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Una tarde, Daniel H., un aponguino de diecisiete años, iba como siempre camino a su
estancia para cuidar a su rebaño de ovejas y vacas. Para llegar a su destino tenía que pasar
por la laguna de Turpo, un hermoso espejo del cielo en la tierra, que solo unos pocos
podían disfrutarla. Cerca ya del espejo de agua, divisa a lo lejos, al centro de la laguna, a
una hermosa joven que llamó su atención poderosamente…. Muy asustado y sobre todo
muy sorprendido, se acerca y se da cuenta que está sentada en un trono de oro radiante,
llena de piedras preciosas que agregaban mil colores al color dorado refulgente. La bella
señorita tenía la tez como la nieve, los labios rojos como las fresas, los cabellos del tono
del trigo maduro, los ojos color capulí y su ropa blanca brillaba como el sol. Nunca había
visto tanta hermosura en una mujer.
Daniel, luego de la sorpresa, cree que se encuentra en peligro y corre hacia ella y a gritos
le dice: ¡Sal de ahí! ¡Te vas a ahogar…! ¡Sal pronto, yo te ayudaré! Entonces, en un cerrar
de ojos, la joven llega a la orilla flotando en las límpidas aguas de la laguna encantada.
Daniel, anonadado, la ve de cerca, maravillado y boquiabierto por tan extraña belleza,
tartamudeando se acerca y pregunta:
- ¿Quién…Quién eres?
- ¿Armendáriz? ¿Qué es?…, ¿dónde queda?, ¿qué haces aquí?… fueron tantas
atropelladas preguntas a la vez que Daniel le hizo a la joven.
- Armendáriz es mi pueblo, queda en España. Estoy aquí porque he sido raptada por el
diablo quien me encantó y me convirtió en su “esposa”, dice. Yo estoy muy triste porque
quiero volver con mis padres y mi gente y no puedo irme, no sé cómo…
Así, cada tarde, a partir de ese día, los dos jóvenes se encontraban, reían y charlaban
interminablemente hasta que se enamoraron. Daniel y la princesa nunca antes habían
experimentado esta linda sensación. Habían construido una burbuja de felicidad. Pero esta
felicidad que compartían pronto terminaría.
- Daniel, es mejor que te vayas y no vuelvas más, el diablo, mi cautivador, llega mañana
a las doce, si te encuentra de seguro te lleva al infierno.
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El corazón de Daniel se entristece, le da rabia esta situación. Sus emociones se rebelan y
su cerebro empieza a maquinar, entonces piensa: «mañana me enfrentaré al diablo y
lucharé por mi amor». Se despide muy triste de la princesa y vuelve a su estancia con la
determinación de volver al día siguiente y luchar con todas sus fuerzas para liberarla,
incluso a costa de su propia vida.
El sol en el cielo daba las 12 del mediodía, Daniel con paso firme se dirigió hasta el lugar
de su cita diaria, iba dispuesto a pegarle al diablo y a quien se opusiera a su amor. Llega
hasta las orillas de la Laguna de Turpo, el lugar le producía una extraña y espeluznante
sensación, todo estaba ensombrecido, y ve al diablo echado junto a la princesa flotando
en el centro de la laguna.
La joven se sorprende al ver a Daniel y emite un fuerte hipo que despierta al diablo.
Satanás se levanta, muestra su impresionante y horripilante figura, mira a Daniel
despectivamente y le dice:
- ¡Ajaaá!… ¡¿Tú eres el mortalcito que quiere quitarme a mi mujer?!… ¿Cómo te atreves
miserable aponguino a semejante propósito?
