creatividad de sus hipótesis y la visión de los hechos que ese paradigma hace factible, la comunidad
científica avanza forzando a la naturaleza a entrar en sus esquemas.7 Sólo la resistencia que
encuentra en esos "fenómenos"8 ofrece alguna seguridad de haber emprendido el camino
equivocado. En cambio, si tal resistencia no se presenta, el camino parece despejarse. Puede
hablarse de un éxito que justifica la aceptación de la comunidad científica, aun cuando no exista
"verificación" que lo confirme desde un punto de vista lógico.
Si recordamos la base común entre la experimentación y la tecnología en relación con la
capacidad de predicción de las leyes, puede entenderse cuál es el sentido de utilizar la palabra 'éxito'.
La experimentación fuerza a los fenómenos a responder sus preguntas. Pero en la pregunta ya
está presente el

7. Los físicos modernos "comprendieron que la razón no conoce más


que lo que ella misma produce según su bosquejo; que debe adelantarse
con principios de sus juicios, según leyes constantes y obligar a la natu
raleza a contestar sus preguntas, no empero dejarse conducir como con
andadores; pues, de otro modo, las observaciones contingentes, los he
chos sin ningún plan bosquejado, no pueden venir a conexión en una ley
necesaria, que es sin embargo lo que la razón busca y necesita. La razón
debe acudir a la naturaleza llevando en una mano principios, según los
cuales tan sólo los fenómenos concordantes pueden tener el valor de
leyes, y en la otra el experimento, pensado según aquellos principios; así
conseguirá ser instruida por la naturaleza, mas no en calidad de discípulo
que escucha lo que el maestro quiere, sino la deljuez autorizado que obliga
a los testigos a contestar a las preguntas que les hace. Y así la misma fí
sica debe tan provechosa revolución de su pensamiento, a la ocurrencia
de buscar (no imaginar) en la naturaleza, conformemente a lo que la
razón ha puesto en ella, lo que ha de aprender de ella y de lo cual por sí
misma no sabría nada", I. Kant, Crítica de la razón pura, prólogo de la 2a.
edición de 1787 (el subrayado me corresponde). Cf. también M. Heidegger,
La pregunta por la cosa, Buenos Aires, Alfa, 1975.
8. Fenómeno: lo que aparece, lo que se manifiesta. Pero que aparece
bajo ciertas condiciones que lo hacen posible.
tipo de respuesta que se busca. La tecnología manipula los hechos para que respondan a nuestra
voluntad, a nuestros fines. Logra imponer una disposición de las cosas. A veces la respuesta se
amolda a la pregunta, ¡eureka! A veces la disposición es la esperada: ¡eficacia! A veces, ni lo uno ni
lo otro: ¡error! A veces, hay únicamente logros parciales: ¡problema!
La semejanza entre la experimentación y la tecnología no es casual. Emparenta la investigación
teórica y la práctica, la ciencia pura y la tecnología. Más aun, sugiere que el conocimiento
científico, "puro", y su aplicabilidad no están disociados, sino que forman una unidad. El éxito en
la manipulación de los fenómenos es de la misma índole en la experimentación que pone a prueba
las hipótesis que en la tecnología.
No existe una transformación por la cual se pasa del conocimiento teórico al práctico,
agregándole al primero una orientación práctica que dé lugar a las aplicaciones sociales. El
conocimiento teórico es práctico, puesto que requiere de la experimentación para asegurar su
plausibili-dad. Ésta se manifiesta en su capacidad de operar sobre los hechos y acomodarlos
según sus elucubraciones, de la misma manera que lo hace la tecnología. Pero su plausi-bilidad
está dada por su capacidad de ordenar y acomodar los fenómenos eficazmente.
El éxito en la manipulación de los fenómenos sustenta la aceptabilidad tanto de una hipótesis
cuanto de un procedimiento tecnológico. Inclusive, se requieren mutuamente.9 Sin embargo, se
pretende separar como dos cosas diferentes la verdad y la utilidad científica, cuando la verdad
científica, podríamos decir, promete que será útil, pues asegura que los fenómenos responderán a
sus exigencias.

9- Algunos estudios de "ciencia pura" requieren tecnologías especiales. Algunos lanzamientos espaciales tienen fines
teóricos, pero son posibles gracias a la tecnología de la cohetería, del radar y de la informática. Cuestiones de "ciencia
aplicada" plantean problemas teóricos que llevan a nuevos avances o a reformulaciones de teorías científicas; etcétera.
Pero entonces la garantía de verdad y la de utilidad que se atribuye a la ciencia están
interrelacionadas e integradas. Definen al saber científico, otorgándole su peculiaridad. La "ciencia
como técnica" no es diferente de la "ciencia como conocimiento".10 Ambas son una sola y única: la
ciencia moderna.
La verdad científica es un emergente de una construcción teórica que se cerciora por su eficacia,
por su éxito en manipular los fenómenos que estudia. La universalidad de la ciencia se encuentra
en la posibilidad de generar un nivel de abstracción y generalidad en sus elaboraciones que
permite aumentar su eficacia en sus aplicaciones particulares.11
Propongo interpretar que la ciencia moderna se caracteriza por extender al máximo su
exploración de las posibilidades prácticas de la soluciones a problemas. Lo hace en dos direcciones.
Explora, por un lado, las conceptualiza-ciones que suponen (o que se recrean para dar cuenta de)
ciertas formas de manipular los fenómenos, elevándose en la abstracción. Por otro, explora las
posibilidades de aplicación a la mayor cantidad de problemas posibles, haciéndose concreta.
Construye teorías y esquemas de interpretación sistemáticos que refieren a la significación teórica, a
los supuestos y las implicancias de modos de operar con la realidad. Ello le permite una
comprensión de la operación que guía la indagación de nuevas opciones prácticas dentro del mismo
marco de categorías y conceptos (del mismo paradigma). Se producen entonces avances
tecnológicos, así como en la otra dirección se formulan y perfeccionan las teorizaciones científicas.
Nuevos modos de operar o variaciones del estudiado pueden significar abrir nuevas sendas de
indagación, con nuevos y hasta cierto punto diferentes desarrollos, que completan o difieren de los
anteriores.
10. Véase nota 1 del cap. II.
11. "El dinero y la razón otorgaron el poder secular al hombre, no a pesar
de la abstracción, sino gracias a ella", E. Sabato, Hombres y engranajes,
Madrid, Alianza, 1983, p. 35.
En la vida cotidiana, se presentan distintas maneras de dar solución a los problemas
cotidianos.12 Ellas conllevan diferentes formas de entender cómo opera la realidad y cómo es. La
investigación científica toma aquellas maneras y las explora en las dos direcciones señaladas, man-
teniendo, aun en su abstracción, su conexión con la práctica. Puede encontrarlas en diferente grado
de desarrollo. Puede, incluso, generarlas por sí misma o replantear elaboraciones científicas. 13 Las
explora y saca partido de su capacidad de abstracción para lograr que adquieran un alto nivel de
eficacia. Para ello, cuenta con su propia posibilidad de conceptualización y sistematicidad. Las
diferentes formas de entender los hechos, supuestas en esas maneras o construidas a partir de
ellas, derivan de modos prácticos de afrontar los problemas humanos en las sociedades
modernas. Participan entonces del mundo de la vida al que ellas pertenecen. Sus indagaciones se
aplican a estos mundos de la vida; a veces transforman o cambian las utilizaciones que se hacían de
ellas en la vida cotidiana. Otras, introducen formas de operar originales.
Por consiguiente, la superioridad del saber científico radica en que, a diferencia de otros
saberes alternativos, provee de una verdad útil sistemáticamente desarrollada y

12. Si bien éste sería el "núcleo" desde el que la investigación científica


avanza, resulta difícil determinarlo tal cual se ha dado originariamente
en la vida cotidiana. La recuperación por parte de la ciencia de prácticas
sociales y sus mutuas influencias, ya no permiten deslindarlas total
mente.
13. Algunos ejemplos: los efectos de la presión atmosférica formulados
por E. Torricelli (1608-1647) suponen la exploración de los modos de
operar en las minas; N. Maquiavelo (1483-1527) inauguró la exploración
de las prácticas efectivas de la política; S. Freud (1856-1939) trabajó
sobre las formas de operar de la psiquiatría de su época para formular
nuevos modos de abordaje, con nuevos modos de ver los fenómenos psi
cológicos. A veces se suponen analogías entre un modo de operar y otro,
como en el caso de los desarrollos en física de concepciones biológicas, o
de la cibernética mediante las investigaciones de la inteligencia artificial.
Además, estas analogías son múltiples: la teoría de la evolución se vincu-
explorada al máximo de sus posibilidades prácticas. Por lo tanto, podría caracterizarse a la ciencia
como una elaboración teórica de y para la solución de problemas prácticos. Pero desde esta
perspectiva de interpretación, las condiciones internas de la ciencia también referirían entonces a
una finalidad social de la actividad científica. Y por ende, habilitarían la reflexión sobre ella como una
práctica social, permitiendo explicar de otra manera su triunfo.

la con el desarrollo del individuo humano, la historia de las civilizaciones y la competencia de las modernas sociedades de
mercado. Por otra parte, el pasaje actual de la consideración de un mundo de átomos a un "mundo de bits" significa cambiar la
exploración de uno a otro modo de operar con la realidad, y ese cambio no implica descartar el anterior por el nuevo, dado
que constituyen perspectivas diferentes y hasta cierto punto complementarias.
IV
LA CIENCIA COMO PRÁCTICA SOCIAL: LA EMPRESA CIENTÍFICA
El triunfo de la ciencia habla de sus éxitos. Y estos éxitos se refieren a sus reales y efectivas
contribuciones sociales.
La peculiaridad de la ciencia moderna, su carácter práctico y eficaz, justifican darle el nombre
de tecnociencia. Es su utilidad social la que avala su prestigio e influencia en la modernidad hasta
nuestros días. La interdependencia con el sistema productivo revela sus vinculaciones con el
desarrollo del capitalismo, al punto en que hoy es lícito considerar que forma parte de lo que
podríamos denominar el "orden tecnoeconómico" de nuestras sociedades.1 Hoy se patentiza que el
poder económico ya no se alimenta de las materias primas, sino de la creatividad científica.
La ciencia moderna nació en directa relación con problemas prácticos. Su institucionalización,
su despliegue y su ascendiente se vincula con la consolidación y el desa-

