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- Presentaci-ón de-
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0eleuze-
Presentación de
Sacher–Masoch
Lo frío y lo cruel
Gilles Deleuze

Traducido por Irene Agoff


Amorrortu, Buenos Aires, 2001

Título original:
Présentation de Sacher–Masoch.
Le froid et le cruel
Editions de Minuit, París, 1967

La paginación se corresponde
con la edición impresa. Se han
eliminado las páginas en blanco
cer en los dolores que inflige, ¿los siente a la manera
sádica? Volvemos una y otra vez al problema del sín-
drome: hay síndromes que son meramente un nom-
bre común para perturbaciones irreductibles.
En biología, descubrimos cuántas precauciones
hay que tomar antes de afirmar la existencia de una
línea evolutiva. La analogía de algunos órganos no
implica necesariamente que uno de ellos haya pasado
al otro; y es engorroso hacer «evolucionismo» asocian-
do en una misma línea resultados aproximadamente
continuos pero que implican formaciones irreducti-
bles, heterogéneas. Un ojo, por ejemplo, puede ser
producido de varias maneras independientes, en la
desembocadura de series divergentes, como el resul-
tado análogo de mecanismos completamente distin-
tos. ¿No sucede algo similar con el sadismo y el ma-
soquismo y con el complejo placer–dolor como órgano
supuestamente común? ¿No son el sadismo y el maso-
quismo de tal índole que su encuentro es de pura ana-
logía, y sus procesos y formación por completo dife-
rentes? Cabe preguntarse si su «ojo», órgano común a
ambos, no es un ojo bizco.

Masoch y las tres mujeres

Las heroínas de Masoch tienen en común sus for-


mas opulentas y musculosas, un carácter altanero,
una voluntad imperiosa, cierta crueldad aun en la
ternura o la inocencia. La cortesana oriental, la zari-
na terrible, la revolucionaria húngara o polaca, la sir-
vienta–patrona, la campesina sármata, la mística he-
lada, la jovencita de buena familia, comparten este
mismo fondo. «Sea princesa o campesina, lleve armi-
ño o pelliza de cuero de cordero, en todos los casos esta
mujer de pieles y látigo que hace del hombre su escla-

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vo es, a la par, mi criatura y la verdadera mujer sár- contrato y la oposición consiguiente institución–ley
mata».10 Pero bajo la aparente monotonía salen a re- devinieron lugares comunes jurídicos del espíritu po-
lucir tres tipos, que Masoch trata en forma muy dife- sitivista, pero compromisos de naturaleza cambiante
rente. les hicieron perder sentido y calidad revolucionaria.
El primer tipo es la mujer pagana, la Griega, la he- Para recuperar el sentido de esas oposiciones, de las
tera o la Afrodita generadora de desorden. Vive —dice opciones y direcciones que implican, es preciso volver
de sí misma— para el amor y la belleza, el puro ins- a Sade (y también a Saint–Just, cuyas respuestas di-
tante. Sensual, ama a quien le place y se entrega a ferían de las de este). Hay en Sade un profundo pen-
quien ama. Es partidaria de la independencia de la samiento político, el de la institución revolucionaria y
mujer y de la brevedad de las relaciones amorosas. In- republicana en su doble oposición a la ley y al contra-
voca la igualdad de la mujer y del hombre: es herma- to. Pero este pensamiento de la institución es irónico
frodita. Pero quien vence es Afrodita, el principio fe- de cabo a rabo puesto que, sexual y sexualizado, se
menino, así como Onfale afemina y traviste a Hércu- monta en provocación contra toda tentativa contrac-
les. Porque, en cuanto a la igualdad, sólo la concibe tual y legalista de pensar la política. ¿No debe espe-
como aquel punto crítico en que la dominación pasa rarse de Masoch un prodigio inverso? ¿No ya un pen-
de su lado: «El hombre tiembla en cuanto la mujer se samiento irónico en función de la Revolución de 1789,
hace su igual». Moderna, denuncia el matrimonio, la sino un pensamiento humorístico vinculado a las re-
moral, la Iglesia y el Estado como invenciones del voluciones de 1848? ¿No ya un pensamiento irónico
hombre que es preciso destruir. Es ella la que surge de la institución opuesta al contrato y la ley, sino un
en un sueño al comienzo de La Venus. Al principio de pensamiento humorístico del contrato y la ley en sus
La mujer divorciada, es ella la que hace una larga relaciones mutuas? Y ello hasta el punto de que sólo
profesión de fe. En La sirena, aparece bajo los rasgos se podría acceder a estos auténticos problemas del de-
de Zenobia, «soberana y coqueta» que viene a sembrar recho bajo las formas pervertidas que Sade y Masoch
el desorden en una familia patriarcal inspirando en supieron darles, al convertir sus elementos noveles-
las mujeres de la casa el deseo de dominar, poniendo cos en una parodia de la filosofía de la historia.
al padre bajo su sujeción, cortando los cabellos del hijo
en un singular bautismo y travistiendo a todo el
mundo.
En el otro extremo, el tercer tipo es la sádica, a La ley, el humor y la ironía
quien le place hacer sufrir, torturar. Es notable igual-
mente que actúe impulsada por un hombre o al me- Existe una imagen clásica de la ley. Platón le dio
nos en relación con un hombre, de quien corre siem- una expresión perfecta que se impuso en el mundo
pre el riesgo de resultar víctima. Todo se presenta cristiano. Esta imagen define un doble estado de la
como si la Griega primitiva hubiese encontrado su ley desde el punto de vista de su principio y desde el
Griego, su elemento apolíneo, su pulsión viril sádica. punto de vista de sus consecuencias. Por lo que se re-
fiere al principio, la ley no está en primer lugar. La ley
10 Cf. Apéndice I. es tan sólo un poder segundo y delegado, depende de

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rrección (...) no es un estado moral: debe ser sin em- Masoch habla a menudo de aquel a quien llama el
bargo el estado permanente de una república; por lo Griego, o incluso Apolo, y que surge como tercero para
tanto, sería absurdo e igualmente peligroso exigir que incitar a la mujer a comportarse sádicamente. En
quienes deben mantener la perpetua actividad de la Agua de Juvencia, la condesa Elisabeth Nadasdy
máquina sean a su vez seres extremadamente mora- atormenta jóvenes en compañía de su amante, el te-
les, porque el estado moral de un hombre lo es de paz rrible Ipolkar, con ayuda de una de las raras máqui-
y tranquilidad, y en cambio su estado inmoral es un nas que aparecen en la obra de Masoch (una mujer de
estado de movimiento perpetuo que lo aproxima a la acero entre cuyos brazos se maniata al paciente: «y la
necesaria insurrección en la que el republicano debe bella inanimada comenzó su obra, cientos de lágri-
mantener siempre el gobierno del que es miembro». mas brotaron de su pecho, de sus brazos, de sus pier-
En el célebre texto La filosofía en el tocador, «France- nas y de sus pies...»). En La hiena de la Puzsta, Anna
ses, un esfuerzo aún si queréis ser republicanos», se- Klauer ejerce su sadismo en alianza con un jefe de
ría equivocado ver una simple aplicación contradicto- bandoleros. Hasta La pescadora de almas, Dragomi-
ria de los fantasmas sádicos a la política. El proble- ra, encargada de castigar al sádico Boguslav Soltyk,
ma, a la vez formal y político, es mucho más serio y se deja persuadir de que ambos son «de la misma ra-
también más original. El problema consiste en lo si- za» y hace alianza con él.
guiente: si es verdad que el contrato es una mistifica- En La Venus, Wanda, la heroína, comienza tomán-
ción, si es verdad que la ley constituye también una dose por la Griega y acaba creyéndose sádica. Al prin-
mistificación al servicio del despotismo, si es verdad cipio, en efecto, se identifica con la mujer del sueño,
que la institución es la única forma política que difie- ella es el Hermafrodita. En un bello discurso, declara:
re por naturaleza de la ley y del contrato, ¿cuáles se- «La sensualidad serena de los griegos es para mí una
rán las instituciones perfectas, es decir, aquellas que alegría exenta de dolores, un ideal que intento reali-
se opongan a todo contrato y que supongan sólo un zar en mi vida. Pues no creo en ese amor que predican
mínimo de leyes? La respuesta irónica de Sade es que, el cristianismo y los modernos caballeros del espíritu.
bajo estas condiciones, el ateísmo —la calumnia, el Sí, míreme bien, soy peor que una hereje, soy una pa-
robo—, la prostitución, el incesto y la sodomía —in- gana (...) Fracasaron todos los intentos de introducir
clusive el asesinato— son institucionalizables y, más —mediante ceremonias sagradas, mediante jura-
aún, son el objeto necesario de las instituciones mentos o contratos— la duración de lo más inestable
ideales, de las instituciones de movimiento perpetuo. en la andadura del ser humano, el amor. ¿Puede us-
Obsérvese, entre otras cosas, la insistencia de Sade ted negar que nuestro mundo cristiano se halla en
en la posibilidad de instituir la prostitución universal descomposición?». Pero al final de la novela se condu-
y su intento de refutar la objeción «contractual» fun- ce como la sádica. Instada por el Griego, hace que el
dada en la invalidez del contrato ante terceros. propio Griego flagele a Severino: «Me muero de ver-
De todos modos, definir el pensamiento político de güenza y desesperación. Y lo más ignominioso es que
Sade requiere algo más que confrontar sus inflama- siento una suerte de placer fantástico y suprasensual
das declaraciones con su muy moderada actitud per- en esta situación lamentable, librado al látigo de Apo-
sonal durante la revolución. La oposición institución- lo y escarnecido por la risa cruel de mi Venus. Pero

