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Fundaepisteme

Pensamiento crítico

Capitulo Bolívar

Tres relatos marxólogos: Marx, utopías


y distopías

Ángel Américo Fernández


Tres relatos marxólogos: Marx, utopías y distopías

En la abigarrada selva de contribuciones teóricas herederas de la obra de


Marx se encuentran textos de tipos diversos que pueden ser filosóficos o
ideológicos, algunos que ponen el énfasis en los aspectos prácticos de la
lucha revolucionaria, otros que insisten en los aspectos del método
dialéctico, otros más que abordan los circuitos de lo económico e incluso se
encuentran los que hacen un periplo por la estética y los asuntos culturales.
La tesis central que anima el presente ensayo es que entre una amplia
cantera de obras, agenda de temas y estilos de pensamiento relativos a la
producción intelectual marxóloga, es posible elaborar una taxonomía que
permite clasificar el marxismo en tres grandes vertientes, relatos o tipos: 1.
El marxismo de Marx 2. El marxismo-leninismo y 3. El marxismo crítico.

l. El marxismo de Marx

Es el marxismo fundador ligado a las luchas sociales y políticas de Europa


en la segunda parte del siglo XIX en la que el propio Marx fue protagonista
no sólo como escritor sino como actor y animador. Este contexto de “la
lucha de clases” en Francia, Inglaterra y Alemania, se corresponde con la
fase de creación del marxismo en cuanto el autor de la teoría, Karl Marx,
emprende la monumental tarea de dotar de fundamentos a las luchas del
movimiento obrero mundial. Es el marxismo que en textos centrales como
la Ideología Alemana (1845) y los Manuscritos económicos filosóficos de
París (1844) aborda el problema de la emancipación del hombre, toma
distancia neta de la religión, rompe con la filosofía idealista y con toda la
filosofía metafísica, y finalmente, considerando la experiencia histórica
alemana rompe con el respeto al Estado. En este último aspecto, tras
constatar en ese país la continuidad crónica del absolutismo, llega a la
conclusión de la debilidad de las soluciones políticas y se decanta por
soluciones totales o radicales depositando su confianza en una clase, el
proletariado, para realizar la tarea de una revolución social.
Asimismo, es el marxismo de la teoría desplegada mediante el método
dialéctico heredado de Hegel, pero despojado de su halo místico, que
introduce para las Ciencias humanas una visión para comprender la
sociedad moderna capitalista como un campo de contradicciones históricas:
el valor se opone al precio, la plusvalía se opone al salario, el capital se
opone al trabajo, la burguesía es el opuesto antagónico del proletariado, el
carácter social de la producción se opone al modelo privado de la
apropiación.

Pero también es el marxismo del Manifiesto Comunista que declara


explícitamente la tesis de la lucha de clases, la dictadura del proletariado y
las llamadas medidas prácticas como las expropiaciones y estatizaciones,
aunque -hay que decirlo- se trata de un texto que no es comparable en rigor
y enjundia con otros del mismo Marx.

Y finalmente es el marxismo que no se conforma con la mera crítica


hermenéutica de la ideología, la filosofía, la religión o el Estado, sino que
es mucho más ambicioso, quiere ser científico, se propone analizar el
funcionamiento del modo de producción capitalista, pero además
fundamentar la revolución en una ciencia. En efecto, Marx procede como
lo haría cualquier investigador positivista que opera con las reglas de la
ciencia occidental. “En la presente obra nos proponemos investigar el
régimen capitalista de producción y las relaciones de producción y
circulación que a él corresponden”. (El Capital, volumen I, Prólogo). Pero
al aceptar las reglas de la ciencia, Marx coloca a su teoría y a su revolución
sobre un tablero agonístico que implica pruebas y refutaciones. Y es allí
donde comienzan a hacerse visibles serias grietas e inconsistencias, porque
al pronosticar el derrumbe del capitalismo, al anunciar la revolución
proletaria teniendo como ancla la teoría del valor-trabajo, pronto quedará
expuesto por el tiempo histórico y por la evolución de la ciencia económica
moderna.

