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Políticas identitarias
cuidados por las ciencias sociales J L a doble novedad del objeto de estu-
dio y de los referentes teóricos desara pronro una verdadera moda. Las f i -
guras más sofisticadas del análisis textual y la nueva inclinación univer-
sitaria al meradiscurso se aplican así a temas tan variados como el rap de
ghetto {gangsta rap), las lectoras de la colección « H a r l e q u i n » , los fans
de la serie de relevisión Star Trek o incluso el presunto «subtexto» filo-
sófico de la serie Seinfeld; pero rambién a la industria del deporte, la cul-
tura del fast-food, la moda del tatuaje o las resistencias de tal o cual
cultura a la globalización económica. A menudo, los nuevos expertos de
los cult' studs', entregados a la obsesión semiológica y su sobredimensio-
namienro político en las nociones de «estilo» y «sub-texto», pierden de
visra el marco más amplio de la indusrria culrural y del poder mercan-
t i l . Se sustituye el viejo paradigma crítico de los marxistas ingleses por
la microdescripción estilísrica, irónica o cómplice. De este modo, un es-
tudio sobre la «política de M a d o n n a » , rebautizada para la ocasión con el
nombre de metatextual girl (en referencia a la material girl de su canción
epónima), puede rrarar la perversión, la mezcla racial o el matriarcado
posrmoderno, sin que se evoque jamás lo que queda al margen de esra
esfera simbólica, ni la muy rentable empresa Madonna ni las modalida-
des de su difusión.' E n Rocking Around the Clock, la crítica A n n Kaplan
da otra vuelta de tuerca al premiar a la cantante con el t í t u l o de «heroí-
na feminista p o s t m o d e r n a » , pero tampoco distingue entre estrategia y
representación.'"
E n un á m b i t o tan resbaladizo como éste, a los adeptos(as) de los Cul-
tural Studies les urge el aval reórico francés. Citan insistentemente a Lyo-
tard o Derrida y, en la introducción, a menudo sitúan su trabajo en la lí-
nea de Barthes o Foucault. Algunos análisis más sofisticados, lastrados a
su vez por toda la jerga teorista, pueden t a m b i é n desplegarse junto a un
solo autor francés. Para no abordar más que el caso, bastante infrecuen-
te en este á m b i t o , de Gilíes Deleuze, su obra puede inspirar un análisis
de los espectáculos transexuales y de los vídeos alternativos según los
términos de un «flujo de los cuerpos» y de un «teatro performativo» de
la resistencia;" o bien justificar un nuevo enfoque /íojtfeminisra de la
anorexia en nombre de su «ética no reactiva» de la «negociación perma-
n e n t e » ; " o incluso, de un modo más general, ayudar a reforzar el cam-
po mismo de los Cultural Studies para que sea posible «particularizar lo
universal» sin «objetivar los sujetos» estudiados." A c o m p a ñ a n d o a los
«críticos culturales» {cultural critics) que tienden así a recargar sus análi-
sis con referencias teóricas, el autor francés más directamente operativo
en el campo de los Cultural Studies sigue siendo, stricto sensu, Michel de
146 I Los usos de la teoría
E t n i c i d a d , postcolonialidad, s u b a l t e r n i d a d
grandes inrelecruales negros del período, como Henry Louis Gates, Cor-
nel West, V . Y . Mudimbe, Houston Baker o Manta Diawara. Para ello,
sólo marginalmente recurren a la teoría francesa. L a figura tutelar no es
aquí Foucault o Derrida, sino Frantz Fanón: Les Damnés de la terre {Los
condenados de la tierra), citado por rodos, aborda los mismos temas de la
opresión blanca y de la resistencia, y lleva además el aval de la africa-
nidad, aun tratándose en su caso de una africanidad del norte. Indepen-
dientemente de los escasos novelistas reconocidos, como Richard W r i g h t
o James Baldwin, la rehabilitación del canon literario negro, que consi-
gue progresos concretos (como la publicación en la famosa colección del
editor Norton de una antología de lirerarura afroamericana), responde a
una forma m í n i m a de reconocimienro cultural. Pero ese contra-canon
es una mezcla de influencias, inrerrexro complejo de escritores asimila-
dos, autores disidentes y referencias blancas que son rambién las suyas
propias. E n efecto, la identidad negra se concibe como uno de los «rela-
tos» constitutivos de una identidad individual siempre múltiple: «Aun-
que ser negra haya sido el atributo social más determinante de m i vida,
no es más que una de las narraciones o ficciones que presiden la reconfi-
guración constante de m í misma en el m u n d o » , " señala por ejemplo la
crítica negra Patricia W i l l i a m s , en los términos típicos de ese paradig-
ma lirerario.
