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Texto.

La Culpa En El Sujeto De La Pena

Autor. Marta Gerez Ambertín

3. La Culpa En El Sujeto De La Pena*

Hay un campo donde se anudan, pero a la vez confrontan, la subjetividad con la ley: el de la culpa.
Campo éxtimo -para utilizar un término de Lacan- que tanto exhibe las innúmeras marcas que la
ley imprime en la subjetividad, como delata lo imprescindible que aquella es al sujeto y sin la cual
la intimidad de la casa subjetiva no podría esbozarse ni soportarse.

En los debates que sobre el tema he sostenido con psicólogos, juristas y sociólogos, hay un
planteo siempre emergente: ¿cómo se anuda el sujeto a la ley?, ¿cómo convive con ella?

La convivencia nunca es pacífica, pero siempre es ineludible; aún burlándola o repudiándola es


necesario convivir pues exiliarse de la ley no sólo deja fuera de ella sino también de la casa interior
donde refugiarse; es decir, sin ley el sujeto acaba desubjetivizado.

Alrededor de una categoría omnipresente en la subjetividad -la culpa- es posible situar el debate
fructífero que pueden iniciar penalistas, juristas y psicoanalistas, colocando en el centro de ese
debate el interrogante por el lugar de la subjetividad y la discursividad que emana de ella, dentro
del sistema jurídico.

No desconocemos, en esta propuesta, que el procedimiento jurídico se propone objetivar todo acto
prohibido para la ley positiva para dar cuenta de su antijuridicidad. Pero es notorio que no puede
desdeñarse un desarrollo acerca de la causalidad que vincula al sujeto con las categorías
lingüísticas del derecho; en suma, cómo se inscribe la legalidad en cada sujeto. Es ése el ámbito
del encuentro posible entre psicoanálisis y derecho.

Haciendo una generalización muy abarcativa podríamos decir que hay dos teorías contrapuestas en
la concepción del actor del delito. Una de ellas establece que hay que ocuparse del acto del delito;
jerarquiza el acto, la prueba del acto, la tipificación del acto, los testigos del acto, etc. La otra, en
cambio, jerarquiza al sujeto del acto, quién cometió el delito, por qué lo hizo, qué lugar otorga ese
sujeto, en su palabra, a la falta cometida, cuanto de si mismo esta implicado en el acto, etc.

Cabe aclarar que esta última concepción está muy alejada de aquélla -bastante más antigua- que
aunque se interesa por el sujeto del acto entiende por tal a un ente "caracterologizado": clase social,
color de piel, tamaño del cerebro, rasgos genéticos, etc. y que, por ello mismo, deja fuera, sin tener
en cuenta la discursividad del sujeto que puede y debe implicarse interiormente con su acto o, como
preferimos decir, tiene la posibilidad de establecer un debate consigo mismo y con la ley. No me
refiero, entonces, a esa ¿vieja? caracterología psiquiátrica, psicológica o sociológica que no precisa
"escuchar" al sujeto porque ya sabe todo de él o, a lo más, sólo es necesario que ratifique lo que
estadísticas, mediciones y variopintas coordenadas cartesianas dicen de él.

Por el otro lado advertimos una impaciencia extrema para que, una vez establecida la tipificación,
antijuridicidad, imputabilidad y culpabilidad (lo que en derecho penal se llama los aspectos
objetivos y subjetivos del delito) se pase a la "reconstrucción del acto" ya que, si podemos
"reconstruir el acto" ¿para qué intentar la "reconstrucción del sujeto" del acto? ¿a quién importa

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Autor. Marta Gerez Ambertín

que ese sujeto se encuentre con su falta?

Pero si la sanción no atraviesa nada de la subjetividad se torna no sólo inocua sino también
peligrosa porque queda planteada como una simple venganza social contra alguien que no puede
dar significación alguna ni a su acto ni a la pena por el acto; y entender la pena como una
venganza injusta es la vía más rápida y simple a la "auto desculpabilización", luego de la cual no
es improbable que el iter criminis recomience.

