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Concepto
El dolor es una experiencia sensorial y emocional de carácter desagradable que suele asociarse a
una lesión real o potencial. Puede ser clasificado de diversas formas, ateniéndose a su localización
anatómica (lumbar, pélvico, craneal, abdominal, entre otros); al proceso patológico que lo origina
(cáncer, artritis, por ejemplo); a los aspectos temporales (agudo, crónico, recurrente, incidental), y
a los mecanismos neurofisiológicos. Este último aspecto permite establecer dos grandes grupos o
tipos de dolor: el nociceptivo, que se origina por activación o estimulación de los nociceptores
somáticos y viscerales, y el no nociceptivo, que se origina por lesión nerviosa (dolor neuropáti-
co) o por mecanismos psicológicos (dolor psicógeno, de origen desconocido).
El dolor agudo puede ser somático (superficial, profundo) y visceral. El superficial, que asienta
sobre piel y mucosas, se localiza con precisión. El dolor profundo, de músculos, huesos, articula-
ciones y ligamentos, es menos preciso y produce reacciones de defensa. El dolor visceral es un
dolor sordo, difuso y mal localizado, cuyo punto de partida son las vísceras huecas o parenquima-
tosas, que generalmente es referido a un área de la superficie corporal, siendo acompañado fre-
cuentemente por una intensa respuesta refleja motora y autonómica.
La diferencia entre el dolor superficial y el visceral viene determinada porque la respuesta visceral
es diferente que la que provocarían los mismos estímulos a nivel superficial. Así, a nivel visceral,
el pinchazo, el corte y la quemadura no producen dolor, siendo los estímulos que lo producen: a)
espasmo de músculo liso (vísceras huecas); b) distensión; c) isquemia; d) inflamación; e) estímulos
químicos, y f) tracción, compresión o estiramiento de mesos. Algunas vísceras parenquimatosas
(hígado, riñón) son insensibles y sólo producen dolor si la inflamación afecta a las cubiertas parie-
tales. Grandes lesiones en hígado o pulmón no provocan dolor, mientras que, por el contrario, un
pequeño cálculo renal o biliar provoca cuadros muy dolorosos. También las lesiones en páncreas
suelen ir acompañadas de dolor.
En cuanto a la duración se define el dolor crónico, por contraposición del agudo, como aquel
que persiste mucho más que el tiempo normal de curación previsto, no habiéndose resuelto con
los tratamientos efectuados, cuando se tiene una expectativa de que esto ocurra. Habitualmente
se considera como un dolor crónico aquel que dura más de tres meses, a pesar de estar siendo
tratado por procedimientos adecuados.
En el paciente con dolor crónico es habitual la presencia de transtornos psicoafectivos que alte-
ran el entorno familiar y laboral del paciente. Son significativas las manifestaciones depresivas en
forma de alteraciones del sueño, irritabilidad, retraimiento social, desinterés por el entorno, con-
virtiéndose el dolor no ya en un síntoma -como en el dolor agudo-, sino en una enfermedad.
Muchos autores consideran que solo hay dolor crónico cuando se altera la función laboral y la
actividad social, y hace frecuente la utilización de servicios sanitarios.
Las manifestaciones del dolor crónico pueden ser agrupadas bajo distintas categorías:
- Dolor nociceptivo, por estímulos periféricos sostenidos. Se producen alteraciones en el noci-
ceptor y en las vías aferentes periféricas, espinales y supraespinales, persistiendo el dolor,
aunque puede haber desaparecido la causa inicial.
- Dolor neuropático, consecutivo a lesiones o alteraciones periféricas o centrales del sistema
nervioso.
- Dolor mixto, que engloba ambas etiologías (nociceptivo y neuropático: dolor neoplásico).
- Dolor psicógeno o idiopático, cuando no hay ninguna causa objetiva que lo justifique.
