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Sermón: Lucas 17:11-19 ¿Cómo cultivar un

espíritu agradecido?
Pastor Roberto Quiñones
November 21, 2018
Sermones
Sermón: Lucas 17:11-19 ¿Cómo cultivar un espíritu agradecido?
Pastor Roberto Quiñones

Lucas 17:11-19 “11 Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre


Samaria y Galilea. 12 Y al entrar en una aldea, le salieron al
encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos
13 y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia
de nosotros! 14 Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los
sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. 15
Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió,
glorificando a Dios a gran voz, 16 y se postró rostro en tierra a
sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. 17 Respondiendo
Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve,
¿dónde están? 18 ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios
sino este extranjero? 19 Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha
salvado.”

Hace unos años atrás una niñita se me fue detrás de mí


cuando le había dado un dulce y me agarra por el pantalón y me
dice: Gacias. Era para comérsela. Se fue detrás de mí para darme
las gracias por el solo hecho de que le había dado un dulce. Cuan
correcto fue esa actitud de ese casi bebé. Y cuán saludable es que
cultivemos en nuestros hijos y en nosotros y espíritu de gratitud.
Sobre todo un espíritu de gratitud a Dios por todo lo que El ha
hecho por nosotros.
En este pasaje del evangelio según San Lucas tenemos la
base fundamental para que nosotros cultivemos este espíritu de
gratitud a nuestro Dios. Veamos la historia y su desarrollo.

I. Una terrible enfermedad


Jesús iba camino a Jerusalén como parte de su plan para
redimir a los pecadores y dar su vida en sacrificio. Y pasaba entre
medio de Samaria y Galilea. Y allí se encuentra con unas personas
que están bien enfermas. Lo primero que nos llama la atención es
el hecho de la terrible enfermedad que padecían estos diez
hombres. Según Lucas ellos padecían de lepra. La lepra es
conocida hoy día como “Hansen's disease”. Es una enfermedad
sumamente terrible. Es contagiosa. Afecta principalmente la piel
aunque también los órganos internos. Produce que la persona se le
deforma la piel por medio de la destrucción de tejidos en los
cartílagos nasales y de las orejas, apareciendo en fases avanzadas
como la típica "facies leonina", caracterizada por múltiples
nódulos diseminados en la cara y pabellones auriculares, pómulos
pronunciados debido a la infiltración reactiva inmunológica.
También hay afectación difusa de los nervios periféricos con
pérdidas sensoriales. Se les puede caer la oreja sin que ellos se den
cuanta o lo sientan porque han perdido toda sensibilidad. Su
cuerpo ha comenzado a podrirse y expele mal olor. Y esta
condición puede durar entre 5 a 20 años.
En el libro de Levítico capítulos 13 y 14 se dan muchos
detalles acerca de la misma y cómo deben ser tratados estas
personas. El sacerdote, como una de sus funciones, tiene la
responsabilidad de evaluar a la persona para determinar si tenía
lepra o no. Los leprosos eran separados de la sociedad. No podían
tener contacto con nadie. No podían trabajar. Estaban separados
de su familia, de sus esposas e hijos. Y no podían tampoco
participar de las actividades del templo. Eran ritualmente
inmundos. No moralmente inmundos pero sí ritualmente
inmundos. Y cuando se acercaban a alguien tenían que gritar
inmundo. Nos dice Levíticos 13:45-46 “45 Y el leproso en quien
hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza
descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! 46
Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo;
estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su
morada.”
Y aunque la palabra leproso en la Biblia se usa para
referirse a diversas enfermedades y no necesariamente a la lepra o
“Hansen's disease”, lo cierto es que la vida de estos 10 leprosos
era una vida miserable. Era una vida horrible. Estaban separados
de la sociedad, de sus familias, del de proveer para sí mismo y los
suyos el pan de cada día. Eran rechazados socialmente. Por eso
dice el versículo 12 “Y al entrar en una aldea, le salieron al
encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de
lejos”. Se pararon de lejos porque la ley les obligaba a mantener
distancia para evitar todo contagio y contaminación ritual. Que
triste es esa condición.

Y cuando ellos vieron a Jesús V.13 “…alzaron la voz,


diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” Al
ver a Jesús ellos alzaron la voz, ellos gritaron. Me imagino en
desesperación. Y aunque Lucas no dice qué le pedían a Jesús con
esas palabras, creo que todos estaríamos de acuerdo que la
petición de ellos era: Jesús, maestro, sánanos. Límpianos de esta
terrible enfermedad. Sácanos de esta miseria. La misericordia de
Dios es dirigida a los que están en miserias: a los que sufren,
lloran, están desconsolados, deprimidos, angustiados.
Ellos vieron en Jesús no meramente un maestro. La palabra
traducida maestro aquí no es la que comúnmente se usa en griego
[didaskalos]. La palabra aquí es [epístate] que significa jefe, amo.
Y es sinónimo de Kúrios (Señor, Propietario) y de [Déspotes]
gobernante absoluto. Para ellos Jesús no era cualquier cosa. Ellos
vieron en Jesús a aquel que tenía poder sobre las enfermedades,
poder sobre nuestro cuerpo, capaz de revertir era terrible y mortal
enfermedad.
Hermanos, en medio de toda aflicción nuestro primer
recurso siempre debe ser Jesús. No solo para sanidad sino para
santificación. Por encima de nuestros males y problemas se para la
obra de gracia que nos santifica, es decir, transforma nuestro
carácter, transforma la manera en que vemos los problemas,
cambia la manera en que nos enfrentamos a los problemas. Nos da
la fortaleza espiritual, emocional de Jesús. Hermanos, no hay nada
terrible que pase en tu vida que no puedas hallar en Jesús a un
salvador.
De esa terrible enfermedad Lucas nos muestra…