En este punto conviene, una vez más, insistir en que la sanción penal no debe ser entendida como
una mera aplicación administrativa, como uno de los últimos remaches de un dispositivo que
funciona casi automáticamente, casi sin sujeto. Con la aplicación de la pena debe pretenderse que
el sujeto del acto dé alguna significación al mismo, que subjetivice su falta y recupere (no pierda)
su lugar en el tejido social al que su acto ha dañado, pero también que recupere eso de su propia
subjetividad que quedó dañado por su acto delictivo.

La preocupación por el sujeto del acto no ha sido ni es privativa de los psicoanalistas, basten como
ejemplos, en nuestro país, los trabajos del español Jiménez de Asúa, gran lector de Freud, o los
más recientes de Legendre -amigo de Lacan y su interlocutor en estos temas-, en los que se
insiste en la necesaria vinculación de análisis y derecho.

Esta concepción, al ocuparse de la posible y necesaria implicación del sujeto en el acto delictivo,
se opone tajantemente a aquella que busca el "perfil" del delincuente. Y, en verdad, ¿es posible
hablar de "perfiles" cuando de sujetos de actos delictivos se trata? Si es cierto que, como
expresara de sí mismo Goethe, no hay crimen que no nos sintamos capaces de cometer, no existe
"la" línea que con nitidez meridiana separe a capaces de incapaces de cometer delitos. Pero, ¿no
es atrozmente angustiante comprobación tal? Y, ¿no es para aplacar esa angustia que
cíclicamente reaparece Lombroso, las teorías sobre "peligrosidad" y la urgencia por establecer
perfiles? Sería satisfactoriamente tranquilizador que los rostros denunciaran intenciones, que las
manos relataran pasados, que los ojos reflejaran el alma, que pudiéramos leer el ADN como una
confesión... son tan calmantes los perfiles; poseen, además, el encanto de la simplicidad. En
cambio, henos aquí con intempestivos pasajes al acto donde amorosos y diligentes padres arrojan
sus hijos a las llamas por celos hacia el cónyuge, adolescentes millonarios atentan contra la
propiedad al mismo tiempo que figuran en el cuadro de honor del colegio, y dulces abuelitos
abusan sexualmente de sus nietecitos.

Es bastante llamativo que crímenes espantosos sean cometidos por amables personas,
aparentemente inofensivas, "políticamente correctas" que... ¡cualquiera de nosotros puede tener
de vecino... o pariente!

Esta realidad, aunque destacada hasta el hartazgo por estudiosos de distintas disciplinas, no ha
impedido la constante recurrencia de teorías sobre "perfiles" las cuales (¿es casual?) resurgen con
inusitada firmezas en épocas de multiple choice donde todo es "sí-no", "totalmente de acuerdo-un
poco de acuerdo-nada de acuerdo", "no sabe-no contesta". ¿Hubo tiempo más propicio que el actual
para perseguir con casi ensañamiento el "perfil" del delincuente? En el imperio cada vez más
extendido de la sola opción "1 o 0" es casi fatal que se resucite a Lombroso con maquillajes diversos.

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Pero un sujeto delincuente no puede reducirse a un prototipo. Las teorías de la peligrosidad -el Dr.
Sebastián Soler lo demostró hace tiempo-son extremadamente peligrosas.

Ahora bien, hemos planteado que es la culpabilidad (entendida psicoanalíticamente) uno de los
ámbitos donde resulta más fructífero el encuentro de psicoanalistas y juristas porque es la
culpabilidad aquello que muestra la relación del sujeto con la ley y no existe sujeto que no posea
lazos (aun en el llamado exilio psicótico de la ley) con lo prohibido y permitido. No es verdad que
existan sujetos sin ley: que tengan problemas con ella, que la transgredan, que la repudien, que la
ignoren, no implica que estén fuera de ella. Sin ley hay disolución de la subjetividad... "con la ley
comenzaba el hombre...".