Epidemiología
La distribución del dolor agudo es prácticamente universal y forma parte de la propia existencia
animal. Sin dolor prácticamente no se podría vivir, ya que constituye un sistema de alarma fisioló-
gico de primera magnitud, cuya ausencia permanente provocaría enormes dificultades para el
organismo y, con frecuencia, la muerte al cabo de poco tiempo. Por ello, todas las personas, des-
de que nacen hasta que mueren padecen dolores agudos, asociados a múltiples circunstancias.
En la actualidad, el dolor continúa siendo una de las causas más frecuentes de consulta ocupando
entre el 80 y el 90% de las razones principales que motivan una consulta a nivel mundial. El sín-
toma del dolor acompaña con gran frecuencia a las manifestaciones de cuadros y afecciones que
se atienden diariamente.
Por su parte, el dolor crónico es más frecuente en la edad media de la vida (30-60 años), no dis-
tingue sexo, y no siempre hay un substrato físico que lo justifique. Los síndromes de dolor cróni-
co afectan a un 30% de la población de los países industrializados, produciendo incapacidad total
o parcial durante distintos períodos de tiempo o permanentemente, con el impacto humano y
coste económico que conlleva. De ellos, el dolor de cabeza afecta al 73%, las lumbalgias al 56%,
los dolores musculares al 53% y los dolores articulares al 51% de la población.
Etiología
El dolor implica la transmisión de estímulos al Sistema Nervioso Central que delatan, en general,
situaciones peligrosas (“nocivas”, de ahí el término nocicepción) para el organismo. En realidad,
estos estímulos “nocivos” son absolutamente indispensables para la subsistencia, ya que su au-
sencia impediría al cuerpo tomar ningún tipo de medida, preventiva o paliativa, frente a cualquier
agresión externa o trastorno interno.
Los sensores fisiológicos que generan tales impulsos son los nociceptores, que pueden ser defini-
dos como terminaciones nerviosas situadas en diversos órganos y tejidos, con capacidad para discernir entre suce-
sos potencialmente lesivos y aquéllos de carácter inocuo, y con capacidad de enviar información (estímulos) al Siste-
ma Nervioso Central.
Los principales órganos sensoriales de los estímulos nociceptivos son los llamados nociceptores
polimodales (NPM), un tipo de fibras nerviosas carentes de mielina, sensibles al dolor, al calor y a
la presión. Los nociceptores generan impulsos nerviosos que se propagan en sentido aferente
(desde la periferia hacia las estructuras nerviosas superiores). Esto exige la presencia de despolari-
zaciones de la membrana neuronal, lo que provoca potenciales de acción. Las despolarizaciones
son consecuencia de las modificaciones iónicas inducidas, por diversas sustancias, como resultado
del flujo iónico a través de la membrana (fundamentalmente, salida de potasio y entrada de cal-
cio).
Los nociceptores producen y liberan mediadores químicos de acción rápida en respuesta a la es-
timulación. La lesión periférica (estímulo nociceptivo) activa tanto los sistemas ascendentes de
trasmisión del dolor como los sistemas endógenos inhibitorios de la trasmisión nociceptiva (opiá-
ceo, alfa-2 adrenérgico, colinérgico, etc.) situados a nivel periférico, espinal y supraespinal. La
integración de la trasmisión excitatoria e inhibitoria a estos tres niveles, determina las principales
características de la trasmisión y percepción del dolor.
El impulso nociceptivo es transmitido por diversos tipos de conducciones nerviosas (formadas,
obviamente, por neuronas). La velocidad de transmisión del impulso varía según el grado de mie-
linización de estas conducciones, al actuar la mielina como un auténtico aislante eléctrico. Este
tipo especial de neuronas juega un papel decisivo en la transmisión de los impulsos que dan ori-
gen al dolor lento, y son denominadas fibras C. Las fibras con mayor grosor en la capa de mielina
son denominadas fibras Aδ, que conducen los impulsos causantes del dolor rápido. Este último
tipo de fibras son las únicas activadas en los procesos en los que hay un intenso estímulo cutáneo
como, por ejemplo, el que se produce por el pinchazo de un alfiler (dolor agudo).
