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CÓMO LA TEORÍA DE LA ARQUITECTURA HA

DISTANCIADO A LAS PERSONAS DEL DISEÑO

ARQUITECTÓNICO

Cualquiera que sea la forma (personal, teórica, académica), los


arquitectos frecuentemente se desvían hacia el ámbito filosófico cuando
tienen que defender decisiones de diseño subjetivas. Personalmente,
esto puede ser justificable. Pero profesionalmente, esta confianza en el
giro cuasi filosófico es una de las formas fundamentales en que la
arquitectura difiere de otros pilares prácticos de la sociedad, como el
derecho, las finanzas o la medicina. Esas disciplinas se basan en
estructuras de conocimiento (precedente o normativa, economía y
ciencia, respectivamente) que median entre las decisiones profesionales
y el juicio subjetivo.

La falta de un mediador, entre las preferencias personales y las


prescripciones formales de la arquitectura, puede generar una
desconexión entre los arquitectos y las personas para las que diseñan.
Y por una buena razón: los clientes esperan un sistema de
razonamiento empírico para respaldar la creación de algo tan
fundamental como su vivienda. Como resultado, la preocupación
principal por la disciplina debería residir en desarrollar una estructura
de conocimiento que pudiera distinguir entre juicios subjetivos y
decisiones de diseño.

Aunque el academicismo se encuentre, en gran parte, separado de la


filosofía, la teoría arquitectónica, que se remonta a Vitruvio, es
filosófica en cuanto a discernir el razonamiento detrás de las decisiones
arquitectónicas. Al referirse a la teoría arquitectónica en la
Enciclopedia de Filosofía de Stanford, Saul Fisher señaló que "... los
autores en la tradición han estado (y están) en los arquitectos
principales que buscan dar cuenta de lo que ellos y otros hacen, y
deberían hacer, en arquitectura". En otras palabras, la "teoría"
arquitectónica está escrita principalmente por arquitectos para
arquitectos y, según el nivel de creencia de cada uno se justifican las
decisiones de diseño o se confunde a los detractores reacios en una
sumisión desconcertada. ("Parametricismo", alguien?).
Aunque existen algunas raras excepciones de filósofos que se involucran
con la arquitectura, los dos campos tienen una superposición formal
limitada, aunque hemos presenciado una expansión considerable
durante la segunda mitad del siglo XX. Muchos de los arquitectos más
consagrados pasaron a involucrarse más profundamente con la filosofía
durante las últimas décadas, un flirteo que culminó en una de las más
prolíficas alianzas: Peter Eisenman y Jacques Derrida durante la
elaboración del proyecto para el Parc de la Villette en París. Vale la
pena señalar, sin embargo, que Eisenman se apropió felizmente de esta
relación íntima de trabajo con Derrida, a lo que el autor Stefano Corbo
llamó "un ejercicio astuto de auto-posicionamiento dentro del debate
arquitectónico".

Al recordar este período en 2013, el editor de la revista Architect,


Ned Cramer, resume la era diciendo que "Pensadores profundos como
Michel Foucault y Jacques Derrida estaban de moda cuando estaba en
la escuela, a finales de los años 80 y principios de los 90 - el
detrimento ocasional de la educación arquitectónica actual, si me
preguntas ”. Mientras Cramer celebraba lo que él cree que es un
reemplazo contemporáneo de la teoría con el pragmatismo, podría
argumentarse fácilmente que la antigua tradición vive en el zeitgeist
actual. Esto es quizás más evidente a través del cartel del pragmatismo
arquitectónico visionario de hoy, Bjarke Ingels, quien una vez fue
descrito por la revista Smithsonian como "una solución elevada de
resolución de problemas a una filosofía". Si bien el enfoque de Ingels se
puede caracterizar como una forma ingeniosa de marketing cultural
(mejor dicho, marca), es, sin embargo, una filosofía personal en la
medida en que se utiliza para explicar las decisiones detrás de los
diseños de su empresa.
Entonces, ¿por qué los arquitectos han confiado tan ciegamente en
conceptos filosóficos para defender sus proyectos? La naturaleza
abstracta y generalista del discurso filosófico parece ser perfecta para
aquellos que buscan justificaciones simples para decisiones arbitrarias.
Si se utiliza inteligentemente, esta estrategia puede ser una gran aliada
contra las críticas - imposible de comprobar o desmentir y, en el mejor
de los casos, poética suficiente para parecer relevante e inspirar
seguidores.

