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El segundo de los nombres que mencioné antes de ocuparme de Malebranche quizá Baruch Spinoza:

se recuerde: es Spinoza. Con él, los postulados del cartesianismo alcanzan la culmina-
ción de lo que quizá sea, con la de Leibniz, una de las más potentes ontologías y teorías
del conocimiento, amén de doctrinas para vivir, que ha procurado el período (y aun
toda la filosofía).
XVII la potencia
de la razón

XVII. I. POR EL BIEN DEL ALMA

De un extremo a otro de Europa, efectivamente, se extendió el cartesianismo.


Rodeado como estaba de polémicas, los círculos de estudiosos se interesaron enorme-
mente por conocer, de manos de los propios cartesianos, en qué consistía la doctrina.
Así ocurrió, por ejemplo, en Holanda. En una de sus universidades, la de Leiden, se
enseñaba (lo que no era pacíficamente admitido en todas) filosofía cartesiana: Geulincx
y Regius, por ejemplo, estaban entonces allí. Y un cierto Johannes Kaser se encontraba
matriculado, justamente, en la Facultad de Teología de esa ciudad. Residía sin embar-
go, como tantos otros, en Rijnsburg. Y compartía pensión, precisamente, con un cierto
Baruch Spinoza, que en modo alguno carecía de una (discreta) nombradía; allí, entre
otras cosas, redactaba tranquilamente la primera parte de una texto que algún día sería
célebre: la Ethica. Poco tiempo estuvieron juntos: de febrero de 1663 a abril del mismo
año. Tiempo suficiente, sin embargo, para que, a instancias del estudiante, Spinoza
redactase una exposición de la filosofía cartesiana: los actualmente conocidos como
Principiosde Filosofíade Descartes220• No era su primera obra; y, desde luego, no era la
exposición de su propio pensamiento. Había nacido en Amsterdam, en 1632. Su edu-
cación fue la propia de un miembro de una familia de emigrados judíos. Más debió calar
en él, sin embargo, el contacto con el judaísmo y cristianismo liberal que pudo llegar a
conocer 221, porque tan pronto como en 1656,_ytras un intento de asesinato, fue expul-
sado de la sinagoga. «Excomulgamos, maldecimos y separamos a Baruch de Spinoza ... »
Desterrado de Amsterdam, se refugió en Ouwerkerk, y más adelante, ya convertido en
pulidor de vidrios, y espoleado por motivos de salud, en ese pueblo de Rijnsburg en el
que al comienzo de este capítulo le hemos encontrado. Hace tiempo que escribe: ante
todo, el TractatusBrevisde Deo, homine,eiusquefelicitate (actualmente conocido como

zzoRecientemente traducidos al español por Atilano Domínguez, junto con el Tratado de la


Reformadel Entendimientoy los PensamientosMetafísicos(Madrid, Alianza, 1988).
221 Los Uriel da Costa, Juan de Prado, Francisco Van den Enden ... Sobre estas cuestiones, vid.

G. Albiac, La sinagogavacía. Un estudiode lasfuentes marranasdel espinosismo,Madrid, 1987.

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TratadoBreve [en adelante: TB]) 222, un texto que Spinoza redactó «para el círculo de llegará a alcanzar su bien. El texto es diamantino; y una pieza de primer orden, a mi jui-
estudiosos y amigos de Amsterdam, durante el período que va de su expulsión de la cio, de entre las que han construido las filosofías (en especial, las «racionalistas»).
sinagoga a su traslado a Rijnsburg (1665-1661), fecha generalmente admitida» 223; y que, Seguiremos por eso su desarrollo con algún detenimiento. El punto de partida es clási-
a todos los efectos, es una especie de «Ethicaen pequeño». In nuce, en efecto, el lector co: desengaño, lamento de vanidad, y búsqueda de un bien absoluto. «Después que la
avezado puede reconocer ya, en estas páginas, la mayor parte de las que serán típicas experiencia me había enseñado que todas las cosas que suceden con frecuencia en la
posiciones de nuestro autor. Spinoza, en este sentido, declara ya sin ambages que Dios, vida ordinaria, son vanas y fútiles ... me decidí, finalmente, a investigar si existía algo
cuya existencia dice ser demostrable tanto a prioricomo a posteriori,es «un ser del cual que fuera un bien verdadero y capaz de comunicarse ... ; más aún, si existiría algo que,
es afirmado todo, a saber, infinitosatributos,cada uno de los cuales es infinitamente per- hallado y poseído, me hiciera gozar eternamente de una alegría continua y suprema»
fecto en su género» (TB, II, p. 60); que esa definición puede repetirse, tal cual, para el (TIE, I, I; ed. cit., p. 75). Ese bien absoluto, y con él la fuente de una alegría infinita,
caso de un sujeto aparentemente distinto, «la naturaleza» (p. 64); que, existiendo por malamente se logrará, sin embargo, donde habitualmente lo buscan los hombres: en «las
sí misma, se trata de una causa inmanente, esto es, de un todo único, infinito, cuyas par- riquezas, el honor y el placer» (id., 3; p. 76), que más resultan ser obstáculos que ayu-
tes, puesto que fuera de él no existe absolutamente nada (p. 69), son mismos efectos das para la búsqueda. Una meditación intensa, por el contrario, revelará al «enfermo»
(p. 74); que, de esos infinitos (todos) atributos que se afirman de él, sólo conocemos (porque «enfermo» estaba, verdaderamente, el autor del tratado: «Yoveía, en efecto,
dos, el pensamiento y la extensión (p. 70); que se trata de una sustancia cuya perfec- que me encontraba ante el máximo peligro, por lo que me sentía forzado a buscar con
ción es tal, que no ha podido dejar de hacer lo que hace (pp. 80-81); así que, en rigor, todas mis fuerzas un remedio, aunque fuera inseguro ... »: id., 7; p. 77) en qué podía con-
debe aceptarse que todo lo que sucede, que fue hecho por Dios, debe haber sido nece- sistir, únicamente, la ruta de salvación: «... llegué a comprender que, si lograba entre-
sariamente predeterminado por él (otra cosa supondría cambio, y por ende imperfec- garme plenamente a la reflexión,dejaría males ciertos por un bien cierto» (ibid.). Ese
ción: p. 81); por eso es ella la única causa libre, dado que la verdadera libertad no con- mismo gesto le aparta de los senderos habituales, mostrándole, a la vez, la razón del fra-
siste en hacer u omitir algo, sino en no ser coaccionado por una causa exterior; y lqué caso «del vulgo» en encontrar la felicidad. Y es que honores, riquezas y placeres más
habría fuera del todo? Las cosas, pues, no pudieron ser sino como fueron, porque la per- procuran riesgos que garantía de conservar el propio ser. Como «objetos» de nuestro
fecta Causa de la que provienen obró con absoluta libertad (pp. 82-83). Que, por tanto, amor, por tanto, están pragmáticamenteequivocados: «Por el contrario, el amor hacia
nada hay contingente (VI, p. 85), y nada nos legitima para decir que hay desorden en una cosa eterna e infinita apacienta el alma con una alegría totalmente pura y libre de
la naturaleza (pp. 87-88): defender eso no es posible, por cierto, sino sobre la base de la tristeza, lo cual es muy de desear y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas»
supuesta concordancia que las cosas deben mantener entre sí, supuesta su participación (ibid., 10; p. 78). Llamará «sumo bien», a partir de este momento, al hecho de alcanzar
en no se sabe qué ideas «universales», .. cuando lo contrario es lo cierto: que lo particu- una naturaleza humana mucho más firme y perfecta que la actual (donde por tal se
lar es todo, y nada lo universal; así que Pedro, si con algo tiene que concordar, es con entiende «el conocimiento de la unión que mantiene con toda la Naturaleza»); y «ver-
la idea de Pedro; porque, vistas las cosas como se deben, se ve que «todas las obras que dadero bien», a todo cuanto sirva para llegar a ella (id; 13; p. 79). La meta y el fin, por
hay en la naturaleza son perfectas» (p. 88). tanto, ya están fijados. Se trata de «adquirir tal naturaleza» y (la frase es significativa a
Así el TB. Un análisis pormenorizado de lo que se contiene además en el mismo está la hora de fijar la posición «política» de nuestro autor) «procurar que muchos la adquie-
ahora fuera de lugar. La Ethicaformulará por modo canónico estos mismos aspectos. No ran conmigo» (id, 14; p. 80). Nada de ello se conseguirá, vista la definición dada de
podemos dejar de lado, sin embargo, el otro texto capital de estos años juveniles, que «naturaleza humana», sin «entender la Naturaleza», y sin «formar una sociedad, tal
no por inacabado deja menos de abrir la vía real hacia las grandes formulaciones spino- como cabría desear» (ibid.). Desde luego; pero primero de todo, hay que recordar que
zianas: el Tractatusde IntellectusEmendatione, el hoy célebre Tratadode la Reforma del el escritor estaba enfermo. Hay algo pues (es el gesto típico del cartesiano) que debe
Entendimiento(en adelante: TIE) 224, con el que Spinoza empezó a pergeñar la posición preceder a cualquier otra operación:
teórico-cognoscitiva que, con modificaciones, desarrollaría totalmente en la Etica. Su
meta confesada no es muy distinta de la que motiva el TB. Éste, en efecto, se había Pero ante todo, hay que excogitar el modo de curar el entendimientoy, en cuanto sea posi-
planteado «para que quienes estén enfermos del entendimiento sean curados con el ble al comienzo,purificarlopara que consigaentender las cosas sin error y lo mejor posi-
ble. Por tanto, cualquiera puede ver que yo quiero dirigir todas las ciencias a un solo fin
espíritu de mansedumbre y de tolerancia» (ed. cit., p. 53). Cierto es que, entonces, se y objetivo, a saber, conseguir la suprema perfección humana que antes hemos dicho
añadía un «siguiendo el ejemplo de Cristo señor y nuestro mejor maestro» que no va a (id., 16; p. 80).
prodigarse ya mucho más en la producción spinoziana. Pero se .trata de lo mismo: de
medicinar la mente. De mostrarle, a la mens atribulada, el verdadero camino por donde Esa empresa medicinal, por mucho que tenga carácter «previo» (casi diríamos «a prio-
ri»), no puede, sin embargo, detener la vida, a la espera de obtener la perfecta curación.
lNo había hablado Descartes de una cierta moral que «provisionalmente» seguiría man-
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teniendo hasta tanto llegara la certeza? Lo mismo aquí, donde se adoptan como «normas
Cito por la traducción de Atilano Domínguezpara Alianza Editorial (Madrid, 1990). Las de vida» el «hablar según la capacidad del vulgo», el «disfrutar de los placeres en la justa
siglasutilizadasse apartan, por razonespedagógicas,de las utilizadaspor los eruditos, que se refie-
ren normalmente al mismo como KV. medida en que sea suficiente para la salud» y el hacerse con el dinero suficiente como para
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Es la conclusión que ofrece Atilano Domíngueza la discutida cuestión de las circunstan- no perecer, ni de hambre ni de rechazo social (id., 17; p. 81). Aunque no es ésta, desde
cias en que se gestó el TB (op. cit., p. 27). luego, la cuestión principal. La cuestión principal es la de «reformar el entendimiento y ...
224
Cito por la traducción de Atilano Domínguezpara Alianza Editorial (Madrid, 1988). hacerlo apto para entender las cosas ta'1como es necesario para conseguir nuestra meta»

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(id., 18; p. 81). El entendimiento, sin embargo, no parte de cero. Ya antes ha tenido oca- Éstos son, por tanto, los modos de percepción de que hasta ahora se ha valido
sión de ejercitarse, y de «afirmar o negar algo con certeza». Se tratará por tanto de reco- Spinoza para afirmar o negar con certeza. La pregunta, ahora, es: lcuál elegir? La res-
pilar esos modos por medio de los cuales, hasta ahora, se ha percibido,a fin de elegir entre puesta puede anticiparse: «Sólo el cuarto modo de percepción comprende la esencia
ellos el mejor, y a la vez conocerme mejor a mí mismo. Esos cuatro «modos de percibir», a adecuada de la cosa y sin peligro alguno de error» (id., 29; p. 85). Pero para saber qué
tenor del texto del TIE, son los siguientes: la percepción de oídas («o mediante algún signo forma de conocimiento es la que nos conviene, y saber incluso qué conocimiento es el
de los llamados arbitrarios» ) 225 ; la percepción por experiencia vaga (esto es, aquella que, que necesitamos, hay que averiguar todavía de qué modo emplear esa forma para conse-
no estando determinada por el entendimiento, surge casualmente y sin que nada la con- guir ese conocimiento. Se plantea, pues, y con total urgencia, el problema «del camino
tradiga)226;la percepción «en la que la esencia de una cosa es deducida dr otra cosa, pero y el método»(id.,)9; p. 86). Ahora bien, en cuestiones metodológicas, ,desde antiguo es
no adecuadamente» (como aquellos casos en los que de un efecto pasamos a su causa, o a sabido, el primer riesgo que acecha al investigador es el del regreso al infinito: lno hará
partir de un universal, al que siempre acompaña determinada propiedad, concluimos otra falta un método para averiguar qué método nos conducirá a la verdad? Las Reglasde
cosa; en todos estos casos, sólo se obtienen propiedades, «y no la esencia particular de la Descartes ya habían planteado esa misma cuestión, y ya habían ofrecido, en rigor, una
cosa»)227 ; y, por último, la percepción «en la que una cosa es percibida por su sola esencia contestación plausible: cierto es que hace falta siempre un instrumento para fabricar
o por el conocimiento de su causa próxima» (TIE, I, 19; pp~ 81-82). Esta enumeración, otro instrumento, pero en esa búsqueda hacia atrás del «primer instrumento» hay nece-
como se sabe, se verá reproducida con modificaciones, en la Etica;y ya anteriormente, en sariamente que detenerse en un primer instrumento innato, un instrumento de todos
el BreveTratado,había esbozado Spinoza otra enume~ación que tampoco acaba de coinci- los instrumentos: el entendimiento. Porque el hombre, de hecho,puede forjar el hierro.
dir con la presente 228• Para ser más exactos, en la Etica se habla de «conocimiento por Y así como empezó a hacerlo utilizando «instrumentos innatos», «así también el enten-
experiencia vaga», conocimiento «a partir de signos» (que juntos constituyen el «primer dimiento, con su fuerza nativa, se forja instrumentos intelectuales, con los que adquie-
género de conocimiento», «opinión» o «imaginación»), conocimiento «a partir del hecho re nuevas fuerzas para realizar otras obras intelectuales» (id., 31; pp. 86-87). Ahora
de que tenemos nociones comunes e ideas adecuadas de las propiedades de las cosas» bien: lo mismo que, de hecho, y aunque pueda pensarse que el proceso de la fabricación
(«razón», o «conocimiento del segundo género»); y, por último, el «tercer género de cono- de instrumentos va al infinito, y por tanto es lógicamente imposible ese hecho, el hom-
cimiento», la «ciencia intuitiva», el cual «progresa, a partir de la idea adecuada de la esen- bre forja el hierro, el entendimiento tiene alguna verdad. He aquí el punto de partida
cia fonnal de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento adecuado de la esencia de del método: «tenemos una idea verdadera» (id., 33; p. 87). Es ella quien hará de «ins-
las cosas» (E, II, prop. XL, Ese. II; ed. posteriormente citada, p. 157). Esta última es, sin trumento innato» (id., 39; p. 90). Y en la idea verdadera cabe distinguir, de inmediato
duda, la denominación final, y la que se ha hecho más célebre. En el TIE, por el momen- dos cosas: la idea verdadera misma y su objeto, su «ideado»: «pues una cosa es el círcu-
to, el futuro «tercer género» de conocimiento, la «ciencia intuitiva», es todavía (pero esto lo y otra, la idea del círculo». Pero si la idea misma es algo distinto de su ideado, ella
no supone contradicción) esa ya citada «percepción en que una cosa es percibida por su misma puede también convertirse, como es obvio, en ideado de otra idea. Renace aquí
sola esencia o por el conocimiento de su causa próxima». Y el ejemplo que se pone es, la vieja distinción, suareciana y después cartesiana, entre lo (la esencia, el concepto)
cómo no, «cartesiano»: «Finalmente, una cosa es percibida por su sola esencia, cuando, «formal» y lo (la esencia, el concepto) «objetivo»:
por el hecho de que he conocido algo, sé qué es conocer algo, o por el hecho de haber
conocido la esencia del alma, sé que está unida al cuerpo» (id., 22; p. 83) 229• Ahora bien, al ser algo distinto de su objeto ideado, también será algo inteligible por sí
mismo; es decir, la idea en cuanto a su esencia formal puede ser objeto de otra esencia
objetiva, y, a su vez, esta segunda esencia objetiva también será, en sí misma considera-
da, algo real e inteligible, y así indefinidamente (id., 33; p. 87).
m Por este procedimiento, aclara Spinoza, «sé la fecha de mi nacimiento, quiénes han sido mis
padres y cosas por el estilo, de las que nunca he dudado» (id., 20; p. 82). Dicho en otros términos: la condición reflexivade un conocimiento cuya forma es
226 Por este procedimiento, «sé que he de morir ... que el aceite es apropiado para producir lla-
siempre la objetivación, hace del conocimientomismo, en lo que tiene de «formal», un
mas y el agua para extinguirlas, y sé también que el perro es un animal que ladra, y que el hom- «objeto» para sí mismo. En ese proceso de indefinida objetivación y auto-objetivación,
bre es un animal racional; así he aprendido casi todas las cosas que son útiles para la vida» (id., 20;
el conocimiento, que parte de la objetivación de algo «real» y distinto a sí mismo, va
p. 82).
227 Por este procedimiento, «una vez que hemos percibido claramente que nosotros sentimos convirtiéndose a sí mismo en su propio objeto, sin perder nunca el contenido de inteli-
tal cuerpo y no otro cualquiera, de ahí, repito, concluimos claramente que el alma está unida al gibilidad:
cuerpo ... O también, una vez conocida la naturaleza de la vista ... concluimos ... que el Sol es
mayor de lo que parece y otras cosas por el estilo» (id., 21; pp. 82-83). Pedro, por ejemplo, es algo real; a su vez, la idea verdadera de Pedro es la esencia objeti-
228 En TB, en el capítulo I de la parte II, pgfo. 2, se mencionan, como medios de obtener los va de Pedro y, en sí misma, algo real y totalmente distinto del mismo Pedro. Dado, pues,
conceptos («o la conciencia del conocimiento de nosotros mismos y de las cosas que están fuera que la idea de Pedro es algo real que posee su esencia peculiar, también será algo inteligi-
de nosotros»), la «fe» (surgida «o de la experiencia o de oídas»), la «fe verdadera», y «la com- ble, es decir, objeto de otro idea, la cual idea tendrá en sí misma, objetivamente, todo lo
prensión clara y distinta». Un poco más adelante, se les denominará, respectivamente, «opinión», que la idea de Pedro tiene formalmente; y, a su vez, la idea de la idea de Pedro también
· «fb y «conocimiento claro». En el cap. IV, sin embargo, la clasificación tripartita se desdobla,
dando lugar a la cita de cuatro tipos de «concepto»: «simple testimonio, experiencia, fe y cono-
cimiento claro» (TB, I, II, IV; pp. 100-109). dizaje, o por conversión de los casos de experiencia en regla universal, o en virtud de la demos-
229 De todos los modos de percepción, por lo demás, puede darse también un ejemplo matemá-
tración dada por Euclides, o bien, por último (de nuevo el carácter intuitivo del tercer género),
tico. El que aquí usa Spinoza es el de la regla de tres, que puede conocerse o por memoria y apren- «viendo» la proporcionalidad adecuada.

