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CAPíTULO QUINTO Responsabilidad es un término muy socorrido, sobre todo

en derecho y en filosofía moral. 2


PERSPECTIVAS DE LA JUSTICIA En el derecho la responsabilidad toma la figura de la im­
putatio, que significa «poner en la cuenta de alguien una ac­
ción condenable, una falta, es decir, una acción referida a la
Reyes Mate: Tratado de la injusticia. Rubí obligación de hacer algo o a la prohibición de no hacer algO».
(Barcelona): Anthropos Editorial 2011. Es atribuir una acción determinada (en general reprobable)
a alguien para que dé cuenta de ella.
Esta vieja figura jurídica tiene en el derecho actual un
desarrollo sensacional. Ahora resulta que hay que «asumir la
responsabilidad», es decir, hacerse cargo en el sentido de in­
Nadie tiene originariamente más derecho que demnizar, por todo: el médico por un diagnóstico mal hecho;
otro a estar en un detenninado lugar.
el propietario de una casa, por el traspié de un paseante que
KANT tropieza con una baldosa levantada; o el maestro que vigila
un recreo en el que un alumno se lesiona. Lo llamativo de una
I. SOBRE LA MEMORIA Y LA RESPONSABILIDAD multiplicación de la responsabilidad es que se polariza casi
HISTÓRICASl exclusivamente en la indemnización objetiva, sin parar mien­
tes en la responsabilidad del sujeto que debe indemnizar. Es­
Cada tiempo tiene su construcción ética que se mueve en tamos ante una responsabilidad sin culpa. Si nos interesa el
tomo a un eje específico. Para la ética de los antiguos ese eje conductor que atropella a un paseante no es para hacer un
era el concepto de virtud; para los modernos, el deber y, para juicio moral sino para identificar quién tiene que correr con
los contemporáneos, la responsabilidad. La virtud es ti¡n tipo los gastos.
de acción que se mueve entre las exigencias de unap.~urale­ Este planteamiento tiene el mérito de entender la satis­
za que si quiere realizarse tiene que alcanzar sus fines pro­ facción o la reparación en un sentido material o incluso ma­
pios. La ética del deber rompe con esas limitaciones y centra terialista y no en el canto de la palinodia o en una confesión
la ética en la autonomía del sujeto, una autonomía en la que de la mea culpa, sin trascendencia alguna, como ocurre con
brilla el yo y se oscurece el otro. La responsabilidad, por el los políticos. Pero tiene dos inconvenientes: que sin sujeto
contrario, se hace cargo del otro e inaugura una nueva rela­ moral con el que relacionarse se hace difícil abordar aquellos
ción con los límites que imponen el tiempo y el espacio. aspectos menos materiales que no se resuelven con una in­
Claro que responsabilidades las hay de muchos tipos. Si demnización material. Y que, como todo se supedita a la re­
aquí se pregunta por una, que es histórica, habrá que pensar paración material de los presentes, queda fuera de foco lo
en la responsabilidad que afecte a generaciones presentes por que signifique reparación del daño causado a las víctimas
lo que hicieron los abuelos o les hicieron. pasadas.
Ante tal pregunta lo primero que hay que decir es que se También la filosofía moral conoce el concepto de respon­
trata de una cuestión difícil de fundamentar, pero fundamen­ sabilidad, por ejemplo cuando Kant habla de Zurechnungs­
tal para una concepción moral de la política contemporánea. fiihigkeit: atribución a un sujeto de una acción reprobable de
Difícil porque hay que inventar las razones; y fundamental la que tiene que responder. Aquí el acento se pone en el papel
porque sin ella no hay manera de identificar los cargos y car­ del sujeto que se juega su moralidad en la asunción de esa
gas que pesan sobre la conciencia autónoma. cuenta que la acción cometida pone en su casillero. En Fun­

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damentación de la metaflsica de las costumbres define esa atri­ 1. Responsables de lo que no hemos hecho
bución como «el juicio mediante el que alguien es considera­
do Urheber (causa libre) de una acción (Handlung) que a par­ Aquí, sin embargo, queremos hablar de la responsabili­
tir de ese momento se llama Tat lfactum)>> (Ak A, 6, 227). dad referida a actos que no hemos hecho, es decir, hablamos
Para comprender el alcance de la responsabilidad de este de responsabilidad de los nietos referida a actos que hicieron
sujeto moral valen las precisiones del mismo Kant en Lec­ nuestros abuelos o les hicieron a ellos; o también referida a
ciones de ética. Dice que «toda imputación es un juicio acer­ actos que ocurren a nuestro alrededor de los que nosotros
ca de una acción en tanto que ésta resulta de la libertad de somos espectadores: ¿cabe ahí hablar de responsabilidad?
una persona»,3 es decir, sólo somos responsables de nues­ Si nos preguntamos por la responsabilidad referida a ac­
tros actos, es decir, de lo que deriva de nuestra acción libre. tos que no hemos cometido habria que distinguir entre he­
No somos, por tanto, responsables de lo que no hemos he­ chos que nos son contemporáneos y hechos pasados.
cho. Que nadie nos pida cuenta por lo que hicieron nuestros Sobre los primeros, es decir, sobre si somos responsables
abuelos. de lo que ocurre a nuestro alrededor, seria conveniente traer
Somos responsables de todos nuestros actos, libremente a colación el debate planteado en Alemania, en 1946, por Karl
realizados, pero sólo de ellos. Es una responsabilidad basada Jaspers en su libro El problema de la culpa. 4 Se pregunta el
en la libertad que puede alcanzar muy lejos porque las conse­ autor por el alcance de la responsabilidad de los alemanes
cuencias de un acto libre pueden prolongarse en el tiempo: que han protagonizado esos 13 años de nazismo. Habla, en
uno pasa un semáforo en rojo, atropella a un buen hombre un lenguaje muy discutible (emplea el término «Schuld», li­
de cuyo salario vive una familia. Para sobrevivir un hijo se teralmente culpa, pero que habria que traducir por responsa­
hace delincuente y acaba siendo abatido por un guarda de bilidad, porque hoy tenemos muy claro que las culpas son
seguridad al atracar una joyeria. Mi responsabilidad no stt individuales y las responsabilidades pueden ser colectivas),
agota en el acto sino que sigue jugándose en la cadena de acod­ de tres categorias muy ilustrativas. Plantea, en primer lugar,
tecimientos. A la natural cadena de consecuencias que pone una «Schuld» moral: hay cosas que no caben en el código
en marcha un solo acto hay que sumar el potencial destruc­ penal y sin embargo constituyen materia culposa o son obje­
tor que pueden adquirir algunas de nuestras acciones. El hom­ to de una responsabilidad. La indiferencia de la gente, por
bre contemporáneo ya dispone de medios para destruir el ejemplo, no estaba calificada en el derecho pero Jaspers en­
planeta o para causarle daños irreparables. Esto es lo que ha tiende que eso es materia de culpa, la culpa moral. Habla
dado pie a una filosofía moral, tal como queda recogida en El también de una «Schuld» política, la culpa de aquellos ciuda­
principio de responsabilidad de Hans Jonas, que mide y expli­ danos que eran miembros de un Estado criminal; entiende
ca la responsabilidad en función de la capacidad destructiva que esos ciudadanos son responsables de lo que ocurrió y de
de nuestra acciones, dicho de otra manera, que tiene en el ahí la asunción de responsabilidades de los alemanes en las
punto de mira el mundo que dejaremos a las generaciones generaciones sucesivas por los desastres provocados por el
futuras. Aunque esta filosofía moral alcance muy lejos y nos hitlerismo. Y habla incluso de una «Schuld» metafísica que
responsabilice del mundo que dejaremos a nuestros descen­ podríamos llamar «de responsabilidad absoluta», muy cer­
dientes, nos movemos en clave kantiana: somos responsa­ cana a Dostoievski, que va en el sentido siguiente: los mitos
bles de todos nuestros actos, pero sólo de los que derivan de explicativos del origen la humanidad hablan de un estado
nuestra libertad. originario inocente del que se sale a través de una ca{da. El
mito bíblico de la caída, por ejemplo, asocia libertad a des­
igualdad, dando a entender que la pérdida del estado origina­

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rio de igualdad y la entrada en el mundo de las desigualdades lectura de 10 grande y de lo pequefio «para que nada se pier­
entre los hombres, son productos de la libertad del hombre. da». Yen la misma dirección apunta Primo Levi cuando dice
El estado natural de igualdad originario es un estado sin li­ a sus oyentes que «los jueces sois vosotros». El que escucha
bertad, y cuando el hombre hace uso de su libertad, es cuan­ se convierte en juez que imparte justicia en la medida en
do aparecen los crímenes, las desigualdades. Lo que se nos que se convierte en testigo que recoge y transmite las expe­
está diciendo es que los desastres de este mundo son produc­ riencias de injusticia. La justicia que imparte es la de mante­
to de nuestras acciones, no son naturales como la pigmenta­ ner viva la memoria de la injusticia.
ción de la piel. Yeso debe provocar en el ser humano una ¿Hay una relación entre el pasado injusto y nuestro pre­
responsabilidad universal. De ahí el concepto de «Schuld» sente? Si planteamos la responsabilidad histórica en los tér­
metafísica. minos de si los nietos son responsables de lo que hicieron los
Así como la responsabilidad moral y política remiten a abuelos o les hicieron, la relación está establecida por la vía
una responsabilidad por acción u omisión (dejaron de hacer de la sangre. Pero ni la sangre es una categoría moral ni la
lo que debían), la responsabilidad metafísica abre un capítu­ relación de parentesco explica mucho porque, ¿quiénes son,
lo mucho más exigente, pues plantea algo así como una soli­ por ejemplo, los nietos de los conquistadores: los que nacie­
daridad de la especie ante el sufrimiento. Quien ha aventura­ ron aquí o allí?, o ¿quiénes son nuestros abuelos: los padres
do una teoría a la altura de esa exigencia ha sido Emmanuel de los que se fueron o los que se fueron, o los dos? Hay que
Levinas cuando hace de lo ético la filosofía primera, es decir; abandonar el vistoso lenguaje de la sangre y plantearlo más
cuando remite la constitución del ser humano como un suje­ distanciadamente, es decir, generacionalmente, ya que de una
to moral al impulso ético que viene del otro, a la interpela­ misma generación pueden formar parte individuos de san­
ción que nos hace el otro desde su vulnerabilidad. gres diferentes. De ahí la pregunta: ¿son las generaciones pos­
Somos, pues, responsables de lo que ocurre a nuestro al­ teriores responsables de 10 que hicieron o les hicieron a las
rededor porque ante el sufrimiento de los demás no nos está anteriores? De una manera general se puede decir que somos
permitido mirar a otro lado y, también, porque si el ser hu­ herederos del pasado. Las generaciones siguientes reciben un
mano quiere conquistar a 10 largo de su vida la dignidad moral patrimonio am'asado por las anteriores. No sólo heredan la
no puede remitirse a las exigencias de su conciencia sino que riqueza material sino también sus connotaciones morales o
tiene que hacerse cargo del otro. inmorales. El acto de transmisión no puede borrar el pasado.
Asunto bien diferente es la responsabilidad referida al pa­ Pensemos, por ejemplo, en la expulsión de los judíos, decreta­
sado. Éste sería el campo específico de la responsabilidad da por los reyes Isabel y Fernando un 31 de marzo de 1492.
histórica o de la memoria histórica. Para poder hablar de eso, Aquel acontecimiento fue clave en el desarrollo de la his­
de responsabilidad histórica, habría que cumplimentar dos toria que ha llegado hasta nosotros. Somos los herederos de
requisitos: que las injusticias pasadas sigan vigentes y que aquella Espafia que dejó de ser el suelo de pueblos, razas y
haya una relación entre ese pasado injusto y nuestro presente. religiones diferentes, optando por una uniformidad cultural
¿Siguen vigentes las injusticias pasadas? Como he tratado que era la que daba el cristianismo. ¿Nos dice algo a nosotros
de mostrar a lo largo de estas páginas, siguen vigentes gra­ aquello?, ¿tenemos que decirles algo a los que tomaron esa
cias a la memoria. La memoria, tal como decía Horkheimer; decisión?
hace que las injusticias existan, no, evidentemente, porque Podríamos quitar hierro al pasado y seguir el consejo de
las cause, sino porque las hace presente, las trae a presencia. avezados historiadores cuando dicen que la memoria del acon­
Es la intuición de Walter Benjamín cuando convierte la com­ tecimiento debería servir para aclarar los hechos, desmon­
prensión del pasado -tarea propia del historiador- en una tando tantas explicaciones insuficientes y mostrando 10 com­

