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Curso de Divulgación de la Ciencia: Historia de la Ciencia en México. DGDC, UNAM.

Tema 11. Reseñar los indicios de la instrumentación o el andamiaje de


conocimientos científicos y técnicos que permitieron el desarrollo de alguna
tecnología o ciencia asociada al “Camino Real Tierra Adentro”

Raquel Mondragón Uribe, Maribel Morales Villafuerte, Jennie Suárez Melo


Octubre 2018

Presentación:

El presente trabajo tiene como fin reseñar muy brevemente, el desarrollo de la industria Agrícola
como ciencia aplicada en la historia de los asentamientos creados alrededor del Camino Real de Tierra
Adentro. Se usa como hilo conductor a la Hacienda, ya que fue la institución económica y social en
la que se desarrolló esta área como ciencia y tecnología a partir del siglo XVI y hasta el XX.

Introducción:

La producción minera motivó un desarrollo comercial regional y urbano en torno a las reales de minas
y la creación de nuevos asentamientos a lo largo del Camino Real de Tierra Adentro, se incrementaron
las transacciones comerciales para la adquisición de ganado, semillas y aperos de labranza para el
aprovechamiento de la tierra echándose a andar el motor de la economía novohispana. En esta cadena
económica los comerciantes jugaron un papel preponderante ya que importaban mercancías desde la
Ciudad de México y de otros remotos puntos de la Colonia (Solano, 2017).

En el transcurso de unos cuantos años surgieron encomiendas y áreas precursoras de las haciendas
agrícolas y ganaderas en torno a centros mineros para abastecer a las nuevas ciudades además de la
construcción de una red de caminos para comunicar con la Ciudad de México y de allí con los puertos
de embarque dentro de los cuales destaca el Camino Real de Tierra Adentro. Durante el siglo XVII
las principales ciudades novohispanas se consolidaron como centros políticos, religiosos, económicos
y culturales siendo la Ciudad de México la más importante (Solano, 2017).

La colonización del norte:

Después de los 50 años de enfrentamientos belicosos entre las huestes del virreinato y los hombres
del desierto, conocidos genéricamente como la guerra del Mixtón, la colonización agrícola tuvo éxito.
Este triunfo se debió a la inclusión de familias de agricultores mesoamericanos (destacando entre
ellos los tlaxcaltecas por ser los más estudiados) en 1591 para llegar a Chichimecatlapan o tierra de
los chichimecas, así como al norte, centro, occidente y a otros puntos de las colonias españolas
ubicadas en la Cuenca del Pacífico de la Nueva España, fundamentales para dar fin a la guerra
(Martínez et al., 2009).

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Los llamados indios madrineros llevaron la civilización al norte a través de la agricultura, la
ovinocultura y la defensa militar. De entre los mexicas, otomíes y purépechas, resaltan los
tlaxcaltecas, quienes en un plan coordinado llegaron a San Esteban en Saltillo, Coah., Venado y San
Miguel de Mesquitic, en San Luis Potosí; a Colotlán, Jalisco y a San Andrés del Teul y Chalchihuites
en Zacatecas. De este último punto salió el capitán protector de los indios tlaxcaltecas, don Francisco
Sosa Peñalosa para unirse a don Juan de Oñate, quien llevó un número no definido de familias
tlaxcaltecas de Chalchihuites quienes fundaron el barrio de San Miguel de Analco en las afueras de
Santa Fe en 1610 (Martínez et al., 2009).

Los centros mineros no podían substituir sin la agricultura y ganadería, pues debían resolver los
problemas de alimentación, fuerza animal y transporte. Así, en torno a las explotaciones mineras
tempranamente se establecieron haciendas y estancias, cuya producción de trigo, carnes de cerdo y
res, mulas, maíz, cuero y sebo se dirigió a satisfacer las necesidades de la población minera (Solano,
2017).