Daniel temblaba de pies a cabeza cuando escuchó la atronadora y retumbante voz del
diablo, respiró profundamente y con voz bronca respondió:
Así, Daniel, el valiente, y el horripilante diablo se enfrascan en una dura lucha. La fuerza
del amor se enfrentaba al furor del odio. La lucha entre el bien y el mal se personificaba
en la lucha entre Daniel H. y el diablo. El muchacho luchaba por su amor, mientras que
satanás luchaba por la posesión. El primer día pasó rápido. No sentían los golpes que se
propinaban. No sentían cansancio. No sentían hambre. Los ojos de ambos estaban
profundamente clavados en su contrincante.
Así también pasó el segundo día. Todos los animales de la puna se habían reunido para
observar la gran pelea. Llamas, ardillas, vizcachas, zorros, vicuñas, guanacos, cóndores,
halcones, lagartijas, en fin, la fauna puneña observaba con atención y curiosidad la lucha
de estos dos colosos.
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Diciendo eso desapareció y la laguna se convirtió en un puquio, las aguas de la laguna se
retiraron hasta convertirse en una pequeña fuente de agua. La joven había quedado en
medio del puquial.
Daniel, el valeroso, muy cansado y sumamente contento lleva a la princesa a su casa para
alojarla, la acomoda lo mejor que puede dentro de su pobreza y se duerme profundamente.
Al despertar se encuentra con una desagradable sorpresa, no estaba la bella princesa y en
su lugar sólo encuentra una carta que decía:
- ¡Daniel, querido, vuelvo a mi hogar, me voy a ver a mis padres, quizás nunca volverás
a verme. Gracias por mi libertad. Adiós amor mío!
Daniel, loco de desesperación y más enamorado que nunca, llora de dolor y decide ir en
busca de su amada,
Recordó que en las conversaciones la princesa le dijo que para llegar a Armendáriz debía
ir siempre hacia el lugar donde nace el Inti Sol. Así, determinado, preparó una alforja con
charqui, cancha y queso para el viaje. Explicó a sus padres el motivo de su viaje, ellos lo
entendieron, pero lloraban porque su hijo querido partía a una tierra muy lejana.
Presentían que nunca iba a volver. Con fuertes abrazos Daniel, el osado, se despidió de
sus padres y partió.
-Ya lo sé, le contestó el viejo. -Pero voy a decirte a quién debes preguntarle por
Armendáriz… Es a la Pachamama, la Madre Tierra, madre de todos los animales y
plantas. Ella todo lo sabe.
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-Debes seguir por la ruta donde el Inti Sol nace y llegar a un lugar que se llama Tambo.
Allí te abasteces de alimentos y luego te diriges hacia la selva, llega a Pichari y de allí te
internas a la selva de Vilcabamba… Le indicaba el anciano al joven aponguino.
-Allí preguntas por Pachamama a cualquier ser vivo que te encuentres en el camino. Pero
debes de cuidarte del demoniaco Chullachaki, el cojo selvático, que mediante engaños
puede hacerte perder para siempre. Así hablaba el anciano mientras Daniel escuchaba
muy atento.
Daniel camina día y noche, camina sin pausa, parece que no tiene cansancio, va en busca
de su amada con gran esperanza de encontrarla. Recorría los caminos desconocidos
decididamente, así… por mucho tiempo. Subiendo a la cumbre fría donde se encuentra la
Apacheta, para luego bajar por caminos intrincados hacia Tambo. Camina por todos los
pueblos mencionados por el anciano, viendo gente de todo tipo y de diferentes razas y
costumbres. Soportó frío, nieve, lluvia, y luego calor, mucho calor. Va preguntando por
Armendáriz, nadie sabe de lo que habla… incluso le creen loco.
En el camino se encontró con vizcachas, zorros, serpientes, palomas, pumas, boas, tapires,
monos, ranas, tucanes, colibríes, delfines, gallitos de las rocas, loros, otorongos,
anacondas, guacamayos, y muchos otros animalitos de la selva. A todos preguntaba por
la Pachamama, la Madre Tierra. Y todos respondían apuntando hacia el saliente del Inti
Sol. Así, siguiendo al Oriente, caminaba internándose en la enmarañada selva verde en
busca de la famosa señora. Pero, en su andanza, Daniel siempre tenía cuidado de no
encontrarse con el cojo maldito, el Chullachaki.
