Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
CONCEPTOS
BÁSICOS EN TORNO
A LA VIOLENCIA DE
GÉNERO
1. CONCEPTO DE VIOLENCIA DE GÉNERO
1
• Teoría del estrés: conforme a la cual, la violencia familiar surge cuando
una persona se encuentra bajo estrés y carece de recursos personales y de
estrategias de enfrentamiento para mitigar su impacto.
• Teoría feminista: se considera que la violencia dentro de la pareja es el
reflejo de la relación desigual de poder en las relaciones entre las mujeres y los
hombres y que su raíz se halla en la dimensión de dominio y poder masculino
de nuestra sociedad. Por ello, consideran indispensable tener en cuenta el
género. Desde esta teoría, la violencia masculina se encuentra en la
estructura social y no en la psicopatología individual de los agresores.
2
antropóloga, basándose en ello, desarrolló la teoría del ciclo de la violencia
en la pareja (1979), que se expondrá más adelante.
• Teoría de la unión traumática: busca explicaciones asociadas a la
búsqueda de una relación emocional fuerte, como se da también en los rehenes,
líderes religiosos y menores maltratados, donde uno/a maltrata y el otro/a
siente emociones positivas hacia el que maltrata, estableciéndose una relación
de poder y dependencia.
• Teoría del acoso moral, de Mari France Hirigoyen, según la cual el
maltratador o “perverso” seduce y paraliza a la víctima desde el engaño. Se
empieza con abuso de poder y luego, con la pérdida de la autoestima del otro/a
y su destrucción moral.
3
realidad. El amor romántico, aquél por lo que la enamorada haría (y tiene que
hacer) cualquier cosa para que su enamorado, que no conoce límites (tiene que
tener), que no entiende de espacios propios (todo se tiene que hacer con él y
pensando en él), que no contempla las necesidades que podrían hacer decir “no” en
el otro (si amas, lo importante es, siempre, éste otro), que supone amarlo a él más
que a una misma (eso sería muy egoísta), y que no entiende la propia satisfacción
y felicidad si no es mediante la del otro (de nuevo el egoísmo y el no entregarse ni
amar del todo). Si se actúa según estos postulados de este amor romántico,
pasional e intenso, es fácil perderse de una misma, pues estamos esperando sólo la
aprobación del otro, su felicidad, el ser merecedora de su amor (y constantemente
deseada).
4
sorprendida intenta hablar con él para solucionar el problema, ver la causa,
pero esto sólo provoca más enfados en el hombre que le reprocha ser
excesivamente dependiente y empalagosa.
La mujer, para no molestarle, comienza entonces a no hacer nada, intenta no
expresar su opinión porque sabe que él expresará la contraria y entonces habrá
“bronca”, también intenta hacer las menores cosas posibles, entra en una fase
de inmovilidad, pero esto tampoco salva a la mujer, ya que el hombre la
acusará de ser casi un “mueble” que no hace nada, que es una persona anodina
y aburrida.
Ella se disculpa una y otra vez, confiando en solucionar así la situación, pero el
hombre se harta y siente necesidad de castigarla verbal, físicamente, o de
ambas formas a la vez.
La insulta, la golpea, rompe cosas, amenaza con matar a los hijos o hijas y a
ella, le interrumpe el sueño, la viola,...
5
No toma represalias, todo el poder está en él, eso lo ha aprendido muy bien y la
mujer entra en una “indefensión aprendida” que le impide reaccionar. A veces
en estos momentos ella se distancia y decide pedir ayuda o incluso en algunas
ocasiones se va de la casa, pero él la busca, prometiéndole cambios,
colocándose de víctima, reconoce su forma de ser y le pide otra oportunidad.
Respecto a este proceso, hay que tener en cuenta que cada pareja tiene un
ritmo diferente, y las fases duran un cierto tiempo característico en cada caso,
pero las etapas suelen ser más cortas cada vez que se repite el ciclo. Y esta
repetición contribuye a que la mujer pierda su autoestima y sea cada vez más
dependiente, de manera que su pareja es quien controla estos ciclos y él decide
cuando se acaba la “Luna de Miel”.
Ella empieza a darse cuenta de que haga lo que haga no puede controlar el
comportamiento de su pareja y que los malos tratos son arbitrarios e
6
indiscriminados. La mujer sólo tiene energías para intentar mantenerse con vida
dentro de la relación o para proteger a sus hijas y/o hijos.
Y dicha Declaración recoge, entre otras cuestiones, que la violencia contra las
mujeres es “todo acto de violencia basado en el género que tiene como
resultado posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluida las
amenazas, la coacción o la aprobación arbitraria de la libertad, ya sea que
ocurra en la vida pública o en la privada”.
7
El ciclo de la violencia, es un modelo muy conocido para explicar la dinámica de
la violencia, pero Consuelo Barea Payueta, médica psicoterapeuta, señala que
no todas las mujeres experimentan la violencia de esta forma ya que muchas
nunca pasan por las fases de “luna de miel”. Indica, además, que la violencia no
es siempre cíclica y, a veces aparece de la nada, de repente y no necesita
justificación ni ritmo.
En realidad, más que hablar de un ciclo, sería mucho más correcto hablar de
una “espiral de violencia”, dado que cada vez que se repite el ciclo, aumenta la
intensidad del maltrato. Para cualquier profesional de la intervención social es
vital conocer el momento del ciclo en el que se encuentra la víctima para poder
hacer así una correcta intervención.
Ahora bien, es preciso tener en cuenta que este modelo del ciclo de la violencia
no visibiliza otras formas de violencia, sexual, económica, la conducta
controladora que puede estar ocurriendo de manera continuada.
8
El hombre violento utiliza diversas tácticas que tratan de conseguir el control
total sobre la mujer al causarle un estado de miedo, pánico, terror, sumisión,
dependencia. Algunos de ellos son:
amistades
mujer
9
1.1.1. Concepto y tipos de violencia de género
Por violencia de género tratamos todas las formas mediante las cuales se
intenta perpetuar el sistema de jerarquías impuesto por la cultura patriarcal
(Corsi, J. (comp.), Maltrato y abuso en el ámbito doméstico, 2003, Paidós,
Buenos Aires).