1. Cf. D. Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza, 1987, pp. 23-24. Por otra parte, los desajustes
entre los desarrollos tecnocientíficos y los económicos de un país no niegan esta integración, sino que la muestran en su
dinamismo, con los conflictos que suscita la vinculación de dos tipos de actividades complementarias. En el caso de
nuestro país, y en general de América latina, intervienen otros factores que aumentan los desajustes, y casi se llega hasta
la desconexión.
rrollo de la organización social, política y económica de la época moderna. Se constituyó como una
nueva práctica social acorde con otras prácticas modernas; entre todas configuraron una nueva
realidad, una nueva visión, nuevos modos de vida. Fue y es un factor relevante en el afianzamiento
y la expansión del sistema económico capitalista.
Desempeña un papel fundamental en relación con la idea de progreso moderno: incrementaría
la capacidad racional de los hombres y posibilitaría fundamentalmente la modificación de las
condiciones de vida. La apuesta moderna por el bienestar en esta vida, el ideal de construir un
Paraíso Terrenal, halla una valiosa y esencial aliada en la nueva forma de saber que representa la
tecnociencia.
Las prácticas científicas delatan la estrecha relación entre ellas y la organización económica. El
fuerte financia-miento que requiere para su despliegue constituye una inversión que se justifica en
los réditos esperados y en los ya producidos. En una sociedad atravesada en todas sus direcciones
por la exigencia de productividad y eficiencia, esta exigencia se manifiesta también en la relación
entre la tecnociencia y el capital. Las investigaciones científicas, incluso en las denominadas
"puras", quedan así comprometidas con el rendimiento que los inversores aguardan. Tal
compromiso no podría existir sin la garantía de la aplicabilidad de los resultados de los proyectos
de investigación financiados. Como contrapartida, se dan los reconocimientos económicos y el
prestigio que los científicos gozan en las sociedades desarrolladas.
Los orígenes históricos de la tecnociencia y sus prácticas reales difieren de la historia oficial de
su triunfo. Colaboran en desmentir la idea de que sea un saber desinte resado. En pleno
Renacimiento, Francis Bacon (1564-1626) podía ya declarar "la ciencia es poder", entusiasmado
con las posibilidades prácticas de la ciencia experimental.
La orientación práctica de la tecnociencia, hemos visto
ya, no es efecto de una imposición externa, ajena a sus genuinos intereses. Por el contrario, es
inmanente a ella: caracteriza su forma de conocimiento y determina su dinamismo interno. La
aplicabilidad propia del conocimiento científico, su capacidad para proporcionar soluciones efi-
cientes a problemas prácticos, explica la estrecha relación entre ella y el sistema productivo. Define
su finalidad entendida como actividad social.
Teniendo en cuenta la argumentación del capítulo anterior, podemos especificar esa finalidad
de la actividad tecnocientífica como la producción de conocimientos ins-trumentalizables para el
dominio de los fenómenos. Sus productos son instrumentos para resolver problemas prácticos y
permiten la manipulación de los fenómenos; enseñorearse de ellos para acomodarlos a voluntad. 2
Su sentido social se determina en la trama de interrelaciones que conforma con otras prácticas
sociales.
En tanto la trama social moderna se estructura bajo la forma del mercado, podemos hablar
también de la empresa científica, otorgando al término "empresa" la connotación de acción que
constantemente se reinicia y la de unidad económica del capitalismo. La tecnociencia, en esta
última significación, no es tanto una "sociedad comercial o industrial", sino una "empresa de
servicios". Posee rasgos particulares por tratarse de la producción de conocimientos.3
El desarrollo de la empresa científica, el cumplimiento de su finalidad en tanto actividad social,
conlleva la realización de tareas que se deben adecuar a ciertas exigencias o condiciones internas de
posibilidad. El seguimiento de estas exigencias o condiciones asegura el logro de la meta: los
conocimientos científicos eficaces.

2. Esa voluntad encuentra, sin embargo, límites que hoy no pueden


desatenderse, porque ponen en riesgo nuestra supervivencia.
3. Las diferencias entre los "productos científicos" y los "productos in
dustriales", dentro de ese orden tecnoeconómico, quedan hoy relativiza-
das si se piensa en la revolución de la informática.
Hay un "saber hacer" ciencia que se basa en procedimientos y normas específicas del trabajo
científico.4 La búsqueda de la verdad y los modos de cerciorarse de ella, la necesidad de poner
distancia de las urgencias más o menos inmediatas y de los intereses en juego, el modo de
comunicar los resultados y de ponerlos en discusión, así como el tipo de preparación necesaria
para el desempeño científico son algunas de estas exigencias. Constituyen reglas técnicas de
producción y de control de calidad. Su respeto en la mayor medida posible es la garantía del éxito en
la tarea emprendida: asegura la eficiencia de los productos científicos. El más acabado
acatamiento de ellas (con excelencia) definen las "virtudes" del quehacer científico.5 La eficiencia así
lograda es evaluable en relación con la finalidad de la tecnociencia
En correspondencia con estas reglas y su modo de operar se produce una división del trabajo
dentro de la empresa científica. En esta división se sustenta la separación en ciencia pura, aplicada
y tecnología. Pero cada una de las tareas correspondientes está al servicio de la eficacia en la
concreción de la finalidad de la actividad científica. Los financiamientos de la investigación "pura"
se justifican en el provecho que depara esta división del trabajo en el modo de operar de la ciencia.
Además, se puede decir que la tecnociencia es la primera empresa "global" de la modernidad,
como una actividad que no reconoce límites geográficos. Las tareas también se distribuyen en las
distintas partes del mundo, se supone que en función de las

4. También estos modos de operar en la tecnociencia pueden ser explo


rados. Las teorizaciones que tales exploraciones construyen también se
modifican. La historia de la epistemología moderna revela esas modifica
ciones en las teorías sobre la ciencia. En este sentido, se podría diferen
ciar entre la "epistemología", dedicada al estudio de los modos de operar
de la ciencia, y la "filosofía de la ciencia" que procuraría abarcarla en una
visión más global como actividad social.
5. Saber cumplirlas con excelencia definiría la virtud del investigador.
Los griegos llamaban areté, que se traduce precisamente por virtud, a
esta excelencia en el cumplimiento de una tarea,
presuntos recursos para el desarrollo científico con que cuenta cada lugar.
Desde esta perspectiva, resulta entonces que, al caracterizarla como un saber desinteresado, la
versión hegemó-nica de la tecnociencia confunde las exigencias internas de la actividad científica
con su finalidad. Desconoce así la peculiaridad de la ciencia moderna. Con ello produce una
deformación mistificadora. Encubre que la empresa científica se inscribe en un proyecto histórico y
que desempeña un papel social vinculado con el aparato productivo, con el cual está integrada.
Oculta la determinación de la actividad científica por el valor de la productividad y la eficiencia.
Impide que el científico tome conciencia de su ubicación efectiva en la sociedad. Evita, finalmente,
que asuma su responsabilidad social en cuanto científico.
La desconexión entre la práctica tecnocientífica y el juego de intereses y poderes sociales,
supuesta por la concepción predominante, crea una aureola de pureza alrededor de la ciencia
moderna que la realidad de esas prácticas rechaza. La inevitabilidad de contar con subvenciones
hace que la empresa científica participe del mercado. Por tanto, depende de la oferta y la
demanda.
Los proyectos de investigación no sólo deben cumplir con las exigencias internas de la
tecnociencia, sino que también deben adaptarse a las demandas o de alguna manera generarlas.
El prestigio del equipo de investigadores o de la institución patrocinante, sus últimos logros,
premios y financiamiento obtenidos, la línea de investigación que viene desarrollando, y de donde
se derivan sus éxitos y reconocimiento, son algunos de los factores que colaboran para hacer la
oferta más interesante para los inversores.6 Pero también ayudan las relaciones, contactos y
vinculaciones. Todo ello en competencia con otras unidades de investigación en busca de
financiamiento.

6. En este contexto se explican las peleas por ser reconocidos como el primer equipo de investigación que ha logrado
determinado éxito.
La producción tecnocientífica, desde la gestación de un proyecto hasta su aplicación en la
sociedad, responde entonces a un mercado, donde competitivamente debe ofrecerse a la venta. Debe
tener en cuenta las demandas de los posibles compradores, cuando no es la demanda misma la que
origina la propuesta de un desarrollo científico.7 Pero la voluntad del poder económico y político
interactúa con el poder que la empresa científica genera para sí Existe por ende un juego de poderes
con reglas propias. Los poderes extracientíficos respetan la dinámica interna de la ciencia, al menos
hasta cierto punto.8 Se patentiza aquí la compenetración de la tecnociencia en el "orden
tecnoeconómico" de la sociedad.
Las instituciones científicas necesitan adaptarse a las orientaciones del mercado. Las
decisiones acerca de tal adaptación, y del grado en que se haga, pertenecen total mente al campo
científico, y es una decisión con una innegable dimensión ética. En ella están implicados no sólo el
dinamismo interno de la ciencia, sino además los efectos que sobre toda la sociedad pueden tener
las aplicaciones resultantes. Se juega la libertad de los investigadores y la de todos los
involucrados directa o indirectamente, en forma inmediata y mediata.
Sin embargo, la concepción de la "ciencia martillo" pretende defender la neutralidad ética de la
ciencia y de los científicos. Atribuye responsabilidad por los problemas de las aplicaciones sociales
de la tecnociencia a las resolución de los "decididores", a decisiones extracientíficas. De este modo,
disculpa a la actividad científica y endilga a otros la carga de la responsabilidad. Ahora vemos que
esta concepción no puede sostenerse, una vez que se inserta la actividad científica en la sociedad
y se toma en considera-