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tiene su esencia, que puede ser, por su parte, objeto de otra idea, y así indefinidamente Es pues evidente que la certeza no es nada más que la misma esencia objetiva, es decir,
(id., 34; pp. 87-88). que el modo como sentimos la esencia formal es la certeza misma. De donde resulta,
además, que para la certeza de la verdad no se requiere ningún otro signo, fuera de la
El proceso que aquí se describe es, en principio, una experiencia muy común. posesión de la idea verdadera. Ya que, como hemos explicado, para que yo sepa, no es
Cualquiera, dice Spinoza, sabe qué es Pedro; y también sabe que lo sabe, y que sabe que necesario que sepa que sé. Y de aquí se sigue, que nadie puede saber qué es la máxima
sabe, etc. El proceso, que parece llevarnos hasta el infinito, e impedir así todo avance certeza, sino aquel que posee la idea adecuada o esencia objetiva de alguna cosa; justa-
en el conocimiento, resulta ser en cambio, bien mirado, la clave misma que permite mente, porque certeza y esencia objetiva son lo mismo (id., 35; p. 88).
arrancar con certeza. Porque, si ese proceso es posible, es porque desde un principio
hemos separado la idea y lo ideado, lo que sabemos y el hecho de que sabemos. Así que, Inútil sería, por tanto, buscar alguna marca de la verdad; algún signo delatorio, fuera
en todo caso, sabemos. Así lo entiende, en efecto, Spinoza: y además del puro tener las ideas, las esencias objetivas de las cosas. La verdad «se mani-
fiesta a sí misma» (id., 44, 46; pp. 912). Y sólo la verdad y el razonamiento prueban la
resulta claramente que, para que se entienda la esencia de Pedro, no es necesario enten- verdad y el razonamiento (ibid., 44; p. 92). «Método», por ende, no es buscar prueba
der la idea misma de Pedro y mucho menos la idea de la idea de Pedro. [...] En estas ideas,
alguna de la verdad de las ideas, sino el caminomismo «por el que se buscan, en el debi-
sucede más bien lo contrario. En efecto, para que yo sepa que sé, debo saber primero
(ibid.). do orden, la verdad misma o las esencias objetivas de las cosas o las ideas (pues todo
esto viene a ser lo mismo» (id., 36; pp. 88-89). «Método», en otras palabras, no puede
Para que yo sepa que sé, debo saber primero. Y como siempre puedo saber que sé, es consistir en otra cosa que en el puro entender «qué sea la idea verdadera». El método
que sé. En esto radica todo. Quienes, pese a todo, se obstinen en el escepticismo, y per- «no es más que el conocimiento reflexivo o la idea de la idea» (id., 37; p. 89). Todo el
sistan en negar que haya una verdad primera peso de la argumentación anterior revierte ahora en la observación de que, para que
haya idea de la idea, se precisa tener, ante todo, idea; con lo que el método buscado no
esos tales... ni siquiera se sienten a sí mismos; si algo afirman o de algo dudan, ignoran consiste en otra cosa que en mostrar «cómo hay que dirigir la mente conforme a la
que afirman o que dudan. Dicen que no saben nada; e incluso dicen ignorar eso, que no norma de la idea verdadera dada» (ibid.;cfr. id., 43; p. 91).
saben nada. Y ni esto lo dicen en sentido absoluto, ya que temen confesar que existen,
mientras nada saben. Por eso deben permanecer definitivamente mudos, no sea que Se dirá, en este punto, que cualquier idea verdadera, con tal de que esté dada,
supongan algo que tengan visos de verdad (id., 47; p. 93). podrá cumplir esta función de servir de punto de partida y norma del caminar. Y en
principio así és.Spinoza mismo lo reconoce («cualquier idea verdadera dada»: id., 49;
Al escéptico, por lo tanto, puede dársele siempre por refutado con un razonamien- p. 93). Pero buscábamos el mejor de los procedimientos, y nada mejor, para ello, que
to transcendental: algo supondrás, y necesariamente, en cuanto hables. Cierto que el partir de la mejor de las ideas: la idea del ser más perfecto. La mente, en efecto, se com-
empirista, aquí, continuará siempre preguntando: «Pero ly Pedro? ¿Qué ha pasado con prende tanto mejor a sí misma cuantas más cosas comprende de la Naturaleza (mejo-
el Pedro «real», el origen fáctico de todo este despliegue de saber? ¿y si en realidad no rar la comprensión de sí misma, por lo demás, es mejorar también la comprensión de
lo conozco, o lo conozco de forma equivocada? ¿y si mi saber no muerde en la reali- las propias fuerzas, y por ende de la propia capacidad de autorregulación: id., 40; p. 90).
dad?». El empirista, aquí, olvida que estamos en el XVII; que para la época, en el fondo, Al límite, alcanzará la perfección de sí misma, con los subsiguientes resultados, refle-
y como explicó Malebranche, no se trata de saber, por ejemplo, si la extensión consti- xionando sobre el ser más perfecto de todos (id., 39; ibid.). La idea, en efecto, debe
tuye o no verdaderamente la esencia de la materia, sino que el mundo que concebimos convenir exactamente con su ideado; así como se comporta la idea, en cuanto objeti-
como formado por la extensión sea parecido al que vemos (RV, VI, II, VI). Todo el pro- va, exactamente así se comporta también su objeto, su ideado, en cuanto, real. Si lo
gresivo dominio, en el arte, de las reglas, trucos y aparatos de mostración de la pers- que pretendemos, pues, es reproducir perfectamente la Naturaleza, parece claro que la
pectiva (ya desde Giotto, Brunelleschi, Alberti) había hecho calar hondo, en la con- mente «debe hacer surgir todas sus ideas a partir de aquella que expresa el origen y
ciencia europea, esta noción básica de que el conocimiento verdadero no es la propia la fuente de toda la Naturaleza, a fin de que también ella sea la fuente de las mismas
«realidad» (signifique eso lo que signifique), sino la ilusión más próxima posible al con- ideas» (id., 41-42; pp. 90-91).
tenido de la realidad 230• Esto es: el empirista olvida que, si «Pedro es algo real», no Sabemos ya, pues, que alguna idea verdadera habremos de tener. Y que, entre ellas,
menos cierto es que «a su vez, la idea verdadera de Pedro es la esencia objetiva de nos interesa alcanzar cuanto antes la del ser perfectísimo. Ahora bien, para Spinoza, en
Pedro» (id., 34; p. 87). Así que lo importante, aquí, no es «Pedro», sino su esencia obje- este momento, la pregunta es: kómo distinguir las'ideas verdaderas de las falsas, ficti-
tiva, identificada con la «idea verdadera». Dicho en otros términos: importa, como casi cias y dudosas? Y comenzando por lo primero: kómo distinguir las ideas verdaderas de
para todos ellos (comenzando por Malebranche), tener una certeza, evitar el error.Y la las ficticias? Ningún gnoseólogo de la época, atento siempre al posible ataque del escép-
presentación spinoziana ya ha encontrado, por lo que hemos visto, su peculiar solución tico, ha dejado de afrontar esta cuestión. La pregunta, sin embargo, encierra dos cosas
al problema: distintas. Dijimos antes (vid. nota 100) que toda percepción tiene por objeto, bien la
cosa en cuanto existente, bien su sola esencia. Puede fingirse, por tanto, ya la existen-
cia de algo, ya su esencia. Ninguna de ambas posibilidades debe asustar a nadie. Por lo
230 que hace a la primera, porque su único campo de objetos es el de los entes posibles (res-
Digo: el contenido.En efecto: toda percepción,precisa Spinoza,«tiene por objeto la cosaen
cuanto existenteo su solaesencia»(id., 52; p. 95. La cursiva es mía). En el mismo sentido, y como pecto de los cuales, ni la existencia ni la inexistencia implica contradicción), no el de
vimos, el «mundo» que Descartes describe en el El mundo. Tratadode la luz es tan sólo aquel lo imposible (cuya existencia implica contradicción) ni el de lo necesario (para lo cual
mundo fabulado que, sin pasar de posible,recuerda en todo al nuestro... es la inexistencia lo que implica contradicción). Respecto de esos seres, cuya (in) exis-

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! tencia no implica contradicción, tenemos efectivamente la libertad de fantasear, en (puesto que la correcta concepción de una obra inexistente es un pensamiento tan ver-
tanto desconozcamos las causas de las que depende su imposibilidad o su necesidad (id., dadero, pese a la inexistencia de su objeto, como cualquier otro), sino que, sobre todo,
52-53; p. 95). Un ser absolutamente omnisciente, que conociera todo según el orden de deberá ser intrínseco,puesto que, por más que pueda ser «verdadero» el enunciado
necesidad que es la forma de actuar (y aquí, por tanto, de ser) de la Naturaleza, «no «Pedro existe», caso de existir Pedro, si quien lo formula no está seguro de ello para él
podría», según eso, «fingir absolutamente nada» (id., 54; p. 95). Y tampoco cabe fingir ese enunciado no puede decirse que sea verdadero: «el enunciado "Pedro existe" sólo
nada con respecto a las verdades eternas (id., 54; p. 96). En esto, como en todo, la clave es verdadero respecto a aquel que sabe con certeza que Pedro existe» (id., 69; p. 104).
está en sustituir la captación de la existencia mediante conceptos genéricos (y por ende, Si una idea verdadera se distingue de otra falsa, es pues por la presencia, en ella, de algo
confusos) por la captación de esa misma existencia mediante conceptos precisos, que real (id., 70; ibid.). Pero, por lo dicho (a saber, que sólo es «verdadera» la enunciación
dificulten -y, al límite, hagan imposible- atribuir existencia a cosas que no la pueden de un enunciado por quien «sabe» que ese enunciado es verdadero), esa buscada «forma
tener. Y lo mismo se diga respecto de las esencias de las cosas: en la medida en que las del pensamiento verdadero» sólo podrá residir
vamos conociendo cada vez más no con conceptos genéricos y confusos, sino con con-
ceptos precisos y adecuados a la naturaleza individual de cada cosa (id., 55; p. 96) 231 , en ese mismo pensamiento, sin relación a otros, y no admite como causa suya al objeto,
perdemos progresivamente la capacidad de fingir, y nos encerramos en el puro reino del sino que debe depender del mismo poder y naturaleza del entendimiento. [...] La forma
del pensamiento verdadero hay que buscarla, pues, en el pensamiento mismo y hay que
entendimiento y de la verdad: «... cuanto menos entiende la mente, y más cosas perci-
deducirla de la naturaleza del entendimiento (id., 71-72; pp. 104-105).
ba, mayor poder tiene de fingir, y cuanto más entiende, más disminuye ese poder» (id.,
58; p. 98). Es imposible pensar y, a la vez, fingir que no se piensa; pero no menos impo- Dos son entonces los modelos posibles de ese pensamiento que hace surgir la ver-
sible es, «una vez que hemos conocido la naturaleza del cuerpo», fingir una mosca infi- dad de y por su propio poder (naturaleza): uno, el de Dios, si es que, como suponen
nita; o entender el alma y suponerla después cuadrada (ibid.;pp. 98-99). En resumen: algunos (dice Spinoza con manifiesto desdén), Dios ha pensado los objetos todos antes
si se percibe clara y distintamente la naturaleza de la cosa, ningún peligro hay en fingir. de ponerlos en la existencia; otro, el del geómetra que ve surgir ante sí ideas verdade-
No hay sino fijar la atención en una idea ficticia, y empezar a deducir de ella sus con- ras cuyos «objetos», inexistentes en la naturaleza, sólo dependen del poder de su enten-
secuencias, para que la mente atenta descubra inmediatamente su falsedad (y a la inver- dimiento. Veamos, en otros términos, cómo surge ante nosotros, por el movimiento de
sa para las verdaderas: id., 61-62; p. 100). El cartesianismo, además, proporciona aquí rotación de un semicírculo, el concepto de esfera. Podemos hacerlo. Los conceptos de
también sus propias armas. Si la idea ficticia es algo, en efecto, es una idea confusa; lo «semicírculo», de «movimiento», etc., son simples, e ideas simples como éstas cabe for-
cual quiere decir: parcial. Basta pues con que la idea, o el concepto de que disponemos, mar, sin riesgo de error, las que se quiera. Cierto que, en cambio, el concepto de «movi-
sea en cambio simple,o con que la cosa que se conoce, pese a su complejidad, sea divi- miento» no e~tá contenido en el de «semicírculo». Pero si asociamos a la idea de «movi-
dida hasta alcanzar todas sus partes simples, para que el riesgo de confusión entre ideas miento» la de la causa que lo provoca, todo vuelve a estar en orden. Lo que hemos
verdaderas y ficticias se desvanezca (id., 63-64; pp. 101-102). Cosas muy simtlares pue- -hecho, en efecto, es concebir la esfera por su causa. Esa forma de concepción corres-
den y deben decirse también de la otra posibilidad de error, a saber, las ideas falsas (en , poncle, como señalamos, a la segunda posibilidad del cuarto (aquí) «modo de percep-
las que la mente se limita a añadir, respecto de las confusas, la afirmación, el asenti- ción»: percepción en que una cosa «es percibida por su sola esencia o por el conoci-
miento). También para ellas es el mejor antídoto esa claridad y distinción que acom- miento de su causa próxima». Recuérdese que de lo que se trata es de «poseer ideas
paña siempre, para cualquiera «que sepa qué es la verdad o el entendimiento» (id., 68; claras y distintas, es decir, tales que estén formadas por la pura mente y no a partir de
p. 104), a la simplicidad. Una idea simplicísima, en efecto, es una idea que sencilla- movimientos fortuitos del cuerpo» (id., 91; p. 114). Es nuestro fin el que nos va en ello.
mente no puede ser falsa, y esto es todo cuanto en principio hay que decir. Ideas falsas Y eso requiere, a su vez, concebir la cosa por su sola esencia (caso de que la cosa exis-
y ficticias, por lo demás, no son tales por nada positivo; responden sólo al simple defec- ta por sí, o sea «causa sui»), o bien por su causa próxima (si es que depende de otra para
to del entendimiento -y nada pueden, por tanto, enseñar acerca de éste (id., 110; p. existir: id., 92; pp. 114-115). Siendo, entonces, natural al entendimiento el «formar
122)-. Su origen debe buscarse «en la imaginación, es decir, en ciertas sensaciones for- ideas ve;daderas» (id., 106; p. 120), el camino más seguro que el entendimiento tiene
tuitas y (por decirlo así) aisladas, que no surgen del mismo poder de la mente, sino de para formarlas es partir «de alguna esencia particular afirmativa, esto es, de una definición
causas externas, según los diversos movimientos que, en sueños o despiertos, recibe el verdadera y legítima», en la cual se explique «la esencia íntima de la cosa» (id., 93-95;
cuerpo» (id., 85; p. 112) 232 • p. 115). Para una realidad increada, por tanto, la mejor definición será aquella que
Esa alusión que se hace, sin embargo, «a cualquiera que sepa ...», etc., no es baladí. excluya toda causa («es decir, que el objeto no necesite de ningún otro ser, aparte del
Buscamos el criterio de la verdad, laforma de la verdad. Y sabemos (nosotros, que sabe- suyo, para su explicación») 233 • Para una realidad creada, la mejor definición será, en
mos que algo sabemos: id., 60; p. 99) que ese criterio no sólo deberá ser «extrínseco» cambio, aquella que muestre, como ocurría anteriormente en el ejemplo de la esfera,
cómo surge la cosa a partir de su causa próxima (id., 96; p. 116). De nuevo conviene
insistir: buscamos (la forma de las) ideas verdaderas. La última razón de ello es que
231
Es cierto, en efecto, que en general «debemosbuscar, ante todo, el conocimiento de las
cosas particulares» (id., 98; p. 117).
232
La imaginaciónspinoziana,en efecto, sólo es afectada por las cosas singularesy corpóreas 233 Otros requisitos complementariosson: que implique la existencia de lo definido; que no
(id., 82; p. 110); y su ámbito, por lo demás, es el del lenguaje, fuente inagotable de confusiones remita a nada abstracto; y, por fin, que de ella puedan concluirsetodas las propiedadesde la cosa
(id., 88-89; pp. 113-114). en cuestión (id., 97; p. 117).

