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DANIEL H. Y LA REINA DE ARMENDARIZ

Autores: Guillermo Huyhua y Rosa Arroyo

Una tarde, Daniel H., un aponguino de diecisiete años, iba como siempre camino a su
estancia para cuidar a su rebaño de ovejas y vacas. Para llegar a su destino tenía que pasar
por la laguna de Turpo, un hermoso espejo del cielo en la tierra, que solo unos pocos
podían disfrutarla. Cerca ya del espejo de agua, divisa a lo lejos, al centro de la laguna, a
una hermosa joven que llamó su atención poderosamente…. Muy asustado y sobre todo
muy sorprendido, se acerca y se da cuenta que está sentada en un trono de oro radiante,
llena de piedras preciosas que agregaban mil colores al color dorado refulgente. La bella
señorita tenía la tez como la nieve, los labios rojos como las fresas, los cabellos del tono
del trigo maduro, los ojos color capulí y su ropa blanca brillaba como el sol. Nunca había
visto tanta hermosura en una mujer.

Daniel, luego de la sorpresa, cree que se encuentra en peligro y corre hacia ella y a gritos
le dice: ¡Sal de ahí! ¡Te vas a ahogar…! ¡Sal pronto, yo te ayudaré! Entonces, en un cerrar
de ojos, la joven llega a la orilla flotando en las límpidas aguas de la laguna encantada.
Daniel, anonadado, la ve de cerca, maravillado y boquiabierto por tan extraña belleza,
tartamudeando se acerca y pregunta:

- ¿Quién…Quién eres?

Ella le contesta: -Soy la Princesa de Armendáriz.

- ¿Armendáriz? ¿Qué es?…, ¿dónde queda?, ¿qué haces aquí?… fueron tantas
atropelladas preguntas a la vez que Daniel le hizo a la joven.

- Estoy muy triste, le responde la princesa.

- Armendáriz es mi pueblo, queda en España. Estoy aquí porque he sido raptada por el
diablo quien me encantó y me convirtió en su “esposa”, dice. Yo estoy muy triste porque
quiero volver con mis padres y mi gente y no puedo irme, no sé cómo…

Así, cada tarde, a partir de ese día, los dos jóvenes se encontraban, reían y charlaban
interminablemente hasta que se enamoraron. Daniel y la princesa nunca antes habían
experimentado esta linda sensación. Habían construido una burbuja de felicidad. Pero esta
felicidad que compartían pronto terminaría.

Un día, al llegar Daniel a la laguna, encuentra a la joven princesa llorando


desconsoladamente. Esta le dice a su amado, con signos de resignación, lo siguiente:

- Daniel, es mejor que te vayas y no vuelvas más, el diablo, mi cautivador, llega mañana
a las doce, si te encuentra de seguro te lleva al infierno.

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El corazón de Daniel se entristece, le da rabia esta situación. Sus emociones se rebelan y
su cerebro empieza a maquinar, entonces piensa: «mañana me enfrentaré al diablo y
lucharé por mi amor». Se despide muy triste de la princesa y vuelve a su estancia con la
determinación de volver al día siguiente y luchar con todas sus fuerzas para liberarla,
incluso a costa de su propia vida.

El sol en el cielo daba las 12 del mediodía, Daniel con paso firme se dirigió hasta el lugar
de su cita diaria, iba dispuesto a pegarle al diablo y a quien se opusiera a su amor. Llega
hasta las orillas de la Laguna de Turpo, el lugar le producía una extraña y espeluznante
sensación, todo estaba ensombrecido, y ve al diablo echado junto a la princesa flotando
en el centro de la laguna.

La joven se sorprende al ver a Daniel y emite un fuerte hipo que despierta al diablo.
Satanás se levanta, muestra su impresionante y horripilante figura, mira a Daniel
despectivamente y le dice:

- ¡Ajaaá!… ¡¿Tú eres el mortalcito que quiere quitarme a mi mujer?!… ¿Cómo te atreves
miserable aponguino a semejante propósito?

Daniel temblaba de pies a cabeza cuando escuchó la atronadora y retumbante voz del
diablo, respiró profundamente y con voz bronca respondió:

- ¡Te reto diablo! ¡Voy a luchar por ella.., porque la amo!

- ¡Muy bien! – Dijo el diablo. - ! Pelearemos! ¡Si me ganas, te la llevas, si yo gano te


llevo al infierno con ojotas y todo!