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Apolo me libera de toda poesía al sucederse uno a otro En síntesis: un movimiento particular del contrato lo
los golpes, hasta que por fin, apretando los dientes de hace considerarse generador de la ley, sin perjuicio de
cólera impotente, me maldigo a mí mismo y a mi ima- subordinarse a ella y de reconocer su superioridad; un
ginación voluptuosa, a la mujer y al amor». La novela movimiento particular de la institución hace degene-
termina, pues, en el sadismo: Wanda huye con el rar la ley y se considera superior a ella.
cruel Griego hacia nuevas crueldades, en tanto que Muchas veces se señaló la afinidad del pensamien-
Severino se hace él mismo sádico o, como dice, «mar- to de Sade con el tema de la institución (y con ciertos
tillo». aspectos del pensamiento de Saint–Just). Pero no hay
Sin embargo, está claro que ni la mujer–hermafro- que limitarse a decir que los héroes de Sade ponen las
dita ni la mujer–sádica representan el ideal de Ma- instituciones al servicio de sus anomalías ni que ne-
soch. En La mujer divorciada, la pagana igualitaria cesitan de las instituciones en tanto límites que den
no es la heroína sino la amiga de la heroína; y las dos pleno valor a sus transgresiones. El pensamiento de
amigas, dice Masoch, son como «dos extremos». En La Sade sobre la institución es más directo y profundo.
sirena, la imperiosa Zenobia, la hetera que siembra el Sus relaciones con la ideología revolucionaria son
desorden por todas partes, es vencida al final por la jo- complejas: no tiene ninguna simpatía por la concep-
ven Natalia, no menos imperiosa pero de un tipo muy ción contractual del régimen republicano, y menos
distinto. En el otro polo, la sádica no es más satis- simpatía aún por la idea de ley. En la revolución en-
factoria: Dragomira, de La pescadora de almas, no es cuentra lo que detesta, la ley y el contrato. La ley y el
de temperamento sádico y por otra parte su alianza contrato son lo que separa aún a los franceses de la
con Soltyk la debilita, pierde entonces su razón de ser verdadera república. Pero es aquí precisamente don-
y se deja vencer y matar por la joven Anitta, quien re- de se muestra el pensamiento político de Sade: su ma-
presenta un tipo más conforme y más fiel al sueño de nera de oponer la institución a la ley, y la fundación
Masoch. En La Venus, salta a la vista que, aun cuan- institucional de la república, a la fundación contrac-
do todo empiece con el tema de la hetera y acabe en el tual. Saint–Just acentuaba la relación inversa: más
tema sádico, lo esencial ha acontecido entre ambos, leyes cuantas menos instituciones (monarquía y des-
en otro elemento. En rigor, estos dos temas no expre- potismo), más instituciones cuantas menos leyes (re-
san el ideal masoquista sino los límites entre los cua- pública). Todo indicaría que Sade se empeñó en extre-
les este ideal se desliza y se suspende, como la am- mar esta concepción hasta hacerle alcanzar un punto
plitud de un péndulo. Expresan el límite en el cual el de ironía que puede ser también su más alta seriedad:
masoquismo no ha comenzado todavía su juego y ¿cuáles serían las instituciones que supondrían un
aquel otro en el cual el masoquismo pierde su razón mínimo de leyes y, en última instancia, ninguna ley
de ser. Más aún, vistas las cosas del lado de la mujer- en absoluto (de leyes «tan ligeras, en número tan pe-
verdugo, estos límites exteriores expresan una mez- queño»)? Las leyes ligan las acciones, las inmovilizan,
cla de temor, repugnancia y atracción, significando y las moralizan. Puras instituciones sin leyes serían
que la heroína no está nunca segura de poder ajustar- por naturaleza modelos de acciones libres, anárqui-
se al rol que el masoquista le insufla, y que presiente cas, en movimiento perpetuo, en revolución perma-
estar siempre al borde de incurrir de nuevo en el hete- nente, en estado de inmoralidad constante. «La insu-

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hay naturalismo por igual, y distinción de dos natura- rismo primitivo o de volcarse en el sadismo final. Así,
lezas. Pero estas naturalezas están distribuidas de un Anna, en La mujer divorciada, se declara demasiado
modo completamente distinto y, lo que es más impor- débil, demasiado caprichosa —capricho hetérico—
tante, el paso de una a otra no se cumple de la misma como para satisfacer el ideal de Julián. Y Wanda, en
manera. Según Masoch, precisamente la obra de arte La Venus, se vuelve sádica sólo a fuerza de no poder
y el contrato hacen pasar de la naturaleza grosera a cumplir ya el papel que Severino le impone («Usted
la gran Naturaleza, sentimental y reflexiva. En Sade, mismo ahogó mis sentimientos con su devoción
por el contrario, el paso de la naturaleza segunda a la novelesca y su loca pasión...»).
Naturaleza primera no implica ningún suspenso, nin- ¿Cuál es entonces, entre los dos límites, el elemen-
guna estética, sino el esfuerzo de instaurar un meca- to masoquista esencial en el que acontece todo lo im-
nismo de movimiento perpetuo e instituciones de mo- portante? ¿Cuál es entonces el segundo tipo de mujer,
vimiento perpetuo. Las sociedades secretas de Sade,
entre la hetera y la sádica? Para esbozar ese retrato
las sociedades de libertinos, son sociedades de institu-
fantástico o fantasmático, habría que reunir todas las
ción. El pensamiento de Sade se expresa en términos
notaciones de Masoch. En La estética de lo feo, un
de institución no menos que el de Masoch en términos
cuento rosa, describe así a la madre de familia: «Mu-
de contrato. Es conocida la distinción jurídica entre el
jer imponente de expresión severa, rasgos marcados,
contrato y la institución: el contrato supone por prin-
mirada fría; afectuosa sin embargo con toda su peque-
cipio la voluntad de los contratantes, define entre
ña prole». Y Martscha : «Semejante a una india o a
.

ellos un sistema de derechos y deberes, no puede opo-


una tártara del desierto mongol, Martscha poseía al
nerse a terceros y su validez es de duración limitada;
mismo tiempo el corazón tierno de una paloma y los
la institución define en general un estatuto de larga
instintos crueles de la raza felina». Y Lola, que se
duración, involuntario e intransferible, estatuto cons-
complace en torturar a los animales y ambiciona pre-
titutivo de un poder, de una potencia y cuyo efecto
senciar o hasta participar en ejecuciones: «A despecho
puede oponerse a terceros. Pero más característica
de sus singulares gustos, esta muchacha no era bru-
aún es la diferencia entre el contrato y la institución
tal ni excéntrica; por el contrario, era razonable, sua-
con respecto a lo que se denomina ley.: el contrato es
ve, incluso parecía tan tierna y delicada como una
verdaderamente generador de una ley, aun si esta úl-
sentimental». En La Madre de Dios, Mardonna, dulce
tima desborda y desmiente las condiciones que le die-
ron nacimiento; por el contrario, la institución se pre- y alegre pero severa, fría y rectora de los suplicios:
senta en un orden muy diferente del de la ley, hacien- «Su bello rostro estaba inflamado de cólera, pero su
do inútiles las leyes y reemplazando el sistema de de- gran ojo azul relucía suavemente». Niera Baranoffes
rechos y deberes por un modelo dinámico de acción, una enfermera arrogante de corazón helado que se
poder y potencia. Saint–Just, por ejemplo, reclama promete tiernamente con un moribundo y muere a su
muchas instituciones y muy pocas leyes, y proclama vez en la nieve. Por fin, Claro de luna nos descubre el
que nada se habrá hecho aún en la república mien- secreto de la naturaleza: la Naturaleza en sí misma
tras las leyes prevalezcan sobre las instituciones...23 es fría, maternal, severa. He aquí la trinidad del sue-
ño masoquista: frío–maternal–severo, helado–senti-
23 Tesis principal de Las instituciones republicanas. mental–cruel. Estas determinaciones bastan para