214 215
deseamos que esas ideas, formadas a partir de la pura mente, reproduzcan sin embargo correcta comprensión de la naturaleza del entendimiento? Callejón sin salida, y búsqueda,
objetivamente, y en cuanto les sea posible, «la formalidad de la Naturaleza, en su tota- como ya se dijo, de «instrumentos innatos»: se atenderá, ahora, no al entendimiento, sino
lidad o en sus partes» (id., 91; p. 114). Dicho en otros términos: buscamos la forma de a laspropiedades del entendimiento, cuyo conocimiento claro y distinto confía en que pro-
la idea verdadera, a fin de encontrar aquella primera idea verdadera (la idea de una cosa ducirá, puesto que sin conocer el entendimiento no se conocerían sus propiedades, un
increada, que excluya toda causa, y de la que por tanto las demás, que son causadas, conocimiento del entendimiento mismo (id., 107; pp. 120-121). Aprenderemos, así, no
dependan), con arreglo a la cual podrá luego ordenarse adecuadamente el todo de nues- sólo que el entendimiento, como vimos, se mueve en el ámbito de la certeza como en su
tro conocimiento: lugar natural; sino que, también, que le es anterior lo positivo a lo negativo, percibe las
cosas más bajo la idea de eternidad e infinitud que bajo la de número y duración; y que sus
Ahora bien, en cuanto al orden, y para que todas nuestras percepciones se ordenen y ideas son tanto más perfectas cuanta más perfección expresen de su objeto (id., 108; pp.
conjunten, se requiere que investiguemos... si existe un ser y, al mismo tiempo, cuál es, 121-122). Ahora bien, a la hora de abordar, por fin, el empeño de «establecer algo común
que sea la causa de todas las cosas, de suerte que su esencia objetiva sea también la
de donde se sigan necesariamente dichas propiedades, es decir, algo que, si se da, se den
causa de todas nuestras ideas. Entonces, como hemos dicho, nuestra mente reproducirá
al máximo la Naturaleza, ya que poseerá objetivamente su esencia y su orden y unión necesariamente ellas, y, si se suprime, se suprimen también todas ellas» (id., 11O;p. 123); a
(id., 99; p. 117). la hora, en fin, de determinar la esencia del entendimiento, el texto acaba su periplo.

La meta de la investigación es, pues, el origen.La idea verdadera no sólo «es simple XVll.2. «PERO TODO LO EXCELSO ES TAN DIFÍCIL COMO RARO»:
o compuesta de ideas simples», sino que, además, «manifiesta cómo y por qué algo se LA ETHICA
hace o fue hecho» (id., 85; p. 112). La idea verdadera, entonces, o corresponde al
Origen mismo, o corresponde a algo que procede del Origen. Un Origen tanto de nues- Ese periplo, qué duda cabe, es la Ethica la que lo finaliza (en adelante: E) 234• Con
tras ideas verdaderas, como de las cosas de la Naturaleza .. «Este origen, en efecto, es el ella, y dejando aparte los textos «políticos», Spinoza no sólo alcanza la cumbre de su
ser único e infinito, es decir, todo el ser, fuera del cual no hay ser alguno» (id., 76; p. pensamiento. Alcanza igualmente, a mi juicio, el máximo de despliegue de esa direc-
108). Ahora bien, contra lo que ocurre en el caso de las ideas confusas, nuestras ideas ción, tan antigua como moderna, que ve en la idea de «causa sui» el último fundamen-
claras y distintas son de tal índole, de tal forma «parecen derivarse de la sola necesidad to posible, el último nombre de «Dios» que la Filosofía puede alcanzar. Esta idea no
de nuestra naturaleza, que parecen depender exclusivamente de nuestro poder» (id., carece de autorización. Casi al final de una conferencia que lleva por título «La consti-
108; p. 122). La naturaleza del entendimiento es tal, que algunas ideas las forma abso- tución onto-te-lógica de la Metafísica», en efecto, Heidegger afirma:
lutamente; y otras, a partir de esas primeras; pero estas últimas implican infinitud. De
ahí que implique «la certeza, esto es, que sabe que las cosas son formalmente, tal como El Dios entra en la filosofíamediante la resolución que... hace patente y da lugar al ser
están objetivamente contenidas en él» (ibid.; p. 121). Por eso se dijo, casi desde un prin- eri cuanto fundamento que aporta y presenta, fundamento que, a su vez, necesita una
apropiada fundamentación a partir de lo fundamentado por él mismo, es decir, necesita
cipio, que el método se confundía con la reflexión misma, cuyo único objeto es el pro- la causación por la cosa más originaria.Ésta es la causa en tanto que Causa sui. Así reza
pio entendimiento, sus propiedades y sus fuerzas. De ahí que el TIE, en sus últimas pági- el nombreque convieneal Diosen la filosofía.A este Dios, el hombre no puede ni rezarle ni
nas, haga virar la atención hacia ese entendimiento mismo en el que (y por el que) se hacerle sacrificios.Ante la Causa sui el hombre no puede caer temeroso de rodillas, así
espera encontrar la fuente y el todo del ser, el Origen: como tampoco puede tocar instrumentos ni bailar ante este Dios235•

Si deseamos,pues, investigar la cosa primera de todas, es necesario que exista un funda- Dejemos a un lado, en este momento, el tono «pascaliano» del pasaje; la contrapo-
mento que dirija ahí nuestros pensamientos.Por lo demás, como el método consiste en el
sición entre el Dios que se teme y se alaba con cantos, y el Dios-fundamento que los
mismoconocimientoreflexivo,ese fundamento que debe dirigirnuestros pensamientosno
puede ser otro que el conocimiento de aquello que constituye la forma de la verdad y el filósofos postulan como final auto-fundamentado de la cadena de fundamentación. Lo
conocimientodel entendimientoy de sus propiedadesy sus fuerzas(id., 105; p. 120). decisivo, ahora, es observar cómo Heidegger identifica la «Causa sui», en cuanto tal,
con el propio «Dios» de la filosofía. A lo largo de la historia de la reflexión, en efecto,
La investigación, por lo tanto, se orienta decididamente hacia el entendimiento. Dicha «Dios» ha sido entendido a menudo como «causa de sí mismo», auto-generante o auto-
investigación, sin embargo, nunca fue completada. Prácticamente, aquí termina, y de productor. Así apareció en Descartes. Pocos como Spinoza, sin embargo, han hecho de
forma más que brusca, el TIE, que nunca fue concluido. Parece difícil saber por qué. De esa nota de la auto-causación la nota definitoria no tanto de «Dios» cuanto del con-
creer a Deleuze, porque la doctrina, desarrollada en la Ética,de las «nociones comunes», cepto-y-realidad supremos a que se puede llegar (y del que se ha de partir) en una con-
hacía superfluo este texto primerizo. Tal vez. Más textual, en todo caso, es el hecho de que, sideración abs.oluta de lo que hay. Así que, si Heidegger tiene razón (y es más que posi-
obligado por los pasos metódicos que él mismo había establecido, Spinoza se impone a sí
mismo una tarea que no pudo llevar a término, a saber, la de ofrecer en una definición (afir- ·
234Cito por la traducción de Vidal Peña para Editora Nacional (Madrid, 1980); aquí, p. 109.
mativa, como debe ser toda definición spinoziana que se precie: id., 96; p. 116) la esencia
La misma idea, en E, I, prop. XI, escolio (p. 265).
y la naturaleza misma del entendimiento -una definición de la cuál pudieran derivarse 235
La conferencia es de 1957, y se publicó junto con «El principio de identidad» en la publi-
rigurosamente sus propiedades-. Él mismo reconoce esa imposibilidad. Y lo hace en térmi- cación conjunta Identitiitund Differenz, de 1957. Cito por la traducción de Helena Cortés y
nos que recuerdan las primeras paradojas que aquí se ventilaron: lcómo dar una definición Arturo Leyte para la editorial Anthropos: Identidady Diferencia,Barcelona, 1988, p. 153. La cur-
correcta del entendimiento mismo, si las reglas de corrección deben proceder de una siva es mía.

216 217
ble que la tenga), con Spinoza alcanzamos el Dios de los filósofos, el Dios de la filosofía de estática o de pasiva. La perfección de una cosa, si por algo debe estimarse, es «por su
en el apogeo de su auto-interpretación como filosofía racional. Otro tanto da decir, por naturaleza o potencia» (E, I, Apéndice; p. 103). Ya veremos, en efecto, cómo la «esen-
otra parte, que con el Dios de Spinoza alcanza su culminación, como ya hemos visto, la cia» y la «naturaleza» de una cosa no son, en Spinozá, otra cosa que su potentia,en algún
tendencia a leer la realidad en términos.de «perfección»; perfección que llega a tener texto explícitamente identificada con la potestas. Lo que aquí debe retenerse, por el
en Dios, justamente, su forma más alta-y-completa, la perfección de la perfección. momento, es que el grado de perfección de una cosa es directamente proporcional a su
Que la idea de «perfección» permea de parte a parte el pensamiento de la Moder- obrar, y viceversa: «cuanta más perfección tiene una cosa, tanto más obra y tanto menos
nidad, apenas parece dudoso. Que en ese intento por reducir «realidad» a «lo perfecto padece; y a la inversa, cuanto más obra, tanto más perfecta es» (E, V, prop. XL; p. 389).
de (el conocimiento de) la realidad», la Modernidad recibe la doble herencia de una per- Cualquier aumento en el grado de &perfección, si en algo se traduce, es pues en un
fección «griega», que identifica mayoritariamente «perfección» con «finitud», y una per- aumento del obrar de la cosa perfecta. Y al límite, si se diese el caso de que hubiese un
fección «judía», que identifica por su propio lado «perfección» con «infinitud», tampoco ser absoluta, infinitamente perfecto, ese ser obraría de forma infinita, y su esencia-
parece discutible. En la encrucijada de esas dos tradiciones, la «perfección» de los moder- potencia se traduciría, necesariamente, en una continua afirmaciónde la propia poten-
nos lo mismo puede ser entendida como ilimitación sin restricciones cuanto, justamen- cia, del propio obrar. La «esencia» de ese ser no sería otra cosa, por ende, que una con-
te a la inversa, como auto-dominio y limitación. Y es que atribuyendo a Dios, en todo tinua causación. Hasta tal punto, que su fuerza sería tanta como para no depender, para
caso, la nota de la perfección, el pensamiento puede vacilar todavía sobre si entender esa existir, sino de sí mismo; y, causándose a sí mismo constantemente como causación,
nota en el sentido de una irreprimible explosión de ser, o en el sentido más bien de una causar al mismo tiempo (la perfección de) todas las cosas que dependen de otra para
perfecta auto-contención en el interior de los límites que marca la posibilidad. Salvados existir. Por la vía de la perfección, por tanto, hemos llegado al Dios Causa-sui.
los matices, el pensar del Barroco tiene en las figuras de Spinoza y de Leibniz, respecti- Una serie circular de definiciones, en efecto, acotan desde el principio mismo de la
vamente, no sólo dos conspicuos representantes de ambas posibilidades de interpreta- E el concepto de un Dios inevitablemente circular. Spinoza, en efecto, no arranca
ción; sino también, me parece, las más lúcidas formulaciones de esta doble posibilidad. directamente del concepto de «Dios». Hay que esperar hasta la Sexta de las Defini-
Ahora bien, es el excomulgado de Amsterdam, desde luego, quien más radicalmente ha ciones, en la Primera Parte, para que, presentados los conceptos de «causa sui», «sus-
asumido -y aceptado- las consecuencias de una pura lógica de la perfección. Y es él, en tancia», «atributo» y «modo», estalle con toda su fuerza una definición de Dios en la
consecuencia, quien despliega con mayor violencia el panorama óntico, epistemológico que parece condensarse todo este largo movimiento de acercamiento a un Dios que-
y político que arroja ese supuesto de una identificación entre Dios, el ser, el poder y la es-la-totalidad:
perfección. Escindida en cinco partes («De Dios», «De la naturaleza y origen del alma», Por Dios entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una sustancia que consta de
«Del origen y naturaleza de los afectos», «De la servidumbre humana o de la fuerza de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita (p. 51).
los afectos», «Del poder del entendimiento o de la libertad humana»), todo el trayecto
de la E puede articularse, me parece, en tomo a esta intuición fundamental. La Definición no parece clara; y así Spinoza, que previamente ha introducido tam-
En el planteamiento spinoziano de las cosas, en efecto, «realidad» es estrictamente bién el concepto de «finita en su género», inserta, a renglón seguido, una
sinónimo de «perfección»: «Por realidadentiendo lo mismo que por perfección».Así reza
Explicación:Digo absolutamenteinfinito,y no en su género;pues de aquello que es mera-
la definición VI de la Parte II de E. Y es que la «realidad» de una cosa, a su vez, no es
mente infinito en su género podemos negar infinitos atributos, mientra& que a la esencia
nada distinto de su «esencia» (E, IV, prefacio; ed. cit., pp. 267-268) 236, o de su «ser»237• de lo que es absolutamente infinito pertenece todo cuanto expresa su esencia, y no impli-
Considerado en sí mismo, y sin relación a ninguna otra cosa, todo cuanto existe impli- ca negación alguna (ibid.).
ca, según Spinoza, perfección: a saber, tanta cuanto teñga de esencia, «pues la esencia
no es nada distinto de ella» (CartaXIX, a van Blijenberg) 238• La perfección, en otros tér- Es, pues, un Dios no meramente infinito, sino «absolutamente» infinito el que aquí
minos, consiste en ser (to esse) como la imperfección consiste en la privación que es pro- se nos presenta. Ahora bien, por el juego de relaciones que hemos venido dibujando,
pia del no-ser (Carta XXXVI; ed. cit., p. 251). Quienquiera que, por tanto, sea infinito ese Dios infinito será también un infinito de perfección: «Pues todos los que tienen un
en perfección, lo será igualmente en esencia y en ser (Pensamientosmetafísicos[en ade- poco más idea que el vulgo», dirá en otro contexto, «saben que Dios no tiene derecha
lante, PM], I, VI) 239 , Ahora bien, esta «perfección» de la que aquí se habla, nada tiene ni izquierda, ni se mueve ni está parado, ni se halla en un lugar, sino que es absoluta-
mente infinito y contiene en sí todas las perfecciones» (TratadoTeológico- Político[TTP],
VI) 240• (Y también: «sólo Dios debe ser llamado infinito, en la medida en que consta
236 La misma idea,, en la Explicación de la «Definición general de los afectos» con que se cie- realmente de una perfección infinita»: PM, II, III; p. 253. Y también: «entendemos por
rra la Parte III de la Etica (p. 260). Dios un ser sumamente perfecto y absolutamente infinito: Carta II, a Henry Oldenburg;
defilosofíade Descartes(en adelante: PPC), Prop. 7, Lema 1º, prueba, nota 2. Cito
23 7 Principios
p. 81.) Pero «perfección», insistamos en ello, significa tanto como «poder de causa-
por la traducción de Atilano Domínguez para Alianza Editorial (Madrid, 1988). Aquí, p. 161. ción»; así desde los primeros textos, desde el propio TB. Un ser infinito, vale decir, infi-
238 Cito la correspondencia spinoziana por la edición de Atilano Domínguez para Alianza
nitamente perfecto, es un infinito de causalidad. Por eso mismo se trata del único ser
Editorial (Madrid, 1988); aquí, p. 168. Otra útil edición de la Correspondencia es la de Juan
Domingo Sánchez Estop: Correspondencia Completa(Madrid, Hiperión, 1988).
239 Los CogitataMetaphysicahan sido traducidos por Atilano Domínguez en el mismo volumen

citado donde se encuentran los Principiosde Filosofíade Descartesy el Tratadode la Reformadel °


24 Cito por la edición de Atilano Domínguez para Alianza Editorial (Madrid, 1986); aquí,

Entendimiento;aquí, p. 248. p. 185).

