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Darfo

Botero Urmbe

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.g UNIVERSIDAD
f\ Q NACIONAL
~ . DE COLOMBIA
Darío Botero Uribe
Escritor, pensador, profesor emérito y maestro
de la Universidad Nacional de Colombia; recibió
el doctorado de la Universidad Nacional con
el título de maestro; estudió derecho, ciencias
políticas yiilo50fía -<urso de Magíster- en la
misma Universidad, en la cual ocupó el cargo
de decano de la FKultad de Derecho, Ciend ••
Política. y Soclale., 1986-1988.

Participó en el Kolloquium de poogrado con el prole.or Jürgen Haberma ..


en la Univeroidad Johann Wolfgang Goethe de Frandort. República Federal
de Alemania en 1983-1984. Filósofo de la cultura, de la vida, social, político
y del derecho, con frecuencia realiza seminarios y conferencias sobre temas
filosóficos, culturales y políticos. Fundador y director de la revista Politeia,
de la cual ha editado 29 números¡fundador y director de l. revista
Planeta Sur, que h. impreso tres número•• Ha publicado 15 libros y
numerosos ensayos sobre los temas de su especialidad.

Fundador y miembro de la Junta Directiva de la Asociación Colombiana de


Filosofía del Derecho y Filosofía Social. Ponente en seminaños científicos
y filosóficos en las pñncipales universidades de Colombia y en algunas de
América latina. Ha venido desarrollando en los últimos años un proyecto
filosófico original que denominaHVitalismo Cósmico~ eI cual busca pensar
el mundo desde América Latina. El vitalismo cósmico coloca la vida como el
concepto central del pensamiento filosófico; ese concepto es tridimensional:
vida cósmica, vida biológica y vida pskosocial.

De esta manera se enriquece el concepto de vida y su proyección en


la praxis cultural y social. Después de un desarrollo teórico general y
un examen sobre las grandes concepciones de la naturaleza, concluye
con una teoría ambiental que supera ampliamente la ecología, esboza
una ética ambiental que busca disciplinar la conducta ciudadana
frente a la naturaleza y perfila un humanismo concreto basado en la
transnaturaleza y no en la antropología, como respuesta a los críticos del
humanismo Heidegger y Foucault.

Es fundador de la escuela del "Vitalismo Cósmico~ la cual pretende


llenar el vacío teórico que contemplamos hoy en el pensamiento
filosófico, en lo que respecta a una ideación simbólica y a una creación
de posibilidades reales de acción del hombre en el mundo de la vida. No
sólo busca un desarrollo teórico, sino igualmente un desarrollo práctico--
ético. La Escuela del Vitalismo Cósmico tiene enormes implicaciones en
la vida social y política, quo serán teorizadas en un texto de próxima
publicación. La Escuela filosófica del Vitalismo Cósmico será constituida
como una entidad naciona l en ell Encuentro nacional por la vida, que
se realizará en agosto de 200S. luego se ha previsto extenderla a varias
capitales de América Latina.
Teoría social del derecho
/

DARlO BOTERO URlBE

Teoría social del Derecho

UNIVERSIDAD
NACIONAL
DE COLOMBIA
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales
© Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales

© Darío Botero U ribe

Primera edición, 1993


Segunda edición, 1997
Tercera edición, 1999
Reimpresión 3a. edición, 2001
Cuarta edición, 2005

Carátula
Camilo Umaña

Ilustración de carátula
Anabela Botero A., tinta sobre papel

Armada electrónica
Ana Rita Rodríguez R.

Preparación editorial e impresión


Universidad Nacional de Colombia
Unibiblos
dirunibiblo_ bog@unal.edu.co
Bogotá, junio 2005

ISBN: 958-701-554-1

Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia


Botero Uribe, Darío, 1938-
Teoría social del derecho / Darío Botero Uribe. - 4". ed. - Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Derecho, Ciencias
Políticas y Sociales. 2005
202 p.
ISBN: 958-701-554-1
1. Derecho y sociedad 2. Teoría del derecho 3. Filosofía

CDD-21 340.115 / 2005


CONTENIDO

Prólogo a la cuarta edición 11


Prólogo a la tercera edición 21
Prólogo a la segunda edición 23
Prólogo a la primera edición 25
Introducción 29

CAPÍTULOI
¿Normativismo o teoría social del derecho? 39
Crítica del normativismo 41
Propuesta de una teoría social del derecho 47
Hacia la construcción de una ciencia
del derecho 54

CAPÍTULO II
El orden jurídico-social 59
El concepto 61
El orden jurídico-social: componentes
tentativos 63
¿Cómo se forma el orden jurídico-social? 64
¿Cómo se legitima el orden jurídico-social? 65
Hacia la legitimidad de las relaciones
de poder 66
Proceso de legitimación de las relaciones
de poder 67
El orden jurídico-social y el derecho
como pensamiento regulador
y técnica de ajuste social 70
DARÍO BOTERO URIBE

El papel de los juristas en la evolución social 72


La crisis del derecho como crisis social 76
La concepción del derecho
como contrapoder 78
Las escuelas de interpretación del derecho 79

CAPÍTULO lB
Teoría Social del Derecho 83
¿Qué tipo de relación social es el derecho? 85
Crítica del positivismo y la dogmática
jurídica 95
Crítica de la concepción
del derecho natural 98
Crítica a la insuficiencia
del derecho positivo 100
La teoría social del derecho
en la perspectiva de una concepción
dinámica de la sociedad 102

CAPÍTULO IV
El derecho y la ética como formas
del autocontrol de la sociabilidad 107
El derecho y la conducta humana 109
El derecho y la ética como elementos
configurado res de la sociabilidad 112
El derecho no es ideología, pero genera
ideologías 115
El derecho puede representar el acuerdo
o la imposición de fuerzas sociales 117
Teoría social del Derecho

El derecho no es un orden que busca a toda


costa la conformidad de los asociados,
pero la fuerza no es derecho 120
El derecho no es sólo derecho de Estado:
el poder también es autorregulado 122
Poder y legitimidad: el entorno
de las relaciones jurídicas 125

CAPÍTULO V
El derecho es un pensamiento regulador
y una técnica de ajuste social 127
Autorregulación social y orden normativo 129
La sociedad como orden dinámico
y el conflicto social 132
El derecho como pensamiento regulador
y como técnica de ajuste social 139
El derecho se mueve en la perspectiva
de un telos 140
El derecho no se basa en la libertad
sino en la coercibilidad 143
El derecho es un orden valorativo 145
El derecho no tiene historia propia
(Marx) 147

CAPÍTULO VI
Del poder de la palabra a la democracia 149
Ética y derecho en la producción
de un orden jurídico 159
DARía BOTERO VRIBE

CAPÍTULO VII
Utopía, anarquía y derecho 165

CAPÍTULO VIII
El derecho es de la vida 187

BIBLIOGRAFÍA 195
PRÓLOGO A LA CUARTA EDICIÓN

La teoría social del derecho


en la perspectiva del Vitalismo Cósmico
Darío Botero Uribe
Profesor emérito y maestro
de la Universidad Nacional

Los vitalistas concebimos la vida psicosocial como un ámbito


normativo en el cual se desenvuelve el orden social. Son diver-
sas normativas que configuran un tejido complejo. Esa norma-
lidad tiene un carácter diverso; el derecho sólo regula una
parte; otras partes son ordenadas por distintas disciplinas: la
gramática y la lingüística gobiernan las normas semánticas,
sintácticas, fonéticas ... ; las normas sobre el comportamiento,
además del derecho, son adecuadas por la ética y la moral, etc.
La vida psicosocial es un medio dinámico que posibilita a los in-
dividuos y los grupos actuar sobre un fondo de socialidad que
enmarca su acción, que ofrece elementos predeterminados para
interpretarla, pero que a su vez se enriquece con los elementos
nuevos que aporta la acción, si no es meramente repetitiva.
¿Cómo concibo el orden social en relación con el derecho?
La intercomunicación y la interacción sociales, el discurso, el
desarrollo político, el manejo económico, la cultura ... activida-
des humanas diversas que llevan desde el inicio la impronta de
una normatividad jurídica, o por lo menos un preordenamiento
de derecho. Todas las formas sociales en el Estado son desde el
comienzo reguladas jurídicamente. No es que la base material
conduzca al derecho como una actividad subsiguiente, sino que
la base material ya está concebida política y jurídicamente, y en
el desarrollo posterior la institución o proceso debe continuar
la regulación. Si se presenta una modalidad delictiva nueva,
DARía BOTERO URIBE

no aparece tipificada en el Código Penal como delito. Esto haría


pensar a algunas personas que no está normalizada jurídica-
mente, pero debemos responder que sí lo está. A la luz de los
valores del orden jurídico social, se trata de una conducta puni-
ble, si bien no aparece tipificada y por esa razón no puede impo-
nerse la pena. Pero afirmar que está des regulada sería sostener
que no existe el Estado y, en consecuencia, que no se da un or-
den político y jurídico. Todos los días las regulaciones tienen
que ser ajustadas, perfeccionadas, completadas. La soberanía
del Estado, la constitución y el orden jurídico operan allí.
El Vitalismo Cósmico tiene una concepción triá-
dica de la vida: vida cósmica, vida biológica y vida psicosocial.
El nivel más profundo de la arqueología social es la vidá psico-
social, entendida como un conjunto de relaciones sociales,

~
culturales, económicas, jurídicas, de discurso, etc. En cada for-
mación social y en cada momento, uno u otro tipo de relación
tiene la preponderancia; pero teóricamente no existe la mono-
causalidad que domine la vida psicosocial. Así, la economía, el
derecho, la política, el pensamiento filosófico son diversas ex-
presiones de la vida social, más cercanas unas al mundo y más
próximas otras al lenguaje, pero sólo constituyen momentos
en la concepción genética del pensamiento vitalista: mate-
ria-vida-forma o pensamiento. La materia y el pensamiento,
mediados por la vida, que aparece como el centro del pensa-
miento filosófico.
Las principales formas previsoras del orden so-
cial son el derecho, la economía política y la política; ellas pro-
ducen normas, códigos, reglamentos, planes, programas, que
se proponen regular el orden social a partir de una previsión
determinada; en cambio, la sociología se ocupa de ese mismo
orden pero no en su previsión sino en su efectiva realización fác-
tica. El derecho y la ética son disciplinas normativas, pero mi
interpretación filosófica consiste en potenciar la normatividad
Teoría social del Derecho

jurídica con la normatividad filosófica. Así, en la Teoría Social


del Derecho, el derecho resulta una disciplina previsora, orde-
nadora y no solamente reguladora del orden social. El orden
social es normativo: es el resultado de normas económicas, ju-
rídicas, políticas, sociales, éticas, filosóficas, de salud pública,
de orden público, de bienestar, de tránsito y transportes, etc.
Las distintas disciplinas y los distintos reglamentos son com-
plementarios: cada faceta es abstracta para entender el con-
junto; cada faceta aporta elementos; el derecho no es la capa
más superficial del orden social. La propiedad es desde el co-
mienzo una institución jurídica; la economía es una activi-
dad que produce bienes para satisfacer necesidades, pero es
desde el comienzo una actividad enraizada en relaciones so-
ciales, políticas y jurídicas. No se trata de desmembrar esas
relaciones que aparecen en un entramado de la vida concreta ~
de la sociedad. Jurídicamente podemos seguir el perfil de las
instituciones sociales para entender el orden jurídico social y
para reprogramarlo. Pero el conjunto de esas relaciones socia-
les determina la existencia concreta de la vida psicosocial.
Kelsen fue un pensador austríaco, neokantiano
y positivista. No obstante, en la Teoría pura del derecho, incluso
en la Teoría general del Estado, lo que vino a primar fue el posi-
tivismo: el derecho es un conjunto de normas. Ese concepto
se refiere a la ley, pero no al derecho. El derecho es un orden
jurídico social y hace parte del mismo orden social. No pode-
mos decir que el orden social es ajurídico, porque tiene regu-
laciones normativas, representa criterios, cauces y
orientaciones de derecho. La teoría social del derecho es el re-
conocimiento de esa realidad. El derecho para mí es eminen-
temente social. Es social en la predeterminación de las
conductas; es social en la regulación de los comportamientos y
es social en los resultados de la aplicación del derecho a la vida
DARía BOTERO URIBE

social. Abstraer las normas de la vida social como hace el posi-


tivismo es un contrasentido.
El derecho no se legitima por el número de decisiones ju-
diciales, por la factura literaria y filosófica de los razonamien-
tos en las providencias; el derecho se legitima sólo por su
capacidad de crear un orden social justo y pacífico. El derecho
tiene que contribuir a la paz y a la justicia social, con el con-
curso de las demás disciplinas prefiguradoras del orden social:
la economía política y la política. Lo que propongo es superar
el archipiélago jurídico, la dispersión normativa y hacer énfa-
sis en la predeterminación para equilibrar las relaciones de po-
der. Pienso que el derecho debería aplicarse con unas políticas
adoptadas por el orden jurídico social, que buscan entender
las relaciones sociales como relaciones de poder. En esa pers-
pectiva, la práctica jurídica las iría equilibrando para lograr
-4 una sociedad más armoniosa y justa. El constituyente y el le-
gislador pueden hacer algo, pero sin el concurso del jurista en
el diseño de un pensamiento jurídico tutelar y en la aplicación
autorregulada del derecho para mediar las relaciones de poder
con una perspectiva de eliminar progresivamente las diferen-
cias sociales de clase, no se puede lograr mucho. Lo único que
puede dar orden y consistencia al derecho es el orden social.
Quienes toman las normas en abstracto como configurado ras
de la disciplina jurídica, incurren en un formalismo sin conte-
nido y no pueden entender la función del derecho.
En la Teoría social del derecho escribí:
Cuando uno presencia el desafío de la fuerza contra el
derecho, por ejemplo el que plantea la delincuencia
organizada, o grupos poderosos económicamente contra el
orden jurídico, no cabe duda que uno percibe de algún modo
la función democratizadora del derecho.
Por el contrario, cuando uno asiste a la rebelión de los hu-
mildes, de los despojados de la tierra, de los desposeídos contra
Teoría social del Derecho

el derecho, no puede menos que entender la función opresora


del derecho.
No podemos dejarnos llevar por una caracteriza-
ción unilateral, el derecho es en alguna medida democratizador
yen otra opresor. La Teoría social del derecho busca a través del
acuerdo de los juristas sobre el orden jurídico social y de las es-
cuelas amplias de interpretación que posibilita, hacer prevale-
cer la función democratizadora sobre la función opresora del
derecho. Esto debe ser el resultado de una evolución y no de de-
cisiones bruscas de ruptura del orden preestablecido" .

La interpretación en derecho
Paul Ricoeur escribe:
... es notable que en Aristóteles el término (hermenéutica) no
se restringe al de alegoría, sino que añade a todo discurso
significante, más aún, el discurso significante es hermeneia, es
decir, 'interpreta' la realidad, en la medida en que dice 'algo
de algo'; hay hermeneia porque la enunciación es una captura
de lo real por medio de expresiones significantes, y no un
extracto de supuestas impresiones provenientes de las cosas
mismas"l.

La Teoría social del derecho busca que la hermenéutica añada


algo al discurso normativo en tanto comprende las normas y su
correlato: el orden social contradictorio. La hermenéutica busca
ahora realizar la coherencia, captar el devenir, obtener un texto
con sentido y realizar una evolución democrática.
La Teoría social del derecho debe lograr que el orden so-
cial trascendente no sólo sea una meta de la aplicación del

1. Paul Ricoeur.El conflicto de /as interpretaciones. México:


Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 10.
DARÍO BOTERO URIBE

derecho, sino que realice su inmanencia en tanto orden jurídi-


co social, que predetermina un desarrollo posible y deseable
del orden social mismo, con una evolución prevista hacia la
coherencia, la realización de objetivos y la superación del ar-
chipiélago jurídico. Las normas y su correlato, el orden
conductual (social), no son ahora, como en la concepción positi-
vista dominante, dos líneas que marchan en forma divergente,
sino que configuran una sola ruta, la de la inmanencia, la cohe-
rencia y la lucidez. Un aspecto central de esta evolución dirigida
será la reconversión de las relaciones sociales en tanto relaciones
de poder, para contribuir a aquilatadas, de conformidad con
unas metas que se fijen los juristas en la predeterminación del
orden.

4 El derecho y la formación
Actualmente en Colombia, por lo menos en la mayoría de las
facultades, no se enseña derecho, desde mi perspectiva. La en-
señanza se ocupa de legislaciones, reglamentos, normas, ca-
sos. ¿Constituye esa práctica pedagógica enseñanza de
derecho? Mi respuesta es: no. La ley no es derecho, es apenas
uno de sus instrumentos. El resultado de esa enseñanza ins-
trumental no es la formación de juristas, profesionales con
una formación ética, con un saber general sobre la vida social
y con un conocimiento del derecho y de la ley, sino expertos
en manipulación de normas, mañosos, que rápidamente ad-
quieren en el mundo del litigio una herramienta que les per-
mite el éxito. Los mejores no son los más talentosos, sino los
más habilidosos. El derecho hay que buscado, además de la
ley, en el pensamiento jurídico, en la reflexión sobre la vida
social en la perspectiva de la normatividad, en la crítica del ar-
chipiélago jurídico. En algunas facultades se han formado dos
grupos de docentes: los "jurídicos" y los "sociólogos"; dos
grupos entre los cuales no existe diálogo; forman discursos
Teoría social del Derecho

que en su aislamiento y en su incomprensión no avanzan mu-


cho. En la Teoría social del derecho definí el derecho como una
disciplina social que tiene una forma y un contenido específi-
cos, que no se debe disolver ni en un formalismo ni en un ob-
jetivismo; el derecho no se puede resolver en norma ni en
sociología; el derecho tiene una forma normativa (en el sentido
restringido) y un objeto normativo (en el sentido amplio, es de-
cir, capaz de autorregular el orden social). En la Teoría social del
derecho quise ajustar cuentas con esas dos vertientes unilatera-
les. Los juristas deben ser capaces de pensar la sociedad. Si el
derecho es una predeterminación del orden social, aun sin
adoptar un orden jurídico social que le daría unidad y coheren-
cia al derecho, hay necesidad de aplicar el derecho para crear
paz y justicia; el derecho no puede seguir siendo un instrumen-
to de enriquecimiento de unos y de despojo de la mayoría.

La proyección vitalista
Cuando la sociedad se vislumbra desde una posición providen-
cial, se pide al súbdito el ejercicio de una creencia y una morali-
dad determinada; cuando la sociedad se concibe desde el cono-
cimiento (positivismo), hay que confiar en el desarrollo científi-
co-tecnológico, en el progreso asumido como ideología; cuando
la sociedad se observa desde la pobreza, es ineludible asumir el
imperativo de un cambio social para satisfacer la carencias.
Cuando la sociedad se concibe desde la vida, hay necesi-
dad de analizarla desde:
l. El movimiento incesante
a) interno
b) externo
2. La vitalización
3. El ambientalismo
4. La lucha contra la miseria
DARía BOTERO URIBE

1. a) Movimiento interno incesante, porque los vivien-


tes tenemos un reloj interno, sostenía Aristóteles, que marca
el tiempo. Esa temporalidad determina la cronología de los se-
res vivos y el tiempo psicológico, que puede ser más rápido o
más lento según el proyecto de vida, las exigencias que nos ha-
cemos respecto a la obra o a una realización determinada; la
angustia o el conformismo. El tiempo psicológico es el que
cada cual se da en el ritmo de vida, su deseo y su ambición, sus
fortalezas y limitaciones. Para un ser finito, autoconsciente, la
temporalidad marca las exigencias sociales, formativas, espiri-
tuales, de incompletud, de plenitud, de agotamiento.
1. b) Movimiento externo incesante, porque la vida
social está sujeta al devenir; la historia la hacen los hombres
proyectando su sentido y su perspectiva en el mundo; el mun-
do, por su parte, como realidad concreta, pone condiciones a
~ la acción. Es ahora la historia la que está sujeta al devenir: no
sólo cambia el proceso económico, social y político, sino que
cambiamos nosotros, cambian las instituciones, los desarro-
llos. Dialéctica, sÍ, pero más fluida que la de Hegel; no sólo
cambiamos nosotros por el movimiento externo e interno.
Hay una relatividad en el punto del observador que no tuvo
en cuenta Hegel, es el deseo, la ambición, el poder ... que esca-
pan a la razón, porque configuran la no-razón. La historia, por
este motivo, no es un mapa que podamos rehacer a voluntad;
sólo podemos, a través de la prefiguración y la autorregula-
ción, incidir en el desarrollo futuro controlando la proyección
humana en el mundo mediante acuerdos necesarios y con un
proceso que incida en la evolución cultural.
La vida se da como intercomunicación e interacción, como
desarrollo de la necesidad; creatividad, producción, desarrollo
de la espiritualidad social, solidaridad, convivencia, etc.
2. La vitalización. La vida es inaprensible como objeto
determinado; es el río de Heráclito, una energía universal que
Teoría social del Derecho

potencia, vivifica, produce el movimiento, e! cual toma forma


creadora, productora, realizadora. El hombre, según lo define
e! Vitalismo Cósmico, es naturaleza-transnaturaleza; en tanto
naturaleza es energía productora y creadora; la transnaturale-
za es la dimensión que representa e! proyecto de autohumani-
zación de! hombre, en tanto traduce un ámbito especial de
acción humana, social, cultural, técnica, científica, un mundo
de! conocimiento, un mundo simbólico, un ámbito praxioló-
gico y un mundo cotidiano. La contradicción de naturaleza y
transnaturaleza comporta el deterioro de la vida; por eso debi-
mos teorizar e! puente vitalista, el cual implica armonizar na-
turaleza y transnaturaleza para evitar un desfase trágico. El
equilibrio es el principio de la vitalización. La vida es una ener-
gía universal que toma forma en un individuo de los géneros
mónera, protista, hongos, vegetales y animales. La vida es la
fuerza más maravillosa de este universo, pero es frágil; no exis-
te la muerte como proceso natural, sino la transformación, la
evolución, la vivificación; pero la naturaleza y la vida pueden
ser desttuidas. A ese tipo de destrucción de la vida lo denomi-
namos muerte. La suprema contradicción del hombre: en su
mente, una pulsión pugna por vivir, por proyectar una dimen-
sión dionisiaca; y otra busca producir, para lo cual la sociedad
industrial contemporánea arrasa sin miramientos los ecosiste-
mas y las formas de vida, aplicando e! proceso científico- tec-
nológico. Una dimensión mental ha entrado en contradicción
con la otra; así la proyección humana en el campo natural e in-
cluso social es la destrucción sistemática del sistema de la vida.
La civilización occidental en el siglo XX, y aun en nuestros
días, será recordada por producir un volumen inmenso de co-
nocimiento, de arte, de creatividad, pero también por inven-
tar la muerte para iniciar un proceso, ojalá no irreversible, de
arrasamiento de la vida en este planeta.
DARía BOTERO URIBE

3. El ambientalismo. Desde el Vitalismo Cósmico, el


problema no está sólo allá en los campos devastados, está en el
desequilibrio de la mente. El ambientalismo para los vitalistas
comienza con la educación, la autoéducación, con la forma-
ción de un hombre que haya equilibrado la cosmovitalidad
con la raciomundanidad, la energía vital con la praxis produc-
tiva basada en el conocimiento científico- tecnológico.
En la perspectiva del Vitalismo, el derecho debe ser fluido,
profundamente democrático; los códigos y las leyes deben ser
muy breves y concisos en lo relativo a las normas, y densos y pro-
fundos en lo atinente a los principios. El jurista vitalista no será
ahora el letrado pretencioso, que defiende un orden injusto e in-
coherente, sino el científico capaz de prefigurar y llevar a la prác-
tica un orden que vaya ajustándose paulatinamente a la vida y a
los intereses universales del mamífero transgresor, el hombre.
~ 4. La lucha contra la miseria. El Vitalismo Cós-
mico, además de razones relativas a la dignidad humana, a la
emancipación psicosocial, plantea la necesidad de luchar con-
tra la miseria, porque la miseria daña la vida. La miseria es
irracional, algo de lo que parecen no haberse dado cuenta los
dirigentes y prohombres de esta civilización. La miseria es un
síndrome complejo de carencias psíquicas, sociales, culturales,
educativas, económicas .... que gravita negativamente sobre el
orden social. Los sectores de la miseria son discriminados, ex-
cluidos y por esa razón para sobrevivir realizan una serie de ac-
ciones que deterioran el medio ambiente. Pienso que, si se
analiza detenidamente, es muy considerable el daño que reali-
zan esos grupos humanos. La miseria es imputable histórica-
mente al régimen económico, social y político dominante.
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN

El derecho es una pieza clave del orden social. Por esa razón
los conservaduristas han buscado siempre valorar altamente
el derecho en la vida social, y de esta manera han contribuido
a concebir y a perfilar un derecho estático que busca infruc-
tuosamente detener el devenir. Han elaborado una imagen
tan convincente del derecho ligado al statu quo, que el mar-
xismo como reacción a ese enfoque negó el derecho dialéctica-
mente en cuanto lo concebía como un conjunto de relaciones
sociales falsas y luego en la negación de la negación aparece-
rían las relaciones sociales devenidas en su verdad. Hoy nin-
gún pensador considera que el derecho pueda superarse. El
problema se traslada entonces a qué tipo de derecho debe de-
linearse. El derecho que uno defiende tiene relación estrecha
con el tipo de sociedad que aspira a prefigurar. Por esa razón,
para valorar una concepción del derecho es necesario vislum-
brar entre líneas cuál idea de la vida social, de la libertad, del
individuo, de la propiedad, de la justicia, del poder se avala.
La Teoría social del derecho es una concepción dinámica
que he perfilado en torno al telos de una evolución que busca
construir una sociedad justa y democrática. La justicia y la de-
mocracia son dos conceptos sobre los cuales he venido refle-
xionando en mi obra. Al hablar de democracia, no me refiero a
ese estereotipo desgastado por el uso y el abuso de distintas
vertientes ideológicas del prisma político, sino al horizonte de
pensamiento y acción que he delineado en El derecho a la uto-
Pía; Vida, ética y democracia y El poder de la filosofía y la filosofía
del poder. Respecto a la justicia social, me opongo a las concep-
ciones que creen haber resuelto teóricamente el problema.
Pienso que la democracia y la justicia, en tanto ideas tutelares
de un replanteamiento de lo social, tienen que diseñarse y
DARía BOTERO URIBE

construirse en un proceso teórico-práctico. La democracia y la


justicia deben buscarse a partir del reconocimiento de un indi-
viduo (social, concreto) creador, productor, realizador, libre y
como correlato una regulación normativa, ética, política,
cultural que busque la complementariedad y el equilibrio
inestable, pero con ajustes permanentes, que favorezcan una
autorregulación de la vida social. La justicia consiste en el es-
fuerzo de una comunidad y de un Estado para posibilitar que
cada individuo pueda desarrollar su talento, sus posibilidades
humanas y su creatividad, con todos los presupuestos educati-
vos, económicos y culturales necesarios. Es absurdo pensar en
una idea de justicia en la cual todos tuviesen lo mismo, pues
esa sociedad sólo sería viable con un orden político-institu-
cional violento que castraría el pensamiento y la creatividad,
además de ser impracticable. Pero es más absurda aún una so-
4 ciedad en la cual gran parte de la población carece de los me-
dios necesarios para desarrollar plenamente su humanidad.
Sobre la idea de justicia he reflexionado en toda mi obra. En
consecuencia, la Teoría social del derecho debe ser finalmen~e
comprendida como parte de un pensamiento filosófico que he
venido construyendo desde el topos y el tempus ineludibles, a
los cuales he podido asomarme desde la ventana de mi exis-
tencia.
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Cuando escribí la Teoría social del derecho quise hacer un desa-


rrollo fundamental de mi filosofía, cual es la autorregulación
de la vida social. Se trata de un pensamiento original que apa-
recía a fines de un siglo signado por el dirigismo, por el inten-
to de hacer la justicia y modificar las bases de la vida social
utilizando masivamente la violencia y el poder de Estado. Mi
perspectiva filosófica es la de autorregular la vida social; en
ese proyecto utopista, que no utópico, juega un papel muy
importante la teoría del derecho concebida así como una pa-
lanca para ir modificando paulatinamente las relaciones de
poder. Este libro es, pues, una pieza clave en el proyecto filo-
sófico alIado de El derecho a la utopía, Vida, ética y democracia, In
El poder de la filosofía y la filosofía del poder y de otros libros que -fl-
estoy escribiendo, en particular, Discurso sobre el humanismo y
El vitalismo cósmico. Este proyecto filosófico no constituye un
sistema, en el sentido que critica Nietzsche, sino un proyecto
coherente centrado en la vida. No es omnisciente ni omni-
comprensivo. Resalta aspectos fundamentales de la vida en
una óptica multidimensional, en la cual participan múltiples
disciplinas, pero cribadas a través del análisis filosófico.
El concepto de derecho que formulo es diametralmente
opuesto al concepto positivista. Para éste, el derecho es con-
junto de normas; para mí es una conciencia ciudadana de res-
peto al otro. Es una delimitación de ego y alter ego. Esto me
ha permitido hacer una diferencia entre ética y derecho, y al
tiempo me ha posibilitado señalar la interacción ética-derecho
en el mundo de la cultura y de la vida social.
Se publica el texto original sin modificaciones, pero agre-
go tres ensayos, "Utopía, anarquía y derecho", "El derecho es
de la vida" y "Del poder de la palabra a la democracia", que a
DARÍO BOTERO URIBE

mi juicio ayudan a perfilar aspectos que apenas aparecen esbo-


zados en el texto original y que, en consecuencia, pueden con-
tribuir a una mejor comprensión del libro.

~
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

Escribir este libro ha sido para mí una experiencia muy enri-


quecedora desde el punto de vista de la filosofía del derecho.
Me ha permitido pensar el derecho en una perspectiva social
amplia: en especial, me ha posibilitado comprender el dere-
cho a trasluz de las otras disciplinas sociales y del propio mo-
vimiento social. En esta trayectoria he encontrado una
atalaya privilegiada -el prisma interdisciplinario- para consi-
derar la repercusión del derecho en la vida social y desde allí
he podido ir más lejos, hasta pensar cómo aparece el derecho
en la vida social y cuál es su papel en la sociedad. Desde esta
posición se ha abierto una perspectiva muy amplia no sólo
para estudiar críticamente lo que podemos denominar la cri-
sis del derecho en el marco de la crisis social, sino ofrecer una
alternativa en la fundación de una nueva teoría, pues en el
marco de la teoría y la praxis jurídicas dominantes no se vis-
lumbra una solución de la encrucijada.
La teoría social del derecho es una teoría general del de-
recho, que busca darle a la concepción y a la praxis jurídicas
una coherencia, una unidad y una solidez de las cuales carece
el archipiélago jurídico imperante: una disciplina inorgánica y
caótica como la disciplina jurídica reinante, que somete a los
juristas y abogados a ser representantes conscientes o incons-
cientes del statu quo. La teoría social del derecho les ofrece la
posibilidad concreta y clara de devenir personeros de un desa-
rrollo autocontrolado de la vida social a través del cultivo del
pensamiento normativo, de la fijación, ajustes y legitimación
del orden jurídico-social, de la organización de una disciplina
científica y del florecimiento de escuelas de interpretación con
un ámbito intelectual totalmente inédito.
DARía BOTERO URIBE

A mi juicio, este libro demuestra cómo el pensamiento


crítico, aplicado a un objeto determinado -en este caso el de-
recho-, si se emplea con libertad e imaginación, puede gene-
rar una teoría nueva, totalmente original que no sólo ofrece
soluciones a la grave crisis de la justicia que padecemos, sino
que cambia el paradigma de la disciplina jurídica y la orienta a
jugar un papel mucho más considerable, mucho más lúcido y
eficaz que el caótico y desordenado que cumple hoy.
Esto es posible si verdaderamente se aplica la crítica conse-
cuentemente, sin atavismos, sin adhesiones político-partidistas,
sin otro compromiso que el de una conciencia social y ética, guia-
da por el pensamiento utopista -que no utópico- que hemos ve-
nido desarrollando en otros libros y ensayos, el cual podríamos
sintetizar para la inteligibilidad de esta tesis, así: el hombre es
egoísta y político; individual y universal, se guía por el interés
4 personal en alguna medida, pero no puede llevar una vida más
o menos rica desde el punto de vista psicológico, intelectual,
creativo y social sin implicar los grandes intereses políticos
(sociales, culturales, económicos, creativos, etc.) de la socie-
dad. Entre más rica y compleja es una vida humana, más se
ensancha la dimensión universal del individuo.
El problema de fondo es el siguiente: no es que haya pro-
piamente una opción que le permita a un individuo perseguir
exclusivamente su interés personal o el interés general. Está
relacionado más bien con la estrechez o la amplitud de miras
de las personas. Hay distintos valores y formas de realizarse
personalmente. Un individuo con amplitud de miras, si
además tiene talento y algunas condiciones personales, se sitúa
en un plano en el cual vislumbra como suya la opción de la his-
toria, de la creación, del liderazgo, de la genialidad. Algunos in-
dividuos logran compatibilizar el interés egoísta con el interés
universal; otros metamorfosean el interés privado en interés
planetario, se olvidan de sí mismos como individuos singulares,
Teoría social del Derecho

sólo para reconocerse totalmente en una cosmovisión; otros se


proyectan a un plano general, pero sólo para favorecer su in-
terés egoísta: problemas de personalidad o de desarrollo in-
telectualles impiden comprometerse con su papel universal,
poner los fines individuales en el hombre genérico.
La teoría social del derecho busca sin mesianismos, pres-
cindiendo de fórmulas estrechas y agobiantes, un pensamien-
to normativo y un orden social capaces de ahondar la libertad
y de aclimatar un tipo de armonía social compatible con el re-
conocimiento de la diversidad.
INTRODUCCIÓN

El concepto capital de la Teoría social del derecho es el orden ju-


rídico-social. ¿Cómo he elaborado ese concepto? Ese concepto
aparece como una mediación entre el formalismo y el objeti-
vismo jurídicos. Hay dos formas extremas de entender el de-
recho: la concepción formalista, positivista o normativista
-cuyo representante paradigmático es Hans Kelsen-, la cual
implica limitarse a la inmanencia de la forma jurídica. El de-
recho es norma y aplicación de la normal. Y una concepción
que vamos a llamar, para efectos de la confrontación: objeti-
vista, marxista o "antinormativa". El derecho es vida material
(falsa, opresiva), relación mercantil, que se expresa en una for-
ma coyuntural, transitoria, ideológica. La única verdad es la
relación social. La forma jurídica apariencial (el derecho como
tal) desaparecerá cuando la revolución socialista subvierta las
relaciones sociales 2 •
El positivismo no toma la normatividad, en el concepto
filosófico amplio, como pensamiento destinado al ordena-
miento social y, desde luego, al resultado del mismo, la nor-
matividad positiva. El positivismo considera la normatividad
como conjunto de normas positivas vigentes en unas coorde-
nadas de tiempo y espacio. Esta autolimitación ya implica una
reducción muy considerable en el ámbito de extensión del de-
recho. Aun cuando excepcionalmente habla del proceso de
creación de las normas, éste sólo se tiene en cuenta como una

1. Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, Buenos Aires, Eude-


ba, 1960, pp. 43 Y ss.
2. E. B. Pashukanis, Teoría general del derecho y el marxismo,
México, Grijalbo, 1976, véanse caps. II y III, pp. 55 Y ss.
DARía BOTERO URIBE

causalidad del derecho positivo, ya no ese proceso en tanto de-


sarrollo y aplicación de un pensamiento normativo. Por eso, la
praxis jurídica es una manipulación de normas, carente de
pensamiento. Aun cuando se adornen las sentencias, los ale-
gatos e incluso los comentarios doctrinales, no son más que
consideraciones instrumentales. Es incluso imposible una crí-
tica racional-no racional de las normas abstraídas de un pen-
samiento jurídico.
El objetivismo marxista tiene una desconfianza intuitiva
en la normatividad, en las dos acepciones en que la hemos
considerado, en cuanto ésta se inspira en el deber ser de la filo-
sofía trascendental de Kant. El marxismo trata de convertirlo
todo en ser natural e histórico. El deber ser estaría lastrado de
idealismo, potenciado de valor. Algo muy difícil de aceptar
para una filosofía que tiene una connotación tan grande de ne-
4 cesidad (de determinismo cientifista)3.
Al considerar el derecho como facticidad (encubierta),
como conjunto de hechos (disfrazados de finalidad), el marxis-
mo quiere barrer esa ideología jurídica para que reine en toda
su fluidez la facticidad. Pero eso sí, una facticidad justa, equi-
tativa, socialista. ¡Suprema contradicción! El marxismo perse-
guía una realidad social justa, ética, pero se negaba a aceptar
la ética como una finalidad consciente, como una organización
del proceso histórico en torno a unas relaciones de valor. El
marxismo -es lo que hace Pashukanis- quería la verdad, el
bien y la justicia, pero no como valores que deberíamos objeti-
var, sino como componentes de los hechos desnudos.
El marxismo pretende superar el dualismo humeano-
kantiano: hecho-norma, ser-deber ser, y en consecuencia
construir un monismo que sólo contenga ser, hechos, pero

3. Ibíd., p. 28.
Teoría social del Derecho

calificados. Trata de hacer ver los valores no como "ideas",


como conceptos, sino como componentes de la realidad en
cuanto tal. Esta concepción es ingenuamente materialista,
mete el pensamiento dentro de la realidad como atribución de
la misma. En ese caso hay un sujeto-objeto idéntico, pero en lo
en sí. Este esfuerzo por escapar al idealismo conduce a un rea-
lismo ingenuo.
Sostiene Pashukanis: "Pues parece que la categoría cien-
tífica pura del Deber ser, desembarazada de todos los aluvio-
nes del Siendo, de la facticidad, de todas las 'escorias' psicoló-
gicas y sociológicas, no tiene, y de ninguna manera puede
tener, determinaciones de naturaleza racional"4. A Pashuka-
nis ni siquiera le pasa por la mente la existencia del pensa-
miento normativo. Es impresionante la miopía de Pashukanis:
creer que el deber ser no contiene nada racional: que el preor-
denamiento social (bien sea económico, político o jurídico) no
es racional, es caer en un determinismo absoluto. En términos
del sistema de Hegel, lo que quiere decir Pashukanis es que lo
real es racional, pero que lo racional (el pensamiento, la críti-
ca) no es real. En este punto, Pashukanis es premarxista. Si
hay algo claro en Marx es cómo la razón puede convertirse en
historia~.
Es importante aclarar un punto. Pienso que toda lucha
por la justicia, por el bienestar, por el cambio social comporta
la adhesión a unos valores reguladores de la acción social. Esto
es necesario para superar el objetivismo. Pero, por otra parte,

4. Ibíd., pp. 28 Y 29.


5. Carlos Marx, "Tesis sobre Feuerbach", incluido como
apéndice a la edición de la Ideología alemana, Montevideo,
Ediciones Pueblos Unidos, 1971, véase la. tesis, pp. 665 y
666.
DARÍO BOTERO VRIBE

se puede presentar un malentendido respecto a la teoría de los


valores, que nosotros no aceptamos. Ésta pretende que el
mundo objetivo y el mundo social carecen de sentido:
que el sentido lo dan las teorías filosóficas, políticas, jurídi-
cas ... Max Weber pensaba que el destino de una época de cul-
tura que ha comido del árbol de la ciencia consiste en tener
que saber que podemos hallar el sentido del acaecer del mun-
do, no a partir del resultado de una investigación, por acabada
que sea, sino siendo capaces de crearlo; que las" cosmovisiones
jamás pueden ser producto de un avance en el saber empírico,
y que, por lo tanto, los ideales supremos que nos mueven con
la máxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, sólo en
la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para
otras personas como para nosotros los nuestros 6 •

4 Nosotros pensamos, por el contrario, que el mundo tiene


un sentido no arbitrario, que parte de la objetividad y desde
luego desemboca en una conciencia determinada: una con-
ciencia tanto objetiva como subjetiva al mismo tiempo. Una
conciencia que aprehende elementos objetivos y desde luego
se halla matizada ideológica y políticamente, o sea, la realidad
no puede ser entendida sólo en las teorías, sino que debe ser
captada en su fisonomía propia, subjetiva y objetiva. El senti-
do de la realidad no es mera valoración, es en alto grado una
conciencia objetiva. Así, no podemos des realizar el mundo,
quitándole toda consistencia a la objetividad, y dándole a las
valoraciones subjetivas la capacidad plena de entender el
mundo y de actuar sobre una ficción.