7. Muchos avances tecnológicos que hoy impactan en la vida cotidiana


surgieron de investigaciones militares.
8. Por ejemplo, las aplicaciones adelantadas de ciertos avances, vg. en
la investigaciones farmacológicas, aún no acabadamente asegurados en
su eficiencia, responden a urgencias del mercado.
ción su orientación práctica. Entonces se hace evidente el nexo existente entre la producción de
conocimiento científico y las aplicaciones de sus productos a la sociedad.
La empresa científica, por lo tanto, no es una esfera autónoma, que se desenvuelve únicamente
conforme a su propia lógica interna. Ni sus productos son ascéticos y neutros, ni tienen un uso
social beneficioso o perjudicial consecuencia únicamente de disposiciones posteriores e
independientes de la tecnociencia. Son fabricados y salen de fábrica, por decirlo así, con el sello de
su utilidad social y en complicidad con las finalidades a las que podrán servir.
Se hace necesario entonces reconsiderar las disculpas y redistribuir las responsabilidades.
V
ÉTICA Y CIENCIA: ¿CULPABILIDAD O RESPONSABILIDAD?
El intento de hallar un lugar para la ética1 en el ámbito de la tecnociencia no elimina las dificultades.
Ocurre lo mismo en cualquier ámbito de las sociedades contemporáneas. Las demandas éticas nos
reclaman sin que entendamos demasiado bien en qué consiste hoy su requerimiento, sin tener
claro qué podemos, o mejor, qué debemos hacer al respecto.
Nuestra crisis actual es una crisis ética. No sólo estamos confundidos acerca de lo que
debemos hacer, sino que además la referencia a la ética nos sume en la ambi valencia. Genera
incertidumbre y desconfianza. Se duda de su utilidad, aun cuando participemos en las denuncias
de su incumplimiento y en la convocatoria a guiar ética-

1. 'Ética' y 'moral' son dos términos que suelen diferenciarse. Desde una perspectiva, la 'moral' se considera el conjunto
de normas, valores, actitudes, creencias de un grupo o sociedad; en cambio, la 'ética' alude a la reflexión sobre la moral y
equivale a la filosofía moral. En la tradición hegeliana, la 'moralidad' es abstracta y está encerrada en la conciencia, y la
'eticidad' es la moralidad encarnada en un pueblo en vinculación con un orden político. También se suele otorgar una
connotación individual a la moral y social a la ética. A los fines de este escrito, utilizaré ambas expresiones como sinónimos,
y me referiré con mayor asiduidad a ética'. Considero que el uso social de las palabras a veces las vacía de sentido y su
utilización provoca reacciones negativas. Creo que esto ocurre hoy en nuestra sociedad con 'moral'.
mente nuestro comportamiento. Por un lado, la falta de ética (parecería que siempre de los otros)
justificaría nuestras posibles faltas. Por otro, nos percatamos de la necesidad de sus regulaciones.
Nuestra experiencia histórica nos hace sospechar de las alusiones a nuestros deberes
morales. Evocan la represión y la hipocresía, la manipulación y la defensa conservadora e
interesada de prácticas e instituciones. O bien, parecen invocar el cumplimiento de deberes
incondicio-nados cuyo acatamiento requiere actitudes excepcionales, casi heroicas, tan extrañas a
nuestra cotidianeidad. Y sin embargo...
El ethos moderno se configura a partir de la idea de individuos que liberados de toda tutela
(Dios, iglesia, amo) o limitan sus conductas por sí mismos, autónomamente, o mantienen una
guerra salvaje de todos contra todos, donde ni los más fuertes y astutos pueden asegurar su su-
pervivencia. Este dilema de hierro parece reiterarse hoy.
La respuesta moderna a tal dilema opta por la solución que ofrece el orden político-jurídico,
democrático,2 junto con la moralidad. El primero garantiza, mediante el monopolio de la fuerza (el
poder de sanción y castigo que el Estado se reserva contra el incumplimiento de las leyes
positivas), las condiciones mínimas de una convivencia en que la conservación de cada cual esté
asegurada. Complementariamente, se eleva ese mínimo, con la autoimposición de límites en la
interacción.
La moralidad consiste en las regulaciones de nuestras conductas para una convivencia
armoniosa. Regulaciones que cada uno decide seguir con la expectativa de que los otros harán lo
mismo. Las normas morales, las que regulan nuestros derechos y deberes en relación con el prójimo,
deben ser entonces compartidas. A diferencia de las nor-

2. Aun el monarca absoluto de Th. Hobbes, el Leviatán, supone el libre consentimiento de los participantes en el contrato
que constituye la sociedad civil.
mas legales, no dependen para garantizar su acatamiento de la coacción externa (la amenaza de
sanción por incumplimiento), sino de la dirección interna del comportamiento. Aquí se encuentra la
razón del mérito y de la debilidad de la obligación que generan las normas morales.
El doble aspecto de las normas morales —deberes au-toimpuestos individualmente y al mismo
tiempo compartidos, de carácter social— exige que ellas se determinen teniendo en cuenta el
derecho de cada uno, que se respete la libertad de todos. Se trata de restringir nuestras con -
ductas, cuando afectan a los otros en su libertad, considerando al próximo como persona
autónoma3 con igualdad de derechos y obligaciones.
No obstante, este núcleo de la moralidad moderna queda en parte oscurecido por las formas en
que las vicisitudes históricas permitieron desplegarlo. Y ello ya desde los comienzos de la
modernidad.
La dicotomía entre lo conveniente y el deber, con la descalificación ética del primer término,
erige una barrera que dificulta la búsqueda de respuestas a los conflictos éticos concretos. Las
obligaciones morales se distanciaron de los problemas concretos que motivan la necesidad de su
acatamiento, debido a la competencia histórica con la moral religiosa y a una sensibilidad, quizá
excesiva pero justificable en la época, frente a la debilidad de obligaciones secularizadas (sin el
respaldo de la omnipotencia divina). Aún hoy, los conflictos que plantea el mercado y su dinámica
se visualizan ajenos a los planteamientos morales, cuando son esos conflictos los que reclaman
regulación ética.
Los problemas morales surgen en la convivencia y ésta se encuentra, en las sociedades
modernas, atravesada en todas sus direcciones por las relaciones de mercado. Con la separación
entre lo conveniente y el deber se dificulta la

3. 'Autónomo' (de nomos, 'ley' en griego): colocarse por sí mismo {autos) el límite de la ley. Lo contrario es 'heterónomo'.
moderación y restricción del salvajismo siempre posible en dichas relaciones. Además se engendra
un doble discurso: el de los enunciados morales, que solamente suelen declararse, y el de la
búsqueda habitual de la conveniencia, que queda librada a su propio impulso, demasiadas veces
ciego.
Como todas las crisis, nuestra crisis ética muestra la inadecuación de lo viejo y perfila algo de
lo nuevo. Creo que lo nuevo se presenta por el lado de la recuperación del ethos moderno en lo que
aporta para una moralidad construida por y para hombres de carne y hueso, que acepta el
desencantamiento del mundo, que reconoce que no va quedando ya lugar para instancias
teológicas más o menos secularizadas.4
La apuesta moderna por este mundo, por el mundo profano como horizonte efectivo de la vida
humana, lleva a entender la ética en sentido terrenal y desencantado como una forma de responder
a los problemas suscitados por la convivencia en una sociedad regida por el mercado y
constituida por individuos iguales y autónomos que buscan su autoconservación5 en una vida
digna.
La ética se convierte así en una dimensión de la toma de decisiones —una dimensión
invariablemente presente, aunque no siempre tomada en cuenta—, que atiende a los derechos de
los implicados y a las consecuencias que acarrean esas decisiones para la libertad de todos. Si de
este modo pierde la ética su capacidad de provocar encantamiento y fascinación, gana en
aplicabilidad y concreción. Facilita su consideración cotidiana.

4. Cf. M. Heler, "Conflicto y racionalidad en el ethos moderno", en Mi-


chelini, San Martín y Wester (eds.), Ética, discurso y conflictividad. Home
naje a Ricardo Maliandi, Rio Cuarto, Universidad Nacional de Rio Cuarto,
1995, pp. 269-288.
5. En el mundo profano, el único fin de la vida humana es la autocon
servación, la preservación en el ser. Pero en la modernidad, tal fin no sólo
se entiende como la simple sobrevivencia, sino también como la realiza
ción del individuo, la actualización de todas sus potencialidades.
El supuesto fundamental de esta perspectiva del ethos moderno se halla en la autonomía. La
concepción de un individuo autónomo supone que los hombres nos regulamos por normas que nos
hemos impuesto a nosotros mismos. Al menos en algunos de sus tipos, también es una propiedad
que pueden poseer las instituciones. 6
La idea de autonomía refiere a la de responsabilidad. Se es responsable por poseer poder y
voluntad propias: cuando, para tomar una decisión, se pueden considerar cursos de acción
alternativos y elegir uno entre ellos, siendo capaz de justificar la opción efectuada así como de
hacerse cargo de las consecuencias de la acción resultante. Con este último aspecto, como veremos,
se vincula la idea de culpabilidad.
La justificación de una acción responsable se realiza apelando a normas apropiadas de
conducta. Pero la validez de tales normas también depende de una decisión autónoma, dado que, en
la modernidad, tal validez no cuenta con el respaldo de una autoridad incontrovertible. Si se trata

