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Andrés Oppenheimer: “El Perú siempre ha estado en constante agitación”

En un mundo que se encamina hacia la sustitución de la mano de obra por tecnología,


Oppenheimer detalla las prioridades que debería tener el Perú y opina sobre la crisis política de
la región.
Tras publicar “Sálvese quien pueda”, su último libro, el periodista y analista internacional Andrés
Oppenheimer vendrá a Lima para participar en CADE 2019. En diálogo con El Comercio,
asegura que países como el Perú ya deberían tener en el centro de su agenda política la sustitución
de sus fuentes de ingreso para enfrentar al mundo del futuro. Por ahora –asegura– la región no
está preparada.
—En “Sálvese quien pueda”, estudias el futuro de los trabajos frente a la automatización.
¿Cómo está América Latina respecto a la frontera tecnológica de China, India, Estados
Unidos y Europa?
Pésimo. No solo estamos mal en los indicadores internacionales de educación, de patentes, de
nuevos inventos, de producción de nuevas tecnologías, sino que ni siquiera estamos hablando del
tema. Si te fijas en las últimas elecciones de casi todos nuestros países, nadie está hablando de
esto. El desempleo tecnológico va a ser uno de los temas que más van a afectar a América Latina
en los próximos años. Según un estudio de la Universidad de Oxford, el 47% de los empleos corre
el riesgo de desaparecer en los próximos 15 años por la tecnología. Pensaba que eso iba a ocurrir
principalmente en los países desarrollados, pero para mi sorpresa, cuando entrevisté a los autores
del estudio me dijeron que va a afectar más a los [países] de ingresos medios, como China,
México, incluso en cierto sentido al Perú. Son los que más dependen de trabajos manuales,
repetitivos, perecibles, que son los más fáciles de realizar por los robots.
—Se dice que para el 2050 China e India van a ser las economías más fuertes. ¿Estás de
acuerdo?
Creo que van a ser EE.UU. y China, o al revés. A India le falta bastante porque tiene un problema
de infraestructura que le va a tomar décadas compensar. India está hoy donde China estaba hace
20 años. China, en cambio, ya es una potencia tecnológica y si EE.UU. no resuelve su problema
político, con un presidente populista que está erosionando las instituciones democráticas y
amenaza con hacerlo cada vez más, corre el riesgo de perder su primacía económica frente al
mundo.
—¿El modelo político de gobierno de China es sostenible por 20 o 30 años?
No sé si por ese tiempo, pero en contra de quienes suponíamos que Internet iba a ser un vehículo
de propagación de la democracia, ha resultado ser en muchos casos lo contrario. China ya está
construyendo su propio sistema aislado de Internet y hasta ahora le ha salido bien. Pero cuidado
que lo que está pasando en Hong Kong puede ser un prólogo de lo que se viene. A medida que
las nuevas generaciones no tengan la memoria histórica de la pobreza en la que vivían sus
bisabuelos, porque ya nacieron en un mundo con televisión en colores y iPhones, China se puede
encontrar con un problema de agitación social mayor de lo que hemos visto hasta ahora. Nada es
permanente en este mundo, ni la democracia liberal de EE.UU. ni la dictadura comunista de
China.
—En el corto plazo, ¿ves sostenible la guerra comercial entre el presidente Donald Trump
y China?
Creo que Trump, antes de las elecciones de noviembre del año que viene, va a firmar cualquier
cosa y lo va a tratar de vender como un gran triunfo.
—Como buen populista que es.
Como buen populista que es. Eso lo está descontando el mercado y por eso está subiendo la bolsa,
pero no me extrañaría que lo que firme no sea más que un gran show, una gran fantasía electoral
para ayudarlo a ganar las elecciones.
—Hace poco escribiste un artículo sobre Chile. El resumen es que eres un optimista por
default, por descarte de otros modelos.