6. Max Weber, Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos


Aires, Amorrortu, 1973, p. 46.
Teoría social del Derecho

El concepto de orden jurídico-social toma la forma en su


especificidad. En esto coincide con el normativismo, pero no
niega el contenido como hace el normativismo, hundiéndose
en un formalismo agudo. Por otra parte, concuerda con los ju-
ristas marxistas en la importancia del contenido, pero no nie-
ga como ellos la forma: no ve el derecho como mera ideología.
La teoría social del derecho al postular el orden jurídi-
co-social no sólo construye un puente entre forma y contenido
del derecho, sino que:
l. Posibilita una interrelación dialéctica forma-contenido,
en la cual la forma regula el contenido y el contenido pre-
siona una evolución coherente de la forma en la perspecti-
va de la justicia.
2. Amplía la concepción de la normatividad jurídica, la cual
ya no se agota en unos códigos apergaminados, sino que
nutre un pensamiento regulador venoso y consciente de la
autor responsabilidad social.
3. Autoriza a los juristas a salir del poco honroso papel de
defensores a ultranza del staru qua y los convierte en
guías de una evolución democrática, justa y autorregula-
da de la vida social.
4. Permite al derecho, por primera vez, organizarse como
una disciplina científica y no como es en la actualidad un
mero mecanismo de control social.
(En qué sentido es social la teoría social del derecho?
Usamos el adjetivo social para señalar cómo esta teoría rebasa
los lineamientos normativistas de una "teoría pura del dere-
cho", o simplemente de una juridicidad reducida a la normati-
vidad positiva.
El acento en lo social significa que si bien el derecho es
una forma específica irreductible a cualquier otra disciplina, el
derecho al acceder a pensamiento normativo descubre con
toda claridad su rol alIado de las demás disciplinas sociales:
DARlo BOTERO URIBE

crear un orden social, mantenerlo, reajustarlo y legitimarlo.


Ese orden social prefigurado es un determinado discurrir de la
vida colectiva "normal", que se aspira a lograr. Ese orden jurí-
dico-social es una de las tres grandes formas de preordenar, di-
rigir y organizar la vida social, en la esperanza de que la
comunidad corresponda a las expectativas y acepte los moldes
propuestos. Las otras dos grandes formas dentro de esa pers-
pectiva son la economía política y la política.
Si bien la economía política y la política tienen gran im-
portancia en la organización de una vida social fluida y gratifi-
cante, pacífica y aceptable, no hay duda de que la economía
política y la política no pueden reemplazar el derecho. La eco-
nomía política y la política distribuyen intereses y derechos.
Pero sólo el derecho y la ética pueden ir paulatinamente deli-
mitando el ámbito de la licitud e ilicitud, de la adaptación no
4 conflictiva del individuo a la vida social, lo mismo que la regu-
lación de las distintas esferas de acción de los individuos, de los
grupos, de las comunidades, de las asociaciones y colectivida-
des para buscar una integración social lo más armónica y hu-
manizada posible. La economía política y la política apuntan
al qué, el derecho al cómo. El derecho en esta concepción vie-
ne a ser la carta de navegación de la vida social.
El uso del término positivismo en este estudio con dife-
rentes acepciones puede dar lugar a reparos. En primer lugar,
usamos el concepto "Positivismo", en una acepción filosófica:
el positivismo entonces significa otorgar a la ciencia el privile-
gio como la única forma de conocimiento válido, negando el
carácter de conocimiento a la reflexión filosófica; también ca-
racteriza una posición que se conoce como "cientifismo", una
actitud de realce de la "ciudadela científica", de las "ciencias
positivas", en desmedro de la vida intelectual y artística. E
igualmente se refiere a una metodología del conocimiento
científico, que no otorga connotaciones diferenciadoras entre
Teoría social del Derecho

las categorías y los instrumentos de conocimiento aplicados al


mundo natural y los que se utilizan en la investigación social.
En segundo lugar, usamos positivismo en el espectro de
la teoría del derecho, es decir, como positivismo jurídico. En
este caso aludimos a la filosofía del derecho, especialmente a la
concepción kelseniana, tipificadora del positivismo jurídico.
Allí se hace referencia fundamentalmente a la visión del dere-
cho como conjunto de normas positivas. En tercer lugar, im-
plicamos el positivismo, en el sentido de la praxis jurídica, un
uso más chato y recortado aún que el del positivismo jurídico.
Acá nos referimos a la práctica profesional y jurisprudencial
que se agota en las glosas, en los comentarios meramente ins-
trumentales tendientes a la aplicación o a la interpretación.
No obstante, por supuesto, toda aplicación comporta una in-
terpretación, pero no toda interpretación conduce a una apli-
cación de las normas.
La idea de que el derecho es una capa superficial y exter-
na -por lo menos en su origen- a la vida social es una idea muy
extendida. La teoría social del derecho controvierte esta idea.
Veamos cómo: el derecho efectivamente es asumido por el
Estado como un instrumento fundamental de ordenamiento
social. Pero el Estado no hace más que desarrollar y potenciar
formas institucionales, normas, tipos rudimentarios de orga-
nización ya existentes en la vida social. La interacción social
genera en la praxis misma una distinción entre las conductas
que la comunidad estima admisibles, válidas, y las que los gru-
pos rechazan por considerar que interrumpen la fluidez y la ar-
monía de la interacción. Socialización e integración social
medianamente civilizadas no son posibles sin actos de reciproci-
dad, de respeto, de confianza entre quienes interactúan. El de-
recho y la ética parten de un tronco común, aun cuando
posteriormente toman caminos diversos, no obstante comple-
mentarios. El derecho y la ética son autolegislaciones que
DARÍO BOTERO URIBE

nacen en la experiencia misma, que conforman un catálogo de


normas sociales, que se encargan de difundir e imponer la fa-
milia, la organización educacional, los medios de comunica-
ción, etc.
Esa normatividad constituye la base del derecho y de la
ética, que después tendrán un enorme desarrollo político, ser-
virán de fundamento a diversas formas de conciencia y nutri-
rán teorías y doctrinas muy diversas.
¿Por qué sostenemos que en la vida social está no sólo la
ética sino también el derecho? Porque ya en la vida social
preestatal (léase independiente de la acción del Estado) pode-
mos observar los elementos básicos de la organización jurídica
y ética de la sociedad. La eticidad ha tomado forma como una
autoconciencia de los individuos, base de un obrar aurorres-
ponsable y libre; y distintas formas de coacción sobre los indi-
4 viduos, que comportan sanciones impuestas por el grupo a
quienes no se someten a la autolegislación social, constituyen
la base del derecho.
En comunidades "naturales", en sociedades tradiciona-
les, esas formas básicas del derecho y de la ética tienen un ám-
bito de acción reconocido y juegan un papel central en la vida
social. En los más modernos y complejos estados contemporá-
neos, el reglamentarismo, la juridización, la codificación espe-
cializada, la judicialización tratan de copar todo el ámbito de
la vida social con una normatividad positiva. De ahí la apa-
riencia que el derecho es siempre derecho de Estado, y que
más allá de las normas positivas o de segundo grado, no hay
nada. Los desarrollos que hacemos en este estudio mostrarán
luego -a eso aspiramos-la importancia de reconocer y valorar
los distintos tipos de normas -además de las normas positi-
vas- para la interpretación y aplicación del derecho.
Un investigador social muy posiblemente va a tener difi-
cultades para observar estos fenómenos de una manera
paradigmática, porque en este caso sí operan las esferas exter-
nas a la sociedad para enturbiar el libre fluir de la vida social:
la dominación, la violencia, la opresión distorsionan grande-
mente la capacidad de los grupos sociales de autolegislarse. El
Estado contemporáneo está reemplazando masivamente esas
formas genuinas de pensamiento preordenador y de control
social por una normatividad positiva, que configura una
monstruosa alienación jurídica y política de la sociedad. For-
mas que pueden incluirse con pleno derecho en un catálogo
del totalitarismo contemporáneo.
CAPÍTULO 1

r.' N ormativismo
o teoría social del derecho?
Crítica del normativismo
Habermas ha reformulado la teoría de los tres mundos de
Popper y como resultado ha llegado a la concepción de un
mundo objetivo, constituido por hechos; un mundo social,
configurado por normas y un mundo subjetivo, representado
por vivencias l .
El mundo social es, pues, un mundo normativo. Existe
una tipología amplia de normas sociales: normas jurídicas,
normas éticas, normas culturales, normas semánticas, normas
fonéticas, etc. A diferencia de la naturaleza, la vida social está
regida por reglas, por prefiguraciones de la conducta, por un
pensamiento normativo.
La sociedad para poder sobrevivir necesita una forma de
autorregulación social: ésta se cumple a través de formas re-
guladoras de la conducta social, tales como las normas jurídi-
cas propiamente dichas, las normas sociales básicas, las
normas éticas y las normas políticas. Parto de la afirmación de
que la sociabilidad es histórica, que se configuró en un mo-
mento relativamente avanzado de la historia del hombre,
como forma subsiguiente a la horda primitiva. El hombre,
pues, ha devenido social. Todas las sociedades históricas han
necesitado unas normas sociales, éticas, jurídicas y políticas
para regular el desenvolvimiento social. Se puede decir que esa
normatividad es expresión de las relaciones sociales, configura
formas culturales y políticas que han ido acuñando los pueblos
para encaminar la vida social.

1. Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Ma-


drid, Taurus, 1987,1, pp. 112 Yss.
DARía BOTERO URIBE

El derecho y la ética no son formas externas a la sociabili-


dad. Desde luego que las teorías éticas y jurídicas son formas
reflexivas, elaboraciones conceptuales complejas, que buscan
consolidar la sociabilidad desde fuera. Pero los elementos
mismos objetivos de la eticidad y de la juridicidad son inter-
nos a la sociabilidad, no son sólo formulaciones filosóficas o
políticas, sino más bien formas necesarias de la interacción,
del respeto mutuo que subyace a la sociedad, expresión de la
complementariedad de funciones a que obedece la sociabilidad.
Antes de cualquier formulación, de cualquier sanción estatal, se
dan los elementos configuradores del derecho y de la ética, la in-
fraestructura de las teorías.
Si esto es correcto, si el derecho y la ética son inescindibles
de la interacción social, la teoría del derecho no puede limitarse
a lo que llamaríamos las normas de segunda generación, es de-
~ cir, las creadas y respaldadas por el Estado.
La ley del Talión significó un esfuerzo gigantesco del
hombre por graduar la venganza, que muy probablemente
no fue la creación de legisladores audaces, sino que quizás és-
tos no hicieron más que recoger el reclamo de una idea de
justicia básica, que se fue abriendo paso en el desarrollo de la
sociabilidad, para equiparar la venganza con el daño, lo cual
se manifiesta con la conocida fórmula: "ojo por ojo, diente
por diente".
El derecho y la ética no serían de esta manera más que
manifestaciones concretas de una idea básica de justicia, que
está implícita en toda relación social. Las formas como estas
relaciones sociales internas se alteran por la dominación exter-
na: por el poder, por la violencia, por las ideologías justificato-
rias de la desigualdad y de la opresión, constituyen largos
episodios de la historia humana.
Podemos preguntarnos, ¿cuál es el ámbito de existencia y
operatividad del derecho? Hans Kelsen piensa que el derecho
Teoría social del Derecho

está contenido en la ley2. En general, los positivistas, que en


derecho son legión, con algunas salvedades, coinciden en este
juicio. El derecho estaría contenido en las normas creadas por
el Estado, mientras se mantengan vigentes. Kelsen, como en
general el positivismo, es reduccionista. La normatividad al-
canza a explicar cómo el Estado reacciona ante distintos pro-
blemas que le plantea el desarrollo social, sancionando
códigos y leyes sobre los más diversos temas. Pero el positi-
vismo se detiene allí. Hace del campo de producción de las
normas (el constituyente, el legislador, el gobierno como co-
legislador e incluso el funcionario administrativo con jurisdic-
ción, el juez, el inspector de policía, el agente de tránsito en
cuanto crean normas individuales o lo que Kelsen llama "re-
glas de derecho" ) un campo extrajurídico. Sólo sería jurídico
en cuanto instancias autorreguladas por el derecho, pero en- ILi~
tonces sólo se tiene en cuenta el resultado normativo, abstra- ~
yendo lo demás. Sería extrajurídico en cuanto a los criterios y
consideraciones que se utilizan para crear las normas 3 . El posi-
tivismo pierde con ello la capacidad de entender la función so-
cial del derecho, ¿por qué existen normas jurídicas?, ¿a qué
responde el ordenamiento jurídico? El positivismo contesta
simplemente que esos con temas metajurídicos. El abogado, el
jurista, sería simplemente el manipulador de normas jurídicas,
un experto en la descripción de las reglas, en la determinación
de cuáles son las normas aplicables a un caso sometido a con-
troversia o incluso a uno de jurisdicción voluntaria.
El normativismo se pierde en una maraña de normas, las
cuales se refieren a los más diversos temas. No es capaz de dar
coherencia al derecho, no puede inducir la formación de un

2. Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, Buenos Aires, Edi-


torial Universitaria, 1960, pp. 45 Yss.
3. Ibíd., pp. 46 y ss.
DARía BOTERO VRIBE

pensamiento jurídico consistente, que tenga un objeto deter-


minado. El normativismo padece un formalismo extremo. Lo
que le da unidad al normativismo es la estructura formal de la
norma. Sus clasificaciones prescinden de todo contenido, por-
que desde luego cualquier contenido rebasaría el ámbito estre-
cho que el normativismo le ha fijado al derecho. La labor del
jurista sería el conocimiento del derecho (positivo) y su descrip-
ción y aplicación, de acuerdo con las reglas de derech04 •
Si las normas consideradas formalmente, desde luego,
son el objeto del derecho, resulta que para Kelsen, la forma y
el contenido del derecho coinciden. Este formalismo extremo
expurga el derecho (positivo) de toda adherencia extraña. Ca-
rece de sentido preguntarse por la justicia de una norma o de
un texto legal determinado~.
En la consideración del derecho, la ética sería irrelevante
~ y la justicia carente de sentid06 • U na postura que desliga el de-
recho de la vida social de una manera tan extrema, se priva de
todo sentido crítico. El sistema jurídico del gobierno de Hitler
o el de Stalin constituirían derecho positivo con el mismo ca-
rácter, validez y obligatoriedad de cualquier otro, no obstante
que legalizaran la más brutal represión, que desconocieran el
derecho a la oposición, que sancionaran la práctica del exter-
minio de millones de opositores, de judíos, etc.
U no de los capítulos de la Teoría general del Estado de Kel-
sen se denomina "El poder del Estado como validez del orden
jurídico"7, el cual por sí mismo hace suficientemente elocuen-
te que para el ilustre filósofo del Estado y el derecho, de

4. Ibíd., pp. 45 Yss.


5. Ibíd., p. 59.
6. Ibíd., pp. 59 Yss.
7. Hans Kelsen, Teoría general del Estado, México, Editora
Nacional, 1939. p. 125.
Teoría social del Derecho

nacionalidad austríaca, cualquier sistema normativo, no im-


porta su contenido, es válido, indiscutible y obligatorio, pues
su criterio de validez es el poder del Estado, es decir, el poder
desnudo, la mera imposición.
El positivismo, a mi juicio, recae necesariamente en un
fetichismo de la ley. El fetichismo de la mercancía de que ha-
bla Marx se explica como un velo que oculta las relaciones en-
tre personas, las cuales aparecen en la superficie como
relaciones entre cosas. El fetichismo jurídico, por su parte, se-
ría el ocultamiento de las relaciones humanas vitales, previstas
por el orden jurídico-social, que aparecen comprendidas en
categorías jurídicas abstractas a través de artículos, parágrafos
e incisos.
El fetichismo de la ley podemos expresarlo en cinco for-
mulaciones:
l. La leyes sabia, se aplica a todos los casos con igual perti-
nencia.
2. La leyes justa, da a cada uno lo merecido.
3. La ley representa el interés general.
4. La normatividad es autosuficiente. No existen lagunas ju-
rídicas.
5. La ley realiza la eticidad.
Paso a explicarlas brevemente:
l. El joven Platón, cuando estaba elaborando su imponente
construcción teórica de la política, formuló una crítica
muy dura a la ley. ¿Cómo puede un precepto universal
comprender y poder aplicarse hipotéticamente a miles de
casos, todos diferentes por sus circunstancias, por las cali-
dades de los comitentes, por la ética de cada uno, por las
distintas motivaciones? B Pensar que para aplicar un

8. DarÍo Botero Uribe, El Estado y la ideología, Bogotá, Edi-


ciones Tercer Mundo, 1979, p. 185; Platón, "El político o
DARlo BOTERO URIBE

principio universal a un caso individual sólo disponemos


en nuestro sistema jurídico de la graduación numérica de
la duración de la pena, aun sabiendo la relatividad de con-
denar a un delincuente a 7 años, a 6 o 5... Conociendo que
la pena no repara el daño y que el delito es inconmensura-
ble con la pena.
2. La ley no da a cada uno lo justo, porque la ley no reconoce
debidamente la justicia. La ley pone reglas generales abs-
trayendo miles de especificidades y sólo trazando un rase-
ro medio ideal que supuestamente no se va a los extremos,
pero tampoco conoce las circunstancias específicas de un
solo caso. Si la ley presuntamente se acerca a un solo caso,
en esa misma medida se aleja de los demás.
3. La ley no representa el interés general. Los textos legales
son elaborados por individuos que tienen una concepción
~ determinada o representan intereses privados, o buscan
con las normas la obtención de objetivos políticos; y en
muchos casos persiguen favorecer a clases, a grupos e in-
cluso a personas.
4. Kelsen efectivamente piensa que el sistema jurídico es un
universo autosuficiente, que excluye la existencia de lagu-
nas jurídicas9 • Yo pienso, por el contrario, que el derecho
positivo es tan precario, que con mucha frecuencia apare-
cen modalidades delictivas nuevas, fenómenos desconoci-
dos de contratación, formas inéditas de relación laboral. En
una sociedad dinámica como la industrial contemporánea,
ningún ordenamiento jurídico formal es capaz de resolver
los fenómenos sobrevivientes sin crear constantemente una

de la realeza", en Obras completas, Madrid, Aguilar Ediciones,


1969, pp. 1087 Yss.
9. Hans Kelsen, Teorla pura del derecho, Ob. cit., p. 45.
Teoría social del Derecho

prolija legislación que contemple la emergencia de sucesos


y que les dé un tratamiento específico.
5. La leyes un orden de normas diferentes del orden norma-
tivo ético, pues en tanto que la ética apela a la auto-
rresponsabilidad del individuo, es decir, erige al indivi-
duo en juez de su propia conducta, la leyes un orden
coercitivo que exige unos comportamientos típicos, so
pena de aplicar una sanción por el incumplimiento, los
cuales, por ejemplo, en el campo de operaciones financie-
ras complejas validan conductas que pueden llegar a ser
francamente inéticas, siendo por lo demás irreprochable-
mente jurídicas.

Propuesta de una teoría social del derecho


Pienso que el normativismo kelseniano y, en general, el posi-
tivismo jurídico, no contienen ningún saber, pues el sistema
de glosas en que se traduce la praxis jurídica, los comentarios
marginales de la jurisprudencia, los alegatos exegéticos de los li-
tigantes inducen un pensamiento instrumental, que se pierde en
la maraña de normas, en sus condiciones de aplicabilidad, en la
descripción de las normas pertinentes, en los términos y condi-
ciones procedimentales, con un desprecio muy censurable por
un verdadero debate !ntelectual sobre las instituciones jurídi-
cas, sobre la evolución del pensamiento regulador, de las for-
mas de autocontrol social, lo mismo que la evolución de la
cultura política, el pensamiento humanista, etc.
En la historia ha habido intentos de formular una teoría
social del derecho que permita superar las limitaciones inte-
lectuales del positivismo jurídico. Son muy célebres las teo-
rías de los juristas soviéticos Stuchka y Pashukanis, que no
obstante no avanzan mucho, debido a su economicismo y a
una concepción sectaria y estrecha del derecho, que se pro-
pone destruirlo (en el supuesto de que esta empresa fuera
DARía BOTERO URIBE

realizable)lO. Es tan negativo el concepto de derecho que ellos


manejan, que en vez de posibilitar una praxis enriquecedora,
una concepción del derecho que ayude a los intereses de la
transformación social, éste se considera sólo como un resulta-
do de la opresión, como si el derecho sólo fuera derecho de
Estado o de clase y no también a la vez una expresión compleja
y necesaria de la interacción social.
Es inconcebible un orden social, por democrático y avan-
zado que sea, que prescinda totalmente del derecho. El dere-
cho no es sólo una forma reguladora externa, superflua, sino
un nivel interno de la sociabilidad, una forma necesaria de la
interacción social, que delimita las esferas de permisibilidad,
de licitud e ilicitud, complementa el otro nivel esencial de au-
tocontrol de la sociabilidad, la eticidad e ineticidad del com-
portamiento social.
~ Aun cuando partiéramos de la premisa de un mejora-
miento social radical, de una elevación general del nivel inte-
lectual y cultural de toda la población y de un desarrollo
extraordinario de los valores éticos, la conflictividad y el dere-
cho bajo esa suposición reducirían sin duda su acción, pero no
desaparecerían, pues los límites de la licitud en investigacio-
nes científicas riesgosas, en operaciones financieras, en la fron-
tera que debe establecerse entre la acción individual y los
derechos colectivos, y así en otros tipos de ejemplos que po-
dríamos aducir, en los cuales los límites de la conducta son
muy borrosos y discutibles, aun para personas honradas y de
buena fe. De tal manera que el derecho establece pautas y de-
rroteros a la conducta que orientan la acción social, de los cua-
les no se puede prescindir totalmente, aun cuando pueden

10. Véase E. B. Pashukanis, La teoría general del derecho y el


marxismo, México, Grijalbo, 1976, pp. 56 Yss.
Teoría social del Derecho

adquirir formas muy diversas, de acuerdo con la organización


de la vida social.
Esto demuestra cómo las concepciones extremas, secta-
rias, que no hacen justicia a la riqueza y complejidad de la vida
social, sino que pretenden encerrarla en unos cartabones es-
trechos, quieren resolver la complejidad de las relaciones so-
ciales con consignas efectistas, pero simples y reduccionistas,
presentan limitantes intrínsecas, que si bien les permiten
adoptar posiciones contestatarias, no pueden avanzar ni inte-
lectual ni praxiológicamente 11 •
El pensamiento para poder avanzar requiere un encuadre
conceptual, suficientemente comprensivo y flexible, capaz de en-
riquecerse con la evolución y dispuesto a hacer reformulaciones
en muchos campos, pues la evolución de lo en sí es inabarcable
para el pensamiento que pretenda vislumbrarlo a mediano o lar-
go plazo. Esas consignas rígidas, que al comienzo eran progresis-
tas y reflejaban alguna dimensión de la vida social, acaban
convirtiéndose con el tiempo en formas muertas, en obstáculos
para la comprensión y el avance social, en formas esclerosadas y
reaccionarias.
En estas condiciones no es mucho lo que podemos aprove-
char. Tenemos el reto de construir una conceptualización que
permita una concepción avanzada del derecho, contemporánea,
lúcida, que ayude a los juristas y abogados a cambiar la condi-
ción de defensores a ultranza del statu quo, de individuos que
consciente o inconscientemente manejan el látigo de la repre-
sión social, por la condición de personeros de la legitimidad del
orden social, de promotores de una evolución democrática, pro-
gresista, que le dé al derecho un calado social profundo, que
permita la creación de un verdadero pensamiento jurídico, que

11. Ibíd., Prólogo de Adolfo Sánchez Vásquez, pp. VI Y ss.


DARlo BOTERO URIBE

en vez de agentes inconscientes de un orden social que no com-


prenden, busquen conscientemente realizar la justicia a través
del derecho.
La propuesta se basa en concebir una teoría social del de-
recho que reconozca debidamente la forma jurídica, para no
hundirse en un sociologismo. Planteamos la especificidad de
la forma y el contenido jurídicos. La forma del derecho consti-
tuida por las normas, los procedimientos, el desarrollo jurídico
formal; el contenido representado en el orden jurídico-social.
Diferenciamos el orden jurídico-social del mero orden social.
El orden jurídico-social es el orden prefigurado, que debe
legitimarse, que busca la convivencia, la paz, una vida social
fluida, en la cual la mayoría acate voluntariamente el orden,
pues si bien el derecho es un orden coactivo, su legitimidad,

-4 que muchos no perciben, consiste precisamente en que ese or-


den sea aceptado voluntariamente. Las razones de esa acepta-
ción voluntaria pueden ir desde el temor a la sanción hasta una
identificación con los supuestos de ese orden, pero esas dife-
rencias no interesan mucho al derecho, en tanto no se convier-
tan en un desafío al orden mismo. Cuando existe un desafío a
ese orden, el orden debe ajustarse a las necesidades sociales y
no simplemente pensar en cerrar el cerco de la represión.
El orden jurídico-social es también un orden normativo,
pero rebasa las normas jurídicas, es un orden predeterminado,
que busca regular la sociedad de acuerdo con unos patrones
previstos; que parte de las condiciones de la vida económica,
social y cultural, de las formas de violencia, pero no se queda
en los hechos, porque el derecho no es un orden fáctico, sino
más bien una reflexión en torno a la facticidad, que se traduce
en fuerza ordenadora, en previsibilidad, en el señalamiento de
caminos para dirimir los conflictos pacíficamente, en la necesi-
dad de tener una instancia presuntamente imparcial para re-
solver las controversias y para tratar de imponer un equilibrio
Teoría social del Derecho

muy precario, es cierto, entre quien ha recibido un daño o per-


juicio y la sanción que debe imponerse a quien ha causado el
daño, etc.
Al orden jurídico-social no le interesa tanto la imposi-
ción de la sanción, como el poder pedagógico e incluso intimi-
datorio para que la mayoría se abstenga de realizar ese tipo de
conductas. El derecho es una gran empresa de previsión de
una relativa normalidad social que proyecta el orden jurídi-
co-social.
El orden jurídico-social examina la pertinencia y actuali-
dad de las normas, busca cauces para la vida social; no legisla,
es cierto, pero interpreta coherentemente en el sentido del de-
recho, no sólo de la ley; recomienda la adopción de normas y el
cambio de legislaciones; esclarece el ordenamiento legal for-
mal, le da sentido a las leyes; le quita sentido y aplicabilidad
a normas y estatutos normativos que al contemplar el con-
junto armónicamente demuestran su inadecuación; por ejem-
plo, en vez de mantener la convivencia, perturban el orden
jurídico-social, generan violencia, originan prácticas jurídicas
viciosas.
La determinación de ese orden social normativo es la úni-
ca posibilidad de dar sentido y coherencia al derecho, de.pro-
porcionarle un saber e incluso la perspectiva de construir una
disciplina científica, la cual explicaría la producción de conoci-
mientos en torno a la vida y a la evolución del derecho.
Ese orden jurídico-social no es una mera generalización
de las normas; es también un examen de las instituciones so-
ciojurídicas, de la evolución de las formas de autorregulación y
control social, de los conceptos de la cultura filosófica y políti-
ca (libertad, igualdad, derechos humanos, conceptos ecologis-
tas o ambientalistas, etc.).
La leyes una mera instrumentalización del derecho. La
ley no puede jamás agotar el derecho. Si el derecho se agotara
DARía BOTERO URIBE

en la ley resultaría, como viene sucediendo efectivamente en


la práctica jurídica, una acción caótica que no tiene un centro
regulador, una dirección determinada. La práctica legal en
Colombia es hoy un desorden de decisiones, de juicios, de trá-
mites que apunta en todas direcciones y que no refleja en ab-
soluto una conciencia responsable de la necesidad de actuar
armónicamente para legitimar el orden social. Si el derecho no
se agota en la ley, ¿dónde aparece el ámbito regulador del de-
recho y de la formación de una conciencia jurídica coherente?
El ámbito del derecho tiene que buscarse en la dimen-
sión de su objeto, en la vida social que prefigura y ordena, de
conformidad con unos patrones determinados, no en el análi-
sis factual, pues si bien una conciencia empírica, una informa-
ción del acaecer interesan al derecho, sólo sirven para ilustrar
la conciencia jurídica, no para fungir como derecho. Al dere-
-4 cho sólo le interesan los hechos para sancionar las violaciones
al orden prefigurado y para alimentar una reflexión de la con-
ciencia ordenadora, que se traduzca en ajustes al orden previs-
to. Ese orden es normativo, no en el sentido de que esté
compuesto de normas sino más bien que es la prefiguración de
un orden que busca orientar la conducta social, se propone ob-
tener una convivencia social determinada. La labor de los ju-
ristas, de la teoría jurídica, de la jurisprudencia no puede
limitarse a los meros comentarios de las normas positivas, sino
que debe empeñarse en la elaboración intelectual de ese or-
den, el cual deberá ser ajustado periódicamente y plantear las
condiciones de su legitimidad. Hay que superar la miseria de
ese pensamiento, si así puede llamarse, que no va más allá de
las glosas.
El orden jurídico-social es el orden propuesto por los ju-
ristas a la vida social; el orden social, el de la sociología, es el de
la conducta efectivamente realizada. En esta concepción, la so-
ciología se convierte en una forma de retroalimentación del
Teoría social del Derecho

derecho, y éste en una forma de predeterminación de la vida so-


cial, que proporcionaría un modelo para la evaluación y la críti-
ca por parte de la sociología.
El derecho pasaría de una disciplina intrascendente a una
forma de legitimación del orden social, una búsqueda de una
evolución coherente y lúcida de la vida social. La interpreta-
ción del derecho dejaría de ser esa labor servil de la ley y, sin
desconocerla, tendría como cometido fundamental poner
cada caso en relación con el derecho, no simplemente con la
ley. De esta manera cada fallo, cada acto jurídico debería dar
una respuesta a la unidad del orden jurídico-social, a su legiti-
midad.
La norma es una estructura jurídica que consta de un su-
puesto y una consecuencia. El supuesto revela, en forma lo-
grada o no, una preocupación ética, la búsqueda de un
pensamiento civilizador, la prefiguración de una conducta
que, por ser prescrita o condenada por la ley, se quiere sea
adoptada por la gente por acción u omisión.
La consecuencia es una sanción, en el sentido amplio de
aprobación o improbación. Lo importante es saber que la fina-
lidad del derecho no es premiar o castigar, sino que esos son
meros instrumentos, medidas correctivas, que deben comple-
mentarse con la educación y con una política general, además
de la labor de los juristas para lograr la coherencia del orden
jurídico-social, su legitimidad y como consecuencia la acepta-
ción voluntaria del mismo. El éxito del derecho no es que haya
muchos pleitos y muchos procedimientos que se resuelvan
exitosamente sino, por el contrario, que se dé una vida social
gratificante y un orden jurídico-social democrático, que nos
ayude a todos a vivir más libremente.
Pienso que si cada norma es un desiderátum, un deber
ser, una conducta prefigurada, el derecho tiene que superar la
exégesis que se viene dando desde los glosadores de la Edad
DARlo BOTERO URIBE

Media. Buscar cuál es el pensamiento jurídico que nutre esas


normas, preguntarse por su actualidad, por su coherencia, si
da respuestas a las necesidades sociales, si capta el estado so-
cial de desarrollo, si apunta a mejorar la sociabilidad.
Se habrían entonces construido las bases de una rica cul-
tura jurídica, de un pensamiento jurídico y de una disciplina
científica, con un campo propio de investigación y de produc-
ción de conocimientos.