Así, Daniel, el valiente, y el horripilante diablo se enfrascan en una dura lucha. La fuerza
del amor se enfrentaba al furor del odio. La lucha entre el bien y el mal se personificaba
en la lucha entre Daniel H. y el diablo. El muchacho luchaba por su amor, mientras que
satanás luchaba por la posesión. El primer día pasó rápido. No sentían los golpes que se
propinaban. No sentían cansancio. No sentían hambre. Los ojos de ambos estaban
profundamente clavados en su contrincante.

Así también pasó el segundo día. Todos los animales de la puna se habían reunido para
observar la gran pelea. Llamas, ardillas, vizcachas, zorros, vicuñas, guanacos, cóndores,
halcones, lagartijas, en fin, la fauna puneña observaba con atención y curiosidad la lucha
de estos dos colosos.

Al tercer día de la lucha ambos estaban ya con signos de cansancio. En un intermedio,


Daniel, el valiente, cansado y magullado, invocó a Dios, oró con fe para que le diera más
fuerzas. Entonces, de repente aparece una extraña niña vestida de blanco que le ofrece
pan y vino. Al probarlos, inmediatamente sintió que una fuerza extraordinaria se
incorporaba en su cuerpo. Así, con nuevo vigor y agilidad pudo vencer al diablo.

- ¡Me ganaste! – Dijo el diablo – ¡llévate a esa ingrata!

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Diciendo eso desapareció y la laguna se convirtió en un puquio, las aguas de la laguna se
retiraron hasta convertirse en una pequeña fuente de agua. La joven había quedado en
medio del puquial.

Daniel, el valeroso, muy cansado y sumamente contento lleva a la princesa a su casa para
alojarla, la acomoda lo mejor que puede dentro de su pobreza y se duerme profundamente.
Al despertar se encuentra con una desagradable sorpresa, no estaba la bella princesa y en
su lugar sólo encuentra una carta que decía:

- ¡Daniel, querido, vuelvo a mi hogar, me voy a ver a mis padres, quizás nunca volverás
a verme. Gracias por mi libertad. Adiós amor mío!

Daniel, loco de desesperación y más enamorado que nunca, llora de dolor y decide ir en
busca de su amada,

-¡Llegaré a Armendáriz!.. Se dijo.

Recordó que en las conversaciones la princesa le dijo que para llegar a Armendáriz debía
ir siempre hacia el lugar donde nace el Inti Sol. Así, determinado, preparó una alforja con
charqui, cancha y queso para el viaje. Explicó a sus padres el motivo de su viaje, ellos lo
entendieron, pero lloraban porque su hijo querido partía a una tierra muy lejana.
Presentían que nunca iba a volver. Con fuertes abrazos Daniel, el osado, se despidió de
sus padres y partió.

Salió de Apongo, conocido como “puerta a la riqueza”, y se dirigió a Huamanga, la


señorial. Pasó por Canaria, Hualla, Cayara, Colca, Cangallo y, finalmente, llegó a su
primer destino. Preguntó por todo el recorrido dónde quedaba Armendáriz y nadie le pudo
dar razón. Un día encontró a un anciano muy alegre y al ver a Daniel pensativo y
ensimismado, éste le preguntó: ¿por qué un joven apuesto está triste y meditabundo?

-Estoy buscando un lugar llamado Armendáriz, he preguntado a todos y nadie me puede


dar razón dónde queda, –le contestó Daniel extenuado y triste.

El anciano, de cabellos canos, al verlo así le contestó:

-No te desanimes muchacho, ya encontrarás a la muchacha de tus sueños, -dijo


nuevamente el anciano con sus ojos de sabio.

Daniel sorprendido le dijo, -pero, Armendáriz no es una muchacha.

-Ya lo sé, le contestó el viejo. -Pero voy a decirte a quién debes preguntarle por
Armendáriz… Es a la Pachamama, la Madre Tierra, madre de todos los animales y
plantas. Ella todo lo sabe.

Con asombro y alegría Daniel, el valiente matadiablo, escuchaba al anciano benevolente.

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-Debes seguir por la ruta donde el Inti Sol nace y llegar a un lugar que se llama Tambo.
Allí te abasteces de alimentos y luego te diriges hacia la selva, llega a Pichari y de allí te
internas a la selva de Vilcabamba… Le indicaba el anciano al joven aponguino.

-Allí preguntas por Pachamama a cualquier ser vivo que te encuentres en el camino. Pero
debes de cuidarte del demoniaco Chullachaki, el cojo selvático, que mediante engaños
puede hacerte perder para siempre. Así hablaba el anciano mientras Daniel escuchaba
muy atento.