6. Podemos sintetizar la idea de autonomía con la fórmula "por uno mismo", diferenciando algunas de sus
manifestaciones. Hablamos de pensar por uno mismo, de desarrollar un pensamiento independiente. Se trata de la
autonomía intelectual Este tipo de autonomía posee una relevancia básica para el tecnocientífico. En segundo lugar, por uno
mismo se puede decidir (es un derecho de los ciudadanos de las sociedades modernas) acerca de la forma de vida que
asumimos, afirmando y desarrollando una identidad. Además, tal identidad puede ser la de un individuo tanto como la de
un grupo o de una institución. El tipo de leyes que nos autoimponemos en esta forma de autonomía son las reglas de
comportamiento que seguimos para dar forma a nuestra vidas (las de cada uno), por propia decisión o en las instituciones,
por consensos (explícitos o implícitos). Los tecnocientíficos gozan de esta autonomía, y, también, la institución tecnociencia.
Finalmente, podemos diferenciar de las dos ya mencionadas la llamada autonomía moral. Ésta consiste en autoimponemos
límites en la interacción. A través de ella nos imponemos normas morales. Este tipo de autonomía, como ya hemos señalado,
demanda que cada uno, "por uno mismo", restrinja su libertad, al mismo tiempo que existe la expectativa de que los otros
también lo harán. La convivencia dentro del ámbito de la ciencia y ella dentro de la sociedad requiere esta autonomía moral.
de normas morales, la decisión en cuestión debe tener en cuenta el ya señalado doble aspecto de
esta clase de normas (el ser autoimpuestas y el ser compartidas). Son entonces regulaciones que
deben ser consensuables. Por otra parte, las constantes novedades e innovaciones que acarrea la
modernidad, motivadas muchas veces por los avances tecnocientíficos, plantean situaciones inéditas
para las cuales no existen normas ya reconocidas como válidas. 7 La responsabilidad incluye por
ende una actitud crítica en cuanto a la aplicabilidad de la norma a la situación con-flictiva como
en cuanto a las normas mismas.
La presunta neutralidad que la versión oficial establece para la tecnociencia anula su
responsabilidad y la de los científicos. La toma de decisiones acerca de la utilización de sus
productos se califica de extracientífica. Para la concepción predominante, el científico en cuanto
tal poseería primariamente responsabilidad frente a las decisiones internas, en relación con las
cuestiones que le plantea el desarrollo de su especialidad. Tal responsabilidad remite a su
honestidad intelectual basada en el cumplimiento de las reglas internas de su actividad, con
ejercicio de la autonomía intelectual. Por otro lado, el prestigio social de la ciencia se transmite al
científico, originando derechos y deberes que ya no tienen relación directa con su tarea específica,
sino con el papel social que desempeña. Si se le solicita su opinión sobre temas de su especialidad
como profesional, como experto, actúa como científico y su obligación consiste en aplicar su saber
ateniéndose también a la honestidad intelectual. Finalmente, siguiendo con la versión oficial,
puede intervenir usufructuando su prestigio en función de objetivos extracientíficos. En tales situa-
ciones no actúa como científico, sino como ciudadano. La responsabilidad por su accionar coincide
entonces con la

7. En estas situaciones, se suele creer que alcanza con que se regulen jurídicamente, cuando la orientación de las
disposiciones de una ley jurídica se hallan en una regulación moral.
de cualquier hombre, si bien las prerrogativas de que hace uso deberían aumentar sus obligaciones.
En tanto deja de independizarse la tarea propia del científico de la utilidad social del
conocimiento que produce, en cuanto se admite la vinculación de todo el proceso de producción
tecnocientífica con la finalidad que la caracteriza como actividad social, y que impacta potente-
mente en la sociedad, entonces se modifica el sentido de la responsabilidad atribuible a la
tecnociencia y al científico. La carga de la responsabilidad no puede ya considerarse solamente
extracientífica.
El compromiso con las aplicaciones sociales es inmanente a la tecnociencia. Sus decisiones no
deben restringirse a la dinámica interna de su actividad, conforme a las propias reglas de
producción y control de calidad. La dimensión ética de esas decisiones debe ser objeto de re-
flexión en las deliberaciones de la comunidad científica.
La supuesta neutralidad moral de la actividad científica ya no puede refugiarse en la pureza y
el desinterés de su producción, ni los expertos en el carácter "técnico" de su intervención. El
conocimiento técnico, el tipo de conocimiento que elabora la tecnociencia, afecta derechos y fa-
vorece o perjudica la libertad de todos. Los daños accidentales, las consecuencias no deseadas de
las aplicaciones sociales de la ciencia, son también responsabilidad de los científicos, porque con
las decisiones que toman acerca de sus investigaciones eligen asumir el riesgo. La responsabilidad
intelectual del científico en tanto científico es también responsabilidad moral
¿A quién entonces atribuir responsabilidad: a la empresa científica, a los científicos o a ambos?
La empresa científica constituye una comunidad en el sentido de que es una institución social
donde el bienestar de cada uno de sus miembros está ligado al bienestar de la institución. El
"bienestar" básicamente refiere aquí a la posibilidad del adecuado desempeño profesional del cien-
tífico y al desarrollo de la tecnociencia, respectivamente. El
desarrollo profesional y el de la empresa científica son in-terdependientes. La comunidad científica
supone cierta forma de solidaridad: brinda una unidad prevaleciente que se mantiene frente a
conflictos y desacuerdos.
La empresa científica además puede considerar cursos de acción alternativos, elegir uno de
ellos, justificarlo y hacerse cargo de las consecuencias. Esta posibilidad de su accionar se concreta
a través de sus vicarios, es decir, de los miembros de la comunidad científica que toman decisiones
en nombre de ella.8 La tecnociencia es por consiguiente responsable, y también lo son
individualmente los tecnocientíficos.
¿Qué significa esta responsabilidad en la práctica científica concreta?
El científico es el individuo apto para realizar las tareas de la empresa científica, y está
habilitado para actuar vicariamente por ella, con el acuerdo de la comunidad científica. Luego del
período de formación estipulado por la institución, se halla capacitado para desempeñarse en la
función que se le atribuya de acuerdo con la dinámica institucional. Ha recibido, conserva,
restituye y recrea en sus conductas las pautas que gobiernan las prácticas científicas. Los
miembros de una institución son conformados como tales por la institución a la que pertenecen.
El científico es un "sujeto sujetado" a los fines, pautas y exigencias de la empresa científica.
Formado por y para la institución ciencia, es el soporte de ésta. Los controles de la sociedad
disciplinaria global se repiten adaptados en la empresa científica. 9 Homogeneizan el accionar de sus
miembros en los distintos niveles de la actividad científica.10 Se distribuyen en dispositivos de
control que tejen la

8. Cf. para el tema de la responsabilidad de las instituciones M.T.


Brown, La ética en la empresa. Estrategias para la toma de decisiones,
Buenos Aires, Paidós, 1992, en especial, pp. 43-52.
9. Cf. M. Foucault, Vigilar y castigar, México, Siglo xxi, 1975.
10. Podría quizá establecerse alguna vinculación entre la búsqueda, por
parte de los epistemólogos, de un único método científico y los controles
red de las condiciones de posibilidad de las relaciones institucionales. El individuo anuda sus
conductas como científico en la trama ya establecida de la institución ciencia, conservando con
matices y variaciones el dibujo del tejido institucional. Los dispositivos de poder se extienden en
una reciproca vigilancia de los miembros de la empresa científica, que condena las desviaciones a la
marginación y la exclusión. Las jerarquías, conforme a pautas de movilidad estrictas, junto con las
publicaciones, los premios y los subsidios, fijan los mecanismos de reconocimiento dentro de la
institución, previendo etapas a cumplir en la carrera profesional. Las exigencias internas
contribuyen . en este sentido también a unificar y uniformar las prácticas científicas.
Todos estos dispositivos institucionales y el consecuente disciplinamiento constituyen
como tales a las prácticas científicas y a los miembros de la comunidad científica. Pero no
convierten ni a aquélla en una máquina de movimiento permanente y uniforme, ni a estos en au-
tómatas preprogramados. Dan sentido y unidad a la empresa científica. Pero quedan muchas
decisiones a tomar, para las que es necesario ejercer la responsabilidad como profesionales
autónomos.
En este sentido, el modelo de la "ciencia martillo" recubre engañosamente la práctica científica
y el accionar de los tecnocientíficos bajo el manto tan poco humano de la neutralidad moral,
dejando que la inercia de la actividad científica continúe desatendiendo su compromiso con las
consecuencias sociales de su desarrollo. Quizá en otra época, la consolidación y el avance de la
ciencia moderna necesitaron ser defendidos contra los intentos de paralizarlos en nombre de
requerimientos disfrazados de morales. Hoy ya no es esa la situación de la tecnociencia.

disciplinarios de la institución científica. Feyerabend denuncia como perniciosa y falaz esa búsqueda de una unidad
metódica de la ciencia. Cf. por ejemplo P. Feyerabend, ¿Por qué no Platón?, Madrid, Tecnos, 1985.
Si la autonomía moral en el ethos moderno exige no sólo imponerse por sí mismo la norma que
regula nuestra conducta, sino también cerciorarse de su validez, la reflexión ética en la toma de
decisiones conduce a asumir la responsabilidad de una búsqueda de la moralidad. Una búsqueda
que comienza con la discusión de la dimensión ética de la práctica científica y en la que
corresponde hacerse cargo de las consecuencias de las decisiones así alcanzadas. Y significa
hacerse responsable para reparar, y no para castigar (salvo en caso de negligencia) los errores e
inadecuaciones, o efectos perjudiciales de nuestras acciones y omisiones; para reparar, revisar y
modificar nuestras decisiones, nuestros supuestos y valores; para mantenernos vigilantes ante
nuestra falibilidad.
La recompensa y el castigo pertenecen a una moral impuesta, heterónoma, que procura
manipular el comportamiento de los individuos conforme a designios que se pretenden nobles.
Una ética para nuestro tiempo requiere la capacidad de reparación que personas autónomas pue-
den desplegar siendo responsables, buscando la moralidad.
Los científicos no están solos en esa búsqueda. Se trata de una responsabilidad social que
comparten con los detentadores del poder político y económico, pero también con los ciudadanos
afectados por los beneficios y los perjuicios del desarrollo de la empresa científica. Es entonces una
tarea colectiva.
La tecnociencia no es por ende culpable, pero sí responsable.
APÉNDICE
LA BELLA Y LA BESTIA*

El relato de la Bella y la Bestia puede servir como alegoría para una reflexión sobre la relación
entre la ciencia y el poder, identificando a la Bella con la ciencia y a la Bestia con el poder.
Aunque a diferencia del relato tradicional, con su versión de dibujos animados, no nos
encontraremos al final con la transformación de la Bestia en un bello principe como consecuencia
del amor de la Bella.
Por un lado, tenemos la pureza, la integridad, la sensatez y, por otro, la violencia, la astucia,
la lucha y la conquista. Frente a la crueldad y la oscuridad del feroz poder, ocupado únicamente
en su conservación y crecimiento, se encuentra la luminosidad y la cordura de la inmaculada
Bella que busca y vive en el amor. La ciencia ama sólo la verdad, y, guiada por la razón, se
empeña en su búsqueda y hasta se sacrifica por ella.
Hace aproximadamente unos trescientos años surgió la fantasía del idilio entre la Bella y la
Bestia, de un idilio con final feliz. La unión de la ciencia y el poder sería be-