Pero la polémica asomará por orro lado; surgirá más bien de los ex-
cesos de un revisionismo histórico afroamericano que pretende exhu-
mar, más estratégica que científicamente, las raíces africanas de Occi-
dente. E n 1987, tras las huellas del maestro senegalés del afrocentrlsmo
Cheikh Anta Diop, Martin Bernal presenta en Black Athena las fuentes
griegas de Europa como una «fabricación mitológica» de la «helenoma-
nía» anglo-alemana del siglo X I X ; presta orígenes egipcios al platonis-
mo y considera «falseado» desde el comienzo el relato histórico inaugu-
rado por los «colonos» Herodoro y Tucídides. Por otra parte, Bernal
atribuye incluso todo el aristotelismo a los recursos de la biblioteca de
Alejandría, abierta sin embargo veinticinco años después de la muerre
de A r i s t ó t e l e s . " Así como el primer hombre habría aparecido en África,
africanas deberían ser t a m b i é n las fuentes fundamentales de la civiliza-
ción. E l libro obligará a los intelectuales negros más moderados a reti-
rar su apoyo (Henry Louis Gates denuncia en 1992 en The New York
Times a los «demagogos negros y a los pseudo-científicos»), y suscitará
sobre todo un contraataque conservador: artículos incendiarios en The
New Republic y libros contra-revisionistas al modo del muy moralizador
Not Out of AfricaT^ Sin embargo, ese conflicto de los ostracismos y de
150 I Los usos de la teoría
lisis del papel de Gandhi como «significante político» que «se apro-
pia» del pueblo al ponerse a su cabeza—. Antes de unirse al grupo, ya
en 1983 Gayatri Spivak les rinde tributo con un célebre artículo sobre
la «captación» de lo subalterno por medio del discurso de emancipación
occidental " y en 1988 se asocia con G u h a para hacer un primer balan-
c e . " E l á m b i t o inicial de los «Subaltern Studies» es la historiografía de la
descolonización india, cuya revisión radical es emprendida por estos his-
toriadores marxistas a partir de los conceptos gramscianos de «subalter-
no» y «elaboración», así como de las precisiones de Foucault sobre la
discontinuidad histórica. Intentan «romper la cadena significante» so-
cio-histórica y rehabilitar el papel de los movimientos espontáneos y de
las insurrecciones no coordinadas, contra la imagen retrospectiva y tota-
lizante de un programa realizado y una continuidad. E n sentido inverso
a la historia escrita por la élite occidentalizada, se trata de pensar no sólo
una historia desde abajo sino, de un modo más prospecrivo, la posibilidad
de una lucha antiimperialisra cuyas modalidades y objetivos no sean oc-
cidentales. Sin embargo, desde la segunda reunión del movimiento, en
Calcuta en 1986, surgen divergencias entre el ala hisrórica marxista y
un ala más literaria, más cenrrada en el relato y la enunciación subalrernos.
Pero el movimienro se extenderá paulatinamente a Africa y Sudamérica,
donde invesrigadores como Patricia Seed y Florencia Mallon explorarán
los caminos de una subalternidad local. Veinre años después, este pro-
metedor concepto de subalternidad, aún embrionario, es urilizado espo-
rádicamente por inrelecruales del tercer mundo y por cierros occidenta-
les para comprender la americanofobia que siguió al 11 de septiembre
de 2 0 0 1 ; constituye uno de los pocos conceptos políticos recientes,
junto al de « m u l t i t u d e s » , que permite superar el moralismo vigente
para pensar las nuevas formas de la dominación étnica, religiosa, cultu-
ral y sexual.