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pIejo de aquella extraordinaria decisión politica, sin buscar borraban diligentemente las huellas de la milenaria presen­
conexiones con el presente, tan distinto y distante. cia del pueblo judío en tierras hispanas: Maimónides era apar­
Eso es imposible porque hay un excedente de significa­ tado de la lista de honor de los pensadores españoles, las si­
ción en este acontecimiento que obliga a plantearnos su re­ nagogas eran reconvertidas en iglesias, el judío tenía que asi­
lación con el presente. Ese exceso se manifiesta de dos ma­ milarse al cristiano para sobrevivir yeso significaba sacrificar
neras. En primer lugar, por la potencia del hecho mismo. La su cultura y pensamiento. Mientras con una mano se labraba
expulsión no fue un caso aislado, sino una explosión en ca­ la imagen del español cristiano, se invisibilizaba, con la otra,
dena que alcanzó a los moriscos, a los protestantes, a los la dimensión semita de 10 español. La recomendación del his­
rojos y que todavía sobrevive en el mito de las dos Españas. toriador contemporáneo de que nos atengamos a la explica­
Con el decreto de expulsión se inaugura un tipo de convi­ ción objetiva de los hechos sería la última edición de la mis­
vencia en la que no hay lugar para el diferente que será con­ ma estrategia interpretativa del vencedor.
siderado enemigo. La posibilidad de una convivencia pací­ Esta estrategia ha sido eficaz. Nadie evocará en alguno de
fica entre gentes diferentes pasa por una elaboración crítica los variopintos debates sobre identidades colectivas y nacio­
de aquel momento. Al fin y al cabo nosotros somos herede­ nalismos a estos excluidos, sefardíes o moriscos, que un día
ros de ese momento de intolerancia y no de la posible tole­ formaron parte de nosotros mismos. Ese pasado no es ya pie­
rancia anterior. La onda expansiva de aquel Decreto firma­ za del rompecabezas que nuestra generación tiene que re­
do por Isabel, Fernando y, también, por Tomás de Torque­ componer... ¿o sí? Resulta que hay un hllo de ese pasado que
mada, el Inquisidor General, es decir, por el poder político y ha llegado hasta el presente. Me refiero al concepto de lim­
religioso del momento, nos alcanza. pieza étnica, que estuvo en la base de la persecución de los
La segunda razón es mucho más decisiva. Gracias al desa­ judíos en España y de su exterminio en Alemania. El decreto
rrollo teórico de la memoria en los últimos decenios sabe­ de expulsión aceptaba que pudieran quedarse los judíos que
mos algo sobre el pasado que escapa a los conocimientos que se bautizaren y ejemplos hay de regidores cristianos que su­
proporciona la historia. Sabemos, en efecto, que en cualquier plicaban a los que se iban que se quedaran, convirtiéndose,
gran enfrentamiento histórico se libran dos batallas: una que porque su ida sería una ruina para el pueblo. Podían quedar­
pugna por el triunfo material y, la otra, por su interpretación. se aunque fuera de raza judía, pero fue el peso de los judíos
La primera tiene lugar en el campo de batalla y, la segunda, asimilados lo que llevó a exigir como criterio de pertenencia
en los despachos, sobre todo en los académicos. El que triun­ no la creencia sino la sangre. Más importante que la fe en la
fa no sólo se queda con el botín sino que se empeña con ma­ divinidad de Jesús era si añadían al modesto cocido un poco
yor denuedo en imponer una interpretación de los hechos de morcilla o un tropiezo de tocino.
que sea la que se transmita. Ha habido una batalla herme­ Entre la pureza de sangre hispana y la limpieza étnica
néutica sobre la significación de la expulsión de los judíos. Se nazi hay una relación que nos afecta doblemente. 5 No pode­
nos ha contado que era una medida inevitable y provechosa. mos, en primer lugar, seguir considerando el Holocausto como
Inevitable, aunque dolorosa, porque la uniformidad cultural un asunto entre judíos y alemanes. En la historia del antise­
o religiosa era condición necesaria para el alumbramiento de mitismo ocupamos un lugar notable. Y algo más: nosotros
un Estado moderno, políticamente unificado; provechosa somos nietos de la decisión que Iglesia y política tomaron en
también porque la religión de referencia, el catolicismo, era, 1492. Herederos de la intolerancia pero no necesariamente
tal como defendía Ginés de Sepúlveda en la Controversia de de la ignorancia si logramos desenterrar las huellas de un
Valladolid frente a Bartolomé de las Casas, la mejor de las pasado cuidadosamente ocultado.
posibles. Mientras se hacía ruido con estas explicaciones, se

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2. El gesto intelectual de Bartolomé de las Casas Las Casas lo tiene difícil. Por un lado está su experiencia, lo
que él ha visto, esto es, la presencia opresora e injusta de los
Acabo de referirme a Las Casas yeso me lleva a la Contro­ conquistadores en el Nuevo Mundo. Por otro, el saber de Sala­
versia de Valladolid (1550-1551), auspiciada por el rey, con el manca, la sabiduría de su tiempo que, ante un crimen de esa
fin de que se aclarara de una vez si España tenía «títulos» naturaleza, obliga a intelVenir con la fuerza. Los saberes hu­
para la conquista, esto es, razones morales y legales para la manistas de la época parecen legitimar la presencia española,
ocupación violenta de aquellas tierras. Se enfrentaron dos con lo que se consolida la injusticia que Las Casas quiere de­
primeras espadas, el dominico Bartolomé de las Casas y el nunciar. La situación del indio ya es insostenible pero si se
humanista Ginés de Sepúlveda, defendiendo el primero la llega a legitimar ese estado de cosas, la catástrofe está asegura­
inexistencia y el segundo la existencia de los susodichos «tí­ da. La razón dominante se opone a su sentimiento moral y a la
tulos». Al obispo de Chiapas su estancia en el Nuevo Mundo evidencia de la experiencia. ¿Qué hacer? Es en ese momento
le ha convertido en un testigo excepcional. Sabe porque lo ha cuando se produce su gesto intelectual, de un alcance históri­
visto que, como reconoce en su Confesionario, todo lo que se co impredecible: «manda a paseo a Aristóteles».8 Lo primero
ha hecho en las Indias "ha sido contra todo derecho natural y es la experiencia de injusticia y si los saberes establecidos pro­
derecho de gentes, y también contra todo derecho divino ... y ponen interpretaciones de los hechos que en vez de solucionar
por consiguiente nulo, inválido y sin ningún valor y momen­ agravan la situación, habrá que «mandar a Aristóteles a pa­
to de Derecho>,.6 Como en esa justa académica hay que dar seo», es decir, habría que declarar irracional esa racionalidad.
razones, recurre a los saberes teológicos y jurídicos que com­ Hablo de un gesto porque es algo más que un razonamiento.
parte con sus adversarios, proponiendo una interpretación El obispo de Chiapas levanta la voz ante el rey, la academia y el
que avale con argumentos la injusticia que ha visto con sus pueblo, para reforzar una postura que compromete la razón,
propios ojos. Por eso discute con su adversario cada una de desde luego, pero también la política y la moral.
las supuestas razones de la conquista: el alcance de la autori­ Una racionalidad que se precie debe partir de la injusticia
dad papal y de la potestas del emperador, si los indios tienen como aquello que da que pensar. La verdad no puede encu­
capacidad para gobernarse, si se puede hablar de una supe­ brir la injusticia. Si lo que la sabiduría del tiempo dice es que
rioridad de la cultura occidental, si la racionalidad de los in­ los indios practican sacrificios humanos y que éstos van con­
dios es de inferior calidad que la de los españoles, si hay seres tra naturam, lo que Las Casas les dirá es que, efectivamente,
nacidos para obedecer y otros para mandar... Uno a uno va se hacen sacrificios humanos, pero que éstos no son contra
desmontando los argumentos contrarios y llevando el agua a naturam.
su molino. La osadía es de tal calibre que para Sepúlveda el obispo
Hasta que se topa con un argumento que obliga a dar la de Chiapas queda «fuera de la cristiandad» ya un historiador
razón a sus adversarios: los sacrificios humanos, razón prin­ tan ponderado como José Antonio Maravall le parece que
cipal invocada por Sepúlveda para justificar la guerra contra Las Casas queda seducido por el paganismo de los indígenas. 9
los indios. Este arguÍnento, que obliga a defender a los ino­ Lo que uno y otro no ven es que Las Casas no puede sepa­
centes en nombre de la solidaridad humana, tiene un enor­ rar la verdad de la justicia. «¡A paseo Aristóteles!». En nom­
me peso al ser compartido por muchos, hasta por el propio bre de la autoridad de la injusticia rompe con el saber de su
Vitoria que ve en esa práctica «una injuria hecha a otros», tiempo, aventurándose por caminos que nadie había holla­
algo así como un crimen contra la humanidad. 7 Esa práctica do. 1O Empieza diciendo que es una práctica muy extendida y
obliga a la Iglesia a intelVenir y también a los príncipes cris­ también practicada por los ancestros hispanos. Y lo es así
tianos. porque en el fondo es algo muy natural o, si se quiere, muy

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religioso. Lo natural, en efecto, es que el hombre ofrezca sa­ nen una estrategia de olvido para impedir que tomemos con­
crificios a sus dioses. Y que les ofrezca lo mejor. Dado que la ciencia. Dirán, en efecto, que de acuerdo con el derecho el
vida es lo mejor, es natural que el hombre se la ofrezca a los robo ha prescrito y añadirán, para borrar cualquier duda, la
dioses que tenga por verdaderos. Sólo la ley humana (positi­ «infamia» ,12 el mal nombre. Dirán que se lo merecían porque
va) o divina puede corregir esa tendencia natural. Dice Las eran inferiores o degenerados o cualquier cosa.
Casas: «dentro de los limites de la ley natural, esto es, allí Es en ese momento cuando Las Casas levanta de nuevo la
donde cesa de tener vigencia la ley humana o divina, las per­ voz para decir a los vencedores y a sus herederos, a nosotros,
sonas deben inmolar víctimas humanas al Dios verdadero o que no cantemos victoria, que no nos fiemos de esa estrate­
putativo considerado como verdadero». Y también: «el he­ gia de olvido, porque «del más chiquito y del más olvidado
cho de inmolar hombres, aunque sean inocentes, cuando se tiene Dios la memoria muy reciente y muy viva». 13
hace por el bienestar de toda la república, no es tan contrario Frente al olvido de la historia, la memoria que no olvida.
a la razón natural como si se tratase de algo inmediatamente y si hay alguien que no olvida, puede ocurrir que en cual­
abominable contrario al dictado de la naturaleza. Así este error quier lugar y momento aparezca una huella de la injusticia
puede tener su origen en la razón natural probable».H pasada que permita reconstruir la historia desde la memoria
Ahora bien, si esto es así, si estamos ante una práctica tan de las víctimas.
arraigada en la naturaleza humana, no se puede pretender El aristotélico que es Las Casas sabe que el pasado deja
extirparla de un plumazo, con un requerimiento ohaciéndo­ una huella material que solicita la atención de la memoria.
les la guerra. Las Casas va más lejos, pues entiende que si los La memoria tiende a distraerse y pasar por alto la solicitud
indios están convencidos de que esas prácticas son correctas de la huella. En la memoria divina, sin embargo, esa memo­
«no están obligados a abandonar la religión de sus antepasa­ ria está viva y cabe esperar, puesto que en algún lugar está
dos, pues ellos no comprenden que hacer esto (renunciar a viva, que el ser humano acabe reparando en la huella.
los sacrificios) sea mejor». Conclusión: no cabe hacer la gue­ El relato de los vencedores no es una historia cualquiera,
rra contra los indios por violación de la ley naturaL Y esto sino la justificación ideológica de la injusticia. Las Casas la
vale para la Iglesia y para los príncipes. llama infamia. Esos relatos se van a afanar en desacreditar a
Lo de menos es qué argumentos se inventa para rebajar la los indios diciendo que eran bárbaros o primitivos o incapa­
calificación de los sacrificios humanos. Lo importante es en­ ces o «como niños». Si los conquistadores y sus ideólogos
tender que la verdad no puede ser una injusticia. consiguen fijar en la generación presente y en las futuras un
Aunque los jueces que presidían la Disputa de Valladolid imaginario colectivo despreciador de las víctimas entonces
no dictaron sentencia, el triunfador fue Bartolomé de las Ca­ conseguirán que todos acepten la conquista como un gesto
sas. Pero el obispo de Chiapas no se hacía ilusiones. Sabía humanizador. Naturalmente que hubo violencia y abusos, pero
que la historia entendería mucho mejor los argumentos de siempre se podrá decir que «se 10 tenían bien merecido por
su adversario porque eran los de los vencedores políticos. Es brutos» o, parafraseando a Hegel, que el progreso obliga a
entonces cuando se produce el segundo movimiento del ges­ pisotear algunas florecillas al borde del camino. Esa batalla
to intelectual de Las Casas. hermenéutica es el lugar de la injuria. Lo que está en juego es
Las Casas observa no sólo el presente de la injusticia, sino una interpretación de los hechos que justifique no ya la prác­
su futuro. El peso de la injusticia presente va a caer sobre los tica de la guerra, sino el olvido de la violencia que tuvo lugar.
herederos. Nosotros vamos a nacer con una responsabilidad Tan importante corno la justificación en su momento de que
no adquirida sino inferida, heredada. Pero, ¿cómo hacérnos­ la guerra contra los indios era justa es ahora el olvido de los
lo saber? La cosa no es nada fácil ya que los vencedores tie­ sufrimientos de los indios: si éstos aparecen como injustifi­