* Exposición en la mesa redonda sobre "Ciencia y poder", con la participación de G. Klimovsky y A. Argumedo, organizada
por el Club de Oyentes del programa radial de Gustavo López, en la Fundación Gandhi, 21 de julio de 1992.
neficiosa para la humanidad. Permitiría la creación del paraíso, del Reino de los Cielos, aquí en la
Tierra. Cuando se celebraran las nupcias de la ciencia y el poder, serían superadas todas las
dificultades, la salvación sería terrenal, realizándose toda la felicidad humana en este mundo.
Para la concreción de esta fantasía, la Bella debía influir sobre la Bestia. La ciencia
transformaría al poder en un bello y razonable príncipe. Mientras tanto, la Bella, en su fragilidad,
seguiría sometida a la violencia del poder, quien impondría sus deseos, siguiendo con su manejo
rudo e insensato. Lo importante era mantener a la ciencia inocente e inmaculada hasta el desenlace
feliz: el crecimiento y expansión de su belleza y luminosidad. Aún hoy, se intenta conservar la
pureza de la ciencia frente a la Bestia. Aún hoy se pretende que nada tenga que ver con el poder.
La Bella se presenta como el saber por el saber mismo. Esta caracterización de la ciencia
corresponde a una época remota: la Grecia clásica. Se concibió hace dos mil quinientos años en una
sociedad esclavista donde el saber era patrimonio de una minoría que poseía ocio. Precisamente,
porque poseían tiempo libre podían dedicarse a conocer; no pasaban necesidades ni les
preocupaban las condiciones de trabajo de los esclavos. Bajo esas circunstancias, inventaron tal
definición de episteme (ciencia, en griego): la de un saber desinteresado, de un saber cuyo objetivo
no fuera otra cosa que el saber mismo.
Pero cuando hoy hablamos de ciencia no pensamos en la ciencia de los griegos, sino que
hablamos de la ciencia moderna, y entre aquel saber y la ciencia moderna se ha producido un
cambio radical.
La ciencia moderna, ya desde sus inicios, incluso siendo un proyecto más que una realidad,
seduce y enamora en tanto se capta, al decir de Bacon, que "el saber es poder". Primer contraste
con la imagen de inocencia y desinterés de la Bella frente a la Bestia: la ciencia es un saber que al
mismo tiempo es poder.
La ciencia moderna no es el saber de los griegos. No lo
es precisamente porque busca leyes y el saber de estas leyes otorga poder. Aristóteles consideraba
que la ciencia consistía en un saber de las causas; era un saber que podía dar razones de su
verdad. Tal caracterización es aplicable también a la ciencia moderna, a nuestra ciencia actual. La
diferencia entre ambas se halla en que la ciencia moderna procura hallar las causas en las leyes que
regulan los fenómenos.
La ley expresa las relaciones invariantes entre los hechos, las relaciones que permanecen
idénticas en todas las manifestaciones del mismo tipo de fenómenos. Las leyes expresan las
regularidades de la naturaleza. El saber sobre esas relaciones invariantes otorga a la ciencia
capacidad de predicción, y esta capacidad es la que brinda a la ciencia su poder.
Una vez establecida una ley, si una parte de la relación está dada y se produce la otra parte de la
relación —y lo que es más interesante, es posible que los hombres la produzcan o eviten su
aparición—, puedo decir con anticipación cuál será el resultado. Dada la relación invariante entre
un metal y el calor, puedo predecir la dilatación de un metal que sufre los efectos del calor. Si
interpreto que un hecho es una fuerza y observo que a ese hecho se le opone otra fuerza de sentido
contrario y de igual o mayor intensidad, es correcta la predicción que afirma que el primer hecho
interpretado como una fuerza se detendrá. Más aun, la segunda fuerza puede existir y puedo
entonces eliminarla, si no deseo que la primera fuerza se detenga. O bien, crear la fuerza opuesta, si
mi interés consiste en frenarla. Un río es interpretable como una fuerza. Puedo entonces
encauzarlo para evitar que se estanque en un obstáculo (fuerza contraria) e inunde las zonas
aledañas; o bien puedo contener el río con una represa, etc. Reuniendo el conocimiento de varias
leyes y de distintos ámbitos se puede diseñar una nave espacial y predecir su trayectoria bajo
determinadas condiciones (la presión atmosférica, la atracción orbital, el diseño de la nave, el tipo de
aleación
con que se construirá, etc.). De esta manera se hace posible arriesgar el lanzamiento de hombres al
espacio.
Gracias a las leyes científicas podemos construir rascacielos, trasladamos fácilmente a lugares
remotos, curar enfermedades y prolongar la vida humana, comunicarnos a larga distancia en
tiempo real, hacer más confortable la existencia; y podríamos seguir enumerando.
Es en este sentido que el saber es poder. El conocimiento científico, con su capacidad de
predicción, permite que dominemos a nuestra voluntad los fenómenos. Aun cuando se continúe
definiendo a la ciencia moderna como un saber por el saber mismo, la ciencia moderna es el tipo de
saber que convierte en realidad la frase de Bacon: el saber es poder.
Para los griegos, la ciencia es un saber independiente y mucho más valioso que la técnica. La
téjne (la "técnica" en griego) es un hacer que supone un saber transmitido de generación en
generación y que mejora por las innovaciones ocasionales de los artesanos más capaces. Con la
ciencia moderna, en cambio, el saber científico se prolonga en técnica. El resultado es nuestra actual
tecnología.
En el siglo XVIII, la Ilustración explícita la apuesta que la modernidad realiza por el dominio de
la naturaleza a través del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Cuando se habla de "Ilustración",
se la piensa como una etapa determinada de la historia moderna. Sin embargo, debe mos tener en
cuenta que el proyecto, las ideas, formuladas por la Ilustración en el siglo XVIII, continúan teniendo
vigencia, siguen operando hoy en nuestra actualidad.
¿Qué pensaban los ilustrados? Pensaban que la ciencia era un producto de la razón humana y la
razón era la capacidad del hombre que le permite sobrevivir en la naturaleza. Aquí podríamos
retomar el mito de Prometeo. Éste roba a los dioses la técnica y el fuego para entregárselos a los
hombres. En el mito se cuenta que Epimeteo, hermano de Prometeo, ha repartido todos los dones
entre las especies animales. Pero se ha olvidado del hombre. Mientras
las otras especies han recibido las disposiciones que en proporción a los peligros que deberán
afrontar garantizan su supervivencia, el hombre permanece desnudo. Sin embargo, él también debe
sobrevivir como todas las especies creadas. Prometeo resuelve el error de Epimeteo con el robo a
los dioses del fuego y la técnica. Entrega a los hombres estos elementos que simbolizan la razón y
el saber para utilizar el fuego transformador en la satisfacción de sus necesidades.
La Ilustración entiende que la razón humana es la encargada de solucionar los problemas de
los hombres para que puedan sobrevivir en un mundo hostil. La ciencia, como producto de la
razón, suministra el saber que permite dominar la naturaleza y controlar las relaciones sociales
para que la humanidad exista, se desarrolle y perfeccione. De esta forma, los productos científicos
evitarán las hostilidades de la naturaleza, protegerán al hombre; prevendrán las catástrofes e
inclemencias naturales, disminuirán el dolor y la enfermedad, incluso ordenarán la vida social
para armonizar la convivencia y promover la felicidad individual.
Resulta entonces que la ciencia no es un saber desinteresado, desarrollado por sí mismo, sin
ninguna otra intención. Por el contrario, la ciencia moderna posee una finalidad extracientífica:
una finalidad que no se le agrega luego, sino que es inherente a la ciencia moderna. Ésta nace y se
desarrolla signada por la finalidad de recrear un mundo que esté al servicio del hombre, de su
supervivencia y de su desarrollo y perfeccionamiento, mediante el dominio de la naturaleza.
La ciencia moderna es un tipo de saber que encaja en el proyecto de la Ilustración y constituye
una herramienta fundamental para la concreción de tal proyecto. Desde nuestra perspectiva actual,
el proyecto ilustrado ha tenido éxito. Pero lamentablemente es un éxito a medias.
Si no pueden negarse los beneficios obtenidos gracias a los desarrollos científico-tecnológicos,
tampoco pueden
negarse los perjuicios. La supervivencia de la especie humana, objetivo prioritario, está hoy
amenazada.
La Bella de nuestro cuento se presenta ahora con rasgos impensados. La imagen machista de la
mujer bella y un poca tonta, que sólo cuenta para su defensa con su belleza, su castidad y el amor,
se rompe. Exhibe ahora su poder: su capacidad de seducción y encantamiento radica en su
capacidad de proveer instrumentos para el dominio de la realidad.
Sin embargo, aún hoy se intenta defender que la Bella no puede tener elementos de la Bestia.
Nos resistimos a creer en este planteamiento que quiebra la imagen de la ciencia bella, inocente e
inmaculada. Pareciera que debe haber alguna falla en este planteamiento que introduce el poder en
la imagen acostumbrada de la ciencia.
Se dice entonces que los productos de la ciencia (aquello que la ciencia produce: el saber
científico-tecnológico) no es bueno ni malo. Es la utilización de esos productos la que resulta buena
o mala, y la utilización es responsabilidad de los que tienen poder político y económico. La Bestia
de nuestra historia hace su reaparición (la música de nuestra película debería crear un clima de
suspenso y terror).
La ciencia, en tanto proporciona las leyes y desarrolla mediante la tecnología la forma de su
aplicación para el dominio de la naturaleza, está suministrando los medios o instrumentos para la
concreción de fines. Pero estos fines no son científicos. Son propuestos por la sociedad, y en
especial por los factores de poder de la sociedad: por la Bestia.
El estudio de los genes nos brinda las leyes de la vida. Estas leyes dan una información que
incluye el modo de manipular los genes. Tal información puede ser utilizada para curar
enfermedades congénitas o bien para crear una raza superior que sojuzgue a los demás hombres.
Pero que sea aplicada en uno u otro sentido ya no depende de la ciencia. Los productos
científicos se utilizan para fines
extracientíficos, para fines del poder. Son fines de la Bestia, pero no de la Bella. El poder se
aprovecha de los atributos y productos de la ciencia.
De esta manera se procura que la ciencia conserve sus características asépticas e
incontaminadas, pese a haber nacido signada por la consigna de que el saber es poder. Se intenta
así mantenerla ajena a los juegos del poder y a las decisiones que conducen a la crisis actual de
nuestras sociedades.
No obstante, cabria pensar las cosas de modo diferente: así como la ciencia griega pudo
desarrollarse en una sociedad esclavista, donde no existía la preocupación por introducir mejoras en
la producción, la ciencia moderna se instaura como un saber válido y se desarrolla como tal en una
sociedad en la que se apuesta a aumentar y mejorar la producción. Desde esta perspectiva, la
ciencia aparecería como una actividad humana integrada y solidaria con las otras actividades de
las sociedades modernas. Claro que con esta visión la Bella dejaría de tener rasgos sobrehumanos.
Bajaría de su pedestal para adquirir dimensión humana. Pasaría a ser una actividad vinculada con
otras, dentro de las sociedades capitalistas de la modernidad.
Si adoptamos esta perspectiva, afrontamos el hecho de que la actividad científica necesita
recursos para poder desarrollarse. Los recursos son tanto humanos como materiales; y los avances
de la ciencia los requieren cada vez más. Necesita además tecnologías 1 que la ciencia ha diseñado
pero que se construyan en las fábricas, y es necesario ir a comprarlas.
¿Dónde puede obtener esos recursos la ciencia? Obviamente, dentro de la sociedad; lo que
quiere decir en el mercado. Pero éste funciona a través de la oferta y la demanda. Si la ciencia
quiere obtener recursos, deberá responder a las demandas del mercado. Sólo así, si hay de-