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distinguir a la mujer–verdugo de sus «dobles» hetérico to de la víctima, sino el don de persuasión, el esfuerzo
y sádico. Su sensualidad es sustituida por este senti- pedagógico y jurídico mediante el cual la víctima eri-
mentalismo suprasensual; su calor, su fuego, por esta ge a su verdugo. Se observará al respecto, en los con-
frialdad y estos hielos; su desorden, por un orden ri- tratos de Masoch que citamos más adelante, la evo-
guroso. lución y precipitación de las cláusulas: mientras que
el primero preserva cierta reciprocidad de deberes,
El héroe sádico, no menos que el ideal femenino de
una duración limitada, una reserva de partes inalie-
Masoch, presume no obstante de una frialdad esen-
nables (la parte del trabajo o la del honor), el segundo
cial que Sade llama «apatía». Pero uno de nuestros
confiere a la mujer más derechos aún y le retira al su-
principales problemas es precisamente saber si, des-
jeto todos los suyos, incluido el derecho al nombre, el
de el punto de vista de la crueldad, no existe una dife-
honor o la vida.22 (El contrato de La Venus cambia el
rencia absoluta entre la apatía sádica y la frialdad del
nombre de Severino.) Esta precipitación del contrato
ideal masoquista, y si, también en este caso, una equi-
permite advertir que la función contractual es esta-
paración demasiado superficial no vendría a alimen-
blecer la ley, pero que, cuanto mejor se la establezca,
tar la abstracción sadomasoquista. No se trata en ab-
más cruel se torna y más derechos restringe de una de
soluto de la misma frialdad. Una, la de la apatía sádi-
las partes contratantes (aquí, la parte instigadora).
ca, se ejerce esencialmente contra el sentimiento. To-
El sentido del contrato masoquista es conferir el po-
dos los sentimientos, incluso y principalmente el de
der simbólico de la ley a la imagen de madre. ¿Por qué
hacer el mal, son denunciados por ocasionar una peli-
se necesita un contrato y por qué semejante evolución
grosa dispersión, impidiendo que la energía se con-
del contrato? Habrá que indagar las razones, pero ya
dense y se precipite en el elemento puro de una sen-
mismo se comprueba que no hay masoquismo sin con-
sualidad impersonal demostrativa. «Trata de procu-
trato o sin cuasi contrato en el espíritu del masoquis-
rarte placeres con todo lo que alarma a tu corazón... ».
ta (cf. el «paginismo»).
Todos los entusiasmos, incluso y en especial el del
mal, son condenados porque nos encadenan a la na- El culturalismo de Masoch tiene, pues, dos aspec-
turaleza segunda y constituyen aún restos de bondad tos: un aspecto estético que se desarrolla según el mo-
en nosotros. Los personajes sadistas suscitan la des- delo del arte y del suspenso, y un aspecto jurídico que
confianza de los auténticos libertinos, al manifestar responde al modelo del contrato y de la sumisión. Sa-
aquellos impulsos que, aun en el seno del mal y para de, por su lado, no sólo es indiferente a los recursos de
el mal, revelan poder convertirse en «la primera des- la obra de arte sino que, además, su hostilidad al con-
gracia». La frialdad del ideal masoquista tiene un trato, a la menor apelación al contrato, a cualquier
sentido completamente distinto: no es ya negación del idea o cualquier teoría del contrato, es ilimitada. Toda
sentimiento sino, más bien, denegación de la sensua- la irrisión sádica se ejerce contra el principio del con-
lidad. Esta vez, todo se presenta como si el sentimen- trato. Pues bien, estos dos puntos de vista no harán
talismo asumiera el papel superior del elemento im- que nos contentemos con oponer el culturalismo de
personal, y la sensualidad nos mantuviera prisione- Masoch al naturalismo de Sade. En Sade y en Masoch
ros de las particularidades tanto como de las imper-
fecciones de una naturaleza segunda. El ideal maso- 22 Cf. Apéndice II.

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los mundos de la perversión en general exigen que el quista tiene la función de hacer triunfar el sentimen-
psicoanálisis sea verdaderamente un psicoanálisis talismo en el hielo y por el frío. Se diría que el frío re-
formal, casi deductivo, que considere primero el for- prime la sensualidad pagana así como mantiene a
malismo de los procedimientos como otros tantos ele- distancia la sensualidad sádica. Hay denegación de la
mentos novelescos. sensualidad, que ya no existe como tal; por eso Ma-
soch anuncia el nacimiento de un nuevo hombre «sin
En este ámbito de un psicoanálisis formal y especí-
amor sexual». El frío masoquista es un punto de con-
ficamente en relación con el masoquismo, nadie llegó
gelación, de transmutación (dialéctica). Divina laten-
más lejos que Theodor Reik, quien estableció cuatro
cia que corresponde a la catástrofe glaciar. Lo que
características fundamentales: 1) la «significación es-
pecial de la fantasía», es decir, la forma del fantasma subsiste bajo el frío es un sentimentalismo suprasen-
(el fantasma vivido por sí mismo, o la escena soñada, sual, rodeado de hielo y protegido por las pieles; y este
dramatizada, ritualizada, absolutamente indispensa- sentimentalismo a su vez irradia a través del hielo co-
ble al masoquismo); 2) el «factor suspensivo» (la espe- mo el principio de un orden generador, como una cóle-
ra, el retraso, donde se expresa el modo como actúa la ra, una crueldad específicas. De ahí esa trinidad de
angustia sobre la tensión sexual impidiéndole crecer frialdad, sentimentalismo y crueldad. El frío es a un
hasta el orgasmo); 3) el «rasgo demostrativo» o más tiempo medio protector y médium, capullo y vehículo:
bien persuasivo (con el que el masoquista exhibe el protege el sentimentalismo suprasensual como vida
sufrimiento, el malestar y la humillación); 4) el «fac- interior y lo expresa como orden exterior, como Cólera
tor provocador» (el masoquista reclama agresivamen- y Severidad.
te el castigo como aquello que disuelve la angustia y le Masoch leyó a su contemporáneo Bachofen, gran
otorga el placer prohibido).21 etnólogo y jurista hegeliano. El sueño inicial de La Ve-
Es curioso que Reik, no menos que los otros analis- nus, ¿no tiene su punto de partida en la lectura de Ba-
tas, descuide un quinto y muy importante factor: la chofen, tanto como en la de Hegel? Bachofen distin-
forma del contrato en la relación masoquista. Tanto guía tres estadios. El primero es el estadio hetérico,
en las aventuras reales de Masoch como en sus nove- afrodítico, generado en el caos de los vergeles exube-
las, tanto en el caso particular de Masoch como en la rantes, tramado por relaciones múltiples y capricho-
estructura del masoquismo en general, el contrato sas entre la mujer y los hombres pero donde el princi-
aparece como la forma ideal y la condición necesaria pio femenino domina y donde el padre no es «Nadie»
de la relación amorosa. Se suscribe, pues, un contrato (esta etapa, representada en particular por las corte-
con la mujer–verdugo, renovando aquella idea de los sanas reinantes del Asia, sobrevivirá en instituciones
antiguos juristas según la cual hasta la esclavitud como la prostitución sagrada). El segundo momento,
descansa sobre un pacto. En apariencia, lo que obliga demetéreo, tiene su aurora en las sociedades de ama-
al masoquista son los hierros y las correas, pero, en ri- zonas; instaura un orden ginecocrático y agrícola se-
gor, sólo lo obliga su palabra. El contrato masoquista vero en el que los vergeles se desecan; el padre o el
no expresa solamente la necesidad del consentimien- marido adquieren cierta entidad, pero siempre bajo la
dominación de la mujer. Por último, el sistema pa-
21 Theodor Reik, Le masochisme, op. cit., págs. 45–88. triarcal o apolíneo se impone, no sin que en conse-