Se trata de una violencia estructural dirigida hacia las mujeres para mantener o
incrementar su subordinación al género masculino hegemónico y expresada a
través de conductas y actitudes basadas en un sistema de creencias sexista,
que tiende a marcar las diferencias apoyándose en los estereotipos de género y
conservando las estructuras de dominio derivadas de ellos.
Formas muy variadas adopta la violencia de género:
todos los tipos de discriminación hacia la mujer (a nivel político,
institucional y laboral),
el acoso sexual,
la violación,
el tráfico de mujeres,
la utilización del cuerpo femenino como objeto de consumo,
la segregación basada en ideas religiosas
y, por supuesto, todas las formas de maltrato físico, psicológico, social o
sexual que sufren las mujeres
10
En el ámbito más cercano del estado español, la Ley Orgánica 1/2004, de 28
de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de
Género, aclara en su exposición de motivos que “se trata de una violencia que
se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas,
por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y
capacidad de decisión”.
11
Torres (Familia, En: J. Sanmartin (coord..), El laberinto de la violencia. Causas,
tipos y efectos, 2004, Ariel, Barcelona, pp. 77-87) establece diversos tipos de
violencia que, en general, coexisten o se presentan de forma sucesiva cuando
las relaciones de pareja se caracterizan por el deseo de dominación del hombre
sobre la mujer:
12
Violencia física:
Engloba todas las manifestaciones que dejan una huella en el cuerpo,
aunque ésta no sea visible, y va minando la salud de las víctimas
paulatina pero constantemente. Por lo general, este tipo de violencia
suele ir aumentando en intensidad y frecuencia con el tiempo.
Violencia psicológica:
Aparece siempre que hay violencia física, sexual o económica, aunque
también puede aparecer de forma aislada.
Abarca manifestaciones diversas como insultos, ofensas, gritos,
manipulación, chantaje, control, aislamiento, etc. Su objetivo directo es
minar la autoestima de la víctima, buscando generar en ella un
sentimiento de inseguridad y de escasa valía personal.
Violencia sexual:
Ocurre cuando se impone a la mujer una relación sexual contra su
voluntad. Siempre tiene terribles consecuencias para la salud emocional
de las víctimas y con frecuencia va acompañada de violencia física.
13
Violencia económica:
Implica la disposición y el manejo abusivo del dinero y los bienes
materiales. Consiste, normalmente, en no dar dinero o darlo en
cantidades pequeñas, hacer que la mujer tenga que pedir dinero y
rechazar su petición, etc. Esta situación de dependencia económica
aumenta la vulnerabilidad de la mujer, la hace más proclive a otras
formas de violencia, acentúa su aislamiento y le impide tomar decisiones
concretas para salir de la relación de maltrato.
14
La primera agresión surge en el marco de un conflicto y lo normal es que el
hombre, aunque pida perdón, racionalice su conducta. La mujer se sentirá
responsable de lo sucedido y paulatinamente se irá sometiendo a los deseos de
su agresor para no provocar respuestas violentas. Las mujeres suelen soportar
esta situación de violencia durante largos periodos antes de que se decidan a
romper la relación, lo que refleja las enormes dificultades que tienen para
abandonar a la persona que las maltrata. Las razones que pueden explicar la
tolerancia a esta situación tan aversiva son variadas: económicas (dependencia
del marido), sociales (la opinión de los demás y el aislamiento), familiares
(la protección de los hijos), y psicológicas. Quizás éstas sean las más
importantes:
15
tratará de alejarla de amigos, familiares y compañeros de trabajo, con la
intención de que se sienta incapaz de hablar sobre lo que le está pasando y
para que sea más dependiente de él. Además, la autoestima de la víctima
se verá dañada, las emociones serán contradictorias y la mujer
experimentará una gran confusión pues recibe daño y cariño por parte del
mismo hombre, presentará problemas graves en sus relaciones
interpersonales y cambios en su imagen corporal.
Freyd (Betrayal trauma: The logic of forgetting childhood abuse, 1996, Harvard
University Press, Cambridge) asegura que algunas mujeres se adaptan a la
situación que sufren, llegando a creer que no pueden escapar de ella y que su
mejor opción es la de controlar la gravedad de los daños que reciben
apaciguando al agresor. A este fenómeno se le llama “trauma de la traición”.
En cualquier caso, como señalan Puertas y Cano (2007), la conducta más
común en las víctimas es la huida, y si ésta no fuera posible, es entonces
cuando optan por comportamientos de “cuidados y complacencia” al agresor
como forma de afrontar una situación que perciben como ineludible. Siguiendo
en la esfera de los aspectos comportamentales, García-León (Características
psicológicas descriptivas de los distintos elementos implicados en el maltrato
doméstico y en la agresión sexual, familiar.
Sin embargo, otras parecen tener habilidades que complementan las
deficiencias de sus parejas: aprenden con rapidez, expresan sus emociones de
forma adecuada, tienen confianza en sus parejas y manifiestan capacidad para
hacerse cargo de responsabilidades familiares (Madina, 1994). En estos casos,
es posible que el mantenimiento de la relación se base en la aceptación
de los roles tradicionales de hombre y mujer, y en la tendencia a culparse tanto
por los problemas existentes en la relación cuanto por la violencia de sus
parejas.
Por último, prestar atención a una serie de rasgos que aparecen con gran
frecuencia en mujeres víctimas de violencia doméstica y que Walker (The
battered woman syndrome, 1984, Springer Publishing, Nueva York) definió
como el “síndrome de la mujer maltratada”. Éste aparece cuando la mujer
ha estado expuesta intermitentemente a una relación de maltrato de forma
repetida.
16
La víctima experimenta un complejo primario, caracterizado por
síntomas traumáticos:
o ansiedad,
o hipervigilancia,
o reexperimentación del trauma,
o recuerdos recurrentes e intrusivos,
o embotamiento emocional.
Su autoestima se deteriora tanto que puede llegar a desarrollar una
indefensión aprendida, es decir, una reducción de su capacidad para
percibir o responder cuando se les presenta una oportunidad para
escapar de la violencia.
La víctima también suele tener un complejo secundario de síntomas, que
se caracterizan por el autoengaño de “idealizar” al maltratador y tener fe
en que dejará de agredirla.
También puede incluirse aquí una reacción de rechazo o minimización del
peligro que corre. Incluso puede llegar a suprimir su ira contra el agresor
exculpándolo de sus ataques.
