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TEMA 1.

CONCEPTOS
BÁSICOS EN TORNO
A LA VIOLENCIA DE
GÉNERO
1. CONCEPTO DE VIOLENCIA DE GÉNERO

1.1. El origen de la violencia de género y su posible clasificación.


Como señala María Luisa Maqueda Abreu (Catedrática de Derecho Penal.
Universidad de Granada) el uso de la expresión “violencia de género” es tan
reciente como el propio reconocimiento de la realidad del maltrato a las mujeres.
En este sentido, hay que entender este hecho como “una manifestación más de la
resistencia que existe a reconocer que la violencia contra las mujeres no es una
cuestión biológica ni doméstica sino de género (…) no nos hallamos ante una forma
de violencia individual que se ejerce en el ámbito familiar o de pareja por quien
ostenta una posición de superioridad física (hombre) sobre el sexo, teóricamente,
más débil (mujer), sino que es consecuencia de una situación de
discriminación intemporal que tiene su origen en una estructura social de
naturaleza patriarcal”.
En cuanto a la violencia de género en la pareja, existen diversas teorías desde
diferentes ámbitos para su explicación:

A) Teorías desde el ámbito sociológico: algunas personas creen que se


deben a la crisis que hoy en día padece la institución familiar. Dentro de éstas,
destacan las:
• Teoría del aprendizaje social: sostiene que puede aprenderse a
comportarse como víctima de violencia o como agresor a través de una historia
familiar de violencia familiar.
• Teoría familiar sistémica o teoría general de los sistemas: según
esta teoría, la familia es parte de una sociedad en la que existe violencia, algo
que parece atribuir similar responsabilidad a todos sus miembros, razón por la
que esta teoría provoca críticas.
• Teoría de los recursos: conforme a ella, la familia, como otros sistemas
sociales, puede utilizar la fuerza o la amenaza para ejercer poder, razón por la
que esta teoría provoca críticas, al dar una explicación puramente individual al
maltrato de género.
• Teoría del intercambio: un miembro de la familia será violento si el
costo de ser violento no sobrepasa los beneficios que se consiguen con la
violencia, como el control en la relación.

1
• Teoría del estrés: conforme a la cual, la violencia familiar surge cuando
una persona se encuentra bajo estrés y carece de recursos personales y de
estrategias de enfrentamiento para mitigar su impacto.
• Teoría feminista: se considera que la violencia dentro de la pareja es el
reflejo de la relación desigual de poder en las relaciones entre las mujeres y los
hombres y que su raíz se halla en la dimensión de dominio y poder masculino
de nuestra sociedad. Por ello, consideran indispensable tener en cuenta el
género. Desde esta teoría, la violencia masculina se encuentra en la
estructura social y no en la psicopatología individual de los agresores.

B) Teorías desde el ámbito psicológico

• Teoría de indefensión aprendida: que explica que, tras episodios de


violencia reiterados, la mujer interioriza la inutilidad de sus estrategias para
evitarlos y queda sometida y anulada, sin ver salida. Leonore Walker,

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antropóloga, basándose en ello, desarrolló la teoría del ciclo de la violencia
en la pareja (1979), que se expondrá más adelante.
• Teoría de la unión traumática: busca explicaciones asociadas a la
búsqueda de una relación emocional fuerte, como se da también en los rehenes,
líderes religiosos y menores maltratados, donde uno/a maltrata y el otro/a
siente emociones positivas hacia el que maltrata, estableciéndose una relación
de poder y dependencia.
• Teoría del acoso moral, de Mari France Hirigoyen, según la cual el
maltratador o “perverso” seduce y paraliza a la víctima desde el engaño. Se
empieza con abuso de poder y luego, con la pérdida de la autoestima del otro/a
y su destrucción moral.

La explicación más aceptada en el ámbito doctrinal feminista y en la


legislación internacional es que la violencia de género en la pareja se produce
porque las estructuras sociales socializan a víctimas y agresores a través de los
papeles tradicionales de feminidad y masculinidad (roles de género). Dicha
violencia nunca es casual, pues siempre responde al objetivo de ejercer
dominación y control. Una mujer no inicia una relación con un hombre violento
reconociéndolo como tal. Suele requerirse tiempo y dolor para identificar que se
está dentro de una relación abusiva. A menudo, los papeles aprendidos, los
estereotipos y el amor romántico se ponen en juego y se inicia una relación basada
en valores tradicionales donde a las mujeres se les asigna el cuidado y a los
hombres la protección. Aparecen los celos y el amor fusional, la dependencia
emocional, las concesiones, y finalmente, la culpa. Ello va creando un círculo de
violencia.

Según han estudiado numerosas autoras, como Charo Altable Vicario,


historiadora, o Marcela Lagarde y de los Ríos, profesora de Antropología en la
Universidad Nacional Autónoma de México, el amor romántico no es un amor que
nos haga crecer como personas ni establezca una pareja respetuosa. Es aquella
manera de entender las relaciones desde la fusión y desde dejar de ser una misma
para convertirse en la mitad de otro. Un “Otro” irreal, sometido a los mandatos
más tradicionalmente patriarcales de sumisión y de identidades ficticias. El
amor romántico, se traduce en aquel príncipe azul prometido en los cuentos de
hadas. Las mujeres hemos sido configuradas socialmente para el amor, hemos sido
construidas por una cultura que coloca el amor en el centro de nuestra identidad.
Y, desde esa visión, los celos, los sentimientos de posesión, ansias de control y el
paternalismo se nos transmiten como el “reflejo del amor”. Nada más lejos de la

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realidad. El amor romántico, aquél por lo que la enamorada haría (y tiene que
hacer) cualquier cosa para que su enamorado, que no conoce límites (tiene que
tener), que no entiende de espacios propios (todo se tiene que hacer con él y
pensando en él), que no contempla las necesidades que podrían hacer decir “no” en
el otro (si amas, lo importante es, siempre, éste otro), que supone amarlo a él más
que a una misma (eso sería muy egoísta), y que no entiende la propia satisfacción
y felicidad si no es mediante la del otro (de nuevo el egoísmo y el no entregarse ni
amar del todo). Si se actúa según estos postulados de este amor romántico,
pasional e intenso, es fácil perderse de una misma, pues estamos esperando sólo la
aprobación del otro, su felicidad, el ser merecedora de su amor (y constantemente
deseada).

Como describió, en 1979, Leonor Walker, antropóloga, para que se mantenga la


violencia, para que ésta se quede en lo invisible y para que sea tan
extremadamente difícil identificar la situación de violencia que se vive, es
necesario un patrón que la sostenga e invisibilice, que casi le dé sentido. Por
supuesto, partiendo de que la estructura abusiva ya existe en esa pareja,
podemos describir tres grandes momentos en este ciclo de la violencia:

El maltratador empieza a mostrarse tenso e irritable, cualquier


comportamiento de la mujer despierta en él una reacción de enfado. La mujer

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sorprendida intenta hablar con él para solucionar el problema, ver la causa,
pero esto sólo provoca más enfados en el hombre que le reprocha ser
excesivamente dependiente y empalagosa.
La mujer, para no molestarle, comienza entonces a no hacer nada, intenta no
expresar su opinión porque sabe que él expresará la contraria y entonces habrá
“bronca”, también intenta hacer las menores cosas posibles, entra en una fase
de inmovilidad, pero esto tampoco salva a la mujer, ya que el hombre la
acusará de ser casi un “mueble” que no hace nada, que es una persona anodina
y aburrida.

Si la mujer se queja, él lo niega todo y vuelca la culpabilidad en ella y esa


desigualdad que el hombre ha ido construyendo a lo largo de la relación es
utilizada para callar a la mujer. La intenta convencer de que él tiene razón y no
ella, que su percepción de la realidad es equivocada.
Ella acaba dudando de su propia experiencia y se considera culpable de lo que
pasa. Esto va a reforzar todavía más el comportamiento del hombre.

Él se distancia emocionalmente, la mujer se asusta pensando que lo va a perder


y, que si esto ocurre, será culpa de ella puesto que no ha sabido conservar su
amor.

Ella se disculpa una y otra vez, confiando en solucionar así la situación, pero el
hombre se harta y siente necesidad de castigarla verbal, físicamente, o de
ambas formas a la vez.

Como su nombre indica, el hombre acaba explotando, pierde el control y castiga


muy duramente a su pareja verbal o físicamente.

La insulta, la golpea, rompe cosas, amenaza con matar a los hijos o hijas y a
ella, le interrumpe el sueño, la viola,...

La mujer, que sólo intentaba salvar la relación, se ve ahora impotente y débil,


la desigual balanza que se ha establecido a lo largo de los años la paraliza.

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No toma represalias, todo el poder está en él, eso lo ha aprendido muy bien y la
mujer entra en una “indefensión aprendida” que le impide reaccionar. A veces
en estos momentos ella se distancia y decide pedir ayuda o incluso en algunas
ocasiones se va de la casa, pero él la busca, prometiéndole cambios,
colocándose de víctima, reconoce su forma de ser y le pide otra oportunidad.

El agresor se siente muy arrepentido de su conducta (por lo menos las primeras


veces), pide perdón, promete cambiar. Y realmente cambia, durante esta fase
se convierte en el hombre más “encantador” del mundo, le lleva el desayuno a
la cama, le cura las heridas, incluso se hace cargo de las tareas domésticas, le
cede todo el poder a ella.

La mujer en esta situación se siente en éxtasis, tiene el poder y a su hombre


detrás responsabilizándose y amándola. Él deja de poner tantas restricciones,
se relaja un poco y le permite las salidas.

Una vez que ha conseguido el perdón de su víctima, se siente de nuevo seguro


en la relación, ya le ha recuperado y no tiene que seguir complaciéndola,
empieza de nuevo la irritabilidad y los abusos y cuando ella quiere ejercer su
recién conseguido poder la castiga duramente.