Más que por descarte de modelos, por descarte de otras coyunturas que se están dando en otros
países. Y supongo que también por descarte de otros modelos, porque Chile ha reducido la
pobreza más que ningún otro país importante de América Latina: del 31% de la población en el
2000 al 6,4% de la población en el 2017, según el Banco Mundial. Es una disminución
impresionante. Ahora, ¿por qué sale gente a protestar? Hay muchos chilenos que están
descontentos porque les vienen contando hace varios años que están en los portales del Primer
Mundo y que Chile ya tiene niveles de ingresos parecidos a los países del sur de Europa. Y muchos
jóvenes chilenos dicen: “Yo no estoy viviendo tan bien como un español o un portugués. No tengo
los estudios universitarios ni la salud gratuitos, ni una jubilación buena como los países de sur de
Europa”. Lo de Chile es más que una protesta contra necesidades no cubiertas, contra expectativas
incumplidas. Es una protesta de Primer Mundo más parecida a las de los chalecos amarillos en
Francia y los indignados en España, que a la de los haitianos en los últimos meses.
—Pero lo que ha llamado la atención es la violencia de la protesta. La de los chalecos
amarillos en Francia ha sido una protesta también violenta, pero no han desatado ese nivel
de energía, ¿no?
Bueno, están buscando un muerto. Están buscando víctimas, mártires, figuras icónicas alrededor
de las cuales construir un mito revolucionario para favorecer sus proyectos totalitarios.
—¿Tú crees que esto está organizado, que es parte de un plan?
Creo que, en el caso de Chile, es una protesta mayoritariamente legítima de la población que
siente que vivir en el Primer Mundo no se ha cumplido para todos, sino para los más privilegiados,
y creo también que Venezuela, Cuba, Rafael Correa desde su casa en Bélgica, y otros están
utilizando noticias falsas para agitar un poco más el avispero. Eso le pregunté la semana pasada
al canciller de Chile, Teodoro Ribera, y me dijo que ellos tienen evidencias de que hay gente
extranjera en la violencia. Creo que la injerencia se está dando a través de las redes sociales,
sembrando noticias destinadas a incrementar el enojo. Pero, repito, creo que eso [se] está
añadiendo al enojo [...] la causante son reivindicaciones legítimas de gente que ha progresado
muchísimo, que ha reducido la pobreza muchísimo, pero que quiere que la torta se reparta mejor
sin abandonar el modelo.
—Da la percepción de que las correcciones van más que al modelo, a los sostenes sociales.
Todo modelo necesita correcciones cada tanto. Ningún modelo puede permanecer estable en el
tiempo, las cosas cambian, pero creo que la enorme mayoría de los chilenos está contenta con el
modelo y descontenta con cómo se están repartiendo los beneficios de este. Cosa que es
totalmente legítima y, en algún sentido, positiva.
—¿Lo de Colombia lo ves como un contagio de Chile o es algo que están aprovechando
grupos de izquierda dentro de una apuesta para revertir el péndulo político?
Creo que es probablemente ambas cosas, sumadas a la anterior. En efecto, es un contagio más el
aprovechamiento de grupos financiados por Venezuela, que necesitan desesperadamente desviar
la atención mundial de la peor crisis humanitaria de la historia reciente de América Latina, y
tercero, demandas legítimas de mucha gente que quiere mejores condiciones sociales. La gran
ironía de todo esto es que Maduro se está jactando de las protestas en Chile.
—Como una forma de reivindicar, ¿no?
Como una forma de desviar la atención del desastre económico y social que ha hecho en
Venezuela. Creo que es irónico que Maduro se esté ‘festoniando’ con los disturbios en Chile y
Colombia, cuando la economía de Venezuela se desplomó en un 60% en los últimos cinco años
y tiene el récord mundial de aumento de la pobreza en un país que no está en guerra. Si no sería
tan trágico, sería casi chistoso. Yo creo que los gobiernos de Chile, el Perú, Colombia y otros
países, que han crecido y reducido la pobreza, deberían poner la imagen de la gente buscando
comida en los tachos de basura de Caracas para recordar lo que podría pasar si se vota a favor de
modelos populistas, autoritarios, corruptos, que terminan destruyendo países.