Las tierras a los conquistadores:

La historia de las primeras donaciones de tierra en la región se remonta a las mercedes dadas durante
la conquista de la Nueva Galicia. Después de la guerra del Mixtón se otorgaron a los conquistadores
y sus descendientes estancias de ganado, caballerías de tierra y mercedes para molinos de trigo.

Entre 1590 y 1660 se desarrolló la entidad económica de mayor magnitud, la hacienda; la cual tuvo
un papel muy importante en la vida económico-social hasta la reforma agraria en el siglo XX. Se
reconocen diferentes clases de haciendas con rasgos característicos que permiten reconocer diferentes
modelos estáticos variando de acuerdo al tiempo y espacio. Entre los rasgos encontramos su
formación, extensión, infraestructura física, estabilidad, gravámenes, mano de obra y status de los
terratenientes (Jarquín, 1990).

Organización de las haciendas:

Las haciendas se identifican como unidades económicas con vastas extensiones de tierra, producción
de cereales y cría de ganado; su núcleo lo formaba el casco o casa grande rodeado de un conjunto de
edificios. La organización y manejo estaba a cargo de un administrador auxiliado por un mayordomo.
El dueño podía vivir en ella, en la capital o en la población de mayor importancia cercana a la
propiedad. Los trabajadores eran indios de repartición o peones asalariados. Proporcionaban alimento
para sus trabajadores y se identificaban como empresas comerciales para el abastecimiento de
mercados urbanos o mineros (Jarquín, 1990).

A mediados del siglo XVII se desarrolla una agricultura intensiva a diferencia de la extensiva que se
había desarrollado anteriormente.

En el siglo XVIII cuentan ya con capilla, casa grande con sala y aposentos, cocina y otras habitaciones
pegadas a la casa, como horno y patio grande. Otras habitaciones serán caballerizas, trojes, obraje,
fragua. Alrededor estarán los jacales y las huertas. Las más importantes tenían molino y maquilaban
el trigo de las haciendas vecinas y tenían presas.

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Agricultura:

En poco tiempo la agricultura se convirtió en uno de los pilares de la economía novohispana,


generando importantes ingresos para España, por la gran cantidad de productos que se exportaban a
Europa además de la introducción de nuevos cultivos para consumo de la Nueva España y su
exportación. Dentro de las áreas incorporadas a la agricultura destaca la zona de El Bajío que muy
pronto se integró a la actividad económica de la Colonia con un rápido crecimiento demográfico y se
constituyó en la región de mayor producción agropecuaria de Nueva España. Región que por más de
200 años fue considerada como el granero de México por su alta producción de cereales, dando pie a
la creación de varias ciudades de importancia como Celaya, Salamanca, San Miguel el Grande y
León, además de Guanajuato como importante centro minero (Solano, 2017).

A lo largo de los siglos XVII y XVIII, la agricultura se transformó en la actividad económica más
importante en América, que se debió principalmente al crecimiento de la población, con el
consiguiente aumento de la demanda de alimentos; a la valorización social que otorgaba la posesión
de la tierra; y al establecimiento de numerosas haciendas y estancias en territorios que antes no se
destacaban por su productividad (Domínguez & Carrillo, 2010).

América aportó al mundo numerosas especies vegetales domesticadas que constituyeron el 17% de
los cultivos que se consumían entonces en todo el orbe. Los europeos, por su parte, introdujeron
cultivos de cereales y leguminosas, diversas hortalizas, la vid, el olivo, la caña de azúcar y algunas
especias, muchas de ellas de origen asiático. Asimismo, los animales que acompañaron a los
conquistadores españoles se reprodujeron y dispersaron rápidamente, al no tener competidores, por
todo el territorio americano (Domínguez & Carrillo, 2010).

Las innovaciones agropecuarias en la Nueva España:

Las innovaciones agropecuarias en la Nueva España comenzaron tras el establecimiento del virreinato
de Nueva España por parte del Imperio Español. La técnica proveniente de Europa ayudó a la gran
producción que se dio en la Colonia e impulsó el crecimiento de la actividad agrícola al punto de
hacerla de exportación (García, s. f.).