17
2. CAUSAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
18
• La violencia contra las mujeres, a lo largo de su ciclo vital, es una
manifestación de las relaciones de poder históricamente desiguales entre
mujeres y hombres, que han conducido a la dominación masculina, a la
discriminación contra las mujeres por parte de los hombres y a impedir el pleno
desarrollo de éstas.
Por tanto, los cambios sociales respecto al papel de las mujeres tanto en el
ámbito privado (pareja, familia), como público (laboral, social) hacia una
relación más igualitaria entre hombres y mujeres, han hecho posible que el
problema de la violencia de género haya salido a la luz, debido en parte a una
mayor conciencia de la mujer respecto a sus derechos y a su papel en la pareja,
en la familia y en la sociedad, y también a una mayor sensibilidad social en
relación al problema.
19
Fuente: Jewkes Rachel. (2002, “Intimate partner violence: causes and prevention” Edita.
Lancet, Pág. 359, 1423- 1429.)
Por otra parte, nos encontramos con los micromachismos, que se definen como
un amplio abanico de maniobras y estrategias para intentar mantener las
relaciones de poder del hombre sobre la mujer; reafirmar o recuperar dicho
dominio ante una mujer y/o resistir al aumento de poder de la mujer con quien se
vincula. Se alejan mucho de la violencia física, pero tienen a la larga sus mismos
objetivos y efectos: garantizar el control sobre la mujer y perpetuar la distribución
injusta para las mujeres de los derechos y oportunidades.
20
Fuente: Pascual Pastor, Pilar (25 de noviembre de 2013) “25 de noviembre: Por la
erradicación definitiva de las violencia contra las mujeres”.
Mujeres para la salud
Ejemplos:
• A la hora de pagar la comida en un restaurante, le llevan la cuenta al
hombre.
21
• Calificar de “padrazo” a cualquier padre que lleve al parque a sus hijas y/o
hijos.
Realidad.
En todas las familias y uniones hay problemas, bien económicos, laborales, de
salud o los derivados de la propia convivencia entre varias generaciones,
pero lo que diferencia a unas de otras es la manera de solucionarlos. En
unos casos se hace a través de la violencia y nunca se resuelven, sino que
se agravan y, en otras utilizan la escucha, el diálogo, el respeto mutuo y la
negociación.
22
contra las mujeres, no con las amistades, compañeros o compañeras,...)
como efecto de su situación personal”.
Realidad.
Se intenta justificar a estos hombres a través de circunstancias problemáticas de
carácter transitorio. Pero esto se desmiente al demostrar que también son violentos
cuando no están sometidos a ninguna adicción o situación conflictiva concreta,
siendo más bien las relaciones de “poder sobre” las desencadenantes (se ha
comprobado, en ocasiones, que estos hombres ante la autoridad –policía,…- y en
proceso de consumo autocontrolan perfectamente sus impulsos). Los propios
medios de comunicación justifican en muchas ocasiones la búsqueda de un perfil
de hombre “anormal”. Además, muchos de estos hombres no son violentos en su
medio social o laboral, tienen una imagen de persona respetable e incluso
admirada. De hecho, no muestran violencia contra
sus amistades y compañeros o compañeras de trabajo, vecindario,...
Realidad.
Creer que la familia es un ámbito privado e “intocable”, ha hecho que siempre se
vea disculpada e ignorada la violencia en el espacio doméstico, tanto por los
poderes públicos como por la propia sociedad. Ante los delitos que se cometen en
la familia, las personas callan y no intervienen por un falso respeto a su intimidad.
Ningún acto que dañe a las mujeres física y/o psicológicamente puede ser
considerado como privado, a resolver, exclusivamente, dentro de la familia. Hay
que tener en cuenta la responsabilidad de la vecindad, entorno familiar, amistades,
etc. Es habitual escuchar tras un asesinato que los vecinos y vecinas sabían del
tema, y claro, no hicieron nada. Ahora la Ley recoge la responsabilidad de poder
denunciar esta situación.
Mito. “La violencia sólo existe en familias con pocos medios económicos”.
Realidad.
La violencia se da en todos los grupos sociales, económicos y étnicos. Existe una
tendencia a pensar que las mujeres de familias con más recursos económicos no
23
sufren violencia por razón de género. Esto no es cierto, ya que la violencia que
soportan puede ser no tanto física como psicológica, pero también afecta a su
identidad como mujeres, causándoles un daño muy importante. Estas mujeres, a
pesar de contar con más recursos económicos, pueden tener otras presiones de
tipo social para no comunicar su problemática o demandar ayuda de los servicios
sociales. Por ejemplo: salvar la carrera profesional de la pareja, vergüenza ante su
círculo social, “el qué dirán”, aparentar que su vida es un éxito, etc.
Realidad.
Cuando una mujer solicita ayuda, generalmente la situación ya es preocupante. Los
hombres violentos y la sociedad en general, no lo reconocen y niegan sus actos,
exagerando la actuación de la víctima para quitar peso a la del agresor; de ahí, las
típicas frases de “no es para tanto” o “quien confunde la realidad es la propia
mujer”,...
24
años de edad), sin trabajo remunerado, con descendencia y que vive con
una persona conflictiva (abuso de alcohol, drogas, o en desempleo…)”.
Realidad.
Hay que tener en cuenta que cualquier mujer puede sufrir una agresión. No
hay un tipo de mujer que tienda a ser maltratada, o a tener una agresión sexual…
Con esta idea sólo se consigue simplificar el problema e inducir a pensar que es
una situación que afecta sólo a determinadas mujeres y estigmatizar a
quienes lo han sufrido, aislándolas y condenándolas al silencio.
Realidad.
A veces nos hacen creer que las mujeres no se separan de los hombres
maltratadores porque disfrutan con las agresiones. La dependencia económica, la
falta de relaciones afectivas donde apoyarse y el estado emocional en que se
encuentran: pérdida de autoestima, depresión, miedo…, unido a la esperanza de
que su pareja cambie, son entre otros, los motivos por los que una mujer tarda en
tomar la decisión de abandonar a su agresor. La violencia de género es todo un
conglomerado de fases de pérdida de identidad y aislamiento por parte de las
mujeres, “dar el paso” requiere de una reconstrucción interna, una toma de
conciencia y un ejercicio de autoestima, vulnerada normalmente en estas
situaciones.
Realidad.