Daniel camina día y noche, camina sin pausa, parece que no tiene cansancio, va en busca
de su amada con gran esperanza de encontrarla. Recorría los caminos desconocidos
decididamente, así… por mucho tiempo. Subiendo a la cumbre fría donde se encuentra la
Apacheta, para luego bajar por caminos intrincados hacia Tambo. Camina por todos los
pueblos mencionados por el anciano, viendo gente de todo tipo y de diferentes razas y
costumbres. Soportó frío, nieve, lluvia, y luego calor, mucho calor. Va preguntando por
Armendáriz, nadie sabe de lo que habla… incluso le creen loco.

En el camino se encontró con vizcachas, zorros, serpientes, palomas, pumas, boas, tapires,
monos, ranas, tucanes, colibríes, delfines, gallitos de las rocas, loros, otorongos,
anacondas, guacamayos, y muchos otros animalitos de la selva. A todos preguntaba por
la Pachamama, la Madre Tierra. Y todos respondían apuntando hacia el saliente del Inti
Sol. Así, siguiendo al Oriente, caminaba internándose en la enmarañada selva verde en
busca de la famosa señora. Pero, en su andanza, Daniel siempre tenía cuidado de no
encontrarse con el cojo maldito, el Chullachaki.

Con el rostro bañado en sudor por el intenso calor, rodeando los peligrosos pantanos,
cruzando los caudalosos ríos y las tranquilas cochas, Daniel, el osado, sigue caminando
hacia el hogar de la Pachamama, la Madre Tierra. Pasaron los días y Daniel, agotado,
llegó a un claro del bosque, ya el Inti Sol se iba escondiendo en el horizonte, arrancó unas
ramas y con ellas hizo un lugar para descansar. Allí se quedó profundamente dormido.

Cerca de la medianoche, un potente rugido despertó a Daniel. Asustado da un salto y mira


alrededor. Todo estaba oscuro, no había luna. Solo el frío de la noche, el suave viento, los
ruidos típicos de los animales nocturnos, el rumor de la corriente de agua y los tenues
reflejos del río. Sintió que un par de ojos lo observaban, eran dos luces rojas que, como
linternas, rompían la oscuridad, eran ojos de un otorongo negro. Sintió miedo, pero el
felino hizo una señal, Daniel entendió que debía seguirlo. El otorongo caminó por
senderos estrechos y desconocidos, cubiertos de malezas. Así, siguiendo al animal, llegó
a un lugar extraño, mágico. Allí se encontraba una venerable anciana. Tenía cabellos
blancos y cenizos sobre los cuales posaba un sombrero peculiar. Su rostro era apacible,
pero con muchas arrugas.

-Bienvenido Daniel a esta humilde casa, ¿en qué te puedo servir?, dijo la Pachamama con
una sonrisa dibujada en sus labios añosos.

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-Cómo sabes mi nombre, le dijo sorprendido Daniel.

-Soy Pachamama, todo lo que ocurre en la Tierra lo conozco a través de mis hijos, dijo la
venerable anciana.

-Quiero ir a Armendáriz, ¿dónde queda?, preguntó el jovenzuelo.

-¿Por qué quieres ir tan lejos?, hay un océano que nos separa, dijo la Pachamama.
-Quiero buscar a mi amada, la princesa de Armendáriz, dijo Daniel. Y, así, le cuenta toda
la historia de su romance.

-Vamos a preguntar a mis hijos que noticias hay sobre Armendáriz, ya van a llegar dijo
la anciana de plateadas trenzas.

Así, siendo la medianoche empezaron a llegar los insectos y gusanos: moscas, mosquitos,
libélulas, arañas, suris, chontacuros, muquindis, zancudos, tarántulas, insectos palo,
hormigas, mariposas, escarabajos, escorpiones y muchos otros animalitos raros que solo
existen en la selva. Todos de mil formas y colores.

-Saben alguna noticia de Armendáriz?... les preguntaba la Pachamama y todos


contestaban que no.

