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net/es/201204/cronicas/8258/
Ref. 14-04-13
Amparo Marroquín, Kevin Rivera, Sheila Navarro, Saúl León y Brian Velasco.
Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA).
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en la oscuridad. Los mismos silencios. Como la historia empezó un 14 de
febrero 2012, en Comayagua, Honduras. Aproximadamente a las 10 de la
noche. Terminó con un incendio de proporciones escandalosas con 360
reclusos muertos. En esa prisión, cuatro de cada 10 reos carecían de condena,
estaban esperando un juicio en el que se decidiría si eran culpables de lo que
se les acusaba. Y la historia, como otras tantas historias, recordó a otras. Unas
más lejanas. Con otros nombres. En 2003, 68 personas murieron en la granja
penal “El Porvenir”, en La Ceiba, Honduras. Y apenas un año después, en
2004, 107 reclusos murieron calcinados en la cárcel de San Pedro Sula, “ por
una serie de alegadas deficiencias estructurales presentes en el centro
penitenciario ”, como señaló la demanda presentada ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos.
Las cárceles son espacios que sabemos que existen pero de los que no
necesariamente queremos escuchar. De pronto, suceden acontecimientos que
las colocan en primer plano. Una fuga, un incendio, una revuelta, un decomiso
de armas, un reportaje que cuenta escenas terroríficas. Las cárceles se han
vuelto esos espacios en donde se encuentran los “desechos” de la sociedad. En
donde entra gente que quizá nunca más salga de ahí. Espacios que parecen
existir solo cuando arden, solo cuando gritan, solo cuando sangran.
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Pero no siempre fue exactamente así. Algunos historiadores y filósofos han
señalado cómo con los movimientos sociopolíticos como la independencia de
Estados Unidos (1776), la revolución francesa (1789) y la constitución de
Cádiz (1812), las sociedades que iban configurándose iniciaron una larga
discusión sobre la civilización. Abandonaron el castigo físico del cuerpo para
empeñarse en encerrar al cuerpo y corregir las almas. Les resultaba una
medida profundamente civilizada frente a los instrumentos de tortura y muerte
que en ese entonces se aplicaban. La cárcel fue una invención moderna que
llenó de orgullo y de anhelo de justicia. Que llevaba implícito el objetivo de
rehabilitación de los internos.
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todo es carcelable. El texto de Sajid Herrera es iluminador al respecto de
esto”.
¿Había en ese entonces un ideal que se mantiene hasta hoy? ¿Es posible
encontrar en la sociedad salvadoreña personas que defiendan los derechos de
los reos al trabajo, a la rehabilitación, a la reinserción a la vida social? Las
posturas actuales son muy diversas. Más que estructurarlas de manera
esquemática, es posible interpretarlas a la luz de experiencias concretas. No es
solo lo sucedido en Honduras o El Salvador; las noticias sobre personas
asesinadas en las cárceles por disturbios, incendios o “causas desconocidas”
generan en los lectores comentarios que celebran estos sucesos y que llaman a
los Estados a permitir que la población carcelaria se extermine entre sí.
¿El sistema penitenciario siempre estuvo colapsado en este país? ¿De dónde
vienen las cárceles que tenemos actualmente? ¿Qué decisiones se fueron
tomando a lo largo de un siglo, gota a gota, horadando la piedra hasta
convertirla en un hondo agujero, un pozo sin salida? ¿Cuándo se comenzó a
hablar de hacinamiento? ¿En algún momento de la historia se le ha apostado a
la rehabilitación y reinserción desde las cárceles? El debate de los expertos no
ha llegado a respuestas definitivas.
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Cuándo y cómo: recetas para políticas carcelarias
Los errores de las políticas carcelarias que han llevado al colapso del sistema
en El Salvador deben entenderse como un fenómeno multicausal. Según Juan
Antonio Durán, juez del Tribunal Tercero de Sentencia y ex secretario de la
Sala de lo Constitucional, el primer error cometido a lo largo de los años tiene
que ver con la prevención del delito. Más que con las cárceles en sí mismas, el
problema ha sido no enfocar los esfuerzos en la satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales de las personas. También hay otro error: no
sabemos las razones por las cuales se cometen los ilícitos. ¿Qué lleva a una
persona a decidirse por romper las leyes y desde qué escala de valores se vive
en El Salvador?
Pero al pensar en el sistema carcelario, Durán apunta hacia otro tema que se
ha dejado de lado. No hay discusión acerca del objetivo resocializador de las
penas. Ese componente de rehabilitación está en crisis a causa de la misma
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legislación. Esos errores han permitido que la prisión se vea como la panacea
a todos los problemas: “La cárcel sirve para prevenir, para sancionar
homicidios, delitos contra el patrimonio, delitos de naturaleza sexual, delitos
en el ámbito familiar, incumplimiento de deberes de asistencia económica,
conducción temeraria. La cárcel se ha convertido en la panacea para
solucionar los problemas de la sociedad. Y al final solo termina empeorando
todo”, sostiene.