218 219
que, para existir, no depende de ningún otro, sino que se basta a sí mismo, a su propia mado sólo consigo mismo, y a partir sólo de sí mismo. «Formarse a sí mismo», cuando la
perfección. Y ese ser, por tanto, incluyendo todas las perfecciones, no puede menos de esencia de lo que se forma no es nada distinto del propio poder (E, I, prop. XXXIV: «La
existir: potencia de Dios es su esencia misma»; p. 93), y la perfección de ese poder consiste en,
produciéndose, producir, es tanto como formar, al tiempo, una infinidad de otras cosas.
Además, como sólode la perfecciónpuedeprovenirque un ser existapor su suficienciay por su Ahora bien; si Dios es, entonces, «sustancia» (y desde luego que lo es, en la medida
fuerza; si suponemos nosotros que un ser que no expresa todas las perfecciones existe por
en que esa definición sólo a una Causa sui, esto es, a él mismo, le puede ser aplicada),
su naturaleza,' se sigue de ahí que debemos suponer que aquel ser, que incluye en sí mismo
todas las perfecciones, también existe. En efecto, si un ser dotado de menos poder existe contará, según la definición ya citada, con «atributos»; más aún, el número de atributos
por su propia suficiencia, con mayor razón otro ser dotado de mayor poder (Carta XXXV, con que contará será estrictamente infinito. «Cuanta más realidad o ser tiene una cosa,
a Hudde; p. 249; la cursiva es mía). tantos más atributos le competen» (E, I, prop. IX, p. 58). A una infinita, le competerán
infinitos. «Atributos» que, siendo «aquello que el entendimiento percibe de una sustan-
El ser infinito es, pues, aquel ser que existe por su propia fuerza (Carta XXXVI; p. cia como constitutivo de la esencia de la misma» (def. IV, p. 50), deben concebirse, cada
253). Lo cual significa tanto como decir que se trata de una auténtica «causa sui». Y uno de ellos, por sí (1, X), sin que ninguno, sin embargo, suponga la posibilidad de divi-
«Dios», el ser absolutamente infinito, y como tal perfecto, esto es, perfecta actividad de sión de esa sustancia (prop. XII, p. 62). De ahí que «Dios», es decir, la sustancia que
causc!ción, será justamente aquel ser, el único posible, que satisface la noción misma de consta de infinitos atributos, «cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infi-
«causa sui». Es por eso por lo que la E se abre no con la definición de Dios, sino con la nita», no sólo exista necesariamente (1, XI), sino que, absolutamente infinita, sea indivi-
de «causa sui»: sible (XIII), la única que puede darse y concebirse (XIV). Por eso puede decirse: «Todo
cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse» (XV); y de ahí que, como
Porcausa sui entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o, lo que es lo mismo, ya advirtió el TB, ese «Dios» del que todo depende, siendo único, y el único posible pro-
aquello cuya naturaleza sólo puede concebirse como existente (E, I, def. I; p. 49).
ductor, no produzca sino: a) todo; y ese todo, b) por necesidad.«De la necesidad de la
El ser infinitamente autosuficiente, en efecto, brota ab aetemo de su propio poder. naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos (esto es, todo lo que
Por eso es imposible que no exista: puede caer bajo un entendimiento infinito)» (XVI, p. 69). Dios, en efecto, es aquí de
nuevo «causa inmanente, pero no transitiva, de todas las cosas» (XVIII, p. 74); que obra
Afirmo que sólo puede existir un único ser a cuya naturaleza pertenece la existencia, a «en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no forzado por nadie» (prop. XVII, p. 69)
saber, sólo aquel que tiene en sí todas las perfecciones y al que llamaré Dios. En efecto, si
-y que, por tanto, es «libre», en el sentido spinoziano del término: la única causa real-
suponemos un ser a cuya naturaleza pertenece la existencia, ese ser no puede contener
en sí ninguna imperfección, sino que debe expresar toda perfección. Por tanto, la natura- mente libre, puesto que no obra sino por la perfección de su misma naturaleza (p. 70)-.
leza de ese ser debe pertenecer a Dios (Carta XXXV;p. 249). En ese ser (esto es, en todos sus atributos) eterno (XIX), la existencia, a diferencia de lo
que ocurre con las demás cosas (prop. XXIV) coincide con su esencia (XX). Por eso, y
Entendemos pues por Dios: aquel ser, el único, que satisface la naturaleza (el con- de nuevo, siendo su esencia el poder, «su omnipotencia ha estado en acto desde siem-
cepto) de «causa sui». A su esencia (potencia o naturaleza), perteneciendo todas las per- pre» (E, I, prop. XVII, escolio; p. 71). Así que cuanto se sigue de su esencia-existencia-
fecciones, no puede dejar de pertenecer el existir por sí mismo, eso que podríamos deno- ¡ooder,se sigue eternamente y con necesidad: así, a) cuanto se sigue de la naturaleza, en
minar el «auto-existir». Y ya hemos advertido cómo, consistiendo aquello que es causado absoluto, de algún atributo de Dios, «ha debido existir siempre y ser infinito, o sea, es
por la Causa última, en nada distinto del propio poder de causación, esa Causa que se eterno e infinito en virtud de ese atributo» (XXI); b) cuanto se sigue, además, de un atri-
crea a sí misma crea al mismo tiempo, y en virtud del mismo gesto, toda otra perfección, buto de Dios, en cuanto afectado de una modificación tal que en virtud de dicho atri-
toda otra existencia, todo otro poder. Así es como el escolio de una de las más densas buto existe necesariamente y es infinita, debe también existir necesariamente y ser infi-
proposiciones de la E (la XXV de la primera parte, que reza: «Dios no sólo es causa efi- nito» (XXII); y c) «todo modo que existe necesariamente y es infinito, ha debido seguirse
ciente de la existencia de las cosas, sino también de su esencia»; p. 79) nos lo hará notar: necesariamente, o bien de la naturaleza de algún atributo de Dios considerada en abso-
luto, o bien a partir de algún atributo afectado de una modificación que existe necesa-
dada la naturaleza divina, de ella deben concluirse necesariamente tanto la esencia como
riamente y es infinita» (XXIII). Este orden de descendencia a partir de la sustancia, como
la existencia de las cosa;; en una palabra: en el mismosentidoen que se diceque Dios es causa
de sí, debedecirsetambiénque es causa de todaslas cosas (id., ese.; p. 80). se sabe (en el que algún comentarista ha querido ver un lejano eco de las doctrinas de la
Cábala), por más que suene esotérico no expresa más que los grados intermedios que se
En los Principiosde Filosofíade Descartes,esta misma idea se expresa de una forma algo interponen entre la Sustancia y las cosas particulares: vale decir, los modos finitos. Entre
distinta, pero concordante: «... el ser perfectísimo, por cuya fuerza todo es producido y ambos extremos del proceso, en efecto, no sólo se interponen los atributos, infinitos y
conservado ...» (Parte I, «Introducción»; ed. cit., p. 141). No es casual que se introduzca eternos. Se interponen, igualmente, los modos infinitos y eternos, que Spinoza (en la
aquí, en el momento en que, a petición de unos amigos, Spinoza está presentando la filo- Carta LXIV: ed. cit., pp. 349 y ss.) distribuye en una -incompleta- clasificación que no
sofía cartesiana. Porque el concepto de Dios que está manejando es, a todos los efectos, por famosa es, para muchos, menos oscura 241• A través de esos escalones, sin embargo, la
la traducción inmediata (la única a su juicio posible) del concepto cartesiano de sustan-
cia. «Sustancia», según la definición III de la E, es «aquello que es en sí y se concibe por
sí, esto es, aquello cuyo concepto, para formarse, no precisa del concepto de otra cosa» 241 Los modos infinitos se subdividen, a su vez, en mediatos e inmediatos. El modo infinito

(p. 50). El concepto de sustancia, como el concepto de Dios, es pues un concepto for- inmediato, bajo el atributo de la Extensión, es «el movimiento y el reposo»; bajo el atributo del

220 221
meta que se busca sí es clara: se trata de convertir toda cosa particular en modofinito de «Pero eso se refuta fácilmente.» Es la potenciade las cosas, como vimos, la que debe ser-
la única sustanciainfinita.Conocemos, en este sentido, la definición dada, desde un prin- vir de metro de su.perfección, «y no son más o menos perfectas porque deleiten u ofen-
cipio, de «modo»: «las afecciones de una sustancia, o sea, aquello que es en otra cosa, dan los sentidos de los hombres ...» (id., p. 103). Y la verdad es, en cambio, que todo en
por medio de la cual es también concebido» (def. V, p. 51). Visto lo dicho anteriormen- el mundo es perfecto y está bien: porque es sólo «todo» (lo concebible) lo que pudo pro-
te sobre qué es lo que no puede ser, ni concebirse, sin Dios (a saber, «todo lo que es»), la ducirse, y lo que de hecho se produjo.
conclusión se impone: «Las cosas particulares no son sino afecciones de los atributos de El camino de Spinoza, sin embargo, debe proseguir. Espera el alma 243. Expuesta la
Dios, o sea, modos por los cuales los atributos de Dios se expresan de cierta y determi- naturaleza de Dios, el orden lógico exigiría ocuparse de todas «aquellas cosas que han
nada manera» (I, XXV, cor., p. 80). Eso que necesariamente se seguía de la infinita liber- debido seguirse necesariamente de la esencia de Dios, o sea, del Ser eterno e infinito».
242
tad de Dios, ahora, puede tomar nombre: son todas las expresionÚ de la sustancia, Sólo que, siendo infinitas, y de infinitos modos, Spinoza sólo se ocupará de «las que pue-
según las infinitas líneas jerarquizadas que adopta esa expresión. Que «en la naturaleza den llevarnos, como de la mano, al conocimiento del alma humana y de su suprema feli-
no hay nada contingente, sino que, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, cidad» (E, ÍI; p. 107). Y en efecto: toda la Parte II y la III, más la apoteosis final del ter-
todo está determinado a existir y obrar de cierta manera» (prop. XXIX), de modo que es cer género, intuitivo, de conocimiento, al que se dedica la Parte V, es un desarrollo
necesario pensar que «las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra consecuente, aunque muchas veces modificado, de los grandes temas ya esbozados en
manera y en ningún otro orden que como lo han sido» (prop. XXXIII), esto es, que el BT y en el TIE. Desarrollo que parte, tras las «Definiciones» de rigor (de «cuerpo»,
«todas las cosas han sido predeterminadas por Dios, no, ciertamente, en virtud de la de «idea», de «idea adecuada», de «duración»), del establecimiento de una serie de
libertad de su voluntad o por su capricho absoluto, sino en virtud de la naturaleza de Axiomas¡ dos de los cuales, enunciando hechos simplicísimos e incontrovertibles, esta-
Dios, o sea, su infinita potencia, tomada absolutamente» (E, I, Apéndice, p. 95) son ya blecen las bases de lo que luego se dirá, a saber: que «el hombre piensa» (id., ax. II;
conclusiones que, sin más, resbalan de las premisas vistas. «Todo cuanto concebimos que p. 109), y que «tenemos conciencia de que un cuerpo es afectado de muchas maneras»
está en la potestad (potestate)de Dios, es necesariamente» (I, prop. XXXV, p. 93). (ax. IV, 110). La mente, en efecto, es una cosa pensante (id., def. II; p. 108). Y lo pro-
Hemos acabado citando el Apéndice de la Parte l. Sabido es, Deleuze lo ha recor- pio de una cosa pensante es formar conceptos. Esos conceptos de la mente recibirán el
dado, cómo cambia el supuesto tono sereno de las proposiciones, de sus demostracio- nombre, justamente, de ideas (id., def. III; ibid.). Cierto que el antiguo término para
nes, cuando el texto de la E (Deleuze diría: de la «segunda» E) se libera del corsé estos casos, «percepción», ha sido sustituido ahora por otro más «activo» y «afirmati-
geométrico, y deja paso a la pasión. El Apéndice, en efecto, muestra con vigorosa retó- vo», «concepto», que «parece expresar una acción del alma» (ibid.). La adecuación de
rica todo el sereno desprecio que Spinoza alberga contra la concepción teleológica, una idea, en efecto, no está ya para Spinoza en su supuesta conformidad con lo ideado
antropologizante, del mundo. La conclusión de la primera parte había sido: que «todo por ella, sino en el hecho de poseer, en y por sí misma, «todas las propiedades o deno-
cuanto existe expresa de cierta y determinada manera la potencia de Dios» (XXXVI, minaciones intrínsecas de una idea verdadera» (id., def. IV; ibid.). Todo el sentido
Dem., p. 94). De ello se deduce que lo expresado, que no es sino expresión, debe expre- potencial y activo del entendimiento, logrado a cuenta de la superioridad teórica de la
sar la esencia de aquello que expresa; y ésta es el poder. De ahí que no haya nada que definición genética, concurre a esta autonomización del valor de verdad, que hace que
no tenga efectos. Pero el mundo, vasto sistema de efectos de una única Causa (sui), lo las ideas más «potentes» sean las más «verdaderas». Ahora bien, al entrar en el campo
que expresa es sólo esa Causa; y esa Causa es su Naturaleza, su propio poder. lCómo de la mente, el discurso de la E ha debido entrar en el campo de los atributosde Dios.
soñar, entonces, con proyectar sobre Natura nuestros propios sueños finitos, nuestra Que el Pensamiento, así como la Extensión, son atributos de Dios (esto es: que Dios es
ignorancia y nuestra imaginación? «La naturaleza no tiene fin alguno prefijado, y... una cosa pensante, así como extensa) son en efecto las dos primeras Proposiciones de
todas las causas finales son, sencillamente, ficciones humanas» (id., p. 98). «Han lla- esta Parte II (p. 110). Razón: antes hemos hablado de «conceptos». Pero un/ axioma
mado Bien a todo lo que se encamina a la salud y al culto de Dios, y Mal, a lo contra- más, el V, ha precisado ya, anteriormente, que «no percibimos ni tenemos conciencia
rio de esas cosas ... Todo ello muestra suficientemente que cada cual juzga de las cosas de ninguna cosa singular 244más que los cuerpos y los modos de pensar» (ibid.). Ahora
según la disposición de su cerebro, o, más bien, toma por realidades las afecciones de su bien, tanto los pensamientos singulares («o sea, este o aquel pensamiento»), como los
imaginación» (id., pp. 101 y 102). El vulgo explica la naturaleza a su modo; pero su cuerpos, son modos que expresan de cierta manera la esencia de Dios (def. I; p. 108;
modo es un simple modo de imaginar. Por eso se lamenta, arroja alabanza o vituperio prop. I, Dem.; p. 110). Dios, por lo tanto, ha de tener atributos cuyo concepto implican
sobre las cosas, juzga unas buenas y otras malas, unas perfectas y otras imperfectas. tanto los cuerpos como los pensamientos singulares, por medio de los cuales unos y
otros son concebidos; así que, como se quería demostrar, Dios es tan extenso como pen-
sante245: «El Pensamiento es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa pensante»
Pensamiento, «el entendimiento absolutamente infinito». El modo infinito mediato, en Exten-
sión, es «la faz de todo el universo»¡ la carta guarda silencio sobre qué sea el mismo tipo de modo
243 Para todo este segmento de la exposición, téngase en cuenta que, aun siguiendo la traduc-
bajo el restante atributo.
242 lnútil es, me parece, recordar aquí la transcendencia de este concepto, puesta de manifies- ción de·Vidal Peña, he preferido traducir la «mens» del texto spinoziano por «mente», y no por
to por el libro clásico de Deleuze (Spinozay el problemade la expresión,Barcelona, Muchnik, 1975. «alma», como -irreprochablemente, por lo demás- ha preferido hacer el mencionado editor.
244 Donde, por «cosas singulares», se entienden «las cosas que son finitas y tienen una exis-
El libro es de 1968), a la hora de interpretar el sistema spinoziano. Apuntemos sólo esto: la lógi-
ca de la expresión permite pensar como pocas la noción de inmanencia; especialmente, la de la tencia limitada» (E, II, def. VII; p. 109).
24 5 A la misma conclusión puede llegarse por otra vía: «Esta proposición es también evidente
inmanencia de un todo infinito a sus propias partes (convirtiéndose, de esta forma, en inmanen-
cia-en-la-transcendencia, o diferencia-en-la-identidad). en virtud del hecho de que nosotros podemos concebir un ser pensante infinito. Pues cuantas más