En tanto atraviesa toda subjetividad la culpabilidad puede ser definida como un saber en relación
con la ley aun en las más difusas y opacas de sus formas, como lo es la culpa muda que se
manifiesta en la necesidad de castigo donde el sujeto no parece registrar falta alguna sino que
muestra una compulsión para recibir, como sea, el castigo: Incluso allí se rebela la culpabilidad.

I. ¿Un autómata sin culpa y una sociedad desvergonzada?

En la época que vivimos se multiplican los intentos por desalojar de las ciencias ¿humanas? al
sujeto. Extrañamente, y a más de cien años de "La interpretación de los sueños" ciertas
"cientificidades" pugnan por hacer lugar sólo al individuo autómata, ese al que los ingenieros del
deseo o de la conducta o sociales, pueden programar o reprogramar sin obstáculos. Nada se
quiere saber o escuchar de la opacidad del sujeto de deseo y de la enunciación, de ese ser
vacilante por la condición misma de habitar y ser habitado por un lenguaje. La exigencia es que
sus actos sean transparentes, previsibles y obedientes. No importa que el precio que por ello se
pague sea el pasaje al acto que implica la desubjetivización de un sujeto que se pretende, a ese
costo, objetalizar.

Todo esto abre una brecha interesante en el campo de las llamadlas ciencias humanas y es que
ya no se trata de ensayar polémicas con psicoanalistas de la escuela tal o cual o con los
psicólogos sistémicos o los psicólogos sociales. La problemática hoy en día es: qué ciencias
reconocen que hay un sujeto hablante, con cosas para decir y que merece ser escuchado; y qué
corrientes dicen que no hay nada que escuchar, que sólo hay que comandar o administrar el
psiquismo porque todo puede reducirse a una objetalización de la conducta, o a la química del
cuerpo o a la eficacia de las neuronas. La polémica que nos espera es fuerte, porque los
"administradores de la conducta" van a bregar, sin duda, por reducir al sujeto a un acto, al acto
que puede objetalizarse.

El debate en el siglo XXI será entre aquellas corrientes que consideran que hay subjetividad
acompañada de discursividacl, que la palabra de un sujeto vale algo, y aquellas que dicen que
sólo hay acciones y éstas son programables. Entonces los sexólogos programan la sexualidad de
la gente, los nutricionistas la comida, otros el cuerpo que se debe tener, la psiquiatría, de la mano
de las neuro-ciencias programan todo tipo de comportamientos a partir del "chaleco químico", y en
todo este festival de la programación el sujeto, su deseo y su palabra quedan fuera.

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Pero los psicoanalistas entendemos que esta falta de recurso a lo simbólico es algo que facilita
que el sujeto vaya cada vez recurriendo menos a la legalidad. Pareciera que algo de la ley
empieza a tener severos agujeros y que un gran malestar nos inunda. La pregunta es qué
podemos hacer ante este malestar en progreso. Podemos dirigir una pregunta al otro del saber, al
otro de la ley, al otro de la razón.

Y es que entendemos que en el campo jurídico y psicoanalítico la palabra es importante y tiene


vigencia, que no se puede pensar que el sujeto es un sujeto de la acción, porque toda acción se
sostiene en la palabra. Freud repetía que se empieza cediendo en las palabras y se termina
cediendo en los actos. Y efectivamente, cuando uno cede en las palabras, comienza ceder en los
actos; éstos se van produciendo locamente, en aparente ajenidad de quien los produce.

Pero, ¿hacia dónde nos conduce todo esto? Hacia lo que Pierre Legendre destaca como la
presión social por "el desdibujamiento de la culpa". Porque si nosotros somos sujetos automáticos
y robóticos, no hay resonancia interna de nuestros actos. Podría alguien justificar que mató a una
persona en una carretera porque estaba apurado. Dirá "no sé por que lo mate, el problema es de
la carretera, del automóvil que yo conducía. Bueno, ya está, está muerto, no se puede hacer
nada". O seguirá el consejo de su abogado y dirá: "sufrí una emoción violenta". ¿Qué produce este
desdibujamiento de la culpa? Pareciera que el sujeto no se involucra en sus actos.