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productivo de alguna manera, ya fuera en oficios o artesanías. Una de esas
actividades fue sacarlos a construir calles y carreteras en zonas rurales del
país, con grilletes en los pies para evitar que se fugaran”.
Esto formaba parte del objetivo último que la Corte Suprema de Justicia había
señalado para el sistema penitenciario que era rehabilitar a través del trabajo y
ser símbolos de la modernización. Sin embargo, a partir del Código Penal de
1904, los reos no salían más a trabajar fuera, sino que se instalaron en talleres
al interior de las prisiones. Esta reforma buscaba eliminar el uso de grilletes –
que los presos debían utilizar al salir a trabajar fuera de las cárceles- y evitar la
especulación con el pago del salario a los detenidos. En un acta de abril de
1902 firmada por la Junta Protectora, se “solicita distribuir la suma de diez y
seis pesos [sic] cincuenta centavos entre los reos del presidio civil como
sobrante de las planillas”. Carlos Moreno señala que: “Hacia 1907, la
Penitenciaría Central ofrecía a los reos formación artesanal en siete talleres
distintos, donde los presos podían elegir el más afín a su vocación. En ese
mismo año se crearon las escuelas nocturnas de primera enseñanza en las que
se impartían clases de escritura, lectura, aritmética y dibujo. Al interior de la
prisión también había un hospital por el que, según su director, pasaban cada
día un promedio de 40 gentes; afirmaba que en general las condiciones
sanitarias eran buenas gracias a la higiene y al aislamiento de los reos
enfermos”. En los talleres de la cárcel los operarios ganaban un peso a la
semana, mientras que a un maestro se le pagaba 1.75 pesos. El salario diario
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de un reo que trabajaba en los talleres de las penitenciarías era similar a los 15
centavos al día que recibía una mujer libre seleccionando granos de café en un
beneficio tecleño en esa misma época.
Además de los problemas sanitarios, las actas del Archivo General también
revelan problemas de infraestructura en las cárceles. Las labores de
mantenimiento eran ejecutadas por la Dirección de Obras Públicas, a través de
la Inspectoría de Edificios Nacionales. Pero la administración continuaba en
las municipalidades. Estas alegaban falta de recursos y, por lo tanto,
solicitaban al Ministerio de Justicia financiar la mitad de las reparaciones. La
falta de tuberías, techos, barrotes y cadenas desembocaron en fugas masivas
de reos por las noches.
De esta época son claros los indicios de endurecimiento de penas que más
adelante contribuirían al hacinamiento en las cárceles. En diciembre de 1935,
la Asamblea Nacional Legislativa realizó reformas al Código Penal, como el
aumento de la pena máxima de presidio de 12 a 20 años. Además, hubo una
revalorización de conceptos como el del delito. Según la tesis, “el concepto
del delito de asesinato fue redefinido y si antes se requerían dos condiciones
para calificar a un homicidio como tal, esta vez solo hacía falta una
circunstancia para ello”. En 2010, la condena máxima era de 75 años de
prisión, y en febrero de 2012, esta pena fue reducida a 60 años, tras una
discusión polémica en la que algunos diputados manifestaron su preocupación
por aplicar penas “poco severas”. ¿Prolongar el tiempo de permanencia en la
prisión es un elemento que desincentiva a la población a cometer un acto
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delictivo? ¿Cuánto tiempo puede permanecer una persona en prisión y volver
a reinsertarse en la sociedad a la que pertenece?
El menú que se les ofrecía a los reclusos en esa época era variado y
relativamente completo, como muestra el cuadro extraído de las actas del
Archivo General.
Tiempos de comida
Alimentos
Desayuno
Horario:
7:00 a.m.
1 ración de pan dulce.
1 taza corriente de café hervido y endulzado, tamaño corriente.
Almuerzo
Horario:
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11:30 a.m.
2 tortillas de maíz.
1 ración de arroz y frijoles fritos en manteca.
1 porción de requesón (opcional).
Cena
Horario:
5:00 p.m.
2 tortillas de maíz.
1 ración de arroz y frijoles fritos en manteca.
1 taza de café hervido y endulzado
Cambio de menú
Jueves en el almuerzo: 1 ración de sopa de carne con verdura.
Domingos en el almuerzo: 1 ración de requesón o frijoles blancos. 1 ración de
fruta de cualquier clase.
En 1944, se registra que los reos eran sometidos a trabajos forzados. Fue esta
la fuerza laboral que construyó diferentes carreteras en el territorio nacional. A
los reos se les organizaba en diferentes campamentos y eran supervisados por
los capataces. El campamento Santa Cruz Porrillo construyó la calle que iba
de Zacatecoluca a Jiquilisco y posteriormente la comunicación entre San
Salvador, Sonsonate y Acajutla. El ferrocarril trasladaba a los reos. Las
labores eran reforzadas con ladrones y ebrios fichados bajo la Ley de Vagos y
Maleantes.
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En febrero de 1944 se realizó una petición de liberación condicional que
reveló la forma en que los reos trabajaban: con cadena al pie, desnudos,
enfermos y, según el informe, sin asistencia médica.