Respecto a este proceso, hay que tener en cuenta que cada pareja tiene un
ritmo diferente, y las fases duran un cierto tiempo característico en cada caso,
pero las etapas suelen ser más cortas cada vez que se repite el ciclo. Y esta
repetición contribuye a que la mujer pierda su autoestima y sea cada vez más
dependiente, de manera que su pareja es quien controla estos ciclos y él decide
cuando se acaba la “Luna de Miel”.

Ella empieza a darse cuenta de que haga lo que haga no puede controlar el
comportamiento de su pareja y que los malos tratos son arbitrarios e

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indiscriminados. La mujer sólo tiene energías para intentar mantenerse con vida
dentro de la relación o para proteger a sus hijas y/o hijos.

En cuanto a la actitud del hombre, la negación es el denominador común a


todas las fases. El hombre minimiza siempre tanto la agresión como cualquier
situación que se dé en la relación, además la culpa de exagerar y provocar la
situación, “no era para tanto. yo sólo la empuje un poco, porque ella me gritó,
si es que se puso tan histérica que me sacó de mis casillas”, además cuanto
más repite el hombre este tipo de situaciones más se las cree él mismo, y
también más le hace dudar a ella, y crearle cierta sensación de culpa.

En este sentido, es importante identificar que la violencia de género dentro de


la relación de pareja o expareja no es un hecho puntual. Es producto de un
proceso sistemático y continuo de deterioro, por parte del agresor, de la
autonomía, la libertad y la autoestima de las mujeres. Este hecho no se produce
de un día para otro, muy al contrario, es un hecho que su principal
característica es que es de “escalada”.

La Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de la


Asamblea General de Naciones Unidas en 1993 afirma que “la violencia de
género deteriora o anula el desarrollo de las libertades y pone en peligro los
Derechos Humanos fundamentales de las mujeres, la libertad individual y la
integridad física de las mujeres”.

Y dicha Declaración recoge, entre otras cuestiones, que la violencia contra las
mujeres es “todo acto de violencia basado en el género que tiene como
resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluida las
amenazas, la coacción o la aprobación arbitraria de la libertad, ya sea que
ocurra en la vida pública o en la privada”.

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El ciclo de la violencia, es un modelo muy conocido para explicar la dinámica de
la violencia, pero Consuelo Barea Payueta, médica psicoterapeuta, señala que
no todas las mujeres experimentan la violencia de esta forma ya que muchas
nunca pasan por las fases de “luna de miel”. Indica, además, que la violencia no
es siempre cíclica y, a veces aparece de la nada, de repente y no necesita
justificación ni ritmo.

En realidad, más que hablar de un ciclo, sería mucho más correcto hablar de
una “espiral de violencia”, dado que cada vez que se repite el ciclo, aumenta la
intensidad del maltrato. Para cualquier profesional de la intervención social es
vital conocer el momento del ciclo en el que se encuentra la víctima para poder
hacer así una correcta intervención.

Ahora bien, es preciso tener en cuenta que este modelo del ciclo de la violencia
no visibiliza otras formas de violencia, sexual, económica, la conducta
controladora que puede estar ocurriendo de manera continuada.

Pero profundicemos un poco más. ¿Qué hace el hombre maltratador?, ¿cómo


actúa?

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El hombre violento utiliza diversas tácticas que tratan de conseguir el control
total sobre la mujer al causarle un estado de miedo, pánico, terror, sumisión,
dependencia. Algunos de ellos son:

• Aislamiento de toda relación social, de su entorno social, familiar, amistades,


redes de apoyo, etc. para evitar que la mujer pueda tener otros criterios,
comparar comportamientos, pedir y recibir ayuda. Para ello, desvaloriza a su
familia, amistades o cualquier actividad que la mujer quiera emprender fuera de
la casa con otras personas, la aísla controlando incluso sus salidas,
actividades, relaciones, pudiendo llegar a encerrarla.
• La desvalorización personal, las humillaciones, producen en la mujer
baja autoestima, inseguridad, sentimientos de incapacidad, impotencia, el
sentimiento de que sin él no podrá hacer nada.
• Demandas triviales para polarizar su atención, impidiendo que pueda
dedicar su energía a sus propios proyectos o a buscar salidas.
• Pequeñas concesiones, que crean una gran dependencia emocional, al no
tener la mujer otras fuentes de afecto y relación.
• Mediante los golpes, amenazas, gritos, romper cosas, intimida a la víctima,
crea un estado de pánico y terror.
• Culpar a la mujer, minimizar la violencia, hacerse la víctima, provocar
pena, chantajes emocionales que hacen dudar a la mujer de su responsabilidad
y paralizan sus intentos de terminar con la relación.

USOS Y ESTRATEGIAS CONSECUENCIAS


Golpes, amenazas Miedo, terror, sumisión
Gritos, romper cosas Intimidación
Desvalorización personal Baja autoestima, inseguridad
Desvalorización familia y Aislamiento

amistades

Demandas triviales Polarización de la atención


Pequeñas concesiones Dependencia emocional
Hacerse la víctima, culpar a la Impedir que haga algo para cambiar

mujer

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1.1.1. Concepto y tipos de violencia de género
Por violencia de género tratamos todas las formas mediante las cuales se
intenta perpetuar el sistema de jerarquías impuesto por la cultura patriarcal
(Corsi, J. (comp.), Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, 2003, Paidós,
Buenos Aires).
Se trata de una violencia estructural dirigida hacia las mujeres para mantener o
incrementar su subordinación al género masculino hegemónico y expresada a
través de conductas y actitudes basadas en un sistema de creencias sexista,
que tiende a marcar las diferencias apoyándose en los estereotipos de género y
conservando las estructuras de dominio derivadas de ellos.
Formas muy variadas adopta la violencia de género:
 todos los tipos de discriminación hacia la mujer (a nivel político,
institucional y laboral),
 el acoso sexual,
 la violación,
 el tráfico de mujeres,
 la utilización del cuerpo femenino como objeto de consumo,
 la segregación basada en ideas religiosas
 y, por supuesto, todas las formas de maltrato físico, psicológico, social o
sexual que sufren las mujeres

La Declaración de Naciones Unidas sobre la erradicación de violencia


contra la mujer de 1993, define la violencia de género como “todo acto de
violencia basado en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener
como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer,
así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la
libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada”.
En la Conferencia Mundial de Mujeres, celebrada en Beijing (China) en
1995, se entiende la violencia contra las mujeres como “una manifestación de
las relaciones de poder históricamente desiguales entre mujeres y hombres, que
han conducido a la dominación masculina, a la discriminación contra las
mujeres por parte de los hombres, y a impedir su pleno desarrollo, y considerar
que ha de producirse una respuesta global, abarcando todos los problemas
desde su origen, que está fundamentalmente en la consideración
devaluada de la mujer después de siglos de dominación masculina”.

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En el ámbito más cercano del estado español, la Ley Orgánica 1/2004, de 28
de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género, aclara en su exposición de motivos que “se trata de una violencia que
se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas,
por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y
capacidad de decisión”.

Si hablamos de violencia doméstica nos referimos a una de las formas de


violencia de género que se desarrolla en el espacio doméstico,
entendiendo éste como un espacio delimitado por las interacciones en contextos
privados (relaciones de pareja). Las manifestaciones de la misma son muy
variadas, ( el maltrato físico, el abuso sexual, el abuso económico, el abuso
ambiental, el maltrato verbal y psicológico, el chantaje emocional, etc).
Finalmente, el término violencia familiar o violencia intrafamiliar engloba
todas las formas de abuso de poder desarrolladas en el contexto de las
relaciones familiares y que causan diversos niveles de daño a las víctimas
de esos abusos. En este caso, los grupos vulnerables son las mujeres, los
niños y las personas mayores (se añade a la vertiente de género otra basada en
la edad).

11
Torres (Familia, En: J. Sanmartin (coord..), El laberinto de la violencia. Causas,
tipos y efectos, 2004, Ariel, Barcelona, pp. 77-87) establece diversos tipos de
violencia que, en general, coexisten o se presentan de forma sucesiva cuando
las relaciones de pareja se caracterizan por el deseo de dominación del hombre
sobre la mujer:

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 Violencia física:
Engloba todas las manifestaciones que dejan una huella en el cuerpo,
aunque ésta no sea visible, y va minando la salud de las víctimas
paulatina pero constantemente. Por lo general, este tipo de violencia
suele ir aumentando en intensidad y frecuencia con el tiempo.

 Violencia psicológica:
Aparece siempre que hay violencia física, sexual o económica, aunque
también puede aparecer de forma aislada.
Abarca manifestaciones diversas como insultos, ofensas, gritos,
manipulación, chantaje, control, aislamiento, etc. Su objetivo directo es
minar la autoestima de la víctima, buscando generar en ella un
sentimiento de inseguridad y de escasa valía personal.

 Violencia sexual:
Ocurre cuando se impone a la mujer una relación sexual contra su
voluntad. Siempre tiene terribles consecuencias para la salud emocional
de las víctimas y con frecuencia va acompañada de violencia física.

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 Violencia económica:
Implica la disposición y el manejo abusivo del dinero y los bienes
materiales. Consiste, normalmente, en no dar dinero o darlo en
cantidades pequeñas, hacer que la mujer tenga que pedir dinero y
rechazar su petición, etc. Esta situación de dependencia económica
aumenta la vulnerabilidad de la mujer, la hace más proclive a otras
formas de violencia, acentúa su aislamiento y le impide tomar decisiones
concretas para salir de la relación de maltrato.