II. La increíble misericordia de Dios en Jesús


Lo interesante del caso es lo que Jesús les dice: V. 14
“Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes.”
Fíjate que Jesús no ora por ellos. Jesús no les pone algo sobre su
piel. Jesús no los toca como en el caso del leproso en Lucas
capítulo 5. Oh hermanos, cuán importante es esto. Dios trabaja de
maneras diversas con las personas. Su fin es el mismo pero sus
métodos son distintos. Nadie tiene el derecho de cuestionar y
demandar a Dios que haga siempre las mismas cosas para todo el
mundo. Jesús es soberano y él hace su voluntad sobre nosotros de
la manera que él vea conveniente. ¿Por qué? ¿Por qué Jesús hizo
esto de esa manera? Por varias razones: (1) Para que ellos pongan
su fe, no en los medios sino en el autor de salvación o sanidad.
Para que pongan su fe en Jesús. (2) Para probar su fe. Fíjate que
Jesús les dice que obedezcan a sus palabras: “Id, mostraos a los
sacerdotes.” Les pide obediencia antes de que ellos sean sanados.
¿Por qué? Para probar su fe. Obediencia a las palabras de Jesús era
una prueba de caminar por fe y no por vista. ¿Necesitaban ellos
ver para poder obedecer? No. ¿Necesitaban ellos estar sanos
primero para luego obedecer? No. Dios pide de nosotros absoluta
confianza a sus Palabras aun antes de que El nos dé lo que le
pedimos.
Y nos dice Lucas que ellos obedecieron. Ellos creyeron a
las palabras de Jesús. Ellos tuvieron fe en que si Jesús lo ordenaba
así, eso era lo que debían hacer. Y nos dice Lucas V. 14 “Y
aconteció que mientras iban, fueron limpiados.” Fe y
obediencia precedieron al milagro. ¿Cuándo distinto es a lo que
muchas veces nosotros esperamos? “Señor cuando hagas el
milagro entonces yo te serviré”. Pero Dios nos llama a confiar
plenamente en El aun antes de que El nos conceda las peticiones
de nuestro corazón. Nuestra guía de obediencia no es lo que Dios
hará sino obedecer lo que El ya ha revelado en su Palabra. Por eso
Deuteronomio 29:29 dice “Las cosas secretas pertenecen a
Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y
para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas
las palabras de esta ley.”
Cuán grande e increíble es la misericordia de Dios. Ellos
clamaron por misericordia y eso es lo que Dios por gracia le da. Es
una misericordia gratuita. Si no fuera gratuita no sería
misericordia. Y su misericordia alcanza la magnitud de su
enfermedad. Así como la misericordia de Dios alcanza y
sobrepasa la magnitud de nuestro pecado.

Nos dice Lucas que tan pronto fueron sanados uno de ellos
regresó a Jesús y le adoró. Solo uno de ellos demostró poseer fe
salvadora.

III. Lo inmerecido de la gracia


¿Qué movió a este leproso a regresar a Jesús? Lucas nos
dice V. 15 “Entonces uno de ellos, viendo que había sido
sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz,”. Uno de ellos
vio que había sino sanado. ¿Significa que los otros eran ciegos?
Sí, pero no de los ojos. Ellos también vieron que habían sido
sanados. Pero solo este extranjero realmente vio. Este ver no es
algo solo de la vista sino del corazón. El vio. El vio la
misericordia tan grande que Dios había hecho con él. Y regresó a
adorar a Dios. El demostró que poseía fe salvadora y los otros no.