El impulso nociceptivo recorre los nervios periféricos, llega a las capas superficiales del asta dor-
sal espinal, asciende por alguna de las múltiples vías medulares, pasando por el cerebro medio,
para acabar en el tálamo, desde donde se distribuye hacia la corteza cerebral.
Según el tipo de fibra (lenta o rápida), el acceso al tálamo se produce por vías medulares diferen-
tes. El complejo ventrobasal del tálamo (formado por los núcleos laterales y posteriores) recibe
conexiones neuronales procedentes del sistema de conducción rápida. En estos núcleos están
representados topográficamente la cara, la cabeza y el cuerpo, lo que implica un elevado grado de
especialización y selectividad en la ulterior interpretación de los impulsos dolorosos a nivel de la
corteza cerebral.
Las neuronas que siguen el sistema ascendente múltiple de la médula transmiten los impulsos
lentos (dolor lento), pasan por la formación reticular y terminan en los núcleos medial e intrala-
minal del tálamo. A diferencia de los otros núcleos talámicos antes indicados, estos últimos no
muestran ninguna organización topográfica. Esto quiere decir que no existe, o bien no se conoce,
reciprocidad entre áreas determinadas de estos núcleos y una localización orgánica específica. De
los núcleos medial e intralaminal irradian fibras aferentes en dirección a la corteza, al sistema lím-
bico (relacionado con las emociones y la memoria) y a los ganglios basales (implicados en el con-
trol de los movimientos voluntarios). Por todo esto, el tálamo aparece como el gran discriminador
de los estímulos dolorosos que ascienden por la médula.
Además de los estímulos nociceptivos aferentes (periféricos), existen vías descendentes de los
centros superiores que participan en la transmisión ascendente. Este sistema de “control de aper-
tura” o “barrera” permite modular la entrada de los impulsos aferentes.
Uno de los elementos esenciales del denominado “control de apertura” (barrera) es el sistema
inhibitorio descendente. Gracias a él, el propio cerebro es capaz de modular, parcialmente al me-
nos, la percepción de estímulos dolorosos. Este sistema inhibitorio descendente basa su actividad
en varios tipos de neurotransmisores, entre ellos la serotonina y unas sustancias de carácter pep-
tídico conocidas como encefalinas.
Estas sustancias actúan como transmisores inhibitorios, uniéndose a receptores específicos situa-
dos en las membranas de las neuronas encefalinérgicas. La estimulación de tales receptores parece
capaz de anular la liberación de neurotransmisores excitatorios, bloqueando así la transmisión del
impulso doloroso. Estos receptores no son otros que los receptores opioides, sobre los que actú-
an en mayor o menor medida los analgésicos opiáceos (morfina, etc), de ahí que a las encefalinas
también se las denomine como "opioides internos" o endorfinas .
Se conoce con certeza la existencia de cuatro receptores opioides: el µ (mu), el δ (delta), el κ (kap-
pa) y el “huérfano” u ORL1; de ellos puede haber varios subtipos. En general, las consecuencias
neuronales inmediatas de la activación de los receptores opioides consisten en una reducción de
la actividad espontánea de la neurona, una menor capacidad para responder cuando es estimula-
da, y una menor capacidad para liberar o emitir sus neurotransmisores específicos, sean activado-
res o inhibidores. Queda deprimida, pues, la transmisión nerviosa.