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cados, la legitimación de la guerra se verá seriamente cues­ rían venir a la Europa que los colonizó. 1s García Márquez se
tionada. Por eso insiste Las Casas en el peligro de que «se ha esforzado toda su vida en hacemos ver, con la mirada de
pierda la memoria», es decir, se pierda de vista que aquellos los indígenas, lo que fue y significó la presencia europea en el
indios eran hombres, sujetos de derechos y muy capaces de Nuevo Mundo. Ése es el tema de Cien años de soledad, su
gestionar sus intereses. Lo perverso del olvido es asentar en genial novela. Narra la creación de Macando, es decir, del
el imaginario colectivo la imagen del indio incapaz, infantil o Nuevo Mundo. Macando nace aquejado de un mal-la peste
sanguinario. Cuando Las Casas habla de responsabilidad his­ del olvido-- que se prolongará a lo largo de las generaciones.
tórica distingue entre el robo y la injuria, entre el daño mate­ Sus habitantes son unos apestados porque para poder ser,
rial y el discurso justificativo. para poder tener un nombre y ser reconocido por ese Occi­
dente que acaba de llegar, Macando ha debido perder sus
orígenes, renunciar a lo que había sido, a su existencia ante­
3. La peste del olvido rior. Deben olvidar su pasado. Europa da a Macando un nom·
bre, Nuevo Mundo, para dejar bien claro que sólo importa lo
En la medida en que España se ha lucrado con el benefi­ que ocurra a partir de ahora o, mejor, que Macando sólo tie­
cio del robo y sigue transmitiendo el discurso de la injuria, ne futuro si abandona la pre-historia en la que ha vivido y
está endosando a las generaciones posteriores esa doble res­ entra en la historia que representan los recién llegados. Lo
ponsabilidad histórica. Levinas habla de una responsabili­ que ha sido antes es irrelevante. Es, efectivamente, prehisto­
dad estructural u ontológica. El hombre, dice él, no nace su­ ria. ¿El resultado? «Cien años de soledad», una historia fra­
jeto moral sino que se constituye en sujeto humano gracias al tricida de luchas y violencia. La solución a sus males estriba­
otro, en la medida en que se hace responsable del otro. Aquí rá en recobrar la memoria, reconciliarse con su pasado, ave­
hablamos de algo un poco diferente. La responsabilidad his­ riguar su origen, igual que el Edipo griego yel Moisés judío.
tórica no tiene delante un otro genérico, sino alguien al que Como sucedió con Edipo y con Moisés, la estirpe de los Buen­
el hombre ha hecho daño. Nos enfrentamos al sufrimiento día tiene que averiguar su origen para evitar la catástrofe.
del otro, un sufrimiento que no es algo natural, sino produc­ Ese regreso al origen perdido o raptado, es decir, olvidado, es
to de una acción que ha causado el hombre. Ese hombre ha necesario para curarse y para conjurar la fatalidad. 16
podido ser nuestro abuelo, pero lo que no hay que perder de Pero, ¿qué pasa con las generaciones pasadas?, ¿hay for­
vista es que ese sufrimiento es una injusticia. Es la injusticia ma de reparar el daño material y espiritual causado a las víc­
del sufrimiento lo que convoca la responsabilidad histórica 14 timas? A esta pregunta, también fonnulada en los años trein­
que puede ser entendida en dos sentidos muy distintos. ta por Walter Benjamin, respondía Max Horkheimer que era
En primer lugar, como responsabilidad que afecta a los una pregunta teológica y que, por tanto, la dejara en paz.
herederos del pasado. Descendientes de indios, descendien­ Pero precisamente porque es una pregunta teológica no con­
tes de conquistadores: somos herederos de un pasado común, viene dejársela sólo a los teólogos. Es la pregunta que obse­
con la diferencia que unos han heredado las fortunas y otros sionó al filósofo Benjamin. En la segunda de sus Tesis sobre el
los infortunios. Como sabemos que esas diferencias son pro­ concepto de historia reconoce «una débil fuerza mesiánica so­
ducto, al menos en parte, de un pasado común, es por lo que bre la que el pasado tiene derechos». Cada generación pre­
las generaciones actuales tienen una responsabilidad adqui­ sente tiene respecto a las generaciones anteriores un poder,
rida. Esa responsabilidad histórica es la que invocaba García un débil poder mesiánico que estamos obligados a activar.
Márquez y otros intelectuales colombianos cuando la vieja Este planteamiento produce rechazos con argumentos bien­
Europa impuso trabas especiales a los colombianos que que­ intencionados. Una escritora de éxito no entendía que la fa­

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del poeta Miguel Hemández luche contra la sentencia parar el buen nombre de las víctimas y podemos afirmar que
que lo condenó siendo inocente. 17 Argumenta que el pasado la injusticia sigue vigente mientras no se repare. No es mu­
es inamovible y que para el hoyes mejor dejar las cosas tal cho pero sin esos mínimos no podemos ni siquiera hablar de
como sucedieron (se refiere en este caso a la idea que algu­ justicia.
nos manejan de traerse a Antonio Machado a España). Aquí
hay varios asuntos que conviene separar. En primer lugar,
sobre si el pasado es modificable. La respuesta la dio el pro­ 11. SOBRE LA JUSTICIA TRANSICIONAL
pio Machado: «hombres de España: ni el pasado ha muerto
ni está el mañana -y el ayer- escrito». El pasado no es un 1. Una preocupación muy antigua
punto fijo. No podemos impedir que la sentencia injusta haya
tenido lugar, pero sí podemos revisar esa sentencia y fijar la «La justicia transicional democrática -dice John Elster-18
verdad jurídica del hecho. ¿Le afecta esto en algo a él? Afecta es tan antigua como la democracia misma». Es, pues, una vieja
a la sentencia judicial pero a él sólo si además de ser cuerpo figura jurídico-política especializada en saldar cuentas con el
es nombre. Su nombre importa a los que lo llevan, a los que pasado o, más exactamente, que aparece en los momentos de
lo pronunciaron y a los que lo pronuncian. Su nombre es una transición de un régimen político a otro, por ejemplo, de la
parte suya, por eso le importa. ¿Ya nosotros? ¿Hay que dejar dictadura a la democracia. En la medida en que el nuevo régi­
las cosas tal como sucedieron o como a nosotros nos gusta­ men llega con pretensiones de justicia tiene que habérselas con
ría? En este caso es inevitable la casuística. Hay gente sepul­ los atropellos del régimen anterior; sobre todo cuando éste ha
tada en muladares: la dignidad obliga a sacarles de ahí; hay sido una dictadura. Es evidente que la justicia transicional ha
gente en lugares anónimos que pueden dignificarse dejándo­ seguido el destino de la memoria de suerte que en los momen­
los en ese lugar. .. Lo que no es conveniente es borrar las hue­ tos de olvido su presencia era menor y mayor cuando la memo­
llas de los verdugos, movidos por un afán justiciero, que con­ ria estaba en alza.
tribuya al olvido. Las huellas de las víctimas son fundamen­ Las reacciones del nuevo régimen a las injusticias del an­
tales, pero también la de los verdugos siempre y cuando el tiguo han sido muy variadas. Los atenienses, por ejemplo,
lector del lugar tenga los medios para identificar a quienes cambiaron de estrategia en menos de 10 años. La transición
allí aparecen como victimarios y no como héroes. de la dictadura del Consejo de los Cuatrocientos a la demo­
No se trata, como en el caso anterior, de reparar los daños cracia de Atenas, en 411, puso en marcha una justicia transi­
materiales causados a los abuelos en las personas de los nie­ cional dura y exigente porque lo que se buscaba era el castigo
tos, sino de reparar de alguna manera la injusticia hecha a de los dictadores y la reparación del daño causado a los de­
los abuelos. Es el campo de la injuria al que se refería Las mócratas. Actitud muy diferente fue la que presidió la transi­
Casas. Podemos perder la batalla histórica por la legitimidad ción de la dictadura de los Treinta Tiranos a la democracia en
de la conquista, como la perdió Las Casas, pues al fin y al 403. Fue una transición dispuesta a poner todos los medios a
cabo la conquista se hizo sin atender a sus razones. Ganó su alcance para lograr la reconciliación, de ahí el decreto de
Sepúlveda. Pero no debemos perder la batalla hermenéutica amnistía y la consiguiente condena de quien recordara. Prueba
porque los indios eran hombres a los que se les hizo un daño de la seriedad de la medida es esa pena de muerte que, según
gratuito. España construye un imperio sobre· esa violencia, cuenta Aristóteles en Úl Constitución de Atenas, fue aplicada
por eso la política tiene que ser deuda y duelo. El duelo y la a un exiliado recién llegado a Atenas, que osó recordar sus
deuda son las formas en las que hoy podemos concretar ese males pasados: «después de que este hombre fuera muerto,
débil poder mesiánico, del que habla Benjamin, podemos re­ nadie más quebró la amnistía» (Elster; 2006, 29).