Hay, entonces, un desdibujamiento de la culpa (la falta) -entendiendo la culpabilidad como el


registro de esa falta en la subjetividad-, es decir, el registro de que hay algo que opera como límite
y por lo que es preciso responder no sólo ante el foro externo, sino fundamentalmente desde y
ante el foro interno. Cuando se empieza a borrar el registro del remordimiento o el reproche o el
autorreproche, si las cosas son por una cuestión externa ¿qué puedo reprocharme? Y es que la
posibilidad de tener estas respuestas y las de interrogarlas es fructífero. No se trata del registro de
simples sentimientos, son posiciones de un sujeto. Tener vergüenza, tener remordimiento, tener
culpa, supone cierta posición del sujeto ante la ley.

II. Por una recuperación del sujeto del acto en lo jurídico

¿Cuál es el lugar de psicoanalistas, juristas, psicólogos, abogados, si nos olvidamos -tras esa
pretendida "tecnologización de la individualidad"- que no se puede juzgar a un hombre sin
interrogar su vida interior, ya que el acto, el acto delictivo o cualquier acto está íntimamente
vinculado con la discursividad del ser humano, ésa que le permite sostener un debate interno y
con la alteridad del otro social?

La subjetividad es lo que permite que cada uno en el lazo social se involucre con la ley; sin
embargo, integramos una sociedad que pretende desinvolucrarnos de nuestra vida interior. ¿No es
acaso la posible complicidad de los administradores del campo psi y del campo jurídico -quienes
también pugnan por tal desalojo-, lo que se ve reflejado en la tendencia a separar el acto delictivo
de su sujeto? ¿Por qué esta modalidad de separar del acto delictivo la subjetividad que atraviesa a
alguien que cometió ese acto?

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El sistema jurídico, según una de las teorías que destaqué antes, dice: quiero pruebas, quiero
pruebas. La otra corriente, empero, dice: además de las pruebas será necesario escuchar a quien
lo hizo. Y es que la cuestión de la mera prueba, del mero acto no sólo es inconducente porque
deshumaniza, sino también es peligrosa porque sabemos que, muchas veces, las pruebas se
plantan, se crean. En cambio, aunque los neo-conductistas no lo admitan, es difícil que la
discursividad y el sujeto de la enunciación puedan implantarse.

III. ¿Qué del sujeto del acto?

La pregunta que recorrió toda la primera parte asoma nuevamente ante el análisis del discurso
concreto: ¿qué lugar tiene, en la discursividad del expediente judicial, el sujeto del acto? ¿O
solamente se tiene en cuenta el acto mismo?

La pregunta es pertinente porque si tomo el ejemplo de un expediente judicial trabajado: el de la


violación a tres hijas menores por parte de su padre, observo que, de un total de más de veinte mil
palabras, el sujeto imputado ha pronunciado sólo trescientas de ellas. Una violación paterna puede
ser absolutamente reprochable y merecer incluso espanto, pero... admitamos que apenas el 1,5%
del total de palabras es bastante poco.

Parto de la hipótesis psicoanalítica de que sólo es posible vincular al actor del acto con el acto
criminal si la culpabilidad se acompaña de responsabilidad, esto es, si el actor puede subjetivizar
la culpa y asignar significación a su acto. Del estudio del expediente mencionado concluimos que;
aunque el presunto violador permanece en prisión cerca de tres años, esa "penalidad" no ha
servido ni a él ni a sus hijas para nada. Y es que la máquina judicial ha funcionado casi sin su
intervención, sin su palabra y sin que interese mucho su posición o implicación subjetiva en el acto
del que es acusado.