Tratamiento farmacológico
En el tratamiento del dolor se utilizan diversos métodos, principalmente farmacológicos. El dolor
agudo es muy intenso inmediatamente después de la lesión o trauma inicial y tiende a extinguirse
cuando desaparece la causa que lo origina (cicatrización de la herida, por ejemplo). El dolor cró-
nico, en cambio, puede tener una progresión paulatina, aumentando en intensidad a medida que
avanza el proceso patológico (cáncer, por ejemplo). Es lógico, por tanto, que las estrategias y los
fármacos utilizados en el tratamiento del dolor agudo y crónico sean diferentes. Para el trata-
miento del dolor agudo disponemos de varios grupos de fármacos, que actúan por distintos me-
canismos:
1. Los opiáceos, como la morfina, se unen predominantemente a los receptores opioides µ y,
en menor proporción, a los δ y κ) y de esta forma impiden la transmisión nociceptiva. Los re-
ceptores µ se expresan en los tres niveles anatómicos donde se integra la transmisión noci-
ceptiva (periférico, espinal y supraespinal). La unión del opiáceo al receptor induce analgesia
efectiva frente a la mayor parte de estímulos dolorosos, y los agonistas opioides µ son los
analgésicos más eficaces disponibles, ya que carecen de “techo” analgésico. Sin embargo, los
receptores µ se encuentran ampliamente distribuidos en el organismo, y la administración sis-
témica de agonistas induce efectos adversos, como náuseas y vómitos, sedación, íleo, depre-
sión respiratoria, prurito, entre otros.
2. Analgésicos antiinflamatorios no esteroídicos (AINE), analgésicos antitérmicos (A/A)
y analgésicos externos.
a. Los AINE convencionales inhiben de forma inespecífica las ciclooxigenasas (COX-
1 y COX-2), lo que disminuye la síntesis de prostaglandinas y, como consecuencia, la
inflamación periférica. Sin embargo, las protaglandinas también participan en la trans-
misión de la señal nociceptiva, por lo que en la actualidad se acepta que estos fárma-
cos tienen un mecanismo de acción tanto central como periferia periférico. La inhibi-
ción inespecífica de las COX induce alteraciones en la coagulación y hemorragia, alte-
raciones gastrointestinales, renales, etc. La relevancia clínica de estos efectos adversos,
cuando los AINE se utilizan por períodos de tiempo cortos (como es el caso del tra-
tamiento del dolor agudo), no ha sido establecida de forma definitiva. Los inhibidores
específicos de la COX-2 constituyen una alternativa válida para obviar algunos de los
efectos indeseables mencionados. Existe un gran número de AINE en el mercado
que pertenecen a distintos grupos químicos y presentan diferente eficacia analgésica.
Como ejemplos mencionaremos el ibuprofeno, el diclofenaco, el ketoprofeno, el áci-
do acetilsalicílico, y de los inhibidores preferenciales de la COX-2 existentes en el
mercado, el meloxicam es probablemente el que tiene el mejor perfil de efica-
cia/seguridad, y con el que deberán compararse los inhibidores específicos o selecti-
vos de la COX-2 (actualmente, celecoxib, etoricoxib y parecoxib).
b. Los analgésicos antitérmicos (A/A) carecen de efecto antiinflamatorio y su meca-
nismo de acción no está completamente establecido. Aparentemente tienen una ac-
ción inhibitoria débil sobre las COX y se ha postulado que inhiben la síntesis del óxi-
do nítrico (NO) tanto a nivel central como periférico. Carecen de efectos gastrointes-
tinales y sobre la coagulación, aunque su uso está restringido en algunos países debido
a que pueden inducir anemia aplásica. Los principales efectos indeseables que produ-
cen son sedación ligera e hipotensión. Los más utilizados en el tratamiento del dolor
agudo son el metamizol (dipirona), el paracetamol y el propacetamol.
c. Los analgésicos externos son sustancias capaces de aliviar el dolor mediante su apli-
cación local (tópica) en la zona de la piel que recubre el área dolorida. Pueden ser cla-
sificados en dos grupos, los contrairritantes y los AINE convencionales. Los medi-
camentos contrairritantes son un conjunto extremadamente heterogéneo de sus-
tancias capaces de reducir el dolor, aprovechando los mecanismos fisiológicos de
modulación de la sensación dolorosa. La contrairritación consiste básicamente en
aplicar un estímulo externo pequeño con el fin de anular o mitigar la percepción de
otro más intenso. En términos farmacológicos, los agentes contrairritantes son aqué-
llos capaces de producir un cierto estímulo (calor, frío, irritación, etc.) en la zona do-
lorida, con lo cual el organismo reacciona poniendo en marcha el mecanismo de
«control de apertura» de la transmisión medular de dolor. Los medicamentos contra-
irritantes pueden ser clasificados básicamente en cuatro grandes grupos, según las
terminaciones nerviosas cutáneas sobre las que actúan:
i. Rubefacientes. Producen dolor (irritación) y calor. Se trata de los contrairri-
tantes más potentes. Producen un efecto vasodilatador, lo que se traduce en
un enrojecimiento de la piel de la zona. Los más empleados son la esencia de
mostaza (su principal componente es el isotiocianato de alilo), la esencia de
trementina y el salicilato de metilo (y otros salicilatos como el de dietilamina o
el de trolamina).
