26 :ev 28 de noviembre al 4 de diciembre de 2010
LLAMADA A LA ESPERANZA,
LLAMADA A ESCUCHAR LA
OFERTA DE VIDA QUE NOS
TRAE EL MESÍAS
Con alegría y entusiasmo se abre el Nuevo Año Litúr-
gico que se inicia con el tiempo de Adviento, alborada de
luz y de esperanza que señala un nuevo futuro. Brota así
un tiempo en que la Iglesia nos invita a prepararnos para
celebrar el misterio de la Encarnación del Mesías, que da
contenido a esa oferta de vida y de esperanza que se abre
para la humanidad. El Mesías, anunciado y esperando,
irrumpirá en la historia de la humanidad haciéndose pre-
sente en un Niño que nos traerá la paz y establecerá la jus-
ticia de Dios. Se trata de un acontecimiento de salvación
que transforma la historia y el corazón del hombre:
“Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el
pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David un salva-
dor, que es el Cristo Señor”,(Lc 2,10-11).
Nacimiento que en palabras de Juan Pablo II, pone
“de manifiesto el sentido profundo de todo nacimiento hu-
mano, y la alegría mesiánica constituye así el fundamento y
realización de la alegría por cada niño que nace”, EV 1. En
Jesús, Dios anuncia la vida, plena y en abundancia.
Cuando observamos tanto maltrato y violencia contra
niños, jóvenes, mujeres, ancianos y tantas injusticias contra
los pobres, sólo podemos confirmar que vivimos en medio
de una gran debacle social, moral y espiritual. La pregunta
es: ¿por qué? Si Dios se hace niño para desplegar la vida
y no observamos esa plenitud de vida alrededor, algo está
mal o algo no funciona en la sociedad. Pero no hay que
hacer grandes estudios para percatarnos de nuestros ma-
les. Basta con observar que al acercarse la celebración de
por las diócesis FAJARDO-HUMACAO
la Navidad, durante el Adviento, vemos como se pretende
irradiarnos de alegría superflua y de placer desenfrenado,
empujándonos al consumo desmedido, atropellante, del
“Viernes Negro” para que nos llenemos de bienes mate-
riales, y también que nos embrollemos; acción que no
dice nada al espíritu ni transforma nuestros corazones. Las
puertas que se abren y nos anuncian la Navidad son las
de los centros comerciales. Sin quitarle lo positivo por la
inyección a una economía paralizada, o por ser señales
de que se acerca un tiempo que nos evoca alegría, los
cristianos debemos distinguir y no caer en la idolatría del
tener por tener o comprar sin ningún tipo de raciocinio.
Tenemos que ser la diferencia en medio de la debacle social
que vivimos.
Pintar y decorar nuestros hogares por que todos lo ha-
cen, alimentarnos en exceso con grandes comidas, pues ,
las invitaciones sobran y todo esto, sin purificar el corazón
de odios y violencias, sin limpiar nuestras conciencias de la
mentira y sin alimentar el espíritu con la verdad y el amor,
poco nos sirven los bienes materiales que no traen paz ni
alegría a nuestro interior. Enviar tarjetas y hacer regalos sin
restablecer relaciones en la justicia, el respeto, el perdón
y el amor, también es una falacia. Hay que empezar por
nuestro interior, por el corazón. Sólo Jesús, Salvador y Se-
ñor de la Vida, puede restaurar nuestro interior, sanarnos,
liberarnos y reconciliarnos con nosotros mismos, con los
demás y con Dios, nuestro Padre. Para eso viene el Mesías
y para eso celebramos la Navidad. Pero antes, la Liturgia
de la Iglesia, nos trae este tiempo de Adviento con una
llamada a reconciliarnos y alimentar nuestra fe y esperan-
za con la Palabra de Dios. Es tiempo de sanar nuestros
corazones y restablecer la confianza perdida, es tiempo de
levantarnos, abandonar egoísmos, odios y violencias para
iniciar la marcha de regreso a la Casa del Padre y recobrar
la alegría, la vida y el amor.
Que este Adviento no sea un simple tiempo de com-
pras, de superficialidades y meras decoraciones. La reali-
dad social nos reclama acciones y opciones transcendenta-
les, hay muchas ofertas engañosas e ídolos que esclavizan.
Pero escucha tu interior, el corazón está clamando por paz
y armonía. Las relaciones rotas nos duelen y tienen serias
consecuencias para las personas que amamos. Sin fami-
lia nadie es feliz. Nuestras dinámicas comunitarias no
pueden seguirse cultivando en medio de individualismos
y aislamientos, y además, tenemos la gran tarea de
reconstruir el País. Hay una misión en cada bautizado y es
hora de la Iglesia evangelizadora y misionera. Es hora de la
esperanza. La luz del Mesías que nació en Belén, también,
viene a alumbrarnos a nosotros, hijos y hermanos en esta
sociedad puertorriqueña. Vive este Adviento cristianamen-
te, asúmelo, conviértelo en experiencia de fe, y nacerá Jesús
en tu corazón y estaremos listos para la misión. Entonces, y
sólo entonces, habrá Navidad.
Por Mons. Eusebio Ramos Morales, Obispo
Diócesis de Fajardo-Humacao