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La aclimatación
Expuesto a nuevas condiciones ambientales, una persona es capaz de aclimatarse, es
decir, acostumbrarse a ellas, en un periodo relativamente corto. Durante ese periodo sus
preferencias térmicas cambiarán de manera significativa. Por ejemplo, una persona que
vive en Bogotá puede preferir una temperatura de 20° C, pero después de pasar unos
meses en Cartagena es muy posible que prefiera una temperatura de 24° C.
La edad y el sexo
La edad y el sexo pueden influir de manera relativamente importante en las preferencias
térmicas. Por un lado, las personas mayores suelen preferir temperaturas más elevadas
debido a que su metabolismo se vuelve más lento. Es la misma razón por la cual los
niños, con un metabolismo alto, pueden tolerar temperaturas ligeramente más bajas que
los adultos. Por otro lado, se ha demostrado que los hombres presentan generalmente un
metabolismo un poco mayor al de las mujeres, por lo que suelen preferir, en promedio,
temperaturas 1°C más bajas que ellas.
El estado de salud
Cuando una persona se encuentra enferma, sus mecanismos de defensa internos pueden
aumentar de manera significativa su metabolismo. En primera instancia esto podría
significar que tiene una mayor tolerancia a temperaturas relativamente bajas. Sin
embargo lo que suele suceder es que al mismo tiempo sus mecanismos reguladores se
vean afectados, por lo el margen de temperaturas tolerables se vuelve más estrecho. Este
es un factor a tomar en cuenta cuando se evalúan las condiciones de confort en
hospitales y edificios similares.
El color de la piel
Diversas investigaciones han demostrado que la piel clara refleja en promedio tres veces
más radiación que la piel oscura, pero al mismo tiempo es mucho más vulnerable a las
quemaduras, úlceras y cánceres provocados por el sol. Por otro lado, la piel oscura se ve
más afectada por la absorción de calor, pero esta situación se equilibra por el hecho de
que su capacidad para emitir calor aumenta casi en la misma proporción. Además
contiene más pigmento de melanina, lo cual disminuye de manera significativa la
penetración de los dañinos rayos ultravioletas. Considerando esto, podemos afirmar que
el color de la piel tiene un mayor impacto en la resistencia a los rayos solares que en las
preferencias térmicas.