Innovaciones en la técnica: No solo se trataba de nuevas semillas y sembradíos, sino de la forma de


sembrar y cosechar. La llegada de los españoles introdujo técnicas tales como el arado, la asada, la
pala y la rotación de cultivos, que no solo optimizaron la siembra y recolección, sino que cambiaron
el paisaje. Las yuntas y arados de madera o metal, tanto por tracción animal como humana,
optimizaron el uso de la tierra (García, s. f.).

Estas técnicas incluían la hidratación del suelo y el establecimiento de periodos cuantificables para la
cosecha, dando así resultados predecibles en comparación al relativo azar con el que vivían muchas
poblaciones indígenas. Las poblaciones de América contaban con ciertas técnicas para el cultivo, pero
es innegable el aporte europeo en sistematizar la producción (García, s. f.).

Nuevos alimentos, el trigo: El principal cultivo de los españoles en el virreinato fue el trigo, alimento
básico en gran parte de Europa y que no era excepción en España. Tuvo su mayor auge en el estado
de Puebla, al centro del actual México (García, s. f.).

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Desde 1550 comenzó a cosecharse y se quedó a formar parte de la dieta no solo de México sino de
todo el continente. Su permanencia se debió no solo a la influencia española sino a la de otros
inmigrantes provenientes de Italia, Francia y Portugal, que tenían como parte de sus dietas los
productos hechos a base de trigo, como el pan y la pasta (García, s. f.).

Cambios en la actividad económica y social: La agricultura proporcionó un sustento básico, constante


y fiable a la población prehispánica, fueran españoles, indígenas o esclavos, a pesar de que la mano
de obra provenía principalmente de estos dos últimos grupos (García, s. f.).

El precedente de cargas fiscales y pago de tributos quedó instaurado junto con el desarrollo de la
agricultura, al punto de evolucionar de distintas maneras en los actuales sistemas económicos en todos
los países de América tras la independencia del continente del poder español (García, s. f.).

A pesar de que se introdujeron numerosos productos agrícolas, varias especies locales conservaron
su importancia; ese fue el caso del maíz, que se volvió el primer producto comercial y el maguey
usado, según la especie, para producir fibras (henequén) y bebidas alcohólicas (García, s. f.).

Sistemas de cultivo:

Los colonizadores agrícolas que llegaron al eriazo norteño de América fueron agricultores europeos
conocidos como comuneros castellanos de Villalar en los Altos de Jalisco; novohispanos, criollos,
mestizos, frailes franciscanos y jesuitas, además indígenas aliados (mexicas, tlatelolcas, tenochcas,
tarascos o purépechas) así como herreros y agricultores de Nombre de Dios, Nueva Vizcaya hoy
Durango, en San Luis Potosí, Real de Minas de Guanajuato, (tlaxcaltecas, otomíes y chichimecas)
que tenían una cultura hidráulica y agrícola mestiza promovida por las órdenes regulares y seculares
católico-cristianas (Martínez, 2009).

Estos agricultores llegaron y se establecieron en forma institucional al inicio del proceso a través de
la política de misión-presidio a finales del siglo XVI, de allí se fueron expandiendo estocásticamente
hasta finales del siglo XIX. Sus descendientes se dispersaron por todos los confines del norte de
México y sur de Estados Unidos. En las villas españolas de Santa Fe, Albuquerque, El Paso y Santa
Cruz encontramos esa herencia agrícola iberoamericana y hasta vestigios culturales en Alaska
(Martínez, 2009).