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(prop. I); «La Extensión es un atributo de Dios, o sea, Dios es una cosa extensa» (prop. «el entendimiento» y «la cosa», «el pensar» y «el ser»: como «parecen haberlo visto cier-
II). Ese Dios, sin embargo, no pierde nunca su carácter de «causa sui»: poder de causa- tos hebreos como al través de la niebla», «Dios, el entendimiento de Dios, y las cosas
ción cuyo objeto, como vimos, no es otra cosa que el propio causar. Causándose a sí por él entendidas son todo uno y lo mismo» (id., ese.; p. 115). Esta posición spinoziana
mismo, ese Dios causa, por lo mismo, el infinito todo de las cosas, su despliegue. Esta tiende a ser tildada de «paralelismo». El sentido exacto de tal paralelismo, sin embargo,
misma lógica (del infinito, de la totalidad, del infinito poder activo que es la Totalidad debe ser precisado. Porque lo que Spinoza supone .es que se trata de que «la sustancia
como Origen) va a presidir ahora la expresión pensante de la «causa sui», el atributo pensante y la sustancia extensa son una sola y misma sustancia,aprehendidaya desdeun
«Pensamiento». Se dirá, pues: «Hay en Dios necesariamente una idea, tanto de su atributo,ya desdeotro (II, prop. VII, ese.). Así que «un modo de la extensión y la idea
esencia, como de todo lo que se sigue necesariamente de esa esencia» (E, II, prop. III; de dicho modo son una sola y misma cosa, pero expresada de dos maneras» (ibid.).
p. 111). Esa «idea», que es tanto de Dios como de las infinitas cosas que, estando en su Sustancia extensa y sustancia pensante son lo Mismo: una sola e idéntica sustancia,
poder, él mismo realiza necesariamente 246, esta idea, digo, es y tiene que ser única, como aprehendida desde distintos atributos. Tanto da, por lo tanto, concebir la Naturaleza
único es el propio Dios, y único su entendimiento, que sólo comprende los atributos de «desde» el Pensamiento como «desde» la Extensión -o desde el atributo que fuera, por-
Dios y sus afecciones (prop. IV, passim). Eso explica que a la hora de justificar el «ser que quedan infinitos más-. Lo único que hallaremos, en todos estos casos, es «un solo
formal» de las ideas, no sean las cosas ideadas, a título de causas, las responsables de las y mismo orden, o sea, una sola y misma conexión de causas, esto es: hallaremos las mis-
mismas; sino, exclusivamente Dios. «Ni las ideas de los atributos de Dios ni la de las mas cosas siguiéndose unas de otras» (id.; p. 116). Eso Mismo que «se-expresa-como»
cosas singulares reconocen como causa eficiente suya a las cosas ideadas por ellas, o sea, Pensamiento, o «se-expresa-como» Extensión, tiene, pues, el nombre que ya anterior-
a las cosas percibidas, sino a Dios mismo, en cuanto que es cosa pensante» (E, II, Prop. V; mente hemos tenido ocasión de otorgarle: su nombre es Orden. Pero Orden dice: cone-
p. 112). Ello, por lo que hace a los «modos de pensar». Pero lo mismo vale respecto de xión de causas, sucesión. De modo de pensar a modo de pensar sólo hay relaciones de
los modos de cualquier atributo: porque los modos de cualquier atributo, explica causación, prolongadas hasta el infinito; pero lo mismo ocurre de modo de la extensión
Spinoza, tienen como causa a Dios, pero sólo en cuanto se le considera desde el atribu- a modo de la extensión. Así que siempre es Dios, «en cuanto que consta de infinitos
to del cual son modos, y no desde ningún otro (prop. VI, p.113). Las cosas, por tanto, atributos», lo que encontramos en ambos procesos. En tanto que las cosas se toman
que «no son modos de pensar», los «objetos» de las ideas, no es que «primero» Dios las como modos de pensar, el orden de la naturaleza entera debe explicarse por el solo atri-
piense, y «luego» decida (o no) crearlas, sino que buto del pensamiento. En tanto se consideren como modos de la extensión, ese mismo
orden se explica, íntegramente, por el solo atributo de la extensión (p. 116). Esto quie-
las cosas sobre las que versan las ideas se derivan y concluyen de sus atributos de la misma
re decir que la idea de una cosa singular existente en acto, que es un modo singular de
manera, y con la misma necesidad con la que hemos mostrado que derivan las ideas del
atributo del Pensamiento (E, II, prop. VI, cor.; pp. 113-114). pensar, sólo puede tener por causa, según lo dicho, a Dios. Pero no a Dios en cuanto
que Éste es, es términos absolutos, una cosa pensante; no en cuanto es infinito; sino a
Así se llega a la explosiva, radiante formulación famosa, que para algunos constitu- Dios en cuanto que éste se considera afectado por otra idea, por otro modo de pensar;
ye el corazón mismo de la E: «ordo et connexio rerum idem est ac ordo et connexio modo de pensar del que, a su vez, resulta ser causa también Dios, pero Dios en cuanto
idearum»: «El orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las afectado ... y así hasta el infinito (E, II, prop. IX, y Dem., pp. 119-120). Consecuencia
cosas» (E, II, prop. VII; p. 114). El corolario de esa proposición, que despliega el alcan- lógica de ello es, entonces, que Dios tiene, desde luego, conocimiento de todo cuanto
ce de la misma, no nos dirá ya nada nuevo; pero vale la pena repetir su dicción: ocurre en el objeto de una idea singular; pero sólo en cuanto que afectado por otra idea
de una cosa singular: de forma que, en realidad, tiene el conocimiento en cuestión, pero
Se sigue de aquí que la potencia de pensar de Dios es igual a su potencia actual de obrar. sólo, supuesto el principio ardoet connexio,en cuanto tenga la ideade ese objeto (prop. IX,
Esto es: todo cuanto se sigue formalmente de la infinita naturaleza de Dios, se sigue en él cor., p. 120).
objetivamente, a partir de la idea de Dios, en el mismo orden y con la misma conexión
(ibid.). Resulta así de lo dicho un principio general: que «sin Dios nada puede ser ni con-
cebirse» (II, prop. X, ese.; p. 121). Caso particular, el hombre, a cuya esencia «no per-
Aquí despliega la plenitud de sus pretensiones, efectivamente, un princ1p10 que tenece el ser de la sustancia» (id., p. 120). Así que la «esencia» del hombre, no siendo
parece destinado a acabar con toda la sempiterna discusión sobre las relaciones entre Dios, deberá concebirse como una de tantas cosas que
es en Dios y no puede ser ni concebirse sin Dios, o sea, es una afección o modo que expre-
sa la naturaleza de Dios de cierto y determinado modo (id., Dem. del Cor.; p. 121).
cosas puede pensar un ser pensante, tanta más realidad o perfección concebimos que contiene;
por consiguiente, un ser que puede pensar infinitas cosas de infinitos modos es, por virtud del La esencia del hombre, si algo la constituye, son pues «ciertas modificaciones de los
pensamiento, necesariamente infinito. Y siendo así que concebimos un ser infinito fijándonos en atributos de Dios» (id., cor.; ibid.). Ahora bien, éste es el momento de recordar cómo
el solo pensamiento, es entonces el Pensamiento uno de ·los infinitos atributos de Dios» (II, prop. rezaba el axioma II de esta Segunda Parte: «El hombre piensa», decíamos. Todo el
I, ese.; p. 110).
246 «La idea de Dios, de la que se siguen infinitas cosas de infinitos modos ... »: II, prop. IV, y «racionalismo», casi diríamos «mentalismo» de la época, se concentra ahora en esta
Dem.; p. 112; pues es el caso que, como vimos, «Dios actúa con la misma necesidad con que se tesis, que para los actuales efectos se traduce en la afirmación de que «la idea es lo pri-
entiende a sí mismo, esto es ... la potencia de Dios no es otra cosa que la esencia activa de Dios, mero que constituye el ser del alma humana» (II, prop. XI, Dem.; p. 123; la cursiva es
y, por tanto, nos es tan imposible concebir que Dios no actúa como que Dios no existe»: prop. III, mía). Hemos dicho, en efecto, que la esencia del hombre está constituida por ciertos
ese.; p. 111. modos de los atributos de Dios: por modos de pensar; y, de esos modos de pensar, el pri-

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mero es la idea. De aquí resulta que la mente humana es sólo una parte del infinito dones de su pr?~io cuerpo, decimos entonces que "imagina"» (prop. XXVI, Dem.).
entendimiento de Dios. Su esencia es eidética. De ahí que, cuando se dice que la mente Forma nada posltlva de conocer, para Spinoza; de ahí que se acumulen las observacio-
«percibe» algo, lo que estamos diciendo, en realidad, es que Dios, en cuanto que cons- ~es limitativas: el alma humana, que no se conoce a sí misma sino en cuanto percibe las
tituye la esencia del alma humana, tiene una idea de ese algo (id., cor., p. 123). Ahora i~eas d_elas afecciones del cuerpo (XXIII), y que tampoco percibe ningún cuerpo exte-
bien, esa idea que constituye «el ser actual del alma humana» no es otra que «la idea r~or mas qu~ P?r obra de las ideas de las afecciones de su propio cuerpo (XXVI), no
de una cosa singular existente en acto» (id., prop.; p. 122); para ser más exactos, la idea tiene con~cimiento adecuado ni de las partes que componen el cuerpo humano
de un cuerpo («o sea, cierto modo de la Extensión existente en acto»: II, prop. XIII; (XXIV), m del cuerpo humano mismo (XXVII), ni del cuerpo exterior (XXV), ni del
p. 124). La razón es, spinozianamente hablando, lógica: caso de que el cuerpo no fuese alma humana (XXIX). La conclusión de todo ello es tajante:
el objeto de la mente humana, habría que pensar que las ideas de las afecciones de ese
cuerpo no se darían en Dios en cuanto que éste constituye el alma humana, sino en De aquí se sigue que el alma humana, cuantas veces percibe las cosas según el orden
cuanto que constituye el alma de otra cosa; eso significaría que nuestra mente no cono- común d~ la naturaleza, no tiene un conocimiento adecuado ni de sí misma, ni de su
cería esas afecciones, no tendría idea de ellas. Ahora bien, el axioma IV ha decretado cuerpo, m de los cuerpos exteriores, sino tan sólo un conocimiento confuso y mutilado.
lo contrario: tenemos esas ideas. Luego la hipótesis contraria no es válida, y el objeto de Pues el alma no se conoce a sí misma sino en cuanto percibe las ideas de las afecciones
del cuerpo...; pero, a su vez, este cuerpo suyo... no lo percibe sino por obra de esas mis-
la idea que constituye nuestra mente es, como se ha dicho, un cuerpo (prop. XIII, Dem.,
mas ideas de las afecciones,por sólo las cuales, a su vez también, percibe los cuerpos exte-
pp. 124-125). Se sigue de ahí, además, que cuanto acaezca en el objeto de la idea que riores...; Y así, en cuanto tiene esas ideas, no tiene ni de sí misma..., ni de su cuerpo..., ni
constituye el alma debe ser percibido por el alma, esto es, habrá una idea de ello en el de los cuerpos exteriores..., un conocimiento adecuado, sino sólo... mutilado y confuso
alma. No hay nada, pues, en el cuerpo, que no sea percibido por el alma (prop. XII, (E, II, prop. XXIX,cor.;p. 147).
p. 124). Estas afirmaciones nos garantizarán: a) que, de hecho, nuestro cuerpo existe tal
y como lo sentimos; y b) que debemos empezar por conocer adecuadamente la natura- .. «Cuantas v_ecespercibe las cosas según el orden común de la naturaleza»; esto sig-
leza de nuestro cuerpo. Porque lo cierto es que «no tenemos de nuestro cuerpo sino un mfica, para Spmoza, por determinación externa, según la fortuita presentación de las
conocimiento muy confuso» (II, prop. XIII, ese.). Ahora bien, como se muestra en cosas. Otra vía se abre, en cambio, cuando la determinación es interna, y las ideas son
«Postulado I» del breve compendio de «física racional», expuesta more geometrico,que referidas no al alma, sino a Dios («todas las ideas, en cuanto referidas a Dios, son ver-
Spinoza aprovecha para introducir aquí, «el cuerpo humano se compone de muchísimos daderas», reza la prop. XXXII(de esta parte). Dios, en cuanto constituye la esencia de
individuos (de diversa naturaleza), cada uno de los cuales es muy compuesto» (p. 133). nuestra mente, tiene ideas verdaderas; también en nosotros, por tanto, pueden darse
Así que la idea que constituye el ser formal del alma humana, esto es, la idea de cuer- ideas absolutas, esto es, adecuadas y perfectas; y las tales serán verdaderas (prop.
po, no es simple, sino compuesta de muchísimas ideas (prop. XV, p. 134). Pero no sólo ~XXIV). El salto a ese nuevo orden de conocimientos, como bien ha visto Deleuze,
eso. Esos individuos que componen el cuerpo humano, asevera Spinoza, «son afectados viene dado, ahora, por la irrupción, gnoseológicamente clave, de las «nociones comu-
de muchísimas maneras por los cuerpos exteriores» (postulado III, p. 133). El alma nes». Spinoza, según costumbre, las introduce con sendas declaraciones tajantes:
tendrá, pues, no sólo idea del cuerpo, sino idea también de las afecciones en cuya vir-
tud el cuerpo humano es afectado por los cuerpos exteriores (prop. XVI, p. 134). Es Aquello que es común a todas las cosas... y que está igualmente en la parte y en el todo,
más: no sólo tendrá esas ideas, sino que, en rigor, «el alma humana no conoce el cuer- no constituye la esencia de ninguna cosa singular.[...] Aquello que es común a todas las
po humano mismo, ni sabe que éste existe», sino por las ideas de esas afecciones (prop. cosas, y que está igualmente en la parte y en el todo, no puede ser concebido sino ade-
cuadamente (props.XXXVIIy XXXVIII,p. 152).
XIX, p. 139). La razón de este aserto sólo es comprensible, me parece, aceptando el
andamiaje ontológico-formal puesto en pie por Spinoza: y es que, dice, Dios conoce La conclusión se impone: «hay ciertas ideas o nociones comunes a todos los hom-
el cuerpo humano, esto es, tiene idea de él, no en cuanto constituye la naturaleza de la b~es. Pues todos los cuerpos concuerdan en ciertas cosas, las cuales ... deben ser perci-
mente humana, sino en cuanto es afectado por otras muchísimas ideas; en ese sentido bidas por todos adecuadamente, o sea, clara y distintamente» (prop. XXXVIII, cor.,
la mente humana, por tanto, no conoce el cuerpo humano mismo. Pero, en cambio, las p. 153). De eso que es común a nuestro cuerpo y a los cuerpos exteriores que nos afec-
ideas de las afeccionesdel cuerpo sí se dan en Dios en cuanto constituye la naturaleza tan, habrá pues necesariamente, en la mente, una idea adecuada (prop. XXXIX). Pero
del alma humana; y el alma percibe esas afecciones; sólo en ese sentido se puede decir las ideas que se siguen de ideas adecuadas son también adecuadas (XL, p. 154). Aquí
que percibe el cuerpo humano (prop. XIX, Dem., p. 139). Bien es cierto que la idea de están, insisto, las nociones comunes, y, con ellas, «los fundamentos de nuestro racioci-
la afección por la que un cuerpo exterior afecta a otro cuerpo implica la naturaleza de nio». Ellos abren, por lo demás, el camino hacia la distinción, en la versión de la E,
ambos (prop. XVI, p. 134). El tipo de conocimiento que aquí se plantea, sin embargo, e_ntrelos tres géneros de conocimiento, de la que ya arriba se ha hecho mención. A par-
deja poca opción al optimismo. El conocimiento que se da en Dios de los cuerpos exte- tir del hecho de que «tenemos nociones comunes e ideas adecuadas de las propiedades
riores, como hemos dicho, no es adecuado en cuanto que se le considere afectado por de las cosas» surge ahí, en efecto, el «conocimiento del segundo género», también lla-
la mente humana, sino en cuanto se le considere afectado por otras ideas. Así que «las mado «razón», que ni es el conocimiento llamado «opinión» o «imaginación» (el ante-
ideas de las afecciones del cuerpo humano, en cuanto referidas sólo al alma humana, no riormente referido, por ideas inadecuadas), ni la «ciencia intuitiva», que progresa de la
son claras y distintas, sino confusas» (prop. XXVIII, p. 146). Es éste un principio que, a idea adecuada de la esencia formal de ciertos atributos de Dios, hacia el conocimiento
lo largo de las props. XXII y ss., se expondrá una y otra vez: en todos estos casos, «cuan- adecuado de la esencia de las cosas (p. 157). Ahora bien, como ese tercer género, el del
do el alma humana considera los cuerpos exteriores por obra de las ideas de las afee- segundo es «verdadero necesariamente» (prop. XLI, p. 159); y, Gemo el ~1™&, «nos

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enseña a distinguir lo verdadero de lo falso» (prop. XLII, ibid.). El salto a la razón, por sus conceptos al servicio de una determinación «al modo de la geometría», y siguiendo «un
ende, no es baladí: a la perspectiva racional, a diferencia de lo que ocurre con la imagi- razonamiento cierto», de «la naturaleza y la fuerza de los afectos», y de «lo que puede el
nación, le corresponde una consideración de las cosas no como contingentes, sino como alma, para moderarlos» (III, «Prefacio», pp. 181-182). El principio general que ha de apli-
necesarias. «Es propia de la naturaleza de la razón», dice Spinoza, «percibir las cosas carse en estos asuntos, frente a las usuales diatribas de los moralistas, es el previsible:
desde una cierta perspectiva de eternidad»; pues los fundamentos de la razón son nocio- nada ocurre en la naturaleza que pueda atribuirse a vicio de ella; es decir, son siempre las
nes «que explican lo que es común a todas las cosas», y que, por tanto, nada tienen que mismas, en todas partes, las leyes y reglas naturales según las cuales ocurren las cosas y
ver con el tiempo (prop. XLIV, pp. 162-164). En virtud del salto al segundo género de pasan de unas formas a otras; por tanto, uno y el mismo debe ser también el camino para
conocimiento, podemos tener, pues, verdad. Y no sólo verdad, sino conocimiento, al entender la naturaleza de las cosas, cualesquiera que sean, a saber, por medio de las leyes
mismo tiempo, de que tenemos esa idea verdadera, sin poder dudar de su verdad (prop. y reglas universales de la naturaleza. Siendo así, los afectos tales como el odio, la ira, la
XLIII). Las especulaciones del TIE reaparecen aquí para mostrar, una vez más, que la envidia, etcétera, considerados en sí, se siguen de la misma necesidad y eficacia de la
naturaleza que las demás cosas singulares ... Así pues, trataré de la naturaleza y fuerza de
verdad es norma de sí misma y de la falsedad, y que lo que en nosotros es idea verda-
los afectos, y de la potencia del alma sobre ellos, con el mismo método con que en las
dera es, en Dios, una idea adecuada (pp. 159-161). La perspectiva del conocimiento por Partes anteriores he tratado de Dios y del alma, y consideraré los actos y apetitos huma-
imaginación (que, sin embargo, en sí mismo no es falso: II, prop. XVII, ese.), se invier- nos como si fuese cuestión de líneas, superficies y cuerpos (id., p. 182).
te ahora totalmente. Ya tenemos ideas verdaderas de cuerpos; pues bien, ahora se ase-
vera que la esencia eterna e infinita de Dios está necesariamente implicada en «cada El método es, pues, una vez más, el geométrico; pero la base geometrizable no es
idea de un cuerpo cualquiera» (prop. XLV, p. 164); ahora se muestra cómo «el alma nunca otra que el Deus sive Natura, la potencia, el poder, su infinita perfección. Ahora
humana tiene un conocimiento adecuado de la eterna e infinita esencia de Dios» (prop. bien, si el Dios-potencia y «causa sui» se auto-expresa a través de sus modos finitos, len
XLVII, p. 165); y cómo ese conocimiento, que está «implícito en toda idea», es ade- qué puede consistir la esencia de esos modos finitos, sino en el conatus por seguir sien-
cuado y perfecto (prop. XLVI, p. 164). En conclusión: «la esencia infinita de Dios, y su do siempre lo que es? Proposiciones VI-IX: «Cada cosa se esfuerza, cuanto está a su
eternidad, son conocidas de todos». Y, como todo es en Dios y se concibe por Dios, de alcance, por perseverar en su ser». «El esfuerzo con que cada cosa intenta perseverar en
ese conocimiento divino podremos deducir un sinfín de cosas, cuya captación será ade- su ser no es nada distinto de la esencia actual de la cosa misma.» Y ese esfuerzo, que el
cuada (prop. XLVII, ese., p. 165) -y constituyendo, así, el tercer género de conoci- alma realiza tanto tenga ideas claras y distintas, tanto las tenga confusas, es siempre
miento al que se referirá la Parte V. consciente, y no implica tiempo finito, sino indefinido (pp. 191-193). El nombre de ese
Algo puede ya establecerse como cierto, y en verdad que es una tesis que halla- esfuerzo, si se refiere al alma sola, es: voluntad. Pero si se refiere tanto al alma como al
mado como pocas la atención, antes de pasar a la Tercera Parte, al estudio de los cuerpo, es apetito. Así que la esencia del hombre (concluye Spinoza con una tesis que
«afectos». Y es que de todo lo dicho puede ya deducirse, según Spinoza, que en la permite explicar en parte la renovación del interés por su obra en la filosofía francesa
mente no hay voluntad «absoluta o libre», sino que siempre es determinada a querer contemporánea) no es otra que este «apetito» o «deseo»247, que nos determina a reali-
algo en virtud de causa, que a su vez lo es por otra, y así hasta el infinito (prop. XLVIII, zar lo que se precisa para nuestra conservación. Así que no apetecemos algo porque lo
p. 168). Y tampoco la hay de entender, de desear o de amar. No hay «facultades» en juzguemos bueno, sino al revés: juzgamos bueno algo porque lo «intentamos, quere-
el hombre; se trata, si no de ficciones, de entes metafísicos, de «universales» con poca mos, apetecemos y deseamos» (IX,ese., p. 194; la misma idea, en la prop. XXXIX,ese.,
cabida en el sistema spinoziano. Lo único que hay en el alma, en realidad, son voli- p. 221). Todo el complicado juego mecánico de los afectos desplegado por Spinoza tiene
ciones singulares, afirmaciones o negaciones singulares, y además sólo aquellas que su base en esta noción fundamental. Siendo el deseo, el conatus, la esencia del hombre,
están implícitas en las ideas. Resulta de ello: que «la voluntad y el entendimiento son el hombre tenderá a encontrar positivo, en general, cuanto favorezca ese conatus;y ten-
uno y lo mismo», siendo así que, al mismo tiempo, esa voluntad y entendimiento no derá a encontrar negativo, en general, cuanto lo reprima. Todo consiste, una vez más,
son «sino las mismas voliciones e ideas singulares» (prop. XLIX, cor. y dem., p. 170). en potencia, en grados de perfección. En efecto: el alma «puede padecer grandes cam-
Esta doctrina, que se plantea sobre bases de razón, tiene para Spinoza la más impor- bios, y pasar, ya a una mayor, ya a una menor perfección, y estas pasiones nos explican
tante consecuencia práctica: nos enseña «que obramos por el solo mandato de Dios, los afectos de la alegría y la tristeza» (III, prop. XI, p. 195). Cuando el alma pasa a una
y somos partícipes de la naturaleza divina, y ello tanto más cuanto más perfectas mayor perfección, esa pasión será «alegría»; pero cuando pasa a una menor perfección,
acciones llevamos a cabo, y cuanto más y más entendemos a Dios» (id. ese., p. 176). esa pasión será «tristeza» (ibid.). Y es que, aunque es cierto que «ni el cuerpo puede
Un completo sosiego, y el conocimiento de que nuestra beatitud más alta consiste en determinar al alma a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al
el solo conocimiento de Dios (ibid.), un completo equilibrio anímico respecto de «las reposo» (prop. II, p. 185), también es verdad que «la idea de cuanto aumenta o dismi-
dos caras de la fortuna», una tranquilidad constante de ánimo en la vida social; un nuye, favorece o reprime la potencia de obrar de nuestro cuerpo, a su vez aumenta
contentarse con lo propio, y ayudar al prójimo no por «mujeril [sic.] misericordia», o disminuye, favorece o reprime, la potencia de pensar de nuestra alma» (prop. XI,
sino por la guía de la razón»; un saber cómo los gobernados han de ser dirigidos «no p. 195). Por eso es por lo que el alma, en la medida de sus posibilidades, se esfuerza siem;
para ser .siervos, sino para que hagan libremente lo mejor» (p. 177): nada menos que pre en imaginar cuanto puede aumentar o favorecer la potencia de obrar del cuerpo
todas estas utilidades se derivarán de aceptar la doctrina propuesta acerca de la mente
humana y sus propiedades.
247 Donde por tal debe entenderse, explica más adelante, «cualesquiera esfuerzos, impulsos,
Muchas cosas más, sin embargo, cree poder concluir Spinóza de cuanto ha expuesto.
Y poco merecería su libro el nombre de «Etica» si, en su Tercera Parte, no pusiera por fin apetitos y voliciones del hombre» (p. 245: «Definiciones de los Afectos»).