1. Véase, en este mismo apéndice, "La utilidad de la ciencia y su financiación"; el ejemplo allí citado sobre las estrellas y el
cáncer muestra lo dicho aquí.
manda de conocimiento científico, habrá entonces inversiones que satisfagan las necesidades de
recursos de la ciencia. Pero habrá demanda si la oferta de la ciencia participa en el mercado y es
adecuada a él.
La actividad científica que aparecía como una búsqueda desinteresada del saber resulta que no
solamente es un saber-poder al servicio del dominio, sino que además debe desenvolverse en la
sociedad, participando del mercado como cualquier otra empresa productiva. En este sentido, la
ciencia funciona como una empresa. El término "empresa" refiere tanto a una actividad que se
reinicia constantemente como a la unidad económica del capitalismo.
Si pensamos en la empresa científica, nos encontramos con que tiene que dedicarse a elaborar un
producto vendible en el mercado. Para ello, sus elaboraciones deben satisfacer alguna necesidad de
éste. Sólo de esta manera podrá existir y crecer. Logrará así las inversiones que necesita en las distintas
etapas de la producción: para el diseño de proyectos de investigación, para el desarrollo de esos
proyectos y sus aplicaciones, para la formación de sus operadores, para la divulgación de sus
productos, etcétera.
La empresa científica tiene que ofrecerse competitivamente en el mercado en cada una de sus
etapas, captando las demandas existentes o creándolas. No todos los proyectos serán comprados o
financiados; algunos tendrán más demanda que otros, etc. Pero la ciencia tiene en el mercado una
ventaja. Esta ventaja consiste en el reconocimiento de sus contribuciones. Tal reconocimiento
incluye el respeto por la forma de operar de la empresa científica, es decir, por las exigencias que se
deben cumplir en la producción del conocimiento científico. Se ha aprendido que la ciencia requiere
etapas de investigación sumamente abstractas y generales que, sin embargo, en su pureza y
desconexión de las aplicaciones prácticas, conducen, a lo largo del proceso, a un saber
instrumentablizable, esto es, a un saber que permite el dominio de los fenómenos a nuestra
voluntad.
Esta perspectiva de la empresa científica nos muestra a la Bella no ya como una mujer bella y
tonta sin más poder real que el amor por el conocimiento, sino como una mujer inteligente y
práctica, cuyo poder de seducción proviene de su capacidad de intercambio con la Bestia, inter-
cambio en el cual hace valer sus atributos. En la novela Plaza de Brazzaville de William Boyd,
podemos descubrir en forma literaria las vicisitudes concretas de la actividad científica. La trama
muestra la forma en que las relaciones de poder no son externas a la ciencia, sino que también se
juegan dentro de la ciencia, a través de las inversiones, del prestigio, de las jerarquías, de las
influencias.
Con lo expuesto hasta aquí, la Bella y la Bestia se exhiben ahora como figuras estereotipadas
con las que se pretende simplificar, separar y diferenciar lo que se da en los hechos en forma
compleja, mezclada y polivalente. Se presentan como figuras artificiales en blanco y negro que no
toman en cuenta la más real gama de los grises. La Bella y la Bestia interactúan y se modifican
recíprocamente.
La ciencia es poder, pues brinda una información vital para la actividad productiva del
capitalismo. La interacción es tan profunda que puede hablarse actualmente de un orden tecno-
económico de las sociedades contemporáneas, efecto de la integración y complementariedad de la
actividad científica y económica. Es dentro de este orden que la ciencia, la Bella de nuestra
historia, se desenvuelve en relación con la Bestia, con el poder. En esta interrelación se definen los
proyectos y las políticas de investigación científica de una sociedad y se forjan los productos que
impactan en la sociedad.
¿Se puede seguir planteando la asepsia y desinterés del saber científico? Mi respuesta,
obviamente, es no.
El tipo de saber que representa la ciencia moderna tiene una clara y determinante orientación
hacia el dominio de la realidad. En este sentido, el saber científico no es un saber desinteresado
y ajeno a las consecuencias de las
aplicaciones de sus productos. En segundo lugar, constituye un componente fundamental del
desarrollo capitalista hasta la actualidad La ciencia se estructura como una empresa científica en
interacción con los otras empresas capitalistas. Está comprometida y es solidaria con las
prácticas sociales que definen nuestras sociedades. La conclusión es entonces que la ciencia
también es poder. Interactúa con el poder y está al servicio del poder.
Como en los matrimonios de muchos años, la Bella y la Bestia se parecen. Existen las
responsabilidades compartidas; debería existir la madurez para no caer en las simplificaciones —
incluido el fácil expediente de endilgar la culpa al otro— y la capacidad de afrontar los conflictos y
consecuencias de la convivencia.
LA UTILIDAD DE LA CIENCIA Y SU FINANCIACIÓN*

Nuestra realidad nacional niega una verdad de las sociedades contemporáneas demasiado obvia
para ser explicada: la importancia fundamental de la actividad científica para el desarrollo de un
país.
La capacidad de decisión, el poder, que otorga la posibilidad de los avances científico-
tecnológicos propios, no es negada ni por el "mercado global" ni por la "regionaliza-ción". Esos
avances no se regalan, tampoco se prestan desinteresadamente (pago de "patentes" mediante). La
competencia mundial deja simplemente fuera de combate a los países que no aplican el
descubrimiento de que hoy el alimento del poder económico ya no son las materias primas sino la
creatividad científica.
Hace falta entonces financiamiento para las investigaciones científicas.
En la Argentina, tal financiamiento escasea, y cada vez es más mezquino. Si bien es cierto que
"los centros científicos más prestigiosos del planeta están sostenidos por fondos federales",
también lo es que, en las sociedades del

* A propósito de una nota de Guillermo Mattei aparecida en la sección "Tribuna Abierta" del diario Clarín, Buenos Aires, 18
de enero de 1996, p. 13, bajo el título "Para qué sirve hacer ciencia"
Primer Mundo, son importantes los aportes empresariales, los fondos privados. Éstos casi no existen
en la Argentina, y los federales tienden a desaparecer, siendo discutible el uso que se les da a los
aún disponibles.
La preocupación por nuestra situación no es entonces sólo un problema de la comunidad
científica argentina (no debería serlo). Nos atañe a todos, y es responsabilidad fundamental de
nuestros gobernantes.
La nota "Para qué sirve la ciencia" de Guillermo Mattei es un intento de llamar la atención al
respecto. Pero para ello usa una vieja estrategia que, como lo muestran los hechos, no ha sido
eficaz, aun cuando se apoya en la versión predominante y hegemónica acerca de la ciencia.
¿No será el momento de revisar esta estrategia y replantear el problema desde una nueva
perspectiva?

EL "MILAGRO" DE LA APLICABILIDAD TECNOLÓGICA DE LA CIENCIA

Llama la atención que en un ámbito catalogado como racional, el ámbito científico, la