1.1.2. EL PERFIL DE LA VÍCTIMA.

Las mujeres maltratadas no constituyen un grupo de población con


características demográficas o psicológicas concretas. En este sentido, los
estudios que han apuntado un posible perfil más o menos rígido de la víctima
deben ser considerados con cautela, puesto que la mayoría de los datos
provienen de mujeres que denuncian a su agresor y acceden a los recursos
asistenciales, lo que supone un escaso 10 % de los casos reales (Pardo et al.,
2000). Lo cierto es, que las mujeres de cualquier sociedad han vivido en mayor
o menor intensidad algún tipo de violencia, por ejemplo, cuando se les hace
creer que su opinión no es importante, cuando no se reconoce ni se valora su
trabajo, cuando se utiliza un lenguaje sexista, cuando a pesar de realizar las
mismas funciones en su trabajo perciben un salario inferior al de los hombres,
cuando aparecen en la publicidad mensajes que tratan a la mujer como objeto
sexual, etc.

Todas estas circunstancias apuntan que la identificación de variables


aisladas, relacionadas con el mantenimiento de los malos tratos, es insuficiente
para entender en su totalidad los motivos por los que una mujer permanece al
lado de un hombre que la maltrata. Una de las características del maltrato es
que, normalmente, comienza en fases tempranas en la historia de la relación y
se convierte en algo crónico. Como señala López-Sáez (2006), los cambios
suelen ser paulatinos, por lo que no hay un deterioro brusco que alerte a la
mujer.

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La primera agresión surge en el marco de un conflicto y lo normal es que el
hombre, aunque pida perdón, racionalice su conducta. La mujer se sentirá
responsable de lo sucedido y paulatinamente se irá sometiendo a los deseos de
su agresor para no provocar respuestas violentas. Las mujeres suelen soportar
esta situación de violencia durante largos periodos antes de que se decidan a
romper la relación, lo que refleja las enormes dificultades que tienen para
abandonar a la persona que las maltrata. Las razones que pueden explicar la
tolerancia a esta situación tan aversiva son variadas: económicas (dependencia
del marido), sociales (la opinión de los demás y el aislamiento), familiares
(la protección de los hijos), y psicológicas. Quizás éstas sean las más
importantes:

 la minimización del problema,


 el miedo,
 la indefensión,
 la resistencia a reconocer el fracaso de la relación,
 el temor al futuro en soledad, etc.

A todas estas variables, podemos añadir, siguiendo a Puertas y Cano


(2007), que las mujeres llegan a creer que la situación puede cambiar, que su
vida en pareja mejorará si ellas trabajan para que eso sea así. La falta de
seguridad en ellas mismas, la necesidad de afecto y valoración, la falta
de apoyo, etc., complican la situación y, en la mayoría de las ocasiones
llegarán a convencerse de que son culpables de los actos violentos. El
aislamiento de la víctima es otro aspecto esencial a tener en cuenta. Su agresor

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tratará de alejarla de amigos, familiares y compañeros de trabajo, con la
intención de que se sienta incapaz de hablar sobre lo que le está pasando y
para que sea más dependiente de él. Además, la autoestima de la víctima
se verá dañada, las emociones serán contradictorias y la mujer
experimentará una gran confusión pues recibe daño y cariño por parte del
mismo hombre, presentará problemas graves en sus relaciones
interpersonales y cambios en su imagen corporal.

Freyd (Betrayal trauma: The logic of forgetting childhood abuse, 1996, Harvard
University Press, Cambridge) asegura que algunas mujeres se adaptan a la
situación que sufren, llegando a creer que no pueden escapar de ella y que su
mejor opción es la de controlar la gravedad de los daños que reciben
apaciguando al agresor. A este fenómeno se le llama “trauma de la traición”.
En cualquier caso, como señalan Puertas y Cano (2007), la conducta más
común en las víctimas es la huida, y si ésta no fuera posible, es entonces
cuando optan por comportamientos de “cuidados y complacencia” al agresor
como forma de afrontar una situación que perciben como ineludible. Siguiendo
en la esfera de los aspectos comportamentales, García-León (Características
psicológicas descriptivas de los distintos elementos implicados en el maltrato
doméstico y en la agresión sexual, familiar.
Sin embargo, otras parecen tener habilidades que complementan las
deficiencias de sus parejas: aprenden con rapidez, expresan sus emociones de
forma adecuada, tienen confianza en sus parejas y manifiestan capacidad para
hacerse cargo de responsabilidades familiares (Madina, 1994). En estos casos,
es posible que el mantenimiento de la relación se base en la aceptación
de los roles tradicionales de hombre y mujer, y en la tendencia a culparse tanto
por los problemas existentes en la relación cuanto por la violencia de sus
parejas.

Por último, prestar atención a una serie de rasgos que aparecen con gran
frecuencia en mujeres víctimas de violencia doméstica y que Walker (The
battered woman syndrome, 1984, Springer Publishing, Nueva York) definió
como el “síndrome de la mujer maltratada”. Éste aparece cuando la mujer
ha estado expuesta intermitentemente a una relación de maltrato de forma
repetida.

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 La víctima experimenta un complejo primario, caracterizado por
síntomas traumáticos:
o ansiedad,
o hipervigilancia,
o reexperimentación del trauma,
o recuerdos recurrentes e intrusivos,
o embotamiento emocional.
 Su autoestima se deteriora tanto que puede llegar a desarrollar una
indefensión aprendida, es decir, una reducción de su capacidad para
percibir o responder cuando se les presenta una oportunidad para
escapar de la violencia.
 La víctima también suele tener un complejo secundario de síntomas, que
se caracterizan por el autoengaño de “idealizar” al maltratador y tener fe
en que dejará de agredirla.
 También puede incluirse aquí una reacción de rechazo o minimización del
peligro que corre. Incluso puede llegar a suprimir su ira contra el agresor
exculpándolo de sus ataques.

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2. CAUSAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

De acuerdo con el Informe de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer


celebrada en Beijing (1995), las causas que explican la violencia de género son:

• La violencia contra las mujeres es un mecanismo social fundamental por el


cual las mujeres están en una posición de subordinación respecto de los
hombres. Producida a menudo en la familia, se tolera y apenas se denuncia.

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• La violencia contra las mujeres, a lo largo de su ciclo vital, es una
manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre
mujeres y hombres, que han conducido a la dominación masculina, a la
discriminación contra las mujeres por parte de los hombres y a impedir el pleno
desarrollo de éstas.

• La violencia contra las mujeres a lo largo de su ciclo vital tiene su origen en


pautas culturales, la lengua y la religión que perpetúan la condición inferior que
se asigna a las mujeres en la familia, en el trabajo y en la sociedad. La
situación actual se produce fundamentalmente por la consideración de
inferioridad de las mujeres después de siglos de dominación masculina.

Por tanto, los cambios sociales respecto al papel de las mujeres tanto en el
ámbito privado (pareja, familia), como público (laboral, social) hacia una
relación más igualitaria entre hombres y mujeres, han hecho posible que el
problema de la violencia de género haya salido a la luz, debido en parte a una
mayor conciencia de la mujer respecto a sus derechos y a su papel en la pareja,
en la familia y en la sociedad, y también a una mayor sensibilidad social en
relación al problema.

Jewkes Rachel. (2002, “Intimate partner violence: causes and prevention”


Edita. Lancet, Pág. 359, 1423- 1429) considera que los dos factores más
importantes para la aparición de la violencia de género son la relación de
desigual posición de las mujeres tanto en las relaciones personales como
sociales y la existencia de una “cultura de la violencia”, que supone la
aceptación de la violencia en la resolución de conflictos.

19
Fuente: Jewkes Rachel. (2002, “Intimate partner violence: causes and prevention” Edita.
Lancet, Pág. 359, 1423- 1429.)

Por otra parte, nos encontramos con los micromachismos, que se definen como
un amplio abanico de maniobras y estrategias para intentar mantener las
relaciones de poder del hombre sobre la mujer; reafirmar o recuperar dicho
dominio ante una mujer y/o resistir al aumento de poder de la mujer con quien se
vincula. Se alejan mucho de la violencia física, pero tienen a la larga sus mismos
objetivos y efectos: garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la distribución
injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades.

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Fuente: Pascual Pastor, Pilar (25 de noviembre de 2013) “25 de noviembre: Por la
erradicación definitiva de las violencia contra las mujeres”.
Mujeres para la salud

Son microabusos y microviolencias que atentan contra la autonomía personal de


las mujeres, esos mensajes que están por todos lados, que parecen no tener
importancia y que no afectan. Pero que sí la tienen y sí afectan. Es una forma
de discriminación oculta, invisible y sutil, casi imperceptible para quien la
recibe. Se podría decir que es algo subliminal que le hace el juego al
patriarcado.

Ejemplos:
• A la hora de pagar la comida en un restaurante, le llevan la cuenta al
hombre.

• En las noticias, aparece recogido solo el nombre de la mujer, no su apellido.:


Rajoy, Sánchez, etc, frente a Susana, Soraya, etc.
• Regalar juguetes distintos a niñas y niños.

• Presumir de ayudar en casa.

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• Calificar de “padrazo” a cualquier padre que lleve al parque a sus hijas y/o
hijos.

Luis Bonino, en su artículo “Micromachismos: La violencia invisible en la pareja”


realiza una amplia exposición sobre los comportamientos “invisibles” de
violencia y dominación, que casi todos los hombres realizan cotidianamente en
el ámbito de las relaciones de pareja.1
En definitiva, la violencia de género “no es un problema que afecte al ámbito
privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la
desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se
ejerce sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por
sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y
capacidad de decisión”. (Preámbulo de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de
diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género).

3. MITOS ASOCIADOS A LA VIOLENCIA DE GÉNERO DENTRO DE PAREJA

Existen algunos mitos asociados a la violencia de género, que son falsos y


distorsionan la imagen de la violencia contra las mujeres:

Mito. “Sólo en las familias con “problemas” hay violencia”.