ii. Irritantes. Producen esencialmente dolor localizado en la zona de aplicación.
Tienen una potencia similar o levemente inferior a los anteriores, pero no
producen vasodilatación y consecuentemente no dan lugar al enrojecimiento
de la piel. Sus representantes más característicos son la capsaicina y otros de-
rivados del pimiento o cápsico. La capsaicina provoca la liberación de sustan-
cia P en las conducciones nerviosas del dolor (estímulo doloroso), aunque tal
liberación llega a agotar los depósitos intracelulares del neurotransmisor del
dolor lento.
iii. Refrescantes. Actúan estimulando los receptores nerviosos cutáneos del frío,
produciendo una sensación de frescor en la piel. Muchos de ellos tienen un
aroma característico, de carácter agradable, que refuerza psicológicamente la
acción analgésica. Algunos de los más típicos son el mentol, el alcanfor, el ci-
neol y el eucaliptol.
iv. Vasodilatadores. No son propiamente contrairritantes, ya que no estimulan
directamente terminaciones nerviosas específicas. Producen una sensación
marcada y muy localizada de calor en la piel como consecuencia de su efecto
vasodilatador. Uno de los más característicos es el nicotinato de metilo.
3. Los anestésicos locales en el tratamiento del dolor agudo se aplican sobre o cerca de termi-
naciones nerviosas, nervios/troncos o bien en la médula espinal a nivel epidural o subarac-
noideo. Estos fármacos impiden de forma reversible la transmisión de la conducción nerviosa
(sensorial, motora y simpática). Se utilizan ampliamente en el tratamiento del dolor agudo
postoperatorio, bien por infiltración/perfusión de la herida quirúrgica, bien administrados
por vía espinal. En este último caso pueden inducir hipotensión, bloqueo motor, sedación y,
ocasionalmente, secuelas neurológicas. Pertenecen a este grupo de analgésicos la lidocaína, la
mepivacaína, la prilocaína, la bupivacaína y la ropivacaína, entre otros.
4. Combinaciones analgésicas. La asociación de dos o más analgésicos que actúan por meca-
nismos diferentes permite mantener un nivel adecuado de analgesia, disminuir las dosis de
cada uno de ellos y, a la vez, disminuir también los efectos indeseables. Esta estrategia consti-
tuye la base de la analgesia multimodal o balanceada, que es el tratamiento de elección en el
dolor agudo postoperatorio.
5. Fármacos adyuvantes. Aunque disponemos de múltiples fármacos eficaces para el trata-
miento del dolor agudo, todos ellos presentan efectos indeseables importantes que limitan su
uso. Para prevenir la aparición de estos efectos se utilizan coadyuvantes, que son fármacos
que de por sí no son analgésicos, pero que mejoran la eficacia/seguridad de los analgésicos.
Como ejemplo, podemos mencionar la asociación de morfina y antieméticos, tales como el
droperidol, la metoclopramida o el ondansetron. También podría citarse en este aspecto la
utilización de antisecretores gástricos (omeprazol, ranitidina, etc.) en tratamientos prolonga-
dos con AINE, para reducir la incidencia de úlcera péptica.