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(prop. XII), y utilizará a la vez esa imaginación de lo que favorece su potencia para y la «insatisfacción», la «conmiseración», la «aprobación» y la «indignación», la «sobre-
excluir la existencia de cuanto imagina que la disminuye (XIII). De aquí surgen dos estimación» y el «menosprecio», la «envidia» («es el odio, en cuanto afecta al hombre
afectos básicos, susceptibles de combinación: el amor y el odio. «El amor no es sino la de tal modo que se entristece con la felicidad de otro y se goza con su mal»: p. 251), «la
alegría,acompañadapor la idea de causa exterior,y el odio no es sino la tristeza,acom- misericordia», el «contento de sí mismo», la «humildad» («es una tristeza que brota de
pañadapor la idea de una causaexterior.»El que ama, por lo demás, se esforzará siempre que el hombre considera su impotencia o debilidad», ibid.), el «arrepentimiento» («es
por tener presente y conservar aquello que ama; el que odia, por el contrario, se esfor- una tristeza acompañada por la idea de algo que creemos haber hecho por libre decisión
zará por apartar y destruir la cosa que odia (prop. XIII, ese., p. 198). Todo puede ahora del alma», ibid.), la «soberbia» y la «abyección», la «gloria» y la «vergüenza», la «frus-
reducirse a una combinatoria cuasi-matemática de deseo, alegría y el odio: imaginar la tración», la «emulación», la «gratitud», la «benevolencia», la «ira» («es un deseo que
destrucción de lo que se ama será tristeza; imaginar su conservación, alegría (XIX). nos incita, por odio, a hacer mal a quien odiamos», p. 256), la «venganza», la «cruel-
Imaginar, en cambio, la destrucción de lo odiado será alegría (XX). Imaginar que dad», el «temor», la «audacia», la «pusilanimidad», la «consternación», la «humanidad
alguien afecta de alegría a lo que amamos supondrá ser afectado de amor hacia él; ima- o modestia», la «ambición» (que «es un deseo inmoderado de gloria», p. 257), la «gula»,
ginar que de tristeza, serlo de odio (XXII). Imaginar triste lo odiado será alegrarse; ima- la «embriaguez» y la «avaricia».
ginarlo alegre, entristecerse (XXIII). Imaginar que alguien afecta de alegría lo que odia- Larga lista. Larga lista de «pasiones del ánimo», de ideas confusas «en cuya virtud el
mos supondrá ser afectados también de odio hacia él; pero también de amor, si alma afirma de su cuerpo o de alguna de sus partes una fuerza de existir mayor o menor
imaginamos que es de tristeza de lo que lo afecta (XXIV). Tratamos de afirmar, de noso- que antes, y en cuya virtud también, una vez dada esa idea, el alma es determinada a
tros y de lo amado, lo que imaginamos que nos o lo afecta de alegría; nos esforzamos, pensar tal cosa más bien que tal otra» («Definición general de los afectos», p. 259).
en cambio, en negar todo lo que imaginamos que nos afecta o lo afecta de tristeza Respecto de los afectos, sin embargo, lo que importa es la servidumbre,o no, respecto de
(XXV); pero a la inversa, de cuanto odiamos (XXVI). Muy en general: nuestro esfuer- ellos. Donde por «servidumbre», comienza diciendo la IV Parte de la E, se entiende «la
zo se orienta siempre hacia la promoción de cuanto imaginamos conduce a la alegría, o impotencia humana para moderar y reprimir sus afectos» («Prefacio», p. 263); así que
al apartamiento o destrucción de lo que imaginamos conduce a la tristeza (XXVIII). el hombre sometido a la servidumbre respecto de los afectos, sencillamente, no es inde-
Nos esforzaremos, y a la inversa, por hacer lo que imaginamos alegra a los hombres pendiente, y se encuentra sometido a los vaivenes de la fortuna. Ahora bien, a la «for-
(XXIX), procurando que todos amen lo que amamos, y odien lo que odiamos (prop. tuna», desde antiguo, se le opuso fundamentalmente una fuerza: la virtud.Es de virtud,
XXXI, cor., p. 214). Nos esforzamos porque nos ame quien amamos, por volver a poseer, por ende, de lo que va a tratar la Parte IV de la E. Sólo que Spinoza se traicionaría a sí
y en las mismas circunstancias, lo que una vez tuvimos, y fue placentero... (props. mismo si no aclarase, desde el comienzo mismo, que por «virtud» entiende «lo mismo
XXXV y XXXVI). lA qué seguir? En general, la mente humana es tal, que su esfuerzo que por potencia»(E, IV, def. VIII, p. 269). De lo que se va a hablar, por consiguiente,
se orienta hacia, huyendo de la tristeza de imaginar su impotencia, «imaginar sólo aque- es de cómo la potencia de la razón del hombre puede llegar a imponerse a la potencia
llo que afirma su potencia de obrar» (prop. LIV, p. 234). «El esfuerzo o potencia del alma de los afectos que imperan sobre él. Porque lo cierto es que nos encontramos bajo el
es la esencia misma de esa alma, pero la esencia del alma afirma sólo aquello que el alma imperio de los afectos. Ello nada tiene de extraordinario: padecemos porque somos una
es y puede, y no aquello que no es y no puede ...» (prop. LIV,dem., pp. 234-235). Y todos parte de la naturaleza que no puede concebirse sin las demás (E, IV, prop. II, p. 271), y
los afectos se remiten al deseo, la alegría y la tristeza, donde el deseo es la esencia misma en la naturaleza no se da nada, así reza el único «axioma» de esta Parte, sin que se dé
de cada uno, y la alegría y la tristeza son pasiones que aumentan o disminuyen la poten- otra más potente que puede destruir a la anterior. Dicho en otros términos: somos fuer-
cia de cada cual, el conatus.Desde el principio mismo de esta Tercera Parte se ha podi- za (de autoconservación), pero fuerza finita, a la que la fuerza de las causas exteriores
do prever ya este resultado: «Por afectos»,rezaba la definición III, «entiendo las afec- supera sin límite (prop. III). Es imposible, por ende, que no podamos sufrir más cambios
ciones del cuerpo, por las cuales aumenta o disminuye, es favorecida o perjudicada, la que aquellos que se explican en virtud, únicamente, de nosotros, de nuestra propia
potencia de obrar de ese mismo cuerpo, y entiendo, al mismo tiempo, las ideas de esas naturaleza; pues entonces nuestra potencia sería infinita, seríamos indestructibles, y
afecciones» (p. 183). Pero el conatus,por su parte, en cuanto referido al mismo tiempo apartaríamos de nosotros los cambios brotados de causas exteriores. En la medida en
al alma y al cuerpo, no es más que el deseo. Alegría y tristeza, por tanto, no son otra que, en cambio, nada de eso es posible, «el hombre está sujeto siempre, necesariamen-
cosa que el deseomismo, en tanto que aumentado, o en tanto que disminuido: la propia te, a las pasiones», y «sigue el orden común de la naturaleza, obedeciéndolo, y aco-
naturaleza de cada cual (prop. LVII, dem., p. 240). Todoslos afectos del alma activa, del modándose a él cuanto lo exige la naturaleza de las cosas» (prop. IV, y cor., pp. 272-
alma en tanto que obra y tiene ideas adecuadas y aumenta su potencia, se remiten así 273). Ahora bien: lcómo suprimir un afecto? Por otro afecto contrario, y más fuerte que
a la alegría o al deseo (prop. LIX). Y, en general, todos los afectos «surgen del deseo, el anterior (prop. VII): la mecánica de las potencias relativas y enfrentadas entre sí
alegría o tristeza, o, más bien, no son otra cosa que estos tres afectos, cada uno de los nunca pierde sus derechos en Spinoza. Ni siquiera el propio conocimiento verdadero del
cuales suele ser llamado de diversas maneras, a causa de sus diversas relaciones y deno- bien y el mal podrán reprimir nunca un afecto, según lo anterior, más que en la medida
minaciones extrínsecas» (p. 259). Spinoza, efectivamente, acomete esa empresa que en en que ese conocimiento, él mismo, es un afecto (prop. XIV, p. 280). Por todo ello, y
el texto recién mencionado da por concluida: explicar cómo todos los afectos común- por más razones geométricas que aquí se eluden, es por lo que los hombres se ven impo-
mente identificados pueden reducirse a distintas combinaciones de los tres afectos pri- tentes ante el asedio de las pasiones. Ahora bien, ello no quiere decir que la razón no
mitivos, del «amor» a la «libídine» («un deseo -y un amor- de la íntima unión de los deba intervenir con sus preceptos en este campo pasional de batalla. La razón, sin
cuerpos»: p. 258), pasando por la «inclinación» y la «repulsión», la «devoción» y la «irri- embargo, «no exige nada que sea contrario a la naturaleza». De ahí que su dictamen
sión», la «esperanza» y el «miedo», la «seguridad» y la «desesperación», la «satisfacción» general sea el de que

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cada cual se ame a sí mismo, busque su utilidad propia ... , apetezca todo aquello que con- una sociedad de hombres libres, generosos, alegres y racionales, que han comprendido
duce realmente al hombre a una perfección mayor, y, en términos absolutos, que cada que «el odio nunca puede ser bueno» (XLV); que soberbia y abyección revelan impo-
cual se esfuerce cuanto está en su mano por conservar su ser (prop. XVIII, ese., p. 284).
tencia; que ni el arrepentimiento ni la humildad son virtudes (o sea, no nacen de la
Ser virtuoso, por ende, no es otra cosa que actuar según las leyes de la naturaleza; razón: props. LIII-LIV); que nunca puede ser excesivo el deseo, cuando nace de la
el fundamento último de la virtud no será pues otro que el conatus, el esfuerzo de auto- razón (LXI); que actuar racionalmente es escoger, entre dos bienes, el mayor, y entre
conservación; autoconservación en la que, por su parte, consistirá la felicidad. De ahí dos males, el menor (LXV) ... en definitiva, que «la verdadera potencia de obrar del
que se ajuste a las leyes de la naturaleza el trato normal con las cosas exteriores que_nos hombre, o sea, su virtud, es la razón misma» (prop. LII, dem., p. 317). Ahora bien, esos
ayudan a sobrevivir, y en particular, el trato con los de~ás hombres. «De donde se s1gu_e hombres son hombres libres.Hombres que hacen el bien, pero no por miedo, no por evi-
que los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su uti- tar el mal (prop. LXIII). El hombre libre, en efecto, «en nada piensa menos que en la
lidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no d~seen para los demás muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida» (prop.
hombres, y, por ello, son justos, dignos de confianza y honestos» (id., p. 285) • . LXVII). Por eso obra siempre de buena fe, es agradecido y prudente. Pero ese hombre,
Lo que de todo ello puede seguirse no es otra cosa, me parece, que el despliegue de que se guía por la razón «es más libre en el Estado, donde vive según leyes que obligan
una idea: «cuánto puede la razón». Hemos puesto la virtud, fundamento de toda a todos, que en la soledad, donde solo se obedece a sí mismo» (prop. LXXIII, p. 336).
«ética», supuesta la esencia deseante, impulsiva, potente, del hombre, ~n el ~sfuerzo La doctrina del Deus-Natura, cuya esencia es el poder, culmina así su trayectoria en la
por conservar el propio ser. «No puede concebirse virtud alguna antenor a esta (es doctrina del «varón de ánimo fuerte». Alguien que, habiendo comprendido cómo todo
decir, al esfuerzo por conservarse)», dice la prop. XXII. Y en verd~d que, en ese caso, se sigue de la necesidad de la naturaleza divina, y que es su mutilada concepción de las
más virtuoso será quien más se esfuerce y consiga perdurar (y viceversa: prop. XX, cosas la que hace que algunas se le aparezcan como inmorales, injustas o despreciables,
p. 286). Ése es el principio, pero de ese principio, como habitúa, Spinoza dará inme- se esfuerza ante todo en «concebir las cosas tal como son en sí», apartando el odio y
diatamente una traducción a sus verdaderos términos racionales: obraremos según la cuanta pasión le impida la meta final del hombre de conocimiento: «obrar bien y estar
virtud advierte cuando lo que nos determine a obrar sea tener ideas adecuadas, estar alegre» (prop. LXII, ese., pp. 337-378).
detern'tinado p;r el hecho de entender (prop. XXIII, p. 288). Actuar según la virtud es Parecería que todo está dicho. Y sin embargo, para Spinoza queda todavía por dibu-
obrar, vivir, conservar el ser, que todo es lo mismo, buscando la utilidad y bajo la guía jar los perfiles de una figura ulterior: la del sabio. Es ahora cuando, pese a lo anterior-
de la razón (prop. XXIV, p. 289). El conatus,insensiblemente, ha ido pues mudando su mente desplegado, va a mostrarse el verdadero poder último de la razón, enseñando
naturaleza: sigue siendo esfuerzo, pero cuando el esfuerzo se realiza bajo la égida de la «qué es la libertad del alma, o sea la felicidad» (E, V, «Prefacio», p. 353). No es que se
razón se transforma en otra cosa, en conocimiento. La mente, por eso, desde luego que introduzcan nuevos conceptos; sigue siendo cierto que la potencia del alma no es otra
se guía por la utilidad; pero sólo juzga útil aquello que le lleva al conocimient~ (prop. cosa que la capacidad de conocer, y que, por tanto, el medio de hacer que un afecto deje
XXVI). «El supremo bien del alma es el conocimiento de Dios, y su suprema virtud, la de ser una pasión es formarse una idea clara y distinta de él (Y, prop. III, p. 358). Y el
de conocer a Dios» (XXVIII, p. 291). La meta hacia la que así se camina puede ya dibu- procedimiento es general, porque «no hay afección alguna del cuerpo de la que no
jarse con seguridad: se trata de sustituir el panorama de hombres inconstantes, some- podamos formar un concepto claro y distinto» (IV). De nuevo, pues, la canción que
tidos al capricho de los arrebatos pasionales, sometidos a un individualismo egoísta, por canta Spinoza es la que reconduce nuestra comprensión del decurso del mundo a la idea
hombres libres y racionales (esta expresión, para Spinoza, es pleonástica) susceptibles de necesidad: sólo aquel que ve cómo cuanto ocurre ocurre por necesidad deja de pade-
de alcanzar esa alegre generosidad que da el compartir, bajo la guía de la razón, un bien cer por causa de los afectos (VI). En su momento lo dijimos: todas las afecciones del
común. En efecto: en la medida en que los hombres estén sometidos a la pasión, seña- cuerpo, y por tal deben entenderse las imágenes de las cosas, pueden, o remitirse sólo
la, «no puede decirse que concuerden en naturaleza» (prop. XXXII, p. 294). En ~sa al alma (y el conocimiento que proporcionan es parcial e inadecuado), o remitirse a
misma medida, los hombres son volubles, inconstantes (prop. XXXII) Y contranos Dios, a la idea de Dios (y el alma, entonces, conoce adecuadamente). Pero el alma, ase-
entre sí (XXXIV). Por contra, los hombres concuerdan siempre, y necesariamente, en vera Spinoza, «puede conseguir que todas las afecciones del cuerpo ... se remitan a la
naturaleza, «en la medida en que viven bajo la guía de la razón» (prop. XXXV, p. 297) • idea de Dios» (prop. XIV). Ahora bien, conocerse clara y distintamente, a uno mismo
Porque los que siguen la virtud tienen un bien supremo en común, del que todos.pue- y a sus afectos, es amar a Dios; y tanto más, cuanto más se conozca (prop. XV). He aquí
den gozar (prop. XXXVI). El virtuoso, en efecto, apetece el bien, pero también lo desea la máxima meta del hombre: amar cuanto más pueda, y compartiendo ese amor con el
para los demás; y tanto más, cuanto más virtud tenga, vale decir, cuanto más conozca mayor número posible de hombres, a Dios; un Dios que, por su parte, ni puede amar ni
a Dios. Que Spinoza está aquí pensando en el tránsito del estado natural al estado experimenta pasión alguna, y que én realidad tampoco puede ser nunca objeto de odio
«civil» del hombre no hay necesariamente que sospecharlo, porque lo dice él mismo: (props. XVI-XX). Así se abre una (no muy clara) perspectiva de eternidad.Porque el
todo el escolio II de la prop. XXXVII es una breve descripción del surgimiento del alma no tiene memoria, ni imaginación, sino en tanto que dura el cuerpo (prop. XXI).
Estado en esos términos, que aquí reciben una estricta fundamentación geométrica, Y sin embargo, hay en Dios una idea en la que la esencia de «tal o cual» cuerpo huma-
pero que Spinoza ha expuesto con más detalle en otras obras (vid. luego). El salto al no (sic.) está expresada desde un punto de vista de eternidad. Algo queda, pues, del
bien colectivo, sin embargo, no alterará el mecanismo común de sus explicaciones: alma, que sobrevive a la destrucción del cuerpo (props. XXII-XXIII, pp. 374-375). Que
cuanto contribuya a la conservación de la «sociedad común de los hombres» Y haga que hay tal cosa es innegable; contamos para saberlo con esos «ojos del alma» que son las
los hombres vivan en concordia, sentencia, es útil (y por tanto bueno); es malo, en demostraciones. Que no tengamos, sin embargo, recuerdo de nuestra eternidad, supues-
cambio, lo que introduce la discordia en el Estado (XL). Insisto: se trata de construir to que ninguna huella ha quedado en nuestro cuerpo de ello, apenas cambia las cosas:

