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La
paradoja de la farola
“Un borracho está buscando con afán bajo un farol. Se acerca un policía y le
pregunta qué ha perdido. El hombre responde: – Mi llave.
Ahora son dos los que buscan. Al fin, el policía pregunta al hombre si está
seguro de haber perdido la llave precisamente allí. Este responde: – No, aquí
no, sino allí detrás, pero allí está demasiado oscuro.”
Se trata de una historia que se encuentra en el libro “El arte de amargarse la
vida”, de Paul Watzlawick, y de ella deriva la paradoja de la farola.
Es probable que quizás hasta te parezca una historia absurda pero lo cierto es
que cada uno de nosotros somos prisioneros del “farol” que tenemos en
nuestra mente. Ese farol no es más que las soluciones que hemos puesto en
práctica en el pasado y que han sido útiles. Sin embargo, eso no significa que
podamos aplicarlas en el presente con la misma eficacia. De hecho, a menudo
solo sirven para limitarnos.
En realidad, ese «farol» es la forma natural en la que funciona nuestro cerebro.
Cuando nos enfrentamos a un problema, buscamos en nuestro archivo mental
soluciones pasadas que hayan sido medianamente eficaces e intentamos
aplicarlas. Esto se debe a que nuestro cerebro siempre apuesta por la
economía de recursos y normalmente prefiere echar mano a soluciones
antiguas que buscar nuevos caminos, sobre todo porque los nuevos caminos
suelen traer aparejada una cuota de incertidumbre y ansiedad.
Por tanto, normalmente preferimos no malgastar demasiado tiempo buscando
alternativas y no nos preguntamos si las viejas soluciones pueden ser la
respuesta, sino que simplemente las aplicamos. El problema radica en que no
encontraremos la “llave” si buscamos en el lugar incorrecto, no hallaremos la
mejor solución si siempre volvemos sobre nuestros pasos. ¿Cómo escapar de
ese círculo vicioso?
Problem solving estratégico
http://reeelab.com/2014/02/26/una-aproximacion-al-problem-solving-estrategico/
1) Reducir la complejidad
Ayuda a que las personas y equipos definan las características del problema de
la forma más empírica posible, hasta alcanzar una imagen concreta del mismo:
a quién afecta, las personas o áreas que están implicadas, desde cuándo se
produce, con qué frecuencia aparece, cómo lo perciben otras personas, etc.
Muchas veces nos saltamos esta fase porque la consideramos obvia, sin
embargo, quien busca una solución sin tener claros los términos del problema,
al interpretar la situación desde su propio punto de vista, suele definir la
estrategia en función de sus ideas, interpretaciones y autoengaños, más que en
función del problema que quiere resolver. Analizar el problema desde
diferentes perspectivas nos permitirá descubrir aspectos hasta entonces ocultos
y trabajar así con nuevas hipótesis de solución. Este procedimiento consiste en
reducir la complejidad, para llegar a una solución aparentemente más simple.
4) El efecto avalancha
A la hora de definir y aplicar la estrategia de mejora, empezaremos por el
cambio más pequeño y concreto que se pueda obtener, luego nos centraremos
en el siguiente y así sucesivamente para llevar a cabo un proceso de cambio
gradual y a un ritmo sostenible. De esta forma la intervención se transforma
de gradual a exponencial, lo que nos permite reducir las resistencias a realizar
grandes cambios que rompan el equilibrio homeostático. Este tipo de cambio
se asemeja al “efecto bola de nieve”, en el que ésta rueda montaña abajo, hasta
hacerse tan grande que se transforma en una avalancha.
5) Rigor y flexibilidad
Tras implementar algunas de las soluciones acordadas, evaluaremos los
efectos de la estrategia que hemos construido para poder introducir
correcciones, mantener lo que funciona y cambiar lo que no. Se trata de ser
rigurosos y flexibles al mismo tiempo.
6) Aprendizaje y cierre
Una vez hemos alcanzado el objetivo, guiamos a la persona o al equipo a la
integración del aprendizaje, generando así conocimiento y autonomía. En
última instancia, para que algo se convierta en hábito es necesario crear
automatismos, y esto sólo se consigue con la repetición y el entrenamiento.
Conclusión