Hacia la construcción de una ciencia del derecho


Entiendo por ciencia un sistema de conocimiento regido por un
paradigma determinado, que tiene un campo de investigación
propio, en el cual existe la posibilidad de generar conocimien-
tos nuevos, en torno a las relaciones o problemas sometidos a
estudio.
-4 El derecho en tanto derecho positivo no puede constituir
una disciplina científica, pues carece de un campo de investi-
gación y de producción de conocimientos. El derecho consti-
tuye más bien, en este sentido, una disciplina que busca
formar profesionales en la interpretación de las normas y en la
formulación de decisiones para desatar los conflictos jurídicos.
Pero evidentemente, si entendemos el derecho como una
disciplina normativa social, a diferencia de otras disciplinas
sociales, como la economía y la sociología, por ejemplo, que
son de base empírica, por 10 menos empírica, en 10 que respec-
ta a los métodos de investigación.
La orientación normativa del derecho no se opone al ca-
rácter científico, pues de todas maneras tendría en esta con-
cepción un campo de investigación propio, un ámbito
espacial, temporal y de acción; un haz de problemas específi-
cos, en torno a los cuales debería moldear su acción. Para de-
terminar el orden jurídico-social, los juristas tendrían que
investigar las tendencias sociales, la evolución de las institu-
Teoría social del Derecho

ciones sociojurídicas e incluso sociopolíticas (propiedad, fa-


milia, trabajo, capital, autonomía ciudadana, presidencialis-
mo, seguridad social, etc.); las connotaciones que van
adquiriendo los conceptos básicos que regulan esferas funda-
mentales de la vida social, en la filosofía y la teoría política, el
Estado individualista de derecho y posteriormente el Estado
social de derecho; la libertad; la igualdad; la protección de la
naturaleza, en las concepciones ambientalista y ecologista; la
protección del menor; el derecho de oposición, etc., al igual
que la evolución del pensamiento regulador y de las formas
de control social. Este problema tiene que ver con las formas
concretas de realizar la legitimación de la dominación políti-
ca, y de la experiencia histórica y la reflexión en torno a la
forma de configurar el control social: componente político,
componente social, componente cultural, componente re-
presivo.
De esta manera, el derecho podría constituirse como una
disciplina científica normativa, la cual tendría por objeto la
elaboración del orden jurídico-social, lo mismo que su legiti-
midad, su evolución, los ajustes que deberían hacerse periódi-
camente. Para elaborar este orden normativo debería hacerse
un diálogo eventualmente con otras disciplinas sociales, las cua-
les proporcionarían sus conclusiones que serían tomadas en
cuenta para analizar la coherencia y legitimidad del orden jurí-
dico-social, responsabilidad de los juristas.
Desde hace tiempo he llegado a una conclusión: la única
posibilidad de darle al derecho un fundamento de conoci-
miento, es consultar el orden social, la ciencia social. El dere-
cho no es una disciplina autónoma, autosuficiente sino una
disciplina con un objeto específico, que no puede disolverse en
sociología o en cualquier otra disciplina; que encuentra su
base de conocimiento en la ciencia social; pero a su vez el dere-
cho tributa un importante aporte a la ciencia social. No puede
DARía BOTERO URIBE

estudiarse sociología o cualquier otra disciplina social igno-


rando el derecho. Llegamos, por tanto, a la conclusión que la
interdisciplinariedad es un imperativo para el estudio y la pra-
xis de las disciplinas sociales. Ninguna disciplina social puede
pretender autonomía: el objeto de cualquiera de ellas está
inextricablemente unido a los de todas las demás o a los de al-
gunas de ellas, por lo menos. Es un campo de interdependen-
cia del conocimiento, de fronteras borrosas, de superposición
de enfoques. Los autonomistas, los que quisieran unas dis-
ciplinas insulares, unos compartimientos estancos, han re-
nunciado de antemano a la inteligibilidad de su objeto, pues
no existe duda de que se trata de un continente de vasos co-
municantes.
Podríamos plantear que sólo existe una gran ciencia so-
cial, con múltiples parcelas, las cuales tienen cada una un én-
-4 fasis específico pero también un fondo común.
La importancia de concebir el derecho con una visión
universal, en cambio de esa visión coloquial, recortada, profe-
sionalista, formalista y mediocre, está en la posibilidad de
crear por fin un pensamiento jurídico matizado, profundo.
El más sensible problema del normativismo está en indu-
cir una interpretación del derecho que se limita a las glosas, a
mostrar los elementos que componen cada artículo o parágrafo;
a invocar cómo la jurisprudencia ha entendido esos elementos.
No hay infortunadamente en esos comentarios ningún saber.
Se trata de glosas que toman lo instrumental, lo utilitario, que
sirven para nadar en la superficie, para alimentar una praxis
formalista y pobre, que no permite conocer las corrientes pro-
fundas que siguen determinando el curso del río, aun cuando
lo ignore el bañista.
Con razón se denomina doctrina a esos comentarios,
pues no constituyen más que acotaciones sobre la forma
como se han venido entendiendo y aplicando las normas. La
Teoría social del Derecho

jurisprudencia está igualmente signada por el mismo pen-


samiento instrumental. Lo que propongo es una teoría del dere-
cho, no una mera doctrina. Para que se aprecie la diferencia, por
ejemplo, dentro de mi concepción, el Estado de derecho es no
sólo un proceso formal de sometimiento de las autoridades al
principio de legalidad, sino la sujeción del poder y de la admi-
nistración al orden jurídico-social previsto por el derecho y la
obligación de participar en su legitimación.
No existe hoy un pensamiento jurídico venoso, basado
en un conocimiento social, que pudiera orientar las reformas
de los códigos y en general de la legislación, que no son en la
actualidad más que copias serviles de legislaciones de otros
países, instrumentalización de procedimientos represivos o
respuestas a problemas pragmáticos, pero que como adolecen
de un verdadero pensamiento, son todos los días más inadecua-
das, producen más confusión, más caos. La pobre concepción
del derecho que domina hoy está contribuyendo sensiblemen-
te a la crisis de la justicia y a su más terrible corolario, que los
más diversos sectores apelen a la justicia por mano propia. Es
tan formalista y tan mediocre la concepción del derecho en
boga, que no proporciona siquiera elementos para entender su
propia crisis.
CAPÍTULO II
El orden jurídico-social
El concepto
El orden jurídico-social es un documento sintético que repre-
senta el acuerdo de los juristas acerca de las necesidades de re-
gulación social, los problemas de aplicación e interpretación
del derecho, la prevalencia de valores y de aclimatación de un
orden que tenga en la mira una idea concreta de justicia y de
sociabilidad lograble, posible y realizable.
El concepto central de la teoría social del derecho es el
orden jurídico-social. El orden jurídico-social se delimita del
orden social propiamente tal.
El orden social es un orden normativo, digamos el de la
sociología, pero que no se aprecia en la predeterminación sino
en sus resultados. El estudio del orden social permite entender
cuáles son los valores que guían el movimiento social, cuál es
el papel de las normas sociales y de las normas jurídicas en el
desarrollo social, el rol de las reformas, de las transformacio-
nes, de la violencia en la vida social.
El orden jurídico-social es el orden que interesa a los
juristas, es el mismo orden social, pero considerado, no en
sus resultados sino en su predeterminación. Se supone que el
derecho positivo cumple ese papel. Pero falta una conciencia
unitaria del derecho. No existe entre nosotros una conciencia
nacional, ni una conciencia política, como tampoco una con-
ciencia jurídica.
La carencia de una conciencia jurídica unitaria se expresa
en el archipiélago jurídico, es decir, la dispersión de los aboga-
dos en cada uno de los contenidos normativos especializados.
Pero no sólo la dispersión por materia sino dispersión concep-
tual. La praxis jurídica toma cada parcela normativa aislada con
sus condiciones específicas y lógica propia. Podemos preguntar:
DARlo BOTERO URIBE

en estas condiciones, ¿dónde está el orden? El derecho se mira


como instrumento, no como telos. El derecho positivo opera
como si cada reglamento, cada ley, cada decreto contuviese las
condiciones de un régimen autónomo. Cada ley, cada decreto es
un Estado. La soberanía está rota en una infinidad de islas auto-
suficientes.
El orden jurídico-social plantea la conciencia unitaria. La
omnipresencia de una conciencia jurídica unitaria en cada re-
glamento, en cada ley, en cada decreto, en cada norma, en
cada acto jurídico, en cada sentencia, en cada resolución. Así
la praxis jurídica no representaría el caos, como sucede actual-
mente, sino que devendría un esfuerzo por imponer un pensa-
miento regulador y una técnica de ajuste social.
Pero el orden jurídico-social va mucho más lejos. No es

~
sólo, por decirlo de alguna manera, un mero resumen del derecho
positivo, una puntualización de los valores más significativos de
ese orden jurídico, sino que representa una autorreflexión de los
juristas en torno a requerimientos del orden, a los desajustes, a los
esfuerzos de legitimación del mismo y a los problemas de aplica-
bilidad del derecho, ocasionados principalmente por la violencia
y las condiciones sociales existentes.
El orden jurídico-social pretende crear un centro de grave-
dad de la vida social ideado y regulado por el derecho. Ese cen-
tro de gravedad debe ser un cerebro que procesa informaciones,
tanto respecto a la aplicación del derecho, como al desarrollo de
las instituciones sociales, al acatamiento de la normatividad so-
cial, a la anomia en las zonas de descomposición social, a la ca-
pacidad del derecho para interpretar y ordenar la vida social ...
Al procesar informaciones, críticas, perspectivas, deben los ju-
ristas poder tener una visión coherente de la situación que les
permita elaborar el orden jurídico-social: una conciencia unita-
ria de las necesidades de regulación de la vida social, de la
aplicabilidad del derecho en determinadas condiciones, de la
Teoría social del Derecho

necesidad de acentuar en la interpretación del derecho, por parte


de jueces, magistrados y autoridades administrativas que posean
jurisdicción, determinados valores que se estiman estratégicos,
de buscar una pedagogía jurídica -pedagogía con una connota-
ción que rebasa la enseñanza formal- que enseña a los usuarios
de la justicia la proyección del orden, el clima de derecho que
quiere imponerse, y no el rigorismo estrecho y manipulador, esa
consideración literal de la norma que ignora todo lo que la her-
menéutica filosófica puede aducir acerca de la interpretación de
textos, la asunción inconsciente de valores cuando no prejuicios
que conducen a la crisis del orden que hoy presenciamos.

El orden jurídico-social: componentes tentativos


1. Diagnóstico de la situación social.
2. Configuración de un pensamiento normativo.
3. Dificultades encontradas en la aplicación del derecho en
determinados contextos sociales.
4. Pautas para la interpretación del derecho.
5. Requerimientos del orden para aspirar a su legitimidad.
6. Propuestas a los distintos órganos y funcionarios estatales
en relación con la necesidad de adoptar decisiones legisla-
tivas y políticas para conseguir los objetivos previstos por
el orden prefigurado.
7. Metas que se propone el orden a corto, mediano y largo
plazo.
8. Criterios que deben prevalecer en la aplicación del derecho.
9. Confrontación en algunos casos de interés, entre la evolu-
ción institucional y la evolución respectiva de la normati-
vidad jurídica.
10. Casos de anomia y la respuesta de los intérpretes y juzga-
dores del derecho.
11. ¿Cómo aquilatar jurídicamente, en forma progresiva, las
relaciones de poder?
DARÍO BOTERO URIBE

¿Cómo se forma el orden jurídico-social?


Las escuelas de derecho deben convertirse en centros de regu-
lación del orden jurídico-social y en tomas de posición valora-
tivas en torno a la interpretación del derecho. Deben preparar
borradores del orden jurídico-social o de algunas de sus mate-
rias. Estas propuestas, lo mismo que las de las asociaciones
profesionales se llevarían al instituto de regulación del orden so-
cial, el cual sintetizaría todas las propuestas.
Este instituto tendría una comisión académica en donde
habría representantes de la Corte Suprema de Justicia, de la
Corte Constitucional, del Consejo de Estado, de las escuelas
de derecho, de las asociaciones profesionales, de la Procuradu-
ría General de la Nación y de los organismos de investigación.
Ellos tendrían la facultad de aprobar, por mayoría, el orden
jurídico-social, para períodos de cinco años, pero revisable
4 cada año. Entonces se le introducirían los ajustes que se esti-
maran pertinentes.
Ese orden recomendaría para la zonas de violencia o aque-
llas en las que la descomposición social ha producido la anomia,
no sólo las medidas legislativas, políticas, educativas, etc., sino
la pedagogía jurídica propiamente dicha: si se ha producido la
anomia, significa que allí no rigen las normas sociales de primer
grado ni las normas éticas y, consecuencialmente, tampoco rige
el derecho positivo. Sólo un positivismo miope y recalcitrante
podría suponer que allí se puede aplicar literalmente el derecho
positivo. Se propondrían fórmulas para aplicar el derecho a esas
condiciones excepcionales, pero, sobre todo, simultáneamente
con las medidas de reconstrucción política y económica, la pe-
dagogía del derecho para reconstruir las normas sociales y éticas
básicas, para que el derecho positivo pueda imperar allí.
Por otra parte, los juristas estudiarían la evolución de deter-
minadas instituciones clave para la vida social y en vez de seguir-
las normando a manera de camisa de fuerza, recomendarían que
Teoría social del Derecho

en la praxis jurídica se interpreten las normas con un criterio


acordado que permita buscar una evolución paulatina, sin rom-
per el orden jurídico, sin desconocer derechos legítimos, que po-
sibilite una salida democrática, progresiva, que pudiera aclimatar
una interacción que trajera beneficios para todos, en vez del ar-
chipiélago jurídico actual que mantiene el statu quo, la injusticia
y de una manera inconsciente sirve los intereses de la violencia.
Cuando se produzcan los desafíos de la delincuencia
organizada contra las instituciones, el orden jurídico-social
debería prescribir las formas de aplicabilidad del derecho,
además, desde luego, de las recomendaciones legislativas y
políticas, pero también la pedagogía jurídica que en vez de
producir una derrota de la justicia como acaeció con el narco-
tráfico que obligó a la Corte Suprema de Justicia bajo presión
a desconocer la jurisprudencia anterior, no como resultado del
avance de criterios de interpretación sino como corolario del
miedo. El embarazo de los juristas ante esta crisis fue muy elo-
cuente: quedaron asombrados, perplejos, sin nada qué decir
lúcidamente para explicar la crisis. Tan atentos siempre a los
textos legales, parecían balbucir: ¿por qué la ley no habría
previsto normativamente la crisis? Recitar un artículo hubiera
supuesto encontrar un puerto seguro cuando una tormenta
los arrastraba al garete. Esto demuestra una vez más la estre-
chez de criterios del derecho positivo. El orden jurídico-social
deberá proponer la estrategia de praxis jurídica que debe
adoptarse para enfrentar un desafío de este tipo, que no será el
último seguramente.

¿Cómo se legitima el orden jurídico-social?


El orden jurídico-social constituye una instancia mediadora en-
tre la constelación de relaciones de poder, por una parte, y, por
otra, la interacción social y la regulación normativa de ésta.
DARía BOTERO URIBE

Hacia la legitimidad de las relaciones de poder


La legitimación en este caso no consiste en destruir las relacio-
nes de poder sino en aquilatarlas. Se parte del punto de vista
de que en una relación de poder hay una imposición, una fuer-
za que ejerce un individuo sobre otro, o un grupo de indivi-
duos sobre otro u otros. O interrelaciones que revelan más o
menos ese tipo de estructura. Las relaciones concretas de po-
der existentes en una sociedad no se pueden abolir sino al cos-
to de crear un poder absoluto, un poder totalitario. Por esa
razón, la teoría social del derecho no aspira a destruir las rela-
ciones de poder sino a legitimarlas. En las relaciones de poder
hay un opresor y un oprimido, o un ganador y un perdedor, o,
por lo menos, uno que consigue su objetivo y otro que simple-
mente está subordinado al objetivo del otro. Hay muchas más

4 especies de relaciones de poder, pero valgan éstas como ejem-


plos para el tipo de análisis que queremos realizar.
¿Qué puede hacer el derecho para legitimar las relacio-
nes de poder?

CONSTELACIÓN DE RELACIONES DE PODER

1r 1r
ORDEN JURÍDICO SOCIAL

1r
INTERACCIÓN
1r
REGULACIÓN
SOCIAL NORMATIVA
Teoría social del Derecho

Proceso de legitimación de las relaciones de poder


La A, la vamos a llamar una relación de opresión. Ejemplo:
patrono-obrero: simplemente hay una relación de imposi-
ción. La legitimidad busca en este caso ir socavando paulati-
namente la verticalidad de la relación, para acceder a formas
de colaboración más asociativas y menos impositivas. Puede
consultarse nuestra tesis sobre la abolición del trabajol.
La B, la llamaremos una relación de beneficio exorbitan-
te para una de las partes. Está constituida aparentemente
como una relación de beneficio mutuo, pero una parte recibe
un beneficio casi total y la otra un beneficio mínimo. Ejemplo:
una forma de intercambio desigual entre un terrateniente y
un campesino. En este caso se trata de romper la inequidad de
la relación constituida y posibilitar que el No. 2 se oriente a
buscar un beneficio más equilibrado con el No. 1.

A B C
1 1 1 ly2

r
2

2
,
2

l. Darío Botero Uribe, Vida, ética y democracia, 2a. ed.,Bo-


gotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001.
DARía BOTERO URIBE

La e, la denominaremos una relación de instrumenta-


ción. En este caso, ambos trabajan en la misma dirección,
comparten un objetivo común, pero el uno está involucrado
en el proyecto del otro, es decir que mientras el uno recibe un
beneficio muy considerable -intelectual o económico, o am-
bos-, el otro se ve disminuido en su participación. Por ejem-
plo: los científicos que colaboran en una empresa científica, de
una manera similar, pero por razones contractuales, el uno re-
cibe la reputación científica y el beneficio económico, en tanto
que el otro se ve desposeído del crédito de su contribución. En
este evento se persigue en lo posible que cada uno tenga un
tratamiento equivalente a su participación.
El poder ya no se entiende como en la teoría del po-
der-violencia de Marx, por una parte, y Weber, por otra,
como una fuerza sostenida de unos grupos gobernantes sobre
~ el resto de la población2 •
El poder se explica hoy más bien en la perspectiva de
Foucault, inspirada por Nietzsche, la que denomino el poder-
pulsión 3 • En esta perspectiva de los micropoderes, el poder no
es una fuerza única y totalizante de la sociedad, sino más
bien una constelación de relaciones sociales, que no depen-
den de un único centro sino de formas dispersas de fuerza, de
imposición.
La teoría fIlosófico-política actual pretende legitimar el ré-
gimen político, el Estado4; la teoría social del derecho pretende

2. Véase Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de


Cultura Económica, 1969,1, pp. 43 Y ss.
3. Michel Foucault, Un diálogo sobre el poder, Madrid, Alian-
za Editorial, 1984, p. 137.
4. Véase Jürgen Habermas, "Problemas de legitimación en
el Estado moderno", en La reconstrucción del materialismo his-
tórico, 9, pp. 243 Y ss.
Teoría social del Derecho

legitimar, además, el orden social mismo, pues mientras se


mantengan las actuales relaciones de poder, por más que se le-
gitime la acción del Estado, sólo tendremos la corrección de al-
gunas disfuncionalidades, pero no podremos lograr relaciones
sociales fluidas, gratificantes; un orden social que sea una ga-
rantía efectiva de convivencia, aceptado por la mayoría libre-
mente y no como una imposición que acicatea la violencia y los
tremendos problemas de esta sociedad. Lo que la teoría social
del derecho comprueba es que no puede haber un orden políti-
co verdaderamente libre y democrático, si no se basa en un or-
den social fluido; no en una equivalencia de las propiedades de
los asociados, pero sí en una equidistancia de los beneficios.
La legitimidad consiste no en destruir las relaciones de
poder, que no sólo oprimen y destruyen sino que producen,
como piensa Foucault 5.Producen discursos, iniciativas, em-
presas, proyectos, formas sociales, etc. Si se destruye el poder,
se acaba la iniciativa social y se genera una burocratización
que castra las tendencias creativas de la sociedad. De lo que se
trata más bien es de legitimar esas relaciones de poder, de so-
meterlas a unos patrones éticos, de buscar la equidad en la in-
teracción; no de perseguir una igualdad que parte de un
patrón único. La democracia, más que el gobierno de la mayo-
ría, es el reconocimiento de la diferencia. No se busca igualar a
la gente, que es fundamentalmente diversa. N o podemos apli-
car unos criterios únicos para los hombres sino reconocer la di-
versidad. U na evolución verdaderamente democrática no
debe aspirar a uniformar, lo cual constituye una imposición
aberrante, sino crear una flexibilidad que permita compatibi-
lizar conductas diversas. No se puede uniformar la sociedad si
no estableciendo un régimen terrorista.

5. Michel Foucault, ob. cit., p. 137.


DARía BOTERO URIBE

Pero no se puede tolerar, so pretexto de la libertad, la ar-


bitrariedad, la imposición de los grupos poderosos. Desde el
orden jurídico-social, además de las medidas legislativas y po-
líticas, debe proponerse una interpretación del derecho, no
como una ciega sumisión a la ley, sino como la búsqueda de
una regulación social coherente, democrática, que vaya acli-
matando la justicia paulatinamente.

El orden jurídico-social y el derecho


como pensamiento regulador
y técnica de ajuste social
El positivismo jurídico, el de la praxis jurídica, y aun el filosó-
fico, no permiten el florecimiento de un verdadero pensa-
miento jurídico. El archipiélago jurídico no posibilita la

-4 densidad y coherencia que requiere una concepción teórica.


En estas condiciones, las reflexiones se pierden en considera-
ciones circunstanciales, en objetivos específicos, desde los
cuales no se puede acceder a una perspectiva suficientemente
general para que permita unas conclusiones universales, o por
lo menos, generalizables.
Por más que no se conciba con el carácter de una universa-
lidad sustantiva, el pensamiento jurídico -un pensamiento que
merezca llamarse tal- tiene que encumbrarse a la montaña para
poder contemplar los valles, sacar algunas conclusiones, perfilar
el derecho en una perspectiva social, no meramente como la so-
lución de conflictos.
Quien no es capaz de otear el derecho más allá de los
conflictos específicos, no se eleva al pensamiento jurídico. Sólo
hay pensamiento del derecho en torno a la capacidad de éste
para regular la vida social. El "saber" del abogado que se limi-
ta a enjuiciar los hechos de un caso sometido a estudio y a en-
marcarlos dentro de una normatividad legal, es no sólo un
saber instrumental, sino una técnica de solución de conflictos,
Teoría social del Derecho

incapaz de vislumbrar la función del derecho, de buscar la so-


lución de problemas específicos en la perspectiva de un telos.
Esta competencia profesional, esta habilidad para sortear con-
flictos, ignora su función, más allá de su quehacer específico.
Es un trabajo intelectual ciertamente, pero que no conoce las
coordenadas de su accionar; ignora cuál es su significado proba-
ble en el universo social. Se sabe en su individualidad aislada,
pero se ignora en la perspectiva universal de su ser. Es una acti-
vidad intelectual, que requiere una competencia específica,
pero que no accede al pensamiento, si damos a éste la connota-
ción de un cuerpo teórico-práctico que asume el significado de
una acción dentro de un universo de sentido.
El orden jurídico-social ofrece la posibilidad a los litigan-
tes, jueces e intérpretes de asumir su praxis dentro de un pen-
samiento: en primer lugar, porque se les da una totalización
de teoría-praxis, de pensamiento-acción, que ellos tendrán
presente para comprender el caso sometido a estudio y para
perfilar su solución en forma que ayude a mantener y a legiti-
mar el orden social prefigurado.
Por otra parte, brinda un camino a la reflexión: el orden
prefigurado puede ser criticado en las metas, en las premisas,
en la previsión concreta del acontecer, o en la negativa de los
abogados o de algunos sectores a cumplir las previsiones. Fa-
vorece también el desarrollo del pensamiento en la medida en
que abre un ancho campo a la interpretación. El derecho no
debe ser más la labor de glosadores, sino que debe convertirse
en una estructura transparente, que se desliza por los rieles del
devenir, regulándolo mediante la concepción de un orden ten-
tativo y una forma de autocontrol coordinado a los fines de la
regulación general.
El pensamiento jurídico ejercerá la crítica del orden
jurídico-social y propondrá la adaptación del derecho a la
evolución social; la determinación del perfil institucional;
DARía BOTERO URIBE

las consideraciones sobre la legitimación y deslegitimación


del orden. Pero lo más importante, se da a los profesionales
que realizan la praxis jurídica, la posibilidad de vislumbrar
sus acciones en la perspectiva de un saber, de una ciencia, de
una evolución social autocontrolada.

El papel de los juristas en la evolución social


Si hay algo bien diciente de la carencia de pensamiento del de-
recho es precisamente la inexistencia de una perspectiva de fu-
turo. La praxis jurídica se construye -conscientemente- con
unas normas positivas: inconscientemente, con los valores de
cada uno de los intérpretes y juzgadores; con la visión de lo en
sí que cada cual tiene según su formación o su cultura, pero no
existe hoy para el intérprete o juzgador una perspectiva que le

4 permita inscribir su interpretación, su aplicación del derecho


con la mira de una evolución progresiva, democrática, pacífica
de la sociedad. Es tan miope la praxis jurídica en la actualidad,
que quienes la realizan creen practicar cada vez un acto único:
ser jueces, litigantes o intérpretes de un caso aislado, que ellos
resuelven bien o mal, y con ello termina su acción y los efectos
del caso sometido a estudio. No se dan cuenta de que ese acto
deja una estela imperceptible en la conciencia social que va per-
filando el derecho: una evolución caótica, contradictoria, impo-
sitiva, donde la corrupción y la lotería juegan un papel de
primer orden. El derecho sólo puede salir de su postración y
ayudar a solucionar la crisis social que induce, si es capaz de ge-
nerar una autoconciencia crítica respecto al orden existente y se
compromete en la empresa de elaborar y reajustar periódica-
mente un orden que dé sentido a la evolución social.
Como la sociedad no es, sino que está construida en la
perspectiva del devenir, en un movimiento incesante, los co-
rrectivos que se introducen a partir de una "realidad" intuida,
de unas condiciones específicas, son inadecuados.
Teoría social del Derecho

El reformismo en derecho ha hecho crisis, se modifican


códigos y se dictan multitud de leyes sin ningún resultado
apreciable desde la óptica de los objetivos perseguidos. El pro-
blema se ve agravado porque no existe una verdadera investi-
gación de la causalidad social de los fenómenos jurídicos y
tampoco se da una reflexión que permita la producción de una
normatividad adecuada.
Al proponer el orden jurídico-social, la teoría social del
derecho quiere tomar el pulso social de la única manera que
esto es posible, es decir, dentro de una perspectiva evolutiva.
No puede comprenderse la sociedad, si intentamos ver lo que
es. Eso nos lo enseña Hegel6 .
La sociedad debe ser comprendida no sólo en lo que apare-
ce en un análisis documentado, sino observando lo que nace y
desaparece, y, sobre todo, lo más importante, tomar conciencia
de lo que hacemos en esa proyección de futuro. Los determinis-
tas -incluido Hegel- podían escatimar su responsabilidad, por-
que el proceso de todas maneras, con el concurso de ellos o sin
ellos, iba a seguir un giro predeterminado. Pero para nosotros
que postulamos la libertad, no como una visión omnisciente y
omnipotente, pero sí una libertad que posibilita el compromiso,
una acción tendencial, un proyecto de vida que asume como
propios los actos en que participa, aun cuando muchas veces
sólo mi adhesión, mi subjetividad, mi voluntad, mi deseo, mi
representación, mi participación son libres, pues los elementos
de la naturaleza y muchos otros de la vida social son necesarios.
La libertad es, pues, la conjugación de mis actos y de circuns-
tancias, objetos y problemas ajenos a mí: libres, unos, en la me-
dida en que son el resultado de una perspectiva que he creado
subjetiva y objetivamente y que debo mantener con un esfuerzo

6. G.W.F. Hegel, Ciencia de la lógica, Buenos Aires, So-


lar/Hachette, 1968, pp. 77 Yss.
DARía BOTERO URIBE

permanente; necesarios, otros, en la medida en que escapan a


mi determinación, son ajenos y sólo entran en una síntesis con
mi libertad.
Este resultado no se puede llamar ni libre ni necesario ..
Esa es una gran fuente de confusión para espíritus superficia-
les. Es libre desde un ángulo determinado, y necesario desde
otro ángulo. La libertad autorregula a partir de un concepto,
de un principio, de la razón o del deseo.
D na vez que mi subjetividad libre o la subjetividad libre
del grupo o de la comunidad se objetiva en el proceso social o
en la naturaleza, entra a formar un elemento objetivo oponi-
ble a todos los individuos.
Al actuar, el hombre se encuentra con elementos exter-
nos, con las circunstancias que lo condicionan. Pero el proceso

4 es siempre una interacción en que el hombre se encuentra con


circunstancias que él no ha elegido, pero en su acción el indivi-
duo o el grupo pueden optar por la libertad, salvo casos de fuer-
za mayor. Así el resultado, el proceso histórico, es la lucha de los
hombres desde la perspectiva de la libertad y la no-libertad por
sobrevivir y por construir una civilización y una cultura que sa-
tisfagan las necesidades, las ambiciones, los deseos y los proyec-
tos de los hombres, de la manera más amplia.
No hay que confundir lo externo con lo necesario, ni lo
subjetivo con lo libre. Lo externo social y en parte la misma
naturaleza son construidos en alguna medida por subjetivida-
des libres. De tal manera, que si juzgamos la obra o el resulta-
do desde el principio, el concepto, la razón o el deseo, que
fueron la base del proyecto que la constituye, no hay duda de
que se trata de algo libre. Lo subjetivo puede ser libre o no ser-
lo. Lo más corriente es que la subjetividad del individuo o del
grupo esté encadenada por los prejuicios, por la ausencia de un
acto creador, por la fuerza mayor o por el conformismo. La
Teoría social del Derecho

libertad es siempre un riesgo, un riesgo costoso, que muchos o


incluso la mayoría no se atreve a asumir.
La libertad no se pierde en el proceso histórico, es una
huella, por imperceptible que parezca a una mirada global.
Los deterministas tendrían que probarnos que de todas mane-
ras la vida social hubiera sido así, a pesar de nosotros, no obs-
tante nuestra lucidez, de nuestros esfuerzos por reorientar el
proceso. La no-libertad es la renuncia a la responsabilidad, es
una claudicación.
La historia es el resultado de la libertad y de la no-liber-
tad. La libertad y la razón nunca pueden abarcar el conjunto,
es por esto que la historia no puede predeterminarse como un
proyecto consciente, lúcido, preciso. Pero sí podemos incidir
en forma importante en el futuro. La teoría social del derecho
quiere sacar todas las consecuencias del carácter telético del
derecho.
U na libertad que obviamente no puede escatimar la res-
ponsabilidad, que tiene que entender el proceso en su movi-
miento inmanente. Entendiendo que ego y alter ego hacen
parte de esa inmanencia y que ella en su desarrollo es el resul-
tado de lo que viene y de lo que hacemos nosotros -consciente
o inconscientemente-, de la libertad y de la no-libertad. Nun-
ca la historia será el resultado de la razón y de la libertad, pero
no debemos tolerar que sea simplemente el resultado de la
opresión y de la sinrazón.
En su movimiento inmanente y no en una quietud falsa y
aparente, la libertad busca comprender y ordenar el proceso
en la perspectiva de su evolución. El orden jurídico-social es una
especie de tablero de mando, que permite asumir el proceso de
preordenamiento social con una autoconciencia elaborada colec-
tivamente, como una síntesis del saber y de la experiencia de los
juristas. Esta autoconciencia científica serviría de guía a los in-
térpretes para organizar un proceso civilizador que realizara
DARía BOTERO URIBE

una autorresponsabilidad ética y una evolución con una idea


reguladora de justicia, es decir, una verdadera perspectiva de-
mocrática.
Para entender la sociedad pienso que es necesario postu-
lar un presente continuo, un presente que ha asumido el pasa-
do, por lo menos el pasado inmediato, todo aquel pasado que
nos permita detectar las tendencias soterradas que muchas ve-
ces jalonan el proceso específico en que nos ocupamos. A mi
juicio, tampoco entendemos el presente y sobre todo nuestro
papel en él si no lo ponemos en perspectiva de futuro. Sólo
cuando preimaginamos el futuro, con el rigor del presente y el
pasado, podemos entender nuestras tareas del presente.
Desde luego la configuración del futuro debe ser tenden-
cial, tentativa, para vislumbrar aquello que se perfila y que

4 nosotros podemos ayudar a configurar o a reorientar con una


acción social coherente. No se trata de una de esas tonterías de
imaginar subjetivamente un mundo construido arbitraria-
mente, un mundo ideal o totalmente racional, el cual se pre-
tende imponer colocando un corsé a la historia para constreñir
nuestra idea como un modelo forzoso. Esto es lo que, escolar-
mente, algunos denominan la utopía. Para mí es algo inconce-
bible, algo antiutopista.

La crisis del derecho como crisis social


La crisis del derecho está tocando fondo: el sistema jurídico vi-
gente se ha deslegitimado totalmente, ha revelado su inade-
cuación, su incapacidad de ofrecer confianza a los usuarios.
Cuando un pueblo que lleva más de 100 años de régimen re-
publicano, con altibajos, pero con una forma más o menos
aceptada de sucesión presidencial, muestra una desconfianza
generalizada de los usuarios, que se manifiesta en que todos
quieren hacer justicia por propia mano, debe investigarse a fon-
do la crisis del derecho. Es tan pobre la concepción "positivista"
Teoría social del Derecho

vigente, que sufre la crisis en carne propia en su praxis, pero no


es capaz de investigarla, de teorizarla, de comprenderla. U na
larga educación en la sumisión al texto legal impide a los juris-
tas tomar la distancia necesaria para comprender las fallas de
un sistema, que se muestra incapaz de autocriticarse, de enjui-
ciar su propia crisis, y que, por lo tanto, no puede renovarse.
La crisis del derecho es una crisis de miopía científica y
política, de un formalismo agudo que no se plantea el derecho
como un te/os sino como un quehacer cotidiano, que se agota
en la resolución de conflictos. No se quiere o no se puede ver el
horizonte social, para plantear la adecuación del orden prefi-
gurado que constituye el derecho, a la vida social.
La solución a la crisis del derecho no puede enfrentarse
sólo con nuevos reglamentos, con modificaciones en los códi-
gos, con más jueces ... La crisis del derecho es una crisis de la
insolvencia de la concepción misma del sistema jurídico. Esta
no es una crisis coyuntural sino una crisis sistémica. Sólo so-
metiendo a crítica el sistema mismo, sólo redefiniéndolo, su-
perando la concepción chata dominante y enfocándolo con
una visión telética: buscando la adecuación de dos horizontes
paralelos: la vida social en su fluir constante y el orden prefi-
gurado en su papel de guía, de ordenador, de regularizador. El
derecho se encerró en una celda de hierro de la normatividad
jurídica y olvidó la vida social, la implantación de un orden so-
cial justo y adecuado.
Desde la perspectiva de la creación de las normas (consti-
tuyente, legislador) se enfoca el derecho con un carácter reme-
dial: crear normas para enfrentar casos específicos que se han
observado en la vida social, no para adecuar la vida social a un
orden legítimo, como pretende la teoría social del derecho.
Esta crisis sólo comenzará a resolverse definitivamente
cuando encontremos el hilo de Ariadna, que nos permita salir
del laberinto jurídico y trazar una estrategia global, con una
DARía BOTERO URIBE

concepción social del derecho: el orden jurídico-social es en-


tonces la alternativa al laberinto.

La concepción del derecho como contrapoder


Mi tesis es paradójica: ¿Cómo convertir un instrumento dócil
del poder en un contrapoder? La teoría social del derecho
comporta un cambio radical en la función del derecho: el ar-
chipiélago jurídico actual es un instrumento ciego del poder
porque carece de la perspectiva general para dar a cada deci-
sión y a cada acto jurídico un papel dentro de una estrategia
de evolución progresiva del orden social. Se limita a desarro-
llar en forma caótica un orden que es un mero resultado de
una normatividad dictada desde los organismos instituciona-
les que expresan el poder político-social. El orden social que
esas normas configuran es un orden clasista que favorece inte-
4 reses de determinados grupos sociales.
La teoría social del derecho, a través del orden jurídico-
social y del amplio papel que confiere a las escuelas de interpre-
tación, busca que el derecho no gire más como instrumento cie-
go del poder sino que comience a delinear paulatinamente un
verdadero orden que sirva a los intereses de la convivencia y de
la paz, que no se inspire de una manera miope en los intereses
privados de grupos sino en los intereses universales de la socie-
dad. Estoy consciente de que no se puede imponer la universa-
lidad abstracta eliminando la particularidad. En El derecho a la
utopía he mostrado de una manera paradigmática las relacio-
nes entre individualidad, particularidad y universalidad 7 •
De todas maneras debo mencionar respecto a la evolución
del orden jurídico-social que no se pretende una universalidad
que presuntamente subsume la particularidad, como en Hegel.