La terapéutica del dolor debe estar determinada por la causa que lo produce, aunque el tratamien-
to del dolor agudo, salvo el dolor del control del parto, sigue presentando grandes deficiencias
que se asientan en el desconocimiento de los mecanismos básicos del dolor y la inadecuada apli-
cación de las modalidades terapéuticas. El miedo a las complicaciones hace que no sólo no se
prescriba la dosis correcta de analgésicos, sino que en muchos casos ni siquiera se administran las
dosis prescritas. Estas limitaciones hacen que gran número de pacientes ingresados en hospitales
sufran dolor y no sean aliviados.
Ante el dolor agudo, la analgesia ha de pautarse regularmente a la dosis adecuada y sin miedo a la
depresión respiratoria ni a la adicción, con la idea de que el alivio sólo proporciona beneficios
fisiológicos. Con carácter general, las recomendaciones terapéuticas son:
- Dolor leve-moderado:
o AINE
o Opiáceos débiles
- Dolor moderado-intenso:
o Opiáceos débiles + AAS o paracetamol
o Indometacina
o Oxicamas
o Opiáceos (buprenorfina, tramadol)
- Dolor intenso:
o Opiáceos potentes (morfina, metadona, fentanilo, meperidina...)
Tratamiento extrafarmacológico
En los cuadros dolorosos agudos leves o moderados causados por pequeñas lesiones osteomus-
culares es habitual recurrir a medidas extrafarmacológicas previamente o incluso al mismo tiempo
que el tratamiento farmacológico. En este sentido, es muy frecuente la aplicación de frío o de
calor; la selección de uno u otro dependerá básicamente del tipo y extensión de la lesión traumá-
tica. En ambos casos, se busca prevenir o frenar la aparición de las molestias a través de meca-
nismos fisiológicos. Para ello, se actúa sobre el calibre de los pequeños vasos sanguíneos superfi-
ciales, el aporte de sangre a la zona lesionada, la relajación de los músculos afectados y el bloqueo
del dolor.
Los cambios fisiológicos básicos que se producen en la zona lesionada con el uso de hielo o un
objeto frío sobre una lesión osteomuscular son:
- Reducción de la respuesta inflamatoria.
- Reducción del flujo sanguíneo.
- Reducción del dolor.
Atendiendo a estas características, la aplicación de frío está especialmente recomendada en pe-
queños accidentes traumáticos y lesiones deportivas muy recientes o inmediatas, en las que la
previsible reacción inflamatoria podría agravar las consecuencias de la propia lesión o accidente.
Existe un amplio abanico de dispositivos y métodos de aplicación de frío a las zonas doloridas,
que va desde la simple aplicación de una bolsa de hielo hasta el empleo de dispositivos y sistemas
más o menos complejos, pasando por aerosoles de productos volátiles (como el cloruro de etilo).
Por su parte, la aplicación de calor en la zona dolorosa, a través de diversos métodos, permite
producir los siguientes cambios fisiológicos:
- Incremento del flujo sanguíneo.
- Reducción de la rigidez muscular.
- Incremento de la relajación muscular.
La aplicación de calor produce un doble efecto. Por un lado, la estimulación leve de las termi-
naciones nerviosas de la piel para el calor produce un efecto contrairritante. Pero, además, facilita
la recuperación de la elasticidad del colágeno de la piel y de los tejidos subcutáneos. Su principal
riesgo es la falta de control del calor aplicado, que puede llegar a provocar quemaduras o incluso
procesos más graves, según la intensidad y localización. Atendiendo a estas características, la apli-
cación de calor está especialmente recomendada en los cuadros en los que el componente infla-
matorio no sea el más importante, predominando factores de tipo irritativo o neurálgico (lumbal-
gia), o con entumecimiento muscular o contracturas musculares.
Como en el caso anterior, existe una amplia colección de dispositivos que permiten la aplicación
de calor seco (que debe ser soportable, en cualquier caso). Desde la tradicional, y efectiva, bolsa
de caucho o pequeñas piezas de lana, hasta dispositivos eléctricos más o menos adaptados para
determinadas localizaciones anatómicas. El calor húmedo (baños, saunas) también resulta muy
útil en algunas condiciones dolorosas agudas.