260 261
Suerte dispar corrieron igualmente las transiciones políti­ En segundo lugar; la cruda constatación de que tanto los
cas que tuvieron lugar en Francia en el momento de la res­ que llegan como los que se van quieren pasar página. Aunque
tauraciónde 1814 y la de 1815. La primera fue blanda, pese a resulte paradójico, se da una correspondencia entre el deseo
que la aplicaron los derrotados por la revolución de 1789 que de reconciliación que inspira a los líderes entrantes con la
volvieron sin haber aprendido nada ni olvidado nada del exi­ búsqueda de inmunidad de los salientes. En los que entran
lio. Tan blanda que permitió el regreso del propio Napoleón puede más el deseo de paz que el de justicia con el pasado.
Bonaparte. No hubo juicios, ni justicia política, sino sólo unas Esta alergia al pasado se da incluso en los protagonistas
pocas purgas en la administración pública. La segunda res­ de la Revolución Francesa que no castigaron a las antiguas
tauración fue mucho más dura, consciente de que la mano cúpulas por delitos pasados, ni compensaron al campesina­
blanda había facilitado el resurgir de Napoleón. do por lo que había sufrido. Los cargos presentados contra
La justicia transicional viene, pues, de antiguo y sigue vi­ los aristócratas durante el Terror se basaron en lo que habían
gente. Hemos asistido en el siglo xx a la aparición de nuevas hecho después de la revolución. Asimismo sería inexacto de­
figuras como las Comisiones de la Verdad y de la Reconcilia­ cir que la abolición de los deberes feudales fue la «repara­
ción que han protagonizado nuevas formas de justicia tran­ ción» de una injusticia pasada. Los decretos deIS de agosto
sicional: verdad por perdón que algunos entienden como una de 1789 apuntaban a eliminar la injusticia de cara al futuro,
forma de impunidad y otros, sin embargo, como forma de sin ninguna compensación adicional por injusticias pasadas
llevar a cabo un tipo de justicia que esté más pendiente de (Elster, 2006,66).
reparar el daño de la víctima que del castigo al culpable. Sig­ Finalmente, que entre hacer justicia a las víctimas pa­
nificativo dentro de esta variedad de posiciones es lo que Els­ sadas o crear condiciones para una convivencia pacífica,
ter dice de la transición política española: «el caso español es la opción es a favor del olvido del pasado. Hay un texto de
único dentro de las transiciones a la democracia, por el he­ J. Stuart MilI, tomado de su Principios de econom{a po[(ti­
cho de que hubo una decisión deliberada y consensuada de ca, que adelanta muy bien el destino de la justicia transi­
evitar la justicia transicional» (Elster, 2006, 81). Amnistía par­ donal: «Después de algún tiempo, la tenencia que no fue
dal de 1976 que supuso la salida de unos 400 presos políticos cuestionada legalmente se convierte en un título de pro­
antifranquistas y Ley de Amnistía en 1977, una auténtica ley piedad. Así ocurre en todo el mundo. Incluso en el caso de
de punto final para evitar procesamientos de los miembros que la posesión fuere injusta, el despojo de los poseedores
del régimen saliente. actuales -probablemente bona fides, después de transcu­
Esta disparidad de posiciones que adquiere la justicia tran­ rrida una generación-, haciendo revivir un derecho que
sidonal es la consecuencia de los objetivos políticos que se ha estado oculto durante mucho tiempo, sería, por lo ge­
persiguen y de las condiciones de su aplicación. De ahí resul­ neral, una injusticia mayor y casi siempre ocasionaría más
tan una serie de constantes que determinan la naturaleza daño público y privado que dejar sin expiar la injusticia
variable de la justicia transicional. original. Puede parecer un poco fuerte que un derecho que
En primer lugar, que la intensidad de la demanda de justi­ en un principio era justo, desaparezca por el mero paso
cia decrece conforme aumenta el tiempo entre los crímenes y del tiempo; pero transcurrido cierto tiempo... la balanza
la transición o entre la transición y el momento de los proce­ de la injusticia se inclina hacia el otro lado. Sucede con las
sos sobre daños pasados. Dado el papel que en esto juegan injusticias de los hombres lo que con los desastres de la
las emociones y la memoria, se entenderá que la justicia esté naturaleza, que cuanto más se tarda en repararlos, mayo­
muy condicionada por la intensidad de las primeras y la pre­ res son los obstáculos para llevar a cabo la reparación, por
sencia de la segunda. la maleza que hay que arrancar o abatir».19

262 263
Este texto no tiene desperdicio. El paso del tiempo se con­ ción de saldar deudas con el pasado. Pero, se pregunta el
vierte en árbitro de la justicia, en principio de lo justo e injus­ autor, ¿cómo saldar deudas con los muertos? Lo más que se
to. Se entendería si el paso del tiempo significara olvido de la podña hacer es saldarlas con sus descendientes. Ahora bien,
injusticia pasada, pero ¿qué pasa si quien olvida es el que se «¿por qué los nietos habrían de heredar esa carga?, ¿por
ha apropiado injustamente de lo ajeno y quien recuerda es el qué los hijos han de heredar las deudas morales de sus pa­
sujeto de la injusticia?, ¿qué pasa si la injusticia sigue viva en
dres?» (Greiff, 2007,166). La respuesta la dio Jaspers, al que
la conciencia de los afectados y sus herederos? Como esto es
el autor cita, cuando hablaba de culpa moral, política y
lo que suele ocurrir -que olvidan los causantes del daño pero
metafísica, tres culpas de los abuelos que afectan a los nie­
no las victimas-lo que hay que concluir es que este tipo de
razonamiento carece de toda justificación. tos. El autor cita a Jaspers pero lo «reconduce» o traduce de
Si la justicia transicional se resuelve en olvido de las injus­ suerte que en lugar de culpa habña que hablar de vergüen­
ticias pasadas por mor de la paz social y de la prudencia polí­ za. Es vergonzoso haber mirado a otro lado mientras des­
tica, nos acercaríamos a la cínica reflexión de un intelectual truían al vecino. Esa indiferencia es una «incorrección», no
israelf que preguntaba a los palestinos «a cuánta justicia es­ una culpa. Sentir vergüenza propia por no haber estado a la
taban dispuestos a renunciar para conseguir la paz».20 Pare­ altura de las circunstancias no puede ser tomado como una
ceña lógico lo contrario, tratándose de una justicia transicio­ forma de justicia para las víctimas, así que mejor no hablar
nal. Lo suyo seña preguntarse por la justicia que habña que de saldo de deudas con el pasado.
impartir para arribar a la paz. ¿Qué mueve a los que así pien­ Queda finalmente la posibilidad de recordar por el bien
san: un sentido pragmático de la política o serias razones te& del presente. Es el terreno en que se siente cómodo el autor.
ricas? Las reflexiones de uno de los más notables expertos en Este enfoque permite aclarar dos extremos fundamentales:
justicia transicional, Pablo de Greiff, son esclarecedoras. 21 Se ¿a quien puede afectar el recuerdo?, y ¿qué es 10 que cabe
pregunta por «la obligación moral de recordar», es decir, por recordar? El recuerdo sólo puede afectar a los vivos, es de­
qué «estaría moralmente mal» que los colombianos, por ejem­ cir, a los descendientes, por eso «tenemos la obligación de
plo, se olvidaran de sonadas masacres de gente inocente. Es­ recordar todo aquello que no podemos esperar que nues­
tudia entonces tres posibles respuestas: por el bien de los que tros conciudadanos olviden» (Greiff, 2007, 171), es decir, hay
vengan después; porque se lo debemos a las víctimas; por­ que recordar lo que deseen los conciudadanos, 10 que en
que conviene al presente. cada circunstancia se estime que debe ser recordado. Como
Habña que recordar, en primer lugar, «en función del fu­ eso se presta a cualquier interpretación (por ejemplo: ¿no se
turo» por aquello de Santayana: «los pueblos que olvidan su debió recordar en la transición política española lo que sig­
pasado están condenados a repetirlo». Es un argumento dé-· nificó el franquismo porque la gente no quería recordar?),
bil, dice De Greiff, porque la historia no funciona así. El que el autor precisa la idea diciendo que debe ser recordado
la historia se repita o no se repita poco tiene que ver con la aquello que permita «restaurar la confianza ciudadana des­
continuidad de la lógica histórica que produjo la violencia en pués de la violencia promovida o sancionada desde el Esta­
el pasado. Se neutraliza la violencia o la dictadura cuando do mismo» (Greiff, 2007, 73). Entiendo que 10 importante
«colapsa la constelación anterior». Frente a esos eficaces es utilizar la memoria para restaurar la confianza entre ciu­
mecanismos materiales, lo de recordar la violencia pasada es dadanos y también respecto al Estado, dañada por la vio­
un asunto irrelevante. lencia pasada.
La segunda respuesta miraría al pasado en vez de al fu­
turo y diña que el deber de memoria se basa en la obliga­

264
265
2. Confianza institucional ylo justicia de las víctimas ciales han actuado de modo eficaz e imparcial. Sólo entonces
los ciudadanos sentirán que los valores fundamentales han
Esta idea de la confianza es central, tal como desarrolla sido bien defendidos y afirmados.
Paul Seils en su trabajo «La restauración de la confianza cívi­ Es evidente que la justicia penal no se basta a sí misma
ca mediante la justicia transicional».22 Reconoce que tarea para restaurar la confianza. Son necesarios igualmente otros
de la justicia transicional es «proporcionar a las víctimas cierto mecanismos políticos (acometer determinadas reformas ins­
nivel de justicia», pero lo fundamental es ,<la restauración de titucionales), o éticos (creación de las Comisiones de la Ver­
un concepto de "confianza cívica" en las instituciones clave dad). Pero todo eso no puede ser en detrimento de las exigen­
del Estado necesarias para garantizar una nueva era de res­ cias de la justicia criminal. La política no puede significar
peto serio de los derechos y los valores fundamentales» (Seils, impunidad.
2009,21). Incluso habría que hablar de «justicia restaurati­ Si el objetivo es la restauración de la confianza en las ins­
va» en lugar de justicia transicional. Sería más apropiado. tituciones, hay que hacer todo lo necesario en ese sentido. Y
Para conseguir ese objetivo es capital el papel de la justi­ eso significa que hay que aceptar que no se puede enjuiciar a
cia penal, es decir, hay que superar la idea de que la justicia todos los criminales ni reparar el daño de todas las víctimas.
transicional es una forma de eludir la justicia. Nada de ver­ Habrá que ser selectivos en el primer caso, siguiendo en esto
dad por amnistía. Importante para reforzar esta idea es la la práctica del Tribunal de Nuremberg. Hay que ir a por los
razón de ser de la Corte Penal Internacional que tiene la fun­ responsables máximos. Los esfuerzos de selección e investi­
ción de intervenir en casos de graves atentados a los dere­ gación deben dirigirse a la identificación de estructuras u or­
chos humanos cuando los Estados se inhiben en razón de ganizaciones involucradas en estos ataques sistemáticos a los
intereses políticos tales como la reconciliación nacional. derechos humanos. Una vez identificados, el propósito es en­
Para entender la importancia de la justicia penal en esta juiciar a aquellos que realmente participaron en el plan, die­
tarea de devolver la confianza de una parte cualitativamente ron órdenes o instigaron los crímenes, antes de perseguir a
importante de la ciudadanía en las instituciones y en los de­ los criminales de nivel bajo. Y en cuanto a la reparación de
más, conviene tener presente que el alcance de la justicia pe­ las víctimas habrá que hacer lo que se pueda y sustituir el
nal es más amplio que el de la retributiva, asociada a la ven­ resto con gestos simbólicos como las comparecencias en los
ganza judicializada. La justicia penal debe cubrir los siguien­ Tribunales de la Verdad. Estos lugares permiten a las vícti­
tes objetivos: la incapacitación del delincuente mediante mas dar testimonio de su sufrimiento, ofreciéndoles la posi­
cárcel, la disuasión para que no lo vuelva a hacer, la rehabili­ bilidad de un reconocimiento público a su dignidad. La Co­
tación, la disuasión ejemplarizante y también afirmar los va­ misión de la Verdad puede ocuparse menos profundamente
lores subyacentes propios de la gran mayoría de la sociedad. de la criminalidad y entrar con mayor detalle, por un lado, en
Podríamos incluir la retribución, siempre y cuando no sea la las causas sociales e históricas y, por otro, en las historias
nota dominante o excluyente. personales. No parece el autor muy convencido de la capaci­
Pero además de éstos la justicia penal tiene otros objeti­ dad de verdad de estas comisiones, contentándose modes­
vos políticos, directamente relacionados con la restauración tamente con que al menos consigan «limitar la esfera de las
de la confianza cuestionada tras la violación masiva de dere­ mentiras permisibles» (Seils, 2009,35).
chos humanos. ¿Cómo conseguirlo? Mostrando que los peo­ De la exposición anterior se deducen tres temas particu­
res crímenes han sido identificados; que los responsables de larmente polémicos sobre los que procede pronunciarse: en
la creación y ejecución de los planes criminales han sido des­ primer lugar, sobre si la memoria del pasado puede cambiar
cubiertos y encausados; que las autoridades fiscales y judi­ el curso de la historia; segundo, sobre si cabe hablar con ri­