7. Darío Botero Uribe, El derecho a la utopía, Bogotá, Uni-


versidad Nacional de Colombia, 5a. edición, 2005.
Teoría social del Derecho

Pero en este punto Hegel está incurso en el liberalismo de


Adam Smith8 . Lo que hace Hegel no es más que posibilitar por
arte de encantamiento la transmutación de la particularidad
(clases, estratos, grupos de intereses, etc.) en universalidad sin
más. Tampoco se persigue que se elimine la particularidad
como en Platón y Marx, sino más bien que se reconozca la via-
bilidad, la plena realidad y las repercusiones de la individuali-
dad, la particularidad y la universalidad, pero con una
dialéctica que haga fluido el tránsito de doble vía entre estas
tres categorías. De un lado, para mantener la libertad huma-
na, fortalecerla y potenciarla, y de otro, para mantener un ni-
vel mínimo de armonía social. No soy partidario de un
igualitarismo estrecho y uniformista, sino que la legitimación
del orden jurídico-social al igual que numerosos mecanismos
de tipo político busquen un orden que sirva a los intereses uni-
versales, que defienda los intereses de la justicia, en vez de ser
instrumento ciego del poder. Ante todo reconocer la diferen-
cia; ¡nada que uniforme, nada que discrimine! Lo que debe ga-
rantizarse no es que todos tengan lo mismo, lo cual carece de
sentido, sino que todos puedan mantener su dignidad, que
pueda asegurarse que todos posean lo necesario para llevar
una vida digna, que puedan desarrollar su talento, todas sus
posibilidades de conocimiento y de expresión.

Las escuelas de interpretación del derecho


Para la teoría social del derecho, el proceso de interpretación
adquiere una gran importancia. Concibo la interpretación
no meramente como una actividad que toma una norma o
un estatuto legal con el objeto de aclarar su sentido y actuali-
zarlo, para aplicarlo a un caso determinado. La interpretación

8. G.W.F. Hegel, Filosofía del derecho, Caracas, Universidad


Central de Venezuela, 1976, pp. 210 Y ss.
DARía BOTERO URIBE

se formula ahora con un criterio telético: se busca comprender


cada norma y resolver cada caso con la perspectiva de lograr
unos objetivos sociales, que previamente ha trazado el orden
preimaginado, a través de un gran acuerdo de los juristas so-
bre la evolución del orden social. El derecho comienza a girar
en torno a un centro, el cual debe ofrecer las pautas básicas de
interpretación: cómo entender las instituciones, cómo impul-
sar la evolución hacia objetivos predeterminados, consideracio-
nes sobre la aplicabilidad del derecho positivo, en condiciones
excepcionales: violencia generalizada, descomposición social,
desarraigo, miseria, anomia, etc.; metas que debe lograr el or-
den jurídico-social en plazos determinados.
En vez de la miseria del archipiélago jurídico y del feti-
chismo de la ley, la interpretación se convierte en un problema
intelectual de autorresponsabilidad social y de búsqueda de
4 una legitimidad del orden social.
Este tipo de interpretación plantea varios problemas. Re-
basa la interpretación de textos y viene a ser una interpretación
contextual. Interpreta el texto con los criterios de una hermenéu-
tica científica, pero confronta esa interpretación con el orden jurí-
dico-social. Esta interpretación supone una contextualización.
No sólo se trata de actualizar el texto para saber cómo se podría
formular frente a las nuevas situaciones (postulado de la herme-
néutica de Gadamer)9, sino que además se organiza una inter-
pretación prospectiva para saber cómo tiene que evolucionar el
derecho para garantizar un orden social legítimo y no una mera
imposición. No estoy pensando en una ruptura abrupta, sino en
unos criterios rectores del orden jurídico-social, que deberán
irse desarrollando con el fin de ir consiguiendo metas en la pro-
secución del telos del derecho. El derecho como herramienta

9. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Edi-


ciones Sígueme, 1987, pp. 396 Y ss.
Teoría social del Derecho

fundamental de la sociabilidad, como instrumento de concep-


ción, ajuste y legitimación del orden.
Lo que la teoría social del derecho propone es que no sólo
se debe legitimar el régimen político, el gobierno y la adminis-
tración, como se sostiene tradicionalmente, sino que se debe
legitimar el orden social mismo. Y esta legitimidad le corres-
ponde fundamentalmente a los juristas.
La objeción puede aparecer en este momento: la teoría
social del derecho rompe con el principio de la seguridad jurí-
dica. Pero esto no es así. Veamos cómo podría funcionar la in-
terpretación.
En las grandes escuelas de derecho, los maestros a través
de la docencia, de la investigación en muchos casos, de la pra-
xis propondrían ajustes al orden jurídico-social, formas de
comprender y captar la evolución de los conflictos, de las insti-
tuciones, de la interacción social. Allí se formarían las grandes
escuelas de interpretación que orientarían el trabajo de jueces,
magistrados, intérpretes en general. Habría varias escuelas,
varias formas de interpretar y aplicar el derecho. Los abogados
y jueces en la praxis jurídica se acogerían a las que estimasen
más conformes a los criterios y a las necesidades jurídicas. El
orden jurídico-social y las normas específicas para cada caso
ofrecerían a los usuarios una seguridad jurídica, por lo menos
tan sólida como la actual.
CAPÍTULO III
Teoría social del derecho
¿Qué tipo de relación social es el derecho?
En la vida social, los individuos contraen relaciones múltiples:
relaciones de patronos y obreros, de profesores y alumnos, de
compradores y vendedores, de amistad, amorosas, etc. La
vida social es un enorme tejido de relaciones sociales, un ovillo
que acá y allá adquiere las formas más inusitadas, que se de-
senvuelve con hilos sutiles, que anuda vínculos y disuelve
otros, que forma el entramado de la vida social. Una sociedad
es siempre un calado de complicidades, de entendimientos y
desentendimientos, de acuerdos y rupturas soterrados y ma-
nifiestos, compre~didos en actos y manifestaciones dispersos
y diversos, un conjunto de conceptos y prácticas.
En cada formación social hay siempre un tipo de relacio-
nes que adquiere un valor preponderante, una significación
destacada en un momento determinado. Pero se comete un
error si obnubilados por la luz fulgurante de esa relación que
se destaca, la aislamos y convertimos en fundamento de las
demás. Porque ese tipo de relación que se destaca es producto
de todas las demás o de algunas de ellas. Incluso, advirtámos-
lo, puede tratarse de una hipertrofia del funcionamiento so-
cial, una relación desmesurada, hiperbólica, debido al poder, a
los valores o a otras causas, pero de todas maneras la interde-
pendencia de ese tipo de relaciones respecto de las demás es
indiscutible. Sin duda hay tipos de relaciones más importan-
tes que otras, si se miran desde ángulos determinados, pero lo
que resulta vicioso y erróneo teóricamente es aislar una rela-
ción precisa, por importante que sea, y convertirla en base o
condicionante de las demás. Pienso que hay un punto teórico
más fértil que consiste en tomar el entramado de relaciones
DARía BOTERO URIBE

como el mapa de la vida social, el cual en cada época presenta


una configuración específica.
Parto además de que la vida social es compleja, que no se
deben elaborar modelos simplificadores para entender la socie-
dad, que las necesidades del individuo son variadas y problemá-
ticas, cada una tiene su momento, pero no se puede hacer una
escala de mayor a menor. Existen necesidades económicas, cul-
turales, psicológicas, políticas, intelectuales, de seguridad, etc.
No podemos caer en el homo oeconomicus, pues la miseria es un
síndrome complejo: es tanto carencia económica, como cultu-
ral, psicológica, intelectual, etc.
No podemos privilegiar la economía, por ejemplo, por-
que es una relación hipertrofiada en la sociedad industrial con-
temporánea. El hecho de que la mayoría de los hombres se vea
arrastrada a perseguir con más ahínco la posesión de bienes
4 que la posesión de la sabiduría es evidentemente una hipertro-
fia, una monstruosa tergiversación de la vida social. Insisto,
hay necesidad de ver la vida social como un conjunto de rela-
ciones sociales. En vez de colocar una, como la base de la socie-
dad, restablecer la fluidez de las relaciones de todo orden,
ampliar su cometido, porque de todas maneras ellas reflejan la
complejidad y riqueza del mundo del hombre. Si erigimos una
relación privilegiada, contribuimos consciente o inconsciente-
mente a la perturbación del funcionamiento social.
La fluidez de esas relaciones, la complementariedad social,
la búsqueda de la mutua conveniencia, el lograr que sean el re-
sultado de la libertad y no de la forzosa aceptación de situacio-
nes que vulneran el fuero interno de muchas personas o sus
intereses. De esa democratización de las relaciones sociales de-
pende en gran medida el grado de civilización, el logro de una
vida gratificante.
El tejido de relaciones está aunado por la economía, pero
igualmente por la cultura, por la política, por la ética y también
Teoría social del Derecho

por el derecho. Resulta muy extraño el modelo de la economía


como el fondo social determinador y el derecho como lo deter-
minado. El derecho no es una superestructura, no es una mera
forma de conciencia.
Si partimos del análisis de las relaciones sociales y no de
una actividad concreta, la economía o cualquiera otra, el fondo
no es una actividad específica sino las relaciones mismas. Lo que
está a la base de la vida social son las relaciones sociales. Quien
se atreva a decir que las relaciones económicas determinan las
relaciones culturales o jurídicas no ha entendido nada, pues en
algún sentido las relaciones económicas están preordenadas por
la cultura. La cultura y no la economía es la que determina en
cada época el catálogo de las necesidades específicas e incluso la
forma de satisfacerlas. La economía es una respuesta a la cultura
y desde luego a las necesidades mismas. Aun cuando la cultura
se ha ido formando tambiéh en la vida económica, configurán-
dose además con otras muchas formas de experiencia.
La cultura está entaizada en la faceta más profunda de la
vida social. La cultura es el conjunto de rasgos que modelan la
vida social, que incluso regulan las actividades materiales; es
la brújula que da al individuo pautas, formas orientadoras,
respuestas predeterminadas, en algunos casos, formas de valo-
rar, de sentir, de actuar. El hombre es un animal simbólico, un
animal que ha producido un código lingüístico, un conjunto
de determinaciones semióticas, valores, formas de medir y
juzgar. Esos símbolos, valores, significados no son meras for-
mas preimaginadas, son representaciones de la vida material,
tienen una arqueología en la experiencia histórica, son el equi-
po extracorporal, que acompaña al hombre, que le permite
orientarse, con el cual interpreta las necesidades, el cual sub-
yace a la acción, a las decisiones.
El derecho y la ética no son formas externas, estatales o
institucionales. El derecho y la ética, no importa cómo los
DARía BOTERO URIBE

asuman las teorías, cómo los expliquen, cómo los elaboren,


tienen un substrato en la sociabilidad misma. Más adelante
desarrollaré este punto.
A continuación formulo la primera aproximación al
tema: ¿cuál tipo de relación social configura el derecho?
Pashukanis responde: "el derecho es una relación social es-
pecífica y su especificidad consiste en ser la relación de los pro-
pietarios de mercancías entre sí"l. Stuchka, por su parte,
afirmaba: "El derecho es un sistema (u ordenamiento) de rela-
ciones sociales que corresponde a los intereses de la clase domi-
nante y está protegido por la fuerza organizada de esta clase"2.
Pashukanis con su economicismo dogmático pretendía
derivar todo el derecho de la relación mercantil; por esa razón,
para él, el verdadero derecho estaba constituido por el derecho
privado. El derecho público (constitucional, administrativo,
~ penal) no configuraba verdadero derecho. En vez de aceptar
que su tesis era muy estrecha y no podía explicar todo el am-
plio campo del derecho, obraba como los dogmáticos: negaba
el verdadero carácter jurídico a todos aquellos desarrollos que
no tuvieran un carácter mercantil directo o indirecto 3•
Stuchka no individualizaba la relación jurídica en tanto
relación social, pero, para él, el derecho no es más que una ex-
presión de los intereses de la clase dominante. La concepción
de Stuchka no es del todo desenfocada. Evidentemente en su
época y aún hoy, por supuesto, el derecho refleja en una medi-
da importante la defensa de intereses de clase. Pero eso es una
verdad relativa y da lugar a una concepción muy estrecha, que
cierra las perspectivas. Veamos por qué. El derecho de la

1. E.B. Pashukanis, ob. cit., Prólogo de Adolfo Sánchez


Vásquez, p. VI.
2. Ibíd., p. l.
3. Ibíd., pp. 93 Yss.
Teoría social del Derecho

época burguesa es un derecho burgués, en el sentido de que


defiende intereses de clase, pero allí no se agota la función del
derecho. El derecho en la medida en que defiende la naturale-
za (legislación ecológica y ambientalista) no es burgués, cum-
ple una función social fundamental. El derecho en la medida
en que defiende la familia, no es derecho burgués. Y así po-
dríamos enumerar muchísimos ejemplos. Esto podríamos ex-
presarlo diciendo que el derecho en la sociedad capitalista
contemporánea sirve intereses burgueses, en alguna medida;
pero en otra medida sirve intereses sociales generales. Precisa-
mente de lo que trata nuestra teoría es de que una visión secta-
ria no nos cierre el camino. La teoría social del derecho es una
teoría dinámica, montada a horcajadas sobre el espinazo del
cambio, que no está conforme con el papel social del derecho y
busca que los propios profesantes del derecho conduzcan una
evolución en que los intereses de la universalidad de los hom-
bres prevalezcan sobre los estrechos intereses burgueses.
El derecho se ocupa de un amplio campo de relaciones so-
ciales, pero especialmente le interesan tres tipos particulares:
1. El tipo de relaciones que se organiza en torno a institucio-
nes fundamentales para la vida social; la propiedad, el in-
tercambio comercial, la seguridad social, la legalidad, el
trabajo, la educación, las garantías políticas, etc.
2. Aquellas relaciones anómalas, patológicas, antisociales,
como el tipo de conductas de que se ocupa el derecho penal.
3. Aquellas relaciones pertenecientes al mundo de la vida, a
la esfera comunitaria, de alguna manera a la sociedad ci-
vil, que se regulanprimafacie, como piensa Habermas, en
una forma comunicativa, libre, no jurídica; que correspon-
den a un autocontrol ético, no coactivo; pero que excepcio-
nalmente son revestidas por reglamentaciones jurídicas,
con una evidente extralimitación de la función jurídica.
DARía BOTERO URJBE

Es el fenómeno que se conoce en español con el neologis-


mo, juridificación o juridización4 •
Tenemos que cuestionar la absolutización positivista, se-
gún la cual el Estado es el único creador del derecho~. Existen
desde luego normas producidas por las instancias estatales,
que llamaremos normas de segundo grado, y normas preesta-
tales o sociales, que llamaremos de primer grado.
Las normas de segundo grado o jurídicas, propiamente
tales, son las normas que integran el derecho positivo. Son
normas obligatorias, si son constitucionales y han sido expedi-
das por la autoridad competente. En el caso de las normas
constitucionales, su obligatoriedad implica el haber sido esta-
blecidas en la forma prevista en la Constitución o por medio
del dispositivo simbólico de la democracia.
Desde luego las normas deben estar vigentes. Según la
4 escuela de interpretación que se adopte, la aplicabilidad, ina-
plicabilidad o la determinación del sentido de la validez de
una norma aislada, de un estatuto legal o conjunto de normas
será muy diferente. La teoría social del derecho da un giro ra-
dical al problema de la interpretación. A partir de su adopción
podrán surgir muchas escuelas de interpretación, pero todas
tendrán en común que las normas deben ser congruentes con
el orden jurídico-social. Entonces una norma o ley no se apli-
cará, o no se tomará en el sentido literal, cuando contravenga
el orden jurídico-social o los intereses concretos de la justicia,
determinados por el pensamiento jurídico.
Las normas de primer grado o normas preestatales o so-
ciales tienen como característica ser engendradas en el mundo
de la cultura. Si una sociedad careciera de estas normas se

4. Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Ma-


drid, Taurus, 1988, n, pp. 510 Yss.
5. Hans Kelsen, ob. cit., pp. 50 Yss.
Teoria social del Derecho

daría la anomia, en un sentido profundo. Esto ocurre de hecho


en comunidades que han sido degradadas por distintas formas
de violencia. Entonces las normas legales o de segundo grado
carecen allí de vigencia. Nadie puede aspirar a solucionar du-
raderamente un problema de esta magnitud invocando la
obediencia, sólo con el temor de la represión.
Habría que comenzar con medidas de rehabilitación, de
mejoramiento social y desde luego de educación. El proceso
educativo tendría entre otras razones el cometido de restable-
cer la credibilidad en la normatividad social: en los valores, en
los principios, en el respeto mutuo, en unas reglas sociales cla-
ras. Entonces y sólo entonces, las normas de segundo orden
entrarían a regir.
Supongamos que por circunstancias excepcionales, el
Código Penal dejara de regir y por dificultades de adopción de
un nuevo estatuto se presentara un interregno sin ley penal. El
homicidio continuaría siendo repudiado y condenado social-
mente. La condena del homicidio existe en todas las socieda-
des del mundo, tengan o no tengan código penal.
Pero ¿cuál es el proceso configurador de las normas so-
ciales? Durkheim habla de la coerción externa de las normas
sociales. Toda sociedad implica la imposición de conductas
por parte del grupo sobre el individu06 •
En el proceso de socialización se da lo que Durkheim lla-
ma coerción interna7 , o sea la interiorización de las normas, las
normas convertidas en un poder regulador desde el fuero in-
terno del individuos.

6. Emile Durkheim, Las reglas del método sociológico y


otros escritos sobre filosofía de las ciencias sociales, Madrid,
Alianza Editorial, 1988, pp. 17 Yss; 179 y 180.
7. Ibíd., p. 19.
8. Ibíd., p. 18.
DARlo BOTERO ORIBE

Las normas de primer grado no son tan prolijas, tan re-


glamentaristas, de pronto no son tan precisas, pero existen y
forman parte del espíritu social. Uso espíritu, der Geist, en el
sentido de Hegel, es decir, como una tipificación de las formas
expresivas del pueblo en una época determinada9 . Las normas
sociales son más bien pautas, criterios rectores, formas de en-
tendimiento de la conducta social.
Primer ejemplo: Si de una manera exegética aplicamos el
derecho positivo a las comunidades indígenas, cometemos un
tremendo error; vulneramos sus normas sociales que son sa-
bias y se han formado en una tradición milenaria, pero además
estamos cometiendo una injusticia: les estamos imponiendo
una legislación extraña, sin consultar su cultura, la cual cons-
tituye una forma de regular el orden social. Como consecuen-
cia se puede originar un tipo de violencia por la afrenta que les
~ hemos inferido, con lo cual ellegalismo se pone al servicio de
la violencia y la injusticia.
Segundo ejemplo: Vamos a una comunidad campesina
en la cual existe una gran violencia. Nosotros imponemos el
derecho positivo, con lo cual rendimos culto a la propiedad ro-
mana. Pero resulta que los campesinos han sido expropiados
por los terratenientes, pero como aquéllos carecen de títulos,
el derecho positivo favorece a los terratenientes, con lo cual el
legalismo se pone al servicio de la violencia y la injusticia. Este
ejemplo explica la génesis de la violencia en Colombia. El pen-
samiento jurídico en la óptica de la teoría social del derecho
tendría la opción de dar una aplicación a la función social de la
propiedad, que se estableció en la reforma constitucional de
1936 y, en rigor, no ha tenido jamás ninguna aplicación en

9. Véase G.W.F. Hegel, Fenomenología del espíritu, México,


Fondo de Cultura Económica, 1971, pp. 286 Yss.
Teoría social del Derecho

Colombia, pues las expropiaciones por motivos de utilidad


pública pueden derivar de otros principios.
Tercer ejemplo: El derecho positivo no puede aplicarse
exegéticamente a los sicarios, pues con ello el normativismo
llega a un callejón sin salida. Los jóvenes sicarios son un resul-
tado genuino del orden social en ciertas comunidades margi-
nadas. Es el orden social mismo el que ha engendrado estos
muchachos con una conciencia desviada, con una insensibili-
dad y un animus nocendi que sorprende a cualquier espíritu ci-
vilizado. Pero ellos no son individuos espurios, anormales o
degenerados sino auténtica expresión de la sociedad en que vi-
ven. La aplicación del derecho positivo allí es imposible. El
ánimo criminal no está en ellos, que son los meros ejecutores,
sino en la causalidad social que los produce. El pensamiento
jurídico que prohija la teoría social del derecho podría hacer
los ajustes respectivos en el orden jurídico-secial, recomendar
las medidas económicas, sociales, políticas, educativas perti-
nentes y establecer las condiciones de aplicabilidad del dere-
cho. Además de normas éticas, que de alguna manera hacen
parte del engranaje jurídico, en una concepción no positivista.
El jurista debe invocar en la interpretación del derecho las
normas positivas, las normas sociales básicas, las normas éti-
cas, las normas políticas, los principios del derecho y todo esto
enmarcado por el orden jurídico-social.
El derecho no se puede reducir a una práctica mecanicis-
ta de aplicación de normas positivas, porque es la mejor mane-
ra de realizar la desigualdad y la injusticia. U na norma
aplicada a un individuo puede ser relativamente justa, adecua-
da, pero aplicada a otro en circunstancias diferentes resulta in-
justa.
El derecho positivo debe entenderse dentro de los crite-
rios rectores de las normas sociales y éticas. Pero viene la obje-
ción. Muy peligroso, porque el derecho pierde la fijeza. Se
DARlo BOTERO URIBE

alegará que entonces no habría reglas claras para orientar la


vida jurídica; habrá normas no escritas o no conocidas, y en es-
tas condiciones el campo de los negocios e incluso la licitud e
ilicitud de las conductas quedarían indeterminados y sujetos
al capricho y la arbitrariedad.
Esas pautas y criterios normativos, más que desconocer
el derecho positivo, servirán para humanizar el derecho, para
adecuar una regla universal a un caso individual, para hacer
flexible y comprensivo el derecho.
El derecho, desde luego, no estaría regulado sólo por tex-
tos carentes de vida, sino que el principio regulador funda-
mental de la vida jurídica sería el orden jurídico-social,
responsabilidad de los juristas, reformulado y ajustado perió-
dicamente, el cual representaría las metas que se pondrían a la

4 sociabilidad, al orden, a la justicia, en cada período. Este orden


jurídico-social sería el resultado de un gran acuerdo de tenden-
cias y escuelas para un orden prefigurado en un período preciso.
Esto apunta a una concepción nueva de la administra-
ción de justicia. La ley debe simplificarse, menos normas y
más autoridad del juez. Lo que deberían crear las facultades de
derecho serían grandes escuelas de interpretación del derecho.
Esas escuelas tomarían posiciones sobre la determinación del
orden jurídico-social, la aplicación de normas éticas y sociales,
el papel del derecho positivo, etc. Habría menos normas, pro-
cedimientos más simples, jueces más bien formados ética y
científicamente con una gran capacidad de juzgar. Para poder
aplicarse, esto requiere previamente la descongestión radical
de los asuntos que van a los juzgados, fundamentalmente a
través de mecanismos como el arbitraje, los jueces de paz, las
inspecciones de policía, etc., que pueden practicar una justi-
cia oral, rápida, eficaz y de pronto un tanto más democrática
en los asuntos de menor cuantía y en las infracciones menos
graves.
Teoría social del Derecho

Crítica del positivismo y la dogmática jurídica


El positivismo jurídico es la claudicación ante unos textos fali-
bles, incompletos, con frecuencia discutibles, inadecuados. El
positivismo implica una mentalidad simplificadora, el reves-
tir a la ley de un respeto hierático, 10 que hemos llamado feti-
chismo de la ley. El positivismo es superficial. En el Discurso
sobre el esPíritu positivo, señalaba Comte uno de los rasgos co-
munes a todas las corrientes positivistas: "Desde ahora la ló-
gica reconoce, como regla fundamental, que toda proposición
que no pueda reducirse estrictamente al mero enunciado de
un hecho, particular o general, no puede tener ningún sentido
real e inteligible 10.
El positivismo, en su afán de combatir la especulación, el
dogmatismo, las discusiones estériles, todos sin duda propósi-
tos muy plausibles, quiere reducir en la ciencia social todo fe-
nómeno, toda proposición, toda crítica, toda formulación, al
estatus de hechos. Los hechos pertenecen con propiedad a la
naturaleza. Como el positivismo se niega a aceptar la diferen-
cia cualitativa entre naturaleza e historia, reduce la fenomeno-
logía social a un conjunto de hechos. La vida social no sólo es
normativa en su proyección sino que el acaecer está revestido
ideológica, política, culturalmente. Esa carga semántica del
acaecer social no permite que los fenómenos sociales sean en-
tendidos en toda su magnitud, si los vemos como hechos aisla-
dos, como fenómenos que tienen en sí mismos un sentido
claro: un hecho de la naturaleza es un acontecer fijo, previsi-
ble, cuantificable, que puede comprenderse y explicarse en
una ley natural; un "hecho" social es una conducta, resultado
de la libertad, del libre albedrío o del acomodo de los indivi-
duos a circunstancias determinadas. Aun cuando puede darse

10. Augusto Cornte, "Discurso sobre el espíritu positivo", en


Obras, México, Editorial Porrúa, 1972, p. 70.
DARía BOTERO URIBE

una previsión estadística de estas acciones, la probabilidad


disminuye cuando nuevas variables se introducen en el análi-
sis. La estadística efectivamente intenta medir conductas
como hechos, pero aun cuado resulta de utilidad para el análi-
sis social, no nos da el sentido de los "hechos", sino el qllantllm.
El positivismo aplicado al derecho no quiere profundizar
en el delito, ni en la causalidad de la ley, ni en los fenómenos
de poder que se esconden detrás de la adopción de las normas,
ni en la sociedad para la cual la ley se hace, en la cual se aplica,
la cual debe ser el criterio rector de la adecuación o inadecua-
ción de las normas.
Kelsen armoniza perfectamente el positivismo jurídico y
la filosofía trascendental de Kant. Así lo expresa: "La teoría
pura del derecho, al extraer las últimas consecuencias de la fi-
losofía y de la ciencia jurídica del siglo XIX, originariamente
~ positivistas y antiideológicas, se opone de la manera más clara
a los teóricos que reniegan de la filosofía trascendental de
Kant y el positivismo jurídico"l1. Esto es sorprendente de al-
guna manera, pues el pensamiento de Kant es antipositivista:
plantea una diferencia metodológica fundamental entre na-
turaleza e historia, en tanto que el positivismo allana la dife-
rencia y plantea la unidad de método. Pese a todo, en la
concepción filosófica del derecho de Kelsen predomina el po-
sitivismo.
El positivismo es tozudo, no transige, se mueve en lo
aparente, en lo que aparece a una mirada superficial. El positi-
vismo se detiene en el fenómeno, en lo que se muestra, no va a
la esencia, a la causalidad profunda.

11. Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, ob. cit., p. 69.
Teoría Jocial del Derecho

No quiere la verdad, le basta la operatividad, lo utilita-


rio, lo pragmático. El positivismo es una claudicación intelec-
tual, cuando no un escepticismo gnoseológico.
El positivismo es un regalo de los dioses para los medio-
cres intelectuales que no tienen necesidad de elaborar teorías
complejas, sino que pueden brillar sin ninguna elaboración in-
telectual, con estudios superficiales, exegéticos, elementales.
El positivismo, por lo menos en derecho, ayuda mucho a la si-
mulación intelectual.
La dogmática jurídica es una apoteosis positivista. Niega
de antemano la posibilidad de la justicia, desconoce la capaci-
dad de juzgar. La dogmática reemplaza el esfuerzo de pensar,
de adecuar los textos a situaciones diferentes eliminando la di-
versidad, creando tipos. Un tipo es una abstracción de carac-
teres, de especificidades: desaparece lo que hace individual un
caso, sólo aparecen delincuentes iguales, delincuentes tipo.
La dogmática consttuye tipos ideales de acuerdo con las
descripciones de las normas, pero los ejecutores del derecho
los toman como tipos reales, les otorgan la credibilidad de rea-
lidades a lo que sólo son hormas, prototipos, formas vacías. El
gran problema de estos tipos ideales es que prejuzgan las con-
ductas a partir de unos caracteres fijos: el derecho deviene ley,
la ley, horma; la horma, prisión; la prisión, denegación de ver-
dadera justicia.
La dogmática hace del derecho una mecánica reduccio-
nista, un juego bastante simple de comparar características
abstractas, unas pocas, de un delito con una norma. Si esas ca-
racterísticas se adecúan, casan en la norma, existe la tipicidad.
Algo que se llama dogmático es muy sospechoso filosófica-
mente. Se trata de una renuncia a lo social del delito, con el ar-
gumento de que todo lo social es sociología. El derecho así es
derecho positivo, una técnica descontaminada de todo conte-
nido social.
DARía BOTERO URIBE

Crítica de la concepción del derecho natural


La concepción del derecho natural fue sustentada por corrien-
tes de pensamiento que van desde e! humanismo hasta la teo-
logía. Esta concepción muestra muy bien los límites del
derecho positivo. Se fundamenta en la dignidad humana, en
la existencia de derechos inalienables e imprescriptibles. Bus-
ca poner límites a la autoridad civil, a los abusos de poder. No
discute la competencia del Estado para crear un derecho posi-
tivo, sino que implícitamente alude a los límites de! poder ci-
vil. El Estado se da un ordenamiento positivo con e! cual
regula las relaciones sociales, pero de ninguna manera puede
negar los derechos fundamentales del hombre, pues éstos no
sólo rebasan el derecho (positivo) sino también e! Estado. O
bien se trata de una legislación divina supraestatal, o bien de
características intrínsecas de la naturaleza humana. Señala
4 Cassirer que:
En Inglaterra Locke, en su Treatise on government, expone la
teoría de que el contrato social que los individuos celebran
entre sí no constituye en modo alguno el único fundamento
de todas las relaciones jurídicas entre los hombres. A seme-
jantes vínculos contractuales les preceden vínculos originarios
que no han sido creados por contrato ni pueden ser elimina-
dos por él. Existen derechos naturales del hombre anteriores a
toda formación de sociedades y Estados y, con respecto a
ellos, la función propia y el fin esencial del Estado consiste
en acogerlos en su orden y, mediante él, protegerlos y garan-
tizarlos 12.

El derecho natural tiene una ventaja inicial sobre e!


positivismo: parte del reconocimiento que existen normas o

12. Ernst Cassirer, Lafi/osofia de la Ilustración, México, Fondo


de Cultura Económica, 1981, p. 278.
Teoría social del Derecho

contenidos normativos que preexisten al Estado y a todo orde-


namiento positivo. Esta teoría sirvió a los humanistas españoles
Suárez y Vittoria para oponerse al despotismo. El derecho natu-
ral posibilita una crítica amplia de un ordenamiento jurídico
positivo. Un positivista puede encontrar una ley inconveniente
y propiciar su cambio; puede desde luego enjuiciarla jurídica-
mente, pero no puede hacerlo políticamente, pues él se mueve
dentro de un universo jurídico de validez inmanente y recusa la
validez de una crítica metajurídica. Así frente a una dictadura,
frente al totalitarismo, los juristas positivistas defienden el or-
den jurídico, porque está vigente y es obligatorio, pero no se
dan cuenta de que con ello defienden la dictadura, los crímenes
de Estado, pero los positivistas no se plantean problemas éticos.
Para ellos todo lo que no está prohibido en la ley está permitido.
Si la ley dice que los judíos o los intelectuales de oposición son
enemigos del Estado, los juristas positivistas aprueban, porque
ser judío o intelectual está prohibido en la ley.
Pero el derecho natural como teoría es insostenible, parte
de una naturaleza humana constante, fija, de una esencia inmo-
dificable, que determinaría esas normas; una naturaleza humana
ahistórica, que, por supuesto, no existe. El hombre es un proyec-
to inacabado e inacabable, que va plasmando unas características
determinadas en su trasegar en cada formación social y en cada
momento preciso, lo cual permite determinar una tipología más
o menos general, desde luego con muchas variantes y matices. Si
no existe una naturaleza humana perdurable, tampoco existen
esas normas derivadas de esa existencia transhistórica. El derecho
natural también en alguna medida es una proyección teleológica,
es el intento de captar un orden preestablecido por la ley humana
más allá de todo desarrollo social concreto, lo cual es inconcebible
en la época de la ciencia. Si bien no podemos olvidar algunos de-
sarrollos progresistas y liberadores del derecho natural, en la era
posmetafísica y de la "transmodernidad" no podemos acoger un
DARía BOTERO URIBE

pensamiento que hunde sus raíces en una visión dogmática de la


escolástica medioeval.

Crítica a la insuficiencia del derecho positivo


Podemos examinar la insuficiencia del derecho positivo con
relación a cuatro puntos fundamentales:
1. El derecho como orden social dinámico se petrifica en textos.
2. Carece de un horizonte de comprensión que le permita
derivar el sentido.
3. Es incapaz de proporcionar una coherencia del derecho.
4. Como se mueve en un campo puramente instrumental,
no puede realizar plenamente la justicia.
Paso a explicar brevemente:
1. Las normas positivas son difundidas con el criterio que
ofrecen unas reglas jurídicas cIaras para orientar las rela-
10°1 ciones sociales, pero presentan un grave inconveniente:
carecen de flexibilidad para entender situaciones sobrevi-
nientes, modalidades nuevas: no atienden a la evolución
de las instituciones sociojurídicas, al cambio de los con-
ceptos, a las necesidades sociales, sino que se convierten
en formas petrificadas y rígidas, que frente a la exigencia
positivista de aplicar literalmente las normas devienen
obstáculos para tener un derecho actual, capaz de solucio-
nar los conflictos sociales, de ayudar a una evolución pací-
fica y democrática, en vez de convertirse en una camisa de
fuerza para el desarrollo social; en una forma inequívoca
de mantener el statu quo.
2. El normativismo, al hundirse en la maraña de normas po-
sitivas, al otorgarles el poder de universo jurídico, enmas-
cara el horizonte de inteligibilidad de las normas: las
estrategias políticas que se buscaban con ellas, lo que el
legislador quiso consignar en normas sin lograrlo, el sen-
tido político, las connotaciones específicas. La norma, en
Teoría social del Derecho

vez de una estrategia política que fue su creación, deviene


una comunicación sin emisor aun cuando sí con destina-
tario. Las normas nunca son claras porque la vida no es
clara. Sólo el reduccionismo a ultranza puede hacer pen-
sar en una norma clara para resolver situaciones que son
complejas, profundas, cuyas motivaciones -si tratamos
de vislumbrarlas- nos llenan de perplejidad. Se necesita
ser un espíritu muy simple para concebir normas claras
frente a conductas varias e inescrutables.
3. El derecho en tanto positivo es un piélago en el cual se
ahogan voces, reclamos, controversias, juicios, pretensio-
nes. La Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justi-
cia y el Consejo de Estado tendrían un tanto la función de
aunar criterios, de proporcionar una visión de conjunto
del derecho. Pero es claro que los magistrados y conseje-
ros no tienen una visión de conjunto porque se han perdi-
do en los vericuetos normativos; el sistema jurídico
imperante les ha inducido a sistematizar normas, a tratar
de racionalizar conjuntos normativos para buscar ofrecer
respuestas a las demandas de justicia en los distintos te-
rrenos. Pero carecen de un pensamiento jurídico. El posi-
tivismo los mantiene prisioneros de las normas. Esa cárcel
normativa no les permite tener un pensamiento jurídico
coherente, una mirada que abarque el conjunto, pero que
no se pierda en especificidades, en detalles, sino que en-
tienda el movimiento social como un cauce preordenado
por el derecho, por un pensamiento normativo capaz de
escuchar los ecos de la vida social, dar respuestas regula-
doras o normativas para encauzar la vida social, realizar
los ajustes en el orden jurídico-social y la preocupación
permanente por legitimarlo.
4. Lo único que no puede hacer nuestro sistema jurídico es
realizar la justicia. No sólo por lo que observa Kelsen con
DARlo BOTERO URIBE

razón, que la justicia absoluta no existe l3 , sino porque


nuestro sistema jurídico no pone la justicia como idea re-
guladora de las decisiones judiciales. Nuestro sistema ju-
dicial sólo tiene como finalidad desatar las controversias e
imponer sanciones a los infractores. Lo que tenemos son
lectores que dicen lo que el derecho muerto, petrificado,
depara a los vivos. La justicia necesita menos normas, más
capacidad de juzgar y un pensamiento jurídico posibilita-
do por el orden jurídico-social, que permita vislumbrar en
perspectiva cuál es el grado posible y deseable de la justi-
cia en un momento determinado.