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cuencia el matriarcado degenere hacia formas co- vez una creencia fetichista (como cuando se pretende
rrompidas amazónicas o incluso dionisíacas.11 En es- que la profanación implica la creencia en lo sagrado):
tos tres estadios es muy fácil encontrar los tres tipos no hay aquí más que generalidades huecas. La des-
femeninos de Masoch: el primero y el tercero son pos- trucción del fetiche mide la velocidad de proyección,
tulados por este como los límites entre los cuales el se- la manera en que el sueño se suprime como sueño y
gundo oscila, en su esplendor y su perfección preca- en que la Idea irrumpe en el mundo real despierto. La
rios. El fantasma encuentra aquí lo que necesita, una constitución del fetiche en el masoquismo, en cambio,
estructura teórica, ideológica, que le da valor de con- mide la fuerza interior del fantasma, su lentitud de
cepción general de la naturaleza humana y del mun- espera, su potencia de suspenso o de coagulación, y la
do. Masoch, definiendo el arte de la novela, decía que forma en que lo ideal y lo real juntos son absorbidos
había que ir de la «figura» al «problema»: partir del por él.
fantasma obsesionante para elevarse hasta el proble-
ma, hasta la estructura teórica en la que el problema Parecería que los contenidos respectivos del sadis-
se plantea.12 mo y del masoquismo vinieran a llenar en cada oca-
sión la forma de sus tentativas. Que la combinación
¿Cómo se pasa del ideal griego al ideal masoquista, placer–dolor se distribuya de una manera o de otra,
del desorden y la sensualidad hetéricos al nuevo or- que la imagen de padre o la imagen de madre vengan
den, al sentimentalismo ginecocrático? Por la catás- a llenar el fantasma, esto depende primero de una for-
trofe glaciar, evidentemente, que explica a la vez la
ma, y de una forma que sólo así podía efectuarse. Si se
represión de la sensualidad y la difusión de la severi-
parte de la materia, todo está provisto de antemano,
dad. En el fantasma masoquista, las pieles conservan
incluida la unidad sadomasoquista, pero se lo mezcla
su función utilitaria: «menos por pudor que por temor
todo. Determinada fórmula de asociación del placer y
a un resfrío (...) Venus obligada a recogerse entre
del dolor sólo puede obtenerse bajo ciertas condicio-
vastas pieles para no tomar frío en nuestros países
nes (la forma de la espera). Tal o cual otra, bajo condi-
abstractos del Norte, en nuestro cristianismo hela-
ciones distintas (la forma de la proyección). Las defi-
do». Las heroínas de Masoch estornudan con frecuen-
niciones materiales del masoquismo a partir del com-
cia. Cuerpo de mármol, mujer de piedra, Venus de
plejo placer–dolor son insuficientes: como se dice en
hielo, son las expresiones favoritas de Masoch; y sus
lógica, son solamente nominales; no muestran la posi-
personajes realizan gustosos su aprendizaje con una
bilidad de lo que definen, la posibilidad del resultado.
estatua fría, bajo la claridad de la luna. Al comienzo
Pero hay aún algo peor: son no distintivas, y dejan li-
de La Venus, la mujer del sueño expresa en su discur-
bre curso a todas las combinaciones entre el sadismo
so la nostalgia romántica del mundo griego en tanto
y el masoquismo, a todas las transformaciones. Las
mundo perdido: «El amor como alegría perfecta y se-
definiciones morales, fundadas en la culpa y la expia-
ción, no son mejores, puesto que se asientan a su vez
11 Cf. Bachofen, Das Muterrecht, 1861. Como testimonio de una ins-
sobre la pretendida circulación entre el sadismo y el
piración que debe también mucho a Bachofen, citaremos el bello libro
masoquismo (en este sentido son aún más «morales»
de Pierre Gordon, L’initiation sexuelle et l’évolution religieuse (PUF,
1946). de lo que se piensa). El masoquismo de base no es ni
12 Cf. Apéndice I. material ni moral, es formal, únicamente formal. Y

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co consiste en proyectar, sobre personajes que no sue- renidad divina no vale nada para ustedes, hombres
ñan sino que actúan realmente, el movimiento irreal modernos, hijos de la reflexión. Para ustedes es una
de sus goces (...) cuanto más soñado es ese erotismo, calamidad. En cuanto pretendéis ser naturales, os
más exige una ficción de la que el sueño esté desterra- volvéis groseros (...) Quedaos entre vuestras brumas
do, donde el desenfreno sea realizado y vivido».20 En nórdicas y entre el incienso del cristianismo; dejad a
otros términos: Sade necesita creer que no sueña, in- nuestro mundo pagano descansar bajo la lava y los
cluso cuando sueña. El uso sádico del fantasma se ca- escombros, no exhuméis nada de nosotros. No fue
racteriza por una potencia violenta de proyección, de para vosotros para quienes se edificaron Pompeya,
tipo paranoico, por la cual el fantasma deviene instru- nuestras villas, nuestros baños y nuestros templos.
mento de un cambio esencial y súbito introducido en ¡No necesitáis dioses! ¡Entre vosotros nos morimos de
el mundo objetivo. (Como Clairwil soñando que no ce- frió!». Este discurso expresa claramente lo esencial: la
sa de intervenir con su maldad en el mundo, incluso catástrofe glaciar ha cubierto el mundo griego y ha
cuando duerme.) El potencial placer–dolor propio del hecho que la Griega sea imposible. Se ha formado un
fantasma se realiza entonces de manera tal que el do- doble repliegue: el hombre es de naturaleza grosera y
lor debe ser experimentado por personajes reales, vale tan sólo por la reflexión; la mujer se ha vuelto
siendo el placer el beneficio del sádico en tanto puede sentimental frente a la reflexión, severa contra la gro-
soñar que no sueña. Juliette da los consejos siguien- sería. La frialdad, el hielo lo han hecho todo: han he-
tes: «Permaneced quince días enteros sin ocuparos de cho del sentimentalismo el objeto de la reflexión del
lujuria, distraeos, divertios con otras cosas...», y lue- hombre y, de la crueldad, el castigo por su grosería.
go acostaos en la oscuridad e imaginad gradualmente En su fría alianza, el sentimentalismo y la crueldad
diferentes clases de extravíos; uno de ellos os impre- femeninos hacen reflexionar al hombre y constituyen
sionará más, constituirá una suerte de idea deliran- el ideal masoquista.
te que habrá que sentar por escrito y luego ejecutar
Hay, tanto en Masoch como en Sade, dos naturale-
bruscamente. El fantasma adquiere entonces el má-
zas pero repartidas de muy distinto modo. La natura-
ximo poder de agresión, intervención y sistematiza-
leza grosera se define ahora por la particularidad del
ción en lo real: la Idea es proyectada con rara violen-
capricho: violencia y astucia, odio y destrucción, de-
cia. Ahora bien, el uso masoquista, que consiste en
sorden y sensualidad se ejercen por doquier. Pero,
neutralizar lo real y en suspender el ideal en la inte-
más allá, comienza la gran Naturaleza impersonal y
rioridad pura del fantasma mismo, es completamente
reflexiva, sentimental y suprasensual. En el prólogo a
diferente. Pensamos que esta diferencia de uso deter-
los Cuentos galitzianos, un «errante» enjuicia a la na-
mina en cierto modo la diferencia de contenidos. En el
turaleza mala. La propia naturaleza responde, con to-
mismo sentido, por esta forma de la proyección en el
do, diciendo que ella no nos es hostil, que no nos odia,
uso debe interpretarse el hecho de que la relación del
ni siquiera en la muerte, sino que nos tiende siempre
sádico con los fetiches tenga un carácter destructivo.
ese triple rostro frío, maternal, severo... La naturale-
No se dirá que la destrucción del fetiche implica a su
za es la estepa misma. Las descripciones masoquia-
nas de la estepa son de una gran belleza. Especial-
20 Maurice Blanchot, Lautréamont et Sade, pág. 35. mente la que aparece al comienzo de Frinko Balaban : .