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no por eso, sentencia Spinoza en una oración muy mentada, «dejamos de sentir Y expe- cuanto más perfección tiene una cosa, tanto más obra y menos padece; y al revés: cuan-
rimentar que somos eternos» (XXIII,ese., p. 376). Hay una percepciónde nuestra eter- to más obra, tanto más perfecta es (prop. XL, p. 389). Así es como esta escala ascendente
nidad, de nuestra capacidad de independizamos del punto de vista de la duración. Y es d~ p~ten~i.as q~e dan paso ~ otras potencias y se refuerzan retroactivamente en su pro-
obvio, por lo demás, que entrar en esa última y auténtica perspectiva, la de la etemi, pio e¡e~cicio, viene a confluu, en última instancia, en su última figura posible, la figura
dad, supone también el salto gradual a un género superior de conocim~ento, el «terc~- del sabw.Que las palabras finales de la E se dediquen entonces a glosar el poderdel sabio
ro». Conocerse a sí mismo y conocer el propio cuerpo desde la perspectiva de la eterm- ~ada tiene_de extraordinario. Son palabras, por lo demás, archicitadas, pero que no m~
dad es en efecto poseer el conocimiento de Dios, y saber que se es en Dios, Y por Dios importa reiterar. Pocos textos filosóficos, a mi juicio, han conseguido mostrar con tanta
se es concebible (prop. XXX). En ese conocimiento consiste el supremo esfuerzo del lucidez el humilde orgullo del filósofo, su pasión serena, el frío ardor de su ideal:
alma, y su mayor virtud. No hay mayor virtud en el alma, en efecto, que conocer a Dios
Con esto concluyo todo lo que quería mostrar acerca del poder del alma sobre los afectos
de esta forma. Conocer así, por lo tanto, es pasar «a la suprema pedección huma-
Y la libertad del alma. En virtud de ello, es evidente cuánto vale el sabio, y cuánto más
na» (XXVII, p. 378). Nada tiene de extraordinario entonces que quien lo alcanza poderoso es que el ignaro, que actúa movido sólo por la concupiscencia. Pues el ignoran-
«resulta afectado por una alegría suprema» (ibid.), «el mayor contento posible del alma» ~e, ~parte de ser zarandeado de muchos modos por las causas exteriores, y de no poseer
(XXVII). lª:11ªs el verdadero contento del ánimo, vive, además, casi inconsciente de sí mismo, de
Lo que necesariamente va así brotando del tercer género de conocimiento (cuyo Dios Y de _lascosa_s,y, tan pronto como deja de padecer, deja también de ser. El sabio, por
deseosurge no del primer género, pero sí del segundo, y que constantemente se va refor- el contrano, considerado en cuanto tal, apenas experimenta conmociones del ánimo, sino
zando a sí mismo), es ya anticipable, y constituye una de las más celebradas expresio- que, consciente de sí mismo, de Dios y de las cosas con arreglo a una cierta necesidad
eterna, nunca deja de ser, sino que siempre posee el verdadero contento del ánimo. [...]
nes spinozianas: un eterno «amor intelectual hacia Dios» (prop. XXXII, cor., p. 382, Y
Pero todo lo excelso es tan difícil como raro (prop. XLII, ese., p. 392).
prop. XXXIII, ibid.). He aquí el motivo de nuestra perfección, la razón de nuestra feli-
cidad: «cuanto más rico es cada cual en dicho género de conocimiento, tanta más con-
ciencia tiene de sí mismo y de Dios, es decir, tanto más perfecto y feliz es» (prop. XXXI, XVll.3. DE LA POTENCIA POLÍTICA
ese., p. 381). «Pues si la alegría consiste en el paso a una perfección mayor, la felicidad
debe consistir, evidentemente, en que el alma esté dotada de la perfección misma» En vida ~e su autor, la E no llegó nunca a publicarse. Circuló, según costumbre,
(prop. XXXIII, ese., p. 383). Este amor intellectualisDei no es otra cosa que el mismo entre sus amigos, pero no se imprimió hasta muy poco después de su muerte, en el con-
amor infinito con que Dios se ama a sí mismo, sólo que reducido a la medida en que junto de sus Obraspóstumas.Dado que no la dio por concluida hasta 1675, sin embar-
Dios se explica a través de la esencia del alma humana: «es decir, el amor intelectual go, bien puede decirse que su redacción le acompañó toda su vida. Las restantes obras
del alma hacia Dios es una parte del amor infinito con que Dios se ama a sí mismo» que de él conocemos hubieron de escribirse por tanto en interrupciones a ese continuo
(props. XXXV-XXXVI, p. 384). El amor con el que Dios se ama a sí mismo, y el amor laborar en la E243, Trabajó, pues, siempre, tanto en Rijnsburg, donde le dejamos, como
con el que ama a los hombres (sin que en ello, desde luego, tenga que ver «afecto» algu- en su posterior residencia de Voorburg (1663-1670). Ahora bien, éstos son los años de
no, en el sentido podíamos decir que pre-racional del término) son, pues, uno y el s~ amistad. con Jan de Witt, el Gran Pensionario de vocación republicana y trágico
mismo; y uno el mismo son también, por tanto, el amor a sí mismo de Dios y el amor fmal. Son tiempos, por tanto, de turbulencia política y luchas de religión. Que en ellos,
del alma hacia él (prop. XXXVI, cor., p. 385). La pregunta por la salvación, por la feli- en 1670 para ser exacto, surja (anónimamente, y con falso pie de imprenta, y provo-
cidad, por la libertad, la pregunta por cuanto buscamos, encuentra en Spinoza, conse- cando el correspondiente escándalo público) el Tratadoteológico-político (en adelante:
cuentemente, una respuesta como ésta: consiste en «uri constante y eterno amor a Dios, TTP~ 249, resulta harto comprensible. La preocupación política, por lo demás, nunca le
sea, en el amor de Dios hacia los hombres» (ibid.). La felicidad (que no es un premio fue a¡ena. De :7oorburg se trasladó a La Haya (1671). Escindida entre la admiración y
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a la virtud, sino la virtudmisma) ni consiste ni puede consistir, spinozianamente hablan- el horror, media Europa culta, Leibniz incluido, le visita. Alguna universidad le ofrece
do, más que en ese amor hacia Dios que brota del tercer género. Cuanto más se cono- u~a cátedra cu:~desempeño le parecerá incompatible con el libre ejercicio del pensa-
ce según el segundo y el tercer género, en efecto, menos se padece por los afectos nega- miento. Y moma en 1677, pero no dejando sólo la E, sino todavía un texto dedicado
tivos, y tanto menos se teme a la muerte (prop. XXXVIII, p. 386). No se piense, sin a la fundamentación de la vida civil, el justamente llamado TratadoPolítico(en ade-
embargo, que por introducirse así la mente, cada vez más, en el superior poderdel cono- lante, TP)25º. Es la teoría política de Spinoza, por tanto, la que todavía queda por
cimiento intuitivo («... a fin de mostrar ... cuánto poder tiene sobre las cosas singulares exponer. A lo cual se procede de inmediato, advirtiendo tan sólo que la meta de
el conocimiento que he llamado intuitivo o del tercer género ...»: p. 385) hemos entra- Spinoza, en estas cuestiones, y especialmente en el TTP, es presentar no sólo los fun-
do en no se sabe qué tiniebla mística o abandono de las circunstancias naturales. Nada
de eso. Al contrario, lo que sigue siendo cierto es que, cuanto más conocemos las cosas
. , 24sD.ive~sas eru d'ic10nes
. h an ad uci·do ese h echo para sugerir la posibilidad de cambios de opi-
singulares, tanto más conocemos a Dios (prop. XXIV, p. 376), y que tanto más eterna mon de Spmoza,. ~on los consiguientes reflejos en la E, que habrían estado provocados por o
es nuestra alma cuanto más apto es nuestro cuerpo para muchas cosas (prop. XXXIX, ~ura~te la redaccion de esas obras. Esta cuestión, altamente especializada, escapa aquí a nuestro
p. 387). Pues el que tiene un cuerpo apto para muchísimas cosas, aclara Spinoza en el mteres.
249
correspondiente escolio, «tiene un alma que, considerada en sí sola, posee una gran cons- Citaré por la traducción de Atilano Domínguez para Alianza Editorial (Madrid, 1986).
25
ciencia de sí misma, de Dios y de las cosas» (p. 388). Hasta el final mismo de la E, en °Citaré por la edición de Atilano Domínguez para Alianza Editorial (Madrid 1986)· aquí
p. 78. ' ' '
otros términos, sigue reafirmándose la intuición genérica que preside estas páginas: que

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damentos de un Estado libre y poderoso, sino, también, y a cuenta de un detallado aná- él son libres, esto es, que en él cada uno, como modo de la sustancia que es, tiene tanto
lisis del «Estado de los Hebreos», y del verdadero alcance que debe darse, desde el derecho (tanto derecho, justamente, «natural») como poder tenga para actuar:
punto de vista de una crítica «racional» que ahora se funda, a las Escrituras, precisar Por derecho e institución de la naturaleza no entiendo otra cosa que las reglas de la natu-
el exacto sentido en que, a su juicio, debe haber lugar racional en el mundo para algo raleza de cada individuo, según las cuales concebimos que cada ser está naturalmente
así como persecución religiosa y guerras de religión. determinado a existir y a obrar de una forma precisa. Los peces, por ejemplo, están por
Una mirada «geométrica», voluntariamente fría y desapasionada, sobre la esencia de naturaleza determinados a nadar y los grandes a comer a los chicos; en virtud de un dere-
las comunidades humanas, es también la que preside las páginas que dedica Spinoza al cho natural supremo, los peces gozan, pues, del agua y los grandes se comen a los más
problema del Estado. Frente a lo intentado por tratadistas que «conciben a los hombres pequeños. Pues es cierto que la naturaleza, absolutamente considerada, tiene el máximo
derecho a todo lo que puede, es decir, que el derecho de la naturaleza se extiende hasta
no como son, sino como ellos quisieran que fueran» (TP, cap. I, pgfo. l; ed. cit., p. 78)
donde llegar su poder. En efecto, el poder de la naturaleza es el mismo poder de Dios, que
y que alternan así la censura de costumbres con la confección de ciudades ideales que tiene el máximo derecho a todo. Pero, como el poder universal de toda la naturaleza no
sólo podrían ser instauradas «en el país de Utopía, o en el siglo dorado de los poetas, es es nada más que el poder de todos los individuos en conjunto, se sigue que cada indivi-
decir, allí donde no hacía falta alguna» (ibid.), Spinoza confiesa, en efecto, no haber duo tiene el máximo derecho a todo lo que puede o que el derecho dé cada uno se entien-
tenido otra meta que de hasta donde alcanza su poder determinado (id.; pp. 331-332).

demostrar de forma segura e indubitable o deducir de la misma condición de la natura- El llamado «derecho natural», insistimos, no consiste en otra cosa, desde la pers-
leza humana sólo aquellas cosas que están perfectamente acordes con la práctica (id., pectiva spinoziana, que en «las mismas leyes o reglas de la naturaleza conforme a las
pgfo. 2; p. 80). cuales se hacen todas las cosas» (TP, II, 4; p. 85). Pero esas reglas no se diferencian en
A la mirada del moralista se opone aquí, por tanto, la mirada del contemplador nada «del mismo poder de la naturaleza» (ibid.). El derecho natural de cada individuo,
racional, que combinando deducción y experiencia llega a describir los ~suntos hum~- por ende, se extiende hasta donde alcanza su poder; caso particular, el de la naturaleza
nos con la misma libertad mental con que el geómetra trata los suyos. Spmoza es expli- misma hasta donde el de Dios mismo, y eso significa: todo; sólo el Dios-Naturaleza es
pues totalmente libre, y cada uno de los demás según el grado de su potencia:
cito a este respecto:
Y, a fin de investigar todo lo relativo a esta ciencia con la misma libertad de espíritu con A partir del hecho de que el poder por el que existen y actúan las cosas naturales, es el
que solemos tratar los temas matemáticos, me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar mismísimo poder de Dios, comprendemos con facilidad qué es el derecho natural. Pues,
ni detestar las acciones humanas, sino en entenderlas. Y por eso he contemplado los afec- com~ Dios tiene derecho a todo y el derecho de Dios no es otra cosa que su mismo poder,
tos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la misericordia y las considerado en cuanto absolutamente libre, se sigue que cada cosa natural tiene por
demás afecciones del alma, no como vicios de la naturaleza humana, sino como propie- naturaleza tanto derecho como poder para existir y actuar. Ya que el poder por el que exis-
dades que le pertenecen como el calor, el frío, la tempestad, el trueno y otras cosas por el te y actúan cada cosa natural, no es sino el mismo poder de Dios, el cual es absolutamente
libre (ibid.).
estilo a la naturaleza del aire (id., 4; pp. 80-81).