Los hombres violentos piensan que las mujeres no se atreven a manifestar sus
deseos sexuales y por ello “creen” que las tienen que obligar o forzar. Es una forma
de manifestar su “poder”. Cuando una mujer dice No, siempre significa NO, es
que no quiere, y obligarla, es una violación.
Mito: “En el caso de que tengan hijas y/o hijos es mejor que aguanten”.
25
Realidad.
Si la mujer es agredida, los niños y las niñas presenciarán la humillación de
sus madres, convirtiéndose en testigos, y, en muchos casos, también, en víctimas
directas; produciéndose trastornos de conducta, salud y aprendizaje. Los niños y
niñas incorporarán un modelo de relación agresivo, que reforzarán con sus
compañeros, compañeras y amistades. Este modelo puede ser reproducido en
futuras relaciones de pareja o con sus hijas y/o hijos e incluso hasta con sus
propias madres. (Este razonamiento se está poniendo en tela de juicio porque de
alguna forma se ha convertido en un discurso determinista y lo que dicen los y
las terapeutas es que la reacción posterior de estas personas es múltiple y no
implica necesariamente la repetición de modelos).
Realidad.
Los violadores son personas que no tienen ningún aspecto o rasgo físico
determinado. Realizan una vida normal e incluso pueden ser personas respetadas
en la comunidad. La justificación de enfermos sirve para quitar responsabilidad al
violador.
Realidad.
En el delito de la violación parece que socialmente se le exige a la mujer víctima,
un “certificado de haberse defendido”, lo que no se pide en otros delitos como
pueden ser robos u otro tipo de agresiones. En una situación, en la que está en
juego la vida de una persona debería aconsejarse no oponer resistencia y
obedecer las órdenes del agresor, sin que esto signifique que la mujer dé su
consentimiento.
26
Realidad.
Existe una tendencia por parte de la sociedad a juzgar la conducta de la mujer
violada más que la del violador, si la mujer llevaba una vida ordenada y regular, si
se vestía de forma adecuada, si salía de noche, si hacía autostop, etc. Los
violadores no eligen a sus víctimas por su imagen llamativa, además, incluso
agreden a niñas y ancianas.
Realidad.
Más de la mitad de los casos de violación son llevados a cabo por personas
conocidas y en lugares no deshabitados.
Realidad:
Los abusadores usan una variedad de excusas para evitar tomar responsabilidad
por el delito, y transfieren la culpa a cualquier persona o cosa. Nunca hay excusa.
Mito: “La gran mayoría de las denuncias por violencia de género son falsas.
Se utilizan las denuncias por parte de las mujeres para tener una ventaja
en los procesos de separación y divorcio, aprovechándose de la lenta
velocidad de la justicia para resolverlas”
Realidad:
Según el “Estudio sobre la aplicación de la Ley Integral contra la violencia de
Género por las Audiencias Provinciales” (2016) del Observatorio contra la Violencia
Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) solo el 0,4%
de las denuncias por violencia machista son falsas.
Fuente: Consejo General del Poder Judicial
27
Mito: “En los casos de acoso sexual, ella consintió para conseguir el puesto
y ahora denuncia para enmascarar su falta de preparación para el puesto”
Realidad:
El acoso sexual es realizado por una persona que sabe, o debe saber, que está
realizando una conducta ofensiva y no deseada para la víctima, valiéndose de
la situación laboral en la que se encuentra la víctima y creando un entorno laboral
ofensivo, hostil intimidatorio y humillante.
Realidad:
Los tratantes se valen de alguna situación de vulnerabilidad de la víctima para
captarla y engañarla. Normalmente, se les indica que vienen a España para trabajar
en el servicio doméstico.
28
4. CONSECUENCIAS DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
29
En cuanto a las consecuencias asociadas a la violencia psicológica sucede que,
cuando viene sola, es decir, sin maltrato físico (cosa poco común) se vuelve más
difícil de detectar tanto para la víctima como para el resto de profesionales que
correspondiera. Este es de carácter subjetivo y suele alargarse más en el tiempo.
Es también más sutil porque a veces parece que él simplemente intenta corregir
determinadas conductas o actitudes de ella para que sea mejor. Pero cuando se
vuelve más constante y explícito ella tiende a minusvalorarse y pensar que es una
inútil. Se trataría de comentarios despectivos sobre sus amistades, críticas por
cómo se viste o se maquilla, la comida que prepara, el cuidado de los hijos/as… O,
por el contrario, la ignora, no le habla, como si no existiera.
Secuelas psicológicas aparecen en todos los casos. Son frecuentes el trastorno por
estrés postraumático, el trastorno por estrés agudo, trastorno adaptativo mixto
ansiosodepresivo y el trastorno depresivo recurrente.
El recuerdo de los acontecimientos, la evocación de imágenes, las pesadillas, los
episodios de pánico a partir de desencadenantes externos como imágenes,
personas o situaciones que recuerden alguna experiencia vivida crean un malestar
generalizado en la víctima.
En esta violencia la víctima se ve expuesta a una descalificación explícita de lo que
hace, de quién es, de lo que piensa y siente. Se le repite que es idiota (lo que
piense nunca será acertado); todo lo hace mal por lo que no puede valerse por sí
misma y necesita supervisión; nadie la va a querer porque carece de cualidades
para ser amada; es fea, así que nadie se va a sentir atraído por ella, no tiene nada
que ofrecer; nadie de su familia la quiere, por lo que se encuentra sola, no es
buena y no vale para nada.
Por otro lado, al igual que la violencia psicológica provoca daños físicos, también la
física provoca malestar psicológico. Cuando es agredida a menudo no entiende qué
está sucediendo. Primero se siente confusa y, a continuación, intentando buscar
una explicación a los hechos, acaba por culpabilizarse a sí misma. Intentará tener
más cuidado, procurará agradarle y no enfadarle. Pero cuando parece que las cosas
vuelven a la normalidad cotidiana y ella se relaja, comprueba que, a pesar de sus
esfuerzos, la violencia se repite. Es ahí cuando empieza a tener dudas, a tener
miedo por no saber qué hacer para que él esté contento y a vivir en tensión
constante esperando que en cualquier momento suceda algún episodio de violencia.
Cuando puede ver que los episodios suceden independientemente de lo que ella
haga pierde la lógica y ya no son válidas las explicaciones que usaba para justificar
su comportamiento (cansancio y estrés por el trabajo, por ejemplo). El maltrato ya
no tiene explicación.
