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Si son humanos no son recursos

1. OTRA VEZ EL LENGUAJE


Esta vez con algunas reflexiones sobre sustantivos, adjetivos y verbos, en la convicción de que,
como decía recientemente UMBERTO ECO, los hábitos lingüísticos son muchas veces síntomas
importantes de sentimientos no expresados (Los nombre del fascismo, en suplemento “Cultura y
Nación”, diario Clarín, 17/8/95, pág.3)

Recuerdo a ERICH FROMM:


Cierto cambio del hincapié en tener y ser resulta obvio en el creciente uso de sustantivos y en el
empleo cada vez menos frecuente de verbos en los idiomas occidentales en los últimos siglos.

Un sustantivo es la denotación adecuada de una cosa, Puedo decir que tengo cosas: por ejemplo,
que tengo una mesa, una casa, un libro, un auto. La denotación adecuada de una actividad, de
un proceso, es un verbo: por ejemplo, soy, amo, deseo, odio, etc. Sin embargo, cada vez más
frecuentemente una actividad se expresa como tener, esto es, se usa un sustantivo en vez de un
verbo, pero expresar una actividad mediante el verbo tener en relación con un nombre es valerse
mal del idioma, porque los procesos y la actividad no pueden poseerse, sólo realizarse (FROMM,
E, Tener o ser?, FCE, Bs As., 1993, pág 37).

En el campo de las relaciones de trabajo esto es bastante evidente.

Los trabajadores no suelen decir que trabajan, sino que tienen un trabajo o que buscan trabajo.

En este caso, el vocabulario podría explicarse en la relación real del trabajador con su empleo,
en el que, tal vez por aquello de que lo urgente no deja tiempo para lo importante, el propósito
primero tiende a ser el salario y no el desarrollo de una actividad productiva y creadora – según
la proclama del art. 4 de la Ley de Contrato de Trabajo –

Pero hay algo más. Que es algo antes.


Porque ese lenguaje del trabajador es también la respuesta – seguramente involuntaria e
inconsciente – al trato que le dispensa el empleador que, en lugar de mantener relaciones de
trabajo, tiene trabajadores y, más frecuentemente, recursos humanos.

Busqué algún adjetivo que sintetizara, sin exagerar, el disgusto que me causa esta última
expresión – funesta, ominosa, horrible, terrible, cruel, desafortunada - .Ninguno me conformó y
opté entonces por intentar una explicación de las razones de mi repudio.

2. DE SUSTANTIVOS Y ADJETIVOS
Volvamos a los diccionarios.
En singular, recurso es un sustantivo masculino que, amén de referir la acción y efecto de
recurrir, significa medio de cualquier clase que, en caso de necesidad, sirve para conseguir lo que
se pretende (Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española, XXI ed, Espasa Calpe,
Madrid, 1994, t.II, pág 1746).

En plural – recursos – sus significados son: bienes, medio de subsistencia, conjunto de elementos
disponibles para resolver una necesidad o llevar a cabo una empresa. Y el propio Diccionario
aporta inmediatamente como ejemplo: recursos naturales, hidráulicos, forestales, económicos,
humanos, etc. (ídem).

Como sinónimo de recursos se mencionan: dinero, bienes y hacienda (SAINZ DE ROBLES, F. C


Diccionario Español de Sinónimos y Antónimos, Aguilar, Madrid, 1984, pág 931), conceptos que,
a su vez, se asocian a las ideas de uso, costo y aprovechamiento.

Y esta coherencia entre la condición de elemento disponible para resolver una necesidad o llevar
a cabo una empresa y la necesaria asociación con el uso, costo y aprovechamiento, es lo que
comienza a explicar el sentido de mis preocupaciones.

Porque ese vocabulario, de origen mercantil e industrial, está siendo hoy utilizado para referir
circunstancias que suponen el compromiso de valores fundamentales, como lo son la vida, y la
libertad de las personas.

Recordemos también que, según enseñaba SINZHEIMER, El trabajo es una energía esencial.
Quien presta trabajo no da ningún objeto patrimonial, sino que se da a sí mismo. El trabajo es el
hombre mismo en situación de actuar (SINZHEIMER<H, La esencia del derecho del trabajo
(1927), en Crisis económica y derecho del trabajo, MTSS, IELSS, Madrid, 1984, Pág 73).

Y, cuando se presta en relación de dependencia – que es el ámbito en el que normalmente se


utiliza la expresión recursos humanos – se configura esa relación de poder – tan bien descripta
por SINZHEIMER y por su discípulo , KAHN FREUND – que supone que ese trabajador, amén de
darse el mismo, resigna una porción de su libertad.

Ocurre también que, recursos humanos no es una expresión utilizada por los trabajadores, sino
por los empleadores.

Y esto es así porque se trata de una categoría conceptual definida unilateralmente, desde la
sede del poder, en función de las necesidades de la producción y con un alto contenido de
generalidad y abstracción.

Recursos humanos es una referencia a los demás, a otros, a un área.

Ningún trabajador, en cambio, dice de sí que es un recurso.


En rigor, es impensable el uso de la expresión recursos humanos en primera persona del
singular.

Los trabajadores se definen, se presentan y se piensan como trabajadores. En singular o en


plural. Lo que permite, además, una individualización. Singular o plural. Masculina o femenina.
Individual o colectiva.

Como lo son las personas.

La expresión recursos humanos, en cambio, está instalada en las antípodas de esa posibilidad.

Porque el sustantivo recursos, que como tal define lo importante, fundamental o esencial (Real
Academia), refiere, como indiqué, un uso, costo o aprovechamiento en abstracto, esto es, sin
individualizar, sin personalizar.