Con el rostro bañado en sudor por el intenso calor, rodeando los peligrosos pantanos,
cruzando los caudalosos ríos y las tranquilas cochas, Daniel, el osado, sigue caminando
hacia el hogar de la Pachamama, la Madre Tierra. Pasaron los días y Daniel, agotado,
llegó a un claro del bosque, ya el Inti Sol se iba escondiendo en el horizonte, arrancó unas
ramas y con ellas hizo un lugar para descansar. Allí se quedó profundamente dormido.
-Bienvenido Daniel a esta humilde casa, ¿en qué te puedo servir?, dijo la Pachamama con
una sonrisa dibujada en sus labios añosos.
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-Cómo sabes mi nombre, le dijo sorprendido Daniel.
-Soy Pachamama, todo lo que ocurre en la Tierra lo conozco a través de mis hijos, dijo la
venerable anciana.
-¿Por qué quieres ir tan lejos?, hay un océano que nos separa, dijo la Pachamama.
-Quiero buscar a mi amada, la princesa de Armendáriz, dijo Daniel. Y, así, le cuenta toda
la historia de su romance.
-Vamos a preguntar a mis hijos que noticias hay sobre Armendáriz, ya van a llegar dijo
la anciana de plateadas trenzas.
Así, siendo la medianoche empezaron a llegar los insectos y gusanos: moscas, mosquitos,
libélulas, arañas, suris, chontacuros, muquindis, zancudos, tarántulas, insectos palo,
hormigas, mariposas, escarabajos, escorpiones y muchos otros animalitos raros que solo
existen en la selva. Todos de mil formas y colores.
-No te pongas triste, todavía faltan mis hijas, las aves, ya van a llegar, algo deben saber,
dijo la anciana.
Así llegaron los guacamayos, los loros, los paucar, las garzas, las unchalas, los tarahuis,
los pihuichos, los sachapatos, los pájaros carpinteros, los picaflores, las lechuzas, los
gallinazos, los pacapacas, las águilas, todas las aves llegaban posándose en los árboles
cercanos. Nadie daba razón de Armendáriz.
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-Falta mis dos hijos: la gavilana y el cóndor, dijo la Pachamama. –Ellos sabrán algo,
continuó hablando con esperanza.
Poco después llegó la gavilana, ella escuchó la pregunta de la anciana y luego contestó:
-Si conozco Armendáriz, vengo de allí, dijo la gavilana. –La princesa a quién buscas se
va casar en tres días, están preparando un gran banquete para ese día, la fiesta empezó
hace ya quince días atrás. Todo el reino está muy feliz por el retorno de la princesa,
regresó del mundo de los sueños, dijo la joven gavilán.
-No puede ser… ella no puede casarse… yo la amo…y ella me ama, dijo Daniel
desesperado. –Llévame gavilana, llévame hasta allí, dime qué debo hacer para llegar hasta
allá, dijo Daniel a la ave rapiña con ojos suplicantes.
-No puedo llevarte, eres muy grande para mí. Vamos a decirle al cóndor, ya va llegar, él
si puede llevarte, pero tienes que hacer un trato con él, le dijo la gavilana.
Llegó el cóndor, todo majestuoso con su gran chalina blanca que adornaba su cuello, y al
escuchar las súplicas de Daniel, respondió:
-Está bien, te llevaré, pero el trato es que por cada día me darás un toro como alimento.
Esa noche fue una noche pesada, llena de pesadillas y angustias para Daniel. Se despertó
temprano, muy temprano. Comió su cancha y queso, tomó una vasija de leche que le
entregó la Pachamama y salió al claro. Ya estaban listos la gavilana y el cóndor.
Daniel así lo hizo. Se acomodó a las espaldas del cóndor, se ajustó el poncho y la chalina,
y se acomodó el chullo. Se despidió de la Pachamama y partieron.