En efecto, Marx adoptó el error de David Ricardo e hizo suyo el concepto


de valor como “substancia”, según la cual las mercancías tienen un valor
absoluto y el trabajo es la substancia de ese valor. Tardarían 100 años de
evolución de la ciencia económica para que se llegara a clarificar que lo
que determina el valor de un bien no es el trabajo que requirió sino la
capacidad de satisfacer las necesidades de otros seres humanos que lo
demandan. Por tanto, el valor no es una substancia sino una relación. Esta
formulación es central en la economía política moderna y en esa dirección
se encuentran fabulosos textos en Venezuela como los del investigador
Emeterio Gómez. De modo que en la composición del valor como relación
–valor relativo- queda implicada una condición de no-dependencia del
trabajo, en la medida en que intervienen otros factores como la escasez, la
demanda, el tiempo y hasta las expectativas y valoraciones de los sujetos
económicos. Sintetizando: cuando es exorcizado el fantasma sustancialista
se impone la realidad inapelable de que el valor se constituye en el
mercado. “El valor sólo puede ser valor de cambio o precio y […] esta es
la única realidad estrictamente mercantil.” (Gómez, Emeterio, Socialismo y
mercado).

En el despliegue del trabajo de Marx había quedado una huella nefasta


sobre la sociedad fundada en el mercado y el precio. Por tanto, en la
sociedad del futuro el mercado debía desaparecer. Pero desplomada la
teoría del valor-trabajo, queda seriamente averiada la teoría de la plusvalía
y ello deja como meramente especulativa la teoría del derrumbe que, por
cierto, ha sido literalmente barrida por el laboratorio de la historia. Es por
ello que marxólogos y exegetas al constatar que la teoría de Marx ha sido
rebasada por “los hechos”, han estado corriendo detrás de éstos para
remendar y maquillar la teoría. Es lo que explica diversas cabriolas y
enroques como aquella de que Marx no quiso explicar el capitalismo y los
precios sino elaborar una teoría de la alienación –tamaño embeleco-, o
cuando vieron a naciones prosperando con capitalismo y mercado ¡oh
sorpresa! se apuraron para llegar a postular sin rubor alguno “socialismo de
mercado”.

En una mirada epistemológica sobre la ciencia Imre Lakatos sostiene que


cuando una teoría explica o predice hechos nuevos es una teoría progresiva.
Por el contrario, si la teoría se retrasa con relación a los hechos, el
programa de investigación es regresivo. (Lakatos, Programas de
investigación científica). Cuando se ve a los seguidores de un paradigma
corriendo tras “los hechos” sin poder explicarlos y sólo apremiados por
hacer trabajo de utilería con el fin de poner suturas en la teoría, entonces se
dice que la teoría ha sido rebasada por los hechos. Este es el caso del
marxismo, el de Marx. En consecuencia, estamos en presencia de una
teoría regresiva.
Naturalmente, los marxistas todavía pueden invocar su revolución, tal vez
en nombre de principios humanistas, vínculos afectivos o hasta éticos, pero
lo que sí no pueden hacer es afirmar que la revolución tiene un fundamento
científico.

II. El marxismo-leninismo

Carece de sentido tratar las proposiciones de


la ideología oficial soviética a nivel
cognoscitivo: pertenecen al dominio de la
razón práctica, no al de la razón teórica.
Herbert Marcuse.