Realidad.
En todas las familias y uniones hay problemas, bien económicos, laborales, de
salud o los derivados de la propia convivencia entre varias generaciones,
pero lo que diferencia a unas de otras es la manera de solucionarlos. En
unos casos se hace a través de la violencia y nunca se resuelven, sino que
se agravan y, en otras utilizan la escucha, el diálogo, el respeto mutuo y la
negociación.

Mito. “Hombres adictos a drogas como el alcohol; también hombres en


situación de desempleo, con estrés en su trabajo… son violentos (sólo

1Artículo “Micromachismos: La violencia invisible en la pareja” de Luis Bonino


Méndez. Acceso al documento

22
contra las mujeres, no con las amistades, compañeros o compañeras,...)
como efecto de su situación personal”.

Realidad.
Se intenta justificar a estos hombres a través de circunstancias problemáticas de
carácter transitorio. Pero esto se desmiente al demostrar que también son violentos
cuando no están sometidos a ninguna adicción o situación conflictiva concreta,
siendo más bien las relaciones de “poder sobre” las desencadenantes (se ha
comprobado, en ocasiones, que estos hombres ante la autoridad –policía,…- y en
proceso de consumo autocontrolan perfectamente sus impulsos). Los propios
medios de comunicación justifican en muchas ocasiones la búsqueda de un perfil
de hombre “anormal”. Además, muchos de estos hombres no son violentos en su
medio social o laboral, tienen una imagen de persona respetable e incluso
admirada. De hecho, no muestran violencia contra
sus amistades y compañeros o compañeras de trabajo, vecindario,...

Mito. “La violencia dentro de casa es un asunto de la familia y no debe salir


ni difundirse fuera”.

Realidad.
Creer que la familia es un ámbito privado e “intocable”, ha hecho que siempre se
vea disculpada e ignorada la violencia en el espacio doméstico, tanto por los
poderes públicos como por la propia sociedad. Ante los delitos que se cometen en
la familia, las personas callan y no intervienen por un falso respeto a su intimidad.
Ningún acto que dañe a las mujeres física y/o psicológicamente puede ser
considerado como privado, a resolver, exclusivamente, dentro de la familia. Hay
que tener en cuenta la responsabilidad de la vecindad, entorno familiar, amistades,
etc. Es habitual escuchar tras un asesinato que los vecinos y vecinas sabían del
tema, y claro, no hicieron nada. Ahora la Ley recoge la responsabilidad de poder
denunciar esta situación.

Mito. “La violencia sólo existe en familias con pocos medios económicos”.

Realidad.
La violencia se da en todos los grupos sociales, económicos y étnicos. Existe una
tendencia a pensar que las mujeres de familias con más recursos económicos no

23
sufren violencia por razón de género. Esto no es cierto, ya que la violencia que
soportan puede ser no tanto física como psicológica, pero también afecta a su
identidad como mujeres, causándoles un daño muy importante. Estas mujeres, a
pesar de contar con más recursos económicos, pueden tener otras presiones de
tipo social para no comunicar su problemática o demandar ayuda de los servicios
sociales. Por ejemplo: salvar la carrera profesional de la pareja, vergüenza ante su
círculo social, “el qué dirán”, aparentar que su vida es un éxito, etc.

Mito. “Siempre se exagera la realidad cuando se habla de violencia


contra las mujeres”.

Realidad.
Cuando una mujer solicita ayuda, generalmente la situación ya es preocupante. Los
hombres violentos y la sociedad en general, no lo reconocen y niegan sus actos,
exagerando la actuación de la víctima para quitar peso a la del agresor; de ahí, las
típicas frases de “no es para tanto” o “quien confunde la realidad es la propia
mujer”,...

Mito. “La violencia la sufren un tipo concreto de mujeres, con


características muy estereotipadas, mujer pasiva, joven (entre 20 y 35

24
años de edad), sin trabajo remunerado, con descendencia y que vive con
una persona conflictiva (abuso de alcohol, drogas, o en desempleo…)”.

Realidad.
Hay que tener en cuenta que cualquier mujer puede sufrir una agresión. No
hay un tipo de mujer que tienda a ser maltratada, o a tener una agresión sexual…
Con esta idea sólo se consigue simplificar el problema e inducir a pensar que es
una situación que afecta sólo a determinadas mujeres y estigmatizar a
quienes lo han sufrido, aislándolas y condenándolas al silencio.

Mito: “Si no se van es porque les gusta”.

Realidad.
A veces nos hacen creer que las mujeres no se separan de los hombres
maltratadores porque disfrutan con las agresiones. La dependencia económica, la
falta de relaciones afectivas donde apoyarse y el estado emocional en que se
encuentran: pérdida de autoestima, depresión, miedo…, unido a la esperanza de
que su pareja cambie, son entre otros, los motivos por los que una mujer tarda en
tomar la decisión de abandonar a su agresor. La violencia de género es todo un
conglomerado de fases de pérdida de identidad y aislamiento por parte de las
mujeres, “dar el paso” requiere de una reconstrucción interna, una toma de
conciencia y un ejercicio de autoestima, vulnerada normalmente en estas
situaciones.

Mito: “Cuando las mujeres dicen NO quieren decir que SÍ”.

Realidad.
Los hombres violentos piensan que las mujeres no se atreven a manifestar sus
deseos sexuales y por ello “creen” que las tienen que obligar o forzar. Es una forma
de manifestar su “poder”. Cuando una mujer dice No, siempre significa NO, es
que no quiere, y obligarla, es una violación.

Mito: “En el caso de que tengan hijas y/o hijos es mejor que aguanten”.

25
Realidad.
Si la mujer es agredida, los niños y las niñas presenciarán la humillación de
sus madres, convirtiéndose en testigos, y, en muchos casos, también, en víctimas
directas; produciéndose trastornos de conducta, salud y aprendizaje. Los niños y
niñas incorporarán un modelo de relación agresivo, que reforzarán con sus
compañeros, compañeras y amistades. Este modelo puede ser reproducido en
futuras relaciones de pareja o con sus hijas y/o hijos e incluso hasta con sus
propias madres. (Este razonamiento se está poniendo en tela de juicio porque de
alguna forma se ha convertido en un discurso determinista y lo que dicen los y
las terapeutas es que la reacción posterior de estas personas es múltiple y no
implica necesariamente la repetición de modelos).

Mito: “El violador es un enfermo mental y no es plenamente responsable


de lo que hace”.

Realidad.
Los violadores son personas que no tienen ningún aspecto o rasgo físico
determinado. Realizan una vida normal e incluso pueden ser personas respetadas
en la comunidad. La justificación de enfermos sirve para quitar responsabilidad al
violador.

Mito: “Es imposible violar a una mujer en contra de su voluntad”.

Realidad.
En el delito de la violación parece que socialmente se le exige a la mujer víctima,
un “certificado de haberse defendido”, lo que no se pide en otros delitos como
pueden ser robos u otro tipo de agresiones. En una situación, en la que está en
juego la vida de una persona debería aconsejarse no oponer resistencia y
obedecer las órdenes del agresor, sin que esto signifique que la mujer dé su
consentimiento.

Mito: “La mujer violada es la responsable del delito por provocar al


violador”.

26
Realidad.
Existe una tendencia por parte de la sociedad a juzgar la conducta de la mujer
violada más que la del violador, si la mujer llevaba una vida ordenada y regular, si
se vestía de forma adecuada, si salía de noche, si hacía autostop, etc. Los
violadores no eligen a sus víctimas por su imagen llamativa, además, incluso
agreden a niñas y ancianas.

Mito: “La mayoría de las violaciones se producen a altas horas de la noche


en descampados y por personas desconocidas”.

Realidad.
Más de la mitad de los casos de violación son llevados a cabo por personas
conocidas y en lugares no deshabitados.

Mito: “El hombre estaba deprimido/estresado, su mujer embarazada,


estaba borracho/enfermo/abusado en su niñez, etc.”.

Realidad:
Los abusadores usan una variedad de excusas para evitar tomar responsabilidad
por el delito, y transfieren la culpa a cualquier persona o cosa. Nunca hay excusa.

Mito: “La gran mayoría de las denuncias por violencia de género son falsas.
Se utilizan las denuncias por parte de las mujeres para tener una ventaja
en los procesos de separación y divorcio, aprovechándose de la lenta
velocidad de la justicia para resolverlas”

Realidad:
Según el “Estudio sobre la aplicación de la Ley Integral contra la violencia de
Género por las Audiencias Provinciales” (2016) del Observatorio contra la Violencia
Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) solo el 0,4%
de las denuncias por violencia machista son falsas.
Fuente: Consejo General del Poder Judicial

27
Mito: “En los casos de acoso sexual, ella consintió para conseguir el puesto
y ahora denuncia para enmascarar su falta de preparación para el puesto”

Realidad:
El acoso sexual es realizado por una persona que sabe, o debe saber, que está
realizando una conducta ofensiva y no deseada para la víctima, valiéndose de
la situación laboral en la que se encuentra la víctima y creando un entorno laboral
ofensivo, hostil intimidatorio y humillante.

Mito: “Las mujeres víctimas de la trata de seres humanos con fines de


explotación sexual tienen poca educación y ven en la prostitución un medio
fácil de conseguir recursos económicos”

Realidad:
Los tratantes se valen de alguna situación de vulnerabilidad de la víctima para
captarla y engañarla. Normalmente, se les indica que vienen a España para trabajar
en el servicio doméstico.

No existe un perfil de mujer maltratada, ni de agresor, según el consenso científico


actual. Así, cualquier mujer puede ser víctima, sea cual sea su edad, raza,
nacionalidad, formación, clase social, etc., y cualquier hombre puede ser violento. A
partir de esto, pueden existir factores de mayor vulnerabilidad en las víctimas.
Además, pueden existir factores asociados al agresor que suponen un mayor riesgo
de que ejerza maltrato en sus relaciones, como una concepción rígida del rol de
géneros, e identificación de la masculinidad con la violencia.