vinculación entre el conocimiento puro y la utilidad social, los avances tecnológicos, se presente
como algo aleatorio, casi como si fuera un milagro.
El científico puede no saber "(y a veces no tendrá nunca forma de saberlo) si las consecuencias
del tema en el cual está trabajando irán a parar a la tecnología, al conocimiento puro o a su propia
realimentación". Pero no puede dejar de saber a priori que su trabajo se integra en el sistema
científico, y que éste se caracteriza por su orientación práctica, por su capacidad de responder a
problemas concretos.
Precisamente, la actividad científica requiere de una división del trabajo que aumenta su
eficiencia en esas respuestas. La distinción de un campo tecnológico y otro no tecnológico o
teórico depende de dicha división interna de las tareas científicas. Esta organización de la ciencia es
la que garantiza que las exploraciones teóricas abstractas y distanciadas de los problemas
concretos (las investigaciones "puras") confluyan con los "desarrollos o implemen-taciones
operativas" de la tecnología hacia su uso social.
El investigador científico puede no estar en condiciones de determinar con precisión cuál será la
utilidad social de su trabajo, o si llegará a existir. Pero puede saber que esa posibilidad es una
característica inmanente (a priori) de la forma científica de conocimiento. El para qué sirve el
despliegue de una línea de investigación "pura" queda fuera de contexto, cuando se piensa
puntualmente y no en relación con la actividad científica en su conjunto. Las aplicaciones sociales
de la tecnociencia no constituyen milagro alguno.
El presunto milagro se explica por la conexión interna y peculiar entre el saber científico teórico
(no tecnológico) y el práctico (tecnológico), que distingue en su especificidad a la ciencia moderna.
Esta conexión es la que debe ser concientizada y difundida, es la que justifica y da crédito a la
investigación científica. Avala las inversiones que la ciencia requiere por su promesa de
rentabilidad más o menos mediata. Y en los países en que el financiamiento científico va más allá
de las declaraciones, esta promesa es reconocida, ampliada e incentivada en los hechos.
Éste es un modo de interpretar la "maravillosa" relación entre "las estrellas y el cáncer" con que
Mattei ejemplifica el pretendido milagro. La derivación de "las técnicas de procesamiento de
imágenes astronómicas a la detección del cáncer de mama" muestra el sentido y las posibilidades de
las investigaciones "no tecnológicas", de las que Mattei arguye como motivación inicial para el
desarrollo de aquellas técnicas (la captación de "una estrella de baja luminosidad, enmascarada
por muchas otras fuentes ubicadas en medio de una galaxia lejana", en el marco teórico de la
búsqueda de conocimiento acerca del universo; luego las mismas técnicas resultaron aptas para la
detección del cáncer de mamas). El ejemplo exhibe asi-
mismo la interdependencia entre el conocimiento "puro" y la tecnología.
La historia de la ciencia y sus avances apoyan la defensa de la aplicabilidad social de los
productos de la ciencia. Más aun, la orientación práctica del conocimiento científico, y la forma de
saber que conlleva, genera el tipo de problemas que la ciencia "pura" se plantea.
Esta interpretación constituye además un argumento para obtener financiación para proyectos
científicos "lejanos" de lo que "sirve a la gente": los conocimientos "puros" son necesarios para el
desarrollo de aplicaciones tecnológicas. No se trata de un argumento sofistico, adecuado
únicamente a los requerimientos del mercado, a una aparentemente despreciable "lógica utilitarista
o mercantilis-ta". En él se reconoce la dinámica interna de la ciencia que hasta ahora ha garantizado
la eficiencia de sus contribuciones sociales. La práctica científica real y su historia lo respalda.
Claro que asumir esta perspectiva de interpretación implica renunciar a la concepción que
afirma que el conocimiento científico es un saber desinteresado (como se autoconcebía la ciencia
griega), y además neutral desde un punto de vista ético.
Los científicos son responsables por los riesgos que asumen con el desarrollo de sus
investigaciones, sabiendo que los resultados de su trabajo tendrán alguna utilidad social que
podrá ser beneficiosa o perjudicial para la sociedad. Su compromiso social entonces no es sólo
clarificar a la opinión pública sobre los conocimientos científicos, sino también preocuparse por las
consecuencias posibles de las aplicaciones sociales de estos conocimientos, ya desde la
formulación de un proyecto de investigación. Pero también es una responsabilidad compartida con
"los administradores gubernamentales, los legisladores y los dueños del capital" que la ciencia siga
avanzando y respondiendo, con conciencia de sus límites, a nuestros problemas y necesidades.
BIBLIOGRAFÍA

AA.W., ¿Posmodernidad? Perspectivas filosóficas, Buenos Aires, Biblos, 1988.


ARENDT, H., La condición humana, Barcelona, Paidós, 1993.
APEL, K. O., Estudios éticos, Buenos Aires, Alfa, 1986.
—, Una ética de la responsabilidad en la era de la ciencia, Buenos Aires, Almagesto, 1990.
BACHELARD, G., La formación del espíritu científico, México, Siglo xxi, 1978.
—, Lafilosofía del no, Buenos Aires, Amorrortu, 1978.
—, El racionalismo aplicado, Buenos Aires, Paidós, 1978.
BALANDIER, G., El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del
movimiento, Barcelona, Gedisa, 1989.
BELL, D., Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza, 1987.
BERMAN, M., Todo lo sólido se disuelve en el aire. La experiencia de la modernidad, Buenos Aires,
Siglo XXI-Ca-tálogos, 1989.
BRANDT, R.G., Teoría ética, Madrid, Alianza, 1989.
BROWN, M.T., La ética en la empresa. Estrategias para la toma de decisiones, Buenos Aires, Paidós,
1992.
BUNGE, M., Ciencia y desarrollo, Buenos Aires, Siglo xx, 1982.
—, Seudociencia e ideología, Madrid, Universitas, 1985. CAMPS, V., La imaginación ética, Barcelona,
Ariel, 1991. CHALMERS, A., ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, Madrid,
Siglo XXI, 1984. DÍAZ, E. y HELER, M., El conocimiento científico. Hacia una
visión crítica de la ciencia, Buenos Aires, Eudeba, 1988. —, Hacia una visión crítica de la ciencia,
Buenos Aires, Biblos, 1992. FEYERABEND, P., Tratado contra el método, Madrid, Tecnos,
1981.
—, Adiós a la razón, Madrid, Tecnos, 1984. —, ¿Por qué no Platón?, Madrid, Tecnos, 1985.
FOUCAULT, M., La verdad y las formas jurídicas, Barcelona,
Gedisa, 1980.
—, Vigilar y castigar, México, Siglo XXI, 1975. FUNTOWICZ, S. y RAVETZ, J., Epistemología política.
Ciencia con
Ia gente, Buenos Aires, CEAL , 1993 G ADAMER , H.G., Verdad y método, Salamanca, Sigueme,
1977.
—, La razón en la época de la ciencia, Barcelona, Alfa, 1981. GARDNER, H., La nueva ciencia de la
mente, Barcelona, Pai-
dós, 1987. H ABERMAS , J., Conocimiento e interés, Madrid, Taurus,
1984. —, Ciencia y técnica como ideología, Madrid, Tecnos,
1984.
—, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1987. —, Conciencia moral y acción
comunicativa, Barcelona, Península, 1985. HERERRA, M. (coord.), Jürgen Habermas. Moralidad, ética
y
política. Propuestas y crítica, México, Alianza, 1993. HORKHEIMER, M., La crítica de la razón
instrumental, Buenos
Aires, Sur, 1973. — y ADORNO, TH., Dialéctica de la Ilustración, Buenos Aires,
Sudamericana, 1987. HEIDEGGER, M., La pregunta por la cosa, Buenos Aires, Alfa,
1975.
—, Ciencias y técnica, Santiago de Chile, Universitaria, 1984.
HELER, M., "La ética aplicada y la situación moral contemporánea", en Cuadernos de Ética, 10,
Buenos Aires, 1990.
—, "Conflicto y racionalidad en el ethos moderno", en Mi-CHELINI, SAN MARTÍN y WESTER (eds.), Ética,
discurso y conflicüvidad. Homenaje a Ricardo Maliandi, Río Cuarto, Universidad Nacional de Río
Cuarto, 1995, pp. 269-288.
HUSSERL, E., La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental, Buenos Aires,
Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1969.
KERN, L. y MÜLLER, H.P., (eds.), Lajusticia: ¿discurso o mercado? Los nuevos enfoques de la teoría
contractualista, Barcelona, Gedisa, 1992.
KLIMOVSKY, G., Las desventuras del conocimiento científico. Una introducción a la espistemología,
Buenos Aires, A-Z, 1994.
KOTTOW, M., Introducción a la bioética, Santiago de Chile, Universitaria, 1995.
KOYRÉ, A., Estudio de historia del pensamiento científico, México, FCE, 1985.
KUHN, T., La estructura de las revoluciones científicas, México, Siglo XXI, 1985.
—, Segundos pensamientos sobre paradigmas, Madrid, Tecnos, 1978.
LADRIÉRE, J., El reto de la racionalidad, Salamanca, UNESCO, 1977.
LAKATOS, I., Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales, Madrid, Tecnos, 1982.
LECOURT, El orden de los juegos. El positivismo lógico cuestionado, Buenos Aires, De la Flor, 1984.
LIPOVETSKY, G., La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Barcelona,
Anagrama, 1986.
—, El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos, Barcelona,
Anagrama, 1994.
LÓPEZ GIL, M., Filosofía, modernidad, posmodemidad, Buenos Aires, Biblos, 1990.
— y DELGADO, L., La tecnociencia y nuestro tiempo, Buenos Aires, Biblos, 1990.
LYOTARD, J.F., La condición posmoderna, Madrid, Cátedra, 1986.
MACINTYRE, A., Tras la virtud, Barcelona, Crítica, 1987.
—, Justicia y racionalidad, conceptos y contextos, Barcelona, Ediciones Internacionales
Universitarias, 1994.
MALIANDI, R., Transformación y síntesis. Reflexiones sobre la filosofía de Karl-Otto Apel, Buenos
Aires, Almagesto, 1991.
—, Ética: conceptos y problemas, Buenos Aires, Biblos, 1991.
—, Dejar la posmodernidad. La ética frente al irracionalismo actual, Buenos Aires, Almagesto, 1993.
MARI, E., Elementos de epistemología comparada, Buenos Aires, Puntosur, 1990.
—, "Ciencia y ética. El modelo de la ciencia martillo", en Doxa, 10, 1991.
MITCHAM, C, ¿Qué es la filosofía de la tecnología?, Barcelona, Anthropos, 1989.
MORIN, E., El paradigma perdido: la naturaleza humana, Barcelona, Kairós, 1974.
—, Ciencia con conciencia, Barcelona, Anthropos, 1984.
MOULINES, CU., Exploraciones metacientíficas, Madrid, Alianza, 1982.
NIETZSCHE, F., La genealogía de la moral, Madrid, Alianza, 1983.
PISCITELLI, A., Cíberculturas. En la era de las máquinas inteligentes, Buenos Aires, Paidós, 1995.
POPPER, K., La lógica de la investigación científica, Madrid, Tecnos, 1971.
—, Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos, 1972.
—, Conjeturas y refutaciones. El desarrollo del conocimiento científico, Barcelona, Paidós, 1983.
—, 'Tolerancia y responsabilidad intelectual", en Sociedad
abierta, universo abierto, Madrid, Tecnos, 1984, pp. 155-158.
PRETA, L. (comp.), Imágenes y metáforas de la ciencia, Madrid, Alianza, 1993.
PRIGOGINE, I. y STENGERS, I., La nueva alianza, Madrid, Alianza, 1983.
REGNASCO, M. J., Crítica de la razón expansiva. Radiografía de la sociedad tecnológica, Buenos Aires,
Biblos, 1995.
RUSSELL , B., La perspectiva científica, Barcelona, Ariel, 1969.
SABATO, E., Hombres y engranajes, Madrid, Alianza, 1983
SCHUSTER, F., Explicación y predicción, Buenos Aires, CLAC-SO , 1982.
SERRES , M., El contrato natural Valencia, Pretextos, 1991.
TAYLOR, Ch., La ética de la autenticidad, Barcelona, Paidós-ICE, 1994.
THIEBAUT, C, LOS límites de la comunidad, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1992.
TODOROV, T., Frente al límite, México, Siglo XXI, 1993.
TOULMIN, S., La filosofía de la ciencia, Buenos Aires, De la Flor, 1964.
TOURAINE, A., Crítica de la modernidad, Madrid, Temas de Hoy, 1993.
TUGENDHAT , E., Problemas de la ética, Barcelona, Critica, 1988.
VARSAVSKY, O., Ciencia, política y cientificismo, Buenos Aires, CEAL, 1969.
—, Hacia una política científica nacional Buenos Aires, Periferia, 1972.
Video "Sábato y los amantes regresivos de la oscuridad"; guión y dirección: G. Balbuena, O. Cuervo,
H. Fenoglio, L. Hayes; Buenos Aires, Taller de Pensamiento, CBC , UBA, 1995.
WALZER, M., Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, México, FCE , 1993.
WEBER, M., "La ciencia como profesión", en Ciencia y poder, Buenos Aires, CEAL , 1980.
—, Sobre la teoría de las ciencias sociales, México, Premia,
1981. ZIMAN, J., La credibilidad de la ciencia, Madrid, Alianza,
1981.
ÍNDICE TEMÁTICO Y DE AUTORES

