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Los orígenes de la teoría de

supercuerdas: la primera
revolución

Tras haber revisado el nacimiento de la teoría de supercuerdas en la anterior entrada,


en esta segunda parte nos centramos en los dos hitos que marcaron la llamada “primera
revolución de las supercuerdas”: la cancelación de anomalías y la formulación de la
supercuerda heterótica.

Habíamos visto cómo los modelos duales -inicialmente un intento de modelizar la


interacción nuclear fuerte- acabaron convirtiéndose en la teoría de supercuerdas, que
durante cuatro décadas ha sido el candidato preferido no solamente para una teoría de
una gravedad cuántica, sino para una descripción unificada de las cuatro interacciones
fundamentales.

Recordemos que la idea básica detrás de las teorías de (super)cuerdas es que lo que
experimentalmente observamos como partículas corresponde a los diversos modos de
vibración (excitaciones) de una cuerda fundamental. Toda la materia que conocemos
está constituida en último término por fermiones, más concretamente por partículas de
espín 1/2 tales como los electrones y los quarks. Estos fermiones son quirales, esto es
sus componentes dextrógiras y levógiras interaccionan de forma diferente.

Las interacciones fundamentales, sin embargo, están mediadas por bosones. En el caso
de QCD y la interacción electrodébil estas partículas tiene espín 1 y corresponden a los
gluones, el fotón y los bosones W y Z. En el caso de la gravedad la partícula mediadora,
el gravitón, ha de tener espín 2. Finalmente, tenemos el bosón de Higgs que tiene espín
0 y que es responsable de inducir la ruptura espontánea de invariancia gauge que genera
la masa de leptones, quarks y los bosones W y Z.

Supercuerdas abiertas y cerradas

Por lo tanto, cualquier teoría de cuerdas que aspire a describir la realidad debe contener
bosones y fermiones. Esto excluye los modelos “fundacionales” de la teoría de cuerdas,
esto es los de Veneziano y Virasoro-Shapiro, cuyo espectro estaba constituido
exclusivamente por estados bosónicos. Afortunadamente, a principios de la década de
1980 existían tres modelos de supercuerdas diferentes que sí contenían excitaciones
fermiónicas.

Uno de ellos era el ya mencionado modelo de Ramond-Neveu-Schwarz que incluía


cuerdas abiertas y cerradas y que se acabó denominando supercuerda de tipo I. Junto a
él, en 1982 Michael Green y John Schwarz habían formulado dos nuevas teorías de
supercuerdas que contenían exclusivamente cuerdas cerradas y que se llamaron
respectivamente supercuerdas de tipo IIA y IIB. Estos tres modelos (tipo I, IIA y IIB) sólo
podían ser formulados en un espacio-tiempo de diez dimensiones.

De ellos, el más interesante desde el punto de vista fenomenológico resultaba ser la


supercuerda de tipo I. Esta contiene cuerdas abiertas y cerradas y en su espectro de
excitaciones aparecen fermiones quirales de espín 1/2 y bosones de espín 1 que podían
identificarse con leptones, quarks y bosones gauge. Además, como vimos en la anterior
entrada de este blog, el estado de cuerda cerrada con masa cero y espín 2 se
comportaba exactamente como el gravitón.

Este modelo de supercuerdas, sin embargo, no admite cualquier grupo gauge. La forma
de introducir la interacción gauge en la supercuerda de tipo I es asumir que las cuerdas
abiertas tiene cargas gauge puntuales localizadas en sus extremos. El problema es que
no todos los grupos gauge pueden implementarse de esta manera, sino solamente los
unitarios, ortogonales y simplécticos. En particular quedan excluidos los llamados
“grupos excepcionales” -tales como G2, F4, E6, E7 y E8.

Además, dado que el modelo se formula en 10 dimensiones, para dar cuenta de la


fenomenología en cuatro dimensiones era necesario “compactificar” el espacio, esto es,
asumir que seis de las nueve dimensiones espaciales estaban “enrolladas” con radios
suficientemente pequeños como para resultar inobservables a las energías exploradas.
Así, a bajas energías, la supercuerda de tipo I daba lugar en nuestro espacio-tiempo
observable de cuatro dimensiones a una teoría de campos supersimétrica con gravedad
(supergravedad N = 4) acoplada a una teoría gauge supersimétrica.