77 58
en la identidad de la estepa, el mar y la madre, se tra- mente retrasado y prevé el dolor como una condición
ta siempre de hacer sentir que la primera es a la vez que hace posible, por fin (física y moralmente), el arri-
lo que sepulta al mundo griego de la sensualidad y lo bo del placer. Posterga, pues, el placer todo el tiempo
que hace brotar el mundo moderno del sadismo como necesario para que un dolor también esperado le dé
una potencia de enfriamiento que transforma el deseo permiso. La angustia masoquista adquiere aquí la do-
y transmuta la crueldad. Tal es el mesianismo, el ble determinación de esperar infinitamente el placer,
idealismo de la estepa. Pero no por eso se pensará que pero previendo intensamente el dolor.
la crueldad del ideal masoquista es menor que la pri-
La denegación, el suspenso, la espera, el fetichis-
mitiva o sádica, menor que la crueldad por capricho o
mo y el fantasma forman la constelación propiamente
que la crueldad por maldad. Es cierto que el maso-
masoquista. Lo real, como hemos visto, está afectado
quismo da siempre una impresión teatral que el sa-
no por una negación sino por una suerte de denega-
dismo no presenta, pero este carácter teatral no signi- ción que lo hace pasar al fantasma. El suspenso cum-
fica aquí que los dolores sean leves o fingidos ni la ple la misma función con respecto al ideal y lo intro-
crueldad circulante menos grande (los anales maso- duce en aquel. En cuanto a la espera, es la unidad
quistas relatan auténticos suplicios). Lo que define al ideal–real, la forma o la temporalidad del fantasma.
masoquismo y su teatro es más bien la forma singular El fetiche es el objeto de este, el objeto fantasmatizado
de la crueldad en la mujer–verdugo: esa crueldad del por excelencia. Veamos un fantasma masoquista: una
Ideal, ese punto específico de congelación e ideali- mujer en short está montada en una bicicleta fija y
zación. pedalea vigorosamente; el sujeto se encuentra acosta-
Las tres mujeres distinguidas en Masoch corres- do bajo la bicicleta, los pedales vertiginosos casi lo ro-
ponden a las imágenes fundamentales de la madre: la zan, las palmas de sus manos rodean las pantorrillas
madre primitiva, uterina, hetérica, madre de las cloa- de la mujer. Se reúnen aquí todas las determinacio-
cas y los vergeles —la madre edípica, imagen de la nes, desde el fetichismo de la pantorrilla hasta la do-
amante, aquella que entrará en relación con el padre ble espera encarnada por el movimiento de los peda-
sádico, bien como víctima bien como cómplice— pero, les y la inmovilidad de la bicicleta. No hay espera pro-
entre ambas, la madre oral, madre de las estepas y piamente masoquista; el masoquista es más bien el
gran nodriza, portadora de muerte. Esta segunda ma- moroso, el que vive la espera en estado puro. Cual
dre puede aparecer también en último término por Masoch haciéndose arrancar una muela sana a condi-
cuanto, oral y muda, ella tiene la última palabra. En ción de que su mujer, vestida de pieles, esté ante él y
último término la presenta Freud en «El motivo de la lo mire con expresión de amenaza. Otro tanto se dirá
elección del cofre», con arreglo a numerosos temas mi- del fantasma: hay menos fantasmas masoquistas que
un arte masoquista del fantasma.
tológicos y folclóricos: «La madre misma, la amante
que él elige a imagen y semejanza de aquella, y por úl- El masoquista necesita creer que sueña, incluso
timo la Madre Tierra, que vuelve a recogerlo en su se- cuando no sueña. Jamás se hallará en el sadismo se-
no (...) Sólo la tercera de las mujeres del destino, la mejante disciplina del fantasma. Maurice Blanchot
callada diosa de la muerte, lo acogerá en sus brazos». definió muy bien la situación de Sade (y de sus perso-
Pero su verdadero lugar está entre las otras dos, aun- najes) respecto de este: «Porque su propio sueño eróti-

59 76
que el complejo placer–dolor no alcanzaba para defi- que una inevitable ilusión de perspectiva la desplace
nir al masoquismo; pero tampoco alcanzan la humi- necesariamente. Desde este punto de vista, entende-
llación, la expiación, el castigo, la culpa. Se niega jus- mos que la tesis general de Bergler tiene pleno funda-
tificadamente que el masoquista sea un ser extraño mento: el elemento propio del masoquismo es la ma-
que encuentra su placer en el dolor. Se señala que el dre oral,13 el ideal de frialdad, diligencia y muerte,
masoquista es alguien como todo el mundo, que en- entre la madre uterina y la madre edípica. Con ello se
cuentra su placer donde lo encuentran los otros, sólo torna aún más importante saber por qué tantos psico-
que, simplemente, un dolor previo o una punición, analistas quieren reencontrar a toda costa en el ideal
una humillación sirven en él de condiciones indispen- masoquista la imagen de padre disfrazada, y desen-
sables para la obtención del placer. Sin embargo, se- mascarar la presencia paterna bajo la mujer–verdugo.
mejante mecanismo resultará incomprensible si no se
lo relaciona con la forma, y en particular con la forma
de tiempo que lo hace posible. Por eso es un error par-
tir del complejo placer–dolor como materia dúctil para Padre y madre
todas las transformaciones, empezando por la preten-
dida transformación sadomasoquista. En realidad, la Para persuadirse del papel del padre no basta de-
forma del masoquismo es la espera. El masoquista es cir que el masoquista tiende con demasiada facilidad
el que vive la espera en estado puro. Es propio de la a incriminar a la madre, a exhibir un conflicto mater-
pura espera el desdoblarse en dos flujos simultáneos, no, y que esta espontaneidad es sospechosa. Argu-
el que representa lo que uno espera, y que por esencia mentos como este presentan el inconveniente de con-
tarda, hallándose siempre retrasado y siempre pos- cebir todas las resistencias a la manera de la repre-
tergado, y el que representa lo que uno prevé,* única sión; por otra parte, el desplazamiento de una madre
cosa que podría precipitar la llegada de lo esperado. sobre otra no sería menos eficaz para enredar la pista.
Que una forma semejante, que ese ritmo de tiempo Tampoco basta invocar la musculatura o las pieles de
con sus dos flujos sea provisto justamente por cierta la mujer–verdugo como pruebas de una imagen hete-
combinación placer–dolor, es una consecuencia nece- róclita. En verdad, se necesitaría que serios argumen-
saria. El dolor viene a efectuar lo que uno prevé, al tos fenomenológicos o sintomatológicos atestiguaran
mismo tiempo que el placer efectúa lo que uno espera. a favor del padre. Ocurre sin embargo que, opuesta-
El masoquista espera el placer como algo esencial- mente a ello, nos contentamos con razones que presu-
ponen ya toda una etiología y, en consecuencia, toda
* La traducción no permite verter el juego del original sobre dos for- la seudounidad del sadismo y el masoquismo. Se su-
mas del verbo francés attendre, «esperar», plasmadas en los sintag- pone que la imagen del padre es decisiva en el maso-
mas «ce qu’on attend» y «quelque chose à quoi l’on s’attend». Se trata
quismo precisamente porque lo es en el sadismo, y
aquí de dos corrientes de sentido que también presenta el español «es-
perar», pero cuyas diferencias sólo podrían estar dadas por el contexto que se debe hallar en uno lo que operaba en el otro,
y no por un régimen diferente del verbo, como sí ocurre en francés. Co- aun teniendo en cuenta las inversiones, proyecciones,
mo solución para el segundo sintagma se decidió sustituir el verbo «es-
perar» por «prever», privilegiando la proximidad de sentido más que
una improbable reproducción del juego francés. (N. de la T.)
13 Cf. E. Bergler, La névrose de base (1949), trad. francesa, Payot.