—¿Sientes que hay un retorno del populismo en América Latina o nunca se fue?
Nunca se fue, pero tampoco se fueron los latinoamericanos que quieren crecer sostenidamente en
democracia, sin demagogia ni populismo. Hoy estamos viendo en los periódicos las protestas en
Chile y Colombia, pero nos olvidamos de que Ecuador sacó corriendo a un populista acusado de
tremendos actos de corrupción. También que en Bolivia una protesta de 21 días contra un fraude
electoral registrado y comprobado por 92 observadores internacionales de 24 países de la OEA
acaba de hacer renunciar a Evo Morales, un presidente que había excedido por lejos los dos
mandatos consecutivos que permitía la Constitución. Diosdado Cabello, número dos de la
dictadura venezolana, dijo hace pocas semanas que corren brisas bolivarianas en América Latina.
Yo creo que corren vientos encontrados, porque si miras las cosas objetivamente, Brasil, Chile,
el Perú, Ecuador, Colombia, Centroamérica, y quizás a partir de hoy Uruguay, estás hablando del
70% o más del PBI regional.
—En la columna que escribes sobre Chile mencionas que el Perú se encuentra en un “punto
muerto político”. ¿Qué significa eso?
Que nadie lo entiende y menos los que estamos afuera. Es tan complicado lo que pasa, que es
muy difícil para quienes no vivimos allí entenderlo. Las cifras económicas de los últimos años
son buenas. La pobreza en el Perú, que es lo que más tendría que importarnos, cayó el 58,7% en
el 2004 al 21,7% en el 2017, según el INEI. Entonces, quienes estamos afuera vemos la crisis
política y nos preguntamos qué está pasando.
—Entonces, tu lectura básicamente es de confusión, desorientación.
El Perú siempre ha sido un país que ha estado en constante agitación política. A mí me gusta
comparar los países con colonias de hormigas, como lo hizo el premio Nobel [de Literatura] V.S.
Naipaul hace varios años. Él decía que Argentina era una colonia de hormigas que está en
constante agitación, pero que va para ningún lado. Creo que el Perú es una colonia de hormigas
que está en constante agitación, en constante movimiento, y que ha venido avanzando.
—Vuelves a CADE. ¿Vienes optimista?
Voy con la mente abierta, unos días antes para hablar con amigos peruanos y enterarme un poco,
porque sería irresponsable para mí opinar antes de pisar suelo peruano. No quiero opinar del Perú
hasta que esté allá.
—Sin entrar entonces a detalle, ¿a qué debería apostar un país como el Perú?
A prepararse para los cambios que se vienen en un mundo en que las materias primas y el trabajo
manual van a valer cada vez menos, y el trabajo mental cada vez más. Entonces, el Perú tiene que
apostar mucho más de lo que está haciendo a la educación de calidad, a la innovación, a la
tecnología. Eso no significa que tenga que convertirse en Silicon Valley. En el último capítulo de
“Sálvese quien pueda”, hablo de los trabajos del futuro y no es cierto que los países
latinoamericanos tengamos que convertirnos en Silicon Valley. Cada uno tiene su propio nicho.
El del Perú puede ser el turismo, pero mucho más sofisticado de lo que es ahora: el turismo de
aventura, médico, espiritual, gastronómico. Tiene que poner el tema del futuro del trabajo y el de
las fuentes de ingreso del país en el centro de su agenda política.
—Lo cual requiere reformas muy radicales en algunos aspectos, como la legislación laboral,
que todavía está pensada para una sociedad en camino de industrialización. Es decir, ni
siquiera para una sociedad industrializada.