¿Cómo lo sabemos? Por lo que él hizo. La fe salvadora se


manifiesta con un corazón que adora a Dios. Este leproso al ver la
increíble misericordia que Dios había tenido con él no podía sino
adorar a Dios. Y vino “glorificando a Dios a gran voz,”. Todos
aquellos que Dios salva se convierten en verdaderos adoradores de
Dios. V. 18 “¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino
este extranjero?”. Jesús nos dice que el Padre viene a buscar a
verdaderos adoradores. Juan 4:23 “Mas la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad; porque también el Padre tales
adoradores busca que le adoren.”
Segundo, la fe salvadora se manifiesta en una vida de
agradecimiento a Dios. V. 16 “y se postró rostro en tierra a sus
pies, dándole gracias”. ¿No fueron sanados los otros nueves?
¿No recibieron de parte de Dios misericordia? ¿Por qué no
vinieron a Jesús a darle gracias? Yo creo que pensaban que se
merecían tal obra de sanidad. Solo cuando el extranjero ve que ha
sido sanado es que regresa a darle gloria a Dios y a adorar a Jesús.
Los otros no tenían ojos espirituales para ver. Pensaban que se
merecían tal bendición de Dios. En cambio, el extranjero vio su
sanidad. Vio quién lo había sanado. Comprendió lo que Dios había
hecho en su vida. Lo había sanado de una enfermedad terrible. Y
al verse sanado no podían hacer otra cosa que darle gracias a
Jesús. La fe salvadora se manifiesta en una actitud de
agradecimiento a Dios por su misericordia. Por eso Jesús le dice
en el V. 19 “Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.” Y
aunque la palabra salvado en griego [σέσωκέν] en ciertos
contextos se refiere a la sanidad física y no espiritual. Aquí no
cabe la menor duda se refiere a ser salvo del pecado.
Lo interesante del caso no es solo eso sino también quién
es la persona que ha sido salvada. El es un extranjero. El era un
samaritano. Los otros nueve eran judíos. Para los judíos los
samaritanos eran una raza indigna. En cambio fue un samaritano y
no un judío quien se salvó. Hermanos, Dios no tiene una raza
predilecta. El es misericordioso con todos. El es compasivo con
los que sufren. El es compasivo con los menospreciados de la
sociedad, con los pobres, los cojos, los ciegos. Para toda clase de
personas y razas llegó el evangelio de Cristo. No solo para los
ricos y poderosos. No solo para los inteligentes, los que visten
bien, los que en la sociedad son considerados las buenas personas,
los hijos buenos e hijas buenas. El evangelio viene para todos
porque todos estamos en la misma condición: somos pecadores y
estamos destituido de la gloria de Dios, estamos separados de
Dios, bajo su ira y maldición.

¿Cuál es la causa del agradecimiento a Dios y a Jesús de


este samaritano? El ver que solo la misericordia de Dios lo había
sanado. El se vio indigno de recibir esa gracia. Dios no tenía la
obligación de sanarle. Muchos eran leprosos y nunca fueron
sanados. Pero Dios mostró su misericordia con él y lo sanó. Los
otros pensaban que se lo merecían pero él por la gracia de Dios
vio que no es así. ¿Qué nos enseña Jesús? Nos enseña que solo en
proporción como uno ve la inmerecida misericordia de Dios sobre
nosotros es nuestro sentido de agradecimiento a Dios.

Hermanos, Jesús vino a sanarnos de nuestra lepra, la lepra


del pecado. Tú eras ese leproso samaritano. Y Jesús te ha sanado
totalmente. El no tenía el deber de hacerlo. Pero lo hizo de pura
misericordia y compasión por ti. ¿Cuán agradecidos eres de la
salvación que Jesús te ha dado? ¿Somos gradecidos realmente?
¿Realmente lo somos? Si realmente lo eres cuán distinto debes ser.
Cómo entonces te acercarás a adorar a Dios. Cómo entonces
servirás a Dios en la iglesia. Cómo entonces amarás a tu prójimo.
Cómo entonces criarás a tus hijos. Cómo entonces caminarás
todos los días de tu vida. ¿Realmente estamos agradecidos o
creemos que lo que Dios ha hecho con nosotros es poca cosa? ¿Le
daremos gracias con la boca y no con todo nuestro ser? Medita por
un momento: cuán agradecido yo estoy de que Dios me salvara. Y
si lo estoy, cómo esto se debe traducir en mi forma de vida, en mi
adoración a Dios, en mi servicio en la iglesia, en mi servicio al
prójimo, en mi anhelo por aprender acerca de Dios, en mi
obediencia a la ley de Dios.

Hermanos, Dios nos ha colmado de bendiciones todos los


días de nuestra vida. Nos ha dado esposos, hijos, casas, trabajos, la
vida, salud, familia, comida, un techo, una cama, amistades, etc. Y
con todo eso le servimos poco. ¡Le devolvemos poco a lo que
Dios nos ha dado! ¿O es que creemos que todo lo que tenemos nos
lo hemos merecido? Todo esto nos debe llevar a demostrarle a
Dios nuestro agradecimiento no solo de palabras sino de ellos y en
verdad. Se debe traducir en una vida donde Dios sea lo primero
sobre todo: sobre el trabajo, los estudios, la comodidad y el
descanso, sobre nuestras esposas(os), sobre nuestros hijos, en fin
sobre todo. Se debe traducir en una plena satisfacción de Dios.
Quiera Dios que cada uno de nosotros medite en la horrible
enfermedad que es el pecado, lo poderoso que es Jesús como
salvador y la actitud agradecida que cada día debe crecer en
nosotros por todo lo que Dios ha hecho con nosotros, por nosotros
y en nosotros.

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