Esta peculiar versión del marxismo, a diferencia de la primera, no es


motivada por un interés de fundamentación teorético o en el nivel
epistémico, sino gobernada por los apremios de la práctica, toda vez que
tras el triunfo de la revolución de Octubre de 1917 se hizo necesario en
Rusia desmontar las rémoras del régimen zarista semifeudal y emprender la
tarea de construir la sociedad socialista. De allí las preocupaciones
prácticas de Lenin para encarar las demandas de los procesos reales en
términos de tácticas y estrategias, considerando las especificidades de una
revolución en un país atrasado y cercado por países pujantes del
capitalismo. En este contexto, se privilegiaron cuestiones como la
industrialización, la electrificación, la incorporación del campesinado en la
órbita teórico-práctica y, dado el carácter “inmaduro” del proletariado, se
desplaza el agente revolucionario hacia el partido centralizado como
vanguardia del proletariado. Este marxismo en sus formulaciones tiene un
carácter pragmático e instrumental. Se trata de la puesta en escena del
marxismo que debe organizar la sociedad, implantar la dictadura del
proletariado, organizar a los trabajadores, poner en marcha una nueva
maquinaria de Estado e iniciar un disciplinamiento social y cultural para la
transición hacia la sociedad del futuro. Pronto asumirían que se debía
apalancar la revolución “desde arriba”.

La sociedad lanzada en un movimiento inédito en busca de una utopía, se


fue convirtiendo en un campo de experimento e ingeniería social en el que
se edificó un nuevo esquema de poder con base en los sóviets o concejos de
obreros, campesinos, estudiantes etc. pero con la debida preeminencia de
un Soviet Supremo; abolición de la propiedad privada, expropiaciones de
tierras a los campesinos ricos, control sobre la distribución de alimentos
como arma política, estatización de la economía, planificación económica
centralizada, colectivización del campo y fuertes medidas de control social
desde el Estado/partido. A la muerte de Lenin ya se había construido el
andamiaje para su sucesor. El paso de Lenin a Stalin constituyó un cambio
de intensidad en términos de crecimiento de la dictadura, de la
centralización autoritaria y, finalmente, la deriva totalitaria. Stalin encontró
la excusa perfecta para su sistema férreo: la “amenaza capitalista”. A partir
de allí queda inaugurada una era de terror, la colectivización forzada del
campo incluye fusilamientos, el individuo desaparece al quedar subsumido
en el Estado, se entroniza en el poder una burocracia política-militar y de
intelectuales o artistas oficiales que sirve de cementación al Estado
totalitario en sus prácticas y rituales. Asistimos a la peor versión del
marxismo, una en la que se modifica para ponerle ropaje a cada envite
generado por prácticas políticas de control total con el señuelo de “fines
superiores” u “objetivos históricos”. Es el marxismo instrumentalizado para
justificar la escalada de un Estado represivo y totalitario. Es el marxismo
convertido en oráculo; contra el propio Marx sufre la conversión en una
ideología oficial. El marxismo así concebido pierde su contenido crítico, es
despojado de su valor hermenéutico y epistemológico para desplazarse
hacia una “concepción del mundo” reglamentada desde el poder. Tal como
lo aprecia Herbert Marcuse “Pasa a formar parte de la superestructura de un
sistema de dominación establecido, el movimiento del pensamiento es
codificado en sistema filosófico”. El marxismo-leninismo y su deriva
stalinista se constituyó en una ideología al servicio de un “museo de
horrores”.

3. El marxismo crítico

La vertiente crítica es una expresión del pensamiento marxista que


recupera diversos aportes y sensibilidades intentando rebasar la
problemática del simple “economicismo” en el esquema de “socialización
de las relaciones de producción” o la cuestión añeja de la “dictadura del
proletariado”. Aunque son muchos los autores que podrían formar parte de
la entonación crítica, parece claro que la agrupación que mejor realiza ese
espíritu, por su alcance cultural y civilizatorio es la Escuela de Fráncfort
con notables pensadores como Adorno, Marcuse, Horkheimer y Benjamín.
La crítica no se focaliza sólo sobre el sistema económico capitalista sino
sobre todo el complexus de Episteme y el cuerpo valórico e histórico-
cultural que le sirve de soporte: la civilización occidental. El punto de
partida de Fráncfort es que el mundo asiste al “desvanecimiento” de la
“razón objetiva”, esa razón substancial o global tan apreciada por los
griegos clásicos y aún por los primeros modernos, donde el cosmos
constituía una unidad entre el hombre y la naturaleza Realizando la idea de
comunidad natural/racional plena que dotaba de un sentido trascendente al
mundo. Es la razón entendida como logos, como razón comprehensiva
donde conocimiento y ética se encuentran religados. Es la idea de razón
completamente distinta a la separación que ha impuesto el pensamiento
moderno entre naturaleza y cultura.