Cuestiones de g é n e r o
que hace de una forma de expresión —tan fútil como una simple pren-
da de vestir o una música, o ran vital como la afirmación de un sujero
colectivo— la ocasión de que se exprese la palabra social, la ocasión de
una operación colecriva de subjerivación y de una articulación pendien-
te entre visión del mundo e inrervención en el mundo. Es una idea que
confirman, en conrextos reóricos distintos, los «agenciamientos colecti-
vos de enunciación» deleuziano-guattarianos (que están, por cierro, me -
nos rerritorializados que una comunidad dada), el proyecto foucaultiano
de delimitar «el modo de exisrencia de los aconrecimientos discursivos
en una cultura», o incluso el acto enunciativo que hace advenir, en M i -
chel de Cerreau, la «historicidad de la experiencia». Ahora bien, este
tema de la enunciación es el ángulo muerto del discurso marxista esta-
dounidense. Su dogma político, que hunde en el mismo oprobio los tex-
tos teóricos franceses, los campos de esrudios de la identidad y la trans-
versal más ambigua de los Cultural Studies, no ha dado imporrancia a
esta cuestión. Los marxistas no sólo cometen un error político relegando
a un segundo plano (cuando no al limbo de lo superfino) la cuestión de
la enunciación social, sino que se beneficiarían si la abordaran para escla-
recer el empleo esponráneo que dan a ciertos términos contra la «trai-
ción» texrualisra. «Realidad», «sujeto», «acción», «política»: interro-
gar los conceptos en nombre de los cuales llevan a cabo su crítica sensata
no significa eludir el debare en provecho de una regresión filológica sin
fin, sino plantear, precisamente, el problema de las relaciones entre gru-
pos sociales y discurso intelectual, acción y significantes, y el de la vali-
dez o la obsolescencia, en este contexto, de normas políticas heredadas
del siglo X I X .
Es necesario, insisten por su parre J u d i r h Butler y Joan Scort, «ex-
poner toda la violencia silenciosa de estos conceptos, en la medida en
que han funcionado no sólo para marginar a cierros grupos ... sino para
hacer de la exclusión la condición de posibilidad de la " c o m u n i d a d " » ,
algo que sólo la teoría francesa podría permirir, pues es menos «una po-
sición stricto sensu que un cuesrionamienro crítico de todas las operacio-
nes de exclusión gracias a las cuales se esrablecen p o s i c i o n e s » . " Dicho
de otro modo, sólo las herramientas de la teoría francesa podrían susri-
ruir la disrinción apresurada enrre una sociedad política antaño unifica-
da, la que esta crítica marxista parece echar de menos, y el mundo bal-
canizado de las políticas identitarias, por un cuadro más complejo, que
identifique las modalidades excluyentes del discurso de la «unidad» y,
a su vez, las alianzas posibles entre camarillas comunitarias. Pero justa-
mente ahí reside todo el problema: plantear, lo m á s l ú c i d a m e n t e posi-
166 I Los usos de la teoría
güista A m i e l van Teslaar en 1980 para explicar por qué Estados Unidos
ofrecía el «mejor rerreno para acoger al estructuralismo»;'" a menos,
como se verá rambién, que fuera redundante y, por consiguiente, inau-
dible en el país de los flujos y los segmentos, de los agenciamientos y el
gran mercado libidinal. Pero los nuevos parridarios de los discursos m i -
noritarios leyeron la teoría francesa sólo cuando fue rraducida a la lengua
clara, derogatoria, de la universidad. L a crítica francesa de la auroridad
sólo marginalmente designó a los poderes político y económico; se l i -
m i t ó a una crítica de la autoridad del profesor, del auror canónico, de la
institución universitaria. Y la cuesrión del uso fue enrendida, finalmen-
re, menos en el sentido transitivo de un uso de combate de ciertos con-
ceptos, que en el marco universitario exclusivamenre, en el senrido de la
eficacia de ciertos discursos en el mercado de los discursos: el uso evoca,
entonces, más que la «caja de herramientas» del teórico revolucionario
(o incluso del inrelectual comprometido), los argumentos aislables, se-
parables de su texto-fuenre, perfecramente adaprados al formaro de los
artículos de las revistas universitarias en donde se discutirán, y refuta-
bles en torno a una mesa redonda de coloquio. Para el estudiante o el jo-
ven docente, los textos de referencia deben ser anre rodo user-friendly
(«agradables-para-el-usuario»), como se dice de un software o de un elec-
rrodoméstico con esta fórmula rípicamenre estadounidense que designa
una aplicación gratificante, de acceso fácil, y que incluso personifica el
objero en cuestión (aun si es un texto) bajo la figura de su «amistad» por
el usuario.