La teoría social del derecho


en la perspectiva de una concepción
dinámica de la sociedad
~ Llamo sociedad dinámica a una sociedad que no se rige por el
determinismo, sino por la libertad de respuestas a condiciona-
mientos diversos. Una sociedad cambiante, imprevisible,
pero maleable, que cada vez es más susceptible de ser someti-
da a planes, a previsiones; una sociedad que se distancia cada
vez más del tradicionalismo; que cada vez se ajusta menos a la
cultura de las raíces, y cada vez más a la cultura de lo arbitra-
rio, de lo novedoso, de lo utilitario; una sociedad que carece
de norte, que gira en torno de valores substituibles, contin-
gentes; una sociedad que no ha sido capaz de crear símbolos
culturales duraderos; una sociedad en la cual la técni~a socava
como en ninguna otra sociedad la vida intelectual y artística.
Es también una sociedad muy fluida por la interacción
psicosociológica, en la cual los individuos tienen necesidad de
realizarse, de objetivarse, pero cada vez la dispersión represiva

13. Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, ob. cit., p. 62.
Teoría social del Derecho

aísla más al individuo. Es la primera sociedad en la cual el indi-


vidualismo está contra el individuo. El individuo es arrojado
de la comunidad, vive en una soledad cada vez más profunda,
en medio de una comunicación y de una interacción cada vez
más intensas.
U na sociedad que asiste al fin de las clases sociales y a
una masificación de los gustos, de los productos, del placer, de
la vida intelectual; una sociedad que ya no tiene más que con-
sumidores y productos uniformes.
Los individuos, por lo menos los de los sectores medios,
cuentan ahora con más instrumentos y con mejores posibili-
dades de realización personal, pero carecen de una cultura que
los encauce a cumplir grandes tareas; esta sociedad ha logrado
trivializarlo todo. El tipo de vida que tiende a imponerse es
una existencia muelle, aletargada, embotada por los medios
de comunicación y las distracciones, que se perfila irrelevante
e intrascendente.
Vivimos en una sociedad que hace conciencia no sólo de
la importancia del saber para la producción, para la obtención
de medios tecnológicos, para la comprensión del mundo, sino
también para la organización de la vida social. Asistimos hoy
al proceso en el cual la ciencia y la tecnología son el motor de
la producción. Mañana no se podrá vivir sino aplicando méto-
dos científicos a la organización de la vida. No es un tema de
ciencia ficción, sino una perspectiva real. La interacción social
va a salir necesariamente afectada por el uso masivo de la cien-
cia y la tecnología en la producción.
A mediano plazo el trabajo habrá perdido su función; la
energía humana será cada vez más cualificada, más tecnificada,
menos manual y más "intelectual", por llamarla de alguna ma-
nera; entonces el trabajo deberá ser sustituido por la actividad
libre. Esto comportará una reorganización social total. Habrá
bastante tiempo libre, deberá organizarse la autoeducación, la
DARÍO BOTERO VRIBE

recreación. La sabiduría, el arte, la creación deberán tener un


papel muy destacado en esa sociedad.
No podemos seguir pensando la sociedad con el perfil del
siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX. La sociedad está
hoy abocada a una transformación total. Esa transformación no
es necesaria filosóficamente, no tiene una dirección prefijada,
plantea varias posibilidades: una que vamos a llamar la de los
mandarines, que querrá substituir el trabajo "no necesario" por
formas "substitutivas de actividad laboral" y la utopía, que rei-
vindica la libertad, la abolición del trabajo, la autoeducación.
U na sociedad basada en el saber, en un grado inconcebible
para cualquier otra sociedad histórica, no es prima jacie una so-
ciedad lúcida y sabia; por el contrario, puede ser una sociedad
de autómatas, de individuos conformistas. Es una gran parado-
ja, pero la ciencia y la tecnología pueden crear un mundo obs-
104
1
curantista, alienado, instrumentalizado. Hay que preguntarse,
¿cuál saber? Existe un saber instrumental que ya hoy muestra
sus fauces, es una tecnología esclavizante. La ciencia puede
crear otra forma de esclavitud, iconviene no ignorarlo!
La utopía es un saber liberador. Insiste en el pensamien-
to libre, en el pensamiento crítico. Las ciencias positivizadas
son utilitarias, sirven para cumplir fines, pero no inducen la
lucidez. Hay necesidad de hacer una barricada desde la filoso-
fía crítica para reconducir el proceso hacia una cultura libre,
gratificante y evitar que la ciencia y la tecnología convertidas
en formas de poder mucho más prestigiosas y eficaces que la
policía, establezcan una forma de dominación sin fisuras.
¿Cómo se inserta la teoría social del derecho en el desa-
rrollo de esta perspectiva?
El derecho, el orden jurídico-social, puede jugar un papel
lúcido en una sociedad dinámica, si afronta el reto de la teoría
social del derecho, de crear un orden jurídico-social para con-
tribuir a moldear una evolución social, a buscar la legitimidad
Teoría social del Derecho

de ese orden, que permitiría a los juristas el papel de progra-


madores y de legitimadores del orden social, en vez de ser
como hoy instrumentos inconscientes de la dominación políti-
ca, en vez de arbitrar el caos de intereses sociales, buscar el
cauce para adoptar una forma libre de evolución social, que
sin pretender de ningún modo coartar los intereses privados,
conduzca la sociedad hacia formas menos aberrantes de con-
tradicción social.
U na praxis jurídica lúcida orientada por el gran marco
del orden jurídico-social ayuda a una concepción coherente
del derecho, lo convierte en una herramienta de análisis social
y, lo más importante, en un instrumento de legitimidad de las
constelaciones de poder. El poder ya no se concibe hoy como
una fuerza unitaria y centralizada que, desde un centro en el
Estado, ejercería la dominación de toda la sociedad. El poder
es un sistema de redes sociales, que se entrecruzan, que for-
man un tejido muy complejo, que sólo un análisis empírico
minucioso puede poner en evidencia 14 • En esas condiciones,
una lucha contra los micropoderes sólo puede hacerse con éxi-
to desde el derecho. El orden jurídico-social que vayan reajus-
tando periódicamente los juristas deberá ir identificando las
redes de poder y remitiéndolas progresivamente al dominio
jurídico.
En nuestra teoría, el derecho que ha sido hasta ahora un
instrumento dócil del poder se convertiría en el más grande
contrapoder que se haya conocido. Se podrían silenciar los ca-
ñones, pues les habríamos dado a los cagatintas lo que ellos
nunca han soñado, la posibilidad de dejar de ser agentes oficio-
sos del poder para convertirse en coautores del mundo futuro.

14. Véase Michel Foucault, Microftsica del poder, Madrid,


Ediciones de la Piqueta, 1980, pp. 119 Yss.
CAPÍTULO IV

El derecho y la ética
como formas de autocontrol
de la sociabilidad
El derecho y la conducta humana
Todas las disciplinas sociales de alguna manera se ocupan de
la conducta, pero el ángulo desde el cual la estudian difiere se-
gún el objeto específico de cada una.
Así se dividen en:
a) Disciplinas normativas: ética y derecho.
b) Disciplinas empírico-teóricas: sociología, psicología, eco-
nomía, política, etc.
La principal diferencia consiste en que las disciplinas
normativas tienen que ver con la previsibilidad, la regulación,
la ordenación de la conducta. Son, por tanto, disciplinas del
deber ser y no de la facticidad.
Las disciplinas empírico-teóricas se basan de alguna ma-
nera en la previsibilidad, porque todo el mundo social es nor-
mativo, pero a diferencia de las anteriores, su objeto no se
determina en la previsibilidad, sino más bien en el resultado,
en lo acontecido, en lo efectivamente realizado de conformi-
dad con los planes y las políticas. Aun cuando desde luego
también formulan pronósticos, su objetivo es recomendar po-
líticas, medidas culturales o legislativas. Cada una de las disci-
plinas tiene un campo de investigación en el cual conoce
relaciones, conductas, "hechos". Estas disciplinas producen
conocimientos en su respectivo campo de investigación y ac-
ción. No obstante, nada se opone a hacer del derecho una disci-
plina científica, si se logra -como lo propuse antes-, atribuirle,
con la competencia debida, un campo de investigación y de
producción de conocimientos propio.
Existen cuatro disciplinas que se ocupan muy detenida-
mente de la conducta. Ellas son: la psicología, la sociología, la
ética y el derecho.
DARía BOTERO URIBE

La psicología busca comprender y explicar los actos hu-


manos en su causalidad. Se preocupa por la forma como es
afectada la psiquis del individuo y, excepcionalmente, del gru-
po debido a la interacción con el medio social; el grado de
afectividad de las relaciones personales de los individuos, es-
pecialmente en la niñez; el proceso de la educación; las carac-
terísticas de la formación; las dificultades que confronta el
individuo, las frustraciones personales, etc.
La sociología busca determinar y explicar la conducta de
los grupos sociales, en especial cómo se afectan los grupos, cla-
ses o sectores sociales por las medidas económicas, la permeabi-
lidad de las comunidades al cambio social, las formas de
organización social, las instituciones económicas y sociales, etc.
La ética se ocupa de la autorresponsabilidad del indivi-

~
duo, de la conducta que debe adoptar ante distintas formas de
acción social, o ante situaciones que le crea la vida social.
El derecho se aplica lo mismo que la ética a discernir
cuál es la conducta viable en una situación determinada,
pero en tanto la ética apela a la conciencia moral, el derecho
busca la coerción. El derecho y la ética están inescindible-
mente unidos en una concepción no positivista. Son las dos
caras de una misma moneda, dos formas de pensamiento y
acción complementarias.
El derecho en la perspectiva de la teoría social del dere-
cho se integra a la ciencia social como disciplina normativa,
con un objeto propio y una complementariedad e interdisci-
plinariedad con las demás ramas científico-sociales. El dere-
cho ya no será más guardián de la letra muerta de los códigos,
sino una disciplina que regula y autocontrola el orden jurídi-
co-social, sin pretermitir el derecho positivo, pero con una vi-
sión muy amplia para enriquecer, complementar, ubicar las
normas positivas y establecer en muchos casos la aplicabilidad
o inaplicabilidad y el criterio de validez.
Teoría social del Derecho

La teoría social del derecho propicia un diálogo entre estas


cuatro disciplinas que tienen un énfasis particular en la conducta
social y, por ende, piensa que cada una, sin abandonar su objeto
específico, puede aportar elementos, reflexiones, conclusiones
que tienen que ser de mucha utilidad para las demás.
Desde luego que la interdisciplinariedad de todos los sa-
beres sociales es un imperativo, pues si se examina con rigor,
ninguno tiene un objeto autónomo, sino que cada uno tiene
como objeto ámbitos o instancias de la vida social, interrela-
cionados con los ámbitos o instancias que estudian las demás
disciplinas. Pero la complementariedad entre psicología, so-
ciología, ética y derecho es realmente muy profunda. El dere-
cho cuenta a cada paso con actos humanos, con sujetos que
actúan de una u otra manera; tiene que medir y valorar las
conductas para atribuirles los grados de significación que invo-
can los supuestos de las normas. Si se quiere realmente hacer
justicia y no basarse en meras presunciones o en tipos ideales,
abstractos y simples, como los de la tipicidad, por ejemplo, es
necesario un diálogo entre el derecho y la psicología.
Si el derecho, el juzgador o el intérprete, no está cegado
por una visión positivista, tiene que entender cómo los fenó-
menos sociales colectivos afectan la conducta de un individuo
o de un grupo. La situación de violencia que se vive en el cam-
po colombiano bastante generalizada no ha servido, sino ex-
cepcional y marginalmente, para entender los fenómenos
jurídicos más diversos. La teoría social del derecho favorece un
diálogo con la sociología, que a su vez es deudora en mucho
para sus tesis y conclusiones del derecho, que permite a los ju-
ristas no sólo reprogramar el orden jurídico-social sino adecuar
las decisiones en derecho privado y derecho público a la vida so-
cial del país, es decir, aproximar los fallos a un horizonte de sen-
tido, movible, complejo e inaccesible en su totalidad si se
quiere, pero ineludible de la idea reguladora de justicia.
DARía BOTERO VRIBE

El derecho y la ética, para un filósofo social o político, no


son dos parcelas separadas, sino dos dimensiones, que en algu-
nos niveles pueden distinguirse claramente, pero que en mu-
chos más tienen fronteras borrosas, parten del mismo tronco
de autolegislación social, son dos vertientes paralelas de la in-
teracción, de la intercomunicación, dos formas de autocontrol
de la sociedad, que el positivismo se niega a comprender, pero
que una filosofía crítica no puede ignorar. El derecho sin ética
puede conducir a un reglamentarismo represivo sin matices.
La teoría social del derecho no sólo plantea la conveniencia de
la ética para estructurar las decisiones, sino igualmente como
un elemento para entender las normas y las conductas sociales
consideradas por el derecho.

El derecho y la ética como elementos


~ configuradores de la sociabilidad
Representémonos la socialidad -o sociabilidad- como un cua-
dro de interacciones, de complementariedades, de solidarida-
des, de afinidades y oposiciones, de vida interactuada con
lazos manifiestos y encubiertos de integración.
En la medida en que se formó la sociedad históricamente,
el individuo comenzó a depender más del grupo, se fueron de-
sarrollando lazos que iban anudando el individuo a la vida so-
cial, a través del intercambio de productos, la división social del
trabajo, la perspectiva de unir esfuerzos para realizar obras de
gran envergadura, que de otra manera no eran factibles; la posi-
bilidad de potenciar las subjetividades, de proyectar un enti-
quecimiento psicológico que permita perfilar vivencias con una
perspectiva de profundidad. El arte es siempre una conciencia
social que escruta la opacidad de la vida, todo aquello que se
vislumbra, pero no es suficientemente descifrado. El arte ayuda
a comprender los meandros de la vida. La ciencia también es
una forma de especializar el conocimiento del contexto social.
Teoría social del Derecho

La sociabilidad aparece como un conjunto de redes, de


interrelaciones, de vínculos que configuran una gama de pun-
tos que se superponen. La sociabilidad es una forma compleja
de interrelación que supone la existencia de lazos de interde-
pendencia.
Sin duda todas las hipótesis que han tejido los sociólogos
para explicar el paso de la horda primitiva a la constitución de
una vida social y el ascenso de formas sociales simples a formas
sociales más complejas tienen con toda probabilidad un grado
de imaginación. Pero tal vez el razonamiento no tenga que ser
genético-evolutivo, no sólo imposible de reconstruir sino de
apreciar. El método podría consistir en ofrecer en las socieda-
des contemporáneas cuál es la función de la ética y el derecho.
Hacer el esfuerzo no para observarlos en las teorías, sino en el
movimiento social mismo.
Así podríamos preguntarnos, ¿cuál es el papel de la ética
y el derecho en la vida social? ¿La ética y el derecho son formas
configurado ras de la socialidad o son elementos externos, que
desde fuera impone la autoridad para evitar un desborde de un
cauce social determinado que se quiere mantener?
Me parece imposible concebir un movimiento social que
consista sólo en lazos de dependencia multifuncional y que no
implique formas inmanentes de control del movimiento so-
cial. Pienso que la ética y el derecho son formas de autocontrol
social, que brotan del proceso mismo, en la medida en que las
propias interacciones comienzan a imponer tipos de conducta
que se estiman viables, permisibles, aceptables y rechazan
otros que causan escozor, que molestan, que ofenden, que de-
sequilibran la interacción. Estimo que la ética y el derecho
brotan del mismo tronco, apuntan prima Jade al mismo objeti-
vo, la reciprocidad de la interacción.
Pienso que las concepciones corrientes del derecho y de la
ética se han extraviado en la consideración de la objetivación de la
DARía BOTERO URIBE

conciencia de esas disciplinas. Toman el derecho y la ética como


legislaciones, como formas intelectuales y reflexivas de responder
a una fenomenología social determinada. Pero olvidan la raíz de
todo: que la sociabilidad es inconcebible sin ética y derecho; el
derecho y la ética son cauces, llamémoslos "normales", de la so-
cialidad. Me parece una postura totalmente acientífica tomar el
derecho y la ética solamente como formas supraestructurales,
como formas de conciencia devenidas reflexivamente, y no igual-
mente como normas sociales, preestatales, que brotan en todo
grupo y en toda organización social, como presiones del grupo
sobre el individuo para obligarlo a adoptar usos, costumbres,
normas que el grupo estima deseables. Es el fenómeno que
Durkheim llama coerción, al cual me había referido antes.
Pienso que esas normas sociales que constituyen la géne-

~
sis del derecho y la ética se remontan a la más profunda ar-
queología de la vida social, pero siguen brotando de la vida
social permanentemente, por supuesto. Todo el que quiera
puede experimentarlas. Basta que se traslade a un pequeño
pueblo de cualquier provincia e intente introducir modifica-
ciones bruscas en los hábitos de vida de la comunidad. Recibi-
rá el rechazo social y el grupo lo presionará, incluso a veces
acudiendo a la violencia, para que adopte las normas de la vida
social vigentes allí. ¿A partir de qué momento adquieren fiso-
nomía propia la ética y el derecho?
A partir del momento en que la conciencia reguladora del
orden toma dos caminos diferentes: uno, la ética, se retrae a la
autoconciencia, se convierte en reflexión sobre el respeto que se
debe a todos. Es la conciencia de autorresponsabilidad que
piensa que yo debo dar al otro el respeto que quiero que él me
dé. Es la idea misma de la libertad. El autocontrol social como
libre determinación de mi yo: el otro, el derecho, se proyecta a
la exterioridad, es la forma de autocontrol complementario de
la ética, que no se basa en la libertad, sino en la coerción. El
Teoría social del Derecho

derecho parte de la conciencia de que la libertad es para la in-


mensa mayoría de los hombres sólo una bella palabra, o una
forma viciosa de entendimiento del libre albedrío. El derecho
no se basa en la fuerza ni en la libertad, sino en una mediación
de ambas: en presionar al individuo para que adopte una con-
ducta que realice una interacción social deseable, que permita
una forma pacífica de solución de los conflictos sociales. Por esta
razón, para un hombre verdaderamente libre, es decir, el que se
guía por la autonomía posibilitada por la ética, el derecho es su-
perfluo en gran medida, pero como no existirá nunca una socie-
dad de hombres libres, pues la libertad no es un estatus sino una
opción que se renueva con frecuencia, el derecho pervivirá, si
bien adoptará formas muy diversas. Hubo un derecho absolu-
tista, hay un derecho de la democracia burguesa y habrá un de-
recho democrático cuando se construya una democracia sin
más, que ahora apenas se vislumbra.
En una sociedad compleja como la moderna, el derecho no
sólo se fundamenta en la no libertad sino en la existencia de con-
flictos tan dificiles, tan complejos de analizar y resolver, que per-
fectamente individuos con un alto sentido ético pueden chocar
en la interpretación de sus pretensiones. Incluso como no existe
una verdad objetiva plena, dos individuos que tienen pretensio-
nes opuestas en un mismo asunto, pueden tener ambos razón
desde ángulos distintos. Esta situación es mucho más frecuente
de lo que se pudiera admitir a priori. Para una argumentación
metafisica, sólo uno puede tener razón. La praxis jurídica ni si-
quiera se plantea estos problemas, pues no busca la verdad ni la
justicia, como ideas reguladoras, ni como ideas absolutas, por su-
puesto, sino que su único fin es el fetichismo jurídico.

El derecho no es ideología, pero genera ideologías


Pashukanis expresa el concepto generalizado entre los marxis-
tas, con algunas pequeñas variantes. Así reza: "Sin embargo, el
DARía BOTERO URIBE

problema de ninguna manera consiste en admitir o discutir la


existencia de la ideología jurídica (o de la psicología), sino en
demostrar que las categorías jurídicas no tienen otra significa-
ción fuera de su significación ideológica"¡.
Pashukanis particularmente hacía consistir el derecho en
la relación mercantil y consideraba que al superarse ésta -pos-
tulado marxista-, desaparecería el derecho como una mera
ideología justificadora de las relaciones sociales de explota-
ción. Para esta mirada estrecha, el derecho es una ideología, es
decir, una forma falsa de representar las relaciones sociales.
Existen desde luego ideologías jurídicas, cuya función es encu-
brir las verdaderas relaciones sociales. El derecho utiliza con
frecuencia categorías abstractas: libertad, democracia, dere-
chos humanos, para dar una versión de una situación real que
es precisamente la negación de esas categorías. Esas ideologías
~ buscan inducir una conciencia ideal en los ciudadanos, que
distorsionan lo en sí, que en vez de ayudar a comprenderlo, lo
mitifica. Si bien existen ideologías jurídicas, el derecho como
tal no es una ideología, pues en gran medida representa rela-
ciones empíricas, materiales, de la vida social. Desde luego
como el derecho no es una mera conciencia falsa, como opina
el marxismo, sino un elemento constituyente de la socialidad,
mal podría ser sólo una ideología. El derecho puede generar
ideologías porque no es una ideología. Pashukanis toma el de-
recho como ideología en singular: el derecho sería en sí mismo
una conciencia ideológica. Lo que tendría que haber explicado
Pashukanis es cómo una única conciencia falsa ha regido las
relaciones de los hombres, desde la horda primitiva hasta hoy.
Su concepción es ahistórica y por esto dogmática y falsa.

1. E. B. Pashukanis, ob. cit., p. 55.


Teoría social del Derecho

El derecho puede representar


el acuerdo o la imposición
de fuerzas sociales
El derecho ha sido siempre o casi siempre un vehículo para
imponer intereses sociales de clases o grupos a otros sectores
sociales. El orden jurídico no ha sido tradicionalmente el re-
sultado de un consenso sino la imposición de los sectores do-
minantes. Si esto ha sido así en la historia, ¿por qué razón
postular que el derecho puede representar acuerdos parciales
entre sectores sociales, en vez de imposiciones?
Habermas ha insistido en su Teoría de la acción comunicati-
va y en la propia concepción del poder que comparte con Han-
nah Arendt, en una visión profundamente democrática, en la
cual el poder sería un acuerdo comunicativ02 •
El poder, en la perspectiva democrática ya no sería la
violencia, como en Marx o Weber, sino el apoyo popular.
Hannah Arendt distingue entre Macht, poder y Gewalt, vio-
lencia3• La imposición, la represión, no serían formas de po-
der sino de violencia. El poder sería sólo el apoyo voluntario,
aquel que proviene del acuerdo en torno a la legitimidad del
régimen político.
De acuerdo con mi interpretación, la concepción de Ha-
bermas y Arendt parten de una tesis muy extendida en la filo-
sofía contemporánea, según la cual el mundo del hombre es el
lenguaje, es lo que nos constituye4 • Ya Peirce establecía una
mediación necesaria del lenguaje entre el sujeto y el objeto en

2. Véase Jürgen Habermas, Perfiles filosófico-políticos, Ma-


drid, Taurus, 1984, pp. 205 Y ss.
3. Ibíd., p. 206.
4. Véase Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa,
ob. cit., pp. 367 Y ss.
DARía BOTERO URIBE

la representación del mundo exterior. No representamos la


realidad objetiva sino a través de signos lingüísticos 5 •
El signo interpretado remite al signo interpretante y así
sucesivamente. No poseemos un órgano para representarnos
los objetos en su "coseidad". Sólo observamos, analizamos y
reflexionamos sobre lo dado sirviéndonos del mundo simbóli-
co. El hombre es un animal simbólico, que a cada paso mide,
designa a través de significantes y atribuye un sentido me-
diante significados, enmarca la naturaleza y la vida dentro de
una semiosis que otorga a todo lo que vislumbra valores, sig-
nos, imágenes, ideas. El hombre en vez de reconocer, reprodu-
cir y recrear en el proceso de conocimiento, como conceptuaba
la filosofía del siglo XIX, designa, funda, instituye, simboliza,
crea, en el proceso de representación del mundo exterior, lo
cual es, en mi concepto, una aproximación a la filosofía del si-
~ glo XX. La filosofía contemporánea es filosofía del lenguaje:
Austin, Searle, Apel, Habermas, etc. Austin y Searle con la
teoría de los actos de habla fundan una concepción pragmáti-
ca del lenguaje, según la cual el lenguaje no es una forma más
o menos gratuita o arbitraria, sino una forma vinculada a la
acción, hacer-diciend06 . Habermas desarrolla esta concep-
ción, que en Austin y Searle e incluso en Apel es sólo filosofía
del lenguaje, para fundar en el lenguaje una filosofía política.
Esa filosofía es una filosofía de la comunicación.
El proceso político, prefigurado, aun cuando no se desarro-
lla en ninguna parte, es interpretado como una interacción de los
individuos, que se intercomunican, realizan sus actividades a tra-
vés del establecimiento de un tejido de relaciones muy complejo;
explicitan sus intereses y derechos a través de la acción

5. Charles S. Peirce, Obra lógico-semiótica, Madrid, Taurus,


1987, p. 167.
6. John Searle, Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1986, p. 31.
Teoría social del Derecho

comunicativa (actos de habla, comunicación-acción), dirimen sus


controversias, se ponen de acuerdo a través del entendimiento y
no simplemente de la articulación de pretensiones egoístas, como
lo señala Habermas en la cita que traigo a colación más adelante.
Podemos entonces ver al desnudo el racionalismo de Habermas.
En la acción comunicativa, los hombres piensan y se ponen de
acuerdo con la perspectiva de un entendimiento racional. Pien-
so, por el contrario, que en la vida social y política nunca hay un
entendimiento puramente racional, en el sentido de carente de
intereses, pues a través de un acuerdo "racional" se articulan for-
mas conscientes e inconscientes de interés, pretensiones particu-
lares de individuos y grupos. Lo que llamamos racional no es más
que un acuerdo que por lo abstracto y general del nivel en que se
plantea, permite la coexistencia de pretensiones opuestas, pero
que al desarrollarse el acuerdo general en procesos específicos ge-
nera contradicciones múltiples, las diferencias que aparecían en-
cubiertas afloran y adquieren su verdadero perftl.
Los nuevos giros políticos de Europa Oriental, el desmo-
ronamiento de muchas dictaduras de Occidente, parecen indi-
car un viraje histórico hacia sociedades más deliberantes: el
triunfo de la legitimidad política como un criterio permanente
de ajustes para responder a la crítica de la opinión pública in-
dican que tenemos que cuestionar la idea de la dominación
política clásica. En esta perspectiva, Habermas moldea una ft-
losofía social y política que privilegia el poder comunicativo,
el entendimiento a través del acuerdo. Así se expresa:
Hablo, en cambio, de acciones comunicativas, cuando los
planes de acción de los actores implicados no se coordinan
a través de un cálculo egocéntrico de resultados, sino me-
diante actos de entendimiento. En la acción comunicativa
los participantes no se orientan primariamente al propio
éxito; antes persiguen sus ftnes individuales bajo la condi-
ción de que sus respectivos planes de acción pueden armo-
DARía BOTERO URIBE

nizarse entre sí sobre la base de una definición compartida


de la situación. De ahí que la negociación de definiciones
de la situación sea un componente esencial de la tarea in-
terpretativa que la acción comunicativa requiere 7 •
Indudablemente el pensamiento de Habermas ayuda a
entender la forma como empieza a configurarse el mundo de
hoy y la perspectiva que se perfila de una radicalización de la
democracia. Ahora la legislación se negocia con grupos econó-
micos poderosos, pero se vislumbra ya un inmediato futuro en
el cual la legislación, las normas, el derecho comenzarán a ne-
gociarse entre el Estado y los grupos sindicales, asociaciones
profesionales, minorías, barrios, comunidades, etc. Es, por
esta razón, el momento para esbozar una teoría democrática
del derecho. Quiero prevenir contra un optimismo facilista y
superficial. No se trata de un acuerdo que elimine las diferen-
12°1 cias, sino de acuerdos parciales entre grupos desiguales, que
mantienen sus propios intereses disímiles. Pensar en una so-
ciedad contemporánea en la cual todos tengan los mismos in-
tereses es una tontería sublime.

El derecho no es un orden que busca a toda costa


la conformidad de los asociados,
pero la fuerza no es derecho
La fuerza no es derecho. Rousseau, quien tenía una gran
preocupación ética, no obstante como individualista estaba
muy interesado en todo lo que fortaleciera la cohesión social.
Para conseguirla, pensaba que era necesario darle a la fuerza
del Estado la presunción de eticidad8 • Kant, por el contrario,

7. ]ürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, ob.


cit., p. 367.
8. ] uan] acobo Rousseau, El contrato social, Buenos Aires, El
Ateneo, 1959, p. 871.
Teoría social del Derecho

radicalizó la idea ética hasta el punto que construyó una vi-


sión idealista pero grandiosa del derecho, únicamente con los
conceptos de libertad y de ética. Para él, el derecho era la li-
bertad éticamente desarrollada 9•
La fuerza desnuda es la arbitrariedad. No obstante, el de-
recho invoca la fuerza, una fuerza medida, autolimitada, al
servicio de las decisiones jurídicas. El derecho sin la fuerza ca-
rece de efectividad; pero la fuerza sin el derecho es la opresión,
la brutalidad. El tema del derecho y la fuerza es muy espinoso.
Sin duda es más fácil hablar en abstracto de fuerza y derecho,
de cómo debe ser, que referirse a situaciones concretas.
Cuando uno presencia el desafío de la fuerza contra el de-
recho, por ejemplo el que plantea la delincuencia organizada,
o grupos poderosos económicamente contra el orden jurídico,
no cabe duda de que uno percibe de algún modo la función
democratizadora del derecho.
Por el contrario, cuando uno asiste a la rebelión de los
humildes, de los despojados de la tierra, de los desposeídos
contra el derecho, no puede menos que entender la función
opresora del derecho.
No podemos dejarnos llevar por una caracterización
unilateral, el derecho es en alguna medida democratizador y
en otra dimensión opresor. La teoría social del derecho bus-
ca, a través del acuerdo de los juristas sobre el orden jurídico-
social y de las escuelas amplias de interpretación que posibi-
lita, hacer prevalecer la función democratizadora sobre la
función opresora del derecho. Esto debe ser el resultado de
una evolución y no de decisiones bruscas de ruptura del or-
den preestablecido.

9 . Véase Darío Botero U ribe, La razón política, Bogotá, Escue-


la Superior de Administración Pública, 1994, pp. 36 Y ss.
DARlo BOTERO URIBE

La fuerza al servicio del derecho es también muy proble-


mática. Sin duda necesaria. Hace del derecho un orden impo-
sitivo. ¿Cuál es el límite de la fuerza revestida de legalidad? Es
muy difícil establecer en cada circunstancia el límite permisi-
ble de la fuerza al servicio del derecho. Cuando se extralimita
la fuerza que tiene un respaldo legal, ese excedente de fuerza
no necesaria jurídicamente debe tratarse como fuerza contra
el derecho. El refinamiento de la civilización consiste en mo-
derar la fuerza, en encauzarla, en ponerle límites, en eliminar-
la cuando sea posible. Revestir la fuerza misma de juridicidad,
de respeto democrático es sin duda una meta.
La razón de Estado que sigue usándose en todas partes es
la práctica subrepticia o enmascarada de la fuerza para conse-
guir objetivos políticos.
Por su relación con la fuerza, el derecho es siempre impo-
~ sición. De ahí que toda verdadera profundización democrática
deba apoyarse en la simplificación de la legislación, en la "des-
juridización" de materias que puedan regirse prioritariamen-
te, por lo menos, a través de la ética. En la extensión relativa
de la ética está la perspectiva de la libertad. La ampliación
ilimitada del derecho o la juridización del mundo de la vida 10 es
la perspectiva concreta de la opresión. La juridización amenaza
hoy con lanzarnos de bruces al laberinto del Proceso de Kafka.