75 60
enmarañamientos propiamente masoquistas. Se par- y aceleración, mecánicamente fundado en una teoría
te, pues, de la idea de que el masoquista se coloca en materialista: reiteración de las escenas, multiplica-
el lugar del padre y quiere apoderarse de la potencia ción dentro de cada una, precipitación, sobredetermi-
viril (estadio sádico). Luego, un primer sentimiento nación (a la vez «yo cometía parricidio, incesto, asesi-
de culpa, un primer miedo al castigo de la castración naba, prostituía, sodomizaba»). Hemos visto por qué
lo decidirían a renunciar a esta meta activa, a tomar motivo el número, la cantidad, la precipitación cuan-
en cambio el lugar de la madre y ofrecerse él mismo al titativa eran la locura propia del sadismo. Masoch, en
padre. Pero de este modo caería en una segunda cul- cambio, tiene todas las razones para creer en el arte y
pabilidad, en un segundo miedo a la castración que en las inmovilidades y reflexiones de la cultura. Como
esta vez estarían determinados por la actitud pasiva; él las ve, las artes plásticas eternizan sus temas de-
sustituiría entonces el deseo de una relación amorosa jando en suspenso un gesto o una actitud. Esa fusta o
con el padre por «el deseo de ser pegado», que no sólo esa espada que no se inclinan, esas pieles que no se
representa una punición más leve sino que vale para abren, ese tacón que no termina de abatirse, como si
la relación amorosa en sí. ¿Por qué, sin embargo, es la el pintor hubiese renunciado al movimiento tan sólo
madre la que pega y no el padre? Por múltiples razo- para expresar una espera más profunda, más próxi-
nes: primero, la necesidad de huir de una elección ho- ma a las fuentes de la vida y de la muerte. La afición a
mosexual demasiado patente; luego, la necesidad de las escenas coaguladas, como fotografiadas, estereoti-
conservar aquel primer estadio en el que la madre era padas o pintadas, se manifiesta en las novelas de Ma-
el objeto codiciado, pero anexándole el gesto punitivo soch con el más alto grado de intensidad. En La Ve-
del padre; por último, la necesidad de reunirlo todo en nus, le toca a un pintor decirle a Wanda: «Mujer, dio-
una demostración dirigida únicamente al padre («Ya sa... ¿no sabes lo que es amar, consumirse de langui-
ves, no soy yo el que quisiera tomar tu lugar, es ella la dez y pasión?». Y Wanda surge, con sus pieles y su lá-
que me hace daño, y me castra o me pega...»). tigo, adoptando una pose en suspenso, cual un cuadro
vivo: «Voy a mostrarle otro retrato mío, un retrato que
La sucesión de estos momentos pone en evidencia
pinté yo misma, usted me lo copiará...». «Usted me lo
que, si el padre continúa siendo el personaje decisivo,
copiará» expresa a un tiempo la severidad de la orden
es porque se considera al masoquismo como una com-
y la reflexión del espejo.
binación de elementos sumamente abstractos capa-
ces de pasar, de transformarse los unos en los otros. Pertenece esencialmente al masoquismo una ex-
Se indica con ello un desconocimiento de la situación periencia de la espera y del suspenso. Las escenas
concreta de conjunto, es decir, del mundo de una per- masoquistas incluyen auténticos ritos de suspensión
versión: una etiología precipitada impide a la sinto- física, atadura, enganche, crucifixión. El masoquista
matología hacer valer sus derechos en un diagnóstico es moroso, pero aquí la palabra morose califica prime-
verdaderamente diferencial. Hasta nociones como las ro el retraso o la dilación.* A menudo se ha señalado
de castración o culpa se facilitan en exceso al servir
para invertir situaciones y comunicar en lo abstracto * El vocablo francés morose significa ante todo «taciturno, sombrío»;
mundos realmente extraños. Se adoptan medios de sólo en una segunda acepción, y como integrante de la fórmula déléc-
equivalencia y traducción para sistemas de pasaje y tation morose, aparece el matiz de retraso. (N. de la T.)

61 74
Los elementos novelescos de Masoch transición. Un psicoanalista tan profundo como Reik,
declara: «Cada vez que tuvimos la posibilidad de estu-
diar un caso preciso, encontramos al padre o a su de-
El primer elemento novelesco de Masoch es estéti-
legado oculto bajo la imagen de la mujer que inflige el
co y plástico. Se dice que los sentidos se hacen «exper-
tos en teoría», que el ojo pasa a ser un ojo realmente castigo». Semejante declaración exigiría mayor preci-
humano cuando su propio objeto se ha vuelto objeto sión sobre lo que se entiende por «estar oculto», y so-
humano, cultural, oriundo del hombre y destinado al bre las condiciones para que algo o alguien esté oculto
hombre. Un órgano se hace humano cuando toma por en la relación de los síntomas y las causas. El mismo
objeto la obra de arte. Todo el animal sufre cuando sus autor agrega: «Una vez considerado, controlado, sope-
órganos cesan de ser animales: Masoch pretende vi- sado todo esto, resta sin embargo una duda... ¿Acaso
vir el sufrimiento de una transmutación semejante. la capa más antigua del masoquismo, como fantasía y
Llama a su doctrina «suprasensualismo» para indicar como acción, no se remonta finalmente a la relación
el estado cultural de una sensualidad transmutada. madre–hijo en tanto realidad histórica?». Pese a lo
Por eso, en Masoch, los amores encuentran su fuente cual insiste en lo que él llama su «impresión» sobre el
en la obra de arte. El aprendizaje se efectúa con muje- papel decisivo y constante del padre.14 ¿Está hablan-
res de piedra. Confundidas con frías estatuas bajo la do como sintomatólogo o como etiólogo, como combi-
claridad de la luna o con cuadros en la sombra, las nador abstracto? Volvemos a la pregunta: la creencia
mujeres son perturbadoras. Toda La Venus se encuen- en el papel del padre al interpretar el masoquismo,
tra bajo el signo del Tiziano, en la relación mística de ¿no viene del prejuicio sadomasoquista y solamente
la carne, las pieles y el espejo. Aquí se anuda el lazo de este prejuicio?
entre lo helado, lo cruel y lo sentimental. Las escenas Sin ninguna duda, el tema paterno y patriarcal es
masoquistas necesitan petrificarse como esculturas o preeminente en el sadismo. En las novelas de Sade
cuadros, duplicar ellas mismas las esculturas y los las heroínas son numerosas, pero todas sus acciones,
cuadros, desdoblarse en un espejo o en un reflejo (Se- los placeres que obtienen juntas, las iniciativas que
verino sorprendiendo su imagen...). conciben imitan al hombre, exigen la mirada y la pre-
Los héroes de Sade no son amantes del arte y me- sidencia del hombre y le están dedicados. El andrógi-
nos aún coleccionistas. Sade, en Juliette, da la verda- no de Sade está hecho de la unión incestuosa de la hi-
dera razón: «¡Ah, se hubiese necesitado un grabador ja con el padre. Hay en Sade, por cierto, tantos parri-
que transmitiera a la posteridad este cuadro divino y cidios como matricidios, pero no son comparables. La
voluptuoso! Pero la lujuria, que corona demasiado rá- madre es identificada con la naturaleza segunda, está
pidamente a nuestros actores, tal vez no hubiese dado compuesta de moléculas «blandas» y sometida a las
al artista el tiempo de captarlos. No le es fácil al arte, leyes de la creación, la conservación y la reproduc-
carente de movimiento, realizar una acción cuya al- ción. El padre, por el contrario, sólo por conservadu-
ma es toda movimiento». La sensualidad no es otra rismo social pertenece a esta naturaleza. Es de por sí
cosa que movimiento. Por esto Sade, para traducir es-
te movimiento inmediato del alma sobre el alma, se 14 Cf. Theodor Reik, Le masochisme, trad. francesa, Payot, págs. 27,
sirve más de un proceso cuantitativo de acumulación 187–9.

73 62
testimonio de la naturaleza primera, situada por en- el otro y sobre su unidad. El sadismo y el masoquismo
cima de los reinos y las leyes, y formada por molécu- no están compuestos respectivamente de pulsiones
las furiosas o despedazaduras portadoras del desor- parciales, sino de figuras completas. El masoquista
den y la anarquía: pater sive Natura prima. Así pues, vive en él la alianza de la madre oral con el hijo, como
se asesina al padre por lo mismo que éste falta a su el sádico vive la del padre con la hija. Los travestis,
naturaleza y a su función, mientras que se asesina a
sádicos y masoquistas, cumplen la función de sellar
la madre precisamente por ser fiel a las propias. El
esta alianza. En el caso del masoquismo, la pulsión
fantasma sádico descansa sobre un tema último que
viril se encarna en el papel del hijo, mientras que la
Klossowski analizó en profundidad: el padre destruc-
pulsión femenina se proyecta en el papel de la madre;
tor de su propia familia, que impulsa a la hija a ator-
pero, precisamente, ambas pulsiones constituyen una
mentar y asesinar a la madre.15 Es como si, en el sa-
figura, por cuanto la feminidad es postulada como no
dismo, la imagen edípica de mujer sufriera una suer-
te de estallido: la madre asume el papel de víctima carente de nada y la virilidad como suspendida en la
por excelencia, mientras que se promueve a la hija a denegación (así como la ausencia de pene no es falta
la condición de cómplice incestuosa. Puesto que la fa- de falo, su presencia no es posesión del falo, al contra-
milia e inclusive la ley llevan como impronta el carác- rio). En el masoquismo, a una hija le resulta fácil asu-
ter materno de la naturaleza segunda, el padre no mir el papel del hijo con relación a la madre pegadora
puede ser padre sino colocándose por encima de las le- que posee idealmente el falo y de la cual depende el
yes, disolviendo a la familia y prostituyendo a los su- nuevo nacimiento. Otro tanto se dirá del sadismo y de
yos. El padre representa a la naturaleza como poten- la posibilidad de que un muchacho encarne el papel
cia original anárquica, que no puede ser devuelta a sí de hija en función de una proyección del padre. La fi-
misma sino destruyendo a las leyes y a las criaturas gura del masoquista es hermafrodita, como la del sá-
segundas que les están sometidas. Por eso el sádico dico es andrógina. Cada cual dispone en su mundo de
no retrocede ante su meta final, que es el fin efectivo todos los elementos que tornan imposible e inútil el
de toda procreación, denunciada como rival de la na- paso al otro. Se evitará en todo caso tratar el sadismo
turaleza primera. Y las heroínas sádicas lo son única- y el masoquismo como perfectos contrarios, salvo pa-
mente por su unión sodomita con el padre, en una ra decir que los contrarios se rehuyen, que cada cual
alianza fundamental dirigida contra la madre. El sa- huye o perece... Pero las relaciones de contrariedad
dismo presenta, en todo aspecto, una negación activa sugieren demasiado la posibilidad de transformación,
de la madre y una inflación del padre, el padre por en- inversión y unidad. Entre el sadismo y el masoquismo
cima de las leyes... se revela una profunda asimetría. Si es verdad que el
En «El sepultamiento del complejo de Edipo», sadismo presenta una negación activa de la madre y
Freud indicaba dos salidas para dicho complejo: acti- una inflación del padre (colocado por encima de las le-
va sádica por identificación del niño con el padre, ma- yes), el masoquismo opera por una doble denegación,
soquista pasiva en la que, por el contrario, el niño to- denegación positiva, ideal y magnificadora de la ma-
dre (identificada con la ley) y denegación amoladora
Pierre Klossowski, «Eléments d’une étude psychanalytique sur le
15 del padre (expulsado del orden simbólico).
marquis de Sade», Revue de Psychanalyse, 1933.