abstracción, 43.
acción responsable, 23.
actitud crítica, 62.
actividad científica, 21.
Adorno, Th., 17, nota 2.
anacronismo. 31.
aparato productivo, 51.
aplicabilidad, 36. 49, 82.
aplicación social. 63.
Argentina, 80.
Argumedo, 69 infra.
Aristóteles, 71.
autoconservación. 60, 60, nota 5.
autonomía intelectual, 61, nota 6, 62.
autonomía moral, 61, nota 6.
autonomía, 58, 61, 61, nota 6.
autonomización, 31, 32, nota 4. 53
autónomo, 59, nota 3.
avances científico-tecnológicos, 79.
B
Bacon, F., 48. 70. 72. Bell, D., 47, nota 1. beneficios. 22. Berman, M.. 17. nota 3. Boyd. W., 77. Brown.
M.T.. 64. nota 8.
campo tecnológico y no tecnológico, 80
capitalismo, 48, 75, 76, 77.
características internas, 35.
castigo, 66.
ciencia antigua, 30, 75.
ciencia aplicada, 21, 30, 41, nota 9, 50.
ciencia como conocimiento, 42.
ciencia como práctica social, 31, 64, 82.
ciencia como técnica, 30, 42.
ciencia martillo, 20, 52, 65.
ciencia medieval, 27, 29.
ciencia moderna, 27, 30, 31, 42, 47. 65, 70, 73, 75, 77, 81.
ciencia pura, 21, 30, 41, 41, nota 9, 50, 80-81, 82.
ciencia, 44, 69, 78.
científico, 64.
ciudadano, 62.
competitividad, 52.
compromiso social, 82.
comunidad científica, 39, 39, nota 5, 40, 64, 65.
comunidad, 63.
concepción hegemónica, 31.
concepción oficial de la ciencia, 32.
conceptualización, 43.
confirmación, 37.
conflictos éticos, 59.
consecuencias observacionales, 37.
contrastación, 28.
control de calidad, 50, 63.
convivencia, 58, 59.
crisis ética, 57, 60.
crisis, 15.

deber, 59.
deberes morales, 58.
decididores, 52.
decisión, 39.
deformación mistificadora, 51.
demandas éticas, 15, 57.
derechos, 60.
dimensión ética, 15, 23, 52, 63.
dimensión práctica de lo teórico, 41.
discusión sobre la ciencia en Argentina, 18.
discusión sobre la ciencia, 17-18.
dispositivo de control, 64.
división del trabajo, 50, nota 4, 80.
dogmatismo, 29. dominio, 49, 72, 73.

efectos sociales, 52.


eficacia, 41, 42, 48, 49, 50, 82.
Einstein, A., 39.
empresa científica, 49, 53, 64, 65, 76, 78.
enunciados universales, 36.
Epimeteo, 72.
episteme, 70.
epistemología, 50, nota 4.
epistemólogos, 64, nota 10
época moderna, 48.
esfera de valor, 31.
Estado, 58.
ethos moderno, 19, 58, 60, 66.
ethos, 19, nota 5.
ética y ciencia, 18-23.
ética, 57, nota 1, 60.
exigencia de productividad, 48.
exigencias internas, 32, 49, 65.
experimentación, 29, 37, nota 2, 41.

falibilidad, 29, 66. falsedad, 38. felicidad, 70.


fenómeno, 40, 40, nota 8. Feyerabend, P., 65, nota 10. filosofía de la ciencia, 50. finalidad extracientífica, 73.
finalidad social, 43, 49. financiación, 48, 51, 79. Foucault, M., 64, nota 9. Freud, S., 43, nota 13.

Galilei, G., 18, 38. garantía de aplicabilidad, 48. garantía de falsedad, 37. garantía de utilidad, 36, 41. garantía de
verdad, 36, 41. génesis histórica, 31. Grecia clásica, 70.
Habermas, J., 32, nota 3. Hegel, G.W.F., 57, nota 1. Heidegger, M., 40, nota 7. Heler, M., 60. nota 4. heteronomía, 59. nota 3, 66.
hipótesis científica. 39. hipótesis, 36. historia externa, 31. historia interna, 31. historia oficial, 48. Hobbes, Th., 58, nota 2.
honestidad intelectual, 21. 62. Horkheimer, M, 17, nota 2.

Ilustración, 16, 72-73. imagen de la ciencia, 16-18. individuo, 58, 65. informática, 49, nota 3. inmunidad frente a la crítica ética, 21.
innovaciones tecnológicas, 15. intereses sociales, 30. interpretación, 37, 42. intersubjetividad, 29.

justificación de la acción, 61. K


Kant, I., 40, nota 7. Klimovsky. G.. 69 infra. Kuhn, Th.,38, 38, nota 3

Ladriére, J., 15, nota 1. leyes positivas, 58. leyes, 28, 36, 71. libertad de todos, 59, 60, 63. lógica, 28 (relaciones), 36, nota 1.
López, G., 69 infra.
M
mal uso de la ciencia, 17.
Maliandi, R., 19, nota 5. manipulación de fenómenos, 41. manipulación de hechos, 41. Maquiavelo, 43, nota 13. Mari, E.,
20, nota 7. matemática, 36, nota 1. Mattei, G., 79 infra. Mendel, G., 38. mercado global, 79. mercado, 49, 51, 52, 59, 75.
mercantilismo, 82. modernidad, 60, nota 5. modos de operar, 42. moral, 57, nota 1. moralidad, 58. mundo profano, 60.
N

necesidades prácticas, 30.


neutralidad, 20, 21, 32, 52, 62, 63, 65,82.
nivel empírico, 36.
nivel lógico, 36.
normas legales, 58-59.
normas morales, 58, 61, nota 6.

obligación, 59.
observación, 37. nota 2.
orden tecnoeconómico, 47, 52, 77.
orientación práctica, 48.

papel social, 51. 62.


paradigma, 38.
paradoja, 22.
perjuicios, 22.
persona, 59.
poder, 48, 52, 65, 69, 74, 78.
Popper, K., 21, nota 8, 39, nota 6.
positivismo, 16.
prácticas sociales, 32, 48.
predicción, 29, 40, 71.
prestigio social, 62.
presupuestos, 38
Prigogine, I., 39, nota 4.
producción tecnocientífica, 63.
productos científicos, 49, nota 3.
productos industriales, 49, nota 3.
progreso, 48.
Prometeo, 72
provisoriedad, 36.
prueba de la experiencia, 39.

racionalidad medio/fin, 74.


racionalidad, 27.
razón humana, 72.
recompensa, 66.
reconocimiento, 65, 76.
recursos (necesidad de), 75.
referencias empíricas, 28.
reflexión ética, 23, 66.
regionalización, 79.
reglas de producción, 63.
reglas técnicas de producción, 50,
regulación ética, 59.
rentabilidad, 81.
reparación, 66.
responsabilidad (atribución de), 63-64.
responsabilidad intelectual, 63.
responsabilidad moral, 63.
responsabilidad profesional, 65.
responsabilidad social, 20, 51, 52, 53, 63.66.
responsabilidad, 61, 64, 66, 78, 82.
revolución científica, 39.
Russell, B., 30.

Sabato, E., 42, nota 11.


saber científico-tecnológico, 74.
saber desinteresado, 21, 28, 30, 31, 48, 70. 73, 77, 82.
saber hacer, 50.
saber instrumentalizable, 76
saber objetivo, 28.
saber práctico, 30.
saber provisorio, 29.
saber teológico, 28.
saber teórico, 30.
saber-poder, 76.
sentido social, 49.
sistema científico, 80.
sistema productivo, 47.
sistematicidad, 43.
sociedad disciplinaria, 64.
sociedad esclavista, 70.
solidaridad. 64. Stengers, I., 39, nota 4. sujeto sujetado, 64. superioridad de la ciencia, 43. superioridad
práctica, 28-30. superioridad teórica, 28-30. supervivencia, 74.

técnica, 72.
tecnociencia, 15, nota 1, 47, 49, 52.
tecnología, 21, 30, 41, 41, nota 9, 50, 72, 82.
teorías exitosas, 40.
teorías, 36.
términos teóricos, 38
toma de decisiones, 60.
Torricelli, E., 43, nota 13.
triunfo de la ciencia, 35, 47.
U
único saber válido, 27.
universalidad, 42.
uso de la ciencia, 20
uso social, 21
utilidad social, 21, 47, 53, 63, 80, 82.
utilidad, 41.
utilitarismo, 82.

validez, 61. verdad científica, 41. verdad útil, 43. verdad, 38. verificación, 40. versión hegemónica, 51.
versión oficial, 62. versión predominante, 80 vida cotidiana, 43. video, 18, nota 4. virtud, 50, 50, nota 5.

Вам также может понравиться