El derecho no es sólo derecho de Estado:


el poder también es autorregulado
Toda forma o relación de poder implica un ejercicio repetido,
una organización, por simple que sea. Esa organización com-
porta a su vez unas normas que preordenan la forma como
debe ejercerse el poder. Todo poder es autorregulado. Las

10. Véase Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa,


ob. cit., pp. 510 Y ss.
Teoría social del Derecho

relaciones y manifestaciones de poder del Estado están esta-


tuidas por una normatividad jurídica. El Estado de derecho es
la autorregulación de la administración y de la autoridad.
Desde el punto de vista de su fuente de creación y de su
carácter, existen por lo menos cuatro tipos de normas relacio-
nadas con el derecho:
1. Normas sociales, preestatales o de primer grado, que ana-
licé antes.
2. Normas éticas, generadas por la sociabilidad, las cuales
también fueron consideradas anteriormente.
3. Normas jurídicas o de segundo grado.
4. Normas políticas sobre la regulación del Estado, el poder
público y la administración.
De estos cuatro tipos de normas, el Estado sólo dicta las
normas jurídicas propiamente tales o de segundo grado.
El cuarto tipo, que hemos llamado normas políticas, nos
da una dimensión que el positivismo ignora. El positivismo
parte de un Estado que está conformado, no importa cómo,
que dicta las normas jurídicas que reglan la vida social, confi-
gurando el derecho positivo.
La teoría social del derecho no parte de un Estado con-
formado de una vez por todas, de un poder constituido que es-
tablece las normas. La teoría social del derecho se plantea el
problema que el Estado es regulado e incluso reajustado desde
la política y desde la estructura social. En términos de la teoría
marxista podemos decir que el poder de Estado ordena el apa-
rato de Estado.
Actualmente, por ejemplo, el neoliberalismo plantea un
pensamiento normativo en torno al Estado: el Estado debe rea-
justarse para buscar la eficiencia, la productividad, eliminar la
burocracia sobrante. Todo esto busca que el Estado sirva de pa-
lanca para incentivar la inversión y la actividad de la economía
privada. Este modelo favorece la internacionalización de la
DARlo BOTERO URIBE

economía. El modelo que dominaba antes, el cepalino o inter-


vencionista, era también un pensamiento normativo que bus-
caba un Estado regulador, racionalizador, que ayudara a
fomentar el mercado interno y la producción nacional con fuer-
tes barreras aduaneras protectoras. No me propongo emitir
ningún juicio valorativo sobre dichos modelos de política
económica, sino simplemente señalar para los propósitos de este
estudio que son formas de pensamiento normativo que se expre-
san en normas y en pensamientos reguladores en torno al Estado.
Es increíble la miopía del positivismo dominante, pues ignora
fuentes de producción de normas que tienen un gran efecto en la
vida jurídica, que no provienen del Estado, aun cuando posterior-
mente algunas de estas prescripciones puedan convertirse en nor-
mas positivas. Estas normas (las reguladoras del Estado) tienen
aplicación en la vida jurídica, pues las agencias del gobierno se
l241 encargan de darles viabilidad, de aplicarlas en conceptos, en reco-
mendaciones, en interpretaciones, en acciones, sirven de criterios
y de formas de valoración para dar sentido al papel del gobierno,
llamémoslo complementario de la judicatura.
Pero para la teoría social del derecho no es sólo la hege-
monía de clase la que regla el Estado, sino que además de los
intereses de clase, que indudablemente juegan un papel, la
cultura política y el problema de la legitimidad juegan un rol
indudable. Esto es debido a la articulación en las democracias
modernas del nivel económico, en el cual predominan los inte-
reses de clase, y el nivel político, en el cual concurren a través
del voto y de distintas formas de participación política, la uni-
versalidad de los ciudadanos. Esto por lo menos en teoría; en
la práctica, la participación sólo alcanza un número mayor o
menor, pero jamás la totalidad. La hegemonía de clase aparece
mediada por la participación política de los ciudadanos. Esto
obliga al gobierno a tratar de compensar en la política eco-
nómica las disfuncionalidades de la economía política.
Teoría social del Derecho

Poder y legitimidad: el entorno


de las relaciones jurídicas
Situamos el derecho entre el poder y la legitimidad. En efecto,
las relaciones jurídicas expresan concretamente en la vida co-
tidiana las relaciones de poder que se dan en una sociedad, en
un momento determinado. Pero también, en alguna medida,
las relaciones jurídicas expresan las necesidades de legitimi-
dad de un proceso político.
La base del poder son las relaciones económicas. El poder
está fundado en la particularidad, en la defensa de intereses
personales o de grupo.
El poder, desde luego, alimenta las relaciones políticas,
pero en el Estado contemporáneo todos los días se hace más
urgente la necesidad de legitimidad del proceso político. La
legitimidad se concibe hoy como una necesidad permanente y
creciente de justificación de las medidas políticas, de la acción
del Estado ll . El registro de la legitimidad va desde la satisfac-
ción de las necesidades de vivienda, salud, educación, etc., de
la población, hasta las demandas por participación política,
por libertad, por la defensa del ecosistema y del mundo de la
vida.
La cultura política acentúa cada vez más las necesidades
de legitimidad, que van en contravÍa de las relaciones de po-
der. El Estado contemporáneo se desenvuelve en una con-
tradicción, que no tiende a resolverse a través de la clásica
negación de la negación, ni de una síntesis nueva, sino más
bien a través de reajustes o replanteamientos en esa oposi-
ción. El poder, de acuerdo con fluctuaciones económicas, so-
ciales y políticas se concentra o se expande; la legitimidad, por

11. Jürgen Habermas, "Problemas de legitimación en el


Estado Moderno", en La reconstrucción del materialismo his-
tórico, Madrid, Taurus, 1981, pp. 246 Y ss.
DARÍO BOTERO URIBE

imperativos de la cultura política, se amplía cada vez más, con


exigencias de que el Estado no sólo corrija las disfuncionalida-
des del sistema económico, la génesis de la desigualdad que
proviene de allí, sino también que se defiendan intereses uni-
versales de toda la sociedad, como las soluciones ecologistas o
ambientalistas, la seguridad social, la búsqueda del bienestar,
la defensa de los derechos humanos, etc.
En este marco, ¿cuál es el papel de las relaciones jurídicas?
La praxis jurídica positivista, la que domina hoy en todos los es-
cenarios, sirve a la particularidad, a los intereses del poder. La
teoría social del derecho piensa que evidentemente las relacio-
nes jurídicas movilizan intereses personales y de grupo, es decir
que siguen expresando las relaciones de poder, pero plantea que
el derecho, a través del orden jurídico-social y de una interpre-

~
tación del derecho y no simplemente de la ley, asume una posi-
ción mediadora entre las relaciones de poder y las necesidades
de justificación política. En la perspectiva de la teoría social del
derecho, el derecho comienza a poner fines universales a la vida
jurídica. De esta manera, el derecho deviene el más grande con-
trapoder. Continúa dirimiendo los conflictos de intereses priva-
dos, pero en vez de ser una fuerza inconsciente, anárquica de
defensa de los intereses de poder, comienza progresivamente a
facilitar una evolución en la cual se resuelven los conflictos de
intereses, no sólo como proyección de la sociedad burguesa sino
en la perspectiva de las necesidades universales de la sociedad.
El derecho, la praxis jurídica se puede convertir en un
contrapoder, sólo si, como lo propone la teoría social del dere-
cho, se define un orden jurídico-social, como un gran acuerdo
entre las nuevas escuelas de interpretación del derecho que se
crearían. Ese orden jurídico-social deberá delimitar en cada
momento del desarrollo social las reglas de conciliación entre
los intereses privados y los intereses universales de la libertad,
del bienestar, de la justicia.
CAPÍTULO V

El derecho es un pensamiento
regulador y una técnica
de ajuste social
Autorregulación social y orden normativo
Toda sociedad implica un orden. Sin orden estamos en pre-
sencia de una turba, de una cáfila, de una aglomeración, de
una montonera, pero no de una sociedad. La sociedad compor-
ta un animus societatis, la aceptación de la complementariedad,
una integración que tiene un estatus, unos principios mínimos,
unas reglas para que la asociación de cada uno con el grupo se
repute normal, normada, normativa. Esta normatividad (se
trata de normas sociales o de primer grado) es no escrita, pero
igualmente exigible. Cuando una persona transgrede las nor-
mas sociales, el grupo presiona a ese individuo para que acate
la regulación social. Podemos decir que el orden social se re-
nueva, se revitaliza con cada acción en que el grupo presiona a
un individuo. El orden social evoluciona con la cultura, las
tradiciones, la política, la confrontación de problemas que
amenazan o que dificultan la vida de la comunidad, en fin,
con toda la constelación de valores e influjos sociales.
E! orden social es movible, tiende a osificarse con las vie-
jas generaciones, pero entonces viene el desafío de los jóvenes
o de los revolucionarios que rompen con aquellas reglas que
estiman desuetas. Cuando el desafío se generaliza, las reglas se
hacen más flexibles y, finalmente, se transforman. La escolari-
dad, la educación, la cultura juegan un papel importante en la
evolución del orden.
E! derecho positivo está construido sobre este orden, aun
cuando muchos lo ignoren. Si este orden desaparece, por
ejemplo en condiciones de extrema violencia o descomposi-
ción social, se presenta la anomia, y en esa eventualidad el de-
recho positivo no opera. Esto nos demuestra que así el derecho
positivo tenga o no una conciencia clara de las normas de
DARÍO BOTERO URIBE

primer grado, éstas juegan un papel innegable. El derecho po-


sitivo refuerza y complementa este orden; sin él, el derecho
positivo es letra muerta.
La creciente juridificación, especialmente en áreas como
el derecho penal, muestra que el derecho ha perdido su en-
tronque social, que regula conductas demasiado en la superfi-
cie, sin entender el subsuelo social. El derecho no puede tener
sólo una función remedial. No debe actuar sólo en el movi-
miento de las olas de la criminalidad, del respeto a los contra-
tos, etc. El derecho tiene que penetrar al mundo submarino
para saber el origen del oleaje social, pero no sólo para cono-
cerlo, sino para poder regularlo inteligente y lúcidamente.
Hay necesidad de redimensionar el derecho.
El derecho es como un edificio de dos pisos. La praxis jurí-

~
dica sólo reconoce el derecho positivo, es decir, el segundo piso.
Pocas veces se acerca al primero, o sea al constituyente, allegis-
lador, a las autoridades administrativas investidas de funciones
creadoras de derecho. Entre nosotros no se crea derecho ni se in-
terpreta, atendiendo el orden social, es decir los cimientos del
edificio, sino copiando a otras legislaciones. Eso muestra la su-
perficialidad del saber jurídico. Hay una conciencia jurídica va-
cía, que no toma nota de los problemas que enfrenta el derecho.
De acá deriva el formalismo de los abogados, su falta de con-
ciencia, su ignorancia acerca de cuál es el efecto del derecho en
la vida de la comunidad, qué normas se necesitan, cuáles son las
fallas en la infraestructura del derecho. Se enteda a los estudian-
tes en la telaraña de las normas, no se les proporciona una base
de conocimiento, se les vendan los ojos y después se les dice: rom-
pan la piñata, ganen dinero, no importa que la sociedad se hun-
da. Es una patente de corso para mantener el statu quo, no se les
proporciona a los estudiantes una forma de interpretar el derecho
en consonancia con las necesidades sociales, de hacer del dere-
cho un instrumento de la justicia. La alternativa es clara: o
Teoría social del Derecho

damos al derecho una base de conocimiento o cerramos las fa-


cultades de derecho. No hay ningún saber en los glosadores.
El jurista es aquel que conoce la infraestructura del edifi-
cio. No sólo critica las normas por condiciones procesales, por-
que reconozcan o no determinados derechos, sino por su
pertinencia, es decir, desde el punto de vista de la infraestruc-
tura del orden social: cuáles son las necesidades de la vida co-
munitaria, qué tipo de regulaciones se requieren y qué
criterios deben usarse para interpretar el derecho.
El derecho positivo es apenas una pequeña parte del gran
engranaje normativo que constituye una sociedad. Anterior-
mente citaba cuatro clases de normas relacionadas con el dere-
cho, pero la clasificación no es exhaustiva. El derecho, si bien
tiene una normatividad específica, no puede ignorar la tipolo-
gía normativa amplia, pues sólo en ella la normatividad posi-
tiva adquiere pleno sentido, se enriquece, sobre todo capta el
sentido de la evolución social, que debe servir a cada escuela
jurídica para interpretar el derecho en la perspectiva de las ne-
cesidades sociales fundamentales.
Lo que la teoría social del derecho presupone es que a
cada norma específica, a cada ley o estatuto legal subyace el
orden jurídico-social completo. Esto es lo único que asegura la
coherencia.
El positivismo extremo, que consiste en encontrar una
norma o unas pocas normas para resolver un caso y proceder a
aplicarlas literalmente, rompe totalmente el orden jurídico-
social: es la concepción que yo llamaría el archipiélago jurídico;
equivale a disolver el orden en millones de islas totalmente in-
dependientes. Lo que sale de allí no tiene unidad, no es derecho,
tendría que usarse un nombre en plural para denominarlo, un
nombre genérico. La unidad del derecho implica que en cada
norma está el orden jurídico-social en toda su dimensión de
previsibilidad, de capacidad ordenadora, de fuente de justicia,
DARía BOTERO URIBE

de reflexión en torno a las condiciones de aplicabilidad del de-


recho en condiciones extremas, etc.
Ninguna norma contiene en sí las condiciones de su apli-
cabilidad; ninguna norma es inteligible separada del sistema
normativo; ninguna norma, ninguna ley ni estatuto puede
agotar una conducta por simple que sea. Sólo el orden jurídi-
co-social puede dar sentido, aplicabilidad, pertinencia, vigen-
cia a una norma o a un estatuto especial.

La sociedad como orden dinámico


y el conflicto social
La dinámica social podríamos atribuirla hoya cuatro factores:
l. La producción social ha superado las limitaciones que
afrontaba tradicionalmente.
2. La desvalorización de la vida.
132
1 3. La estructura de clases sociales comienza ya a no ser deter-
minada por el sistema productivo, sino por la capacidad
de consumo, entre otras causas.
4. El determinismo ha perdido su base científica. La libertad
puede jugar ahora un mayor papel.
Paso a explicar cada uno de estos factores:
l. Hasta épocas muy recientes había factores estructurales li-
mitantes de la producción: el clima, las condiciones de salu-
bridad, el escaso desarrollo tecnológico, la imposibilidad de
conservar los productos durante un tiempo considerable, las
limitantes del consumo, etc. De alguna manera, todas estas
limitantes han sido superadas. De otra parte, la producción
ya no está basada en el tiempo de trabajo ni en el número de
trabajadores, sino en el conocimiento, en los procedimien-
tos científico-tecnológicos. La producción depende aún en
parte de materias primas no renovables, pero aun cuando
esto es así en la actualidad, pienso que nadie puede dudar
razonablemente de la posibilidad más o menos próxima de
Teoría social del Derecho

reemplazar las materias primas no renovables por recursos


que puedan substituirse, bien sea por materias primas reno-
vables o por materiales sintéticos.
En estas condiciones, la producción alcanzará topes verda-
deramente inverosímiles, haciendo superfluo el trabajo,
tal como se conoce históricamente. He formulado la pro-
puesta de substitución del trabajo por la actividad libre en
otro estudio, y a él me remito l .
La producción social creciente hasta ahora no apunta a sa-
tisfacer las carencias humanas fundamentales, como ha
puesto de presente André Gorz 2 • Lograr que por lo menos
una parte de la producción creciente satisfaga necesidades
generales de la población dependerá de la política, del de-
sarrollo de una cultura humanista. De todas maneras, la
producción en una escala tan colosal afectará -ya lo está
haciendo-las relaciones sociales y posibilitará una acción
del hombre mucho más efectiva y rica, desde el punto de
vista de los medios materiales a su disposición. Esta situa-
ción inyectará una gran dinámica a la sociedad. El derecho
ritual, formalista, fundado casi exclusivamente en las me-
didas sancionatorias no tiene mucho porvenir. En vez de
eso, se trataría de tomar en cuenta un mayor énfasis en la
previsibilidad, concebida como una amplia gama de me-
didas jurídicas, políticas, educativas, etc. En especial ad-
quieren mucha importancia los ajustes al orden jurídico-
social tendientes a su legitimación.
2. ¿Desde qué punto de vista observamos la desvalorización
de la vida? Es una paradoja, todos los días existen más

1. Darío Botero Uribe, Vida, ética y democracia, Bogotá,


Universidad Nacional de Colombia, 200l.
2. André Gorz, Ecología y libertad, Cali, Ediciones Barbarro-
ja, sin fecha, pp. 11 Yss.
DARía BOTERO URIBE

medios para enriquecer la vida, para hacerla más muelle,


más placentera, más agradable, más divertida, más rica
en posibilidades, más interesante, pero también menos
valiosa. Esto se puede medir en el hecho de que la ciencia
es cada vez más instrumental, más ideológica, revela cada
vez más su incapacidad de formular consideraciones va-
liosas para la vida. Las ciencias con un carácter creciente-
mente especializado han reemplazado un saber general y
valioso acerca de la vida, ofreciendo a cambio fórmulas
tecnológicas y conocimientos instrumentales.
Constituye un serio problema del pensamiento científico
el que se preocupe cada vez menos por una teoría explica-
tiva, interpretativa, de búsqueda de posibilidades genera-
les de la acción y, en cambio, se rija cada vez más por un
criterio empirista, cerrado, con objetivos específicos de so-
134 lución de problemas. Esa preocupación por lo práctico,
1
por lo productivo, por lo eficaz, no está mal, el problema
consiste en la pretensión unilateral de validar como cono-
cimiento sólo aquello que tiene un referente empírico in-
mediato y, por otra parte, invalidar como conocimiento
todas aquellas reflexiones o consideraciones sobre la vida
que nos sirven para entender, para actuar, para transfor-
mar el mundo.
El conocimiento científico no substituye la sabiduría.
León Tolstoy lo dijo magistralmente: "La ciencia carece de
sentido puesto que no tiene respuesta para las únicas cues-
tiones que nos importan, las de qué debemos hacer y
cómo debemos vivir"3. La sabiduría se expresa fundamen-
talmente en un pensamiento que gira en torno a la vida,
que reflexiona sobre la ética, sobre el poder, sobre la

3. Citado por Max Weber, El político y el científico, Madrid,


Alianza Editorial, 1981, p. 207.
Teoría social del Derecho

acción, que vislumbra nuevas posibilidades de organiza-


ción social, que critica el desarrollo de la vida social desde
una perspectiva humanista. La sabiduría es la búsqueda
del equilibrio entre tantas posibilidades unilaterales que
nos presenta la vida como derroteros. Es para mí, ante
todo, la búsqueda de la utopía, un saber que hace de la be-
lleza una estrategia de la vida y de la acción, una forma de
encarar la vida creadora, lúcida, gratificante. Una de las
formas de esta sabiduría tiene que ser la investigación de
formas legitimadoras de la autorregulación social a través
del derecho y la ética.
Hay necesidad de crear un humanismo nuevo, no repi-
tiendo viejos esquemas, sino el que corresponde a la di-
mensión de la existencia concreta y de las perspectivas de
la humanización en el mundo de hoy. Un humanismo que
ponga la sabiduría como idea reguladora de la ciencia y en
general del conocimiento.
En esta nueva sociedad, el conflicto tiene probablemente
tanta importancia como en cualquiera otra formación so-
cial, pero tal vez empieza a perfilar un carácter nuevo.
En una sociedad basada en el conocimiento, la violencia,
por lo menos algunos tipos de violencia, revela su carácter
desueto, su inadecuación. El conflicto adquirirá cada vez
modalidades más sutiles, más ingeniosas, más intelectua-
les. El derecho tiene que prepararse para la sociedad que se
vislumbra, que en alguna medida ha comenzado ya. El de-
recho ritual, prolijo, reglamentarista, rígido, parece cada
vez más incompetente.
El orden jurídico-social es la única forma capaz de dinami-
zar el mundo jurídico, de imprimirle la dinámica que im-
plican los tiempos. Más derecho y menos leyes, podría ser
la tendencia. En esta sociedad tan compleja en donde el
conflicto adquiere crecientemente una dimensión más
DARía BOTERO URIBE

indeterminada, "más científica", si se quiere, el derecho


tiene que salir de ese reglamentarismo desueto y posibili-
tar un desarrollo que privilegie formas de autocontrol pre-
ventivas, por llamarlas de alguna manera, en vez del
conflictivismo y el casuismo propios de la vieja sociedad.
3. En la sociedad capitalista clásica, la que analiza Marx y
que modificada, pero aún con un patrón básico de persis-
tencia, llega hasta nosotros, la estructura de clases de la
sociedad se determinaba a partir del proceso de produc-
ción 4 • En la sociedad contemporánea, el trabajo paula-
tinamente se hace menos necesario socialmente y los anti-
guos obreros son impulsados a participar en actividades
distintas a la producción social. Desde el punto de vista de
las empresas de producción, este proceso implica un cam-
bio radical en la composición del capital, un incremento
l36/ considerable en el capital constante (maquinaria, equi-
pos, procesos tecnológicos, etc.) y una disminución co-
rrespondiente en el capital variable (fondo de salarios).
Esta circunstancia sumada al tipo de tecnología que imperio-
samente debe usarse, cada vez más costosa, más compleja y
con una capacidad de producción mucho mayor, implica que
la producción ha perdido la virtualidad de determinar la es-
tructura de clases sociales. Se perfila una estructura social
distinta, la cual sería moldeada por factores como la capaci-
dad de consumo, la posibilidad de usar más o menos amplia-
mente un saber científico-tecnológico; por otra parte, el
acceso a la disponibilidad de capitales todos los días más con-
centrados y cuantiosos.
En vez de burgueses y obreros, como clases básicas, habrá
varias clases de consumidores, algunas sociedades de

4. Carlos Marx, El capital, México, Fondo de Cultura Eco-


nómica, 1964, pp. 136 Yss.
Teoría social del Derecho

productores, predominantemente gigantescas y, por otra


parte, grupos científicos y tecnológicos, dedicados a pres-
tar servicios de investigación, de asesoría, de resolución de
problemas tanto de los productores como de la sociedad
en general.
¿Qué podrá quedar en la sociedad que comienza a abrirse
paso, del derecho actual, basado en la propiedad romana,
en el trabajo, en la dominación política de la masa por una
élite privilegiada? La respuesta a este interrogante presumi-
blemente nos llevará a desacralizar el derecho, a "despositi-
vizarlo", a permitir a los contendientes en los conflictos de
intereses la búsqueda de acuerdos a través de procedimientos
distintos, una legislación muy simplificada, una desconges-
tión judicial, a través de distintas formas de desjudicializa-
ción y unos jueces que manejen ética y políticamente sus
decisiones como un engranaje para dar coherencia y legiti-
midad al orden social.
4. El determinismo ha perdido su base científica~, es hora de
formular una teoría del proceso histórico en la cual la li-
bertad juegue un papel mucho mayor que hasta hoy. No
es que toda acción aparezca ahora posible a la voluntad
humana, el hombre se encuentra con diversos condiciona-
mientos que afectan su situación, que le imponen una
conducta, un giro determinado al decurso de su vida.
Pero esos condicionamientos rara vez son imperativos,
operan más bien como trabas, como vallas, algunas muy
difíciles de sortear. Si el hombre tuviera que enfrentar los
condicionamientos de una manera vertical e ineludible,
éstos tendrían la virtualidad de imponer un cauce a su
vida, pero el hombre puede soslayarlos. Una situación

5. Stephen W. Hawking, Historia del tiempo, Bogotá, Edito-


rial Grijalbo, 1989, pp. 84 Yss.
DARlo BOTERO URIBE

concreta de la vida es una constelación de circunstancias,


en la cual, salvo en situaciones extremas, podemos hacer
un juego, es como un ajedrez con el que podemos hacer
combinaciones de corto o largo alcance. No son fáciles,
claro. Pero la libertad no es fácil, es la única perspectiva
del hombre que demanda siempre la heroicidad. Algunas
de estas combinaciones audaces conducen a la muerte. No
hay en esto mala suerte como suele decirse, sino riesgos mal
calculados, o riesgos asumidos en los cuales la aparición de
la contingencia hace ineludible el riesgo temido.
Vivimos en una época de tanta confusión, que algunos en-
cuentran sospechosa la libertad. Se confunde la libertad con los
esterotipos de manipulación política. Pero esas personas deberían
saber que se necesita libertad para disentir, para oponerse, para
cambiar el curso de las cosas, para negarse a aceptar el statu quo,
~ no obstante que tiene la fuerza de lo dado.
La libertad no es un ejercicio caprichoso de la voluntad,
sino una decisión que se toma una o pocas veces en la vida, que
marca un giro que se traduce en una inserción en el mundo
desde una perspectiva subjetivo-objetiva.
La libertad no es voluntad, capacidad de decidir, decisio-
nismo, sino la fuerza perseverante de refugiarse en un proyec-
to vital que nos revela la autoeducación, de encontrar nuestra
voluntad de poder, nuestro talento, nuestro deseo inmerso en un
proyecto vital, en una perspectiva que dé sentido a nuestra exis-
tencia. La libertad es vislumbrar un mundo de posibles, pero no
un posible unilateralmente racional que conduce al idealismo,
sino un posible racional no-racional, que integra toda la dimen-
sionalidad del hombre.
La libertad es el ejercicio pleno de la autorresponsabili-
dad, es una perspectiva ética asumida sin desmayos, es la na-
vegación social guiada por la inmanencia de una brújula
personal.
Teoría social del Derecho

El derecho no implica la libertad, pero es sumamente


sensible a la ampliación o restricción de las condiciones de la
libertad.

El derecho como pensamiento regulador


y como técnica de ajuste social
El derecho es una forma concreta de la sociabilidad, pero en
tanto conciencia y disciplina intelectual es un pensamiento
regulador y una técnica de ajuste social.
U n pensamiento de la regulación social tiene que refle-
xionar sobre las condiciones de preordenamiento social, de
previsibilidad de las conductas, para considerar la sensibilidad
de esos comportamientos ante los correctivos y las regulacio-
nes que se proponen o que rigen. El problema de establecer o
reconsiderar un régimen normativo implica primero conocer
el orden tal como existe y su crítica, lo cual apunta a organizar
un cuadro sistémico con los elementos disponibles: la cultura,
los medios políticos, económicos y sociales. Ese análisis permi-
tiría elaborar el horizonte posible y realizable, que un orden
normativo debería regular.
La propuesta normativa no se ajusta totalmente a lo que
es; desde luego no puede ignorar lo que existe, pero aceptarlo
sería pretermitir el postulado de Hume, el cual se puede for-
mular: de hechos no derivan normas. A partir del conocimien-
to de la facticidad, el pensamiento regulador debe buscar un
horizonte de posibles que implique un orden ético-jurídico
deseable-posible en unas condiciones históricas determina-
das. Ese orden debe representar un acuerdo de los juristas
entre tendencias y escuelas a través de un procedimiento
preestablecido.
Acordado el orden jurídico-social, el pensamiento regula-
dor tiene la función permanente de juzgar hasta dónde se han
conseguido los objetivos legislativos y ordenadores, proponer
DARía BOTERO URIBE

los ajustes tanto en el orden jurídico-social como en la legis-


lación misma y propender a la legitimidad del orden jurídico-
social.
Los juristas en la teoría social del derecho han sido ascen-
didos a guías insustituibles de una evolución democrática de
la sociedad, a vigías de la legitimidad del orden social, a reali-
zadores de un concepto cambiante, pero firme e insustituible
de justicia, en vez del papel de instrumentos inconscientes, o
parcialmente conscientes, de la dominación política, que les
asigna el positivismo prevaleciente (no positivismo filosófico,
sino de la praxis jurídica).
El derecho como ajuste social es el resultado de la praxis
jurídica, pero una praxis consciente, lúcida, consecuencia de
un gran acuerdo en la discusión jurídica, no sólo la actividad

~
dispersa y caótica de la vida jurídica en la actualidad. Los juris-
tas, las facultades de derecho, las asociaciones profesionales,
las escuelas de interpretación que preconiza la teoría social del
derecho propondrían reglas y una vez acordadas podrían apli-
carlas en la práctica.
El pensamiento regulador es el pensamiento jurídico
propiamente dicho, el cual tiene la responsabilidad de diseñar
el orden jurídico-social, su actualización y legitimación. Es un
pensamiento ético-político-jurídico. Es ético-político como
todo pensamiento social, y jurídico por la especificidad de la
regulación que se trata de establecer. La técnica de ajuste so-
cial es la praxis de ese pensamiento regulador, es la actividad
diaria de los abogados de interpretación y aplicación del
derecho.

El derecho se mueve
en la perspectiva de un telos
El derecho como forma de auto control de la sociabilidad,
como conciencia y como disciplina intelectual, va orientado
Teoría social del Derecho

siempre en la perspectiva de un telos: realizar la convivencia,


buscar una solución pacífica de los conflictos. Si nuestra
perspectiva es correcta, el derecho no se realiza en actos jurí-
dicos, en decisiones, en sentencias ... Es un pensamiento y
una praxis que no aparecen en la superficie, que subyacen a
las decisiones, que son configurado res de la vida jurídica de
un pueblo. El derecho es, por decirlo de alguna manera, el
sedimento que va troquelando las conciencias en torno a la
concreción de una interrelación posible, viable, realizable.
El derecho es la modelación de las conciencias a partir de un
modelo prefigurado de interacción social. Ahí está la tre-
menda dificultad para entender y para mostrar el derecho.
El derecho es evanescente, inaccesible, translúcido. No está
en parte alguna, es imposible hacer un mapa o un catálogo
del derecho. El derecho y la ética verdaderamente sólo to-
man forma concreta como conciencia reguladora en los in-
dividuos. Cuando esa conciencia se quiebra, florece la
brutalidad, la violencia, el odio, la desconfianza. Hay dos vi-
siones del derecho: una, la de los espíritus simples, la de su-
perficie; para representarla he ideado la metonimia de la
carreta, en la cual depositamos todos los códigos y leyes vi-
gentes en un Estado en un momento determinado. Allí esta-
ría contenido todo el derecho. Para un espíritu profundo, allí
en la carreta hemos reunido millones de significantes, de
medios o instrumentos que se utilizan para cumplir un fin.
El espíritu profundo no se queda en la instrumentalidad, se
pregunta: ¿¡os códigos son medios e instrumentos para qué?
Allí el filósofo que se interesa por el derecho inicia su bús-
queda, donde los otros dándose por satisfechos terminan su
pesquisa hurgando entre líneas; el espíritu profundo sonríe
escépticamente, sabe que el derecho pertenece a la vida y
siempre estará allí, que la letra muerta de los códigos no ca-
rece de interés, pero que quien fije su mirada sólo en ella,
DARÍO BOTERO VRIBE

jamás entenderá el derecho; que el derecho seguirá revolo-


teando, delimitando formas de acción, conformando acuer-
dos entre los individuos que interactúan en la vida social, o
protocolizando el desacuerdo.
Con su racionalismo, Habermas piensa que la acción comu-
nicativa como modelo de desarrollo social nos conduce siempre al
acuerd06 . Para mí, la vida social, no sólo a través de la interacción
comunicativa, sino del derecho y la ética, favorece el acuerdo o
protocoliza en muchos casos el desacuerdo. Es tremendamente
peligroso y revela a mi juicio el exceso de una razón totalitaria, re-
ducir la sociabilidad, la convivencia, al acuerdo. La sociabilidad
hay que fundarla en la coexistencia de ambos.
Un derecho verdaderamente democrático tiene que partir
de reconocer la diferencia de los individuos, de las perspectivas,
de las culturas, de los intereses. Existen numerosos problemas
l421 sobre los cuales puede haber perspectivas opuestas, ambas váli-
das, legítimas, verdaderas, incluso, porque cada individuo las
enfoca desde ángulos diferentes. Si reconocemos las diferencias,
si les damos un debate intelectual amplio, aun cuando uno de
los contendientes pierda su pretensión con la conciencia de que
ha sido defraudado, respetará la decisión y el orden con alguna
probabilidad, si piensa que ha tenido la oportunidad de debatir
sus afirmaciones, sus juicios, no obstante que considere que ha
habido una mala interpretación de su posición. Lo que me lleva
a hacer esta afirmación es la conciencia de que si logro dejar en
un texto todo mi pensamiento, ya he triunfado, pues la razón es
honesta y alguien que pueda leer el escrito algún día reconocerá
que he tenido razón. Lo único que genera violencia es que el in-
dividuo no pueda debatir plenamente su caso. La justicia co-
mienza cuando el individuo puede explicar completamente su

6. Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, ob.


cit., 1, pp. 136 Yss.
Teoría social del Derecho

posición. El silencio o la comunicación parcial o distorsionada de


una pretensión es la injusticia, independientemente de que se
gane o se pierda la pretensión.
El derecho va siempre en pos de un horizonte finalista, se
delinea en los intersticios de los procesos. Es lo que queda,
cuando hemos olvidado o superado la anécdota, las contin-
gencias particulares. El derecho es aquella conciencia crítica y
autocrítica que le queda a la gente, en torno a la forma como
han dirimido los funcionarios de la jurisdicción los intereses de
los contendientes; la adecuación de las normas a la situación
que se trataba de resolver. Esto nos permite entender la crisis
del derecho en Colombia. Si la gente no cree en el derecho, si
masivamente se sustrae por las más diversas razones de las so-
luciones jurídicas, es porque el derecho positivo que tenemos y
su interpretación son inadecuados, existe un no-derecho en las
decisiones jurídicas. Nuestra tesis es radical. El derecho que tene-
mos no aplica justicia y ni siquiera es verdadero derecho, porque
se agota en un accionar sin perftles, no deja la estela de derecho
que puede configurar un pensamiento, se agota en una praxis
roma, sin aristas, en un decisionismo que no establece el derecho.
Nuestro derecho tal como funciona rinde tributo a la guerra.

El derecho no se basa en la libertad


sino en la coercibilidad
El derecho no se basa en la libertad: no apela a la libertad, la
mayor parte de las conductas de las cuales se ocupa no son li-
bres. El objetivo del derecho no es hacer la sociedad más libre,
sino propiciar la convivencia, afianzar la paz, establecer un
procedimiento legítimo para la solución de los conflictos.
Entre las formas de autocontrol de la sociabilidad, la éti-
ca se basa en la libertad, el derecho en la coercibilidad. La ética
fomenta la autorresponsabilidad social; el derecho crea un
DARía BOTERO URIBE

patrón de interacción que busca la aceptación social y que


debe ser legitimado.
La ética erige al individuo como instancia autojuzgado-
ra; el derecho no tolera el autojuzgamiento, crea funcionarios
investidos de jurisdicción; la ética invoca la integridad del in-
dividuo; el derecho legitima unas formas de acción, el que vio-
le ese orden puede ser castigado.
La ética parte de la conciencia del individuo y se proyecta
a la objetividad social; el derecho parte de un orden social ob-
jetivo y apunta a la conciencia, es el proceso de internalización
de las normas. Como conciencia subjetivo-objetiva, la ética
con frecuencia choca con la racionalidad; tiende a conformar
una autoconciencia radical de la justicia, que pugna con la ra-
cionalidad histórica. Por ejemplo, la ética que se niega a en-
tender la racionalidad del mercado. El derecho como instancia
l44/ objetivo-subjetiva capta fácilmente la ratio, pero por esa razón
tiende a dificultar la realización de la justicia a través de la ra-
zón práctica. El derecho es siempre intersubjetiva; la ética es
subjetiva en su origen, aun cuando en su proyección trata de
crear una sociabilidad libre y fluida.
U na sociedad que se propusiera fundar la sociabilidad
sólo en el derecho o sólo en la ética fracasaría. El derecho nece-
sita la ética, es su única forma de acceder al mundo de la liber-
tad; la ética necesita el derecho, es la única posibilidad de
acceder a la racionalidad dominante.
Una sociedad basada sólo en la ética cae en el fundamenta-
lismo, además de ser, por supuesto, irreal; una sociedad basada
sólo en el derecho cae en el reglamentarismo y en la no libertad.
Que el derecho no se funda en la libertad podemos compro-
barlo, si consideramos que la concepción del delito, por ejemplo,
no tiene en cuenta la libertad. No existe libertad para delinquir,
pero, no obstante, el derecho procesa a los delincuentes. El dere-
ha penal toma en cuenta la imputabilidad, no la libertad del
Teoria social del Derecho

delincuente. E! contrato tampoco se basa en la libertad de la vo-


luntad, pues lo que al derecho le interesa es la capacidad de
comprometerse del individuo para cumplir objetivos económi-
cos determinados. ¿Qué tal que una persona pudiera negarse a
cumplir un contrato alegando que al celebrarlo no obraba libre-
mente, sino impulsado por la solución de una necesidad? Nadie
cumpliría los contratos. La mayor parte de los contratos son ne-
cesarios, ftIosóficamente hablando, se realizan precisamente
para satisfacer necesidades. Sólo individuos semicultos pueden
hablar de la libertad de contratación o de la libertad de la vo-
luntad en la celebración de los contratos.
E! trabajo tampoco es libre. La gente trabaja con el fin de
obtener los ingresos para vivir. El contrato de trabajo exige
una subordinación del trabajador al patrono.
Tan cierto es que el derecho no está basado en la libertad,
que si se quieren expandir las condiciones que favorezcan la li-
bertad, hay necesidad de desjuridificar, de simplificar el dere-
cho, apelar a un fortalecimiento del mundo de la vida con base
en la eticidad7 •

El derecho es un orden valorativo


E! derecho como disciplina normativa social busca justipre-
ciar la conducta en relación con los valores. Todo el derecho es
un orden de valores. Valores que en cada momento de la his-
toria asume el constituyente y el legislador, valores que se pri-
vilegian en un momento determinado, pues se estima que
cumplen finalidades sociales esenciales. El derecho actúa fren-
te a conductas inescrutables en alguna medida y, por supues-
to, no puede medirlas exactamente. El derecho no ha de
aspirar a la objetividad, a la exactitud. De ahí la importancia

7. Ibíd., n, pp. S10 Yss.


DARía BOTERO URIBE

de una idea reguladora de justicia, de una conciencia ética del


juez y de una teoría social del derecho que permita enfocar el
derecho con una visión muy amplia.
El intérprete y el juez tampoco toman la ley como un tex-
to claro y unívoco. El derecho está construido sobre valores: las
normas jurídicas representan, por acción u omisión, conductas
ideales, formas valorativas de acción, que el constituyente y el
legislador quieren que la población adopte, como medios a tra-
vés de los cuales se realiza la convivencia. De ahí la importancia
de hacer conciencia de los valores que moviliza el derecho. Si
queremos una teoría coherente del derecho, no podemos quedar-
nos en la literalidad de las normas. El orden jurídico-social que
propone la teoría social del derecho busca un acuerdo de los juris-
tas también en torno a los valores fundamentales que orientan el
derecho en un momento determinado. Esos valores servirán al
146
1
intérprete y al juez para interpretar y aplicar el derecho.
Es una ingenuidad afIlosófica pensar en el sentido literal de
las normas. Las normas transportan valores y si nosotros no tene-
mos conciencia de esto, podemos reemplazar inconscientemente
valores esenciales por valores espurios. Pero los valores no son es-
táticos, hay que remozar los valores, hay que actualizar el sentido
de la ley. Quien no se plantee esto, aspira a regular la vida con
textos apergaminados, obsoletos. Sostiene Gadamer:
Es verdad que el jurista siempre se refiere a la ley en sí misma.
Pero su contenido normativo tiene que determinarse respecto al
caso al que se trata de aplicarla. Y para determinar con exactitud
este contenido normativo no se puede prescindir de un conoci-
miento histórico del sentido originario; por eso el intérprete jurí-
dico tiene que implicar el valor posicional histórico que conviene
a una ley en virtud del acto legislador. Sin embargo no puede su-
jetarse a lo que, por ejemplo, los protocolos parlamentarios le en-
señarían respecto a la intención de los que elaboraron la ley. Por
el contrario está obligado a admitir que las circunstancias han
Teoría social del Derecho

ido cambiando y que en consecuencia la función normativa de la


ley tiene que ir determinándose de nuevos.
Los valores que invocan las normas no tienen un sentido
unívoco. Un sentido determinado sólo se les puede dar desde
un ángulo ético, social, cultural determinado.