Desde el cielo Daniel vio asombrado el inmenso manto verde donde los ríos parecían
inmensas anacondas. Esquivaron los chorros de lluvia que caían de grandes nubes negras,
parecían gigantes columnas de agua que conectaban la tierra con el cielo. De cuando en
cuando atravesaban las nubes cúmulos y todo alrededor se oscurecía, allí sentían tan cerca
los relámpagos y truenos que estremecían el alma.
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capturó un cebú y sirvió como alimento al cóndor y a la gavilana para que recuperen las
fuerzas. Era importante alimentarse pues todavía venía un trayecto más largo en el viaje.
Luego de pasar la noche, muy temprano emprenden el vuelo. Cruzan el inmenso océano
Atlántico de color azul, a veces el viaje se torna aburrido, otras veces tienen que soportar
fuertes lluvias y vientos huracanados. Así, terminando la tarde del segundo día, llegaron
a la isla de Cabo Verde. Allí, Daniel tuvo muchas dificultades para conseguir un toro,
pues eran muy escasos. Por fin, Daniel, consiguió un bovino y así pudo alimentar al
cóndor y a la gavilana.
Al día siguiente, muy temprano, antes que el sol salga, el cóndor alza vuelo con Daniel
en su espalda, siempre guiado por la gavilana. Así dejan Cabo Verde y van rumbo a
Armendáriz. Vuelan paralelo a las costas de África del Norte, sobrevuelan el Gibraltar e
ingresan a la península ibérica. Ya estaban a punto de llegar a su destino.
Volando más rápido, casi con desesperación, Daniel, el cóndor y la gavilana llegaron a
las puertas del Castillo de Armendáriz. El castillo estaba ricamente adornado con
banderas, banderines y escudos. Los caminos estaban llenos de flores, que atravesaban
campos verdes bien cuidados. La gente estaba ataviada con vestuario de lujo, las bellas
damas con vestidos de fina seda multicolor y los caballeros elegantes con vestuario de
terciopelo. Llegaban en carruajes dorados, plateados y marrones jalados por briosos
caballos.
Las noticias del extraño que arribó en las espaldas de un cóndor, como reguero de pólvora,
llegaron a los oídos de la princesa. Su corazón empezó a palpitar violentamente, apenas
podía contener su alegría y, dando pequeños saltos, emocionada corre al balcón de sus
habitaciones. Desde allí divisa a su salvador, su amado Daniel, el valiente espantadiablos.
La princesa de Armendáriz, sin colocarse los zapatos, baja corriendo por las escaleras y
se dirige a las puertas del palacio. Mientras tanto, Daniel ingresa al castillo sin oposición
de la guardia palaciega. Así, con los corazones rebosantes de alegría, ambos se encuentran
y se confunden en un fuerte y tierno abrazo. El latir de sus corazones se hizo uno solo y
la felicidad también. Lágrimas de alegría rodaron por las mejillas de los enamorados
luego de varios meses de separación.
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visto la tierna escena del encuentro y entendió que la felicidad de su hija y de su reino
estaba junto al extraño muchacho que venía de los Andes. Pero, tenía que resolver un
problema: el compromiso de su hija con el príncipe del reino vecino.
Ahora, el reino brillaba, todo era alegría, todo era felicidad, todo era entusiasmo. Esa
situación valía mucho más que el oro, por eso el rey se atrevió a anular el matrimonio
pactado con el reino vecino. Y apostaba por el muchacho andino. Así, en medio de la
algarabía popular, Daniel, por matrimonio con la princesa de Armendáriz, se convierte en
un noble príncipe en estas tierras extrañas que en el futuro gobernará. Así, por fin, como
esposos ya, sellan su amor con un tierno beso en medio de la aclamación de la población
que ven en ellos a los futuros reyes de estas tierras que volvían a ser felices después de
mucho tiempo.