El problema de todo esto es que la arquitectura es, ante todo, un


refugio. Esto pone a nuestra disciplina en el fondo de la jerarquía de
Maslow, como una necesidad social fundamental. Instintivamente
comparable a profesiones como derecho, finanzas o medicina. Sin
embargo, una característica clave dentro de esas disciplinas es que casi
siempre se espera que las decisiones profesionales estén respaldadas por
algún tipo de evidencia empírica. Además, con frecuencia se espera que
esta verificación ocurra de manera sistemática, a través de una
estructura de conocimiento preexistente y bien documentada.

Entre el juicio personal y el cumplimiento de la ley, por ejemplo,


existen las leyes y los códigos (según el lugar donde uno viva); entre el
privilegio y la distribución del capital, está la economía; entre la salud
y la administración del tratamiento médico, está la ciencia. Estos
sistemas deberían ser tan buenos como las personas que los llevan a
cabo, aquí entra en juego la responsabilidad, que es la que los puede
llevar a cometer la mayoría de sus fallas. La existencia de una
estructura de toma de decisiones en cada disciplina es irrefutable. La
arquitectura, por otro lado, no tiene su propia estructura de toma de
decisiones aceptada para el diseño, excepto para sistemas como las
normas de construcción o las proporcionadas por agentes externos.
Más allá de las restricciones estipuladas, simplemente se espera que los
arquitectos lleguen al diseño de un edificio, como mejor les parezca.

Esta aparente libertad puede hacer que la tarea de diseño sea más
significativa para los arquitectos, sin embargo, la falta de tal estructura
puede resultar en un gran desequilibrio entre aquellos pocos que
proyectan y aquellos tantos que habitan los espacios construidos Los
clientes comunes esperan algo tan tangible como un edificio para ser
entendido a través de una estructura de conocimiento muy parecido
a otras tantas profesiones que impactan directamente en sus vidas -
y el descubrimiento de que no lo es, es simplemente desconcertante.
Ahora, intentemos imaginar cómo sería la arquitectura si existiera un
elemento mediador entre los juicios subjetivos y las decisiones objetivas
en un proyecto de arquitectura. Una plantilla estandarizada que
pudiera ser utilizada como punto de partida y también como forma
de orientar nuestras decisiones de diseño. Este sistema podría
transformar la práctica de la arquitectura en una referencia social
pasible de comprobación, elevando el nivel medio de los proyectos de
arquitectura logrando atender mejor a una mayor parte de la
población, principalmente aquellos que esperan más compromiso de los
profesionales que construyen los edificios y las ciudades donde viven.
Esto no sucederá de la noche a la mañana. Sistemas como el derecho
común, la economía y la ciencia se desarrollaron durante miles de años,
y en la arquitectura no hay un sistema listo todavía. Sin embargo, es
dentro del campo de la psicología ambiental que podrían existir los
principios de tal sistema de conocimiento, tanto que Saul Fisher se
refirió a él como una "píldora mágica" en su artículo examination of
philosophy in architecture. Describiendolo como algo que "... identifica
maneras en que factores ambientales como color, forma, luz y el
patrón circulatorio pueden moldear nuestras reacciones visuales y
patrones de comportamiento dentro y alrededor del entorno
construido". También señaló que "A partir de estas ideas empíricas,
podemos crear restricciones en principios de diseño arquitectónico que
guíen al proyectista, y diseñen soluciones correspondientes a problemas
de diseño particulares ".

Iniciativas tales como el modelado de comportamiento, métodos


estructurados para recopilar datos sobre el uso del espacio público y
una comprensión científica de cómo las personas perciben los edificios,
son solo algunas de las herramientas que se están desarrollando y que
encajan directamente en este ámbito. Tales conceptos son
prometedores para un uso generalizado en la arquitectura, aunque
exista un largo camino para que puedan ser aplicados
sistemáticamente o para ser públicamente validados y aceptados.

Afortunadamente para los arquitectos, eso suena como un problema


de diseño.

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