A las víctimas no les ha ido mucho mejor. Ingresan por una puerta bastante traumática a la
maquinaria judicial. El primero de los muchos exámenes médicos, psicológicos, grafológicos, etc. a
los que serán sometidas es el del forense. Pero aquí, como en muchas partes del expediente
encontramos respuestas a preguntas no formuladas y silencios a preguntas realmente formuladas.
Por ejemplo, el acta policial labrada con objeto de seguir las instrucciones del fiscal penal dice que:
"[...] las menores Dolores L. de 13 años de edad, Sandra L. de 12 años de edad, y Rita L. de 10
años de edad, quienes según se conoce (se deja indeterminado como y a través de qué se
conoce) habrían sido víctimas del delito de violación por parte de su padre legítimo [...] Las
mismas deberían ser examinadas en la fecha por un médico en tribunales para comprobar la
certeza de dicho ilícito […]".

Es decir, la palabra de las menores no basta, un especialista, instituido, por el poder legal, dará
cuenta del hecho, instituirá una verdad.

Recordemos que el acta dice que las deberá examinar para comprobar la certeza del ilícito. Pues
bien, ¿qué informa el forense? Dice que examinó a las tres niñas e indica para una de ellas (lo que
dice para las otras dos es casi lo mismo): "(...) examine a D. L., de 13 años de edad, quien

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presenta vulva normal, himen con múltiples desgarros en horas 6, 12 y 9 de vieja data; vagina
complaciente. La causante ha perdido su virginidad física en época que no se puede determinar".
Eso es todo. Adviértase que el forense no dice que hubo violación, habla sí de pérdida de
virginidad física. Pero la pregunta era sobre "la certeza del ilícito".

Habría mucho que decir de esto pero sólo destaquemos ahora que ha sido la palabra de otro la
que estableció el hecho. Que tres niñas de diez, doce y trece años se presentaran en una
comisaría acompañadas de una vecina para denunciar semejante suceso ha tenido menos
relevancia que la comprobación de una "vagina complaciente" que perdió su virginidad. ¿No
debería indicarnos algo bastante grave la mera denuncia?

A la vez, el informe forense sobre el presunto culpable es bastante sucinto. Dice: "En el día de la
fecha examiné a R. D. L., de 47 años de edad, viudo, tapicero, al momento del examen se
presenta orientado en tiempo y espacio, colabora con el diálogo, lee y escribe, estudios primarios
incompletos, relata que no padeció patología psiquiátrica; atención, sensopercepción y memoria
normales. En conclusión, posee capacidad y discernimiento para dirigir sus actos y acciones [...].”

Observemos aquí la expresión "relata que no padeció patología psiquiátrica". Podríamos


preguntarnos, ante nada, si este tapicero de estudios primarios incompletos tenía alguna idea de lo
que es una "patología psiquiátrica". En segundo lugar ¿todos los que han padecido o padecen
alguna "patología psiquiátrica" (en el supuesto caso de que todas las corrientes de la psiquiatría
convinieran en el diagnóstico, etiología, tratamiento, etc. de cada "patología psiquiátrica") son
consientes de que la han padecido o padecen, y, más aún, están dispuestos a admitirlo?

Observemos también que sé da fe a la palabra del reo; si él dice que no padeció una patología
psiquiátrica debe ser así.

Desde luego que lo que el forense interviniente desea establecer, y cuanto antes mejor, es si el
reo podía comprender la criminalidad del acto y dirigir sus acciones. Ello en virtud del inc. 1° del
art. 34 del Código Penal argentino que declara no punibles a quienes en el momento del hecho y
por insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de
inconsciencia, error o ignorancia de hecho no imputable, no pudieran comprender la criminalidad
del acto o dirigir sus acciones.

El forense concluye que el reo posee capacidad y discernimiento para dirigir sus actos y acciones,
pero nada dice de "comprender la criminalidad del hecho". Podemos agregar en su favor que eso
no es necesario, pues quien posee capacidad y discernimiento conoce la ley, ya que la ley se
supone conocida desde el momento en que es promulgada y su ignorancia no sirve de excusa
(Código Civil argentino, art. 20).