30
A causa de ello crece su miedo y ansiedad. Así, comienza a aparecer el insomnio, la
irritabilidad, la incapacidad para concentrarse, etc. Estas emociones acaban por
influir en el plano social, laboral y cotidiano. Se vuelve torpe en las labores
domésticas lo que a su vez también es causa de nuevas experiencias de violencia.
Por otro lado, las declaraciones de amor que él le profesa, las intenciones de
cambiar y las disculpas llenas de dramatismo que él suele manifestar, generan más
confusión en ella. Además, todo ello le sirve a la mujer para intentar
autoconvencerse de que, en el fondo, él no es así. Que a lo mejor tiene algún
problema que ella no conoce, que está enfermo y que si sigue con él podrá
ayudarlo. Esta manipulación emocional hace que sea más complicado para ella
poder escapar al enganche psicológico porque se ve entre la confusión que le
provoca la violencia, el posterior arrepentimiento y su esperanza de que cambiará.
Según Navarro (2015) esta violencia sería la más peligrosa por los efectos que
causa:
Mantiene a la mujer en un estado de terror, destruye la confianza en su
criterio y justifica por qué tardan tanto en abandonar la relación. Con ella se
pretende la sumisión y el miedo de la víctima.
Las amenazas de muerte a ella o a los hijos o el suicidio del agresor
cumplirían los objetivos de aterrorizar y someter.
También se intentaría limitar el acceso a recursos que hagan sentir a la víctima que
dispone de personas con las que cultivar relaciones de amistad y que, de vez en
cuando le permitirían acceder a visiones alternativas a la de la pareja para
ayudarle.
La limitación de acceso lo es también para los recursos materiales que le otorguen
autonomía y la sensación de que tiene algo. Cumplen esa función la prohibición de
contacto con amigos y familiares, la limitación de movimientos, el control del
dinero, la toma unilateral de decisiones, prohibir o dificultar el acceso al trabajo o el
acoso. Esta violencia condiciona las posibilidades de desarrollo personal mediante el
control de actividades, aunque lo cierto es que, conseguido el control, la violencia
puede no acabarse.
31
nada. Y es que la sexualidad es otro de los ámbitos afectados, tal y como se
demostrará.
En este sentido el agresor también intentaría desvalorizar a la mujer mostrándose
como alguien superior a ella en los dos planos que se acaban de mencionar. Así
puede transmitir a la víctima que ella no es objeto de su interés. Lo normal no es
que no haya ese interés, sino que simplemente se quiere hacer daño de esa
manera porque el agresor sabe que eso le causa mucho dolor.
Las actitudes defensivas del agresor también pueden convertirse en maniobras para
mostrar esa superioridad moral en la medida en que así transmite que la violenta
es ella, justifican su ataque indicando que ha sido provocado y así eluden su
responsabilidad.
Por otro lado también se realizarían un conjunto de comentarios despectivos y de
menosprecios que la sitúan a ella en una posición de tal modo que comienza a
despreciarse a sí misma. Los insultos y desprecios son hacia la persona, no hacia la
conducta. A la larga la víctima se convierte en dependiente de la opinión que él
tiene sobre ella ya que cree, o quiere creer, que lo hace por su bien, por ayudarla.
De hecho, esta suposición de que el hombre sabe lo que es mejor para la mujer la
convierte en tan dependiente que se vuelve incapaz de tomar una decisión sin
consultarlo con él. Así, se queda desarmada y acaba por perder su autoestima, su
propia capacidad para establecer juicios de valor y para relacionarse. No confía en
lo que piensa, hace o siente, ni en su capacidad de amar o de ser amada.
Hay autores que también hablan de determinados síndromes que vive la mujer
maltratada y que provocan un gran daño emocional en ella (Piatti 2013). Uno de
ellos sería el ¨síndrome del esclavo¨. Muchas veces ella ni siquiera sabe que lo está
padeciendo. Aquí la mujer presenta características semejantes a las de los rehenes,
los prisioneros de campo de concentración, los esclavos o los seguidores de sectas
después de vivir un periodo de violencia constante.
32
Para Piatti (2013) en las experiencias de violencia se produce un ¨lavado de
cerebro¨. La mujer recibe un tratamiento espontáneo por parte del hombre que
reproduce las técnicas empleadas en la tortura. La persona renuncia a su libertad y
a su voluntad para transformarse en una autómata sometida a los designios de su
captor. Después de la degradación, el castigo, el aislamiento y la manipulación, el
resultado obtenido es una mujer manipulada que llega a pensar igual que su
agresor.
33
Queremos señalar que otros autores (Marín y Lorente 2007) distinguen entre
lesiones agudas y lesiones a largo plazo del maltrato psicológico. En las primeras,
la mujer busca la autoprotección y sobrevivir. Suelen aparecer reacciones de shock,
negación, confusión, abatimiento, aturdimiento y temor. Durante o después del
ataque la mujer puede ofrecer muy poca o ninguna resistencia para trata de
minimizar las posibles lesiones o para evitar que se produzca una nueva agresión.
Desarrollan un estado de alerta permanente que puede desembocar en situaciones
de absoluto pánico. Llega a sentirse incompetente, vergüenza y miedo a la pérdida
de su propio control. Cuando pasa el tiempo, el estado de shock del principio
desciende y desarrollan mejores habilidades de supervivencia. No huyen, se
mantienen.
Entre las lesiones a largo plazo que señalan estos autores encontraríamos: el
temor, la ansiedad, la fatiga, alteraciones del sueño y del apetito, pesadillas,
reacciones intensas de susto y quejas físicas. Les resulta complejo tomar decisiones
y realizar planes a largo plazo. Aprenden a sopesar todas las alternativas frente a la
percepción de la conducta violenta del agresor. Al contrario de lo que se pueda
pensar, estas mujeres presentan un gran control interno sobre ellas mismas.
Antes de rematar con este apartado nos parece oportuno hacer referencia, de
nuevo, a la cuestión que a nivel social todos nos planteamos: ¿por qué la mujer no
se marcha y termina con la relación? Ante situaciones de violencia continuada es
clave tener en cuenta este interrogante. Una de las explicaciones más aceptadas es
la teoría de la indefensión aprendida en la que se expone que las mujeres en
situación de violencia llegan a no percibir la existencia de las distintas alternativas
que le permitirían protegerse y escapar. De esta manera se adaptan al abuso e
incrementan su habilidad para afrontar las adversidades. Como ya se ha señalado,
minimizan y distorsionan la realidad para poder justificarla.