Por otra parte, con relación a la violencia sexual, a menudo en el imaginario


colectivo va asociada exclusivamente a las violaciones. Sin embargo, va más allá de
eso. La violencia sexual es aquella violencia ejercida en la esfera de los cuerpos
sexuados de las mujeres. El objetivo de ésta es desprender a las mujeres de su
dignidad, de su autonomía y, también, del ejercicio del placer y del deseo. Existen
mandatos tradicionales sexistas que someten los cuerpos de las mujeres a
“cumplir”: “obligan silenciosamente a mujeres” a estar disponibles, a “dejar de ser
frías”, a ser lo que la pornografía nos representa, o lo que el silencio del “todo por
amor” significa en muchas ocasiones.

28
4. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

29
En cuanto a las consecuencias asociadas a la violencia psicológica sucede que,
cuando viene sola, es decir, sin maltrato físico (cosa poco común) se vuelve más
difícil de detectar tanto para la víctima como para el resto de profesionales que
correspondiera. Este es de carácter subjetivo y suele alargarse más en el tiempo.
Es también más sutil porque a veces parece que él simplemente intenta corregir
determinadas conductas o actitudes de ella para que sea mejor. Pero cuando se
vuelve más constante y explícito ella tiende a minusvalorarse y pensar que es una
inútil. Se trataría de comentarios despectivos sobre sus amistades, críticas por
cómo se viste o se maquilla, la comida que prepara, el cuidado de los hijos/as… O,
por el contrario, la ignora, no le habla, como si no existiera.
Secuelas psicológicas aparecen en todos los casos. Son frecuentes el trastorno por
estrés postraumático, el trastorno por estrés agudo, trastorno adaptativo mixto
ansiosodepresivo y el trastorno depresivo recurrente.
El recuerdo de los acontecimientos, la evocación de imágenes, las pesadillas, los
episodios de pánico a partir de desencadenantes externos como imágenes,
personas o situaciones que recuerden alguna experiencia vivida crean un malestar
generalizado en la víctima.
En esta violencia la víctima se ve expuesta a una descalificación explícita de lo que
hace, de quién es, de lo que piensa y siente. Se le repite que es idiota (lo que
piense nunca será acertado); todo lo hace mal por lo que no puede valerse por sí
misma y necesita supervisión; nadie la va a querer porque carece de cualidades
para ser amada; es fea, así que nadie se va a sentir atraído por ella, no tiene nada
que ofrecer; nadie de su familia la quiere, por lo que se encuentra sola, no es
buena y no vale para nada.
Por otro lado, al igual que la violencia psicológica provoca daños físicos, también la
física provoca malestar psicológico. Cuando es agredida a menudo no entiende qué
está sucediendo. Primero se siente confusa y, a continuación, intentando buscar
una explicación a los hechos, acaba por culpabilizarse a sí misma. Intentará tener
más cuidado, procurará agradarle y no enfadarle. Pero cuando parece que las cosas
vuelven a la normalidad cotidiana y ella se relaja, comprueba que, a pesar de sus
esfuerzos, la violencia se repite. Es ahí cuando empieza a tener dudas, a tener
miedo por no saber qué hacer para que él esté contento y a vivir en tensión
constante esperando que en cualquier momento suceda algún episodio de violencia.
Cuando puede ver que los episodios suceden independientemente de lo que ella
haga pierde la lógica y ya no son válidas las explicaciones que usaba para justificar
su comportamiento (cansancio y estrés por el trabajo, por ejemplo). El maltrato ya
no tiene explicación.

30
A causa de ello crece su miedo y ansiedad. Así, comienza a aparecer el insomnio, la
irritabilidad, la incapacidad para concentrarse, etc. Estas emociones acaban por
influir en el plano social, laboral y cotidiano. Se vuelve torpe en las labores
domésticas lo que a su vez también es causa de nuevas experiencias de violencia.
Por otro lado, las declaraciones de amor que él le profesa, las intenciones de
cambiar y las disculpas llenas de dramatismo que él suele manifestar, generan más
confusión en ella. Además, todo ello le sirve a la mujer para intentar
autoconvencerse de que, en el fondo, él no es así. Que a lo mejor tiene algún
problema que ella no conoce, que está enfermo y que si sigue con él podrá
ayudarlo. Esta manipulación emocional hace que sea más complicado para ella
poder escapar al enganche psicológico porque se ve entre la confusión que le
provoca la violencia, el posterior arrepentimiento y su esperanza de que cambiará.

Según Navarro (2015) esta violencia sería la más peligrosa por los efectos que
causa:
 Mantiene a la mujer en un estado de terror, destruye la confianza en su
criterio y justifica por qué tardan tanto en abandonar la relación. Con ella se
pretende la sumisión y el miedo de la víctima.
 Las amenazas de muerte a ella o a los hijos o el suicidio del agresor
cumplirían los objetivos de aterrorizar y someter.
También se intentaría limitar el acceso a recursos que hagan sentir a la víctima que
dispone de personas con las que cultivar relaciones de amistad y que, de vez en
cuando le permitirían acceder a visiones alternativas a la de la pareja para
ayudarle.
La limitación de acceso lo es también para los recursos materiales que le otorguen
autonomía y la sensación de que tiene algo. Cumplen esa función la prohibición de
contacto con amigos y familiares, la limitación de movimientos, el control del
dinero, la toma unilateral de decisiones, prohibir o dificultar el acceso al trabajo o el
acoso. Esta violencia condiciona las posibilidades de desarrollo personal mediante el
control de actividades, aunque lo cierto es que, conseguido el control, la violencia
puede no acabarse.

También se pretende desvalorizar y deteriorar la imagen de competencia intelectual


y emocional de la mujer. Desde el punto de vista de esta violencia y haciendo
referencia al mismo tiempo al plano sexual, él suele quejarse de que no está
satisfecho, que ella ya no le resulta atractiva y que hay mujeres mucho mejores
que ella. Le profesa acusaciones de incompetencia sexual y de que no sabe hacer

31
nada. Y es que la sexualidad es otro de los ámbitos afectados, tal y como se
demostrará.
En este sentido el agresor también intentaría desvalorizar a la mujer mostrándose
como alguien superior a ella en los dos planos que se acaban de mencionar. Así
puede transmitir a la víctima que ella no es objeto de su interés. Lo normal no es
que no haya ese interés, sino que simplemente se quiere hacer daño de esa
manera porque el agresor sabe que eso le causa mucho dolor.
Las actitudes defensivas del agresor también pueden convertirse en maniobras para
mostrar esa superioridad moral en la medida en que así transmite que la violenta
es ella, justifican su ataque indicando que ha sido provocado y así eluden su
responsabilidad.
Por otro lado también se realizarían un conjunto de comentarios despectivos y de
menosprecios que la sitúan a ella en una posición de tal modo que comienza a
despreciarse a sí misma. Los insultos y desprecios son hacia la persona, no hacia la
conducta. A la larga la víctima se convierte en dependiente de la opinión que él
tiene sobre ella ya que cree, o quiere creer, que lo hace por su bien, por ayudarla.

De hecho, esta suposición de que el hombre sabe lo que es mejor para la mujer la
convierte en tan dependiente que se vuelve incapaz de tomar una decisión sin
consultarlo con él. Así, se queda desarmada y acaba por perder su autoestima, su
propia capacidad para establecer juicios de valor y para relacionarse. No confía en
lo que piensa, hace o siente, ni en su capacidad de amar o de ser amada.
Hay autores que también hablan de determinados síndromes que vive la mujer
maltratada y que provocan un gran daño emocional en ella (Piatti 2013). Uno de
ellos sería el ¨síndrome del esclavo¨. Muchas veces ella ni siquiera sabe que lo está
padeciendo. Aquí la mujer presenta características semejantes a las de los rehenes,
los prisioneros de campo de concentración, los esclavos o los seguidores de sectas
después de vivir un periodo de violencia constante.

32
Para Piatti (2013) en las experiencias de violencia se produce un ¨lavado de
cerebro¨. La mujer recibe un tratamiento espontáneo por parte del hombre que
reproduce las técnicas empleadas en la tortura. La persona renuncia a su libertad y
a su voluntad para transformarse en una autómata sometida a los designios de su
captor. Después de la degradación, el castigo, el aislamiento y la manipulación, el
resultado obtenido es una mujer manipulada que llega a pensar igual que su
agresor.

La práctica sistemática de la tortura se realiza para lograr un fin racionalmente


prefijado y acaba por conseguirse la ruptura de la voluntad del prisionero. Se sufre
un agobio tan grande que la mujer no puede parar de pensar en situaciones
violentas ya vividas y llega a experimentar ideas de autodestrucción alternadas con
las de sometimiento extremo. Se produce tal desasosiego en ella que no siente
ganas de continuar con su vida.
Volviendo con Piatti (2013), por lo general, a causa de los mecanismos de defensa,
la mujer que sufre violencia de género acaba por distorsionar la realidad y
deformarla para que los hechos tengan sentido y pueda justificarlos, niega el
peligro y sus mecanismos de defensa se ponen en marcha para no desfallecer. Y no
olvidemos que el sentimiento de culpa es un lastre que carga sobre ella siempre. Se
cree merecedora del castigo porque tiene la autoestima muy baja y como no puede
evitar la violencia ni frenarla justifica al agresor por su propia incompetencia.