No conozco de cerca la legislación laboral peruana, pero no me extrañaría que, como en muchos
países latinoamericanos, tuviera una rigidez tal que haga difícil para los emprendedores abrir
nuevas empresas, y no me extrañaría que a eso se deba que más del 50% del trabajo en el Perú
sea informal. Esos tendrían que ser los temas que estén en el centro de su agenda política. El
escándalo tal o cual, no digo que no tiene que estar, pero no puede ser el tema central de la vida
política de un país como el Perú bien entrado el siglo XXI.
Contamina nomás, por Enzo Defilippi
“Subsidiar a los transportistas no solo no mejora el problema, sino que reduce los recursos
disponibles para implementar políticas que sí sean efectivas".
l viernes pasado, el Ejecutivo promulgó el Decreto de Urgencia 012-2019, destinado a fortalecer
la seguridad vial en el transporte terrestre de carga y pasajeros. Lamentablemente, lo único que
ordena esta norma es devolver a los transportistas el 53% del Impuesto Selectivo al Consumo
(ISC) aplicado al diésel. ¿Y de seguridad vial? Nada, absolutamente nada.
Según el texto publicado, el razonamiento es que, dado que el combustible es uno de los
principales costos de los transportistas, devolverles más de la mitad del ISC va a dejarles plata
para invertir en seguridad vial. ¿Hay alguna evidencia de que subsidiar el combustible aumenta
la inversión en seguridad vial? No. ¿Algún análisis que sugiera que esa es la razón por la que no
lo hacen? Tampoco. ¿Algún mecanismo para asegurarnos que ahora sí va a ser así? Ni eso. Simple
y llanamente, se trata de una transferencia de dinero, de nuestro bolsillo al de los transportistas,
ordenada por un gobierno que no está dispuesto a arriesgar puntos de popularidad defendiendo a
los peruanos de sus amenazas de paro.
Como política de transporte es una pésima idea por la sencilla razón de que no va a mejorar los
estándares de seguridad vial. Las principales causas del elevado número de accidentes de tránsito
son el deficiente diseño de las vías, la pésima señalización y, sobre todo, el incumplimiento
generalizado de las reglas de tránsito. Subsidiar a los transportistas no solo no mejora el problema,
sino que reduce los recursos disponibles para implementar políticas que sí sean efectivas. Pero
qué son unos muertos más al año comparados con evitar un paro de transportistas, ¿no?
Como política ambiental también es una pésima idea. Reducir en 53% el ISC aplicado al diésel,
el combustible más contaminante, hace que su carga tributaria sea sustancialmente menor que la
de los combustibles más limpios, lo que fomenta su uso excesivo y desincentiva la adopción de
tecnologías menos contaminantes. Es decir, el efecto contrario al objetivo de cualquier política
ambiental razonable.
Como política económica, la idea es tan mala que me sorprende que haya pasado por el MEF.
Para empezar, permite gastar dinero que necesitamos para invertir en educación, salud o
seguridad; en medidas que no benefician a los peruanos. En segundo lugar, desnaturaliza por
completo un componente tan importante de la política tributaria como el ISC a los combustibles,
cuyo objetivo es gravar más a aquellos que contaminan más. En tercer lugar, genera dos
antecedentes nefastos que nos pasarán la factura pronto: la aprobación de medidas tributarias sin
el mínimo sustento técnico y la aceptación de que se le otorgue un tratamiento especial a un sector
que no demuestra merecerlo. ¿Con qué argumentos podrá negarse la ministra a aceptar propuestas
similares en el futuro?
Argumentar que este D.U. fortalece la seguridad vial es ofensivo a la inteligencia de los
peruanos. Que la idea venga del ministro de Transportes, que desde hace rato viene demostrando
no entender de qué trata el cargo, no es sorprendente. Pero sí lo es el refrendo de las ministras de
Ambiente y Economía, quienes revelan no tener reparo en firmar lo que se les pida. Inclusive una
medida como esta, que va en contra de aquello que juraron defender: el medio ambiente y la
hacienda pública.

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