Los sistemas de beneficio colectivo para el cultivo implantados incluyen terrazas, bancales y huertos
irrigados por monumentos hidráulicos como presas, bordos, acequias, canales, canoas, sangrías,
sistemas de captación de agua, galerías filtrantes y acueductos dispuestos en los asentamientos de
pueblos, villas, plazas, caseríos, presidios, barrios, conventos, capillas, cementerios, provistos de
bardas defensoras o limítrofes para la producción de alimentos y la defensa militar. En la actualidad,
algunos de estos sistemas son solamente arqueológicos y se encuentran en uso agrícola e incluso
hidráulico o son meros componentes de la traza urbana, vestigios e indicadores del paso de aquellos
primeros hombres que colonizaron el eriazo norteño de América (Martínez, 2009).

Todas estas técnicas y tecnologías las podemos agrupar como Conocimientos Ecológicos
Tradicionales (Traditional Ecological Knowledge, TEK, por sus siglas en inglés) o “saberes”.

El mestizaje cultural entre los iberomesoamericanos y los chichimecas, se cristalizó en el manejo de


la flora y la fauna de Aridoamérica, como ejemplo están: el mezquite (Prosopis velutina), las
cactáceas como el peyote (Lophophora williamsii), las agaváceas (Agave ssp.) para la producción de

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mezcales, las tunas (Opuntia ficus indica), y las nueces (Carya illinoinensis), en suma, fue el manejo
de la flora del desierto proyectada en la gastronomía y la herbolaria, principalmente (Martínez, 2009).

Normalmente los sitios de asentamiento eran lugares en medio o cercanos a puertos, entre montañas,
planicies o valles, con tierras adecuadas para la agricultura; colindantes o fundadas sobre las mismas
localidades donde existió algún asentamiento de tribus chichimecas, con cuerpos de agua, como
lagos, lagunas o ríos de primer o segundo orden perenne, en las cuencas medias o bajas y
ocasionalmente en las cuencas altas (Martínez, 2009).

Los sitios que mantienen o conservan restos arqueológicos o elementos virreinales de la cultura del
agua para el uso de los sistemas agrícolas son todos aquellos fundados entre 1530 y hasta las primeras
décadas del siglo XX, tales como San Luis Potosí en las fundaciones de San Miguel de Mesquitic y
Asunción Tlaxcalilla en la actual ciudad de San Luis; San Sebastián del Agua de Venado en Saltillo;
el antiguo San Esteban de la Nueva Tlaxcala y el distrito de Parras de la Fuente, Coah., antes Santa
María de las Parras. Los hallazgos en estas zonas motivaron la expansión de la investigación hacia
Colotlán y Lagos de Moreno, Jal.; Chalchihuites, Zac.; Bustamante y Guadalupe, Nuevo León;
Durango, Dgo.; Allende, Chih.; El Paso y San Antonio Texas hasta Santa Fe en Nuevo México,
Estados Unidos. Es altamente probable que en todas las colonias, asentamientos, presidios y
localidades fundadas en el norte de la Nueva España y en el naciente México, así como desde la franja
fronteriza hasta Nuevo México y Colorado, existan vestigios arqueológicos de los sistemas agrícolas
ibérico-mesoamericano-chichimeco que sean sitios de turismo en las ciudades capitales de los
estados, cabeceras municipales, pueblos y comunidades (Martínez, 2009).

El sistema de cultivo de huertos en Saltillo se copió y se extendió hasta la región texana, donde se
estableció el modelo que luego se repitió por años en todo el norte. Existen pueblos hortícolas que
viven de la vinculación con los pueblos cercanos, como ejemplo tenemos a San Luis Colotlán, cuyos
productores venden su mercancía en Fresnillo, Parras y Bustamante. En Nuevo México parte de la
economía de las acequias sobrevive gracias a los mercados especializados de Santa Fe y Albuquerque,
que demandan una producción especializada de productos perecederos cuyos costos exceden por
mucho los del mercado y que la gente paga por su calidad, por el manejo orgánico y sobre todo, por
la vinculación con una cultura regional neomexicana. El prestigio de esta producción hortícola se
debe al manejo y dedicación agrícolas hacia los cultivos que generan continuidad en sistemas
complejos a campo abierto o en melgas cubiertas por vegetación perenne o anual (Martínez, 2009).