33
Queremos señalar que otros autores (Marín y Lorente 2007) distinguen entre
lesiones agudas y lesiones a largo plazo del maltrato psicológico. En las primeras,
la mujer busca la autoprotección y sobrevivir. Suelen aparecer reacciones de shock,
negación, confusión, abatimiento, aturdimiento y temor. Durante o después del
ataque la mujer puede ofrecer muy poca o ninguna resistencia para trata de
minimizar las posibles lesiones o para evitar que se produzca una nueva agresión.
Desarrollan un estado de alerta permanente que puede desembocar en situaciones
de absoluto pánico. Llega a sentirse incompetente, vergüenza y miedo a la pérdida
de su propio control. Cuando pasa el tiempo, el estado de shock del principio
desciende y desarrollan mejores habilidades de supervivencia. No huyen, se
mantienen.
Entre las lesiones a largo plazo que señalan estos autores encontraríamos: el
temor, la ansiedad, la fatiga, alteraciones del sueño y del apetito, pesadillas,
reacciones intensas de susto y quejas físicas. Les resulta complejo tomar decisiones
y realizar planes a largo plazo. Aprenden a sopesar todas las alternativas frente a la
percepción de la conducta violenta del agresor. Al contrario de lo que se pueda
pensar, estas mujeres presentan un gran control interno sobre ellas mismas.
Antes de rematar con este apartado nos parece oportuno hacer referencia, de
nuevo, a la cuestión que a nivel social todos nos planteamos: ¿por qué la mujer no
se marcha y termina con la relación? Ante situaciones de violencia continuada es
clave tener en cuenta este interrogante. Una de las explicaciones más aceptadas es
la teoría de la indefensión aprendida en la que se expone que las mujeres en
situación de violencia llegan a no percibir la existencia de las distintas alternativas
que le permitirían protegerse y escapar. De esta manera se adaptan al abuso e
incrementan su habilidad para afrontar las adversidades. Como ya se ha señalado,
minimizan y distorsionan la realidad para poder justificarla.
Por último, es necesario señalar que otros autores (Acevedo, Biaggil y Borges
2009) también encuentran otros ámbitos en los que las consecuencias de la
violencia de género son también objeto de consideración. Se trataría
fundamentalmente del ámbito laboral y el académico. Estos autores considerarían
en este sentido el moobing y el acoso sexual como prácticas machistas en estos
ámbitos y que deben ser perseguidas y penadas.
Otro aspecto importante sobre las consecuencias de ser víctima de violencia de
género es cómo aborda la mujer maltratada su nuevo reto de tener nuevas
relaciones de pareja.
Esta cuestión está rodeada de un conjunto de factores que responden al estado
psicológico y emocional de la víctima. Entendemos que el hecho de que una mujer
quiera o no, por ejemplo, tener una nueva relación, dependerá de su estado

34
emocional: su preparación, sus ganas, su predisposición, su capacidad de
relacionarse después de la situación de violencia, etc.
Todas ellas son cuestiones que se pueden ver condicionadas por cualquier tipo de
violencia que se haya ejercido contra ella pero que tienen en común el hecho de
repercutir en el mismo plano: en el de las nuevas relaciones de pareja. Por ello,
queremos situar la pregunta de investigación dentro de las consecuencias
psicológicas de la violencia de género.
Además queremos volver a señalar que ésta se corresponde con una realidad poco
estudiada y que por ello creemos que esta investigación tiene tanto sentido y es tan
pertinente. El mundo de las relaciones de pareja se trata, a nivel general, con
mucha cautela y entendemos que cuando se habla de violencia de género, se debe
ser aún más precavidos/as. Quizás esa sea una de las razones por las cuales este
es un ámbito desconocido.

35
5. CONTEXTO SOCIOCULTURAL DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO

Los seres humanos nos convertimos en seres sociales, adaptados a una cultura, a
través del proceso de socialización, que nos permite adquirir el conocimiento sobre
normas y valores básicos para la convivencia dentro del grupo de pertenencia.

36
Entre la diversidad de conocimientos adquiridos a través de los procesos de
socialización, destacan aquellos relacionados con expectativas, roles o normas de
género, que los individuos asimilan y llegan a incorporar a sus propios auto-
conceptos. Es de esta forma como, hombres y mujeres, reciben mensajes
diferentes en referencia al comportamiento que la sociedad espera de ellos por el
mero hecho de haber nacido de uno u otro sexo.
Aunque el proceso socializador se extienda a lo largo de toda la vida, sus efectos
resultan especialmente influyentes en las etapas infantil y juvenil. De hecho, se
puede concluir que es en la socialización primaria, la que tiene lugar en el entorno
familiar y social más cercano durante los primeros años de vida, cuando se produce
la adquisición de los elementos básicos de la identidad de género; rasgos que se
verán reforzados o, quizás, cuestionados en momentos posteriores de la
socialización de los individuos.
Esta socialización inicial se produce, fundamentalmente, a través de mecanismos
de imitación e identificación; de forma que las niñas y niños imitan
comportamientos a la vez que se identifican con aquellas personas los realizan. Es
en este sentido en el que podemos concluir que los adultos que rodean a los meno-
res suponen una influencia trascendental para éstos, al constituirse en modelos de
identificación primaria.
Durante la socialización secundaria, es decir, aquella que tiene lugar a partir de la
presencia del individuo en otros ámbitos de interacción social (la escuela, los
medios de comunicación, el grupo de iguales, etc.), se vendría a confirmar y
legitimar la asunción de roles y la construcción de identidades previamente asi-
miladas.
En el caso de la infancia (población que centra el interés de los estudios sobre los
procesos de socialización), debemos destacar la influencia socializadora de dos
instituciones fundamentales, como son la escuela y los medios de comuni- cación
de masas.

La escuela como espacio de socialización


Se ha venido investigando la transmisión de estereotipos de género a partir del
análisis de diferentes aspectos, que van desde la elaboración de los materiales
escolares, hasta el propio clima de con- vivencia en el centro educativo: el lenguaje
empleado para dirigirse a niños y niñas, los libros de texto, el uso diferencial de los
espacios, las creencias y valores de los principales agentes implicados, la paridad
en la ocupación de cargos en los centros, etc.). En este sentido, el interés se
centra, cada vez en mayor medida, en el análisis del currículum oculto, es decir,

37
de las pautas de carácter no formal y sobre todo ideológico que se transmiten en la
práctica escolar .
Así, por ejemplo, atendiendo a las investigaciones realizadas en torno a la manera
en que familiares y educadores interactúan, cotidianamente, con niñas y niños,
pueden destacarse una serie de observaciones como las que se detallan en la tabla
de siguiente:

Tabla. 1. Interacción familiares y educadores con niñas y niños


Se prodigan m s sonrisas al bebé cuando es una niña.
Se juega de diferente modo corporal seg n el bebé sea de uno u otro
sexo. Hay m s contacto corporal con las niñas.
Se habla con un tono diferente a los bebés seg n el sexo; se habla m s
con una niña.
Existen m s expresiones de afectividad orales y físicas con los bebés
niñas y se les permite llorar m s, se les protege m s, se les mira como
seres m s fr giles.
Se realizan m s expresiones de inquietud ante los peligros físicos a los
que se exponen las niñas.
Se protege m s a las niñas de agresiones de sus iguales, sobre todo si
son varones.
Se les permiten menos n mero de conductas agresivas a las niñas que
a los niños y a éstos se les permite participar m s en juegos violentos.
Las niñas reciben m s manifestaciones de afecto, m s protección y
m s contacto físico que los niños en todas las edades.
Las niñas sufren menos castigos corporales y físicos que los niños. Las
conductas de dependencia son m s toleradas en niñas que en niños.
Se aprueba y valora de forma m s explícita los logros de los niños que
de las niñas. Se es m s permisivo y tolerante con los fracasos femeninos.

Fuente: I. López (coord.). Coeducar para la conciliación de la vida familiar y laboral.


Manual didáctico para el profesorado infantil (3-6 años). Coslada: Ayuntamiento de
Coslada, 2003, p. 16.

38
ransmisión de valores a través de los medios de comunicación

Cabe señalar que los efectos educativos de los medios de comunicación, y, en


concreto, de la televisión, no se limitan a aquellos espacios de carácter
explícitamente formativo, sino que implican, también, a aquellos otros espacios
dedicados, meramente, al entretenimiento o, incluso, a la publicidad. Es decir, los
medios de comunicación estarían ofreciendo una educación permanente y
omnipresente en sus diferentes emisiones transmitiendo roles, valores, imágenes
de los distintos grupos sociales, estereotipos y, en definitiva, una concreta visión de
la realidad social
El análisis de los efectos socializadores de los medios de comunicación se ha
centrado, fundamentalmente, en el caso concreto de la audiencia infantil,
asumiendo que, en la conformación de sus identidades y en la asimilación de
valores y pautas de comportamiento, los menores se basan, no únicamente en
aquello que pueden observar en las personas con las que interaccionan
directamente, sino también en lo que contemplan a través de los medios de
comunicación.
En este sentido, y de acuerdo a los datos disponibles, y a pesar de la competencia
que, cada vez en mayor medida, suponen las nuevas pantallas (Internet,
videojuegos, móviles, etc.) la televisión sigue siendo el presente para muchos niños
y niñas, que dedican más tiempo al año al visionado de televisión que a la
asistencia a centros escolares.

Respecto al tema concreto de la socialización de género y del papel que en este


proceso puedan estar jugando los medios de comunicación, se han desarrollado
numerosas investigaciones en las últimas décadas, especialmente desde el ámbito
anglosajón y asumiendo los conceptos derivados del pensamiento feminista. Tales
estudios centran su interés, fundamentalmente, en el análisis del contenido de los
mensajes mediáticos, en un intento por poner de manifiesto tanto la
infrarrepresentación de la mujer en ese espacio simbólico como su
representación estereotipificada.
En este ámbito, la mayor parte de las investigaciones desarrolladas destacan, entre
sus conclusiones, que la forma en que los medios de comunicación representan
tanto a las mujeres como a los hombres se apoya, en gran medida, en la inercia de
la cultura tradicional, ajustándose de forma tardía a los cambios sociales que han
tenido lugar en las últimas décadas en la situación social de la mujer en sociedades
como la española (Jorge, 2004: 58; González et al., 2004: 185-203). De esta

39
forma, los medios no sólo no estarían favoreciendo el cambio social, sino que, en
todo caso, podrían estar colaborando a su ralentización.