266 267
gor de justicia a las víctimas pasadas. es decir, si hay una facultad que tenemos de hacer presente la injusticia pasada.
responsabilidad de los nietos sobre lo que hicieron sus abue­ Podemos decir, además, que tenemos que ver con ese pasa­
los o les hicieron a ellos; finalmente, sobre la relación entre do. Podemos decirlo yal hacerlo no cometemos ninguna ra­
memoria y confianza. reza sino que nos apropiamos de una sabiduría humana mi­
Por lo que respecta al poder de la memoria sobre el pasa­ lenaria, reflejada por ejemplo en el mito de la expulsión del
do, es decir, sobre si la memoria de la justicia es capaz de paraíso que nos dice a su manera que las desigualdades en el
conjurar una repetición de la misma, hay que reconocer que mundo son fruto de la acción del hombre, es decir, no son
todo parece estar en contra de esa tesis. Ha habido, en efecto, productos del azar ni obras de la naturaleza, sino de la acción
memoria del Holocausto y, sin embargo, se han multiplicado del hombre, por eso son injusticias. Precisamente por eso la
los genocidios en la segunda mitad del siglo XX: en Camboya, injusticia en el mundo, cualquiera que sea, convoca la res­
en la exYugoslavia y en los países del África Central. Está, por ponsabilidad de la especie. Resuena en esta annnación la voz
otro lado, la sabiduría popular que nos dice que de los erro­ de bronce de Dostoievski. Y hay otro argumento que completa
res de la historia no se saca ninguna lección práctica. Parece éste: todos heredamos el pasado, aunque de manera diferen­
que de'la experiencia sólo aprende uno mismo. te, porque unos heredan las fortunas y otros los Infortunios.
Y, sin embargo, la tesis puede y debe mantenerse. Debe­ Entre ellos, sin embargo, hay en muchos casal una relación
mos para ello tener en cuenta que cuando hablamos de me­ histórica yeso permite hablar de responsabtlidad histórica.
moria de la barbarie, tomamos la memoria no como un sen­ Los nietos pueden hacer algo por la injusticia que hicieron a
timiento privado, sino en el sentido fuerte que le dieron Halb­ sus abuelos: mantener viva la injusticia y vivir ellol y IIIU gene­
wachs y Benjamín: como una singular forma de conocimiento, ración con esa deuda; y también debemos hacer alllu respec­
que tiene una dimensión política y que se ha constituido en la to a las injusticias que causaron nuestros abuelo.: declaral"­
sustancia de un Nuevo Imperativo Categórico. Esa memoria nos responsables. Cierto es que no es fácil prect..,. en qué se
plantea un ambicioso programa de reflexión epistémica, po­ concreta esa responsabilidad, pero eso se andar6 .lempre y
lítica, ética y estética que tiene el inconveniente de no haber­ cuando se reconozca lo fundamental, esto es, que IOInOI res­
se puesto en práctica. Lo que sí se ha demostrado es que la ponsables del pasado porque., como dice Benjamln: •• la le­
memoria, entendida como repetición sentimental del pasa­ neración presente le ha sido dada una débil fuerza me.iAntea
do, no está a la altura de los desafíos que aquí se plantean. respecto a las injusticias cometidas contra los abue1otll.
Pero esa forma menor de memoria, ni es la única ni es la más Queda por precisar la relación entre memori. y rwtlt.ución
consistente conceptualmente. de la confianza de los ciudadanos que han sido teldp di un
¿Qué decir entonces de la segunda crítica, a saber, que la masivo atentado a los derechos hmnanos, en lu tnaUtI.ODII
memoria nada puede hacer con la injusticia pasada? En el que los gobiernan o en el resto de los ciudadano•• Que la ...
apartado anterior decía, a propósito de la responsabilidad maria juega en esto un papel importante es indItal&11111t: la
histórica, que cabe hablar de ella, es decir, de una responsa­ memoria de las injusticias cometidas por la dictachn_ _
bilidad referida a actos que no hemos hecho, si se dan dos nos pone en guardia respecto a la naturaleza dell1.JIIU.....
condiciones: que el pasado siga vigente y que haya una rela­ men, presumiblemente democrático. Nos pre¡uat.IIDOIS . .
ción entre pasado y presente. Sobre la vigencia del pasado, van a hacer los nuevos con todos aquellos atropellot1,. ._
sobre todo del pasado fracasado ~eI pasado victorioso na­ de esa respuesta dependiera cómo van a actuar eUaa. 1.&-.
die duda de que esté presente puesto que nuestro presente fianza que se merezcan dependerá de cómo se ~
está construido sobre él-, podemos afirmar con todo rigor Todo lo que derive en justicia, incluida la penal, .ac......
que está presente gracias a la memoria. La memoria es la ción a las injusticias pasadas, será bienvenido. Y 11 Jo....

268 MI
le pide a la memoria es que las traiga al presente para juzgar Es evidente que el debate en torno a la justicia transicio­
a los criminales, lo debe hacer. nal es mucho más vasto que el que aquí se recoge. Pero el
Ahora bien, dado que los defensores de la justicia transi­ o~jetivo de estas aproximaciones o perspectivas de la justicia
cional se desentienden de la importancia de la memoria de es iluminar, con los principios propios de una justicia anam­
cara al pasado y al futuro, y todo 10 cifran en esta singular nética, problemas actuales relacionados con la justicia y la
forma de relacionar memoria y presente, es decir, la confian­ memoria.
za, es obligado hacer un par de comentarios. En primer lu­
gar, que la confianza es un concepto tan elástico que resulta
difícil de manejar. En la España de la transición, por ejem­ III. SOBRE LA JUSTICIA GLOBAL
plo, había una gran confianza en las incipientes instituciones
democráticas. La ciudadanía estaba convencida de que aque­ 1. Una justicia transnacional
llos políticos hacían todo lo que podían y más, sabiendo siem­
pre que su capacidad de acción era limitada por poderes fác­ Con la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría
ticos con los que había que contar. Esa confianza es hoy me­ el mundo se globaliza. Es verdad que a mediados del siglo pa­
nor, pese a que los actuales responsables políticos han tomado sado Heidegger hablaba ya de la expansión planetaria de la
muchas más medidas del orden de la justicia transicional que técnica. Técnica siempre ha habido, pero es sólo entonces cuan­
los de antes, porque se sabe que las actuales circunstancias do se produce la aparición del «Homo tecnicus» o, como dirá
permiten hacer mucho más y también porque la opinión pú­ Ortega, del hombre «de la era de la técnica del técnico»,23 es
blica es mucho más exigente. La confianza está en función decir, llega el momento en el que el hombre se sabe técnico,
de las posibilidades materiales y del mayor o menor grado de capaz de una actividad creadora ilimitada. Esa aparición tiene
exigencia moral. La confianza es un indicador secundario por­ lugar en Occidente pero es un invento que desborda sus fron­
que depende de las razones de la confianza. En este momen­ teras pudiendo cualquier cultura adoptarlo aunque para ello
to, y por lo que respecta a la justicia transicional, es difícil dar tenga que pagar un alto precio en renuncia a tradiciones pro­
confianza a instituciones que, como la judicatura española, pias. Con la caída del muro se da un paso más en ese mismo
procesan a un juez que abre la causa del franquismo o a unos sentido al ofrecerse el planeta TIerra como un mercado único
políticos que van a remolque de la memoria histórica. dispuesto a funcionar con las mismas reglas mercantiles.
El segundo comentario se refiere al supuesto, explicado Una de las primeras consecuencias de esta globalización
por Paul Seils, de que la justicia transicional ni puede juzgar de la economía es la obligación de repensar la justicia, tan
a todos ni reparar el daño de todas las víctimas, de ahí que atada hasta ahora a límites o fronteras que son ampliamente
haya que seleccionar a los criminales y tenga que orientarse desbordados por la economía global. Esos límites de la justi­
hacia un tipo de reparación simbólica de las víctimas. Es evi­ cia, que exigen ser repensados, son de dos tipos.
dente que no se puede juzgar a todos los criminales, pero no Desde la modernidad a estos tiempos la justicia ha sido
es aceptable que haya que renunciar a la reparación de todas
estadocéntrica. El Estado era el sujeto real de la política y tam­
las víctimas, alegando por ejemplo que faltarían recursos o
bién de la justicia. La prueba de que esto era así la tenemos en
que hay daños que son sencillamente irreparables. Ésas son
excusas que no son de recibo porque más allá de los recursos el hecho de que, ante una catástrofe en el propio territorio, los
y de la capacidad del ser humano en asuntos de reparación, poderes públicos se movilizan, poniendo sus medios a disposi­
cabe reparar lo humanamente reparable y mantener viva la ción de los damnificados. El Estado 10 hace porque sabe que
memoria de lo irreparable. De nuevo la memoria viene a dar todos los conciudadanos tenemos el deber, por justicia, de so­
una dimensión universalista a la justicia. lidarizamos con los damnificados. En el caso de que esa catás­

271
270
trofe afecte también a ciudadanos del país limítrofe, la solida­ Por efecto de la pobreza mueren ul uno 18 millones de perso­
ridad que les debemos es de un orden bien distinto al de la nas, es decir, 50.000 diarias. de la8 que 34.000 son niños me­
justicia. Hegel explica esta diferente reacción analizando la fi­ nores de 5 años. Los 2.800 milloneN de pt.'fSonas más pobres
gura del Estado. Lo califica, como ya hemos visto, de «totali­ tienen juntas cerca del 1,2 % de la nmtu global agregada,
dad ética» porque en él coinciden los intereses particulares mientras que los 908 millones de penlOna" de las economías
con los generales, ya que las decisiones que el Estado toma son de renta alta acaparan el 79,70 % de la ml"mu. El 14 % de la
en nombre de los particulares o por ellos mismos. Todos y cada población mundial (826 millones) padece dcol!mutrición. El
uno somos parte de ese Estado yeso no sólo porque vivamos 16 % carece de acceso a agua potable. 81 40 % eMtá excluido
en ese territorio sino porque lo que ahí ocurre no escapa a de servicios sanitarios básicos. BI1S % de adulto" Non analfa­
nuestra libertad. Como eso no ocurre en el Estado de alIado, betos. Una cuarta parte de todos los nl"ol comprendidos en­
del que no somos ciudadanos, es por lo que nuestras obliga­ tre 5 y 14 años trabaja fuera de sus hopre. por un "ulario de
ciones para con ellos no pueden ser del mismo tenor. Con los hambre. El tercio de la humanidad vive en promedio In mi­
del propio Estado podemos establecer derechos y deberes que tad del tiempo que el resto. Un tercio de toda. ¡a. muertes
no podemos con los vecinos porque nuestra libertad allí no es humanas se deben a causas relacionada. con la pobre7.a. Si
competente. los países occidentales desarrollados padlcllran una pur1e
También la justicia de los antiguos tiene limitaciones que proporcional de esas muertes, la pobreza .xtrema mllltría
ya no se sostienen. No son de orden territorial o geográfico, cada semana alrededor de 3.500 ciudadanOl brl~, 16.500
sino estructurales, porque la virtud de la justicia tiene que estadounidenses o 3.000 españoles. Cada do morlrfan I!
atenerse, como hemos visto, a las exigencias de la naturaleza veces más estadounidenses por causas rela.cionadM oon ¡,
humana que nos es dada. Para hacemos idea de esas limita­ pobreza de los que murieron por la gueITa del VIIInIm,
ciones naturales, pensemos que Aristóteles considera al es­ Son cifras mareantes que por su desmesura pu.dttnn aca­
clavo un ser que, al igual que el animal, carece de naturaleza bar perdiendo significación. Por eso puede ayudar. tomIr l.
humana. Lo que se le hiciera al esclavo quedaba fuera de la medida del desastre evocar las grandes catástrofll ''I1l10
virtud de la justicia porque el esclavo no formaba parte de
la naturaleza humana que es el soporte de la virtud. El alcan­
xx que tanto nos han conmovido: 11 millones fu.enm.,....
sonas asesinadas por los nazis; 30 millones fueron 11M.....
ce de la justicia depende de la idea que nos hagamos de la la muerte por hambre en El Gran Paso Adelante da MIos 1I
naturaleza humana. millones exterminados por Stalin; 2 millones extem'IInItIaI
Pues bien, la globalización se ha llevado por delante los por los Jemeres Rojos; 800.000 macheteados hasta la.....
diques del Estado de la misma manera que la modernidad en Ruanda. Pues bien, todas esas cifras palidecen .......
desmontó los de la naturaleza de los antiguos. Vivimos en un 250 millones de muertes corrientes por hambre y e~
mundo globalizado yeso significa que la causa de los gran­ des evitables en los 14 años posteriores a la Guerra Prfat.
des problemas de nuestro tiempo y sus posibles soluciones decir, en nuestros días. Los 6 millones de judíos asesin•••
tienen que ser globales. Esto también vale para la justicia. No por los nazis en los campos de exterminio entre 1942 y lM1.
hay más que asomarse a ese gran campo de la injusticia que equivalen numéricamente a los que mata hoy en día el hanaw·
es la pobreza. Thomas Pogge, en su alegato a favor de una bre en sólo 4 meses.
justicia globaJ,24 señala que 2.800 millones de personas (es La magnitud de la catástrofe tiene causas tan globaltl
decir, el 46 % de la humanidad) viven por debajo de la línea como sus efectos y no se podrá luchar contra ellos más qUl
de la pobreza, que el Banco Mundial cifra en 2 dólares dia­ con una estrategia global. Naturalmente que antes hay que acla.
rios. Cerca de 1.200 millones viven con menos de la mitad. rar por qué haya que hacerlo. Señalemos a modo de pórtico