Junto al hogar de la Pachamama pasaba un rio caudaloso, era un recodo tranquilo y


transparente, allí empezaron a llegar los peces de los ríos de la selva amazónica: pirañas,
piracurús, tambaquis, ánguilas, regoregos, carachamas, paiches, zúngaros, shiruyes,…
todos los peces de la Amazonía, también ellos dijeron que no. Llegaron también las boas,
culebras, lagartos, motelos, iguanas, anacondas, charapas, shushupes, ellos también
dieron la negativa. Luego, se hizo un gran bullicio y aparecieron los maquisapas, los
musmuquis, los cotos, los pelejos, los tocones, los huapos, los leoncitos, los
puercoespines, los murciélagos, los majaces, las carachupas, los ronsocos, los venados,
los osos hormigueros, los otorongos, los pumas, los sachavacas, un montón de animalitos
más. Todos dando la negativa.

Daniel estaba apenado, mientras que la Pachamama le daba aliento.

-No te pongas triste, todavía faltan mis hijas, las aves, ya van a llegar, algo deben saber,
dijo la anciana.

Así llegaron los guacamayos, los loros, los paucar, las garzas, las unchalas, los tarahuis,
los pihuichos, los sachapatos, los pájaros carpinteros, los picaflores, las lechuzas, los
gallinazos, los pacapacas, las águilas, todas las aves llegaban posándose en los árboles
cercanos. Nadie daba razón de Armendáriz.

-Creo que nadie sabe nada, dijo Daniel entristecido.

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-Falta mis dos hijos: la gavilana y el cóndor, dijo la Pachamama. –Ellos sabrán algo,
continuó hablando con esperanza.

Poco después llegó la gavilana, ella escuchó la pregunta de la anciana y luego contestó:

-Si conozco Armendáriz, vengo de allí, dijo la gavilana. –La princesa a quién buscas se
va casar en tres días, están preparando un gran banquete para ese día, la fiesta empezó
hace ya quince días atrás. Todo el reino está muy feliz por el retorno de la princesa,
regresó del mundo de los sueños, dijo la joven gavilán.

-No puede ser… ella no puede casarse… yo la amo…y ella me ama, dijo Daniel
desesperado. –Llévame gavilana, llévame hasta allí, dime qué debo hacer para llegar hasta
allá, dijo Daniel a la ave rapiña con ojos suplicantes.

-No puedo llevarte, eres muy grande para mí. Vamos a decirle al cóndor, ya va llegar, él
si puede llevarte, pero tienes que hacer un trato con él, le dijo la gavilana.

Llegó el cóndor, todo majestuoso con su gran chalina blanca que adornaba su cuello, y al
escuchar las súplicas de Daniel, respondió:

-Está bien, te llevaré, pero el trato es que por cada día me darás un toro como alimento.

Daniel asintió y le prometió cumplir el trato. Así, la Pachamama lo alojó en un lugar


cómodo para que recuperara fuerzas pues, al día siguiente, muy temprano empezaría el
largo viaje.

Esa noche fue una noche pesada, llena de pesadillas y angustias para Daniel. Se despertó
temprano, muy temprano. Comió su cancha y queso, tomó una vasija de leche que le
entregó la Pachamama y salió al claro. Ya estaban listos la gavilana y el cóndor.

-Rápido sube a la espalda del cóndor, dijo la gavilana.

Daniel así lo hizo. Se acomodó a las espaldas del cóndor, se ajustó el poncho y la chalina,
y se acomodó el chullo. Se despidió de la Pachamama y partieron.

Desde el cielo Daniel vio asombrado el inmenso manto verde donde los ríos parecían
inmensas anacondas. Esquivaron los chorros de lluvia que caían de grandes nubes negras,
parecían gigantes columnas de agua que conectaban la tierra con el cielo. De cuando en
cuando atravesaban las nubes cúmulos y todo alrededor se oscurecía, allí sentían tan cerca
los relámpagos y truenos que estremecían el alma.

El cóndor seguía a la gavilana rumbo a la península ibérica donde se encontraba el reino


de Armendáriz. Cuando la primera noche de viaje empezaba a asomar, el cóndor
desciende en una playa, cerca de Belén, lugar donde termina la Amazonía y empieza el
océano Atlántico. Daniel al descender del lomo del ave andina más grande del mundo

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capturó un cebú y sirvió como alimento al cóndor y a la gavilana para que recuperen las
fuerzas. Era importante alimentarse pues todavía venía un trayecto más largo en el viaje.

Luego de pasar la noche, muy temprano emprenden el vuelo. Cruzan el inmenso océano
Atlántico de color azul, a veces el viaje se torna aburrido, otras veces tienen que soportar
fuertes lluvias y vientos huracanados. Así, terminando la tarde del segundo día, llegaron
a la isla de Cabo Verde. Allí, Daniel tuvo muchas dificultades para conseguir un toro,
pues eran muy escasos. Por fin, Daniel, consiguió un bovino y así pudo alimentar al
cóndor y a la gavilana.