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En 1953 se promulgó la Ley contra el Estado Peligroso, en un intento por
frenar la delincuencia y la inseguridad. El debate sobre la pena de muerte
cobró fuerza. El Salvador entró en lo que el jurista José María Méndez
denominó una etapa abolicionista, sobre todo porque en 1969 El Salvador
ratificó la Convención Americana de Derechos Humanos. Dicho documento
señala la pena de muerte como una medida que debe ser evitada siempre que
sea posible. En 1971 una reforma al Código Penal sumó la extorsión y el
secuestro a la lista de delitos. En 1973 fue renovado el cuerpo de leyes, las
autoridades decidieron conservar vigente la pena de muerte hasta abolirla en
1983. Esta abolición cambió el panorama de la aplicación del castigo, aun y
cuando la pena de muerte, como ha probado la tesis de grado del historiador
Carlos Moreno, fue aplicada con mucha cautela. Entre 1963 y 1971, se
llevaron a cabo los últimos tres ajusticiamientos de reos condenados. La
situación carcelaria no mejoró con la guerra y después de esta, la discusión
sobre seguridad siguió siendo prioridad. Sin embargo, las cárceles y el debate
sobre las condenas pasó a un segundo plano. La discusión aparece de manera
intermitente cuando un nuevo motín, una fuga, una masacre al interior de los
centros penales, se vuelve objeto de noticia.
Un panorama heredado
Al iniciar este texto se plantearon ciertas preguntas. ¿Hubo en algún momento
de la historia de las cárceles salvadoreñas un ideal de rehabilitación que se
mantiene hasta hoy? ¿Es posible encontrar en la sociedad salvadoreña
personas que defiendan los derechos de los reos al trabajo, a la rehabilitación,
a la reinserción a la vida social?
La realidad de los reos ha salido de nuevo a la luz ante la noticia de una tregua
de las pandillas, que ha generado una polémica con muchas aristas para la
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sociedad salvadoreña. En la discusión vuelve a evidenciarse que muchas
personas de la sociedad salvadoreña no ven importante que el Estado y el
gobierno se ocupen de las personas que delinquen. Es más importante
ocuparse de las víctimas, señalan. La discusión parece no llevar a ningún lado.
La cárcel no es un problema del gobierno, la cárcel es una responsabilidad que
debe ser asumida.
Las estadísticas actuales muestran que los cuatro delitos de mayor incidencia
entre la población penitenciaria son homicidio (30.51%), robo (15.77%),
extorsión (12.31%) y violación (9.25%). El 23 de enero de 2012, el país
recibió la visita del Grupo de trabajo sobre la detención arbitraria, presidida
por Hadji Malick Sow. El informe que el grupo presentó señala algunas
preocupaciones como las siguientes, que de alguna manera muestran la
prolongación de lo que en este ensayo se ha señalado:
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la entrada como a la salida. Estas prácticas tienen como consecuencia
desalentar las visitas de los abogados defensores a los centros penales y,
en consecuencia, afectan seriamente el ejercicio del derecho a la
defensa. Lo anterior es aún más grave si se trata de abogadas, pues son
también sometidas a un control que en ocasiones es indecoroso,
intrusivo y humillante.
Estadísticas confiables son necesarias si se quiere comprender
cabalmente la realidad de la situación de privación de libertad en El
Salvador, así como para diseñar políticas adecuadas y efectivas.
Varios detenidos sentenciados se quejaron ante el Grupo de Trabajo de
no haber sido notificados nunca por escrito de sus sentencias. Algunos
nunca las vieron. Ello motiva que las autoridades penitenciarias no
tengan conocimiento de la situación real de los prisioneros.
En algunos casos, las autoridades de la prisión no tienen conocimiento
de si el prisionero ha terminado ya de cumplir su pena y si es que, en
consecuencia, debería ser liberado.
El Grupo de Trabajo ha encontrado una muy seria sobrepoblación en los
centros penales y bartolinas de policía. Esta sobrepoblación motiva que
las condiciones de detención impliquen un tratamiento inhumano y
degradante.
El Grupo de Trabajo fue informado de que se producen arrestos
masivos sin autorización judicial particularmente de jóvenes
presuntamente miembros de pandillas.
El Grupo de Trabajo fue informado de que durante 2011 la Policía
Nacional Civil efectuó más de 56 mil detenciones: solamente 7 mil
detenciones fueron basadas en orden judicial.
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El informe también señala su preocupación por el traslado de 372 prisioneros
y la ausencia de información sobre los mismos. Se señala que los prisioneros
han sido trasladados “en horas de la noche, a prisiones alejadas de sus lugares
de residencia, sus familias tampoco fueron informadas”. Estos señalamientos
han sido poco discutidos por la sociedad salvadoreña. Quizá este sea el
momento. Si, como nos dice Foucault, “la prisión es la imagen de la sociedad,
la imagen invertida transformada en amenaza”, quizá sea hora de mirarnos al
espejo y revisar cómo llegamos hasta estas cárceles que nos reflejan.
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