En ocasiones la combinación alternante de frío y calor, en forma de baños de contraste, puede
resultar muy útil de ciertas lesiones con un fuerte componente inflamatorio que respondan mal a
otras medidas. Este tipo de tratamiento produce un efecto de bombeo que ayuda a eliminar los
productos de desecho provocados por la inflamación.
La fisioterapia utiliza al ejercicio físico como una forma de tratamiento para resolver los cuadros
dolorosos osteomusculares, al incrementar la circulación sanguínea a un nivel más profundo de lo
que la aplicación local de calor permite. Esto es útil para recuperar la funcionalidad perdida o
reducida por una lesión, pero si se realiza sin ningún control o por profesionales no cualificados
se corre el riesgo de perjudicar más de lo que puede beneficiar.
Existen otras modalidades terapéuticas extrafarmacológicas que permiten reducir el dolor, la in-
flamación y los espasmos musculares. Muchas de ellas se utilizan con coadyuvantes del ejercicio
físico, permitiendo potenciar los beneficios de este último. Todos ellos consisten en dispositivos
electrónicos que producen calor de forma localizada. Las tecnologías más empleadas son:
- Ultrasonidos.
- Microondas y onda corta.
- Láser de baja intensidad.
En cierto sentido, el masaje debe ser considerado como un tratamiento basado en el calor, ya que
la fricción sobre la piel incrementa la temperatura de los tejidos y, por consiguiente, aumenta la
circulación local. También facilita el drenaje linfático, mejorando las condiciones de recuperación
de los tejidos dañados. Asimismo, ayuda a relajar los músculos con espasmos. No obstante, si el
masaje es aplicado de forma inmediata a la lesión en zona en la que se ha producido algún derra-
me interno, puede reactivarlo o incrementarlo.
Específicamente, en las lesiones deportivas o traumáticas leves o moderadas se utiliza habitual-
mente un protocolo de intervención que es denominado PRICES (precios, en inglés) aludiendo
un tanto humorísticamente a las medidas que hay que "pagar" por haber cometidos excesos o
errores deportivos. En realidad, el término está formado un conjunto de siglas en inglés (Protec-
tion, Rest, Ice, Compression, Elevation, Suport), consistente en:
- Pretección (Protection): Evitar la causa que ha provocado la lesión (apartar de la actividad de-
portiva, utilizar dispositivos protectores, etc.).
- Descanso (Rest): Debe ser proporcional a la importancia de la lesión. En muchos casos es
recomendable mantener en reposo la zona afectada durante más de un día.
- Hielo (Ice): Facilita el control de las hemorragias y reduce la respuesta inflamatoria. Debe evi-
tarse en personas con problemas de circulación sanguínea periférica.
- Compresión (Compression): Cuando las lesiones se localizan sobre extremidades, es convenien-
te la utilización de un vendaje moderadamente compresor, utilizando una venda elástica, co-
menzando siempre por la zona más alejada del corazón y con una disposición en espiral
avanzando hacia el corazón. Es conveniente renovar el vendaje cada cuatro horas. Es muy
importante que el vendaje no sea excesivamente compresor, ya que podría dificultar la circu-
lación sanguínea e incluso comprimir algún nervio.
- Elevación (Elevation): Es conveniente mantener la extremidad lesionada por encima del cora-
zón, para evitar que haya un exceso de aporte sanguíneo e inflamación.
- Apoyo (Support): Implica la utilización de dispositivos para mantener inmovilizado la extremi-
dad o facilitar el desenvolvimiento del paciente.
Por su parte, la indicación farmacéutica al paciente con dolor osteomuscular agudo tenía como obje-
tivos implicar al farmacéutico en la práctica de la Atención Farmacéutica desde el servicio de In-
dicación Farmacéutica y ofrecer la solución más adecuada al paciente que solicita ayuda porque
presenta dolor agudo osteomuscular agudo/autolimitado:
Informando, como mínimo de los consejos sanitarios relativos al problema de salud, a todo
paciente que pregunte que ha de hacer para aliviar o atenuar el dolor.