Al día siguiente, muy temprano, antes que el sol salga, el cóndor alza vuelo con Daniel
en su espalda, siempre guiado por la gavilana. Así dejan Cabo Verde y van rumbo a
Armendáriz. Vuelan paralelo a las costas de África del Norte, sobrevuelan el Gibraltar e
ingresan a la península ibérica. Ya estaban a punto de llegar a su destino.

Volando más rápido, casi con desesperación, Daniel, el cóndor y la gavilana llegaron a
las puertas del Castillo de Armendáriz. El castillo estaba ricamente adornado con
banderas, banderines y escudos. Los caminos estaban llenos de flores, que atravesaban
campos verdes bien cuidados. La gente estaba ataviada con vestuario de lujo, las bellas
damas con vestidos de fina seda multicolor y los caballeros elegantes con vestuario de
terciopelo. Llegaban en carruajes dorados, plateados y marrones jalados por briosos
caballos.

En medio de la muchedumbre que se dirigía al castillo, Daniel desciende del majestuoso


cóndor, mirando alrededor, sorprendido y admirando el lugar nunca visto. Los habitantes
del lugar se sorprenden mucho más al ver a Daniel, era un extraño de rara vestimenta, un
muchacho fuerte, de cara redonda, piel quemada por el sol, con ojotas de piel de llama,
usaba pantalones de bayeta negra que se unía con una media de lana de color de oveja
blanca, un chaleco blanco, también de bayeta. Se cubría el cuerpo con un poncho y la
cabeza con un chullo, ambos multicolores.

Las noticias del extraño que arribó en las espaldas de un cóndor, como reguero de pólvora,
llegaron a los oídos de la princesa. Su corazón empezó a palpitar violentamente, apenas
podía contener su alegría y, dando pequeños saltos, emocionada corre al balcón de sus
habitaciones. Desde allí divisa a su salvador, su amado Daniel, el valiente espantadiablos.

La princesa de Armendáriz, sin colocarse los zapatos, baja corriendo por las escaleras y
se dirige a las puertas del palacio. Mientras tanto, Daniel ingresa al castillo sin oposición
de la guardia palaciega. Así, con los corazones rebosantes de alegría, ambos se encuentran
y se confunden en un fuerte y tierno abrazo. El latir de sus corazones se hizo uno solo y
la felicidad también. Lágrimas de alegría rodaron por las mejillas de los enamorados
luego de varios meses de separación.

La princesa había contado a su padre, el Rey de Armendáriz, toda la historia y cómo se


había salvado y, por eso, Daniel ya era famoso en el reino. Era el salvador de la Princesa.
Era el héroe que devolvió la felicidad al reino. Su majestad, el Rey de Armendáriz, había

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visto la tierna escena del encuentro y entendió que la felicidad de su hija y de su reino
estaba junto al extraño muchacho que venía de los Andes. Pero, tenía que resolver un
problema: el compromiso de su hija con el príncipe del reino vecino.

Entonces, el rey convoca al príncipe consorte y le ruega cancelar el matrimonio a cambio


de muchas riquezas, de esta manera, el compromiso se anula. Así, el rey pacta el
matrimonio de Daniel con su única hija porque había devuelto la felicidad al reino. El
muchacho del Ande había liberado a su hija de la esclavitud, su alma había sido
secuestrado por el maligno y la tenía durmiendo hechizada durante varios meses. Su
cuerpo se encontraba en España y su alma se encontraba en la laguna de Turpo, en un
rincón del Ande peruano. Qué cruel habían sido esos tiempos. Todo era oscuridad, todo
era tristeza.

Ahora, el reino brillaba, todo era alegría, todo era felicidad, todo era entusiasmo. Esa
situación valía mucho más que el oro, por eso el rey se atrevió a anular el matrimonio
pactado con el reino vecino. Y apostaba por el muchacho andino. Así, en medio de la
algarabía popular, Daniel, por matrimonio con la princesa de Armendáriz, se convierte en
un noble príncipe en estas tierras extrañas que en el futuro gobernará. Así, por fin, como
esposos ya, sellan su amor con un tierno beso en medio de la aclamación de la población
que ven en ellos a los futuros reyes de estas tierras que volvían a ser felices después de
mucho tiempo.

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