Por último, es necesario señalar que otros autores (Acevedo, Biaggil y Borges
2009) también encuentran otros ámbitos en los que las consecuencias de la
violencia de género son también objeto de consideración. Se trataría
fundamentalmente del ámbito laboral y el académico. Estos autores considerarían
en este sentido el moobing y el acoso sexual como prácticas machistas en estos
ámbitos y que deben ser perseguidas y penadas.
Otro aspecto importante sobre las consecuencias de ser víctima de violencia de
género es cómo aborda la mujer maltratada su nuevo reto de tener nuevas
relaciones de pareja.
Esta cuestión está rodeada de un conjunto de factores que responden al estado
psicológico y emocional de la víctima. Entendemos que el hecho de que una mujer
quiera o no, por ejemplo, tener una nueva relación, dependerá de su estado
34
emocional: su preparación, sus ganas, su predisposición, su capacidad de
relacionarse después de la situación de violencia, etc.
Todas ellas son cuestiones que se pueden ver condicionadas por cualquier tipo de
violencia que se haya ejercido contra ella pero que tienen en común el hecho de
repercutir en el mismo plano: en el de las nuevas relaciones de pareja. Por ello,
queremos situar la pregunta de investigación dentro de las consecuencias
psicológicas de la violencia de género.
Además queremos volver a señalar que ésta se corresponde con una realidad poco
estudiada y que por ello creemos que esta investigación tiene tanto sentido y es tan
pertinente. El mundo de las relaciones de pareja se trata, a nivel general, con
mucha cautela y entendemos que cuando se habla de violencia de género, se debe
ser aún más precavidos/as. Quizás esa sea una de las razones por las cuales este
es un ámbito desconocido.
35
5. CONTEXTO SOCIOCULTURAL DE LA VIOLENCIA DE GÉNERO
Los seres humanos nos convertimos en seres sociales, adaptados a una cultura, a
través del proceso de socialización, que nos permite adquirir el conocimiento sobre
normas y valores básicos para la convivencia dentro del grupo de pertenencia.
36
Entre la diversidad de conocimientos adquiridos a través de los procesos de
socialización, destacan aquellos relacionados con expectativas, roles o normas de
género, que los individuos asimilan y llegan a incorporar a sus propios auto-
conceptos. Es de esta forma como, hombres y mujeres, reciben mensajes
diferentes en referencia al comportamiento que la sociedad espera de ellos por el
mero hecho de haber nacido de uno u otro sexo.
Aunque el proceso socializador se extienda a lo largo de toda la vida, sus efectos
resultan especialmente influyentes en las etapas infantil y juvenil. De hecho, se
puede concluir que es en la socialización primaria, la que tiene lugar en el entorno
familiar y social más cercano durante los primeros años de vida, cuando se produce
la adquisición de los elementos básicos de la identidad de género; rasgos que se
verán reforzados o, quizás, cuestionados en momentos posteriores de la
socialización de los individuos.
Esta socialización inicial se produce, fundamentalmente, a través de mecanismos
de imitación e identificación; de forma que las niñas y niños imitan
comportamientos a la vez que se identifican con aquellas personas los realizan. Es
en este sentido en el que podemos concluir que los adultos que rodean a los meno-
res suponen una influencia trascendental para éstos, al constituirse en modelos de
identificación primaria.
Durante la socialización secundaria, es decir, aquella que tiene lugar a partir de la
presencia del individuo en otros ámbitos de interacción social (la escuela, los
medios de comunicación, el grupo de iguales, etc.), se vendría a confirmar y
legitimar la asunción de roles y la construcción de identidades previamente asi-
miladas.
En el caso de la infancia (población que centra el interés de los estudios sobre los
procesos de socialización), debemos destacar la influencia socializadora de dos
instituciones fundamentales, como son la escuela y los medios de comuni- cación
de masas.
37
de las pautas de carácter no formal y sobre todo ideológico que se transmiten en la
práctica escolar .
Así, por ejemplo, atendiendo a las investigaciones realizadas en torno a la manera
en que familiares y educadores interactúan, cotidianamente, con niñas y niños,
pueden destacarse una serie de observaciones como las que se detallan en la tabla
de siguiente:
38
ransmisión de valores a través de los medios de comunicación
39
forma, los medios no sólo no estarían favoreciendo el cambio social, sino que, en
todo caso, podrían estar colaborando a su ralentización.
De esta forma, y por lo que respecta a los contenidos televisivos, se han estudiado
las características tanto de la programación como de la publicidad dirigida a niñas y
niños (siempre teniendo en cuenta que estas emisiones no son las únicas que
siguen los menores y que, en muchas ocasiones, se sienten atraídos, incluso en
mayor medida, por programación generalista o, claramente, diseñada para un
público adulto).
A modo de ejemplo, podemos destacar algunas de las conclusiones que se derivan
del trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación titulado Calidad y
características de la programación y la publicidad infantil en televisión . Este
proyecto, financiado por el Ministerio de Educación y el Fondo Europeo de
Desarrollo Regional en su convocatoria 2004-2007, está dirigido por la profesora
Victoria Tur y en él colaboraron varias investigadoras del Departamento de
Comunicación y Psicología Social de la Universidad de Alicante.
El objetivo principal de este proyecto fue construir una amplia base de datos que,
recopilando información sobre gran parte de la programación y la publicidad
dirigidas al público infantil en los canales españoles de emisión en abierto, permita
analizar las características y los indicadores de calidad relacionados con tales
contenidos.
Entre el conjunto de variables incluidas, también se han contemplado algunas
íntimamente relacionadas con cuestiones de género que permiten derivar con-
clusiones interesantes. Así, y por lo que respecta a los contenidos programáti- cos,
si bien la situación parece haber experimentado cambios favorables en los últimos
años en cuanto a las características de los contenidos producidos (por ejemplo, una
menor presencia de protagonistas exclusivamente masculinos), todavía persisten
rasgos como la aún mayor aparición de personajes masculinos o el tipo de
funciones, roles y características asociadas a los personajes según el sexo que
representan.