Proporcionando, en su caso, la información relativa al proceso seguro de uso de los medica-
mentos que no necesitan prescripción médica para su dispensación (para qué es, cómo se
toma y durante cuánto tiempo) y que han sido en durante la actuación profesional como so-
lución a la sintomatología referida por el paciente.
Derivando al médico.
Determinando si el problema de salud, el dolor, es consecuencia de un PRM/RNM e inten-
tando solucionarlo.
Protegiendo al paciente frente a la aparición de RNM mediante la identificación y resolución
de PRM.
Mediante el servicio de indicación farmacéutica se pretende que el farmacéutico conozca en profun-
didad cuál es el motivo de la consulta (síntomas), si se trata de un proceso, en principio, de carác-
ter benigno (autolimitado) y cuál es la situación real del paciente, para poder intervenir ofreciendo
un tratamiento o recomendación sanitaria (figura 2). En caso contrario la derivación al médico
para el diagnóstico de la enfermedad será la intervención profesional más adecuada.
El dolor osteomuscular agudo es un problema de salud que se presta a la automedicación y por
ello es importante que el farmacéutico establezca la entrevista profesional tras la cual aconseje el
tratamiento idóneo, más seguro y eficaz, para el paciente. De acuerdo con ello, la actuación del
farmacéutico se centró en:
o El Paciente: sexo, edad aproximada y relación con el usuario que solicita la consulta. Si el
solicitante de la consulta es distinto al paciente destinatario, el farmacéutico ha de obtener y
registrar la mayor cantidad de información posible para resolver el problema.
o El motivo de la Indicación Farmacéutica, el Síntoma/signo: la descripción del problema de
salud (dolor de espalda, un golpe en un dedo, una torcedura de un pie…) por el que el pa-
ciente demanda la actuación del farmacéutico, si presenta algún signo de alarma (y el Tiempo
que presenta el dolor.
o Verificar la situación del paciente respecto a:
• Una situación fisiológica especial (embarazo, lactancia...).
• Hábitos nocivos que influyan negativamente en su salud (alcohol, ejercicio
• físico, dieta…)
• Enfermedades crónicas diagnosticadas o referidas, Alergias, etc.
• Tratamientos adicionales (Medicamentos activos utilizados para el problema de salud
del que solicita consejo o para otros).
o Comprobar las Alarmas relativas a la información recogida.
Tras la realización de las preguntas pertinentes, el farmacéutico valorará la información
y registrará su actuación/ intervención:
o Actuación en el proceso asistencial: El farmacéutico actuará eligiendo la opción más adecuada
para el paciente. Las diferentes opciones son:
• Ofrecer un tratamiento farmacológico (medicamentos que no precisan prescripción
médica para su dispensación).
• Ofrecer un tratamiento no farmacológico.
• Derivar al médico.
• Facilitar consejos de educación sanitaria.
• Ofrecer información del medicamento, etc.
o La intervención del farmacéutico respecto a un paciente podrá ser:
• Asesorar sin dispensar ningún medicamento.
• Recomendar medidas conservadoras, dietéticas o físicas.
• Indicar la especialidad farmacéutica más segura y eficaz que no requiera receta médi-
ca.
• Recomendar tratamiento no farmacológico con información y asesoramiento.
• Prestar otro servicio incluido en Atención Farmacéutica como educación sanitaria,
farmacovigilancia, seguimiento farmacoterapéutico, etc.
• Remitir al médico u otro profesional sanitario.
En el caso de que la intervención proporcionada al paciente consista en indicar un tratamiento
farmacológico, el farmacéutico se asegurará de ofrecer y hacer comprensible la información rela-
cionada con el uso adecuado, seguro y efectivo del mismo, en el ámbito de una Dispensación
profesional.
Figura 2. Diagrama de flujo de la indicación farmacéutica en dolor osteomuscular agudo.