"El derecho no tiene historia propia" (Marx)


Reformulo la tesis:
Marx pensaba que el derecho no tiene historia propia, porque
lo que da sentido a todo el universo social es la economía9 • Los
cambios en la estructura económica de la sociedad serían el
origen de las mutaciones en la política, el derecho, incluso el
arte. Esta concepción implica asignarle al derecho un carácter
superestructura!. Si esto fuera así, su estirpe sería fenoménica,
conyuntural, dependiente de fenómenos con una raíz más
profunda en la vida socia!' En otros escritos he defendido el
carácter insostenible de la economía como el nivel arqueológi-
co más profundo de la vida social 10 •
Si partimos de la tesis que he defendido en este estudio
en torno al carácter del derecho y la ética como elementos
constituyentes de la sociabilidad, el derecho sí tiene su historia
propia, la cual consistiría en documentar la evolución del pen-
samiento regulador y de las formas de autocontrol social. Pero
como en la vida social no existe ningún nivel autónomo, el de-
recho involucra en su historia elementos de la economía, de la
política, de la sociología, de la psicología y de otras disciplinas.

8. Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Salamanca, Edi-


ciones Sígueme, 1977, pp. 398 y 399.
9. Carlos Marx, Federico Engels, La ideología alemana, Mon-
tevideo, Ediciones Pueblos Unidos, 1971, pp. 73 Y ss.
10. Daría Botero Uribe, El derecho a la utopía, Bogotá, Uni-
versidad Nacional de Colombia, 5a. ed., 2005.
CAPÍTULO VI

Del poder de la palabra


a la democracia
Sólo en una sociedad en la cual rija el poder de la palabra es
posible la democracia. El poder de la palabra, a su vez, debe
estar edificado sobre el derecho y el poder del derecho debe es-
tar sustentado en la ética.
Estos distintos presupuestos no son grados genético-his-
tóricos sino más bien constituyentes de un tejido social que se
articula en la intercomunicación y en la interrelación sociales.
Ética-derecho-discurso-democracia constituyen, a mi juicio,
un orden lógico-teórico para representarnos racionalmente el
proceso. Si bien en la realidad no existe ese orden lógico, por
supuesto, la interrelación de esos elementos parece necesaria
para construir teóricamente la democracia.
En una arqueología de la vida social, el nivel más pro-
fundo es la cultura. La cultura como mundo del lenguaje y de
los rudimentos más universales de la interacción y la interco-
municación en una sociedad. En esa infraestructura cultural
como base de la socialidad se encuentra articulada la ética,
no como discurso teórico sino como práctica de una conducta
social. Esa conducta social representa la forma en que un
pueblo ha venido configurando su ser social en la historia,
con unas experiencias aleccionadoras, con unas enseñanzas y
con un sentido crítico con el cual, mal que bien, la gente eva-
lúa la conducta de sus gobernantes, la consistencia de los dis-
cursos ideológicos y pedagógicos que buscan disciplinarlos
en un orden determinado.
La democracia es palabra, logos, discurso. La democracia
es el espacio y el tiempo del lenguaje: se construye la democra-
cia conversando, en un diálogo sin fin. La democracia es el
intento de alejar la fuerza, de poner la razón y la no-razón como
condición de la convivencia; es substituir el poder-violencia por el
DARía BOTERO URIBE

poder comunicativo: consiste en sacar la democracia del Estado


y situarla en el mercado, en la escuela, en la calle, en la fábrica,
en el ágora, en los pasillos del falansterio de Fourier, donde se
encuentra la gente: si el lenguaje es el mundo del hombre l ,
puede intentarse conversar para solucionar las diferencias. El
mundo social es conflicto, pensaba Max Weber 2 • El conflicto
puede asumirse con la violencia, eliminando al otro. La vio-
lencia también es el mundo del hombre, sólo que es un mun-
do no deseable, repugnante. El lenguaje es el mundo lúcido,
inteligente, reflexivo, constructivo. El lenguaje es la alterna-
tiva de la violencia. La democracia es lógicamente la renun-
cia a la violencia y la substitución por el discurso. Es el
discurso que desata el conflicto. La democracia transmuta el
conflicto en controversia y la controversia en acuerdo o en de-
sacuerdo. Es un idealismo pretender que sólo se conversa para
~ llegar a un acuerd0 3• Se puede conversar para fijar los límites
del desacuerdo. La vida social también es desacuerdo, diferen-
cia, discrepancia, oposición. Lo que permite la democracia es
un cauce para ventilar las diferencias, la oposición. No simple-
mente para llegar al acuerdo. El acuerdo es apenas una de las
posibilidades. Habermas piensa de una manera muy raciona-
lista que se dialoga para llegar a un acuerdo. Yo pienso, por el
contrario, que hay necesidad de dialogar para llegar a un
acuerdo o para protocalizar el desacuerdo.
Desde el punto de vista de la articulación de razón y
no-razón, en mi perspectiva, un acuerdo general y permanen-
te de la sociedad sería la esclerosis y la muerte. El desacuerdo

1. Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Ma-


drid, Taurus, 1987, n, pp. 9 y ss.
2. Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1969, 1, pp. 31 y ss.
3. Jürgen Habermas, ob. cit., n, pp. 180 Yss.
Teoría social del Derecho

es creador, fecundo. Se dialoga entre otras razones para evitar


que el desacuerdo derive violencia. Se puede vivir en desacuer-
do con muchos sectores y, por supuesto, con los sectores do-
minantes.
La palabra es fundamental, no p~rque lleve a un acuerdo,
esa es sólo una mirada utilitaria. La palabra es fundamental
porque restablece un vínculo humano, porque nos posibilita
construir cauces al discurso y a la acción; esos cauces permiten
que haya caminos divergentes para procesos diversos que pue-
den y deben existir en una sociedad no totalitaria. Los indivi-
duos somos desemejantes, la vida es diversidad, la naturaleza es
proliferación de las formas más variadas e inusitadas; la historia
es profusión de corrientes, de interpretaciones, de aportes, de
procesos. No hay Historia sino historias que se tejen interpre-
tativamente en un discurso sintético, el cual quisiera hacernos
creer que hay una sola historia. Desde luego que hay sólo una na-
turaleza, la cual se complace en la diversidad, pero la cual logra
de una manera maravillosa la síntesis en substancia y modos,
como concibió Descartes, pero aún con mayor consecuencia
Spinoza: todo es unidad y pluralidad, la desemejanza confluye
en unidad, porque la substancia es vida y materia en los mo-
dos; éstos son en otro; no alcanzan el ser para sí; son lo diverso
y plural, pero integran la unidad indivisible de la substancia,
en cuanto los modos pertenecen a una substancia única, que
en cuanto modos adoptan formas, se transforman, pero en
cuanto substancia no se destruye, no le ocurre nada con la
contingencia de los modos, simplemente es. Para comprender
la relación finito-infinito hay que invertir las conexiones de lo
apariencial-real. Desde el punto de vista de lo infinito (la sub-
stancia), los modos son lo apariencial y la substancia lo real;
desde el punto de vista de lo finito (modos), la substancia es lo
apariencial y los modos lo real. El idealista se queda con una
sola dimensión y niega la otra; el realista se queda con la
DARía BOTERO URIBE

relación inversa y niega la otra; el vitalista cósmico integra am-


bas relaciones en una dialéctica multifuncional.
Más allá de la apariencia de diversidad, todos los entes fini-
tos pierden su consistencia, al poder demostrar que todos están
hechos de una misma materia que se intercambia en millones de
formas a escala cósmica, pero que siempre vuelven a la unidad.
La materia y la vida informan lo finito; pero ellos son lo infinito
que hace presencia en lo finito sin salir de la infinitud.
La historia, a diferencia de la naturaleza, es la diversidad
en la pluralidad. Todos los dogmatismos han querido hacer de
la historia una unidad, pero han fracasado. La naturaleza es la
diversidad finita en la persistibilidad infinita; la historia es la
finitud real en el devenir.
El hombre es natural e histórico, pero ésta no es una uni-
l541 dad sino una contradicción primordial, una ruptura sobre la
cual podemos establecer un puente, buscamos una conciliación.
El puente es el lenguaje: lo finito, que tiene una vocación infini-
ta, enlaza la naturaleza y la historia; es inmaterial, es lógico y
translógico, busca representar y hacer consciente lo otro, lo
material. El lenguaje tiene pliegues, es rico y diverso; a pesar
de todas las teorías que se obstinan en aprehender abstraccio-
nes, el lenguaje son todas las cosas comprendidas desde la
mente; lo demás es la oquedad finita e infinita que nos mira a
través de nuestras miradas. El lenguaje es, pues, una finitud que
se estira para tratar de comprender la infinitud; es el paso de la
naturaleza a la transnaturaleza y la única posibilidad de equili-
brio, siempre inestable, pero que tenga en cuenta de alguna
forma la relación bipolar; es la mediación de la interacción; la
única forma que tenemos de salir de nosotros en busca de los
otros; la violencia rompe, pero no comunica. Ahora bien, la
praxis es lenguaje acción; sólo actuamos pensando y sólo pen-
samos a través del lenguaje.
Teoría Jocial del Derecho

La democracia es discurso, pero el discurso se apoya y se


desarrolla a través del derecho y de la ética. El lenguaje es in-
mediatamente ética y mediatamente derecho. Ape!4 funda la
ética en un a priori de! lenguaje. Como quiera que sea, no hay
duda de que e! lenguaje recoge la ética como una expresión
genuina y prístima de la interacción social. Comunicarse es re-
conocer al otro, y e! reconocimiento de! otro, en tanto hablan-
te, implica que ego descubre en su propia conciencia, en tanto
representación, a alter ego. La primera pregunta que proba-
blemente se hace ego, es: ¿quién es alter ego? La respuesta
más obvia es que se trata de otro hablante. Luego, piensa ego,
en tanto hablantes somos iguales. La igualdad en este caso es
e! reconocimiento del otro como capaz de habla. Si somos
iguales en tanto hablantes, ego piensa que debe dar a alter ego
e! mismo respeto que quiere que alter ego le dé a él.
La reciprocidad de hablantes implica tomar al Otro como
necesario para mi discurso. Necesito al otro para que escuche
mi palabra o eventualmente lea mi discurso. El discurso busca
siempre un destinatario, lo requiere. Veamos las consecuen-
cias que se desprenden de esta afirmación:
1. Espero que e! otro actúe consecuentemente con e! acto de
habla que le he comunicado y, por tanto, que reafirme la
socialidad de! discurso y de la acción.
2. Confío en que e! otro confirme mi discurso para dar e!
paso de la subjetividad a la objetividad.
3. Requiero que el otro me comunique su discurso para po-
der salir de mí mismo y acceder al plano o momento de la
intersubjetividad.
4. Preciso reconocerme en el otro a través de la emisión de mi
discurso y de la recepción del suyo para derivar mi identidad.

4. Karl-Otto Apel, La transformación de la filosofia, Madrid,


Taurus, 1985, n, pp. 341 y ss.
DARía BOTERO URIBE

5. En cuanto reconozco el valor objetivo de alter ego, tengo


conciencia de mi propio valer.
6. Al intercomunicarme reconozco el valor del otro en mi
propio valor, es decir, derivo una actitud ética.
7. En el intercambio de emisiones de habla distingo la racio-
nalidad dominante, como una normativa que gobierna, en
unas relaciones de espacio y tiempo, el discurso y la acción.
8. En el intercambio de actos de habla también descubro por
los énfasis, los silencios, los giros lingüísticos ... la manera en
que se articula la personalidad del otro con su discurso y, por
tanto, puedo separar para efectos del autoanálisis mi expe-
riencia vital, mi deseo, mis pulsiones, mi no-razón articulada
a la racionalidad y a la intersubjetividad de las emisiones.
Si no lo logramos por otros medios, el habla nos hace
L56/ descubrir la necesidad del otro para mí, para mi pensamiento
y, yor tanto, para la praxis social. Pensar es hacer una cons-
trucción sígnica, es un lenguaje que busca al otro, que lo nece-
sita. La teoría social moderna y la teoría de la comunicación
resolvieron el problema calificando este fenómeno de inter-
subjetividad. Pero esta es una solución adialéctica. El hombre
es social e individuo único. El lenguaje y la misma socialidad
deben ser aprehendidos como contradicciones primordiales,
las cuales no se resuelven nunca definitivamente, sino que
mantienen la tensión entre los dos polos. ASÍ, el pensamiento
busca al otro desde el yo; es social en su configuración, puesto
que asume el lenguaje y la culrura, pero es al tiempo una sín-
tesis única que realiza un individuo con una trayectoria singu-
lar, con un saber determinado, con una experiencia vital sui
géneris. El pensamiento es siempre una tensión entre ego y al-
ter ego, entre subjetividad e intersubjetividad, sale de sí y va al
otro; llega al otro y vuelve a sÍ. Pensar es salir de sÍ, buscar al
otro y regresar enriquecido con elementos nuevos.
Teoría social del Derecho

Tomar el lenguaje y la cultura como lo otro de sí, para vol-


ver a la experiencia vital y al entendimiento, como lo en sÍ. Es la
mediación entre razón y no-razón. La razón es fundamental-
mente intersubjetiva; la no-razón preponderantemente subjeti-
va, pero ambas categorías contienen los dos momentos, sólo
que la primera hace énfasis en la socialidad; en tanto que la se-
gunda privilegia la experiencia vital del individuo.
La ética distingue ego de alter ego, lo ve como otro yo,
pero se mantiene en el terreno de la identidad. Mas, de
pronto, ego descubre que alter ego en la vida real, no se com-
porta autorresponsablemente, es decir que rompe la regla de
oro de la eticidad. Entonces aparece el dere- cho como concien-
cia delimitadora de ego y alter ego. La ruptura de la eticidad
abre la perspectiva a la violencia. Luego el derecho es la alterna-
tiva de la violencia, en un mundo en el cual no funciona ade-
cuadamente la eticidad o ésta no es suficiente, debido a la
complejidad de los problemas y, en alguna medida, al insufi-
ciente desarrollo de la eticidad. El derecho complementa la
ética. No es posible establecer la frontera entre ética y dere-
cho; el derecho integra elementos éticos y asume implícita-
mente una conducta ética en el sujeto del derecho, al esperar
que acepte el supuesto de la norma como autorregulación de
su conducta sin esperar la sanción, o sin esperar burlarla des-
pués de infringir la norma. El éxito del derecho es la paz. En
una sociedad donde existe derecho y algún nivel importante
de eticidad hay paz. La violencia generalizada es la negación
del derecho y de la ética.
Los positivistas conciben el derecho como expresión polí-
tica e ideológica del Estado, la cual sin embargo se niegan a
considerar como objeto jurídico. Sólo les interesa el derecho
creado, la norma positiva, privándose de indagar sociológica-
mente por el sentido del orden jurídico. El orden jurídico es in-
tersubjetivo, es una normatividad que se apoya en valores, en
DARlo BOTERO URIBE

tendencias ideológicas, políticas y culturales. La normatividad


positiva se articula a un orden ético-jurídico (de las normas de
primer orden, o normas sociojurídicas). Cuando existe un desfase
entre el suborden ético-jurídico y el suborden jurídico-positivo, el
derecho no funciona como orden de paz sino sólo como orden re-
presor, luego se da una crisis que afecta también al discurso y, por
tanto, tampoco puede construirse la democracia.
En mi perspectiva, la democracia, antes que un orden
político, es un orden social 5 • Es un orden en el cual funciona
fluidamente la ética, el poder de la palabra y el derecho. La de-
mocracia es un orden pacífico, justo, gratificante.
En una sociedad en la cual hay miseria, violencia genera-
lizada, injusticia y brutalidad, no hay democracia, ni derecho,
ni justicia, ni paz, así abunden los abogados, y los textos cons-
titucionales proclamen la democracia, el Estado de derecho y
4 el derecho a la paz.
El derecho no es un conjunto de normas, ese es apenas un
instrumento para el ejercicio judicial. El derecho es la articulación
de un orden social y socio-político que permite el desenvolvi-
miento de una interacción e intercomunicación pacíficas y gra-
tificantes. El derecho ciertamente opera con normas, costum-
bres, formas de interpretación. Pero esa normatividad aparece y
se desarrolla dentro de un orden que podríamos llamar so-
cio-jurídico, en el cual se determina 10 que es lícito e ilícito, admi-
sible e inadmisible, correcto e incorrecto. El derecho se expresa a
través de normas, de decisiones judiciales y administrativas. Ese
conjunto de normas, costumbres, tradiciones, decisiones confi-
gura en los ciudadanos una conciencia jurídica: es la conciencia
de respeto, de credibilidad, de confianza, de autorresponsabilidad

5. Darío Botero Uribe, El poder de la filosofía y la filosofía del


poder, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 3a. ed.,
2001, JI, p. 147 Yss.
Teoría social del Derecho

en que consiste propiamente el derecho. El derecho es un orden


disciplinador de las conciencias individuales. El resultado debe
ser la convivencia pacífica y la confianza de la gente en que el
juez, el árbitro o la autoridad civil, en su caso, es capaz de diri-
mir las controversias o hacer justicia, cuando quiera que se in-
fringe ese orden. Las normas por sí mismas no pueden
configurar el derecho, porque las normas no garantizan un or-
den. Entre otras cosas, para que haya derecho, las normas tie-
nen que ser expresión de ese orden. Las normas son creadoras y
reproductoras de un orden. En Colombia no hay derecho, ni
paz, ni democracia. La proliferación de las normas es precisa-
mente expresión del desajuste social, de la carencia de un orden
aceptado y pacífico. Con falta total de lucidez, los dirigentes
propician la copia de códigos y leyes de otros países, aumentan-
do todos los días la inadecuación de las normas a la configura-
ción de un verdadero orden social, jurídico y democrático.

Ética y derecho en la producción


de un orden jurídico
El positivismo piensa que el derecho y la ética son diferentes
cualitativamente. Es más, considera una obligación en su la-
bor "científica" expurgar los vestigios de la ética en el dere-
ch06 • No obstante, pienso que el derecho y la ética son com-
plementarios, hasta el punto que el derecho no puede funcio-
nar sin ética. Suponiendo que fuera posible el derecho sin
ética, se convertiría en una mera técnica de control social.
¿Dónde queda entonces la autorregulación de la vida social?
¿u na concepción que se ocupa sólo de atacar la ocurrencia de
las conductas punibles puede llamarse orden jurídico? ¿Puede
configurar orden un conjunto de normas dispersas, inconexas,

6. Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, Buenos Aires, Eude-


ba, 1960, pp. 55 Y ss.
DARía BOTERO URIBE

que operan bajo amenaza de coercibilidad? Creo que esto po-


dría llamarse un orden represivo más que un orden jurídico.
U n orden jurídico tiene que generar una autodisciplina
en la población que haga que las infracciones del orden sean
justamente sancionadas como conductas anómalas. Si no, el
derecho no se distinguiría de una organización mafiosa, la
cual es un orden normativo, pero no un orden jurídico. Lo
que le falta a ese orden para ser orden jurídico es precisamen-
te la eticidad.
En mi libro Vida, ética y democracia fundamento la ética
en dos contradicciones atinentes al individuo:

Primera oposición
Individuo - hombre - individuo

~
hombre - individuo - hombre

Segunda oposición
Cuerpo - pensamiento - cuerpo
pensamiento - cuerpo - pensamiento

En ese texto escribí:


La ética aparece, entonces, como una autorreflexión para esta-
blecer el equilibrio entre esas oposiciones que jalonan la vida
del individuo y que tienden a volverse antagónicas, si no exis-
te un puente que permita establecer las mediaciones entre los
extremos de las dos oposiciones. La ética es el restablecimien-
to de la comunicación bipolar, es decir, la formación de una
corporoespiritualidad y de una socialización- individuación.
Ese equilibrio debe expresarse como una síntesis de ambos
momentos en la acción, no como una fluctuación en los polos
que sería la unilateralidad (. .. )
Un individuo que enfoca su mirada exageradamente hacia su
propio interés da como resultado el egoísmo, el individualis-
Teoría social del Derecho

mo, la asociabilidad; por el contrario, un individuo que se ol-


vida de sí, que sólo piensa en la universalidad social, contraría
la individualidad vigorosa, la autonomía, la libertad (el mili-
tante o el místico, por ejemplo). En igual forma, el individuo
que desarrolla la sensualidad exageradamente en una forma
unilateral-una sensualidad carente de espíritu- es proclive al
sensualismo, a la animalidad, a la brutalidad; por el contrario,
el individuo que desarrolla exageradamente el intelecto ne-
gando el cuerpo, incurre en el intelectualismo, un espiritualis-
mo seco como un yermo; un espíritu puro, autonomizado,
que pone en peligro la supervivencia de la especie7.
La ética difiere, pues, de la moral y sobre todo del mora-
lismo. La ética es un puente entre tendencias contradictorias
del hombre, no un conjunto de prohibiciones. Ese puente no
elimina el egoísmo y, por supuesto, tampoco la universalidad;
lo que la ética hace es, a !pi juicio, evitar que en su unilaterali-
dad uno de los extremos se torne vicioso.
El egoísmo es creativo y valioso, sin él reinaría la medio-
cridad y la burocratización. U na persona que tiene una alta es-
tima de sí y que se esfuerza por destacarse en una profesión o
en un campo determinado. Ese esfuerzo con que una persona
quiere privilegiar su yo, resulta muy valioso para la vida social.
Puede aportar sus conocimientos, sus destrezas, su excelencia
al servicio de los otros; una persona que no destaque por su es-
fuerzo, por sus valores, por su sabiduría, difícilmente puede
sobrepasar a la masa. La ética consiste precisamente en que el
egoísmo debe ser puesto al servicio de la sociedad. Lo que se
opone a la ética es la mezquindad, la atrofia de la preocupa-
ción por la universalidad. De ahí comprendemos que a la ética

7. Daría Botero Uribe, Vida, ética y democracia, 2a. ed., Bo-


gotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001.
DARÍO BOTERO URIBE

se llega a través del discurso, de la filosofía, de la pedagogía y


no de las prohibiciones ni de las creencias.
El puente ético no puede desconocer al individuo. Ser in-
dividuo es fundamental para ser hombre; allí se sitúa la bús-
queda de su libertad, de su proyecto de vida, de la realización
y gratificación humanas; pero ese individuo al tiempo tiene
que desarrollar su sociabilidad, su eticidad, su responsabilidad
con la sociedad. Los términos de la oposición son contrapues-
tos adialécticamente.
Lo mismo ocurre con la oposición cuerpo-pensamiento.
El interés por el cuerpo, la lúdica, el erotismo, el deporte, el
goce, la belleza juegan un papel importante en la vida de los
individuos. Ahora bien, la preocupación exclusiva por el cuer-
po, olvidando el desarrollo del pensamiento, da lugar a un

~
cuerpo fuerte, probablemente bien conformado, ágil, que tie-
ne una propensión a disfrutar de la vida, pero carece de espíri-
tu. El goce puramente físico, pulsional, es muy limitado sin
conocimiento. A mi juicio, es lo que me enseña la experiencia
reflexionada, se necesita saber mucho para aprender a vivir.
Por supuesto que se trata de un saber especial; no de un saber
científico-técnico, sino precisamente de la sabiduría específi-
camente; un saber sobre la vida es el saber por ejemplo de los
ensayos de Montaigne, el saber que se expresa en las novelas
de Dostowieski, el saber de Así habló Zaratustra y otras obras
de Nietzsche; el saber de Freud en las historias clínicas y en
otras de sus obras; el saber de El derecho a la utoPía y Vida, ética
y democracia, del autor de este ensayo, etc. Un saber que ha re-
flexionado sobre la experiencia humana y ha descubierto nor-
mas que nos sirven para construir un proyecto de vida lúcido y
gratificante.
Por otra parte, el desarrollo del pensamiento es funda-
mental. Pensar no es obvio. En un sentido estricto, no pode-
mos definir al hombre como el animal que piensa. Pensar es la
Teoría social del Derecho

empresa más difícil y compleja que el hombre puede asumir.


Si definimos pensar simplemente como el tener una actividad
consciente, todos los hombres pensamos; pero si definimos el
pensamiento de una manera rigurosa como la capacidad de re-
flexionar con conocimiento y capacidad crítica sobre la expe-
riencia de la vida, entonces es la más alta posibilidad a que
puede acceder el hombre. Esta segunda definición sería con ri-
gor pensamiento en el sentido filosófico.
Si bien pensar en cualquiera de los sentidos propuestos es
muy importante, debe buscarse un equilibrio entre cuerpo y
espíritu para poder lograr una expresión rica y matizada del
individuo. No sólo porque la fortaleza del cuerpo permite, o
no obstaculiza por lo menos, la creación y expresión de un
pensamiento vigoroso, sino también porque el pensamiento es
intérprete y mediador de la vida. Se piensa en la vida y se vive
lúcida y éticamente con el pensamiento.
CAPÍTULO VII

Utopía, anarquía
y derecho
Todo sistema político y todo ordenamiento jurídico presupo-
nen un orden. Un orden es una estructura normativa que rige
en un espacio y en un tiempo determinados. Todo orden re-
presenta un acuerdo de los asociados o una imposición de los
poderosos. El orden es susceptible de legitimarse mediante la
aceptación de todos o de la mayoría de los escudados por él l .
Ningún orden es rígido, estacionario. Todo orden está
evolucionando permanentemente, pues aunque las normas
que lo configuran se mantengan inmodificadas, todo aquello
que el orden gobierna está inscrito en el devenir. El orden
cambia explícitamente de dos maneras: una, cuando se modi-
fican expresamente las normas que lo constituyen; dos, cuan-
do cambia el espíritu que lo interpreta o lo aplica.
El orden puede ser aceptado voluntaria o involuntaria-
mente, o rechazado. Cuando un orden se mantiene sólo gra-
cias a la fuerza es un desorden. Las ideas políticas siempre
parten implícitamente de un orden real o presentido. No se
puede pensar políticamente sin la consideración de un orden.
El Anarquismo es, por supuesto, un orden. Un orden distinto
al orden de la dominación, pero de todas maneras un orden.
Un orden de la libertad, de la autonomía, del autogobierno. El
anarquismo en tanto movimiento político es la búsqueda de
un orden determinad0 2 • Existe acá una confusión, porque sue-
le llamarse vulgarmente desorden a la Anarquía. El desafío a

1. Véase Jürgen Habermas, "Problemas de legitimación en


el Estado moderno", en La reconstrucción del materialismo his-
tórico, Madrid, Taurus, 1981, p. 243.
2. Jrving Louis Horowitz, "Los anarquistas", J, La teoría,
Madrid, Alianza Editorial, 1982, p. 22.
DARía BOTERO VRIBE

un orden, las luchas callejeras, la destrucción, el terrorismo,


incluso el caos generado por el desgobierno, no puede ser
anarquía. El anarquismo es siempre individualista, individua-
lizado o, por lo menos, individual. No hay jefes, no hay autori-
dad, no hay Estado. La anarquía es una meta, no una táctica o
una estrategia política. Los anarquistas se oponían a Marx
porque no estaban de acuerdo con la utilización del Estado
como herramienta para transformar la sociedad3 • El anarquis-
mo supone filosóficamente, aun cuando no se haya practido
así en la historia, una autoeducación que vaya preparando a
los individuos éticamente para el autogobierno.
El Marxismo, el de Marx, es anarquista4• La anarquía es
la potenciación del individuo para que devenga ética y políti-
camente un individuo capaz de autogobernarse, haciendo su-
perfluo el aparato de dominación política. El autogobierno de
~ los individuos funda necesariamente un orden, un orden no
prescriptivo, no impositivo. En una perspectiva anarquista,
un hombre que viola los derechos de otro, que delinque, ha
transgredido un orden, el orden anarquista, el orden que nace
de la autorresponsabilidad.
Quienes emplean la violencia en nombre del anarquismo
son revolucionarios, pero no anarquistas. El Anarquismo -no
me refiero a las distintas corrientes históricas, sino al concepto
filosófico- es la producción de individuos. El anarquismo quiere
crear un orden que dependa no de la coerción externa sino del
autodominio interno de los individuos. La violencia es contra-
ria a la anarquía filosóficamente, porque la libertad no puede
imponerse a nadie.

3. Véase Benjamín R. Tucker, "Socialismo de Estado y so-


cialismo libertario", en Los anarquistas, ob. cit., pp. 203 Yss.
4. Véase Carlos Marx y Federico Engels, La ideología alema-
na, Montevideo, Ediciones Pueblos Unidos, pp. 34 Y ss.
Teoría social del Derecho

Un orden comporta el encauzamiento de la interacción


social, es una forma de entender y practicar la convivencia. No
se puede vivir sin unas reglas mínimas que regulen la forma de
interactuar. Sin un orden rige el capricho, la imposición, la
violencia.
Hay varias maneras de entender el orden: los conserva-
duristas, creen en un orden fundamentalmente estático, obje-
to de desarrollos legislativos, los cuales hacen frente a la
evolución social pero que mantienen la esencia (los fundamen-
tos del orden) intangible, al tiempo que atienden a la dinámi-
ca del discurrir social; para los revolucionarios, el orden es
sospechoso, cuando no francamente retardatario. Se proponen
destruir el orden existente para fundar un orden nuevo que sa-
tisfaga la justicia; los reformistas no creen que todo sea malo
en el orden existente, piensan que hay fallas y que éstas deben
ser solucionadas para que el orden pueda funcionar bien; los
utopistas -que no los utópicos- trabajamos siempre con un
orden prefigurado. Sabemos que un orden complejo, como el
orden social, no se puede sustituir totalmente, sino empleando
una violencia generalizada que crea un orden vicioso. Diferimos
de los reformistas en que el orden no sólo necesita ajustes; no es
con remiendos -si bien éstos son muchas veces necesarios-
como se estructura un orden. Los utopistas sabemos que el or-
den social no es resultado de ningún acto soberano, por im-
portante que sea.
El orden (social) es algo que tiene que construirse en un
proceso más o menos largo. La cultura está implicada en un
orden social: un orden que no ha sido asumido, construido,
adaptado, vivido por la gente, no puede ser más que un orden
impuesto por la violencia. Los resultados son catastróficos. El
utopista se mueve entre el orden existente y el orden prefigu-
rado. Sus reparos no se agotan en cambios institucionales que
buscan reactivar el orden; es una inconformidad intelectual,
DARÍO BOTERO URIBE

teórica, ética; que no tiene el totalismo omnicomprensivo y la


violencia que implica la aplicación de un orden totalmente im-
puesto, ni la incoherencia del reformismo, que trata de revivir
un orden cansino, superado, a través de injertos en distintas
partes del "organismo" social. El utopismo no tiene proyectos
terminales. El orden prefigurado hay que volver a redefinirlo
ante cada crisis, ante cada avance, ante cada coyuntura.
La Utopía es respetuosa del futuro. Si bien se arriesga a lo
porvenir, no quiere atarlo a una forma preconcebida. La vida
social es y será siempre inabarcable, debido a su complejidad y
riqueza. Constantemente surgen elementos nuevos, impredeci-
bles, que entran a configurar el proceso social concreto. Ade-
más, cada época comporta su propia semiosis: hay unos factores
que son redefinidos, que adquieren una nueva significación.