63 72
constituye la verdadera vida del fantasma. El fan- ma el lugar de la madre y quiere ser amado por el pa-
tasma masoquista tiene por bordes simbólicos a la dre. La teoría de las pulsiones parciales habilita la
madre uterina y a la madre edípica: entre las dos, y coexistencia de estas determinaciones y en esa forma
de una a otra, la madre oral, el corazón del fantasma. alimenta la creencia en la unidad sadomasoquista
El masoquista juega con estos extremos y los hace (Freud dice del Hombre de los Lobos: «En el sadismo
resonar en la madre oral. De este modo confiere a es- mantenía en pie la arcaica identificación con el padre;
ta, a la madre buena, una amplitud que le hace rozar en el masoquismo lo había escogido como objeto se-
constantemente la imagen de sus rivales. La madre xual»). Ahora bien, cuando nos dice que, en el maso-
oral tiene que arrebatar a la madre uterina sus fun- quismo, el verdadero personaje que pega es el padre,
ciones hetéricas (prostitución), así como a la madre
debemos preguntar también: ¿quién es pegado prime-
edípica sus funciones sadizantes (castigo). Y en los
ro? ¿Dónde está oculto el padre? ¿No será, primero, en
dos extremos de su movimiento pendular, la madre
el pegado.? El masoquista se siente culpable, se hace
buena tiene que afrontar al tercero anónimo de la
pegar y expía, pero ¿de qué y por qué? Lo miniaturiza-
madre uterina, al tercero sádico de la madre edípica.
do, pegado, ridiculizado y humillado ¿no es precisa-
Pero precisamente, salvo que la alucinación lo estro-
mente la imagen de padre que guarda en su interior?
pee todo, el tercero sólo es ansiado y convocado a fin
Lo que él expía, ¿no es su semejanza con el padre, la
de poder neutralizarlo mediante la sustitución de las
semejanza del padre? La fórmula del masoquismo
madres uterina y edípica por la madre buena. En este
¿no es el padre humillado? A tal punto que el padre se-
aspecto, la aventura con Luis II es paradigmática; su
ría menos pegador que pegado... En el fantasma de
lado cómico está en las artimañas implementadas de
las tres madres, en efecto, un punto muy importante
un lado y otro.19 Cuando recibe las primeras cartas de
aparece: la triplicación de la madre tiene ya por resul-
Anatole, Masoch espera vivamente que sea una mu-
tado transferir simbólicamente todas las funciones
jer. Pero tiene ya lista una artimaña para el caso de
que fuese hombre: introducirá a Wanda en la historia paternas sobre imágenes de mujer; el padre es exclui-
y, en complicidad con el tercero, le hará cumplir fun- do, anulado. En la mayoría de las novelas de Masoch
ciones hetéricas o sadizantes, pero hará que las cum- hay una escena de caza minuciosamente descripta: la
pla en el carácter de madre buena. Anatole, que tiene mujer ideal caza al oso o al lobo y se apodera de su
otros proyectos, responde a esta artimaña con otra, piel. Podríamos entender que esta escena expresa
inesperada, introduciendo a su vez a su primo joroba- una lucha de la mujer contra el hombre y el triunfo de
do y cuya función será neutralizar a Wanda contra to- la mujer sobre el hombre, pero en realidad no es así:
das las intenciones de Masoch... cuando el masoquismo empieza, ese triunfo ya se ha
producido. El oso (o la osa) y la piel están ya provistos
Preguntarse si el masoquismo es femenino y pasi- de una significación femenina excluyente. Lo cazado
vo, y el sadismo, viril y activo, tiene una importancia
y desollado es la madre primitiva hetérica, anterior al
secundaria. Implica prejuzgar sobre la coexistencia
nacimiento, en provecho de la madre oral y en benefi-
del sadismo y el masoquismo, sobre el giro del uno en
cio de un renacimiento, de un segundo nacimiento
partenogenético donde, como veremos, el padre no
19 Cf. Apéndice III. cumple ningún papel. Es verdad que el hombre resur-

71 64
ge en el otro polo, el de la madre edípica: entre la ter- alucinación). Veremos que ese procedimiento existe
cera madre y el hombre sádico se contrae una alianza en el masoquismo de manera constante: se trata del
(Elisabeth e Ipolkar en Agua de Juvencia, Dragomira contrato establecido con la mujer y que, en un mo-
y Boguslav en Pescadora de almas, Wanda y el Griego mento preciso y por un tiempo determinado, otorga a
en La Venus). Pero esta reintroducción del hombre no esta todos los derechos. Gracias al contrato, el maso-
es compatible con el masoquismo sino en la medida quista conjura el peligro del padre e intenta garanti-
en que la madre edípica conserva sus derechos y su zar la adecuación del orden real y la vivencia tempo-
integridad: no sólo el hombre aparece bajo un exterior ral al orden simbólico, donde el padre está anulado
afeminado y travestido (el Griego de La Venus ), sino
.
desde siempre. Gracias al contrato, es decir, gracias al
que, opuestamente a lo que ocurre en el sadismo, la más racional de los actos y al más definido en el tiem-
imagen de madre es cómplice, y la joven es esencial- po, el masoquista alcanza las regiones más míticas y
mente víctima (en Agua de Juvencia, el héroe maso- eternas, aquellas donde reinan las tres imágenes de
quista deja que Elisabeth mate a Gisela, la joven madre. En virtud del contrato, el masoquista se hace
amada por él). Si, como sucede en el final de La Venus, pegar; pero lo que hace pegar, humillar y ridiculizar
el hombre sádico triunfa, queda en evidencia que el en él, es la imagen de padre, la semejanza del padre,
masoquismo ya ha concluido y que, para utilizar el la posibilidad del retorno ofensivo del padre. El pega-
lenguaje de Platón, decide huir o perecer antes que do no es «un hijo», es un padre. El masoquista se hace
unirse a su contrario, el sadismo. libre para un nuevo nacimiento en el que el padre no
tiene ninguna intervención.
Pero la traducción de las funciones paternas en las
tres imágenes de madre no es sino un primer aspecto Pero ¿cómo explicar que, aun en el contrato, el
del fantasma, que encuentra su sentido en otro ele- masoquista apele al Tercero, al Griego? ¿Que ansíe al
mento: la condensación de todas las funciones, ahora Tercero o al Griego tan fervorosamente? No cabe du-
maternas, en la segunda madre, la madre oral, la da de que, desde cierto ángulo, ese tercero no expresa
«madre buena». Es un error relacionar el masoquis- sólo el peligro del retorno ofensivo del padre sino —en
mo con el tema de la madre mala. Hay madres malas un sentido completamente distinto— la posibilidad
en el masoquismo: la madre uterina, la madre edípi- del nuevo nacimiento, la proyección del nuevo hom-
ca, los dos extremos del péndulo. Pero todo el movi- bre que debe resultar del ejercicio masoquista. El ter-
miento del masoquismo consiste en idealizar las fun- cero reúne, pues, elementos diversos: feminizado, no
ciones de las madres malas trasladándolas sobre la indica todavía más que un desdoblamiento de la mu-
madre buena. Por ejemplo, la prostitución pertenece jer; idealizado, prefigura la salida masoquista; sádico,
naturalmente a la madre uterina hetérica. El héroe representa, por el contrario, el peligro paterno vinien-
sádico la convierte además en una institución me- do a obstruir la salida, a interrumpirla de manera
diante la cual destruye a la madre edípica y transfor- brutal. Más profundamente, hay que pensar en las
ma a la hija en cómplice. Cuando en Masoch y en el condiciones en que funciona el fantasma en general.
masoquismo descubrimos una análoga afición a pros- El masoquismo es el arte del fantasma. El fantasma
tituir a la mujer, vemos apresuradamente en esta actúa sobre dos series, sobre dos límites, sobre dos
analogía la prueba de una comunidad de naturaleza. «bordes»; entre ambos se instala una resonancia que