La Escuela de Agronomía en México (ENA):

Para el estudio de la creación de la ENA se proponen cuatro fases. La periodización de estas fases
tuvo como fundamento los cambios ocurridos en el interior de la ENA, en los cuales, se observó, que
éstos estuvieron estrechamente relacionados con el proceso político y económico que vivió el país en
cada periodo propuesto. En este sentido, la primera fase formó parte de una serie de instituciones
encaminadas a la conformación de un proyecto de nación, de tal manera que la formación de la ENA
como tal, fue un proyecto concebido para impulsar el desarrollo agrícola nacional y fue puesto en
marcha por los ilustrados mexicanos como Teodosio Lares y Joaquín Velázquez de León, quienes
fungieron como Ministro de Justicia y Ministro de Fomento, respectivamente, durante el último
gobierno de Santa Anna. Sin embargo, los conflictos políticos del país propiciaron que cerrara sus
puertas en 1867; situación que caracteriza la segunda fase, la de inestabilidad de la Escuela. Durante
la tercera fase, es decir, los años en que se establecieron las bases para el crecimiento de la Escuela,
ésta, forma parte de la política del gobierno de Porfirio Díaz, para fomentar el desarrollo agrícola del
país. En este proceso se impulsó firmemente la enseñanza agrícola; se reformuló el plan de estudios
dividiendo las carreras de ingeniero Agrónomo y Médico Veterinario; gozó de un presupuesto más

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elevado y contó con los mejores instrumentos de estudio y trabajo traídos especialmente de Europa.
Además, se impulsó la incorporación de alumnos de bajo ingreso económico, a través de la figura de
alumno pensionado, que consistió en una beca proveniente tanto del gobierno federal como de las
entidades federativas. Todas estas medidas estuvieron encaminadas a desarrollar la agricultura, pues
ésta representaba el porvenir nacional. Así pues, el impulso de la enseñanza científica agrícola y la
creación de la ENA como institución para impartirla, fueron procesos que formaron parte de una
visión de largo plazo para impulsar el desarrollo agrícola nacional (García, 2010).

Bibliografía:

Domínguez Chávez Humberto & Carrillo Aguilar Rafael Alfonso. 2010. Actividades económicas y
organización social en la Nueva España. Recuperado de:
https://portalacademico.cch.unam.mx/materiales/prof/matdidac/sitpro/hist/mex/mex1/HMI/Econ
omiaSocial.pdf

García Al. Sin fecha. Las 4 innovaciones agropecuarias en la Nueva España más destacadas.
Recuperado de: https://www.lifeder.com/innovaciones-agropecuarias-nueva-espana/

García Vázquez Xóchitl Ninel. 2010. La configuración de la Escuela Nacional de Agricultura: la


enseñanza científica agrícola, una alternativa para el desarrollo de la agricultura nacional.
Memorias del Segundo Congreso Latinoamericano de Historia Económica. Facultad de Economía,
UNAM. México.

Jarquín Ortega, María Teresa. 1990. Origen y evolución de la hacienda en México: siglos XVI al XX.
Memorias del simposio realizado del 27 al 30 de septiembre de 1989. El Colegio Mexiquense.
México.

Martínez Saldaña Tomás. 2009. Documentos para la historia agrícola de México. Revista de
Geografía Agrícola (42), 109-113.

Martínez Saldaña Tomás, Lamadrid Enrique & Loeffer Jack. 2009. El Camino Real de Tierra
Adentro. México, D.F. Colegio de Potsgraduados y Mundi-Prensa México, S.A. de C.V.

Solano Rico, Baltazar. 2017. El Camino Real de la Plata. Un recorrido histórico de la minería y su
contribución al desarrollo de México. Recuperado de:
https://es.slideshare.net/AcademiaDeIngenieriaMx/el-camino-real-de-la-plata.

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