De esta forma, y por lo que respecta a los contenidos televisivos, se han estudiado
las características tanto de la programación como de la publicidad dirigida a niñas y
niños (siempre teniendo en cuenta que estas emisiones no son las únicas que
siguen los menores y que, en muchas ocasiones, se sienten atraídos, incluso en
mayor medida, por programación generalista o, claramente, diseñada para un
público adulto).
A modo de ejemplo, podemos destacar algunas de las conclusiones que se derivan
del trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación titulado Calidad y
características de la programación y la publicidad infantil en televisión . Este
proyecto, financiado por el Ministerio de Educación y el Fondo Europeo de
Desarrollo Regional en su convocatoria 2004-2007, está dirigido por la profesora
Victoria Tur y en él colaboraron varias investigadoras del Departamento de
Comunicación y Psicología Social de la Universidad de Alicante.
El objetivo principal de este proyecto fue construir una amplia base de datos que,
recopilando información sobre gran parte de la programación y la publicidad
dirigidas al público infantil en los canales españoles de emisión en abierto, permita
analizar las características y los indicadores de calidad relacionados con tales
contenidos.
Entre el conjunto de variables incluidas, también se han contemplado algunas
íntimamente relacionadas con cuestiones de género que permiten derivar con-
clusiones interesantes. Así, y por lo que respecta a los contenidos programáti- cos,
si bien la situación parece haber experimentado cambios favorables en los últimos
años en cuanto a las características de los contenidos producidos (por ejemplo, una
menor presencia de protagonistas exclusivamente masculinos), todavía persisten
rasgos como la aún mayor aparición de personajes masculinos o el tipo de
funciones, roles y características asociadas a los personajes según el sexo que
representan.
En cuanto a la publicidad que se emite en televisión y que va dirigida a niñas y
niños, las diferencias de género son todavía más marcadas que en el caso de la
programación. Así, pueden destacarse diferencias claras tanto en los productos
publicitados (constatación que nos llevaría más allá del sector de la publicidad para
derivarnos a la producción diferenciada de artículos infantiles según género), como
en las características de la propia publicidad emitida (colores, ritmos, música,
comportamiento de los personajes, etc.).

40
En este apartado, es necesario tener en cuenta que la utilización de estereotipos,
de toda clase (incluidos los de género), es una estrategia especialmente útil para la
publicidad, ya que facilita la transmisión y comprensión inmediata de los mensajes
emitidos. Por otra parte, no podemos olvidar que se trata de mensajes que, en
ningún caso, suponen una disonancia relevante con la cultura y creencias
dominantes, algo que los creativos publicitarios intentan evitar (a no ser que así lo
requiera el hecho de dirigirse a determinados grupos sociales).

La división sexual del trabajo


Desde los estudios de género, suele relacionarse la posición de subordina- ción
social de las mujeres con la división sexual del trabajo, que no supone, úni-
camente, la asignación de distintas funciones a mujeres y hombres, sino que,
además, implica una valoración asimétrica de tales funciones y de las personas que
los desempeñan, generando importantes desigualdades en el acceso a los recursos
y al poder.
Se emplea el término para destacar la presencia de
una peculiaridad social: en todas las sociedades conocidas, hombres y mujeres
desempeñan funciones diferentes. Ahora bien, a pesar del carácter universal de tal
rasgo, la forma concreta que esta diferenciación de funciones toma en cada
sociedad puede ser marcadamente distinta, como corresponde a su naturaleza
social y no biológica.
Generalmente, cuando se analiza la división sexual del trabajo en las distintas
sociedades, suelen distinguirse dos esferas: la esfera de la producción y la esfera
de la reproducción; con el predominio masculino en el primer ámbito y el femenino
en el segundo (FRAU, 1999: 15). De esta forma, tal y como claramente resume
Janet Saltzman:
«Las mujeres tienden a acerse cargo del conjunto de responsabilidades
asociadas con los ijos el ogar la medida en la que participan en otros
tipos de trabajo var a los ombres se ocupan universalmente de tareas
e tra-domésticas la medida de su participación en el trabajo doméstico
de crian a de los ijos var a (1989: 39).
Las formas en que se materializa la división sexual del trabajo se naturalizan;
llegándose a considerar algo inamovible por parte de los diferentes actores sociales,
sin atender al hecho de que, para desarrollar las funciones que supues- tamente le
son innatas a las mujeres, éstas son educadas y formadas práctica- mente desde
su nacimiento.

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Las raíces socioculturales de la violencia de género
La diferente asignación de funciones no carece de consecuencias, tanto para
hombres como para mujeres. Así, por ejemplo, para las mujeres supone que el
acceso a través del mercado a toda una serie de recursos se produce de forma
mediada; generándose, así, relaciones de dependencia . Por otra parte, si tenemos
en cuenta que esta división sexual del trabajo no consiste, únicamente, en una
mera diferenciación de funciones masculinas y femeni- nas, sino que también se
produce una jerarquización de las mismas, no pode- mos dejar de considerar las
consecuencias que tal proceso tiene para las perso- nas que desempeñan las
respectivas funcionesFinalmente las mujeres ven reducida, de esta forma, su
capacidad de negociación para acceder a los recursos y para determinar el uso que
se les debe dar».
A partir de estos planteamientos, puede entenderse la importancia que muchos
autores otorgan a la reincorporación de las mujeres al mercado laboral que está
teniendo lugar en las últimas décadas (especialmente en los países desarrollados)
como detonante de cambios sociales de mayor envergadura. De esta forma, se
considera que la participación laboral de la mujer puede asociar- se a mayores
niveles de independencia, no sólo económica, sino también psi- cológica, y a
profundos cambios en las relaciones de género imperantes.
Ahora bien, a pesar de la importancia que en sí misma tiene la participación laboral
de las mujeres, y de los cambios que en los últimos años se han produ- cido en la
situación social de éstas en numerosos países, no podemos dejar de destacar
algunas características de esta nueva división sexual del trabajo que conducen,
como mínimo, a cuestionar su potencialidad a la hora de provocar cambios sociales
de mayor envergadura.
En primer lugar, podemos afirmar que el reparto de trabajo en el espacio doméstico
continúa estando fuertemente estructurado por género, de forma que las mujeres
siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico. En todo caso, tal
y como Giles Lipovetsky plantea, «lo que ha cambiado no es tanto la lógica de la
división sexual de los roles familiares como el surgimiento de una mayor
cooperación masculina en el seno del ámbito tradicional, basado en la
preponderancia femenina (1999: 231). Es así como se conforma la doble jornada
en que, en numerosas ocasiones, termina derivando la participa- ción laboral de las
mujeres.
Por otra parte, también resulta relevante analizar los rasgos que caracterizan la
participación laboral de las mujeres9, para lo cual nos centraremos en el con- creto
caso español.

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Cuando se analiza la participación laboral de las mujeres suele hacerse refe- rencia
a un doble proceso de segmentación. Por un lado, la segmentación hori- zontal, que
supone la presencia desproporcionada de mujeres en un relativa- mente reducido
número de ocupaciones. Este proceso da lugar a la conforma- ción de sectores
laborales altamente feminizados, usualmente muy relacionados con trabajos
considerados tradicionalmente femeninos. Estos trabajos no son, como con
frecuencia se aduce de forma paternalista, los menos duros de realizar, sino que se
trata de trabajos ideológicamente asociados con los que las mujeres realizan en el
ámbito doméstico y continúan considerándose, en buena medida, una prolongación
de éste .
En este sentido, la infravaloración propia de las funciones reproductivas asignadas
tradicionalmente a las mujeres se extiende a estas actividades laborales,
propiciando una menor remuneración por las mismas.
Estos procesos de segmentación horizontal parecen resistirse a los cambios
sociales experimentados; así, si analizamos la presencia de hombres y mujeres en
los centros educativos tanto universitarios como relacionados con la formación
profesional, vemos una distribución marcadamente desigualdad de hombres y
mujeres según especialidades.

El segundo proceso de segmentación se denomina vertical y supone una


clara distribución desigual de mujeres y varones en la jerarquía ocupacional . De
esta forma, puede apreciarse como, dentro de los diferentes sectores laborales
(incluidos los más feminizados), las mujeres están subrepresentadas en los puestos
de mayores niveles de remuneración, cualificación, responsabilidad y estatus.
En definitiva, las mujeres se están viendo especialmente afectadas por los actuales
procesos de desregulación y precarización laboral que caracterizan al mercado de
trabajo: tasas de paro superiores (a pesar de las menores tasas de actividad),
presencia desproporcionada en los contratos a tiempo parcial, temporal o en la
economía sumergida.
Una participación laboral con estas características está, necesariamente, liga- da a
ingresos salariales más reducidos, tal y como muestran los datos existentes, así
como a menores niveles de protección social, tanto en el presente como en el
futuro.
En definitiva, todas estas características permiten llegar a la conclusión de que
sigue persistiendo una desigual distribución de funciones y responsabilidades entre
hombres y mujeres, que, en última instancia, limitan los posibles efectos de la
participación laboral de las mujeres en términos de cuestionamiento de
estereotipos y relaciones de género tradicionales.