El pensamiento de Frankfort realiza la constatación histórica y filosófica


de que el desarrollo de la modernidad avanzada ha operado una fractura de
la razón objetiva, ésta se ha escindido con el triunfo de la razón subjetiva,
un tipo de razón reduccionista y unilateral que privilegia la racionalización
de los medios con vista al fin de dominación o razón instrumental. Deviene
la razón como una cualidad del sujeto, frío instrumento de cálculo de
medios óptimos para lograr fines ajenos a la razón. Esta racionalidad de la
dominación encuentra su mejor elaboración en la moderna sociedad
tecnológica.

Con ese telón de fondo, es preciso un apretado resumen de las principales


tesis de Frankfort. Su idea central es la “crítica radical de la razón
occidental”. La sociedad occidental es una barbarie, hay que aquilatar las
potencialidades destructivas del progreso. La civilización tiene todas las
posibilidades de “convertir el mundo en un infierno”. La razón instrumental
es la lógica de la dominación. La racionalidad burocrática no es sólo
fenómeno del capitalismo, es extensiva e inherente al llamado campo
socialista. La liberación implica recuperar la dimensión utópica del
humanismo. Una crítica radical desde el no-lugar, el lugar de la utopía,
constituye una brutal contestación contra la dominación. La razón
instrumental en cuanto arbitra medios (ciencia, tecnología, administración
etc.) para dominar la naturaleza, sirve a su vez al propósito de dominar al
hombre. La lógica del dominio de la naturaleza debe ser impugnada. La
industria cultural es la cosificación del hombre unidimensional. La
dimensión estética es el lugar donde se condensa la mayor fuerza crítica de
la sociedad antagónica.
Sin embargo, siendo la crítica la cantera que exhibe su mayor riqueza, es
también su principal problema, porque la crítica es su método pero también
su propuesta. La crítica se desliza por un flujo y reflujo estetizante, y no se
hace presente un cuerpo propositivo que permita explorar y responder la
pregunta ¿Hacia dónde? Ni pensar en un modelo económico o político.
Tomemos con pinza, por ejemplo, una tesis cardinal, a saber: “crítica de la
razón occidental”. (Aclaremos que los maestros de la sospecha no son muy
avenidos a sintonizar con preguntas que provengan desde algún enclave de
“realismo”). Si abandonamos la razón occidental, una pregunta de base
sería ¿Cuál es la alternativa? ¿Acaso la razón eslava? ¿Acaso la pulsión
irracional? Si la cultura occidental la abandonamos por segmentos ¿Entra
en deposición la razón médica con su paquete de inventos contra las
enfermedades? ¿La alternativa es un regreso del reloj de la historia, tal vez
antes del Descartes de la “res cogitans”? Cuestión esta última pantanosa
porque toparíamos con la edad media donde la razón era sierva de la
teología. ¿Implicaría poner en el invernadero o retirar por completo la
tecnología? De modo que esa son sólo algunas de las preguntas que surgen
ante la deconstrucción de la razón occidental.

La escuela de Fráncfort prefigura ciertamente el destino de un paraíso, pero


la aeronave tiene serios problemas con la escalera y con el tren de
aterrizaje. Hay en esa línea de pensamiento un espíritu melancólico, una
especie de nostalgia por la “Razón objetiva”. Por lo demás, la razón
objetiva y la razón subjetiva son por igual hijas de la civilización
occidental. Asimismo, la idea de crítica es propia de la modernidad
occidental desde Descartes hasta Lutero y desde éste hasta la Ilustración,
alcanzando su mayor sistematización en el programa de Kant.

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