En cuanto a la publicidad que se emite en televisión y que va dirigida a niñas y
niños, las diferencias de género son todavía más marcadas que en el caso de la
programación. Así, pueden destacarse diferencias claras tanto en los productos
publicitados (constatación que nos llevaría más allá del sector de la publicidad para
derivarnos a la producción diferenciada de artículos infantiles según género), como
en las características de la propia publicidad emitida (colores, ritmos, música,
comportamiento de los personajes, etc.).
40
En este apartado, es necesario tener en cuenta que la utilización de estereotipos,
de toda clase (incluidos los de género), es una estrategia especialmente útil para la
publicidad, ya que facilita la transmisión y comprensión inmediata de los mensajes
emitidos. Por otra parte, no podemos olvidar que se trata de mensajes que, en
ningún caso, suponen una disonancia relevante con la cultura y creencias
dominantes, algo que los creativos publicitarios intentan evitar (a no ser que así lo
requiera el hecho de dirigirse a determinados grupos sociales).
41
Las raíces socioculturales de la violencia de género
La diferente asignación de funciones no carece de consecuencias, tanto para
hombres como para mujeres. Así, por ejemplo, para las mujeres supone que el
acceso a través del mercado a toda una serie de recursos se produce de forma
mediada; generándose, así, relaciones de dependencia . Por otra parte, si tenemos
en cuenta que esta división sexual del trabajo no consiste, únicamente, en una
mera diferenciación de funciones masculinas y femeni- nas, sino que también se
produce una jerarquización de las mismas, no pode- mos dejar de considerar las
consecuencias que tal proceso tiene para las perso- nas que desempeñan las
respectivas funcionesFinalmente las mujeres ven reducida, de esta forma, su
capacidad de negociación para acceder a los recursos y para determinar el uso que
se les debe dar».
A partir de estos planteamientos, puede entenderse la importancia que muchos
autores otorgan a la reincorporación de las mujeres al mercado laboral que está
teniendo lugar en las últimas décadas (especialmente en los países desarrollados)
como detonante de cambios sociales de mayor envergadura. De esta forma, se
considera que la participación laboral de la mujer puede asociar- se a mayores
niveles de independencia, no sólo económica, sino también psi- cológica, y a
profundos cambios en las relaciones de género imperantes.
Ahora bien, a pesar de la importancia que en sí misma tiene la participación laboral
de las mujeres, y de los cambios que en los últimos años se han produ- cido en la
situación social de éstas en numerosos países, no podemos dejar de destacar
algunas características de esta nueva división sexual del trabajo que conducen,
como mínimo, a cuestionar su potencialidad a la hora de provocar cambios sociales
de mayor envergadura.
En primer lugar, podemos afirmar que el reparto de trabajo en el espacio doméstico
continúa estando fuertemente estructurado por género, de forma que las mujeres
siguen siendo las principales responsables del trabajo doméstico. En todo caso, tal
y como Giles Lipovetsky plantea, «lo que ha cambiado no es tanto la lógica de la
división sexual de los roles familiares como el surgimiento de una mayor
cooperación masculina en el seno del ámbito tradicional, basado en la
preponderancia femenina (1999: 231). Es así como se conforma la doble jornada
en que, en numerosas ocasiones, termina derivando la participa- ción laboral de las
mujeres.
Por otra parte, también resulta relevante analizar los rasgos que caracterizan la
participación laboral de las mujeres9, para lo cual nos centraremos en el con- creto
caso español.
42
Cuando se analiza la participación laboral de las mujeres suele hacerse refe- rencia
a un doble proceso de segmentación. Por un lado, la segmentación hori- zontal, que
supone la presencia desproporcionada de mujeres en un relativa- mente reducido
número de ocupaciones. Este proceso da lugar a la conforma- ción de sectores
laborales altamente feminizados, usualmente muy relacionados con trabajos
considerados tradicionalmente femeninos. Estos trabajos no son, como con
frecuencia se aduce de forma paternalista, los menos duros de realizar, sino que se
trata de trabajos ideológicamente asociados con los que las mujeres realizan en el
ámbito doméstico y continúan considerándose, en buena medida, una prolongación
de éste .
En este sentido, la infravaloración propia de las funciones reproductivas asignadas
tradicionalmente a las mujeres se extiende a estas actividades laborales,
propiciando una menor remuneración por las mismas.
Estos procesos de segmentación horizontal parecen resistirse a los cambios
sociales experimentados; así, si analizamos la presencia de hombres y mujeres en
los centros educativos tanto universitarios como relacionados con la formación
profesional, vemos una distribución marcadamente desigualdad de hombres y
mujeres según especialidades.
43
Sociedad y violencia de género
De acuerdo a esta perspectiva, no todas las formas de violencia que tienen por
víctima a una mujer pueden calificarse como violencia de género. Es decir,
determinadas formas de violencia pueden encontrar su explicación en otras
variables diferentes a las relacionadas con el género. Igualmente, sería posible
analizar, desde una perspectiva de género, formas de violencia que no tienen por
víctimas a mujeres. Es el caso de los trabajos de Michael Kaufman y su tríada de
la violencia». De acuerdo a este autor, existe una estrecha relación entre la
violencia de los hombres contra las mujeres, la violencia de los hombres contra
otros hombres y la internalización de la violencia (la violencia dirigida hacia ellos
mismos en forma de conductas de riesgo, por ejemplo). Estas tres formas de
violencia estarían ligadas a la cons- trucción e interiorización de las masculinidades
dominantes en la mayor parte de las sociedades conocidas.
De esta forma, es violencia de género aquellas violencias que se sustentan (a la vez
que reproducen):
• En unas relaciones de género desigualitarias. Es decir, en el desigual poder
económico, político, simbólico y social de hombres y mujeres. Situación que puede
observarse en los datos macrosociales relacionados con la par- ticipación y el poder
político, económico o social de hombres y mujeres, y que tiene su reflejo en las
relaciones cotidianas, incluidas las más íntimas relaciones familiares.
• En unas concretas definiciones de estereotipos, identidades y expectati- vas sobre
lo que supone ser hombre y lo que supone ser mujer.