Pero nosotros, psicoanalistas, damos otra interpretación a este imperativo de "comprender la


criminalidad del hecho". Creemos que debe vincularse a un trabajo con el reo que permita que él
realmente comprenda esa "criminalidad", se involucre ética y moralmente en su acto, como único
camino para que otorgue asentimiento subjetivo a la pena resultante. Y este asentimiento subjetivo
es necesario pues sin él la penalidad carece de efectos subjetivos.

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Mientras el discurso jurídico se propone objetivar todo acto que conculque lo prohibido indicando
su antijuricidad, el psicoanálisis da cuenta de cómo se subjetiviza lo prohibido y cuáles son las
causas que llevan a los hombres a precipitarse en ese cono de sombras de lo ilícito, cono de
sombras íntimamente ligado a la culpabilidad, al inconsciente y al superyó.

Cuando el discurso jurídico define cuál es el hombre del que se ocupa, no puede desconocer la
causalidad psíquica de ese hombre: no es el hombre absolutamente libre y dueño de sus actos
que suponían las teorías legales del libre albedrío; es, por el contrario, un ser condicionado: por la
cultura, por la sociedad, por la economía, por su inconsciente, sus pulsiones y no puede deliberar
plenamente consigo mismo. Sin embargo, esa misma causalidad psíquica indica que el hombre es
responsable de la "posible" deliberación de la que no puede sustraerse, ya que no puede dejar de
interrogarse por la implicación e involucramiento que le cabe en cada uno de sus actos.

Es de este modo que creemos que debe funcionar el principio jurídico -establecido por la escuela
clásica de derecho- del nulla poena sine culpa -no hay pena sin culpa- y que en la versión del
derecho canadiense reza: "El acto no hace al acusado, si la mente no es acusada". (Actos non
facit reum nisi mens sit rea.). Este fundamental principio, recogido por todos los derechos positivos
modernos, se opone a las concepciones objetivas de la responsabilidad pues entiende que el
delito no supone sólo el cumplimiento de un acto material (actos) sino también una implicación
subjetiva (mens rea). Se trata de establecer no sólo quién hizo qué, sino por qué lo hizo. Los
motivos del acto poseen en nuestros sistemas judiciales una importancia suprema -pensemos sólo
en la calificación de "homicidio agravado" (que eleva la pena a prisión perpetua) cuando el
homicidio ha sido causado "por placer, codicia, odio racial o religioso", art. 80 inc. 4° del Código
Penal-. Es decir, no se juzgan actos sino motivaciones, tan es así que cuando el "motivo" del
homicidio es la defensa propia la ley declara al sujeto no punible (art. 34 inc. 6°). ¿No se está
inquiriendo, en última instancia, cómo es el hombre que ha cometido el delito?

Si el sujeto no reconoce y se hace cargo de su falta, será difícil que pueda otorgar significación alguna
a las penas que se le imponen, y por lo tanto a las consecuencias de su acto criminal. Podrá cumplir
automáticamente las sanciones pero sin implicarse o responsabilizarse de aquello de que se le acusa y
penaliza. La falta de reconocimiento y significación del castigo lleva a redoblar la tendencia al pasaje al
acto criminal. Esto es importante en la medida que nuestras legislaciones penales han sido construidas
no sólo con el objetivo de establecer castigos sino, y fundamentalmente, para prevenir los delitos. El
objetivo (al menos el declarado) de la ley penal es establecer una sanción para impedir que la
infracción se cometa, no castigar las infracciones cometidas. De allí la importancia de que el criminal
otorgue significación a las penas que se le imponen.