65 70
confundir el fantasma que actúa en el orden simbólico Porque, en el masoquismo, lo importante es que la
con la alucinación en la que se expresa la revancha de función de prostituta sea asumida por la mujer en
lo vivido en el orden de lo real. Theodor Reik cita un tanto mujer honesta, por la madre en tanto madre
caso en el que toda la «magia» de la escena masoquis- buena (la madre oral). Wanda cuenta que Masoch la
ta se diluye porque el sujeto ha creído ver en la mujer persuadía de buscar amantes, de responder a los
que va a pegarle algo que le recordaba al padre.18 (Al avisos clasificados y prostituirse por dinero. Pero él
final de La Venus pasa algo similar; aunque en menor justificaba así este deseo: «Es maravilloso encontrar
grado, puesto que en la novela de Masoch la imagen en la propia, honesta y buena mujer voluptuosidades
del padre ha sustituido «realmente» a la mujer–verdu- que por lo general hay que ir a buscar en las liberti-
go y de ello ha resultado el abandono presuntamente nas». La madre en tanto oral, limpia, buena y hones-
definitivo de la empresa masoquista.) Reik comenta ta, debe asumir la función de prostitución que corres-
este caso como si probara que el padre es cabalmente ponde naturalmente a la madre uterina. Y lo mismo
la verdad de la mujer–verdugo, que se encuentra ocul- sucede con las funciones sadizantes de la madre edí-
to tras la imagen de madre; de esto Reik extrae un ar- pica: es preciso que el sistema de las crueldades sea
gumento a favor de la unidad sadomasoquista. Noso- asumido por la madre buena, y desde ese momento
tros pensamos que deben sacarse las conclusiones quede profundamente transformado, puesto al servi-
opuestas. El sujeto, dice Reik, está «desilusionado»; cio del ideal masoquista de expiación y renacimiento.
habría que decir que está «desfantasmatizado», y que Por lo tanto, no se debe considerar la prostitución co-
en cambio está alucinado, alucinizado. Y que, lejos de mo el carácter común de un presunto sadomasoquis-
ser la verdad del masoquismo, lejos de sellar su alian- mo. En Sade, el sueño de prostitución universal se-
za con el sadismo, el retorno ofensivo de la imagen de gún aparece en «la sociedad de amigos del crimen» se
padre marca el peligro, siempre presente, que amena- proyecta en una institución objetiva que debe garanti-
za desde el exterior al mundo masoquista y que hace zar al mismo tiempo la destrucción de las madres y la
crujir las «defensas» que el masoquista construyó co- selección de las hijas (la madre como «ramera» y la hi-
mo condiciones y límites de su mundo perverso sim- ja como cómplice). En Masoch, al contrario, la prosti-
bólico. (A tal punto que favorecer esta destrucción y tución ideal descansa sobre un contrato privado por el
tomar por verdad interna esta protesta de lo real ex- cual el héroe masoquista persuade a su mujer, en tan-
terior significaría hacer un psicoanálisis «salvaje».) to madre buena, para que se entregue a otros.16 Con
esto, la madre oral como ideal del masoquista ha de
Pero ¿qué hace el masoquista para precaverse de
asumir el conjunto de las funciones que corresponden
ese retorno, tanto el de la realidad como el de la aluci-
a las demás imágenes de mujer; y, al asumir estas
nación del retorno ofensivo del padre? El héroe maso-
funciones, las transforma y las sublima. Esta es la ra-
quista tiene que valerse de un procedimiento comple-
zón por la cual las interpretaciones psicoanalíticas
jo para proteger su mundo fantasmático y simbólico,
y para conjurar los ataques alucinatorios de lo real
(también podría hablarse de los ataques reales de la 16 En un relato de Klossowski, Le souffleur, encontramos esta dife-
rencia de naturaleza entre los dos fantasmas, sádico y masoquista, de
prostitución: cf. la oposición entre «el hotel de Longchamp» y «las leyes
18 Theodor Reik, Le masochisme, op. cit., pág. 25. de la hospitalidad».

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del masoquismo en función de la «madre mala» nos Entonces hay que considerar más de cerca la ma-
resultan absolutamente marginales. nera en que el hombre, el Tercero, es introducido o
Pero tal concentración sobre la madre buena oral reintroducido en el fantasma masoquista. La búsque-
implica el primer aspecto, según el cual se anula al da del tercero, del «Griego», domina la vida y la obra
padre y sus miembros y funciones se distribuyen en- de Masoch. Pero, tal como ocurre en La Venus, el
tre las tres mujeres. Reunida tal condición, estas tie- Griego tiene dos caras. Una, interior al fantasma, es
nen el campo libre para su combate y su epifanía, que afeminada y travestida: el Griego es «semejante a
deben conducir precisamente al triunfo de la madre una mujer (...) En París se lo vio al principio vestido
oral. En síntesis, las tres mujeres constituyen un or- de mujer, y los hombres lo abrumaban con sus car-
den simbólico en el cual o por el cual el padre está ya tas de amor». La otra, la cara viril, señala por el con-
suprimido, suprimido desde siempre. Por eso el maso- trario el fin del fantasma y del ejercicio masoquistas:
quista tiene tanta necesidad del mito para expresar cuando el Griego toma el látigo y azota a Severino, el
esa eternidad de tiempo: todo está ya consumado, to- encanto suprasensual se desvanece rápidamente, y
do acontece entre las imágenes de madre (como la ca- «sueño voluptuoso, mujer y amor» se disipan. Así
za y la conquista de la piel). Hay motivo para extra- pues, final sublime y humorístico de la novela, Severi-
ñarse cuando se ve al psicoanálisis, en sus más avan- no renuncia al masoquismo, se hace sádico él mismo.
zadas exploraciones, enlazar al «nombre del padre» la Debemos entender que el padre, anulado en el orden
instauración de un orden simbólico. ¿No implica esto simbólico, continuaba actuando sin embargo en el or-
insistir en la idea, singularmente poco analítica, de den real o vivido. Lacan enunció una profunda ley se-
que la madre es naturaleza, y el padre único, princi- gún la cual lo que se cancela simbólicamente resurge
pio de cultura y representante de la ley? El masoquis- en lo real en forma alucinatoria.17 El final de La Ve-
ta vive el orden simbólico como inter–materno, y pos-
nus marca de manera típica ese retorno agresivo y
alucinante del padre, en un mundo que lo había anu-
tula las condiciones bajo las cuales la madre se con-
lado simbólicamente. Todo en el texto que se acaba de
funde, en este orden, con la ley. De ahí que, en el caso
citar indica que la realidad de la escena exige un mo-
del masoquismo, no deba hablarse de una identifica-
do de aprehensión alucinatorio.; pero que, en cambio,
ción con la madre. La madre no es en absoluto térmi-
ella hace imposible la prosecución o la continuación
no de una identificación, sino condición del simbolis-
del fantasma. Así pues, sería totalmente equivocado
mo a través del cual el masoquista se expresa. La tri-
plicación de las madres ha expulsado literalmente al
padre del universo masoquista. En La sirena, Masoch 17 Cf. Jacques Lacan, La Psychanalyse, I, págs. 48 y sig. Tal como
presenta a un joven que deja entender que su padre Lacan la definió, la «forclusión», Verwerfung, es un mecanismo que se
ejerce en el orden simbólico y que afecta esencialmente al padre o, me-
ha muerto sólo porque le parece más simple y cortés
jor dicho, al «nombre del padre». Lacan parece considerar original este
no aclarar un malentendido. A la denegación magnifi- mecanismo, independiente de cualquier etiología materna (la desvir-
cadora de la madre («No, a la madre no le falta simbó- tuación del papel de la madre sería, en rigor, efecto de la anulación del
licamente nada»), corresponde una denegación anula- padre en la forclusión). Cf. no obstante, desde la perspectiva de Lacan,
dora del padre («El padre no es nada», es decir, está el artículo de Piera Aulagnier, «Remarques sur la structure psychoti-
que», La Psychanalyse, VIII, donde parece reintegrarse a la madre
privado de toda función simbólica).
cierta función de agente simbólico activo.

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