Por otra parte la supercuerda de tipo IIA a bajas energías venía descrita en diez
dimensiones por una teoría de campos ya conocida. Esta es una supergravedad
extendida que se obtiene a partir de la supergravedad N = 1 en 11 dimensiones
compactificando una dimensión espacial. El modelo tiene sin embargo un importante
problema, que no contiene fermiones quirales en diez dimensiones. En 1983 Edward
Witten demostró que era imposible tener fermiones quirales en cuatro dimensiones a
partir de compactificaciones de teorías sin fermiones quirales en dimensiones superiores.
Dado que en nuestro mundo de cuatro dimensiones los fermiones son quirales -por
ejemplo, los leptones y quarks del modelo estándar- la supercuerda tipo IIA no parecía
tener muy buenas perspectivas para describir nuestro mundo.
La supercuerda de tipo IIB, por otra parte, sí contenía fermiones quirales en diez
dimensiones. A bajas energías el modelo daba lugar a una nueva teoría de
supergravedad extendida. De hecho la supercuerda IIB contiene además de los
fermiones quirales un estado bosónico -en la jerga técnica una 4-forma autodual- a la
que volveremos en breve.

Anomalías, o los peligros de ser quiral

Hemos visto como los fermiones quirales son un ingrediente indispensable para construir
modelos de cuerdas que puedan describir la física de partículas que conocemos. Sin
embargo las teorías de campos quirales tienen que satisfacer ciertas condiciones que de
no cumplirse convierten a la teoría en inconsistente. En lenguaje técnico se dice que
estas teorías deben de estar libres de anomalías.

La noción de invariancia de gauge desempeña un papel central en toda la física moderna.


Todo el modelo estándar está basado en este concepto e incluso la gravedad puede
entenderse como una teoría de gauge. La manera habitual en la que los físicos teóricos
de altas energías hacen su trabajo es formulando teorías clásicas que son invariantes
gauge y procediendo entonces a la cuantización de estas. Las partículas aparecen
entonces como las excitaciones elementales de los campos cuánticos.

Sin embargo la invariancia gauge en realidad es un truco técnico. Si queremos describir


partículas de espín 1 y 2 que interaccionen con la materia de forma que respeten
propiedades como invariancia Lorentz y localidad es necesario introducir ciertos estados
espurios, esto es, que no representan partículas “reales”. De hecho, algunos de dichos
estados tienen propiedades muy poco recomendables, tales como dar lugar a
probabilidades negativas.

La invariancia gauge de la teoría es la manera astuta de evitar que dichos estados


auxiliares contribuyan a la hora de calcular cantidades físicas. Lo que nos dice la
invariancia gauge de la teoría es que dos estados que difieran entre sí por la presencia
de estados espurios representan en realidad el mismo estado físico. En otras palabras,
la invariancia gauge es una redundancia a la hora de etiquetar los estados.

Esta es la razón por la que es crucial preservar invariancia gauge. De otra forma los
indeseables estados espurios se convierten en “reales” y hacen de la teoría un completo
sinsentido con estados cuya probabilidad de ser producidos es un número negativo. Y
en esto radica precisamente el problema potencial de las teorías de gauge con fermiones
quirales: en que la invariancia gauge clásica puede romperse como consecuencia de la
cuantización. Cuando esto ocurre la invariancia gauge no puede hacer su trabajo de
“limpieza” y se dice que la teoría es anómala.
En un espacio-tiempo de diez dimensiones la gravedad -que recordemos es en cierto
sentido también una teoría gauge- también puede ser anómala en presencia de
fermiones quirales.

La supercuerda de tipo IIA es una teoría no quiral y por lo tanto no tiene riesgo de
presentar anomalías. No es el caso de las supercuerdas I y IIB, que sí pueden ser
anómalas. En el caso de la de tipo I las anomalías pueden ser gauge, gravitacionales o
mixtas, mientras que la supercuerda tipo IIB -que no contiene bosones gauge- sólo puede
presentar anomalías gravitacionales. La viabilidad de la teoría de supercuerdas como
“teoría del todo” pasaba por tanto por comprobar que estos modelos estaban libres de
anomalías.

La primera revolución

En 1983 Luis Álvarez-Gaumé y Edward Witten estudiaron sistemáticamente la presencia


de anomalías gravitacionales en varias dimensiones. Encontraron que -
sorprendentemente- la supercuerda de tipo IIB estaba libre de anomalías gravitacionales.
El modelo contiene dos tipos de campos fermiónicos que contribuyen a la anomalía
gravitacional: dos gravitinos -compañeros supersimétricos del gravitón con espín 3/2-
con la misma quiralidad y otros dos campos de espín 1/2 también con la misma
quiralidad. Pero la contribución de estos a la anomalía está cancelada por un campo
bosónico, la 4-forma autodual de la que ya hemos hablado. A pesar de ser un bosón,
este campo tiene algo que decir a la hora de calcular la anomalía ya que la condición de
autodualidad es en cierto sentido “quiral”.