Los hombres, pues, son como son, y es como son como deben ser analizados: vale Se sigue de lo dicho que «todo cuanto hace cada hombre en virtud de las leyes de
decir, comprendidos; sin aspavientos, sin entusiasmo y sin ira. Las «causas y fundamen- su naturaleza, lo hace con el máximo derecho de la naturaleza» (ibid.). Ahora bien, si
tos naturales del Estado no habrá que extraerlos de las enseñanzas de la razón, sino que alguna ley hay que tenga el rango de «natural», es aquella que postula (y no sólo, como
deben ser deducidos de la naturaleza o condición común de los hombres» (id., 7; p. 83). se recordará, en teoría política, sino para todo orden pensable de realidad) la tendencia
Ahora bien, los hombres, como todo, son seres de la Naturaleza; seres de Dios o de la a la auto-consérvación: «Y,como la ley suprema de la naturaleza es que cada cosa se
Sustancia. Su naturaleza no es otra que la de la Naturaleza misma, cuya esencia no esfuerce, cuanto puede, en perseverar en su estado por sí sola, sin relación alguna a otra,
puede distinguirse, a su vez, del propio poder, esto es, de las leyescon arreglo a las cua- se sigue que cada individuo tiene el máximo derecho ... a existir y actuar tal como está
les se expresa (actúa y se conserva). El poder en virtud del cual todas las cosas existen determinado por naturaleza» (TTP, loe.cit.; p. 332). En el estado de naturaleza, donde
y, por tanto, actúan, no es nada distinto en efecto, explica Spinoza, que el propio poder, sólo rige la naturaleza, rige sólo, pues, el derecho que cada cual tiene a comportarse de
el mismísimo poder eterno de Dios, que es el único que no sólo ha hecho que comen- la forma en que su naturaleza, que busca conservarse, le dicte (y hasta donde su poder
zasen a existir, sino que las conserva también en la existencia (id., II, 1-3; pp. 84-85) • le permita): el sabio, por la razón y las leyes de la razón; el débil de espíritu, por el ape-
Sin embargo, el «poder» de Dios, que a su vez no es nada distinto del poder de la tito y las leyes del apetito. «El derecho natural de cada hombre no se determina 1 pues
Naturaleza (TTP, cap. XVI) es un poder ilimitado. Si por «derecho» a hacer algo, por la sana razón, sino por el deseo y el poder» (ibid.,p. 333). La naturaleza, 0 mejo;
entonces, no entendemos otra cosa que el poder que algo tiene para hacer ese algo, dicho su derecho, no prohíbe nada: sólo aquello mismo que nadie desea y nadie puede;
debemos concluir que, siendo ilimitado el poder de Dios, ilimitado es también su dere- «pero no se opone a las riñas, ni a los odios, ni a la ira, ni al engaño, ni a absolutamen-
cho. El «derecho», como el «poder» de Dios, se extienden pues a todo, y es en esa te nada que aconseje el apetito» (ibid.). Desde el punto de vista de la Naturaleza, en
medida en la que Dios debe ser considerado como absolutamente libre. Ecuación de efecto, no hay bien ni mal, crimen ni bondad; son sólo las leyesde las hombres,que se
poder = derecho = libertad que, por lo dicho, habremos de aplicar también al poder de reducen a asegurar la conservación y la utilidad de los seres humanos, las que pueden
la naturaleza por el que lo natural es como es, y se conserva. Si se pregunta, por tanto, romper esa universal indiferencia ético-jurídica y establecer las diferenciaciones mora-
en qué consiste la condición de los hombres en el estado de naturaleza, se dirá que en les. «Pero la verdad es que aquello que la razón define como malo, no es malo en rela-

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ción con orden y a las leyes de toda la naturaleza, sino únicamente en relación con las regid_apor leyes fijas y ocupando una parte determinada del mundo (TTP, III; p. 120).
leyes de nuestra naturaleza» (ibid.). En la medida en que los hom~res no están someti- En virtud del pacto, los antiguos derechos individuales son cedidos en provecho de un
dos, en realidad, a las leyes de la razón, sino -como demostró la Etica- a sus afectos y todo social que es, ahora, el único titular y garante de sus propios derechos (esto es, de
pasiones (TP, I, 5; p. 81), cabe pensar que, en ese estado de naturaleza, los hombres son los de todos). La utilidad es el fundamento de esa decisión, y sigue siéndolo a todo lo
enemigos naturales los unos de los otros (TP, II, 14; III, 13; pp. 92 y 108). Una aseve- largo de su vida: nadie cederá nunca algo positivo, si no es por la esperanza de obtener
ración en la que, insisto, no hay condena alguna, sino la descripción de un hecho: que algo mejor, o por el miedo a algo peor; y nadie mantendrá la decisión, la promesa de
los hombres debenbuscar su propia utilidad hasta donde alcancen sus fuerzas, sin temer ceder sus prerrogativas, más que por las mismas razones antes citadas. Se sigue, pues
más sanción que la física. lAcaso hay diferencia, desde este punto de vista, entre un como principio general, que . '
hombre y un león?
el pacto no puede tener fuerza alguna, sino en razón de la utilidad, y que, suprimida ésta,
Por consiguiente, todo cuanto un hombre, considerado bajo el solo imperio de la natura- se suprime ipsofacto y queda sin valor. Por tanto, es necio pedir a alguien que nos sea
leza, estime que le es útil, ya le guíe la sana razón, ya el ímpetu de la pasión, tiene el máxi- siempre fiel a su promesa, si, al mismo tiempo, no se procura conseguir que al que rompa
mo derecho de desearlo y le es lícitoapoderarsede ellode cualquierfonna, ya seapor la fuer- el pacto contraído, se le siga de ahí más daño que utilidad (id., XVI; pp. 336-337).
za, el engaño,las súplicaso el medio que le resultemás fácil; y puede, por tanto, tener por
enemigo a quien intente impedirle que satisfaga su deseo (TTP, XVI; pp. 333-334). En aplicación de una utilidad que es la única razón de conservar la vigencia del pacto,
los hombres instituyen, pues, el cuerpo social. De ese cuerpo se nos ha dicho, además,
Que así es en la Naturaleza, y que así debe ser también, por lo tanto, en el orden que deberá estar regido por «leyes fijas». El Estado, en efecto, «no puede subsistir más que
natural de los seres humanos, Spinoza no lo pone jamás en duda. Como tampoco lo con leyes que obliguen a todo el mundo» (TTP, III; p. 122). Se dirá que de tales «leyes»
hace, por lo demás, en cuanto a que en ese estado, anterior al orden social, las cosas no ya se ha hablado antes, a saber, al mencionar las leyes de la naturaleza, que se confunden
pueden ser, en realidad, muy distintas de cómo son en los pueblos sin Estado, donde con el mismo poder que permite a las cosas conservarse y actuar. Y así es: sólo que por
«constatamos, en efecto, que aquellos que viven como bárbaros, sin gobierno alguno, «ley» n~ se entiende sólo «la que depende de la necesidad de la naturaleza ... que se sigue
llevan una vida mísera y casi animal y que incluso las pocas cosas que poseen, por necesariamente de la misma naturaleza o definición de la cosa», sino que también puede
pobres y bastas que sean, no las consiguen sin colaboración mutua, sea del tipo que sea» entenderse en el sentido de aquel «derecho», dependiente del arbitrio, «que los hombres
(TTP, V; p. 157). Spinoza razona como tantos otros teóricos del pacto: por la propia se prescriben a sí mismos y a otros, para vivir con más seguridad y comodidad o por otras
definición de sus condiciones, el estado de naturaleza se vuelve contra sí mismo; se ~az?~es» (TTP, IV; p. 135). Son esas leyes las que definen, como decíamos, el régimen
colapsa y debe dar paso, en ordena mantenerla mismafinalidadque le animaba (esto es, Jund1co-moral en que va a desenvolverse la sociedad nacida del pacto. A diferencia de la
la propia conservación del individuo, y la maximación de su poder), a la sociedad: «La ley divina, que para Spinoza sólo tiene por objeto el sumo bien, esto es, el verdadero
sociedad es sumamente útil e igualmente necesaria, no sólo para vivir en seguridad fren- conocimiento y el amor de Dios, las leyes humanas son sólo formas de vida, instrumen-
te a los enemigos» (y ya hemos dicho que «enemigo» del hombre es, en naturaleza, todo tos que los hombres se imponen a sí mismos y a otros con el fin de asegurar la vida pro-
hombre), «sino también para tener abundancia de muchas cosas; pues, a menos que los pia y la del Estado (id., p. 138). Y esas leyes pueden ser las que fueren. El mecanismo des-
hombres quieran colaborar unos con otros, les faltará arte y tiempo para sustentarse y crito para la constitución del Estado, en efecto, no abre para éste otro concepto posible
conservarse lo mejor posible» (ibid.). Sean cuales sean las ventajas del estado de natu- que el de ser aquel «derecho que se define por el poder de la multitud» (TP, II, 17; p. 93).
raleza, nadie puede dudar, en efecto, de que todavía resulta más útil vivir según las leyes Quien esté en posesión de ese derecho será, entonces, el titular de la soberanía: estable-
de la razón (que no busca otra cosa, a su vez, que la utilidad humana). Nadie querría cerá, interpretará y abolirá los derechos, fortificará las ciudades, decidirá sobre la guerra
vivir en la inseguridad y el miedo; y nadie puede dejar de vivir así, en tanto «esté per- Y la paz. Quién sea, en cambio, el titular de una soberanía que en todo caso ha debido
mitido que cada uno lo haga todo a su antojo y no se con~eda más derechos a la razón serle cedida por acuerdo unánimede los pactantes, es ya una cuestión secundaria:
que al odio y a la ira» (TTP, XVI; p. 334). De ahí que los hombres debieran, para con-
servarse, unir sus esfuerzos. Y se tomó una decisión: · Si esta función incumbe a un Consejo que está formado por toda la multitud, entonces el
~stado se llama democracia; si sólo está formado por algunos escogidos, aristocracia; y si,
Hicieron, pues, que el derecho a todas las cosas, que cada uno tenía por naturaleza, lo fmalmente, el cuidado de los asuntos públicos y, por tanto, el Estado está a cargo de uno,
poseyeran todos colectivamente y que en adelante ya no estuviera determinado seg(m la se llama monarquía (id., p. 94).
fuerza y el apetito de cada individuo, sino según el poder y la voluntad de todos a la vez.
En vano, sin embargo, lo hubieran intentado, si quisieran seguir únicamente los consejos Ahora bien, es sobradamente conocido que, entre esta panoplia (tradicional) de
del apetito, puesto que las leyes del apetito arrastran a cada cual por su lado. Por tanto, posibilidades, Spinoza se decanta por la democracia. Decantamiento que, para sorpre-
debieron establecer, con la máxima firmeza y mediante un pacto, dirigirlo todo por el solo sa de cualquiera, todavía sorprende a algunos comentaristas, que no ven «lógica» otra
dictamen de la razón (al que nadie se atreve a oponerse abiertamente por no ser tenido solución, para el amante intelectual del «Deus sive Natura», que el absolutismo.
por loco) y frenar el apetito en cuanto aconseje algo en perjuicio de otro, no hacer a nadie
Spinoza, sin embargo, vio las cosas de modo muy distinto. Para él, aquel régimen que
lo que no se quiere que le hagan a uno, y defender, finalmente, el derecho ajeno como el
suyo propio (ibid.,p. 335).
más «naturalmente» corresponde al pacto fundacional, y mejor se muestra capaz de
conservarlo, es aquél en el que la transferencia del propio derecho natural no resulte
Se impone así el dictamen tanto de la razón como de la experiencia: que nada hay en contradicción con el derecho natural mismo. Y la cuadratura de ese círculo sólo es
más seguro que constituir «una especie de cuerpo», en el que reunir las fuerzas de todos, posible

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a condición de que cada uno transfiera a la sociedad todo el derecho que él posee, de el alma es plenamente autónoma en tanto en cuanto puede usar rectamente de la razón.
suerte que ella sola mantenga el supremo derecho de la naturaleza a todo, es decir, la Más aún, dado que el poder humano debe ser valorado,no tanto por la robustezdel cuer-
potestad suprema, a la que todo el mundo tiene que obedecer,ya por propia iniciativa, ya po cuanto por la fortalezadel alma, se siguen que son autónomos en sumo grado quienes
por miedo al máximo suplicio (TTP, XVI; p. 338). poseen el gradomáximode inteligenciay más se guían por ella (TP, II, 11; p. 91).

El derecho propio de una sociedad así, dice tajantemente, «se llama democracia». Lo que se predica de los hombres, debe predicarse también de los Estados. De ahí que
Porque «democracia» no es otra cosa que «la asociación general de los hombres, que el «poder» en éstos tenga también mucho más que ver con el intelecto que con la fuer-
posee colegialmente el supremo derecho a todo lo que puede» (ibid.). «Democracia» es za: «así como en el estado natural... el hombre más poderoso es aquel que se guía por la
el nombre que adopta una sociedad que pasa a funcionar como la naturalezamisma, esto razón, así también es más poderosa y más autónoma aquella sociedad que es fundada y
es, como cada uno de sus miembrospudo vivir en estado de naturaleza. Aquel someti- regida por la razón» (id., III, 7; pp. 103-104). Sólo el hecho de guiarse por la razón hace
miento que el ser natural tuvo con respecto a las leyes de la naturaleza (que también eran libre y autónomos, lo mismo al alma individual que a la colectiva. Porque sólo así se con-
las suyas) pasa a ser, ahora, el sometimiento a las leyes dictadas por la suprema potestad vierte la necesidad, por intermedio de la comprensión, en libertad (TP, II, 11, p. 91;
(cuyas leyes serán también las nuestras). De aquí, y sólo de aquí, es de donde se sigue el TTP, XVI, p. 340, nota). A quien le acuse de estar defendiendo que los hombres deben,
«absolutismo» de Spinoza: de la necesidad de seguir, en todo, las leyes dictadas por aque- por su seguridad, convertirse en esclavos de lo único libre, el poder, Spinoza contestará
lla potestad que uno mismo ha contribuido a poner en la existencia (y de la cual, al modo que «sólo es libre aquel que vive con sinceridad bajo la sola guía de la razón» (TTP, loe.
de lo que se es con respecto a la Naturaleza, uno sólo es «modo», partícula determinada cit.), de forma que «el E_stadomás libre será aquel cuyas leyes están fundadas en la sana
por las leyes de la totalidad). Así es como se transmuta la necesidad en libertad: razón, ya que en él todo el mundo puede ser libre» (ibid.).La fuerza del Estado está en la
razón, y decir razón es decir vida sincera, vida en libertad. La verdadera meta, en efecto,
Todos,en efecto, tuvieron que hacer, tácita o expresamente,este pacto, cuando le trans-
no es otra que la autonomía;y, lo mismo que es máximamente autónomo el hombre máxi-
firieron a ella todo su poder de defenderse,esto es, todo su derecho. Porque, si quisieran
conservar algo para sí, debieran haber previsto cómo podrían defenderlo con seguridad; mamente racional, de la misma forma «aquella sociedad es más poderosa y más autóno-
pero, como no lo hicieron ni podían haberlo hecho sin dividir y, por tanto, destruir la ma, que se funda y gobierna por la razón» (TP, V; l; p. 118). Cierto es por tanto, en este
potestad suprema, se sometieron totalmente, ipsofacto, al arbitrio de la suprema autori, contexto, que eso que Spinoza llama «las supremas potestades» que surgen del pacto
dad. Puesto que lo han hecho incondicionalmente [...] se sigue que estamos obligadosa para regir la sociedad, sean de la índole que sean, adquieren por el pacto el derecho a
cumplir absolutamente todas las órdenes de la potestad suprema, por más absurdas que regularlo todo, y a exigir de sus súbditos tanta más obediencia cuanto mayor sea su poder.
sean, a menos que queramos ser enemigos del Estado y obrar contra la razón, que nos (Caso particular, está en el derecho de las supremas potestades estatales, establecer lo
aconseja defenderlo con todas las fuerzas. Porque la razón nos manda cumplir dichas
que estime oportuno acerca de la religión»: TTP, XVI; p. 348) 251 • Pero, si ello es así, es
órdenes, a fin de que elijamosde dos males el peor (id., pp. 338-339).
con vistas a salvaguardar lo común; y lo común no es otra cosa que el derecho de cada
Es por eso, me parece, por lo que la contradicción entre «poder absoluto» y «liber- cual a ser autónomo: lo acaso no es preferible -de nuevo, el candente ejemplo de las
tad» se concilia, en Spinoza, en -términos de «democracia». Y es que, si el Estado confesiones de fe- que sea el Estado el que regule los cultos públicos, de forma que las
democrático es «el más natural y el que más se aproxima a la libertad que la naturaleza revelaciones particulares no pasen del plano de lo particular, y cada cual pueda seguir
concede a cada individuo», es porque «en este Estado, nadie transfiere a otro su dere- gozando, en el sometimiento a las reglas comunes, de su ámbito de privacidad? Sólo la
cho natural, hasta el punto de que no se le consulte nada en lo sucesivo, sino que lo represión del poder individual, vía poder colectivo, permite justamente que uno conser-
entrega a la mayor parte de toda la sociedad, de la que él es una parte». Y el resultado ve su poder individual... Aquel Estado en el que ese ámbito de la privacidad, de la razón
lógicamente obvio es que, dándose esas circunstancias, «siguen siendo todos iguales, privada, ya no pueda ejercerse, habrá dejado de atender a los designios del pacto, y puede
como antes en el estado natural» (id., p. 341). Ahora bien, desde un punto de vista considerarse roto. Y a la inversa: es verdadero Estado aquél en el que puede ejercerse la
estrictamente interno al razonamiento spinoziano, lcabe esperar el máximo de libertad libre crítica racional: tal es el sentido, me parece, de la famosísima explicación que
propia, esto es, de libertad entregada a la autoridad común, una vez que se ha definido acompaña, desde el título mismo, el TTP. Un texto en el que, según dicha explicación,
la capacidad de libertad, el derecho, por el poder que se tiene, más que siendo esa auto- «se demuestra que la libertad de filosofar no sólo se puede conceder sin perjuicio para la
ridad todo lo libre, esto es, todo lo poderosa que le quepa ser? «Lo mismo que cada indi- piedad y para la paz del Estado, sino que no se la puede abolir sin suprimir con ella la paz
viduo en el estado natural, también el cuerpo y el alma de todo el Estado posee tanto del Estado e incluso la piedad» (p. 60). Al «geómetra» de Rijnsburg, obviamente, se le
derecho como tiene poder» (TP, III, 2; p. 100). Muchos entenderán estas proposicio, deslizan aquí, pese a todo, acentos propios de quien ha vivido la persecución religiosa,
nes en el sentido, una vez más, de un canto spinoziano a lo absoluto de un poder civil la muerte de Jan de Witt. El orden deductivo parece dejar paso, en otros términos, a la
que determina lo justo y lo injusto, el bien y el mal, y que ningún súbdito en su sano jui- admonición de un testigo de la Historia: los Estados han nacido por la razón; también
cio (ya sea por temor a la coacción estatal, ya por deseo de obtener alguna utilidad)
dejaría de seguir (y que, de hecho, es altamente racional que siga). El análisis de nues,
251
tro autor, sin embargo, no se reduce sólo a lo dicho. Hemos hablado de «poder», en Y más adelante: «Quieroprobar que la religiónsólo alcanza fuerzade derecho por decisión
de aquellos que detentan el derecho estatal y que Dios no ejerce ningún reinado especial sobre
efecto, y del derecho que por naturaleza le corresponde a cualquiera de buscar la satis-
los hombres, sino a través de quienes tienen el poder del Estado, y que, además, el culto religio-
facción de sus deseos, racionales o no, por las vías que estime más adecuadas. No se so y el ejercicio de la piedad deben adaptarse a la paz y a la utilidad del Estado, y que, por lo
crea, sin embargo, que es sólo de violencia de lo que Spinoza habla cuando menciona mismo, sólo deben ser determinadospor las supremaspotestades, las cuales, por tanto, deben ser
el «poder». Al contrario; es de razón de lo que en realidad se trata: también sus intérpretes» (id.,XIX;p. 393).

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