272 273
de esa reflexión que esa gran pobreza coexiste con una pros­ Es Francisco de Vitoria -y con él los grandes comentaris­
peridad extraordinaria y creciente. Hay recursos disponibles tas reunidos en la Escuela de Salamanca- quien renueva la
para acabar con la miseria y si no se ponen en práctica es tradición jusnaturalista del derecho de gentes, espoleado por
porque no vemos relación entre la pobreza de los pobres y la los problemas e informaciones provenientes del Nuevo Mun­
riqueza de los ricos. Ése debería ser el lugar de una justicia do recién descubierto por los habitantes de un viejo mundo
global. Si la justicia global tiene algún sentido es como res­ que parecía irrebasable. Los conquistadores trataban a esos
puesta a esta catástrofe humanitaria y no por el prurito aca­ seres que vivían allende los límites del «orbis catholicus» como
démico de inventarse un nuevo escenario para la teoría de la si no formaran parte de la especie humana, de ahí que estos
justicia. misioneros formados en la Escuela de Salamanca tuvieron
que hacerse en voz alta la pregunta de la Escuela: ¿estos indí­
genas, «acaso no son hombres» ?26 Ellos disponían de supues­
2. Globalidad de los Estados o de los individuos tos teóricos que les permitían extender la humanidad del hom­
bre a todos los miembros de la especie. La humanidad era
A la hora de elaborar una teoría de la justicia global que se tan amplia como la naturaleza humana yeso obligaba a los
haga cargo de la miseria del mundo, conviene preguntarse si distintos pueblos que la componían a reglas de juego, dere­
hay antecedentes o si partimos de cero. chos y deberes, en sus relaciones inter-nacionales.
Osvaldo Guariglia responde a esta pregunta, en su breve Estos teólogos jusnaturalistas encontraron lógica conti­
pero riguroso estudio, En camino de la justicia global,25 recor­ nuación en filósofos y juristas, como Hugo Grotius, que su­
dando que pese al papel endogámico del concepto de Estado, pieron dar al derecho natural y, por tanto, al derecho de gen­
no ha faltado una constante mirada hacia el exterior. En con­ tes, una explicación puramente racional. 27 Pero el camino ya
creto cita dos tradiciones que de una manera u otra se han estaba hecho en buena parte.
hecho presentes en las reflexiones actuales sobre justicia glo­ Quienes hacen la genealogía de la justicia global evocan
bal. Una de ellas, crudamente realista y que domina la escena la historia del derecho de gentes y recalan también en el Kant
hasta la Primera Guerra Mundial, viene de la Paz de Westfa­ de La paz perpetua. Kant sostenía ahí la necesidad de acabar
lia, y entiende las relaciones internacionales a partir de y en con el estado de guerra entre las naciones mediante un pacto
función de los intereses nacionales. La internacionalidad en que garantizara una relación pacífica entre ellas, gracias a
este caso toma la forma de pacto entre Estados que busca una constitución civil y política, la cual tomaría la forma
neutralizar la querencia natural a la guerra mediante un «equi­ de una confederación de pueblos, unfoedus pacificum (Gua­
librio del poder». riglia, 2010, 92). Estamos en pleno núcleo temático del dere­
La otra, situada en la onda del jus gentium, tiene más pe­ cho de gentes, a saber, la regulación razonable de la guerra y
digrí. Ya la encontramos en Cicerón quien da a entender que de la paz. Pero hay algo más. Kant adelanta apuntes muy
viene de atrás: «aunque se haya dicho frecuentemente, debe notables sobre la ciudadanía en clave cosmopolita, por ejem­
decirse con más frecuencia aún: hay una sociedad de todos plo, cuando habla del derecho de visita. Acaba de plantear el
con todos que se extiende muy ampliamente». Se reconocen modesto derecho de hospitalidad que consiste «en no tratar
unos derechos entre seres humanos que desbordan los lími­ hostilmente al extranjero por el hecho de haber llegado al
tes de la propia comunidad (para éstos está reservado el jus territorio del otro» (Kant, 1985, 27). Digo que es una inter­
civile), es decir, que afectan a miembros de otros pueblos y pretación modesta de la hospitalidad porque hay éticas, como
con los que se puede regular de alguna manera los actos de la islámica, que dice mucho más sobre el deber del anfitrión
guerra y de paz. respecto a sus huéspedes. A Kant le basta con no maltratar al

274 275
forastero, si éste se porta amistosamente. El derecho cosmo­ pensar en una teoría de la justicia que se haga cargo de todas
polita lo tendria mal si no existiera, además, el derecho de las injusticias. Crece la conciencia de que una teoría de la
visita, «derecho a hacerse presente en la sociedad que tienen justicia, si tiene pretensiones de universalidad, tiene que pres­
todos los humanos en virtud del derecho de propiedad en tar oídos a cualquier injusticia.
común de la superficie de la Tierra». La TIerra es de todos y Con todos estos elementos a la vista se impone un nuevo
por tanto todo el mundo tiene derecho a ella. Como la TIerra enfoque de la justicia que debe tener en cuenta esta dimen­
es limitada y el crecimiento del hombre es exponencial, re­ sión globalizadora. En realidad son dos los enfoques que ob­
sulta inevitable que nos encontremos en cualquier parte del servamos. Están, por un lado, quienes consideran a los Esta­
mundo junto a vecinos que no hemos escogido. Pues bien, en dos sujetos de la justicia global y, por otro, quienes entienden
el caso de que eso ocurra Kant nos recuerda que «nadie tiene que son los individuos.
originariamente más derecho que otro a estar en un determi­ Rawls pertenece al primer grupo. Para Guariglia su pro­
nado lugar de la TIerra') (Kant, 1985,27). Ya no es cuestión puesta alcanza el nivel de una «utopía realista». El realismo
sólo de sentar las premisas de una guerra justa, ahora habla lo da el papel protagonista que ahí tienen los Estados. Esto es
de justicia sin más o más precisamente de los derechos sobre lo que hay y si queremos avanzar hacia un intercambio co­
los bienes de este mundo que competen a cada ser humano. mercial más justo o menos injusto, hay que contar con las
Todo el mundo tiene derecho a irse a aquella parte del mundo instituciones capaces de firmar acuerdos y llevarlos a la prác­
que le asegure el mínimo vital o el bienestar que le pertenece. tica. Y lo que ahí cuenta son los Estados y no la voluntad de
«Yen esto llegó Pidel». Todo este recorrido por los recove­ los individuos. Pero es también una propuesta utópica por­
cos históricos de las relaciones internacionales serían meros que no se resigna a la querencia egoísta de los Estados, sino que
materiales de erudición si no fuera porque son heredados por quiere insuflar principios morales al realismo internacional,
John Rawls, el gran teórico contemporáneo de la justicia. Bien tal como hizo Kant en sufoedus pacificum. La centralidad de
es verdad que en sus principales obras no osa salir del predio los Estados no se debe sólo a que sin ellos no hay eficacia
nacional. Sólo en 1993, cuando publica «El derecho de gen­ posible sino también a que la globalización de la justicia pasa
tes», un largo artículo que conocerá posteriores desarrollos, por aplicar a la sociedad de los pueblos el método que él ha
tratará de aplicar sus principios de justicia ya conocidos a las desarrollado en el interior de los Estados, por eso imagina
relaciones entre Estados. La elaboración rawlsiana de las dos una segunda «posición original», un segundo velo de la igno­
tradiciones pro o preglobalización que hemos visto -la du­ rancia, aplicado a los representantes de los pueblos para que
ramente internacionalista que viene de Westfalia y la del jus seleccionen los principios de justicia internacional con los
gentium que llega al foedus pacificum de Kant- se produce que regirse. Para escoger esos principios, los representantes
en un contexto mundial que favorece esa orientación. Están, tienen que conocer antes los bienes básicos que los pueblos
por un lado, los movimientos que aunque se llamen «antiglo­ aprecian y desean conservar en máximo grado. Rawls, que
balización» están muy atentos a la dimensión mundial de los está en el secreto del experimento, entiende que los pueblos
problemas o de las soluciones. A lo que se oponen es al trata­ elegirían estos principios de justicia internacional con los que
miento capitalista del hambre, de la amenaza nuclear, del no sólo estarían de acuerdo sino que desearían que los otros
expolio de los recursos naturales o de la explotación del eco-­ pueblos les aplicaran a ellos. Son éstos: 1) que los pueblos
sistema, por eso, como dice J.C. Velasco, más que antigloba­ son libres; 2) que pacta sunt servanda; 3) que los pueblos son
lizadores son «alterglobalizadores» (Velasco, 2010, 408). Y, iguales; 4) el deber de no intervención; 5) derecho a la auto­
por otro, la conciencia creciente de que no se puede acotar ni defensa; 6) respetar los derechos humanos; 7) poner límites a
espacial ni temporalmente la injusticia, de ahí que haya que la guerra; y 8) «Los pueblos tienen un deber de asistir a otros

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pueblos que viven bajo condiciones desfavorables las cuales de un derecho radical que remite a un ordo terráqueo que
impiden que tengan un régimen político y social justo o de­ ningún derecho o pacto o decisión podrá cuestionar. Este ordo
cente» (Guariglia, 2010, 94). Si nos preguntáramos por qué cosmopolita o estructura básica global de los individuos ha
hay que asistir a pueblos en condiciones desfavorables, ha­ sido afirmado de muchas maneras a lo largo de la historia.
bría que decir que eso es lo que Rawls ha visto en el famoso Puede que hoy no nos suene bien su forma de explicarlo (el
experimento. Cualquier pueblo situado en la «condición ori­ recurso al derecho natural) pero ahí late una experiencia de
ginaria» desearía ser ayudado si se encontrara en semejante la humanidad, expresado en mitos y logos, que hay que tener
situación. en cuenta.
Guariglia reconoce que se pueden orientar las inquietu­ Con todo, la objeción más frecuente a esta justicia global
des globalizadoras de otra manera, primando a las personas contractualista, basada en un pacto entre Estados dispuestos
individuales y no a los pueblos o Estados, pero rechaza ese a someterse al método que Rawls ha propuesto para la justi­
«cosmopolitismo de individuos» porque prefiere el realismo cia en el interior de los Estados, es que hay pocos Estados
de los Estados al voluntarismo de los individuos. No sólo por dispuestos a esas reglas de juego y menos aún los que las
eficacia. Para tomarse en serio a los individuos habría que aplicarían. Los mejor dispuestos son los que tienen una cons­
demostrar que éstos conforman «una estructura básica glo­ titución democrático-liberal, a los que el autor añade el gru­
bal» y los defensores de este punto de vista no aportan, dice, po formado por «los pueblos jerárquicos decentes», es decir,
mucha documentación. Al contrario, lo que hay es egoísmo, pueblos no democráticos pero que se rigen por el principio
caos e involuciones nacionalistas, todo menos eso orden cos­ del bien común, lo que significa de hecho respeto fáctico a
mopolita que reclaman los defensores del «globalismo». los derechos humanos básicos; aunque los miembros de esa
Quizá el propio autor tenga la clave de la solución, aun­ sociedad no sean tratados como ciudadanos, sí pueden com­
que no le haga caso. Cuando analiza pormenorizadamente el portarse como responsables del grupo. Con todos ellos po­
funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio, dría formarse "la sociedad de pueblos bien ordenados», es
tiene que reconocer que, pese a su interés por esa organiza­ decir, el espacio real de una justicia global que tendrá la tarea
ción, los Estados no cumplen las medidas correctoras allí de ver cómo se relaciona con los pueblos mal ordenados a la
acordadas. En ese preciso momento echa mano del momen­ hora de regular asuntos mayores como la guerra justa o las
to utópico de su realismo, exigiendo solidaridad para con los intetvenciones humanitarias.
más pobres. Parece como si no le bastara la invocación de Las limitaciones que ponen los Estados a la globalización
Rawls y tuviera que recurrir a artillería más pesada: «desde el de la justicia ha llevado a sus críticos, los llamados «globalis­
punto de vista de una ética global, la Tierra es de todo el géne­ tas», a pensar la justicia global desde los individuos. Algunos
ro humano, y los pueblos de los países beneficiados por el de ellos, como Thomas Pogge, son discípulos de Rawls que
usufructo de una de las partes más feraces del planeta deben pie~an ser más fieles al maestro distanciándose de su cos­
tener conciencia de que tienen un deber de solidaridad con mowlitismo de Estados a favor del cosmopolitismo de indi­
aquellos otros que sufren hambrunas y todos los demás ma­ viduos. El razonamiento de base es el siguiente: paríamos de
les que conlleva la extrema pobreza» (Guariglia, 2010, 121). las desigualdades entre individuos. Como las causas de las
Esta referencia a un derecho inalienable de todo ser humano mismas obedecen a estructuras económicas, sociales y polí­
al disfrute de la Tierra, son palabras mayores. En nombre de ticas internacionales, creemos un orden mundial con meca­
Rawls puede invocar el derecho a la solidaridad por aquello nismos que combatan la pobreza, por ejemplo, y propongan
de la reciprocidad, pero la afirmación de que la Tierra es de estrategias compensatorias para llegar a la igualdad de opor­
todos no necesita ningún pacto originario. Es la afirmación tunidades. Estos teóricos no se quedan colgados en la especu­