Hagamos un pequeño inciso para intentar clarificar este punto. La transformación de


paridad cumple una función muy importante en física de partículas. Físicamente esta
consiste en una reflexión especular con respecto a un (híper)plano. Un fermión dextrógiro
se transforma bajo paridad en uno levógiro y viceversa. Si en una teoría física los
fermiones dextrógiros y levógiros interaccionan de manera diferente, la teoría no será
invariante bajo la transformación de paridad (o, en términos más visuales, no será la
misma después de ser reflejada en un espejo). Las anomalías sólo pueden aparecer en
teorías que no son invariantes bajo paridad.

En el caso de una forma autodual esta no permanece invariante, sino que se transforma
bajo paridad en una forma anti-autodual. Sin necesidad de entrar en explicar el
significado matemático de estos objetos, lo importante es que, al no quedar invariante,
la presencia de una 4-forma autodual rompe la invariancia de la teoría bajo paridad y por
lo tanto contribuye a la anomalía.

La cancelación de la anomalía gravitacional en la supercuerda tipo IIB es no trivial y se


deriva de su particular contenido de estados de masa nula. En el caso de la supercuerda
de tipo I, la situación es más complicada porque como hemos indicado las anomalías
gravitacionales no son las únicas que cabe esperar.

En septiembre de 1984 John Schwarz y Michael Green enviaron un artículo a la revista


Physics Letters B en el que estudiaban el problema de las anomalías en la supercuerda
de tipo I. En principio, este problema puede analizarse usando la teoría efectiva de
campos que solamente involucra los estados de masa cero de la supercuerda. La razón
es que las anomalías están producidas por estados sin masa y por lo tanto la torre infinita
de estados masivos que corresponde a oscilaciones cada vez más energéticas de la
cuerda no desempeña ningún papel.

Green y Schwarz encontraron un resultado sorprendente: las anomalías de la teoría de


supercuerdas tipo I cancelaban perfectamente solamente si el grupo gauge de la teoría
era SO(32).

El origen de esta cancelación es muy profundo. Todas las teorías de cuerdas, y la


supercuerda de tipo I no es una excepción, tiene además del gravitón otros estados de
masa nula uno de los cuales se conoce como la 2-forma NS-NS o campo B. Al igual que
el gravitón, este estado bosónico sin masa corresponde a un estado de vibración de la
cuerda cerrada.

Una teoría de campos a bajas energías para el campo B incluye de forma natural un
acoplo de este a dos campos gauge. Sin embargo la única manera de cancelar la
anomalía gauge es “añadir” a este acoplo una nueva interacción que permita que el
campo B se desintegre en cuatro campos gauge. Cuando ambos acoplos están
presentes, existe un diagrama de Feynman que cancela la contribución de la anomalía
gauge. Diagramáticamente esto se representa de la siguiente forma:

Desde el punto de vista de la teoría de campos a bajas energías este nuevo acoplo a
cuatro campos gauge es un tanto artificial, ya que es necesario incluirlo “a mano” y
además rompe la invariancia gauge de la teoría. Esto último es algo de esperar si
recordamos que el segundo diagrama que mostramos más arriba es “clásico” (es un
diagrama sin bucles) mientras y que ha de cancelar el primero que da lugar a una ruptura
cuántica de la invariancia gauge (el diagrama contiene un bucle).

Lo interesante es que la artificialidad del acoplo a cuatro campos gauge desaparece


cuando miramos el problema desde el punto de vista de la teoría de cuerdas. En este
caso el acoplo entre el campo B y los cuatro campos gauge aparece de forma natural y
automática. Recordemos que en la supercuerda de tipo I los campos gauge son estados
de cuerda abierta, mientras que el campo B es un estado de cuerda cerrada. El diagrama
que Green y Schwarz descubrieron que era crucial para la cancelación de la anomalía
gauge en la teoría de campos corresponde en la teoría de cuerdas a una cuerda cerrada
que se acopla a dos y cuatro cuerdas abiertas:
Lo que está ocurriendo es que la estructura matemática de la supercuerda de tipo I fija
los acoplos entre cuerdas abiertas y cerradas exactamente de la forma requerida para
preservar la invariancia gauge a nivel cuántico si el grupo gauge es SO(32).

La cuerda heterótica

Esta cancelación no trivial de la anomalía gauge supuso un importante espaldarazo a la


teoría de supercuerdas, ya que disipó las dudas sobre su consistencia a nivel cuántico.
Green y Schwarz habían concluido que la única supercuerda aún sospechosa de ser
anómala -la de tipo I- estaba libre de este problema siempre que su grupo gauge se
escogiera adecuadamente.