Lo humano aparece bajo la forma de un adjetivo que denota lo accidental, secundario o no


esencial.

Recurso es, así, lo consistente.


Humano lo contingente.
El reproche es obvio.
El trabajador es un sujeto.
El recurso es un instrumento.

La distancia entre trabajadores y recursos humanos es lo que va de una sociedad preocupada


por las personas a una interesada por las cosas.

FROMM diría que es la diferencia entre la cultura del tener y la del ser.
Con los trabajadores se es empleador.
Los recursos se tienen.
La relación con los trabajadores es de convivencia. Con los recursos es de uso.

Por eso, considerar a los trabajadores como recursos es empobrecer dramáticamente la relación
laboral. Es quitarle lo más importante que puede surgir de esa vinculación personas que es,
precisamente, la riqueza imprevisible e inconmensurable que puede generar la condición
humana.

Muchas políticas laborales actuales, sin embargo, ignoran o niegan esta posibilidad.

Pensados como recursos se compara a los trabajadores con sus homólogos.


Pero, en la comparación, rápidamente se advierte que, diferencia de los restantes, los humanos
son recursos más onerosos, porque se rompen fácilmente, hay que pagar por esa rotura, no
tienen repuestos, tienen protección de las leyes, se asocian, piensan por su cuenta más allá de
las necesidades del usuario.

Las políticas desreguladoras – eufemísticamente llamadas flexibilizadoras – apuntan hoy a


corregir estas disfunciones de los recursos humanos.

No se advierte, empero, que, a medida que se aproximan a los demás recursos, los trabajadores
comienzan a perder su cualidad diferenciadora, la condición humana.

Con el grave riesgo de que, cuando se pretenda recuperar lo humano, tal vez sea demasiado
tarde, y los empleadores usuarios se encuentren con trabajadores parecidos a los demás
recursos: insensibles, mecánicos, irreflexivos, desapasionados.

Con las consecuentes proyecciones sobre el propio empleador.

Porque, debido a esta peculiar nota de la humanidad, quien, en el trato con las personas,
prioriza el uso sobre la relación humana, se deshumaniza el mismo. Degrada su condición
humana. Pierde la oportunidad de la hominización.

Y que decir sobre el modelo social de convivencia?

3. LAS PERSONAS Y LAS COSAS (ALGO MAS QUE UNA INVOLUCION ETICA)

Recordando aquella observación de UMBERTO ECO, temo que el uso cada vez más frecuente y
generalizado de la expresión recursos humanos no sea sino otro síntome de una cultura todos
los días un poco más mercantilizada, en la que la cosificacón se produce no sólo por el
materialismo de una “sociedad de cosas”, sino porque esa sociedad termina cosificando a su
protagonista, el que debería haber sido su beneficiario (POSSE, A. La última revelación de Emile
Cioran, La Nación, 2/7/95, sec 7, pás 6)

Una sociedad cosificadora que, antes que sentir preocupación por las personas que trabajan y
sus necesidades en cuanto personas, expresa su alarma por los costos (laborales) que ellas
provocan y la relación de éstos con los beneficios que se pueden obtener de ellas.

Y me parecen ilustrativs para este señalamiento dos ejemplos que extraigo del Acuerdo Marco
para el Empleo, la Productividad y la Equidad social, del 25 de julio de 1994.

El capítulo 7 del acerdo está dedicado a la formación profesional.

Difícl parece cuestionar que se promueva la formación profesional de los trabajadores, actuales
o potencales.
En modo alguno es mi intención hacerlo, y lo aclaro anticipadamente para que las observaciones
que siguen no sean mal interpretadas.

Porque todo depende del contexto en el que tal formación profesional se desarrolle.

CAMUS, recordando su infancia en Argelia, evocaba a su maestro GERMAIN, en cuyas clases se


alimentaba un hambre más esencial todavía para el niño que para el hombre, que es el hambre
de descubrir, y cuestionaba en cambio las otras clases donde se enseñaban sin duda muchas
cosas, pero un poco como se ceba a un ganso. (CAMUS, A. El primer hombre, Tusquets,
Barcelona, 1994, Pág 128).

La formación profesional, en cuanto no suponga un complemento de la educación expone a las


personas al riesgo de una fragmentación en la que lo principal se subordine a lo accesorio, y se
termine cebando al ganso.

Porque, en los términos en que se la presenta, desvinculada de la educación integral – para el


ser, el saber y la libertad, que es condición y consecuencia de ambos – la formación profesional
podría no ser más que un apéndice necesario de los recursos humanos para su inserción
funcional en los procesos productivos. Pero sólo esto.

Y lo cierto es que frecuentemente – el acuerdo marco no da señales de constituir una excepción


– tal es parecen ser los términos en los que se la concibe.

Frente al exceso de celo que se me podría imputar en el primer ejemplo, en el segundo la


cosificación es más evidente.

El capítulo 9 del acuerdo marco está dedicado a la protección de riesgos del trabajo.

Más allá de la ambigüedad del epígrafe – que dificulta reconocer que o a quien se pretende
proteger – la lectura del capítulo 9 permite verificar que en sus seis apartados se menciona dos
veces la palabra costo, tres veces la reparación, dos el resarcimiento, y además de otras
referencias indirectas sobre las que planea sutilmente una concepción mercantil y utilitaria,
expresamente se proclama el objetivo de descartar la posibilidad de que un siniestro se torne de
imposible cumplimiento para el empleados.

El sustantivo prevención y el verbo prevenir no aparecen siquiera insinuados.

Tal vez alguien pueda argumentar que las de los capítulos 7 y 9 del Acuerdo Marcos son
respuestas adecuadas para los recursos humanos.

Seguramente no lo son para las personas que trabajan.

Mario E. Ackerman

Director

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