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lación. Pogge, por ejemplo, que sabe que con sólo transferir de combatir la injusticia. Ellos están por el deber negativo
ell % de la renta global agregada -312.000 millones de dó­ porque estiman que la pobreza es injusta (Pogge, 2005, 252).
lares anuales- del grupo de los ricos al de los pobres, se erra­ Y lo es porque es inexplicable sin alguna de estas tres causas:
dicaria la pobreza mundial extrema, propone el DGR (Divi­ en primer lugar, un orden institucional económico, diseñado
dendo Global de Recursos). El DGR seria, según Pogge, el por los más ricos, que produce inevitablemente la miseria. El
porcentaje de recursos naturales de un país que serian pro­ neoliberalismo que ha presidido el despliegue actual del ca­
piedad de los pobres del mundo, es decir, esa pacte sobre la pitalismo a escala mundial, no es neutro ni inocente. Busca
que los respectivos gobiernos no podrian disponer a su anto­ la maximización de beneficios sin contemplaciones. En se­
jo porque seria reconocida como «la porción inalienable de gundo lugar, exclusión forzada del acceso a los recursos na­
los recursos naturales no renovables» que serian «propiedad» turales. Los países más ricos disponen de tecnología y finan­
de los pobres del mundo. 28 Habria que entender esa «propie­ ciación para la explotación de los recursos naturales situados
dad» no como un derecho a disponer o traficar con ella por en territorio de los países pobres. Es verdad que pagan por
pacte de los pobres -interfiriendo así en el control nacional ello pero a las élites locales o desde unos supuestos tan venta­
de los recursos- sino como un valor económico destinado a josos que resultan insuficientes. La situación es tal que Pogge
la lucha contra la pobreza en el mundo. El DGR es una forma invoca la cláusula lockiana que permite la explotación de los
de concretar el «suum» de los escolásticos o, lo que es lo mis­ recursos naturales siempre y cuando se acepte que una pacte
mo, el derecho a la subsistencia que, según Kant, tienen to­ de la explotación pertenece al pueblo en donde se encuentra
dos los humanos en virtud «del derecho de propiedad en co­ (Pogge, 2005, 256). En tercer lugar, un presente, resultado de
mún sobre la superficie de la TIerra». A la ahora de pregun­ una violenta historia común. Hay, pues, una relación entre la
tarnos qué es lo que corresponde a los pobres de ese derecho riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres. La pobreza no
-que tienen en común con todos los demás- a los benefi­ es ni natural ni fruto del azar. Los pobres no nacen pobres
cios de la TIerra, una respuesta posible es el DGR. Con lo sino que son empobrecidos.
recaudado por el DGR se garantiza la satisfacción de las ne­ Vistas las cosas así podría pensarse que al ser la pobreza
cesidades básicas de quienes no las tienen cubiertas. una injusticia, lo seria también la riqueza, de ahí que hubiera
Estas últimas reflexiones de Thomas Pogge llevan a pen­ que plantearse la justicia global como la respuesta política y
sar que la ayuda es un deber de justicia ya que no hacer nada económica a unas desigualdades igualmente injustas. Pero
frente a la pobreza equivale a negar el derecho humano fun­ ese trascendental paso no se da. No lo dan los partidarios del
damental al usufructo de la TIerra. ¿Se quiere decir con ello cosmopolitismo de uno y otro sesgo. Osvaldo Guariglia, de
que la pobreza de los pobres es una injusticia de la que tene­ entre los que defienden el cosmopolitismo de Estados, afir­
mos que hacernos cargo? No parece que nadie llegue tan lejos. ma categóricamente que «la desigualdad entre el desarrollo
Ya hemos visto con qué contundencia Rawls, tanto el pri­ de los distintos países no es por sí misma un hecho injusto»
mero como el último, establece que las desigualdades no son (Guariglia, 2010, 114). Las desigualdades son debidas a cau­
injusticias sino cosas del azar. Lo que mueve al filósofo moral sas naturales o a condiciones históricas que escapan a la vo­
no es el carácter injusto de la desigualdad sino su inmereci­ luntad de los pueblos. De esta consideración exceptúa a paí­
miento. Nadie se merece nacer en una familia pobre y vivir ses «con un pasado reciente de explotación colonial, como la
en un país despótico y trabajar en un sistema explotador. Ése mayoria de países sub-saharianos de África». Y sigue, de la
es el momento de la justicia que él predica. mano de Rawls: «Fuera de éstos, lo que los demás países tie­
Los globalistas dan un paso más, por eso distinguen entre nen actualmente para ofrecer en intercambio por otros bie­
el deber positivo de ayudar al necesitado y el deber negativo nes que necesitan, refleja sus propias peculiares elecciones, su

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auto-determinación y sus modos idiosincrásicos de vida. En en peligro nuestro bienestar, para que mejoren. Al final todo
principio, por lo tanto, no hay injusticia en los diferentes gra­ se reduce a proponer un impuesto a los ricos para ayudar a
dos de desarrollo que cada país ha alcanzado». Este punto es los pobres sin cuestionar la riqueza existente. La reforma del
decisivo. De acuerdo con este discurso, las desigualdades exis­ orden institucional global, declarado generador de injusticias,
tentes son, en parte, fruto del azar y, en parte, resultado del se sustancia en un «impuesto DGR de 2 dólares por barril de
propio esfuerzo, es decir, no pueden ser tachadas de injusti­ crudo extraído» (Pogge, 2005, 260).
cia. Para que lo fueran tendría que ser fruto del robo, en lo Pogge plantea la disyuntiva entre el deber positivo de ayu­
que tuvieran de heredadas, y de una competitividad desleal, dar a los necesitados y el deber negativo de luchar contra la
en lo que tuvieran de producidas por uno mismo. Pero hay injusticia, entendiendo por talla existencia de pobreza. Lo
una excepción, las excolonias subsaharianas porque todavía que hay de injusto en la pobreza severa es que se atenta a
perduran en ellas las consecuencias de una colonización in­ lo que el Decreto de Graciano ya llamaba «derechos de los
justa. Hasta aquí el argumento del susodicho discurso. Aho­ pobres».29 Si los pobres tienen un derecho a la TIerra, los de­
ra bien, si resulta que se admite la figura de la injusticia en más tenemos algo más que la obligación de ayudar. Entre
una colonización (la subsahariana), se podría admitir tam­ reconocer un derecho a los pobres y plantearse la obligación
bién en otras (todas las demás). Lo importante para poder de ayudarles hay un abismo. 30 Hoy, sin embargo, se habla de
hablar de injusticia, según Rawls y Guariglia, sería el tiempo ayudar y no de derechos. Al derecho de los pobres se referían
transcurrido. Con el tiempo, en efecto, se borraría el carácter los medievales cuando decían que «los bienes son natural­
injusto del pasado, sea porque sus consecuencias irían dilu­ mente comunes y la apropiación, una disposición humana».
yéndose, sea porque prescribirían lisa y llanamente. Lo que No se planteaban una justicia global en los términos que ahora
he defendido a lo largo de todo el libro es que las injusticias lo hacemos pero tenían mucho más claro que nosotros que la
que fueron, lo seguirán siendo mientras no sean saldadas. La propiedad podía ser un latrocinio legal, de ahí que admitie­
memoria de las mismas no permite hablar de prescripción. Y ran con toda naturalidad el robo por necesidad (11 II 66, 7).
el hecho de que a viejas causas injustas de las desigualdades
vengan a sumarse otras, más nuevas, no quita responsabili­
dad a las antiguas. 3. Responsabilidad temporal y no sólo espacial
Tampoco lo da Thomas Pogge, de entre los defensores de por la injusticia
un cosmopolitismo de individuos. Después de reconocer el
origen histórico de las desigualdades (conquista, coloniza­ La cruz de la justicia global es encontrar respuestas a pro­
ción, esclavitud, dominación, etc.), saca esta desconcertante blemas de alcance mundial. Esta justicia ha tomado concien­
conclusión: «ello no equivale a decir (tampoco a negar) que cia de la dimensión planetaria de los males que de una mane­
los prósperos descendientes de quienes tomaron parte en esos ra u otra relacionamos con la justicia y sabe que tiene que
cnmenes tengan alguna obligación especial de indemnizar a proponer soluciones proporcionadas a la magnitud de los pro­
los descendientes empobrecidos de quienes fueron sus vícti­ blemas, aunque eso suponga repensar la teoría de la justicia
mas» (Pogge, 2005, 257). Los nietos no tienen ninguna res­ hasta ahora recluida en los límites del Estado o en el corsé de
ponsabilidad histórica respecto a lo que (mal)hicieron los lo «natural», cuando la justicia se pensaba como una virtud
abuelos y que ellos han heredado. Como decía Anatole Fran­ específica de la naturaleza humana.
ce «el robo es punible yel producto del robo, sagrado». Con Estamos, pues, ante un tipo de justicia que no hace distin­
una diferencia no menor: si no podemos negar la relación gos entre injusticias sino que en todas se declara competente.
entre nuestra riqueza y su pobreza, hagamos algo, sin poner El ciudadano de Madrid, si quiere ser justo, tiene que tomar