Sin embargo el mecanismo de cancelación que habían encontrado y que hoy lleva su
nombre también funcionaba no solamente para SO(32), sino también para otro grupo
gauge, E8×E8. Sin embargo, como hemos dicho más arriba, la supercuerda de tipo I no
admite grupos gauge excepcionales, por lo que esta segunda solución no parecía tener
realización en la teoría de cuerdas. En su artículo Green y Schwarz mencionaban
también esta posibilidad, señalando que no existía ninguna teoría de cuerdas con ese
grupo gauge.

No obstante, dada la elegancia del mecanismo de cancelación de Green-Schwarz,


parecía difícil creer que no existiese ninguna teoría de cuerdas cuya teoría de baja
energía fuese precisamente la teoría libre de anomalías con grupo gauge E8×E8. Y así
resultó ser, ya que a finales del mismo año de 1984 David Gross, Jeffrey Harvey, Emil
Martinec y Ryan Rohm -conocidos colectivamente como el Princeton String Quartet-
formularon un nuevo modelo de supercuerdas en diez dimensiones que permitía
implementar de forma natural no sólo SO(32) sino también E8×E8 como grupo gauge.

Este modelo se conoce con el nombre de cuerda heterótica, del griego “ἕτερος” que
significa diferente. La razón de este nombre radica en que el modelo se construía
mediante la combinación de dos modelos de cuerdas cerradas diferentes: uno de ellos
era la cuerda bosónica -o modelo de Virasoro-Shapiro en la nomenclatura de los modelos
duales- que tenía que ser formulada en 26 dimensiones. La segunda era la supercuerda
tipo IIA definida en diez dimensiones.

En un modelo de cuerdas cerradas, las oscilaciones que se propagan en ambas


direcciones a lo largo de la cuerda son independientes, en el sentido de que no se
mezclan una con la otra.

Esto no ocurre en las cuerdas abiertas, porque las oscilaciones al llegar al extremo de la
cuerda “rebotan” y pasan a propagarse en dirección opuesta. Esto quiere decir que las
oscilaciones moviéndose en ambas direcciones necesariamente se mezclan.
El hecho de que los modos propagándose en ambas direcciones -llamémoslas derecha
e izquierda por convención- de una cuerda cerrada no interaccionen implica que es
posible considerar que ambas oscilaciones pertenecen a teorías de cuerdas diferentes.
Este mecanismo de “heterosis” permitió a Gross, Harvey, Martinec y Rohm construir una
teoría en la que los modos propagándose hacia la derecha correspondían a los de una
cuerda bosónica, mientras que los que se movían hacia la izquierda eran los de una
supercuerda de tipo IIA.

Pero a simple vista hay algo que no cuadra: si la cuerda bosónica se propaga en 26
dimensiones y la supercuerda tipo IIA lo hace en diez, ¿cómo es posible combinarlos
para construir un solo modelo de supercuerdas? La solución es que antes de
combinarlos, es necesario “compactificar” parcialmente la cuerda bosónica en un espacio
interno de 16 dimensiones. De hecho, la estructura de este espacio interno determinará
el grupo gauge de la teoría resultante; recordemos que la supercuerda de tipo IIA no
tiene grupo gauge. Pues bien, sorprendentemente de todas las posibles
“compactificaciones” sólo existen dos que producen una teoría bien definida. Y estas son
precisamente las que dan lugar una teoría gauge en diez dimensiones con grupos gauge
SO(32) y E8×E8 respectivamente. En el segundo caso teníamos una realización en
teoría de cuerdas de la teoría de campos libre de anomalías que habían encontrado
Green y Schwarz.

La supercuerda heterótica es una teoría definida en diez dimensiones que contiene


solamente cuerdas cerradas pero cuya teoría de baja energía es del mismo tipo que la
de la supercuerda de tipo I. Desde el momento de su formulación y durante la siguiente
década, la supercuerda heterótica -y particularmente el modelo E8×E8- prácticamente
dominó la fenomenología de supercuerdas, desplazando a los modelos de cuerdas
abiertas.

Esta situación cambió radicalmente en la segunda mitad de la década de 1990 con la


llamada “segunda revolución de las supercuerdas”. Uno de sus más importante
resultados fue que las cinco teorías de supercuerdas conocidas en diez dimensiones -
tipos I, IIA, IIB y heteróticas SO(32) y E8×E8- podían obtenerse a partir de la llamada
teoría M, definida en 11 dimensiones y cuyo límite de baja energía era la supergravedad
maximal N = 1 en once dimensiones

Así, compactificando la teoría M se obtenían las diferentes teorías de supercuerdas. En


el caso de la teoría de tipo I era necesario además la presencia de unos nuevos objetos
llamados D-branas e introducidos por Joseph Polchinski en 1995. Son precisamente las
D-branas la causa de que las cuerda abiertas volvieran a ocupar -tras una década de
ostracismo- un papel central en la fenomenología de supercuerdas.

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