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Otros funcionarios de la Registraduría, o los mismos, relacionan para cada una de estas
mesas “brujas” un paquete de cédulas entre aquellas que no hayan sido entregadas a los
ciudadanos que las tramitaron. Con estas cédulas, el compacto grupo de jurados “vota”
durante las primeras horas de la mañana. Casi sobra decir que las cédulas seleccionadas
para la comisión del delito electoral desaparecen físicamente de la Registraduría, como si
hubiesen sido efectivamente entregadas a quienes pertenecen. En cada mesa se podrían
colocar entre 30 y 60 votos falsos, que representan entre el 10 y el 20 por ciento del
número de votantes posibles.
Así: intervenir el proceso de selección de los jurados, alterar la disposición por mesas que
hasta ahora está prevista, revisar, cambiar y vigilar los mecanismos de notificación a los
jurados, inventariar física y minuciosamente las cédulas nuevas no entregadas a los
ciudadanos, revisar las entregadas en Registraduría durante los últimos 90 días. De
pronto no tiene ninguna relación con todo esto el anuncio de que “en las bodegas hay 40
mil cédulas de ciudadanía que no han sido reclamadas por sus titulares”
Por moral entendemos una regulación normativa de los individuos consigo mismos, con
los
otros y con la comunidad. El cumplimiento, rechazo o transgresión de las normas morales
ha
de tener un carácter libre y responsable por parte de los sujetos individuales. La
imposición
externa o coercitiva —propia del derecho— de dicha normatividad es incompatible con la
moral.
Por política entendemos la actividad práctica de un conjunto de individuos que se
agrupan,
más o menos orgánicamente, para mantener, reformar o transformar el poder vigente con
vistas
a conseguir determinados fines u objetivos. En la política se pone de manifiesto la
tendencia a
conservar, reformar o cambiar la relación existente entre gobernantes y gobernados.
Supone,
pues cierta posición de la sociedad, o de diferentes sectores o clases de ella, con
respecto al
poder en sus diversos niveles: federal, estatal o municipal. Vehículos de esa posición —
sin
agotarla— son los partidos políticos, como expresión orgánica de los intereses y
aspiraciones
de diferentes clases o sectores sociales. Pero esa posición con respecto al poder, así
como la
consecuente actividad práctica relacionada con él, se da también fuera de los partidos
políticos a través de diversos movimientos y organizaciones sociales.
Ahora bien, tratándose de una verdadera política de izquierda —la que aspira a realizar
valores como los de libertad individual y colectiva, justicia social, dignidad humana e
igualdad—, esa política sin moral entra en abierta contradicción con los valores que se
postulan. Así, por ejemplo, la negación de la libertad y responsabilidad del individuo se
contradice con el objetivo que se proclama: instaurar una sociedad de individuos
verdaderamente libres.
La absorción de la moral por la política entraña, pues, la destrucción de la moral misma
como esfera de la libertad, responsabilidad y dignidad. Esta destrucción ha sido siempre
un
componente natural de las políticas despóticas, antidemocráticas, así como de las
“pragmáticas” o “realistas”. Pero, aunque se haya practicado, de un modo aberrante, en el
pasado en nombre del socialismo y aunque ciertos partidos de izquierda la apliquen, a
veces
por consideraciones pragmáticas o supuestamente realistas, la izquierda no puede
aplicar, sin
negarse a sí mismas, semejante política sin moral.