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Sociedad y violencia de género
De acuerdo a esta perspectiva, no todas las formas de violencia que tienen por
víctima a una mujer pueden calificarse como violencia de género. Es decir,
determinadas formas de violencia pueden encontrar su explicación en otras
variables diferentes a las relacionadas con el género. Igualmente, sería posible
analizar, desde una perspectiva de género, formas de violencia que no tienen por
víctimas a mujeres. Es el caso de los trabajos de Michael Kaufman y su tríada de
la violencia». De acuerdo a este autor, existe una estrecha relación entre la
violencia de los hombres contra las mujeres, la violencia de los hombres contra
otros hombres y la internalización de la violencia (la violencia dirigida hacia ellos
mismos en forma de conductas de riesgo, por ejemplo). Estas tres formas de
violencia estarían ligadas a la cons- trucción e interiorización de las masculinidades
dominantes en la mayor parte de las sociedades conocidas.
De esta forma, es violencia de género aquellas violencias que se sustentan (a la vez
que reproducen):
• En unas relaciones de género desigualitarias. Es decir, en el desigual poder
económico, político, simbólico y social de hombres y mujeres. Situación que puede
observarse en los datos macrosociales relacionados con la par- ticipación y el poder
político, económico o social de hombres y mujeres, y que tiene su reflejo en las
relaciones cotidianas, incluidas las más íntimas relaciones familiares.
• En unas concretas definiciones de estereotipos, identidades y expectati- vas sobre
lo que supone ser hombre y lo que supone ser mujer.
En este punto, resulta especialmente útil el triángulo de la violencia que, en su día,
desarrolló Johan Galtung. Este autor distingue tres formas de violencia: estructural,
cultural y directa. Así, si bien la violencia directa (física y/o verbal) es fácilmente
visible en forma de conductas, más compleja de detectar es la violencia estructural,
que hace referencia a situaciones de explotación, discriminación, o dominación.
Finalmente, la violencia cultural puede definirse como todas aquellas justificaciones
que permiten o, incluso, fomentan las distintas formas de violencia directa o
estructural.
Galtung plantea la existencia de una estrecha relación entre estas tres formas de
violencia; de manera que la violencia estructural y la cultural, a la vez de
constituirse, en sí mismas, en formas de violencia (en este caso de género), se
convierten en detonadores de las diferentes manifestaciones de violencia directa.
Esta forma de definir la violencia de género, supone una serie de consecuencias
tanto analíticas como políticas. En primer lugar, supone reconocer un fundamento
común a manifestaciones muy variadas de violencia de género. Agresiones como la

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violencia en el hogar, violaciones, la trata de mujeres y niñas, la prostitución
forzada, la violencia hacia la mujer en conflictos armados, los asesinatos por
razones de honor, el infanticidio femenino selectivo o la mutilación genital, son
distintas formas de violencia de género, que obedecen a unas raíces comunes: la
violencia estructural y cultural que, en las distintas sociedades, siguen sufriendo las
mujeres como colectivo.
Desde un punto de vista práctico, también se derivan importantes conse- cuencias
de la adopción de estas definiciones. Así, supone reconocer el carácter de problema
social de la violencia de género, que lejos de afectar, únicamente, a las personas
directamente implicadas, encuentra su explicación en las carac- terísticas
socioculturales del marco social en el que tienen lugar.
Igualmente, una vez que ha podido señalarse el carácter social de las
desigualdades y definiciones que explican la violencia de género, se abre la
posibilidad de su transformación. Es decir, al no tratarse de condiciones naturales,
cabe pensar en la existencia de sociedades más igualitarias que debiliten los
fundamentos de la violencia de género.

Conclusiones
De acuerdo con el esquema propuesto por Johan Galtung, y dada la interrela ción
existente entre las tres formas de violencia diferenciadas, es necesario actuar sobre
las tres si el objetivo es poner fin a la violencia, en este caso, de género.
Por lo tanto, aunque sea imprescindible adoptar acciones concretas de protección
para las víctimas de violencia de género, si el objetivo final es poner fin a esta
violencia, las actuaciones no pueden limitarse a este campo de trabajo. Será
necesario afrontar la transformación, compleja sin duda, de los fundamentos
estructurales y culturales que la sostienen: modificar las relaciones de género, la
posición de las mujeres en la sociedad y en las relaciones familiares, la generación
de estereotipos, expectativas y definiciones tradicionales de lo que es ser hombre o
mujer.
Es más, podemos considerar especialmente relevante la transformación de los
condicionantes culturales de esta violencia, que, en definitiva, continúan
justificando el manteniendo de unas relaciones desigualitarias e, incluso, violentas.
Confiar en los efectos de una mera reducción de la violencia estructural (como
podría calificarse al aumento de la participación laboral de las mujeres), sin
modificaciones culturales (siempre teniendo en cuenta que cualquier modifica- ción
estructural debería tener, en mayor o menor sentido, algún tipo de conse- cuencia
cultural), se muestra claramente insuficiente.

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En este sentido, la labor a desarrollar desde los diferentes espacios de socialización
es fundamental; especialmente en el caso de la familia, la escuela o los medios de
comunicación, de efectos especialmente determinantes entre los niños y niñas
(que, no podemos olvidar, están configurando sus identidades de género a partir de
los mensajes que reciben). Ahora bien, dada la envergadura de las
transformaciones implicadas, será igualmente necesaria una voluntad polí- tica
decida, que venga acompañada de los recursos económicos y humanos necesarios
para llevarlas a cabo.
En todo caso, y para concluir, es necesario recordar que los individuos rara vez son
moldeados totalmente por la cultura de su sociedad. Ciertamente, en los procesos
de socialización interiorizamos normas, valores, ideas, que llegan a formar partes
de nuestras propias identidades. Pero no es menos cierto que, a pesar de la
relevancia de la socialización primaria, el proceso de aprendizaje se prolonga a lo
largo de nuestras vidas y que podemos adoptar una perspectiva crítica de lo
aprendido, convirtiéndonos, nosotros mismos, en sujetos del cambio social.

6. INVISIBILIZACIÓN Y NATURALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO


Estos fenómenos de violencia presentes dentro del seno familiar, es difícil que se
hagan públicos, parejos a algunas modalidades vinculares que generan sufrimiento
y menoscaban la subjetividad, por ser patrones vinculares que se viven como
“normales”. Generan una adaptación pasiva a la realidad cotidiana y su denuncia
conlleva el temor de perder el hogar, fuente de sostén amoroso.

El entramado vincular de la intimidad de cada familia y/o pareja es naturalizado por


sus miembros. Ya nos dice el refrán, al que tomamos como un saber popular, que
“los trapos sucios se lavan en casa”. Así es como se silencia y se justifica la
violencia doméstica ejercida por una figura a la que se adjudica cierto poder y que,
asimismo, es idealizada por el resto de los miembros del grupo familiar. El temor a
la pérdida de la seguridad y protección de los vínculos amorosos más íntimos
(pareja, padres), hace que se genere una resistencia a hacer públicos estos
sufrimientos y lleva hasta justificarlos por un sentimiento de culpa que se genera
en las víctimas.

Estas cuestiones dan cuenta de lo difícil que resulta evaluar cuantitativamente una
muestra, ya que los encuestados responden según la deseabilidad social, es decir,
lo que creen que socialmente es esperable o correcto para los otros. Sin embargo,
denotamos que cuando se realiza la triangulación de los datos cuantitativos con los
cualitativos, gran parte de los participantes muestran que la violencia doméstica no
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está erradicada de los hogares y que no sólo se circunscribe a la efectuada por el
hombre hacia la mujer.

Los cambios generados en las últimas décadas del género femenino han otorgado a
la mujer una fortaleza e independencia psicológica (también económica) en las
relaciones de pareja. El sufrimiento acaecido por las generaciones precedentes
respecto al sojuzgamiento y estado de alienación subjetiva respecto del “hombre
macho” ha quedado como marca identitaria. El odio reprimido en aquellas épocas
que gestó conductas de abnegación y hasta de servidumbre por el grado de
dependencia que la mujer tenía frente a “su hombre” quien era dueño y señor de
sus vidas, hoy pareciera revertirse en conductas de venganza y menosprecio hacia
el partenaire. La insatisfacción estructurante del deseo pareciera ser origen de
reproches permanentes y actitudes violentas hacia el género masculino.

La mujer, que ya no necesita ser “la señora de ...”, que todo lo puede sola:
engendrar hijos (a partir de los avances científicos), sostenerse económicamente,
obtener un lugar de reconocimiento (tanto profesional como social) y criar a sus
hijos, muchas veces requiere que el hombre sea y actúe a imagen y semejanza de
ella misma, sin permitirle al hombre aprender estas nuevas funciones a cumplir que
no están en su acervo de aprendizajes previos. También le exige que no pierda su
lugar de hombre protector, por lo que se observa que el género masculino está en
crisis y no ha podido todavía realizar una adaptación activa a estas nuevas
demandas de parte de su partenaire.

La violencia no es algo que puede erradicarse totalmente de la sociedad y tampoco


del ámbito familiar. Sobre todo, si consideramos que vivimos en una sociedad
hedonista e individualista donde prevalecen los vínculos narcisistas, en detrimento
de los vínculos objetales que siempre generan frustraciones. Sin embargo,
observamos que los hombres, más que las mujeres, tienden a tratar de conservar
en nuestros tiempos la estructura familiar como fuente de apego y seguridad. Para
el género femenino, los hijos representan fundamentalmente el sostén afectivo con
prescindencia del varón.

Concluimos que así como la violencia de género masculina hacia lo femenino ha


generado la posibilidad de que muchas mujeres se sientan contenidas socialmente
para denunciar públicamente un sufrimiento privado, es menester realizar
campañas de concientización acerca de los diferentes tipos de violencia doméstica
para que las personas, al sentir una cierta contención social y jurídica, puedan
expresar estos padecimientos antes de llegar a situaciones patológicas más severas

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y hasta, algunas veces, sin salida.

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