~
Hay una recomposición del universo social en consonancia con
ese significado "objetivo", que le atribuimos a la realidad, el
cual deviene verdaderamente objetivo, porque le acordamos
ese sentido y actuamos en consecuencia frente a la realidad así
caracterizada.
Si las metas utopistas en algunos campos específicos se
cumplen, hay necesidad de volver a comenzar. La revolución tie-
ne un punto final ideal en el horizonte; la utopía, no; ésta, cuando
consigue una meta, sabe que siempre habrá un horizonte de
posibles que es necesario explorar. Que la humanización es un
campo del pensamiento, de la eticidad, la política, un proyec-
to inacabado e inacabable. Las revoluciones se institucionali-
zan, mueren como proyectos intelectuales; la utopía incide en
los procesos, contribuye a humanizar el mundo, pero siempre
se retrae al horizonte, no muere como proyecto intelectual,
simplemente se reestructura y vuelve a alimentar el pensa-
miento y en alguna medida la historia. Incluso porque hay un
desfase entre el pensamiento y la objetividad: éstos constitu-
yen más bien dos líneas que no pueden coincidir nunca. El
Teoría social del Derecho

pensamiento siempre va más lejos que la realidad. Lo que


quiere la utopía no es que la realidad coincida con el pensa-
miento, lo cual es imposible, sino que la distancia no sea tan
grande que la realidad se haya vuelto totalmente irracional,
carente de sensibilidad y de imaginación.
La utopía no acepta jamás la rendición del pensamiento,
su reificación. Si la utopía fracasa en un proyecto determina-
do, busca campos inéditos para persistir en la humanización.
No siempre las empresas de renovación fracasan debido a la
inadecuación de su contenido a las condiciones existentes; con
más frecuencia son derrotadas porque no logran vencer los
prejuicios, están mal concebidas desde el punto de vista psico-
sociológico; no son comprendidas lúcidamente ...
La utopía no es un sistema. Ha aprendido de Nietzsche
que los sistemas son totalizaciones falsas, se hacen la ilusión
que lo saben todo, que todo lo comprenden y lo explican 5 • De
esta manera, acaban traicionando la vida, intentando meter el
proceso social en una camisa de fuerza que -siempre bien ins-
pirado- acaba siendo agobiante, intolerable.
El desorden es una determinada desestructuración del
orden. El desorden puede ser producido o por quienes tienen
la responsabilidad de mantener el orden o por quienes lo desa-
fían para que cambie. El desorden es una ruptura del orden.
Sólo hay desorden a partir de un orden que existía previamen-
te. Todo orden tiene el riesgo de devenir desorden. Esto impli-
ca que todo orden tiene sus límites, más allá de los cuales el
riesgo de ruptura es inminente. Las condiciones para la per-
manencia de un orden son:

5. Darío Botero Uribe, Nietzsche: La voluntad de poder, 2a.


edición, Bogotá, ECOE y Universidad Nacional de Colom-
bia, 1995, p. 11.
DARía BOTERO URIBE

1. Que el orden sea aceptado por todas las personas com-


prendidas por él, sin tener mucha relevancia las razones
por las cuales la gente lo acepte: consideraciones religio-
sas, políticas, culturales, satisfacción de aspiraciones ...
2. Que el orden tenga mecanismos que le permitan evolu-
cionar: solucionar rápida y eficazmente los desafíos que se
presenten; encauzar y dar soluciones a los problemas nue-
vos e imprevistos.
U n orden que se mantiene sólo por la fuerza no es un or-
den, es una tiranía. Un orden es legítimo cuando se mantiene
gracias a la aceptación ciudadana. Un orden en el cual concu-
rren simultáneamente la aceptación parcial con la imposición
es un orden que tiene una legitimidad muy precaria o es fran-
camente ilegítimo o está en crisis.
Refiriéndose al orden político, Habermas plantea que la
~ legitimidad no se adquiere de una vez por todas, no depende
de condiciones estructurales, como pensaba Weber6 , sino que
todos los días las medidas administrativas y los actos de go-
bierno hacen ganar y perder legitimidad7 • Si todas las medidas
de un gobierno producen legitimaciones o deslegitimaciones,
ningún orden puede detentar legitimidadper se. Un orden de-
mocrático es un orden inestable: la permanencia del orden no
depende de su configuración normativa original, sino funda-
mentalmente de la capacidad de innovar, de dar respuesta a
las demandas sociales, culturales, políticas, económicas de los
ciudadanos. Luego todo orden es una estructura de poder: un
poder que se manifiesta en la capacidad de ganar consenso
(poder comunicativo, Hannah Arendt y Jürgen Habermas);
pero también en la capacidad de crear ideologías, de inventar

6. Véase Max Weber, Economía y sociedad, México, Fondo de


Cultura Económica, 1969,1, pp. 170 Yss.
7. Jürgen Habermas, ob. cit., p. 244.
Teoría social del Derecho

razones de Estado, de imponer criterios, de forzar situaciones,


de manejar la información... es decir, del poder pulsión
(Nietzsche, Foucault) o del poder violencia (Weber, Marx)8.
La acción comunicativa es incapaz de explicar una parte fun-
damental del proceso de configuración de la voluntad política
del Estado y de la acción social. Pienso que el poder en todas
partes es aceptación más fuerza o violencia más manipulación,
desde luego en tanto poder político. La acción comunicativa es
tan unilateral, como lo es evidentemente la pretensión de ex-
plicar el poder en las democracias liberales contemporáneas,
sólo por la violencia, por la manipulación, o sólo por una red
que estructura los micropoderes.
De ahí que el derecho tiene dos posibilidades: sujetarse al
poder o enfrentarse al poder. Tradicionalmente, el derecho es
un instrumento dócil del poder. Pero, ¿qué es el derecho posi-
tivo si no una regulación del poder? Una normativa desde el
poder, pero que somete, por lo menos algunos niveles del po-
der, a la regulación jurídica. Todo poder en un orden político
legítimo tiende a ser autor regulado democráticamente. En mi
concepción, ya no sólo desde el derecho positivo sino desde el
derecho como orden telético de la sociedad, la autorregulación
jurídica del poder no sólo puede plantearse en unos niveles de-
terminados sino que el poder entra dentro del gran proceso de
regulación de toda la vida jurídica, en consonancia con las me-
tas que vaya trazando el orden jurídico-social. El poder será
siempre des regulado en la medida en que es fuente creadora
de decisiones políticas, en que crea derecho y a su vez produce
las coordenadas nuevas del orden: genera normas políticas,
que sirven para interpretar el orden jurídico, para orientar la

8. Véase Darío Botero Uribe, Vida, ética y democracia, 2a.


ed., Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2001.
DARÍO BOTERO URIBE

acción del Estado, para crear rumbos nuevos, que solo poste-
riormente irán adquiriendo perfiles jurídicos.
El poder en su fuente misma de producción se puede re-
gular sólo formalmente. El desafio que asume la Teoría social
del derecho es el de que puedan regularse crecientemente las
coordenadas generales del orden social: las instituciones, los
derechos, etc. Éstos, desde luego, están normalizados por es-
tatutos jurídicos, pero ahora con la regulación nos referimos al
progresivo sometimiento de las instituciones al orden jurídi-
co-social. Una regulación que va buscando paulatinamente
un orden social legítimo que beneficie a todos los asociados.
La Teoría social del derecho ha dejado de concebir el dere-
cho respecto al orden social como pasivo y lo lanza a la ofensi-
va: el derecho como contrapoder9•
Cuando ya no hubiera ni un asomo de pequeños y media-
:z4 nos poderes, habría un pueblo de borregos moviéndose por
inercia, pero paradójicamente habría un dictador omnímodo,
un poder absoluto. Esta es la experiencia paradigmática del
estalinismo. Es también de alguna manera la experiencia de
las masas en todas las sociedades modernas contemporáneas.
Cuando se crea un conglomerado humano en el cual cada in-
dividuo se reconoce en el otro, las relaciones de poder han de-
saparecido en el grupo, pero sólo al costo que las relaciones de
poder externas sobre el grupo se han hecho más férreas. No se
pueden destruir los micropoderes sino construyendo un gran
poder. Así puedo afirmar que del mismo modo que pasa en el
cosmos con la energía, en el cual ésta siempre se mantiene cons-
tante, el poder dentro de unas relaciones sociales determinadas
constituye en cada momento histórico un quantum preciso y
determinable, representa la cantidad de fuerza necesaria para

9. Ibíd.
Teoría social del Derecho

mantener en movimiento la vida social. Fuerza acá en realidad


es un concepto polivalente, comprende desde la aceptación
voluntaria en una relación bipolar de subordinación, pasando
por formas de coacción, imposición, manipulación, hasta el
aparecimiento de la fuerza desnuda.
Por esta razón, la democracia no es más que una redistribu-
ción del poder. La democracia de masas es una dictadura sobre
las masas. La profundización de la democracia sólo puede operar-
se distribuyendo los grandes poderes en pequeños poderes y legi-
timándolos. El socialismo de masas y el capitalismo de masas no
son más que una dominación sobre las masas. La masa representa
la existencia concreta de la dominación y de la opresión.
Poder y derecho han sido tradicionalmente dos términos
antagónicos. El poder consiste en poder hacer lo que se desea; y
el derecho, en poder hacer lo que se permite. En este orden de
cosas, la prevalencia del poder sobre el derecho aparece indiscu-
tible, clara, fundada. No obstante, el reto es convertir el poder
consolidado en instituciones sociales, económicas, políticas en
un poder legítimo, que no sólo sirva intereses parciales sino que
se oriente a servir los intereses de la universalidad. Así como la
teoría política propone y teoriza la legitimación del orden polí-
tico, la teoría social del derecho busca la legitimación del orden
social. Esa legitimación debe hacerse precisamente a través del
derecho. El proceso de legitimación que propongo opera a tra-
vés del orden jurídico-social, estableciendo equidad en todas las
relaciones de interacción. El derecho es precisamente -en mi
concepción- la estructuración de un orden social legítimo.
Las concepciones políticas y sociales se expresan como
ideologías jurídicas. La concepción conservadurista que busca
un orden social perdurable, quiere un positivismo jurídico a
ultranza; la concepción reformista se esfuerza por adaptar el
derecho a las necesidades sociales y políticas detectadas; para
la concepción revolucionaria, el derecho debe desaparecer: es
DARÍO BOTERO URIBE

una ideología que enmascara las relaciones sociales reales lO ;


para la utopía, el derecho es parte de las relaciones sociales
mismas: si bien existen normas de segundo grado o normas
positivas, las normas de primer grado o normas sociales son
parte de las relaciones sociales. Según nuestra tesis, cuando
faltan las normas de primer grado, las normas positivas no
pueden aplicarse.
El derecho prefigura un orden y corrige a través de dis-
tintos procedimientos, especialmente sancionatorios, las vio-
laciones de ese orden, pero debe ser capaz de autorregularIo
efectivamente, lo cual es precisamente la tarea que le agrega a
la función tradicional del derecho, la teoría social del derecho.
Hay tres teorías que interpretan el papel del derecho en
la sociedad:
l. El derecho como realidad. En este sentido el derecho prote-
176 ge un orden socioeconómico-político existente en una for-
1
mación social en un período determinado. De este modo, el
derecho no es más que un revestimiento ideológico del ser
social, un¡t capa superficial encargada de mantener la vi-
gencia de ese orden. Es la concepción marxista 11.
2. Una segunda teoría piensa el derecho como un orden que
debe llegar a ser. En esta concepción del deber ser se privi-
legia la ética y el principio subjetivo como actividad racio-
nal orientadora de la acción. Es la concepción de Kant.
3. La teoría radical del pensamiento normativo, precisamen-
te la concepción de la teoría social del derecho, mi propia
concepción, piensa el derecho como prefiguración de un
orden posible que está en el horizonte y que los juristas
deben ir construyendo. El derecho es una herramienta de

10. E. B. Pashukanis, La teoría general del derecho y el marxis-


mo, México, Grijalbo, 1976, p. 42.
11. Ibíd., p. 55.
Teoría social del Derecho

transformación social ligada a un mundo de posibles, cuyo


objetivo es la legitimación del orden.
La concepción marxista del derecho como ser social e his-
tórico no reconoce la especificidad del mundo jurídico. El
derecho aparece como una ideología que encubre las verdaderas
relaciones de clase de la sociedad, pero que a su vez .está encar-
gado de mantener ese orden. El marxismo desprecia el carácter
normativo del derecho, tiene sobre él una mirada historicista: el
derecho es esa capa superficial que envuelve el orden socioeco-
nómico, la lucha de clases, carece de autonomía para imponer
criterios éticos y políticos; es más bien una expresión de la
conflictividad del orden social 12 .
El marxismo mira el derecho como facticidad, como sien-
do, en tanto objetividad. La refutación que intenta Pashukanis
de la normatividad del orden jurídico, la expresa del siguiente
modo: "El segundo (se refiere al deber ser u orden normativo)
considera los objetos bajo el ángulo de las reglas precisas que se
expresan a través de ellos, reglas que introduce en cada objeto
singular como una exigencia"13. Pashukanis quiere significar
que no podemos entender el derecho como orden normativo
pues acabaríamos regulando los hechos desnudos. Es increíble
el objetivismo de Pashukanis: los hechos sólo los considera el
derecho en relación con los hombres, con el medio social. El de-
recho sólo se ocupa de la conducta humana, del haz de compor-
tamientos de los hombres entre sí y de los hombres con los
animales, los objetos, el medio natural, etc., pero jamás deja de
ser conducta, es decir, normatividad (posesión, propiedad, etc.).
Sólo excepcionalmente se consideran hechos de la naturaleza
(cambio del curso de un río, un movimiento telúrico y sus con-
secuencias para los individuos). El orden normativo, aun

12. Ibíd., pp. 28 Y ss.


13. Ibíd., p. 27.
DARlo BOTERO URIBE

cuando lo ignorara el señor Pashukanis, no se mete en los he-


chos, sólo analiza el comportamiento de los individuos y las
consecuencias.
El derecho sólo se puede considerar como facticidad
cuando abstraemos su función específica y lo miramos, por
ejemplo, desde la política, como orden represor y como forma
de representación y sustento del orden económico y social
existente en un momento determinado. Pero, evidentemente,
esta es una mirada desde la política, que deja por fuera la fun-
ción específica del derecho.
Me parece que el marxismo capta bien la función tradi-
cional del derecho como vehículo político del orden clasista de
la sociedad, pero obnubilado por la fuerza justiciera de la vio-
lencia, no valora la potencialidad ética y política del derecho

~
en la búsqueda de un mundo de posibles. Si la violencia puede
realizar la justicia, el derecho no es más que un alcahuete del
viejo orden. Pero, si la violencia no es capaz de realizar la justi-
cia, como lo sabemos hoy, el papel del derecho en la vida social
no puede ser mirado tan olímpicamente.
Los neo kantianos desarrollan la ruptura kantiana de na-
turaleza e historia; dan al mundo natural la connotación de
ser, y al mundo histórico la connotación de deber ser. Max
Weber lo consigna en los siguientes términos:
"Cuando se habla de derecho", "orden jurídico", "preceptos
jurídicos", debe tenerse en cuenta de un modo particularmen-
te riguroso la distinción entre la consideración jurídica y la so-
ciológica. La primera se pregunta lo que idealmente vale
como derecho. Esto es: qué significación o, lo que es lo mis-
mo, qué sentido normativo lógicamente correcto debe corres-
ponder a una formación verbal que se presenta como norma
jurídica. Por el contrario, la última se pregunta lo que de he-
cho ocurre en una comunidad en razón de que existe la proba-
bilidad de que los hombres que participan en la actividad
Teoría social del Dere.ho

comunitaria, sobre todo aquellos que pueden influir conside-


rablemente en esa actividad, consideren subjetivamente
como válido un determinado orden y orienten por él su con-
ducta práctica. Conforme a eso se define también la relación
de principio entre el derecho y la economía 14 •
El mundo social en tanto orden normativo es un orden
prefigurado que representa una conciencia ética y política que
se objetiva en la historia. El derecho en tanto deber ser es una
forma de previsibilidad de la conducta, que busca sujetarla a
unas reglas preconcebidas, a una política legislativa determi-
nada. El neokantismo capta correctamente la función norma-
tiva del derecho; su idealismo consiste en esperar que la
eticidad resulte implícitamente de la aplicación del derecho,
en pensar que el derecho tiene una inmanencia ética e ignorar
que puede utilizarse para imponer intereses de clase 15 •
La Teoría social del derecho concibe de una manera radical
la función normativa del derecho. El derecho es un poder ser,
un orden de posibles, que ha sido utilizado tradicionalmente
para imponer intereses de clase. Pero, así como el derecho no
es intrínsecamente un orden capaz de imponer la eticidad,
como piensa el idealismo, tampoco es un orden clasista en sí
mismo -aun cuando pueda serlo históricamente-, como sos-
tiene el marxismo. El orden jurídico-social que avala la Teoría
social del derecho saca todas las consecuencias de la perspectiva
telética del derecho.
El derecho puede ser utilizado como una estrategia de
contrapoderes que buscan construir un orden de justicia y eti-
cidad. El derecho como herramienta para imponer un orden
justo no es el resultado de la violencia ni de la ingenuidad

14. Max Weber, ob. cit., 1, p. 25l.


15. Véase Immanuel Kant, La metafísica de las costumbres,
Madrid, Editorial Tecnos, 1989, pp. 23 Y 55.,38 y ss.
DARlo BOTERO URIBE

idealista, sino de una estrategia consciente, construida lúcida-


mente, que no se impone, ni resulta de un acto único, sino que
representa una perspectiva a mediano y largo plazo, que van
construyendo los juristas a través de la discusión y el acuerdo
mediante las escuelas de interpretación del derecho y de la es-
tructuración y aplicación del orden jurídico-social.
La anarquía no es la destrucción de todo orden sino la cons-
trucción de un orden de libertad y autogobierno. Anarquista es el
que siempre está perftlando su autonomía, el que siempre va en
pos de la libertad. Anarquista es el que subvierte la masa, el que
tiene una ética personal que le permite actuar autorresponsa-
blemente. El que quiere ser individuo, el que individualiza su
percepción, su conducta, su visión del mundo, sin ser necesaria-
mente individualista. Cierto que los movimientos anarquistas
clásicos, por lo menos la mayoría de ellos1 6 , fueron individualis-
l801 tas, pero la autoconciencia individual no se opone necesariamen-
te a lo social. En el análisis vulgar, no ftlosóftco, hay dos
categorías antagónicas: individual y social. Lo que aftrma lo in-
dividual es individualista y disocia lo social; lo que aftrma lo so-
cial, es "socialista" o societario y deftende el interés social. No hay
nada más simpliftcador y absurdo. Lo social no es el quantum,
sino que el individuo ya es lo social concreto. El individualismo y
el "socialismo" u holismo no son más que dos concepciones
opuestas del individuo: uno, el individuo concreto, con lazos so-
ciales, con un lenguaje y una cultura, con autorresponsabilidad,
con ética, y otro, el individuo egoísta, personalista, carente de éti-
ca. Luego teniendo una vocación social profunda, se puede y se
debe defender al individuo.
El terrorismo no es anarquista, aun cuando es posible
que el "anarquismo" incida en él más frecuentemente que

16. Irving Lowis Horowitz, ob. cit., 11, p. 239.


Teoría social del Derecho

otros movimientos. También los movimientos de derecha in-


curren en el terrorismo, sólo que no persiguen la libertad de
todos sino la opresión de la mayoría o simplemente defender
intereses de grupo. El terrorismo es el suicidio político del
anarquismo. El terrorista, Shen en La condición humana de Mal-
raux, es el que realiza un acto supremo de individualidad, sólo
que hay una fascinación patológica en la autodestrucción. La
autodestrucción no puede ser un acto consciente y lúcido, es
una fascinación inconsciente, un fuego purificador figurado,
una realización psicoanalítica de deseos, es la muerte como
acto supremo de vida y de amor.
El anarquista como partido, como fuerza política está
fuera de la historia, corresponde a los principios de la indus-
trialización, como piensa Horowitz 17 , pero la anarquía como
idea del autogobierno está más vigente que nunca. Toda idea
de liberación política pasa por la anarquía: la anarquía es la
prueba de fuego en la búsqueda de la libertad. El liberalismo
pregona la libertad política, pero sólo practica la tolerancia. La
anarquía es el disfrute concreto de la libertad. La anarquía es
el fin de la dominación política. En toda otra forma política, la
libertad es abstracta, sólo la anarquía puede hacer concreta la
libertad. La anarquía no es el caos sino la autorresponsabili-
dad, no la moral prescriptiva sino la ética personal.
La anarquía, en el concepto filosófico que acá precisa-
mos, es un criterio fundamental para el pensamiento político
y social, para la determinación de un orden humanista de
hombres libres. Infortunadamente la preimaginación de ese
orden se halla enturbiada por la violencia de los movimientos
"anarquistas" de los dos últimos siglos.

17. Ibíd., p. 27.


DARía BOTERO URIBE

Si hacemos abstracción de la violencia y el terrorismo


que han generado algunos movimientos "anarquistas", tal vez
ningún movimiento político ha peleado tan consecuentemen-
te por la libertad como el anarquismo. El liberalismo procla-
ma la libertad a todos los vientos, pero generalmente tiene
una idea abstracta de la libertad, que coincide con el libre al-
bedrío, con la ausencia de coacción, es decir, con la ilusión de
la libertad o máximo con la libertad abstracta.
El anarquismo como movimiento político está superado,
pero como idea filosófica tiene vigencia en alguna medida.
La utopía recoge, reformulándolos, los elementos anar-
quistas que aún son fecundos para la organización social:
l. El empecinamiento en la defensa de la libertad humana.
2. La defensa del individuo contra la estatización y la juridi-
zaciÓn.
l82/ 3. La recusación de toda forma de autoritarismo.
Actualmente se presenta un cierre del discurso político y
un cierre del discurso social. Fukuyama plantea la economía de
mercado y la democracia liberal como las formas más altas de la
racionalidad histórica. El fin de la historia y el último hombre 18 re-
presenta un contundente alegato acerca de la consolidación del
capitalismo, después del colapso del socialismo real. Pero la pre-
tensión de Fukuyama va demasiado lejos. Detener la dialéctica
de la historia en la sociedad burguesa es claudicar en la empresa
de la humanización. Así no se fundamente la democracia liberal
en Hobbes y Locke sino en Hegel. Eso no cambia nada, señor
Fukuyama. Una sociedad que hace del homo oeconomicus el cen-
tro, el patrón fundamental de la vida, de ninguna manera pue-
de representar el telos de la historia, suponiendo que se pueda
plantear una teleología universal.

18. Francis Fukuyama, El fin de la historia y el último hombre,


Bogotá, Editorial Planeta, 1992.
Teoría social del Derecho

Pienso que el error de las filosofías del siglo XIX, en las


cuales basa el análisis Fukuyama, es precisamente que tenían
la pretensión de pensar la historia como una unidad inescindi-
ble: el pasado como una preparación del presente y el futuro
como un determinado desarrollo con la perspectiva del pre-
sente. Esa mentalidad omnisciente, omnicomprensiva, totali-
zante, hace de la historia una disciplina coherente y única,
pero no contenta con esto convertirá la historia en un proyecto
determinado 19 • La pretensión de pensar el futuro desde las
condiciones del presente es una ilusión, e incluso, pensar el pa-
sado desde una determinada conciencia del presente es anular
la historicidad de los acontecimientos. Es el homo mensura, pero
el hombre de hoy, el burgués, como medida del hombre pa-
leolítico, del hombre medieval... La economía sólo ocupa el
centro de las preocupaciones en la modernidad. En la Edad ~
Media, Dios ocupa el papel de la economía en el mundo mo- 18:
derno. En el mundo homérico, el de ]enófanes, Heráclito,
Parménides, Zenón, Pitágoras es el cosmos. Olof Gigon dice
refiriéndose a Heráclito:
Su pensamiento central es ético, y sólo porque la ley, a la que
ha de someterse el hombre, es al mismo tiempo la ley del cos-
mos, su doctrina es también una cosmología. Sin embargo, el
cosmos no es para él un ensamblaje de distintas partes y fuer-
zas objetivas como para los Milesios, sino que es, en su último
hondón, la expresión de un pensamiento ético. Podría perfec-
tamente haber una Hpakne (Teloc Blo) lo mismo que ha habido
un estilo de vida pitagóric0 20 •

19. Véase G. W. F. Hegel, Filosofía de la historia, Barcelona,


Ediciones Zeus, 1970, pp. 47 Yss.; Carlos Marx y Federico
Engels, ob. cit., p. 34.
20. Olof Gigon, Los orígenes de la filosofía griega, Madrid, Gre-
dos, 1980, p. 221.
DARía BOTERO URIBE

Sócrates plantea dos elementos que disuelven la relación


estrecha del hombre con el cosmos y que lo lanzan a girar so-
bre su propio eje: la razón y la ética21 • Pero esa perspectiva no
fructificó en la historia sino mucho tiempo después.
Platón representa la transición al Cristianismo medioeval,
su idealismo, su negación del mundo sensible en favor del mun-
do inteligible va a servir de fundamento a la edad teológica.
Podemos humanizar la vida social, reorientar la historia,
pero no podemos imponer un proyecto racional, rígido, sino al
costo de poner una camisa de fuerza a la sociedad y generar un
poder despótico, el cual devora la racionalidad del proyecto y
lo convierte en algo absurdo.
Pienso que cada época histórica tiene unas coordenadas
determinadas, a partir de las cuales los hombres forman una
conciencia de su papel en la historia, unos valores, una semio-
~ sis determinada. Perpetuar esa conciencia finita, proyectarla a
una temporalidad transhistórica, hacer de la crítica del tiempo
presente el paradigma de toda crítica, comprender el mediano
y largo plazo a partir de nuestra conciencia y de nuestras con-
diciones históricas fue la pretensión del idealismo clásico ale-
mán y de Marx: la historia como un proyecto descrifrado,
direccional, susceptible de una conciencia unitaria22 • Por el
contrario, la utopía -en mi concepción- sabe que en la época
posmetafísica ese tipo de concepciones no tienen sentido. No
hay fin de la historia sino más bien fin de la modernidad. El
paradigma de la modernidad es el hombre fáustico: el libro de
Fukuyama llegará a ser un testamento de la modernidad y de
sus pretensiones de formar una teleología de la historia: El pa-
radigma de la posmodernidad -que empieza a vislumbrarse-

21. Véase I. M. Crombie, Análisis de las doctrinas de Platón,


Madrid, Alianza Editorial, 1, 1979, pp. 49 Yss.
22. Véase nota 23.
Teoría social del Derecho

es el "hombre de cultura". El hombre de la Edad Media fue el


hombre teológico, y el hombre griego antiguo, el hombre cos-
mológico.
Cada una de las épocas históricas debe ser entendida y
explicada con ese patrón fundamental. Pretender explicar la
posmodernidad con el paradigma fáustico es abusivo. La mo-
dernidad ha realizado la tarea de aplicar el conocimiento
-ciencia y tecnología- a la producción. Ha llevado esta tarea
tan lejos, tan consecuente y unilateralmente, que si bien ha
cumplido muchas metas, ha creado una crisis espiritual funda-
mental.
El ecologismo y el ambientalismo son ya una ruptura del
paradigma de la modernidad: el desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas, el cual ha llevado la razón que ha sido su impulsora a
una irracionalidad fundamental: se destruye más de lo que se
produce; se crea riqueza, pero la miseria no disminuye 23 • Pero
el hombre fáustico es el hombre sin tradiciones, sin cultura,
hiperactivo, productivo (abstractamente), el burgués, el hom-
bre que maneja conocimientos, pero carece de sabiduría. El
hombre de la pos modernidad es el hombre que se plantea ob-
jetivos culturales, políticos, sociales, intelectuales, lúdicos,
eróticos ... La economía está fundamentalmente resuelta por la
ciencia y la tecnología, en tanto medios, instrumentos, y el
hombre utiliza sus energías sobrantes en una sabiduría prácti-
ca, concreta, específica: saber de sí mismo, saber de la vida co-
tidiana, de todos los ámbitos de la cultura, el disfrute sensual y
la sensibilidad artística. Es lo que he planteado en otros ensa-
yos24, el fin del trabajo y el comienzo de la actividad libre.

23. Véase André Gorz, Ecología y libertad, Cali, Ediciones


Barbarroja, sin fecha, pp. 11 Y ss.
24. Darío Botero Uribe, Vida, ética y democracia, ob. cit.
DARía BOTERO URIBE

La sintaxis de la modernidad es la razón, el cálculo, la


prevalencia del interés; la anatomía de la posmodernidad es el
mundo de la no razón, la categoría que he desarrollado para
comprender el inconsciente, el arte, la naturaleza, el mito, el
eros, lo lúdico ... Este mundo no es de ninguna manera irracio-
nal, sino lo otro de la razón 25 •

-ª4

25. Ídem.
CAPÍTULO VIII

El derecho
es de la vida
El derecho fluye por las venas y arterias de la vida social; circu-
la impetuosamente en períodos de transformación social y se
desliza suave, imperceptiblemente cuando la vida social se se-
rena y la cultura jurídica, eventualmente, penetra por todos
los resquicios del universo social. El derecho aparece en el for-
cejeo, en la disparidad, en la controversia; brota en la interac-
ción social como brota la ética por la urgencia de regular el
conflicto, de buscar un tercero que examine los argumentos en
pugna; obedece a la necesidad de hallar la fluidez del inter-
cambio, la satisfacción de necesidades; de regular el reparto en
un convite social; de proscribir el delito y asegurar la posesión.
El derecho está allí. Si en un momento determinado hi-
ciéramos abstracción del derecho positivo y aguzáramos el
oído, podríamos escuchar el rumor de la juridicidad que fluye
a borbotones en las relaciones sociales.
Una etapa tardía de la historia del derecho ha sido la for-
malización, la codificación y finalmente la renuncia del positi-
vismo a investigar la causalidad social 1 y, como consecuencia,
la pérdida de la memoria del papel del derecho en la vida so-
cial. Todo el mundo olvidó -muchos, por supuesto, jamás lo
supieron- que el derecho existe más allá de los códigos, en el
subsuelo de la vida social; que sin una percepción de lo que allí
ocurre, el derecho ha sido arrancado de raíz de la sociabilidad; y
un derecho positivo sin conciencia del devenir social puede obs-
truir la sociabilidad, en vez de hacerla más fluida y gratificante.
El derecho se configura en los conflictos, en la previsión o
en la solución de los mismos; es la construcción de la paz en la

1. Augusto Cornte, "Discurso sobre el espíritu positivo", en


Lafilosofiapositiva, México, Editorial Porrúa, 1979, p. 70.
DARlo BOTERO URIBE

vida social. De tal manera que cuando no hay paz, el derecho


positivo tiene que ser revisado. El derecho es parte de los flujos
de la vida social, es una forma de interacción social, de una
cultura productora de normas de convivencia y del acatamien-
to normativo. El derecho funciona cuando hay paz y respeto
ciudadano. El derecho es el complejo de formas predetermina-
do social y culturalmente para regular la interacción social. El
derecho opera principalmente con elementos codificados: los
códigos son los elementos muertos del derecho, que no obs-
tante pretenden regular el río heracliteano de la vida social.
Los códigos son los cadáveres estereotipados, los muertos em-
balsamados y, sin embargo, acreditados para guiar nuestra ex-
periencia vital, pero el derecho no sólo está en los códigos, sino
en la corriente misma de la vida social. El derecho fluye con la
vida, tiene que abrevar en la equidad, en la solidaridad, en la
~ justicia.
Cuando Kelsen encierra el derecho en la jaula de hierro
de las normas positivas vigentes2 , no sólo castra filosóficamen-
te la normatividad, la cual pierde su función telética de previ-
sibilidad y se resigna a un orden construido, hermético, que
mantiene el statu qua y ahoga la vida, sino que de contera le
da la garantía de ciencia, una ciencia formalista, que no pro-
duce conocimientos y se limita a presidir la actividad de los
manipuladores de normas.
El derecho es una forma de la cultura viva que se renueva
todos los días en los usos sociales, en la conducta de las clases y
de los grupos de intereses, en el comportamiento de los agen-
tes económicos, en el desarrollo de un pensamiento que acen-
túa la dignidad, el respeto de la legitimidad política y de los
derechos humanos. El derecho tiene que formalizarse en

2. Hans Kelsen, Teoríapura del derecho, Buenos Aires, Eude-


ba, 1960, p. 45.
Teoría social del Derecho

textos, en agrupamientos normativos, pero éstos no pueden


petrificarse. El positivismo que en el mundo jurídico es legión
pretende validar sólo un derecho de Estad03 y se niega a en-
tender sociopolíticamente la producción del derecho.
Existe en la vida social una cultura normalizadora, que
puede ser más o menos significativa. La propia interacción so-
cial genera formas de autocontrol social, por un lado normas
sociales (jurídicas) y, por otro, normas éticas. La concepción
telética del derecho que propone la Teoría social del derecho de-
sarrolla filosóficamente la función normativa del derecho
como un orden prefigurado que debe tener una unidad concep-
tual, la cual tiene la finalidad de realizar una evolución autocon-
trolada de la sociedad y de ir legitimando progresivamente las
relaciones de poder. En el actual caos jurídico, el derecho re-
presenta un archipiélago jurídico que se disuelve en multitud 1, o,
de islas inconexas, por lo cual el derecho hoy no es un orden ~
dinámico sino un desorden que genera violencia.
En Colombia, el derecho en vez de ser el centro regulador
de las relaciones sociales, es un elemento marginal y perturba-
dor de las mismas; el derecho, en este contexto, en vez de pro-
ducir paz, produce violencia; en vez de perseguir la justicia,
legitima las posesiones ilícitas de la delincuencia. En Colombia
paradójicamente hay en la actualidad una "legalidad" y un ejer-
cicio de la judicatura antijurídicos.
Un orden jurídico no debe ser estático. El orden debe
navegar libremente en la corriente del río: un orden petrifi-
cado en textos y una exégesis positivista matan el espíritu del
derecho, no permiten la formación de un orden coherente,
dinámico, como el orden jurídico-social, que va ajustándose
con el devenir social, pero que no se limita a la fuerza inercial,

3. Ibíd., p. 66.
DARía BOTERO URIBE

sino que se propone legitimar paulatinamente las relaciones


sociales.
El derecho es inescindible de la ética. La ética sirve para
juzgar, para valorar las situaciones, para discernir la responsa-
bilidad. Los positivistas jurídicos que quieren mantener el de-
recho positivo al margen de la ética4, ignoran que los juicios
valorativos de interpretación, de responsabilidad, de culpabi-
lidad, de asignación de sanciones, etc., son en sí mismos jui-
cios ético-jurídicos. Si prescindimos de la ética, el derecho
queda como una pura técnica de control social, que reemplaza
la eticidad por ideologías represoras.
El derecho en tanto orden telético tiene una función fun-
damental de pedagogía social. Cuando la Teoría social del dere-
cho insiste tanto en la unidad conceptual y en la crítica del
archipiélago jurídico existente, es porque da una gran impor-
1921 tancia a la capacidad del derecho para inducir la formación de
una conciencia ciudadana de respeto a las garantías y derechos
civiles y políticos de los ciudadanos.
El derecho no avanza en los textos petrificados sino en la
formación de conciencias libres y autorresponsables. Los tex-
tOS jurídicos juegan un papel importante en la determinación,
claridad y conocimiento del orden imperante y en su aplica-
ción, pero el espíritu de justicia y de eticidad, sólo lo da el or-
den jurídico-social que propone la Teoría social del derecho.
El derecho positivo y la judicatura tal como están organi-
zados no dan aplicación a la función esencial de la justicia. La
justicia no se puede presumir del mero ejercicio de dirimir
controversias, reparar entuertos y castigar a los infractores.
Ese es el mero ejercicio de control social a que el positivismo
reduce la función fundamental del derecho ~. La justicia

4. Ibíd., pp. 55 Yss.


5. Ibíd., pp. 72 Yss.
Teoría social del Derecho

consiste, en primer lugar, en valorar, ponderar, discernir, ba-


sándose en las normas existentes, pero de tal modo que permi-
tan encontrar en la universalidad de las normas, la
especificidad de un acto humano único e irrepetible; en segun-
do lugar, en que se dé aplicación al orden jurídico-social, el
cual plantea estrategias de política social y cultural, en la in-
terpretación y aplicación del derecho, que generen en forma
paulatina una aurorregulación social que contribuya a crear
una perspectiva a corto, mediano y largo plazo de una socie-
dad en donde los beneficios de la civilización alcancen a todos.
El mecanismo de la dogmática jurídica y el ejercicio normati-
vista que viene imperando no dan lugar a la justicia sino sólo
al control social.
La jurisprudencia que en otras épocas buscaba el telas
más allá de la exégesis normativa, hoy se ha contagiado del
mecanicismo del ejercicio jurídico y se limita en la mayor par-
te de los casos a un análisis de los hechos y a la pertinencia del
derecho invocado. En los fallos de la Corte Constitucional se
han observado signos renovadores en algunos procesos, pero
aún esas tendencias son tímidas y vacilantes.
El derecho funciona como una disciplina meramente de-
clarativa, y de esta manera no puede constituir una ciencia.
Pero nada impide que una disciplina normativa pueda devenir
ciencia social, si desarrolla radicalmente la función telética de
la normatividad, y de esta guisa exige para su praxis un acopio
de información y de conocimientos sobre la vida social, sobre
las instituciones sociopolíticas, sobre los fenómenos de ano-
mia, de conflictividad, de miseria, de luchas sociales, etc.
Todo esto le permitirá crear un orden prefigurado, el cual po-
dría funcionar por períodos quinquenales o decenales para
buscar la legitimación paulatina pero creciente del orden so-
cial, de las relaciones de poder. Es la concepción del derecho
como contrapoder que he expuesto anteriormente. Este
DARÍO BOTERO URIBE

proceso implica instalar el derecho plenamente en la vida so-


cial con una exigencia de crear un orden civilizado, de buscar
la paz, de interpretar el derecho de modo que sirva para acli-
matar una sociedad más justa.
Ese orden jurídico-social no sólo está basado en el cono-
cimiento social interdisciplinario, sino que produce conoci-
mientos en torno a la conducta social, a la conflictividad, a las
relaciones sociales, al avance de determinadas formas civiliza-
doras en la conciencia de la gente.
Así, el derecho no será una ciencia formalista de manipu-
lación de normas sino una verdadera ciencia con contenido,
basada en el conocimiento de la vida social y que se propone
racional y lúcidamente mejorar la convivencia, alcanzar la paz
y trabajar crecientemente por la justicia.

194
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Este libro se terminó de imprimir
en el mes de agosto de 2005
en los talleres gráficos de U nibiblos,
U niversidad Nacional de Colombia, Bogotá
PRINCIPALES OBRAS Del AUTOR

Teoría social del derecho


Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 4" edición, 2005

Manifiesto del pensamiento latinoamericano


Bogotá, Editorial Magisterio, 4' edici6n, 2004

El derecho a la utopía
Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, S· edición, 2005

Vida, ética y democracia


Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2" edición, 2001

la voluntad de poder de Nietzsche


Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 4' edici6n, 2002

El poder de la filosofía y la filosofía del poder


Bogotá, Universidad Nacional de Colombia,
2 tomos, 3· edición, 2001

¿Por qué escribo?


Bogotá, Universidad Nacional
de Colombia y Esap, 1998

El Vitalismo Cósmico
Bogotá, Siglo del Hombre Editores y
Universidad Nacional de Colombia, 2002

Martin Heidegger: la filosofía del regreso a casa


Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 2004

Discurso sobre el humanismo


Bogotá, Ecoe, 2004

Pensar de nuevo el mundo. Aforismos


Bogotá, Produmedios, 2004

Símbolo, mito, arte y deseo.


Discurso de la no-razón
(Inédito)
El problema de fondo es el siguiente: no
es que haya propiamente una opción que le permita a un
individuo perseguir exclusivamente su interés personal
o el interés general. Está relacionado más bien con la
estrechez o la amplitud de miras de las personas. Hay
distintos valores y formas de realizarse personalmente. Un
individuo con amplitud de miras, si además tiene talento
y algunas condiciones personales, se sitúa en un plano en
el cual vislumbra como suya la opción de la historia, de la
creación, del liderazgo, de la genialidad.
Algunos individuos logran compatibilizar
el interés egoísta con el interés universal; otros
metamorfosean el interés privado en interés planetario,
se olvidan de sí mismos como individuos singulares, sólo
para reconocerse totalmente en una cosmovisión; otros
se proyectan a un plano general, pero sólo para favorecer
su interés egoísta: problemas de personalidad o de
desarrollo intelectual les impiden comprometerse con su
papel universal, poner los fines individuales en el hombre
genérico.

La teoría social del derecho busca sin

mesianismos, prescindiendo de fórmulas estrechas y


agobiantes, un pensamiento normativo y un orden social
capaces de ahondar la libertad y de aclimatar un tipo de
armonía social compatible con el reconocimiento de la
diversidad.

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