En este punto, resulta especialmente útil el triángulo de la violencia que, en su día,
desarrolló Johan Galtung. Este autor distingue tres formas de violencia: estructural,
cultural y directa. Así, si bien la violencia directa (física y/o verbal) es fácilmente
visible en forma de conductas, más compleja de detectar es la violencia estructural,
que hace referencia a situaciones de explotación, discriminación, o dominación.
Finalmente, la violencia cultural puede definirse como todas aquellas justificaciones
que permiten o, incluso, fomentan las distintas formas de violencia directa o
estructural.
Galtung plantea la existencia de una estrecha relación entre estas tres formas de
violencia; de manera que la violencia estructural y la cultural, a la vez de
constituirse, en sí mismas, en formas de violencia (en este caso de género), se
convierten en detonadores de las diferentes manifestaciones de violencia directa.
Esta forma de definir la violencia de género, supone una serie de consecuencias
tanto analíticas como políticas. En primer lugar, supone reconocer un fundamento
común a manifestaciones muy variadas de violencia de género. Agresiones como la
44
violencia en el hogar, violaciones, la trata de mujeres y niñas, la prostitución
forzada, la violencia hacia la mujer en conflictos armados, los asesinatos por
razones de honor, el infanticidio femenino selectivo o la mutilación genital, son
distintas formas de violencia de género, que obedecen a unas raíces comunes: la
violencia estructural y cultural que, en las distintas sociedades, siguen sufriendo las
mujeres como colectivo.
Desde un punto de vista práctico, también se derivan importantes conse- cuencias
de la adopción de estas definiciones. Así, supone reconocer el carácter de problema
social de la violencia de género, que lejos de afectar, únicamente, a las personas
directamente implicadas, encuentra su explicación en las carac- terísticas
socioculturales del marco social en el que tienen lugar.
Igualmente, una vez que ha podido señalarse el carácter social de las
desigualdades y definiciones que explican la violencia de género, se abre la
posibilidad de su transformación. Es decir, al no tratarse de condiciones naturales,
cabe pensar en la existencia de sociedades más igualitarias que debiliten los
fundamentos de la violencia de género.
Conclusiones
De acuerdo con el esquema propuesto por Johan Galtung, y dada la interrela ción
existente entre las tres formas de violencia diferenciadas, es necesario actuar sobre
las tres si el objetivo es poner fin a la violencia, en este caso, de género.
Por lo tanto, aunque sea imprescindible adoptar acciones concretas de protección
para las víctimas de violencia de género, si el objetivo final es poner fin a esta
violencia, las actuaciones no pueden limitarse a este campo de trabajo. Será
necesario afrontar la transformación, compleja sin duda, de los fundamentos
estructurales y culturales que la sostienen: modificar las relaciones de género, la
posición de las mujeres en la sociedad y en las relaciones familiares, la generación
de estereotipos, expectativas y definiciones tradicionales de lo que es ser hombre o
mujer.
Es más, podemos considerar especialmente relevante la transformación de los
condicionantes culturales de esta violencia, que, en definitiva, continúan
justificando el manteniendo de unas relaciones desigualitarias e, incluso, violentas.
Confiar en los efectos de una mera reducción de la violencia estructural (como
podría calificarse al aumento de la participación laboral de las mujeres), sin
modificaciones culturales (siempre teniendo en cuenta que cualquier modifica- ción
estructural debería tener, en mayor o menor sentido, algún tipo de conse- cuencia
cultural), se muestra claramente insuficiente.
45
En este sentido, la labor a desarrollar desde los diferentes espacios de socialización
es fundamental; especialmente en el caso de la familia, la escuela o los medios de
comunicación, de efectos especialmente determinantes entre los niños y niñas
(que, no podemos olvidar, están configurando sus identidades de género a partir de
los mensajes que reciben). Ahora bien, dada la envergadura de las
transformaciones implicadas, será igualmente necesaria una voluntad polí- tica
decida, que venga acompañada de los recursos económicos y humanos necesarios
para llevarlas a cabo.
En todo caso, y para concluir, es necesario recordar que los individuos rara vez son
moldeados totalmente por la cultura de su sociedad. Ciertamente, en los procesos
de socialización interiorizamos normas, valores, ideas, que llegan a formar partes
de nuestras propias identidades. Pero no es menos cierto que, a pesar de la
relevancia de la socialización primaria, el proceso de aprendizaje se prolonga a lo
largo de nuestras vidas y que podemos adoptar una perspectiva crítica de lo
aprendido, convirtiéndonos, nosotros mismos, en sujetos del cambio social.
Estas cuestiones dan cuenta de lo difícil que resulta evaluar cuantitativamente una
muestra, ya que los encuestados responden según la deseabilidad social, es decir,
lo que creen que socialmente es esperable o correcto para los otros. Sin embargo,
denotamos que cuando se realiza la triangulación de los datos cuantitativos con los
cualitativos, gran parte de los participantes muestran que la violencia doméstica no
46
está erradicada de los hogares y que no sólo se circunscribe a la efectuada por el
hombre hacia la mujer.
Los cambios generados en las últimas décadas del género femenino han otorgado a
la mujer una fortaleza e independencia psicológica (también económica) en las
relaciones de pareja. El sufrimiento acaecido por las generaciones precedentes
respecto al sojuzgamiento y estado de alienación subjetiva respecto del “hombre
macho” ha quedado como marca identitaria. El odio reprimido en aquellas épocas
que gestó conductas de abnegación y hasta de servidumbre por el grado de
dependencia que la mujer tenía frente a “su hombre” quien era dueño y señor de
sus vidas, hoy pareciera revertirse en conductas de venganza y menosprecio hacia
el partenaire. La insatisfacción estructurante del deseo pareciera ser origen de
reproches permanentes y actitudes violentas hacia el género masculino.
La mujer, que ya no necesita ser “la señora de ...”, que todo lo puede sola:
engendrar hijos (a partir de los avances científicos), sostenerse económicamente,
obtener un lugar de reconocimiento (tanto profesional como social) y criar a sus
hijos, muchas veces requiere que el hombre sea y actúe a imagen y semejanza de
ella misma, sin permitirle al hombre aprender estas nuevas funciones a cumplir que
no están en su acervo de aprendizajes previos. También le exige que no pierda su
lugar de hombre protector, por lo que se observa que el género masculino está en
crisis y no ha podido todavía realizar una adaptación activa a estas nuevas
demandas de parte de su partenaire.
47
y hasta, algunas veces, sin salida.
48