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posición sobre la guerra de Irak, y el de París, sobre el ham­ no se trataría ya sólo de corregir el sistema para paliar sus
bre en Haití, y el de Londres, sobre las matanzas de Burundi. efectos perversos sobre los pobres, sino de cambiar el siste­
Extiende su responsabilidad hacia todos esos problemas por ma asentado sobre la injusticia de los ricos. La justicia global
una serie de razones que van desde el reconocimiento de que sena entonces un colosal desafío de construir una teona de
el pobre no merece su miseria hasta aceptar una relación, la justicia a partir de la injusticia y no una reforma
directa o indirecta, entre el bienestar propio y el malestar del sistema que con un impuesto lavaría su mala conciencia.
ajeno, pasando por el argumento de que cualquiera que sea La segunda reflexión se refiere ala distinciónrawlsiana entre
la distribución de los bienes en la TIerra y la justificación que Estados demoliberales y «pueblos jerárquicos decentes». Lo
se les dé, todo el mundo tiene un derecho radical a una parte dice a propósito del alcance de su concepción internacionalis­
de ellos, los necesarios para su subsistencia. ta de la justicia. Pueblos con constituciones democráticas y
Sin negar el avance que todo esto supone, cabe la sospe­ liberales aceptarian bien someterse al experimento del segun­
cha fundada de que con estos argumentos nos hacemos car­ do velo de la ignorancia (el primero se refiere a los individuos
go de muchas injusticias pero dejamos otras muchas fuera de un Estado; el segundo, a pueblos diferentes) porque son
de nuestro alcance, es decir, planteamos una justicia global Estados plurales y lo suficientemente razonables como para
cuya universalidad es de dudosa calidad. Para que la justicia prestarse al susodicho experimento y, en definitiva, a regirse
global fuera verdaderamente universal la globalidad tendria por los principios de los derechos humanos. «Los pueblos je­
que ser no sólo espacial sino también temporal. Éste es el rárquicos decentes» son Estados autoritarios, pero que reco­
nudo gordiano de la cuestión. nocen la autoridad del bien común. El bien común se presta,
La llamada justicia global es fundamentalmente espacial por un lado, al autoritarismo ya que concibe a los individuos
porque entiende la justicia de una manera transnacional o como las partes que se deben a un todo, representado por el
transterritorial. Los contemporáneos somos corresponsables Estado. Pero, por otro lado, al entender que el poder está en
de las miserias del mundo porque éstas tienen múltiples lo­ función del bien común posibilita que de hecho se guarden los
calizaciones y las soluciones, también. derechos humanos más fundamentales. Yeso es un buen cal­
Ahora bien, una universalidad espacial pierde de vista do de cultivo para la justicia global que él propugna.
muchas injusticias sea porque no las considera tales sea por­ Independientemente de que haya «pueblos jerárquicos
que se declara incompetente respecto a ellas. Me refiero lógi­ decentes», lo que me parece discutible es el enfrentamiento
camente a las injusticias del pasado que pasan a modo de entre derechos humanos y bien común. No me refiero sólo al
herencia a las generaciones posteriores. Como hemos visto, hecho de que la historia de los derechos humanos es impen­
estos autores declaran las desigualdades existentes cosa de la sable sin la del bien común, sino a la identificación del bien
fortuna, eliminando de un plumazo cualquier relación entre común con un orden «jerárquico)}. Ese supuesto sólo se sos­
desigualdad e injusticia. Para que las desigualdades fueran tiene si el todo que conforma el bien común se identifica con
tratadas como injusticias tendriamos que hablar de univer­ el poder del Estado. No han faltado escolásticos que lo hayan
salidad temporal referida a la justicia global. Extendiendo la sostenido, pero en la exposición que he presentado de la teo­
globalidad no sólo al espacio, sino también al tiempo, colo­ na tomista, eso no es así. Cuando el aquinense dice «bonum
canamos sobre los hombros de las generaciones contempo­ partis es propter bonum totius», la preposición «propter» no
ráneas responsabilidades por injusticias anteriores pero que es final sino formal. No está diciendo que la parte se debe al
están presentes como herencia. todo y que tiene que someterse a él. sino que la parte tiende
La dimensión temporal de la justicia global obligana a un al todo pero no al precio de anonadarse sino de realizarse. La
desplazamiento del centro de gravedad de la justicia global: parte tiende al todo porque gracias a esa tensión la parte da

284 285
lo mejor de sí. El todo, por su parte, no es autosuficiente. No 4. K. Jaspers, 1998, El problema de la culpa, introd. de E. Garzón Valdés,
existe al margen de la parte, de ahí que la parte tenga sobre el Paidós, Barcelona.
5. C. Stallaert, 2006, Ni una gota de sangre impura. La España inquisito­
todo un derecho inalienable que hasta el propio Kant reco­ rial y la Alemania nazi cara a cara, Galaxia Gütenberg, Madrid.
noce cuando busca el último fundamento de la justicia uni­ 6. B. de las Casas, 2003, «Confesionario», en Obras escogidas, V; BAE, 239.
versal. Ese bien común es perfectamente compatible con una 7. Citado por G. Gutiérrez, 2003, En busca de los pobres de Jesucristo. El
democracia participativa, aunque no con ideologías liberales pensamiento de Bartolomé de las Casas, Cep, Lima, 249.
8. Dice Iileralmente: «Mandemos en esto a paseo a Aristóteles, pues de
para las que la única realidad es la parte y la relación entre Cristo tenemos el mandato... "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" ... y
ellas se desentiende de la dimensión comunitaria. Aristóteles no fue digno de llegar a conocer, a pesar de todas las sabidurías,
Hablando del todo y la parte, del Estado y los individuos, la verdadera fe». Cf. B. de las Casas (1975), Apología, Editora Nacional,
Madrid,3.
no deberíamos perder de vista, más allá de toda escaramuza 9. J.A. Maravall, 1974, «Utopía y primitivismo en Las Casas», Revista de
dialéctica, el problema irresoluble que ahí se esconde. Me Occidente, n.O 141, 340-342.
refiero a la contradicción, detectada por Giorgio Agamben y 10. Las Casas era consciente de que estaba abriendo brecha, de que
que encontramos ya en la Declaración del Hombre y del Ciu­ caminaba por un sendero inédito. En carta a los dominicos de Chiapas
reconoce, no sin cierto orgullo, que «probé muchas conclusiones que antes
dadano de 1789 (y también en la Declaración de 1948), entre de mí nunca hombre las osó tocar o escribir, y una de ellas fue no ser
el artículo primero y el tercero. En el primero se reconoce el contra ley ni razón natural, seclusa omni lege positiva humana o divina,
derecho a la libertad e igualdad por el hecho de nacer ser ofrecer hombres a Dios en sacrificio... », en Las Casas, 1957, Opúsculos,
humano; en el tercero, sin embargo, se reserva al Estado el Cartas y Memoriales, de Obras escogidas, V; BAE, 1957-1958.
11. B. de las Casas, 1957-1958, Apologética historia, Obras escogidas,
derecho a ese reconocimiento. Esta contradicción es la que ed. de Pérez de Thdela, III y IV; BAE. 1957-1958. (Ver Gutiérrez, 2003,
llevaba a Hannah Arendt a preferir «los papeles» al reconoci­ 256 y 259.)
miento metafísico de la dignidad del ser humano. Tener los 12. «No sólo conviene que se arrepientan del pecado de hurto y de robo,
papeles de residente, facilitados por un funcionario habilita­ sino también del de injuria, que de manera especial irrogan a los citados
sucesores o descendientes vivos de aquellos cuyos sepulcros violan, al ha­
do, es mucho más importante que cualquier artículo primero cer disminuir el honor y la alabanza de ambos, vivos y muertos, y conse­
de cualquier declaración solemne. Fiarse tanto del Estado, guir que se pierda su memoria. Por lo cual también están obligados a dar­
como hacen los «cosmopolitas de Estado», se explica por aque­ les satisfacción •. B. de las Casas, 1958, De Thesauris, CSIC, 12v.
13. B. de las Casas, 1957-1958, «Carta al Consejo», BAE, V; 10.
llo de la eficacia, pero no se pueden cerrar los ojos al atrope­ 14. En esa dirección apunta el relato neotestamentario del buen samari­
llo que supone llevarse por delante el artículo primero de la tano. A la pregunta de quién es mi prójimo -y por el contexto deducimos
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de que lo que está en juego es cómo constituirnos en hombres, en sujetos
1789 que dice «Los hombres nacen y permanecen libres e morales- responde Jesús que prójimo es el que se aproxima al caído y se
hace cargo de él. Lo realmente fascinante es cómo la mentalidad religiosa
iguales». -y hasta la propia teología- ha pervertido el sentido de la parábola repi­
tiendo una y mil veces que el prójimo es el pobre o el caído. Haciendo eso
nos saltamos lo fundamental: sin aproximación al otro sufriente nadie es
Notas sujeto moral.
15. «Carta de intelectuales colombianos, contra la política migratoria
de España» (22 de marzo de 2001).
1. Mucho se ha discutido sobre la pertinencia del concepto «memoria 16. Es la tesis que defiende convincentemente Ana Benavides en su
histórica». Aquí lo tomo como sinónimo de memoria política porque de trabajo doctoral La soledad de Macondo o la soledad del apestado (2006).
eso se trata, de clarificar en qué medida la memoria crea una responsabi­ 17. Elvira Lindo, «Honrar a los muertos», El Pals, 11-07-2010.
lidad no sólo personal sino política. 18. J. Elster, 2006, Rendición de cuentas. La justicia transicional en pers­
2. P. Ricoeur, 1994, «Le concept de responsabilité», Esprit, noviem­ pectiva histórica, Katz, Buenos Aires, 17.
bre,28-48. 19. El texto, tomado de J.S. Mili, Principios de econom{a po[{tica, es
3. l. Kant, 1988, Lecciones de ética, Crítica, Barcelona, 97-99. citado por J. Elster, op. cit., 201-202.

286 287
20. Slomo Benami, "¡Basta ya de criticar a Sharon!», artículo de opi­ RECAPITULACIÓN
nión publicado en El Periódico de Catalunya, el25 de febrero de 2005, 9.
21. Pablo de Greiff, «La obligación moral de recordar», en A. Chaparro SEIS TESIS Y UN GESTO
(00.),2007, Culturapoliticay perdón, Universidad del Rosario, Bogotá, 160-176.
22. Paul Seils, «La restauración de la confianza cívica mediante la justi­
cia transicional», en J. Almovist y C. Espósito, 2009, Justicia transicional en
lberoamérica, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 21-43.
23. Ortega y Gasset, op. cit., 83.
24. Th. Pogge, 2005, La pobreza en el mundo y los derechos humanos,
Paidós, Barcelona, 14, 15 Y 131.
25. O. Guariglia, 2010, En camino de la justicia global, Marcial Pons,
Madrid.
26. Es la pregunta de Antón Montesinos en La Espaí'íola. Sobre todo
este asunto, véase R. Mate (ed.), 2007, Responsabilidad histórica, Anthro­
pos, Barcelona.
27. Es admirable el empeí'ío de O. Guariglia en subrayar la importancia
del <<luteranismo» en el desarrollo del derecho de gentes, haciendo men­ Con este tratado o tratamiento de la injusticia lo que he
ción de pasada al «neoescolasticismo español». Parece, sin embargo, más pretendido, a contrapelo de lo que se lleva, es considerar la
ajustada a los hechos la versión que da Juan Carlos Velasco en su escrito,
quien, refiriéndose a la recepción contemporánea de la tradición protes­ experiencia de la injusticia como el lugar filosófico de una
tante del derecho natural, en concreto a Martha Nussbaum, dice: «en rea­ posible teona de la justicia.
lidad, la intuición de Nussbaum se limita a afinnar que se precisan ciertos La justicia es desde luego un tema mayor de la reflexión
principios morales como base para una vida en común en el conjunto del política. Siempre ha sido así, pero ahora más porque la justi­
planeta, pues el interés nacional no puede ser suficiente para las relaciones
internacionales». Eso está bien aunque resulta un poco elemental. Afina cia ha pasado de virtud cardinal a fundamento moral de la
más la Escuela de Salamanca cuando reflexiona sobre las bases del dere­ sociedad. Ese cambio de lo «bueno» a lo «justo» ha sido salu­
cho internacional moderno. Cf. Velasco, 2010, «El giro globalista de la filo­ dado como un salto cualitativo, pues hemos pasado de una
sofía de la justicia», en O. Nudler (ed.), Filosof(a de la filosofía, Eiaf, Trotta, justicia doméstica a otra capaz de plantearse criterios acep­
Madrid, 405.
28. Th. Pogge,op. cit., 249.
tables por todos de lo que es justo o injusto. Las modernas
29. Y. Congar, "Une réalité traditionelle: l'Eglise recours des faíbles et teonas de la justicia, se llamen deliberativas, discursivas o
des pauvres», en W.AA., 1965, Eglise et pauvreté, Cerf, Paris, 255-263. procedimentales, viven en esa euforia cuya capacidad de con­
30. G. Simmel, 1998, Les pauvres, PUF, París, 63 y ss. tagio es indiscutible.
Lo que me he propuesto ha sido revisar cnticamente este
planteamiento señalando, en primer lugar, lo que se pierde en
el paso de la justicia de los antiguos a la de los modernos y
llamando la atención, en segundo lugar; sobre un «equívoco
originariO» que malicia la calidad de los planteamientos mo­
dernos. Me refiero a la confusión entre desigualdad e injusticia.
Se las toma por lo mismo cuando no 10 son. Las desigualdades,
en efecto, son naturales, y las injusticias, históricas; las prime­
ras, atemporales, y las segundas, con tiempo; aquéllas, moral­
mente neutras, y éstas conllevan culpas y responsabilidades.
Los planteamientos de John Rawls y de Jürgen Habermas,
grandes nombres de estos temas, son particularmente ilus­

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