Es posible investigar la cuestión del asentimiento subjetivo del criminal vía su discurso y las
prácticas discursivas que en torno a él provocan las sanciones penales. Si el sujeto asume en su
discurso cuál es el lugar que le cabe en el banquillo de los acusados, es posible que asuma
responsablemente sus faltas y se reintegre, purgando sus culpas, a la sociedad que lo condenó; si,
en cambio, expulsa de su discurso cualquier implicación subjetiva, y deja la punición a cargo del
juez y los aparatos sociales, no hace más que potenciar su acto criminal.

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En agosto de 1995, es decir, casi cuatro años después de la denuncia de sus hijas y su auto de prisión
el padre de las niñas es entrevistado, a pedido de la defensora de menores, por una psicóloga que en
su informe dice: “[…] entrevisté en este gabinete psicosocial al señor R. D. L, argentino, viudo, trabajo
sin relación de dependencia (calzado y tapicería) y con escuela primaria incompleta. Fueron
administradas las siguientes pruebas: Bender, proyección gráfica, T.A.T. y Rorschach.

"Al momento de las entrevistas impresiona como una persona formal, controlada, de lenguaje fluido y
con buena disposición ante la situación de prueba. Relato a través del cual se evidencia una escasa
implicancia emocional en torno a los hechos planteados de índole sexual en relación a sus hijas,
tendiendo a desplazar su probable participación en personas ajenas al contexto familiar..."

Si acordamos importancia a este informe no caben casi dudas de que el señor R. D. L. está listo para
volver a empezar. La intervención del aparato judicial no ha servido más que para separar a las
menores (que han ido a parar -con reiteradas fugas de por medio- a distintos establecimientos) y
advertir a nuestro tapicero de la importancia de que los vecinos no se enteren cuando viola a sus hijas.

¿No es lógico preguntarse si no es posible otro tipo de intervención tanto con las víctimas como
con el victimario?

Michel Foucault terminaba su artículo "La vida de los hombres infames" diciendo: "Harán falta
años, y tanteos, y transformaciones para determinar qué es lo que hay que castigar y cómo, y si
castigar tiene algún sentido, y si es posible".

En el caso analizado castigar no ha tenido ningún sentido en la medida que otorgamos a la


sanción el estatuto de reingreso del reo al cuerpo social del cual su delito lo ha excluido. No se
trata, creemos, de excluir al reo de la sociedad mediante la sanción, no es la pena la que debe
apartarlo del resto de los hombres. Vista así la pena sólo potencia el delito, lo reafirma pues es el
delito lo que lo ha apartado. La pena debe ser, en cambio, la que lo reintegre en la medida en que
asiente con ella. El castigo, si cabe algo así, no es la salida sino el reingreso, pero por otras
puertas. De allí que pugnemos la necesidad de un "tratamiento" distinto a victimarios y víctimas.
Un tratamiento que otorgue un lugar de privilegio a sus palabras, que deje de lado estatutos
discursivos que sólo sirven para encasillar, uniformizar, estigmatizar, apartar y así dejar tranquilas
las conciencias de jueces y peritos. Un tratamiento que parta de la premisa de que debe tratar con
hombres, no con delitos ni casos ni problemas. Un tratamiento, en fin, que reivindique la
importancia de la subjetividad.

Bibliografía

Foucault, Michel (1977): La vida de los hombres infames, La Piqueta, Madrid, 1990.

Jiménez de Asila, Luis: Psicoanálisis criminal, Losada, Bs. As., 1947.

Lacan, Jacques (1959-60): El Seminario. Libro VII: la ética del psicoanálisis, Paidós, Bs. As.,1983.

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Autor. Marta Gerez Ambertín

Legendre, Pierre (1985): Lecciones IV. El inestimable objeto de la transmisión, Siglo XXI, México, 1996.
(1939): Lecciones VIII. El Crimen del Cabo Lortie, Siglo XXI, México, 1994.

Soler, Sebastián (1940): Derecho penal argentino, 10a reimpresión total, TEA, 13s. As., 1989.

Notas

* Artículo publicado en revista Actualidad Psicológica n° 289, año XXVI, Bs. As., agosto de 2001.

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